La Legión de Elité

Gijar era la cuidad más al norte de la isla Paradise. Circundada de muros tal como todas las ciudades principales de los muros, pero jamás supo de los titanes que atacaron a las otras ciudades. Su lejanía del sur y la distracción de otros enclaves humanos más al alcance de los titanes, convirtió a Gijar en esos lugares en que la vida era lo más cercano a una normal. Sus construcciones eran similares a las de otros sitios en el muro, pero algo en el ambiente era diferente. Tranquilidad… como si no hubiese elemento que alterara su ambiente.

–Con qué así viven los privilegiados –suspiró Miller mientras el escuadrón caminaba hasta el cuartel guiados por un soldado de la policía militar –Estos no han visto un titán en su vida.

–Afortunadamente no –respondió el soldado de apellido Ziller –Jamás hubo un reporte en esta zona. La magia del norte –comentó de buen humor.

Algunos pobladores volteaban al ver las insignias de la Legión en los uniformes de Jean y Mikasa, mientras que los de la Tropa Estacionaria del resto de sus compañeros parecían no llamar la atención. Pero ver logos de la Legión no podía sino desatar incertidumbre. ¿Qué estaban haciendo allí? La Legión de Reconocimiento en Gijar era como un mito. Hasta sus pobladores llegaban las noticias desde el sur, de la caída de Shinganshina, de cuando el muro de Trost fue roto, del chico titán que salvó a la humanidad… y luego el cómo la Legión de Reconocimiento junto con la Policía Militar había recuperado el muro María, para luego establecerse en un cuartel en la costa.

Pero para los habitantes de Gijar, eso era muy distante a su realidad.

Ingresaron al cuartel, mientras un par de soldados guiaron a los caballos y la carreta de abastecimiento hacia las caballerizas. Soldado con el que se cruzaran, era alguien que seguía alimentando la sorpresa de ver un escuadrón de legionarios lejos del sur.

Ziller guio al escuadrón hasta una oficina en el tercer piso del cuartel, en la puerta estaba el estandarte de la Policía Militar. El joven tocó a la puerta y desde dentro se escuchó un "adelante". Ziller abrió y dentro de la sala pudo identificar a dos hombres sentados frente a frente en el escritorio, un par de tazas de té y unas galletas en un platillo. Tal parecía que no discutían algo importante.

–Capitán Sorrensen, capitán Dietrich –dijo Ziller cuadrándose –Tenemos visita desde la costa.

Sorrensen se puso de pie tras el escritorio. Era un hombre en sus cincuenta y algo, el hombre al mando de la Policía Militar en la ciudad. Dietrich, quien representaba la misma edad de su colega, se volteó a media en la silla para observar al grupo. Ocho miembros, de ellos seis de las Tropas Estacionarias, y los dos más jóvenes de la Legión de Reconocimiento. Frunció el ceño por reflejo, no quería pensar en qué estaría hablando el pueblo en este mismo instante. Posó sus ojos en la más joven de las mujeres un instante, su aspecto era bastante peculiar. Una asiática. Había visto a una cuando estuvo de recluta en Shinganshina, pero era una chica entonces. Y esta asiática de la Legión de Reconocimiento se veía mestiza.

Sorrensen caminó hasta la puerta, Dietrich lo siguió.

–Hans Sorrensen, capitán de la Policía Militar de Gijar –se presentó –Él es Peter Dietrich –indicó a su compañero –Capitán de la Tropa Estacionaria.

–Jean Kirstein, líder de escuadrón de reconocimiento –dijo el muchacho estrechando las manos que les extendían los sujetos –Estamos de paso. Necesitamos cruzar el río.

El capitán Sorrensen repasó a Jean con la mirada. No era más que un crío, pensó. ¿Qué estarían haciendo en el norte? ¿Acaso había alerta de titanes? No, desde hacía un año que no llegaban reportes desde Quinta o Factua, la ciudad al este.

–Cruzar el río y crear los más inusitados rumores en mi ciudad –bromeó Sorrensen –Ahora todos deben creer que tenemos a los titanes encima.

–No hemos visto uno solo en nuestro recorrido –informó Jean frunciendo el entrecejo al notar el tono displicente de Sorrensen –Es solo una misión de reconocimiento de la costa ordenada por la comandante Hange Zoe.

Dietrich asintió en silencio. Con que los reportes desde Quinta eran reales y no inventivas de Gruen. Realmente ese escuadrón estuvo en la costa. ¿Sería que…?

–Asumo que la idea original no era ingresar a la ciudad entonces –dijo el capitán de la Tropa desviando la mirada hacia Sorrensen –Interesante misión, Kirstein. Supongo que nadie se sentó a pensar que el río era infranqueable fuera de los muros. Quizás si nos hubiesen enviado una misiva pudiésemos haberles… facilitado la tarea.

Había burla en su voz, algo que no pasó desapercibido para ninguno de los miembros del escuadrón.

–Ziller –llamó Sorrensen –Lleva a los miembros del escuadrón a nuestras barracas. Que se instalen. No pensarán seguir de largo cuando ya es mediodía. Al menos tómense un tiempo para asearse y comer algo antes retomar su trayecto.

–Gracias, capitán –respondió Jean.

–Sí, señor –se cuadró Ziller –Andando, colegas.

Pero antes que todos pudiesen marcharse, Sorrensen alzó la mano.

–Kirstein, acompáñanos.

Jean asintió. Miró a sus compañeros, quiso llamar a Hausdorf, pero sus palabras murieron en su boca cuando Dietrich lo miró fijo.

-Toma asiento -le indicó Sorrensen a una de las sillas frente al escritorio -Será un momento.

Los miembros del escuadrón salieron de la oficina. Ziller cerró la puerta por fuera. Jean esperó que ambos hombres volvieran a sus sitios previo a sentarse junto a Dietrich.

–Con que tú eres de los sobrevivientes del nuevo escuadrón de Levi Ackerman –comentó Dietrich –Buen trabajo allá en Shinganshina.

–Gracias, capitán –respondió Jean algo seco.

–Nunca pensamos que alguna vez tuviésemos chance contra los titanes –Sorrensen tomó la palabra –La humanidad se alza contra su peor enemigo, solo para darse cuenta que es solo el comienzo de otra pesadilla –soltó en un bufido -Y resultó que más allá de los muros hay todo un mundo que está esperando nuestra extinción.

–Casi prefería los titanes –habló Dietrich –Al menos se divertían en el sur y acá jamás les vimos un pelo.

Jean mantuvo un silencio sepulcral. ¿Cómo podían hablar con tal relajo de una situación que torturó a cientos de personas durante años causando muertes y destrucción? Claro, ellos no habían perdido nada… No podía culparlos, él mismo pensó así alguna vez. Ahora entendía porque Eren quería romperle la cara cada tanto. Él mismo quería golpear a ese par de vejestorios en ese mismo momento. Malditos egocéntricos de mierda recluidos en su mierdero caparazón escondiendo su cabeza y cuanta extremidad tuviesen cuando otros perdieron la vida solo para conseguir una victoria que les asegurara una vida en paz.

–Ya me extrañaba que la Legión no se interesase en hacer un mapa de la isla. Ha pasado un año ya desde que recuperaron el muro María -retomó Sorrensen -Al menos la llegada de aquel barco desde Mare los hizo reaccionar.

Jean sopesó la situación un segundo manteniendo un rostro inexpresivo. No era momento de ponerse a discutir, menos cuando habían claras provocaciones en las palabras de aquellos hombres.

-Ya era hora, supongo que aquel barco solo aceleró los planes -comentó Jean restándole importancia.

Dietrich asintió y tomó su taza para darle un sorbo.

–Verás, muchacho, durante este año que ustedes limpiaban la isla de titanes, nosotros organizamos una especie de legión de reconocimiento interina –informó Dietrich –Los mejores miembros de la policía militar y mis mejores hombres. La elite de la elite –se pavoneó. Jean lo observó fijo. El hombre le indicó su taza -¿Te sirvo un té? No es el mejor, pero seguro no tan malo como el que tienen en la costa -Jean negó -Siempre me ha parecido una injusticia que lo más malo se designe a la Legión -suspiró -La comida, la ropa, los reclutas… pero se llevan los mejores caballos.

Quizás por eso califiqué, pensó Jean burlón. Mejor no darle vueltas al asunto. Tampoco iba a discutirles la calidad de sus compañeros, ni la propia. En otro momento hubiese saltado de su puesto, hubiera tirado en sus caras la sexta posición de su generación y les hubiese dicho que si había elegido la Legión era porque creía en sus principios.

Pero era una batalla que no tenía ánimos de librar. Su sexta posición de recluta ni sus habilidades de elitecon el equipo de maniobras iban a valer de argumento. Para esas dos viejas tortugas no era más que un crío con cojones… o poco cerebro.

Momento… ¿Legión interina?

Sorrensen dejó una enorme carpeta sobre el escritorio y tomó asiento.

–Nuestra pregunta siempre fue, ¿cuándo la atención se centraría en el verdadero paraíso de esta isla? La atención del gobierno siempre ha estado en el sur, sobretodo luego de la caída del muro María –continuó Dietrich –Y es algo entendible. Pero su dejación nos ha permitido tomarnos ciertas libertades.

Sorrensen abrió la carpeta y la empujó suave hacia Jean.

–Desde que se informó que no rondaban titanes en Quinta ni en Factua, nuestros hombres han salido a recorrer la zona… hasta la costa.

Jean fijó sus ojos en mapa frente a él. Era la ruta del río, mencionando cada camino, cerro y valle. Pasó su vista a Sorrensen quien sonreía soberbio.

–Me temo que si querían pasar desapercibidos, no lo han logrado –continuó Dietrich –Quinta informó de su paso.

Jean frunció el ceño.

–De ninguna manera llevamos una misión encubierta si eso es lo que insinúa –Jean alzó la voz –Este mapeo ha sido informado a las autoridades pertinentes. No tenemos nada que esconder.

Sorrensen se apoyó cómodamente en el respaldo de su silla y se cruzó de brazos.

–Entonces, puedo asumir, que me facilitarías tus mapas, Kirstein. Tengo especial interés en saber qué tal te pareció el fin del cuarto muro –comentó Sorrensen sin perder esa soberbia –O, quizás, tengas más que contarme sobre el fuerte de Quinta.

Jean se lo quedó mirando fijo. Ambos hombres se largaron a reír.

–La ingenuidad de la juventud –suspiró Sorrensen entre sus risotadas –Escúchame, chico. No vamos a estropearte tu misión de ningún modo –tomó aire y bajó su humor –De hecho te facilitaremos lo que tenemos. Te dejaremos unos cuantos cartógrafos para que sea más expedito. Ellos se encargarán de realizarte copias… Veo que tanto trabajo te ha pasado la cuenta –bajó la vista a la mano vendada de Jean.

–No entiendo… si sabían de la existencia de todo esto, ¿cómo es que no lo han informado? –preguntó Jean secamente –Ustedes mismos lo dijeron, Mare ya atacó una vez, volverá a hacerlo y no sabemos por dónde dirigirá sus tropas.

–Por lo mismo, te dejaremos todo lo que sabemos –respondió Dietrich y tomó el antebrazo de Jean –Muchacho, si hasta ahora nadie estuvo en esos lugares, es porque alguien quiso que fuese así. Y no quiero estar metido en eso. Lo del fuerte de Quinta y el cuarto muro fue suficiente para desintegrar la legión interina. Atraer la atención hacia el norte no es algo que deseemos.

–Cada día más la gente habla sobre salir de los muros, salir de la isla. ¿Sabes lo que eso significa? –preguntó Sorrensen, Jean guardó silencio –No, claro que no. Los de la Legión de Reconocimiento siempre han querido salir de los muros. Para ustedes significa la libertad. Pero para nosotros implica abrir la salida a fuera de los muros y perder el control que tenemos de nuestra población. Escasamente podemos controlar los condados fuera de las ciudades amuralladas. La gente querrá salir a su ansiada libertad y de eso al libertinaje hay un solo paso.

–Deberán crearse nuevas bases en distritos –continuó Dietrich –Más responsabilidades divididas, más control, más delincuencia, más evasión de impuestos. Mientras ustedes juegan a ser libres, nosotros nos empecinamos en mantener un status quo que nos ha costado un siglo tener.

–Son como aves de corral, no saben vivir fuera de los muros –suspiró Sorrensen –No voy a hacerme responsable de esto. Solo te diré una cosa, Kirstein –lo miró fijo –Saca a esta gente de los muros y prepárate para la anarquía.

Jean pasó la vista por ambos hombres. Sin duda alguna las más grandes aves de corral en ese lugar no estaban entre los pobladores, sino que eran aquellos dos capitanes.

-¿Hasta dónde mapearon? -preguntó Jean obviando todo el discurso.

Dietrich ladeó la cabeza, el chico permanecía imperturbable.

-Factua -respondió -Todo lo que necesitarás está en esa carpeta.

-Gracias -dijo Jean y soltó una espiración -Creí que podría retomar la misión en un par de horas -su tono de voz era despreocupado -Pero viendo esta carpeta, creo que tardará más de lo que pensaba.

Dietrich volvió a beber de su taza con parsimonia.

–Mandaré por los cartógrafos luego del almuerzo, ellos se encargarán. Puedes supervisarlos si gustas –comento Sorrensen –Puedes decirle a tus hombres que fiscalicen la labor.

Se puso de pie y se estiró. Caminó hasta la ventana y perdió su vista en el muro que rodeaba la ciudad.

–El Rey Karl Fritz se encerró aquí para protegernos de algo más grande que los titanes. Sus razones tuvo que tener –se apoyó en el alféizar –Aun recuerdo cuando se nos notificó de aquella pareja que intentó huir en un globo… –se sonrió ido, nada de su soberbia en ese momento –Rodeados de titanes, pero aun así decidieron salir de los muros. ¿Hasta qué punto puede llegar la necedad del ser humano?

Jean lo miró fijo.

–No es necedad la curiosidad, ni la libertad un libertinaje. Qué poca fe tiene en su propia especie, capitán –respondió Jean buscando complicidad en Dietrich, quien sonrió dejando la taza en el escritorio.

–He vivido más años que tú, muchacho –recalcó Sorrensen.

Dietrich colocó una mano en el hombro del chico.

–La estamos protegiendo de sí misma. La libertad es para quien puede con esa responsabilidad -dijo con voz amable -Pero tú eres joven aún. Comprendo tu ímpetu. Vamos, chico. Baja a almorzar con tus compañeros.

Sorrensen se dirigió hacia la puerta y la abrió.

–Prepararé una sala para que puedan trabajar durante la tarde -indicó Dietrich poniéndose de pie para acompañar a Jean a la salida -Trae tus mapas, será interesante -Jean iba a abandonar la oficina, se sorprendió al ver a un hombre tras la puerta, parecía esperarlo -Por cierto… la chica, la de tu escuadrón…

Jean por única vez se permitió una reacción. Frunció el ceño clavando los ojos en el hombre.

-¿Qué hay con ella? -preguntó.

-Asiática, ¿no?

-Mestiza, es erdiana -aclaró Jean con firmeza -Y es la mejor soldado que ha tenido la humanidad después del capitán Levi.

Dietrich asintió lentamente.

-Muy exótica -agregó luego del apasionado discurso del muchacho -Que no ande sola. Cuando un pueblo parece muy tranquilo, sus mugres se esconden bajo la alfombra. Y una chica como ella llama a la atención.

Jean asintió y abandonó la oficina escoltado por el soldado de la policía militar.

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–Siempre supe que ese chico tenía ínfulas de comandante –bufó Miller sentándose a la mesa del comedor –Mira que ni siquiera pedirte que te quedaras con él, Karl. Si con suerte se limpia el culo solo.

Hausdorf desestimó el comentario de su colega y chasqueó la lengua.

–El muchacho es quien está a cargo, no yo. Si estoy en esta misión es porque es un mapeo, así como todos ustedes –aclaró y Miller hizo un gesto con la mano restándole importancia –Recordemos que los únicos legionarios acá son Kirstein y Ackerman. Si hubiésemos encontrado titanes en nuestro camino, el chico para ti sería una especie de ídolo. Te conozco, eres un pueblerino –se burló.

–Solo digo que ya ni se respeta a los mayores –refunfuñó Miller –En mis tiempos los críos como el jefe eran los que me servían el desayuno, hacían los turnos nocturnos y vaciaban los orinales de los cuartos de los capitanes.

Sommerville se largó a reír.

–En tus tiempos… Entonces asumo que eras tú el que tenía ese trabajo –volvió a reír –No seas tan mañoso, viejo. No vaya a ser que Ackerman le vaya con el cuento a Kirstein sobre lo que dices –se volteó hacia Mikasa, pero ella seguía con la vista en la puerta –Ey, Ackerman.

Mikasa se volteó hacia Sommerville. Parecía perdida de la conversación.

–Disculpa, no escuché –dijo finalmente.

–Mejor –exclamó Haller –Porque si supieras los desatinados comentarios que Miller está haciendo del jefe no te gustarían.

–No a todos tiene que gustarnos a quien tenemos como superior –comentó Mikasa sin darle importancia –Pero conociendo a Jean –miró a Miller –Creo que le gustaría saber cuáles son tus reparos para poder mejorar.

Betza sonrió y miró a Hausdorf, él le respondió al gesto. Benson tomaba la conversación, comentando sobre la ciudad. Haller y Sommerville se pusieron a discutir sobre cuántas horas de viaje serían hasta Factua y que deberían ingresar a ella para poder volver a recorrer la costa. O, tal vez, deberían regresar a la costa.

Los pasos de Ziller se acercaron a la mesa que ocupaban los miembros del escuadrón. Se sentó en un extremo, junto a Mikasa.

–El almuerzo está listo para que vayan por sus bandejas antes que se llene el comedor –comentó de buen humor –No es la mejor comida del mundo, pero seguro es mejor que comer en un campamento –agregó.

Los presentes se pusieron de pie, a excepción de Mikasa, quien solo se limitó a observarlos. No notó que el soldado de la Policía Militar seguía a su lado mirándola con atención.

–¿Cuál es tu nombre? –preguntó Ziller logrando que lo mirara algo sorprendida.

–Mikasa.

El joven asintió y sonrió.

–No pareces ser de aquí, tus rasgos… son muy exóticos –Mikasa no respondió, pero acomodó su bufanda cubriendo parte de su rostro –¿Te estoy incomodando? Disculpa. Es que me pareces muy guapa.

–Gracias –murmuró bajo su bufanda.

Ziller continuó observándola en silencio, o más bien, buscando la manera con la cual sacarle más conversación.

–¿No vas a comer? Les espera un viaje largo hasta Factua –era la cuidad al este –O no te apetece la comida de este lugar… Conozco un sitio muy bueno en la ciudad, puedo llevarte.

Mikasa lo miró un instante, Ziller volvió a sonreírle amplio.

–¿Dónde está Jean?

El soldado pestañeó un par de veces desconcertado.

–Reunido con los jefes. Puede tardar –dejó caer despreocupado. Mikasa siquiera lo miró –¿No quieres hacer algo divertido? Mi turno casi termina. Gijar es una ciudad encantadora.

–No, gracias.

Ziller suspiró. Sí que era ruda esa muchacha. Miller se sentó junto a Mikasa y le sonrió al joven soldado con picardía.

–¿No vas a comer chini? –preguntó de buen humor a la chica –¿O se te cerró la barriguita con esto que tu novio está con los jefes? No te preocupes, solo es algo de rutina.

Mikasa miró a Miller con sorpresa. Pero en el rostro del hombre no había jugarreta como siempre. Vio que algo cambiaba en el rostro de Ziller.

–Oh… –balbuceó el soldado –Lo siento –Mikasa lo miró con su semblante indescifrable –No sabía. Disculpa –Mikasa enarcó una ceja –Si necesitan algo estaré en la mesa de la guardia –dijo el soldado poniéndose de pie.

Miller se sonrió malicioso y comenzó a darle el bajo a su almuerzo. Betza llegó hasta ellos junto con Hausdorf. Unas mesas más allá un par de jóvenes bromeaban a Ziller quien 'se había tratado de ligar a la chica del líder del escuadrón de reconocimiento'.

–Kirstein ya debería estar aquí –murmuró Hausdorf justo cuando el resto de los chicos llegaba a sentarse con sus bandejas –¿Por qué tardará tanto? Solo era informar sobre la ruta…

Betza miró a Mikasa. Sommerville carraspeó.

–Seguro deben estar tratando de averiguar lo más que puedan de esta misión. Quizás desde Quinta les llegaron con el rumor –comentó Sommerville.

Betza notó la incomodidad de Mikasa.

–Come –dijo Betza extendiéndole un plato de sopa a Mikasa –El camino será largo.

La muchacha aceptó la sopa únicamente para no hacerle el feo a Betza. Metió la cuchara dentro y comenzó a juguetear con los fideos sin darle probada.

Unos pasos se acercaron a ellos. Una mujer joven se detuvo frente vistiendo el uniforme de las tropas estacionarias.

–Buen provecho –dijo con voz amable –Soy Hilde Goldblum. El capitán Dietrich me envió para orientarlas en las barracas de las mujeres.

–Pero si vamos de paso… –respondió Betza –Solo necesitamos que se nos autorice el paso al interior del muro.

–Sí… eso puede tardar –comentó la mujer con un tono algo juguetón –Aprovechen de descansar, ¿sí? –sonrió amplio, gesto que no tuvo la recepción que hubiese esperado en las mujeres del escuadrón –Bueno, cuando estén listas, me avisan. Estaré en la mesa de allá –indicó con el dedo y se retiró.

Betza se la quedó mirando, para luego volver a su almuerzo. Mikasa se puso de pie una vez que terminó a duras penas la sopa, y caminó hasta Hilde, la chica de la tropa estacionaria de Gijar.

–¿Cuál es la oficina de tu capitán? -dijo sin siquiera anunciarse.

La muchacha ladeó la cabeza. Sus compañeros de mesa observaron a Mikasa con curiosidad.

–¿Necesitas algo? Porque puedo ayudarte…

Mikasa la miró fijamente.

–Necesito hablar con el líder de mi escuadrón –siseó, su rostro lívido y sus ojos clavados en los claros de la muchacha –Ahora.

Hilde se puso de pie de inmediato, mientras sus compañeros de mesa intercambiaban miradas entre ellos.

–Sígueme –dijo la muchacha.

Ambas salieron del comedor, los miembros del escuadrón de reconocimiento las siguieron con la mirada. No necesitaron caminar mucho más, a la distancia, Jean iba hacia ellas en compañía del policía militar.

Aquella angustiosa sensación que invadía a Mikasa se desvaneció. No, no era como cuando sentía a Eren lejos de ella y en peligro. Era similar, pero tan diferente al mismo tiempo. No era como si le arrancaran la piel y se sintiera jalar hacia él, no. Era una incomodidad en el pecho, una molestia… No era una necesidad ir a su lado, no se sentía morir si no lo hacía. Pero…

-¿No almuerzas? -preguntó Jean al verde frente a Mikasa. El soldado de la policía militar se dispensó -¿O sabe horrible? -bromeó.

Mikasa no respondió, sin embargo estudiaba a su compañero. Cada gesto, el tono de su voz, la postura frente a ella. Lo vio fijar su vista en su acompañante de la guardia estacionaria. La chica sonrió amistosa.

-Hilde Goldblum -se presentó -Asumo que eres el líder del escuadrón…

Jean asintió, la chica seguía con su sonrisa inamovible cuando el muchacho se presentó y algo comentó sobre las instalaciones. Hilde respondió dando iniciado el regreso al comedor charlando amenamente.

Mikasa se quedó un par de pasos más atrás observándolos a ambos hablar. De pronto tuvo un recuerdo, le pareció estar viendo a Jean con Milly. Esa chica lo miraba de la misma manera.

Se detuvo viéndolos llegar hasta la puerta del comedor sin siquiera haber notado que ella ya no les seguía. Pero antes que ingresaran Jean se volteó buscándola. Mikasa acomodó su bufanda alta para cubrirse medio rostro.

Dejando a Hilde ingresar al comedor, Jean descorrió sus pasos para ir hasta Mikasa.

-¿Pasa algo? -preguntó con curiosidad. Mikasa negó -¿No vienes…?

-Ya comí algo -respondió sin darle importancia -¿Por qué tardabas tanto? Todos estaban preocupados…

Jean se sorprendió de escuchar que su escuadrón estaba preocupado por él, o por lo que aquella reunión tuviera como fruto. Reunión que resultó más informativa de lo que hubiese pensado.

-Vamos al comedor, Mikasa -el semblante de Jean cambió de uno preocupado por la actitud de la muchacha a uno serio -Prefiero informar a todos que tardaremos un poco en salir de aquí.

-¿Por qué? -interrogó la chica bajando la voz -Esto es de paso…

-Al comedor -indicó Jean con un sutil movimiento de cabeza. Mikasa se cruzó de brazos -Ya, vale -bufó -Mapearon la costa. Desde Quinta a Factua.

-¿Qué?

Jean dio un par de pasos al comedor. Mikasa no se movió de su sitio exigiendo tácitamente que continuara su explicación.

-Al comedor o te perderás el resto de la historia -advirtió en tono juguetón, a Mikasa pareció no parecerle divertido. Jean le extendió una mano -No es nada malo, lo prometo. Perturbador, pero no malo. ¿Vamos?

Mikasa soltó una espiración y se dio por vencida de tener la información en primera instancia. Tomó la mano de su compañero y se dejó llevar hasta el comedor. De pronto recordó:

-Dijiste que nos tardaríamos aquí -comentó y Jean se detuvo en la puerta -¿Cuánto?

-Quizás un día o dos -respondió mirándola volverle pensativa -Sé que nos retrasará, pero si la información es fidedigna, nos ahorraremos unos cuatro días y podremos regresar a la costa… -dijo bastante rápido -Si… si quieres regresar de inmediato… lo… lo entenderé. Está bien. No hay titanes, tengo buenos refuerzos, en realidad no es una misión que requiera tener a la mejor soldado…

Mikasa parpadeó un par de veces tratando de digerir la metralleta verbal atropellada de Jean.

-Dos días -repitió Mikasa.

-Sé que es un tiempo muerto, que esta misión ha tardado más de lo presupuestado y que…

-¿Quieres salir por la noche? -soltó la chica. Jean cerró la boca aun en medio de sus explicaciones -Es una ciudad muy bonita.

Jean asintió medio idiotizado. ¿Mikasa lo estaba invitando a salir? Sin salir de sus ensoñaciones y estado embobado siguió a Mikasa, quien había retomado la marcha, hasta sus compañeros. Se sentó y todos lo miraba expectantes. Él solo podía repetir las palabras de su amiga en la cabeza.

-¿Y? -preguntó Hausdorf -¿Qué sucedió que tardabas tanto?

-Te traeré la bandeja -dijo Mikasa en tono amable, la primera parte de la historia ya la sabía.

Se retiró. Todos miraban a Jean con insistencia.

-¿Qué pasó? -dijo Betza poniendo una mano en el hombro de Jean, preocupada por su silencio y un gesto nervioso en el rostro -Kirstein…

-Mikasa me invitó a salir… -murmuró y el escuadrón ladeó la cabeza -Digo… Tenemos una situación inusual. Gijar estableció un cuerpo de exploración y mapeó la costa desde Quinta a Factua.

Mikasa regresaba con la bandeja. El escuadrón se concentró en la información que, ahora sí, su líder podría entregarles.

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