Preciadas y ocultas memorias
-Excelente -apreció Hausdorf revisando los mapas uno a uno -Eres bueno, Kirstein. Aprendes rápido. Estos instrumentos no son sencillos.
-Solo espero que sirva de algo -respondió pensativo -No sacamos mucho sin saber la distancia de la costa del continente.
Hausdorf le dio una mirada de reojo y ordenó los mapas dentro de una carpeta.
-Pero es más de lo que teníamos -refutó el oficial -Escúchame, muchacho. Nada de esto me es indiferente, ni al resto de nosotros -hizo una pausa -¿Sabes lo que hacía a Erwin un excelente comandante? -Jean enarcó una ceja -Que creía en la razón de existir de la Legión, creía en él y en sus hombres. Un líder puede tener dudas, pero que no superen ni opaquen los objetivos. El día de mañana estos tipos llegarán a la isla con sus hombres, sus armas y sus titanes -le dio un golpecito en la frente con el índice -Y ese día necesitaremos de los mejores líderes. ¿Puedes convertirte en uno de ellos? -hizo una pausa -No creas que no te entiendo. Eres un mocoso -desvió la vista a la playa -Pero has vivido más que mucho que otros. Sé firme a tus convicciones y haz de quienes estén a tu lado parte de ellas.
-Mi convicción es no ver caer a ninguno de mis compañeros. Disonante si piensas que esto se convertirá en una carnicería. Matar otros hombres… -negó rápidamente -No me formé como soldado para eso. Proteger a la humanidad, no exponerla.
Hausdorf asintió suave.
-Busca otro objetivo -dejó caer con tranquilidad -Todos tenemos derecho a vivir en paz. ¿No te parece un buen objetivo? -se estiró -Una casita a las afueras de la ciudad, un linda esposa, unos bonitos críos…
-¿Quién no quiere eso? -preguntó Jean -Pero es imposible… Los de Mare vendrán y lo destrozarán todo…
-¿Dejarás que destrocen tu sueño? -exclamó Hausdorf -Admitiste que todos queríamos lo mismo y no te equivocas. Tu sueño es el de todos. La próxima vez que vengan esos infelices, alza tu arma contra ellos. Defiende tu sueño, tu derecho a tener la vida que quieres. Y guía al resto, chico. Llévalos a cumplir el sueño que compartes con ellos. Habrá sacrificios, habrá quienes dejen su vida en el campo de batalla. Pero si tú no tienes la confianza de convertir ese sueño en realidad… ¿quién podría?
Jean lo vio llevarse una mano dentro de la chaqueta y sacó una pequeña botella.
-Ábrela por mí, chico -se la lanzó y Jean la agarró en el aire -Dale una bebida. Y brindemos por el futuro de la humanidad.
Jean le dio un sorbo al licor y soltó una tos. El oficial se rió por lo bajo. Tomó la botella.
-Por tu esposa y tus enanos, chico -brindó -Nada como dormirse entre las piernas de una suave hembra -bebió largamente.
Le devolvió la botella a Jean.
Unos pasos se acercaron a ellos a toda velocidad.
-Kirstein -lo llamó Sommerville, ambos se voltearon hacia el recién llegado -El camino está libre… y no saben lo que hemos encontrado.
Jean se puso de pie seguido de Hausdorf.
-Hay otro muelle a medio día de cabalgata -continuó el oficial.
-Eso es frente a Quinta -murmuró Hausdorf, Jean se lo quedó mirando.
-Exacto, de hecho… Hay un espacio en el muro que permite cruzar hasta el interior.
-Alista todo, Sommerville -dijo Jean -Saldremos mañana a primera hora.
Sommerville se cuadró y salió de regreso al campamento. Hausdorf inició la marcha tras del oficial. Jean miró por última vez al mar.
Había otros ingresos a la isla, no estaban tan seguros como creían. Aquella inseguridad volvía a invadirlo. Estaban rodeados. Si existieran otros ingresos por cada ciudad principal del tercer muro… Eso significaba que Mare… Mare sabía de todo lo que ocurría en la isla. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿Sería posible que todo esto estuviera trazado desde siempre? Acaso… ¿acaso su existencia en los muros era parte de un acuerdo? Si durante cien años tuvieron paz, aun con la mayoría de los titanes en posesión de Mare… ¿por qué atacarlos si sabían de todo lo que ocurría? Si ellos no eran ninguna amenaza, no tenían nada que ellos quisieran… excepto, la Coordenada.
-Anda, líder de escuadrón -exclamó Hausdorf a la distancia -No puedes estar ausente de las novedades.
Jean se apresuró a darle alcance. El oficial lo palmoteó en la espalda cuando estuvo a su lado.
El ambiente en el campamento era de sorpresa e intriga. No había sido Jean el único en pensar que la presencia de un muelle a la altura de Quinta no dejaba de ser sospechoso.
-Entrégale esto a la comandante Hange -indicó Jean entregándole una misiva a uno de los hombres -Nos reuniremos en Quinta dentro de tres días.
El oficial tomó el sobre y se retiró dejando nuevamente a Jean en compañía de Hausdorf.
Dos días para llegar y trazar el camino de la costa hasta el nuevo muelle. Un día más para recorrer el camino a Quinta por el interior y diagramar el recorrido. Podría con ello.
-Las palabras de Katz eran ciertas -comentó Hausdorf sacando su botella y entregándosela a Jean para que la abriera. Le hizo un gesto para que bebiera, el joven negó suave -Siempre han sabido todo sobre nosotros -bufó y bebió de su botella -Me preguntó a qué jugaba el primer Rey cuando se le ocurrió encerrarnos aquí.
-El nombre de la capital lo dice todo -respondió Jean pasándose una mano por el pelo -Utopía. Durante años nos vendieron la vida perfecta, todos en paz encerrados en estos muros, sin saber nada de lo que sucedía. Bendita ignorancia. El que nada sabe, nada espera.
-¿No es "el que nada hace, nada teme"? -preguntó el oficial.
-Retórica. Da para jugar mucho.
Hausdorf asintió con un dejo de sorpresa al escuchar las palabras del muchacho.
-Todos felices viviendo el experimento de un hombre… Si hay otros en el continente -suspiró el oficial -Aunque su vida no es de lo más digna. ¿Qué clase de juego perverso es éste?
-Me preguntaba lo mismo -comentó Jean viendo como Hausdorf volvía a beber -Supongo que es verdad lo que dijo Brunner… Necesitan de todos los poderes titán para poder instaurar su imperio. ¿Qué sucederá cuando tengan a todo el mundo? ¿Alguna vez liberarán a Erdia?
Sommerville se sentó frente a ellos junto al fuego y encendió un cigarrillo. Miró a Jean y le arrojó el paquete de tabaco.
-Libertad… Ustedes, los de la Legión, creen que llevar esas alas en el uniforme los hará encontrar la libertad -opinó viendo como el muchacho rolaba un cigarrillo -La libertad es relativa si me permiten la filosofía. Mi libertad termina donde empieza la del resto.
-Eso no implica encerrar a un grupo de personas porque son "diferentes" -Hausdorf hizo el gesto de comillas -Pero si lo que dice Katz es cierto…
-¿Qué cosa? ¿Lo de que solo nosotros somos los únicos que podemos transformarnos en titanes? -preguntó Jean -Seguro es cierto, deben haberlo intentado con otros que no fuesen erdianos.
-Lo hicieron, o eso dijo Katz -comentó Hausdorf. Jean encendió su cigarrillo -Y los resultados fueron… nefastos.
Otros pasos se acercaron a ellos. Betza se sentó junto a Sommerville y Mikasa junto a Jean. Sin decir palabra le quitó el cigarrillo de la boca y lo apagó en el piso. Jean solo la miró, pero no dijo nada. El resto de los presentes se rio bajito.
-¿Y bien? -preguntó Mikasa -¿Con que nos movemos al muelle? ¿Ya terminamos aquí?
-Así es -confirmó Hausdorf -El trabajo debe continuar… y con este nuevo descubrimiento… ¿No había titanes en el camino? -preguntó a la chica y ella negó -Extraño, pero provechoso. Al menos conocerán Quinta. Linda ciudad.
-Muy linda -apreció Betza -Comencé en esa ciudad. Tengo bellos recuerdos.
Hausdorf sonrió, gesto que Mikasa detectó de inmediato. Recordó lo sucedido un par de noches antes y se sonrojó violentamente. Gracias a Dios nadie lo notó, seguían charlando de Quinta y sus recuerdos. Jean parecía prestarles atención, pero lo notaba preocupado. Ella también lo estaba. ¿Cuántas más sorpresas los esperaban en este recorrido por la costa?
-Tendremos noticias del cuartel en tres días, cuando lleguemos a Quinta -comentó Jean a su compañera -Benson partió a informar a Hange, le pedí que trajera un informe de la situación -agregó en voz más baja -Por Eren…
Mikasa asintió suave.
-¿No tenemos pescado? -preguntó la muchacha de inmediato restándole importancia a aquello -Muero de hambre.
-Claro -exclamó Sommerville -Preparemos la cena. Mañana se viene una larga jornada. ¿Me acompañas, Ackerman?
-Yo voy -Jean se puso de pie -Dejemos a nuestra combatiente estrella descansar un poco.
Hausdorf rescató el cigarrillo que Mikasa había apagado en el suelo y lo arregló un poco, para luego verlo arrebatado de su mano por Betza.
-Odio que fumes -masculló tirando el tabaco a la fogata.
Hausdorf solo soltó un bufido. El resto de la tropa se unió trayendo unas papas peladas para poner al fuego.
Mikasa miraba de reojo a Hausdorf y Betza. Su curiosidad se vio alimentada por ese gesto de la mujer y sus palabras.
-¿Y bien? -habló de pronto la mujer -Muy pensativo…
El oficial caviló mirando a Mikasa de reojo.
-Esto es un enorme avance, Karl -continuó Betza -Tenemos registrado un tercio de la isla. Conocer el camino de la costa hasta Quinta nos ayudará a nuevas estrategias…
-Creo que debe haber una buena razón por la cual nuestros antepasados llegaron a esta isla, Betzie -respondió Hausdorf -Es muy claro que esto fue planificado y que Mare siempre tuvo la intención de mantenernos aquí… También la realeza. ¿Hay algo más que no sepamos? Nos consideran monstruos… demonios. El rey y varios de nosotros se autoexiliaron en este lugar… ¿por qué? Si hubo otros que permanecieron fuera…
-¿Y a qué costo, Karl? -preguntó de manera aleccionadora -No sé de guerras, porque mi vida a estado tras los muros, pero sé de opresión. Nadie debiera vivir con miedo. Ni de otra nación, ni de titanes, ni de un gobierno o la religión. No quiero un continente para declararme libre. Solo quiero poder vivir en esta isla sin temer que mañana seré comida por un titán o uno rompa el muro y… -negó suave.
Mikasa perdió la vista en los leños encendidos. Una vida después de los titanes, ¿era posible? Su vida había sido con la amenaza de los titanes fuera de los muros. Pero, si de pronto todo se solucionara... No. La batalla contra Mare era inminente. Una que se libraba hacia años. Pretender acabarla era ambicioso… Pero si no la acababan, Eren no cumpliría con su misión. Debían terminar esa guerra. Luego, Eren y Armin…
Sintió un opresión en el pecho. Si vencían a Mare… aun cuando los vencieran y tuvieran la libertad… Ella… ella… sin Eren… Si ella era capaz de todo era por Eren, sin Eren, ella… Para ella no había algo después de la guerra. No algo significativo como Eren. Perdería a su familia y, con ello, su razón de existir. Odiaba pensar en eso. No quería pensar en eso.
Sintió que esa opresión se volvía más grande, que su garganta se estrechaba. Tragó saliva, en un intento por mitigar esa sensación de agobio, pero se resistía a retirarse. Acomodó su bufanda hasta debajo de sus ojos y soltó un trémulo suspiro.
Betza hablaba de vivir en paz y sin miedo. Pero para vivir había que tener una razón…
-Toma.
La voz de Jean la sacó de sus pensamientos y le entregó un trozo de pescado crudo ensartado en una vara. Ella lo tomó y lo acercó a las brasas. Su compañero se sentó a su lado con su propio pescado mientras Miller comenzaba con otra de sus canciones picantes de bar.
Todo volvía a ser como las otras tardes, cuando caía el sol y tomaban su cena en torno a la fogata. Las estrellas se volvían visibles al tiempo que el horizonte cobraba tonos violetas y rosas.
¿Aquello era lo que sería una "vida en paz"? Todos despreocupados, sin pensar en la amenaza inminente… O tratando de olvidarla por unos instantes. Mikasa volteó su pescado escuchando cómo Betza reprendía a Miller con lo demasiado inapropiada que era su performance ese día, que había "señoritas" presentes. A lo que Miller respondió que solo veía una "señorita" refiriéndose a Mikasa. Acto seguido Hausdorf se puso de pie y amenazó con clavarle los ojos con el espinazo de su pescado si volvía a faltarle al respeto a Betza.
Y así pasó la noche, pronto se fueron a dormir. Miller y Haller tomaron el primer turno. Mikasa mientras conciliaba el sueño podía escucharlo cantar otra de sus cancioncillas inadecuadas y a su compañero decirle que bajara la voz.
Si algo debía reconocer Mikasa, es que Miller le agradaba. Y escuchando su voz a la lejanía, se quedó dormida.
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Dos días desde su partida del anterior campamento los llevaron hasta el muelle en la costa de Quinta.
Al contrario de la construcción donde estaba el cuartel de la costa, este muelle se encontraba en muy malas condiciones. Como si nadie hubiese tomado en cuenta su cuidado hace años.
-Quizás fue otro lugar por el que ingresaron a la isla cuando migraron del continente -comentó Haller pateando una vieja tabla podrida, la que se quebró de inmediato -Tal vez Mare no sabe de su existencia. Además, no se e un lugar muy seguro donde encallar…
Haller tenía razón. Toda la playa era muy rocosa. Betza aun en su caballo, lo guio dentro del mar pudiendo avanzar varios metros dentro sin que el agua sobrepasara las piernas del animal.
-Claro, tendrían que encallar lejos de la playa… No es útil para transportar prisioneros -comentó Hausdorf.
-Pero esto no es todo, colegas -comentó Sommerville haciendo una seña con la mano -Quiero invitarlos tras el muro.
Aquellos que se habían descendido de sus caballos volvieron a montarlos. Siguieron al oficial por una apertura del muro, intencional tal como la del sitio del cuartel. La vegetación estaba crecida, pero se notaba que el sendero, aun cuando estaba cubierto de alta hierba, había sido construido dejándolo libre de árboles. Esquivando algunas bajas ramas llegaron hasta una construcción de piedra en un estado bastante conservado.
-Es un fuerte -murmuró Jean logrando que Mikasa lo miraba y asintió dándole la razón.
-De hecho pasamos la noche aquí -agregó la muchacha -Encontramos varias cosas que… -todos la miraron -Véanlo ustedes mismos.
El fuerte era una especie de cuartel antiguo. Varias habitaciones, escaleras y una alta torre de vigilancia, obsoleta tras los muros, pero efectiva si se quería vigilar el bosque. Había muebles, algunas cajas de madera y hasta poseía cortinajes y colchones.
Ese lugar había sido habitado, de eso seguro muchísimos años atrás, pero había albergado a una cantidad importante de personas.
Sin embargo, ese no era el descubrimiento mayor. Sommerville, Betza y Mikasa -quienes había ido en ruta anteriormente, los fuera a una especie de bodega cuyo cielo parecía quemado y sus paredes ennegrecidas a medio deslavar por las lluvias. En el piso algo que parecía engrudo seco, pero que contenía cientos de trozos se diversos tamaños a medio carbonizar y otros intactos.
-Son libros -comentó Betza -Carpetas, documentos ya ilegibles. Tengo la impresión que no fuimos trasladados del continente por el emplazamiento del norte… sino que por este lugar.
Hausdorf recogió algo que parecía el lomo de un libro y lo dejo caer.
-Aquí comenzó todo -murmuró pensativo.
-Acá comienza el olvido, colegas -comentó Sommerville -Acá, en estas paredes fue incinerado nuestro pasado y todo lo que conocíamos desde el continente.
El silencio cayó entre ellos. Betza explicó que habían intentado rescatar algo, pero las condiciones eran adversas. Un lugar a medio cielo, presa de las inclemencias del tiempo y el clima. Ya era un milagro que diera fe de lo acontecido.
-Haremos un reconocimiento -anunció el líder del escuadrón logrando atraer la atención de sus compañeros -Un kilómetro a redonda.
Gregor masculló un par de maldiciones a Jean, eso les llevaría el resto del día y aun ni acababan de salirse de los caballos. Iba a seguir reclamando cuando al voltearse se dio de frente con Mikasa, quien lo miró de manera asesina. Un escalofrío le recorrió la espalda. Esa chica daba miedo y seguro estaba así porque lo había escuchado.
-Paz, Ackerman -alzó las manos -No he dicho nada contra tu enamorado -dijo con total naturalidad.
Se alejó saliendo de la bodega para volver a subirse a su caballo. El resto de los soldados hizo lo propio. Separados en dos grupos, comenzaron el reconocimiento de la zona que, tal como predijo Gregor, duraría hasta el atardecer.
Tal como había ocurrido en la expedición a la costa previa liderada por Mikasa, ningún titán se apareció, ni había rastros de alguno en los alrededores.
Haller y su equipo aprovecharon de cazar unas perdices de una bandada que descubrieron recorriendo la zona, por lo que, esa noche, el menú fue diferente.
Habían descubierto un viejo pozo que aun funcionaba, y el abrevadero de los caballos estaba en un estado aceptable. Sería un buen lugar para establecerse de regreso de Quinta y terminar de diagramar el Este de la isla.
Terminada la cena comenzar a examinar con cuidado cada habitación, quizás habría algo de interés como en la bodega. Mayor fue su sorpresa cuando aquello efectivamente ocurrió.
En uno de los muros de una habitación que parecía una oficina, oculto en una grieta que había sido rellenada con pequeñas piedras, en un espacio extrañamente amplio, había una decena de libros delgados.
-¡Miren! Mi apellido está acá -exclamó Haller.
Los libros resultaron ser una enorme lista de nombres de familias y sus integrantes. Muy similar a la que la Guardia Estacionaria hizo las dos veces que los titanes cambiantes rompieron los muros.
-Es una lista de inmigración -comentó Sommerville.
-Bastante larga -comentó Miller abriendo otro de los libros delgados -Éste termina en… -pasó las hojas -Lündman, número 243.211.
Miller dejó el libro a un lado y pasó al siguiente. Pronto todos estuvieron revisando las anotaciones.
Jean tomó el que antes estuvo en posesión de Miller. Pasó las páginas desde atrás hacia adelante, leyendo cuidadosamente cada nombre escrito.
Ahí estaba. Kirstein, Viktor; agricultor, 46 años. Camellia, esposa, 43 años. Hijos: Fred (16) Tatie (15), Risso (9).
-¡Ese es mi bisabuelo! -exclamó indicando el nombre "Risso" -No alcancé q conocerlo, claro… Pero siempre hablan de él. Era un viejo algo loco -bromeó.
Entonces, efectivamente habían ingresado por ese viejo puerto olvidado. Y ese "fuerte", no era tal, sino una aduana. Como tal, tenía registro de todos quienes ingresaron a la isla hacía más de cien años.
-Cuatro generaciones… -comentó Haller mirando al muchacho -Es lo que se calcula alcanzaron a vivir en el muro sin saber del mundo exterior.
Mikasa leía el primer libro. Podía contar al menos doce nombres de apellido Ackerman, sin contar a sus familias. Doce… ahora reducidos a Levi y a ella. ¿Cuántos fueron masacrados? Al contrario de Jean, ella no sabía a cuál de todos esos Ackerman relacionar con ella. Su padre solo hablaba de "los abuelos" al referirse a sus padres. Nunca dijo sus nombres, tampoco su madre.
-Mira, Ackerman -la llamó Gregor -Hay un apartado solo de asiáticos… como tú.
Lejos de molestarse por hacerla ver diferente, dejó su lectura y pasó a revisar los papeles que le entregaba el hombre. Eran tres páginas llenas de diferentes apellidos y nombres.
Ahí estaba, el nombre del clan de su madre. Veintiocho integrantes. No era el único clan. Eran siete en total. De esos siete clanes, de los veintiocho de su propio clan que alguna vez llegaron a esa isla… Ella era la única sobreviviente. Miró a su muñeca vendada.
Cuando tengas tus hijos, marcarás en ellos la seña de nuestro clan.
Sacó la vista de los documentos y pasó a observar los rostros de sus compañeros. Sorprendidos y entusiasmados de ver sus apellidos en esos papeles. Estaban ahí, donde todo comenzó. El comienzo de una historia que se trazó sin pasado durante más de cien años.
-¿Qué haremos con esto? -preguntó Gregor.
-Se los irás a entregar personalmente a la comandante en cuanto lleguemos a Quinta. Frederick te acompañará -respondió Jean cerrando el libro.
Ambos bufaron.
-Al menos déjanos estar una noche en la ciudad, líder de escuadrón -la voz de Gregor era melosa -No seas así… Tienen las mejores tabernas de todo el muro María.
Jean chasqueó la lengua, pero no era sinónimo de negación, sino todo lo contrario. Bien sabía, y había aprendido del antiguo comandante, que a la tropa había que darle responsabilidades y regalías. No aspiraba a ser como él, claro que no. Nunca podría ser alguien tan correcto ni motivador. Pero, en su primera misión a cargo, quería ser justo.
-De acuerdo. Pero quiero esos documentos sanos y salvos para la comandante en cuanto abandonemos Quinta. Nosotros seguiremos la costa en cuanto Brunner se nos vuelva a unir.
Hausdorf lo palmoteó en la espalda antes de reunir las carpetas sobre el viejo escritorio y los hombres se retiraban a la habitación que utilizarían como albergue.
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Era cercano a mediodía, Gregor y Sommerville regresaban de una ronda, indicando que era seguro el sendero que se alejaba de la costa al interior del cuarto muro. Aun así, era una zona inexplorada y no sabían qué desviaciones o interrupciones podrían tener en el camino.
Todos estaban prestos para iniciar la marcha a Quinta y, si todo salía bien y los cálculos precisos, deberían estar arribando un par de horas antes del atardecer.
-Mikasa.
La chica vio a Jean acercarse a ella con un bolso.
-¿Puedes llevar esto?
Mikasa alcanzó el bolso que le extendía y lo tanteó por fuera. Se quedó mirando a su compañero con sorpresa. Eran los libros de registro.
-Si algo pasa en el camino -continuó Jean -Esos libros deben llegar a manos de la comandante. Y si algo sucede… todo sabemos que eres la única que saldrá con vida -Mikasa asintió lentamente -Gracias.
Sin más se alejó unos pasos para alzar la voz al resto de su escuadrón e indicar que subieran a sus caballos. Mikasa guardó el bolso atándolo a la silla de su caballo, se apeó y comenzó la marcha junto con sus compañeros.
El sendero que se adentraba en el terreno del muro se ampliaba y estrechaba por tramos. Sin embargo, era plano y carente de mayores dificultades. El bosque que los circundaba era espeso y los acompañó con su sombra por un par de kilómetros. Fue cuando salieron de él que la impresión llegó a ellos. Era un enorme valle de pastizales bajos, que no superaban media pierna de un caballo. La formación se extendió y dieron libertad de galope. A la distancia su recorrido era delimitado por altos cerros. Cada tanto, Jean se detenía a tomar notas sobre lo que podía verse como referencia, ya que no confeccionarían un mapa propiamente tal con Hausdorf hasta el camino de retorno a la costa, una vez que regresaran de Quinta hasta la base de aduana.
La vista era hermosa e imponente, dentro de los soldados no dejaba de rondar la idea que esa era la misma imagen que acompañó a sus antepasados hasta su encierro en los muros.
Mikasa era quien más se cuestionaba aquello, ¿acaso ellos, los que la antecedieron, sospechaban el destino de su raza? ¿Los Ackerman esperaban ser perseguidos hasta la práctica extinción? ¿Habrían notado que sus memorias no pudieron ser borradas? ¿Qué pensarían los clanes del Este? Aquella era una ruta al autoexilio de la que eran completamente conscientes, sabiendo que habían alterado la mente de todos cuantos siguieron al rey. Era… perturbador. Fueron guiados a una utopía cuando era imposible instaurarla sin erradicar un pasado… ¿Por qué?
-¡El muro María! -gritó Gregor indicando hacia adelante, llevando la delantera y unos binoculares colgando del cuello -¡Aceleren, compañeros!
La formación se conformó en un grueso que alcanzaban a Gregor, dos a cada flanco y un par a la retaguardia. Todos listos para enfrentarse con cualquier titán que podría hallarse… Pero ninguno fue encontrado, ni uno solo.
La conclusión era clara, no existían ya titanes en Paradise. Ahora más que nunca la realidad se venía sobre ellos. Todos aquellos gigantes habían sido enviados desde Mare. Todos. Y todos habían sido exterminados.
A todo galope, pronto los muros fueron visibles sin la necesidad de instrumentos. Betza revisó su reloj, cinco horas desde que habían partido de la costa.
La puerta del Muro María se abrió para dejar ingresar al escuadrón, un hombre los esperaba en el interior. La gente de la ciudad había acudido curiosa al ver que un equipo de la Legión de Reconocimiento estaba en la zona.
-Mi nombre es Dan Gruen -se presentó -Capitán de la Guardia Estacionaria de Quinta.
Jean se bajó del caballo y acudió a su encuentro.
-Jean Kirstein, líder de escuadrón -estrechó la mano que el hombre le extendía -Estamos de paso, estaremos un par de días.
-Claro -asintió el hombre y llamó a un joven quien acudió en un segundo -Trevor, guía a los soldados a los establos para que puedan dejar sus caballos. Luego les muestras las instalaciones del cuartel.
-Sí, Señor -se cuadró Trevor -Por aquí -indicó tomando la delantera.
Jean llamó a Hausdorf para que se le uniera junto con el capitán Gruen hacia su oficina. Parte de ser un buen líder era validar la experiencia de otros. Él podía haberse enfrentado a muchos titanes y haber estado en las afrentas más arriesgadas, pero su compañero llevaba muchos más años… y de él debía aprender.
Mikasa los vio perderse entre la gente que los rodeaba. Por alguna razón Jean no le había pedido los libros. Y así lo dejaría, él no era de los que olvidara algo importante. Sus razones debía tener y ella confiaba en él.
Siguió a sus compañeros hasta los establos.
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-Mi nombre es Lynne -dijo una chica guiando a Mikasa y a Betza por las barracas del cuartel.
Abrió una puerta. Era una bodega con una serie de insumos.
-Déjenme entregarles una toalla y jabón. Supongo que necesitarán un buen baño -dijo de buen humor -Me imagino que ha sido un largo trayecto desde la costa.
Ingresaron a la habitación y la muchacha buscó en los armarios y cajones.
-Allí hay ropa de civil, me imagino que desean quitarse el uniforme -comentó -Busquen algo que pueda servirles. Aunque me temo que ya nos hemos hecho de lo mejor -fue casi una disculpa.
Mikasa y Betza revisaron las ropas y tomaron algunas prendas a la vista probándoselas sobre el uniforme, no era que fuese demasiado importante que tan bien se viesen.
Pronto Lynne les presentó la habitación que compartirían y el baño. Aunque para Mikasa quedó en duda que las instalaciones de Quinta, si bien más antiguas que las de Trost, eran más cómodas. Por otro lado, Betza se movía entre ellas con la naturalidad de conocer el lugar.
-La cena se sirve a las siete, así que aun tienen una hora -continuó Lynne -Pero les recomiendo que salgan a la ciudad. ¿Han estado aquí alguna vez?
-Comencé aquí -respondió Betza, Lynne pareció sentirse algo incómoda -Agradezco tu hospitalidad -sonrió dulce -Siempre es bueno que se la guíe a una. Las cosas cambian.
La muchacha asintió.
-Bueno, las dejo. Cualquier cosa que necesiten no duden en hacérmelo saber.
Sin más, cerró la puerta de la habitación dejando a Betza y Mikasa a solas.
Del otro lado de las barracas, los varones vivían la misma suerte que sus colegas. Simplemente estaban encantados. Después de días a la intemperie, no había nada mejor que una buena ducha y una cama decente.
Pronto se reunieron todos en tenida de civil en una especie de sala de descanso, donde había una variedad de libros e, incluso, una máquina de reproducción de música con enormes discos.
-Esta sí es vida -comentó Miller extendiéndose cuan largo era en un sofá -¿Puedo quedarme aquí? -preguntó bromista mirando a Jean.
El líder del escuadrón frunció el ceño y negó duro. Miller suspiró con falso afligimiento.
-No estamos aquí para la vagancia -comentó Jean a sus hombres -Pasaremos la noche y el día de mañana. Luego partiremos al amanecer.
Gregor hizo un gesto burlón hacia Haller, gesto que Mikasa interceptó. El pobre hombre sintió nuevamente la sangre congelársele. Esa chica era terrorífica cuando se lo quedaba mirando así. Desvió la vista hacia la estantería de libros.
-Pero, supongo que es justo que les de libre la noche si mañana estaremos de franco -continuó Jean y varios festejaron -No han parado de hablar de lo muy genial que es Quinta, y supongo que tengo curiosidad.
-Por eso me agradas, Kirstein -comentó Miller incorporándose para quedar sentado -Dejen que los expertos les enseñen a cómo divertirse.
Betza soltó un bufido. Eso no podía terminar muy bien. Miró a Mikasa de soslayo.
-De acuerdo -respondió Jean -Pero que quede claro que hay ciertas cosas que quedan para nuestro conocimiento y no son de difusión -advirtió -En primer lugar, estamos aquí por una misión de reconocimiento -todos asintieron -No hemos encontrado nada interesante -volvieron a asentir -Venimos por insumos.
Todos asintieron por tercera vez. Miller se puso de pie y se cuadró.
-Entendido, líder de escuadrón. Ahora, a divertirnos -se sobó las manos.
Haller lo imitó.
-Y ya que estamos en mi zona, déjenme presentarles la mejor taberna de toda Quinta. ¿Autorizado, líder de escuadrón?
-Totalmente -afirmó Jean.
Hausdorf se sonrió con orgullo. Parte de ser un buen líder era dar tribuna a sus subalternos. Un buen líder puede ser también un buen compañero y colega.
Iban q retirarse de la sala de esparcimiento, cuando Mikasa hizo el ademán de marcharse a la habitación. Betza la tomó del brazo.
-Oh, no. Tú me acompañas, Ackerman -le dijo en tono cómplice -No podré cargar tantos borrachos y tú eres la más fuerte de todos -Mikasa la miró con reticencia -Anda, vamos. Será divertido.
Usualmente, Mikasa se hubiese negado a aquello. Ella sí compartía con sus compañeros, pero solo con quienes tenía la confianza de hacerlo. Alguna vez fue con Eren, Armin y los demás a alguna taberna a beber algo. No tenía nada de malo, pero a estos sujetos, ella no los conocía.
-Alguien deberá ayudar a Kirstein a mantener el orden si la situación lo amerita -agregó Betza -Detrás de un buen hombre, siempre hay una mano dura femenina -le guiñó el ojo.
Sin saber cómo y sin responder a aquello, Mikasa se vio arrastrada fuera del cuartel y guiada por las calles de Quinta. No iba a darle demasiadas vueltas. Era una salida de colegas, un descanso entre misión. Nada más y, en realidad, no tenía nada malo. Además, que podría serle útil a Jean en el caso que tuviese que controlar a sus compañeros… o a él mismo. Aunque no recordaba haberlo visto realmente ebrio alguna vez.
Quinta no era demasiado diferente a cualquier otra ciudad que conocieran, sí se le notaba algo más movida, por decirlo de alguna manera. Había varias personas en las calles y el barrio donde se movían de momento estaba plagado de música, como si fuese un mamarracho de tonos sobrepuestos de diferentes canciones que salían de diferentes locales.
El caminar de Haller se detuvo frente a una puerta.
-Es aquí, las mejores cervezas de todo Paradise -les guiñó un ojo cuando abrió la puerta y les dio el paso.
Ingresaron en la taberna tomando asiento en una larga mesa cerca de la puerta. Único lugar que estaba quedando disponible.
Pidieron algo para comer y beber, mientras observaban el alegre ambiente, tan alejado de la realidad que vivían desde su asentamiento en la costa.
Una pequeña banda de músicos amenizaba la velada con cantos y melodías para todo gusto que variaban entre baladas, música de cantina y alegres cancioncillas que llevaban a los presentes a bailar improvisadamente.
-Muchos hombres y pocas mujeres -suspiró Miller mirando a sus compañeras -Siempre he dicho que faltan hembras en el ejército.
-Pues ve y baila con alguna de las de la cantina -le indicó Betza -¿O tu esposa se pondría celosa? Menudo calzones -se burló.
-No metas a mi corazoncito en esto -advirtió el hombre con un tono algo bromista.
-Bueno, puedes decirle a Katrin que yo te autorizo -le guiñó un ojo. Miller sonrió encantado -Y mientras yo -tomó del brazo a Jean -Iré a lo mío con mi superior -agregó en tono de broma -¿Qué me dices, Kirstein? ¿Bailarías con una veterana? -sin esperar respuesta lo arrastró donde la multitud.
Miller los siguió para acercarse a una muchacha, quien accedió a bailar con él sin dudarlo.
Hausdorf los miró perderse entre la gente, traía un gesto alegre.
-Mi Betzie no cambia -comentó a Mikasa aprovechando que estaban los dos solos -Siempre fue el alma de la fiesta. Es una mujer encantadora -la chica lo miró sorprendida -¿Acaso no lo has notado? -Mikasa asintió -¿Y tú no bailas, Ackerman? -la chica negó suave -Lástima. Una muchacha bonita no debería quedarse sentada en una ambiente así con un manco.
-No me gusta bailar -respondió bebiendo de su cerveza.
-Eso quiere decir que sí sabes -afirmó Hausdorf.
Mikasa caviló. Sí sabía bailar. De niña su padre bailaba con ella mientras entonaba alguna canción. Su padre era un hombre muy alegre, también su madre. Recordaba aquellas "fiestas" improvisadas que se armaban algunas tardes entre los tres.
Vio a Hausdorf ponerse de pie y extenderle su mano.
-¿Bailarías con este viejo y le darías una alegría?
La chica lo miró con un gesto asustado. Ella… las últimas veces que había bailado había sido con Armin y Eren en algún festival en Shinganshina. Momentos en los cuales olvidaba la tristeza que la invadía, cuando los recuerdos de sus padres pasaban a ser un bálsamo en lugar de una daga clavada perpetua en su corazón.
Aun con dudas y sentimientos encontrados, asintió levemente tomando la mano que Hausdorf le ofrecía y se dejó guiar hacia el resto de los comensales.
Malamente podía el oficial hacer gala de sus mejores pasos estando imposibilitado de utilizar sus dos manos para guiarla, pero se las ingeniaba. Y para Mikasa estaba bien así, después de todo ella no era ninguna experta.
Poco a poco comenzaba a sentirse menos extraña en ello. El rostro plácido de Hausdorf la tranquilizaba. La alegre musiquilla no lograba contagiarla, pero se dejaba llevar y guiar con su colega. Podía notar como todos estaban sonrientes y disfrutaban de la fiesta.
Pronto la música se tornaba más lenta y Hausdorf se detuvo. Hizo una ligera venia.
-Muchas gracias, jovencita -dijo sin broma -Hace años que no bailaba con una muchachita tan encantadora.
Mikasa sintió como los colores se le subía al rostro y acomodó su bufanda. Se dejó guiar de regreso a la mesa y se sentó.
-Si me disculpas, iré a rescatar a mi novia -le dijo el hombre en broma.
Lo vio perderse entremedio de la multitud, quienes seguían el ritmo, ahora cadencioso, de la música. Era una tonada romántica y muy dulce.
Vio que Hausdorf sacaba a bailar a Betza, mientras que Jean antes que pudiese regresar a la mesa era interceptado por una mujer que antes estaba en la barra. Su compañero no se negó.
Si no existiesen los titanes, si no existiera Mare… Esa era la vida en paz, sin duda. Pero en esa taberna, parecía que las preocupaciones quedaban atrás. Era un mundo privado, una burbuja alejada de la realidad. Tal como había sido su vida de niña.
Sus padres eran perseguidos, por ser diferentes, pero ellos vivían felices alejados de todos. Sus padres habían logrado construir su propio paraíso, dejando los temores tras las cuatro paredes de su cabaña. Se podía ser feliz, aun en la adversidad, se podía… Hasta… hasta que la adversidad ingresó por la puerta con un cuchillo que terminó enterrado en el abdomen de su padre y…
-No noté que estabas sola, disculpa -Jean se sentaba a su lado -De haberlo notado habría venido antes.
-Está bien… -respondió aliviada de haber sido alejada de sus pensamientos antes que comenzaran a destruirla -¿Te diviertes?
-No es algo que hagamos todos los días, así que, la respuesta es sí. Los músicos son buenos. En Trost habían unos muy buenos. Eran los favoritos de mi papá. En los festivales eran infaltables. Eran buenos tiempos…
-Me imagino -comentó Mikasa.
Jean se llevó su vaso a la boca y lo bebió algo rápido. Ella lo imitó, pero solo dio un sorbo.
-Nunca… -la chica interrumpió el silencio que cayó sobre los dos -Casi nunca hablas de tus padres -Jean la miró -¿Viven ambos?
-Sí.
El silencio volvió a instaurarse.
-¿No te gusta hablar de ello? -insistió Mikasa.
-No es eso -respondió el muchacho con voz suave y eligiendo bien sus palabras -No me gusta hablar de mi familia cuando la gran mayoría de mis amigos han perdido a la suya. Siento que es como… burlarme de ellos.
Mikasa negó.
-No lo veo así. Son vidas diferentes -comentó con tranquilidad. Jean asintió dejando su vaso vacío sobre la mesa -¿Tienes más hermanos?
-Somos tres, todos varones. Soy el menor… por bastante. Digamos que soy el que no esperaban tener -bromeó -Y di bastantes problemas.
-Yo no tengo más hermanos… de sangre al menos -comentó Mikasa en voz baja -Solo a Eren y Armin. Solo éramos los tres con mis padres.
Jean asintió. No era que no quisiera preguntar más aprovechando que Mikasa estaba abriéndose un poco. Pero es que no sabía como preguntar sin meterse en algo que no le incumbía. Y ese maldito silencio volvía a caer. ¿Por qué sentía que no tenía derecho a saber más de ella si eran amigos? O sea, sabía de ella desde que tenían doce años, pero nada de antes, ni nada en profundidad de lo presente. No sabía qué preguntar ni por dónde comenzar. Pero, al contrario de otras veces, se la veía cómoda y tranquila.
-Menuda fiestecita -Sommerville se dejó caer junto a ellos -¿Dónde está el mesero? -preguntó mirando a todas partes alzando al mano en el aire -¡Hey! -llamó en voz alta -¡Mesero!
El hombre se acercó a ellos y Sommerville pidió otra ronda de cervezas dejando un puñado de monedas en la bandeja del mesero, quien se retiró enseguida. El oficial tomó el mando de la conversación logrando que Jean dejara de cuestionarse acerca de la barrera que sentía al querer saber más de su compañera.
Pero era Mikasa, quien callada tras la conversación, se preguntaba cuantas cosas no sabía de su amigo. Como pasó cuando supo de los dibujos, volvía a tener esa sensación que no sabía absolutamente nada de él ni del resto de sus amigos. Le había dicho a Sasha que quería saber más de ellos, conocerlos de verdad… Pero también sabía que nadie se abriría fácilmente. Todos tenían allí algo que ocultar, secretos, miedos y angustias. Aunque no las quisieran demostrar ni hacer notar.
Pronto el resto de sus compañeros estuvieron sentados cuando las cervezas llegaron. La música seguía sonando alegre de fondo y otras parejas continuaban el baile. La tonada daba paso a una de las canciones que Miller cantaba durante la cena y, por supuesto, él se puso de pie para sumarse al cántico. Contagió a otros en otras mesas y se armó un gran coro.
Betza se cubría los ojos avergonzada de que Miller siempre diera la nota, Hausdorf se reía mientras que Miller, Sommerville y Haller se abrazaban y cantaban bien alto y desafinado. Hausdorf se les sumó alzando su copa.
La canción versaba sobre soldados, las mujeres que dejaban en casa directo al frente valientes y aguerridos. El como esperaban regresar a estar en sus hogares junto a sus amigos y familias. Era una tonada muy alegre y enérgica. El espíritu del ejército, de hombres con una esperanza: la paz.
La verdad no notó cuando Jean se había unido al alegre coro, pero de pronto estaba con el resto. Y le hizo gracia.
-Ya están ebrios -bufó Betza -El gran ejército de Paradise -agregó con una risotada burlona -Todos unos borrachos.
Al parecer ese último comentario pareció encenderlos más y pusieron más volumen e intención en su coro. Y como si los músicos también la hubiesen escuchado -cosa que no ocurrió realmente- la siguiente canción trató sobre un ebrio que regresaba a casa a despertar a su mujer. Era bastante pícara y graciosa. Hausdorf parecía recitarle la canción a Betza y ella trataba de permanecer enfadada, pero se le notaba en su rostro sonriente que no podía estar más divertida. La canción terminó y toda la taberna explotó en aplausos. Nuevamente comenzó a sonar la música, una bastante más calmada.
Los soldados tomaron asiento y retomaron la conversación. Betza le daba un coscorrón a Hausdorf, el resto bromeaba y la música pasaba a ser solo el fondo de la charla. Pero Mikasa ponía especial atención a la letra. Tal como ocurrió unas noches antes, la conocía y se descubrió cantándola en su mente. Tal vez era el alcohol que comenzaba a subírsele a la cabeza sin notarlo realmente, así como no notó que sus labios se movía y su canto suave no estaba solo en su cabeza.
Oculta tras la conversación de sus colegas, se perdía en los recuerdos de las tardes en la huerta de su vieja cabaña. Se vía trasladada a esos momentos en que sentada descuidadamente en la tierra junto con su padre, cantaban y se reían hasta que su madre iba por ellos para anunciar que la cena estaba lista. Le sacudía la falda y la reprendía por ensuciarse, mientras que su padre la tomaba en brazos y daba un par de vueltas cargándola.
Aquellas preciadas y ocultas memorias volvían a ella llenando su corazón de alegría, una deliciosa nostalgia. No había nada de malo en revivirlo, ¿por qué había dejado de hacerlo? La vida sin duda había sido cruel con ella, pero había habido un momento en que ella había sido inmensamente feliz y no podía castigarse por no serlo actualmente. Sino… reconocer en lo sanador que era recordar a sus padres. Era… era maravilloso. Precioso y era su tesoro. No era malo recordarlo, no era un pecado revivir su felicidad y no era una maldición querer esa felicidad de regreso.
Ella amaba a sus padres y ellos la amaban. Y esa era la felicidad… esa era la paz. Aun cuando no los tuviera junto a ella ahora, estaban y estarían por siempre con ella en su corazón… Finalmente aquellas palabras que Carla solía decirle "ellos siempre estarán contigo, y quieren que seas feliz" cobraban sentido. Mientras ella viviera, sus padres lo harían con ella. Mientras ella los recordara con alegría, ellos volverían a vivir… una y otra vez, a través de ella.
Jean apartó su atención de la conversación para darle una mirada a Mikasa, quien hace tiempo parecía abstraída en algún lejano lugar.
-¿Estás bien? -le preguntó pensando que quizás el alcohol le estaba sentando mal.
Mikasa se sorprendió, siendo sacada de sus recuerdos y su tarareo inconsciente. Su compañero la observaba con interés.
-Sí -respondió con voz suave e hizo una pausa, se acomodó su bufanda -Esta canción la cantaba mi papá…
-¿Sí? -preguntó el muchacho no sabiendo si estar alegre o asustado.
-Se sabía muchas -agregó ella bajo la protección de su bufanda -Me las enseñaba…
Algo en la mirada de la muchacha había cambiado. No había sombras ni pesadumbre. Brillaba, como pocas veces la había visto y, a la vez, diferente a todas esas veces.
-Me gustaría escucharlas alguna vez… -dejó escapar sin pensarlo demasiado. Pero se arrepintió al instante. Él no era quien para meterse en eso -Eso… dijiste… que a veces cantabas…
Mikasa asintió con la sonrisa más amplia que le había visto jamás. Aquello lo tranquilizó y lo hechizó al mismo tiempo. En ese momento Mikasa era tal como la chica a la que dibujaba incansablemente. Era suMikasa, esa que había jurado olvidar.
-Sí… claro… -fue la respuesta de la chica volviendo a ocultarse tras su bufanda.
A la distancia, Haller intentaba llamar al mesero, pero Betza daba por terminadas las rondas amenazando que los despertaría temprano a como diera lugar y que se arrepentirían de esa borrachera.
Los músicos estaban de regreso con las alegres melodías que llevaban nuevamente a los presentes a bailar. Mikasa perdió su vista entre ellos aun manteniendo ese semblante iluminado de sus recuerdos dichosos. Jean la observaba en silencio. Era el alcohol, sí, culpa de él cuando impulsivamente llevó una mano sobre la que Mikasa tenía sobre el regazo. Ella lo miró con sorpresa.
-¿Bailarías conmigo?
La chica abrió sus labios ligero para responder cuando la voz de Betza se impuso a la música.
-La fiesta se acabó señores -exclamó -Nos retiramos. Ahora -dijo mirándolos de manera asesina.
Y así fue como el "sí" de Mikasa se perdió en su boca como así el tacto tibio de la mano de su compañero sobre la propia.
Emprendieron el regreso al cuartel de la Guardia Estacionaria.
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