Distancia
El sol apenas salía entre las colinas que separaban a Quinta de la costa cuando el escuadrón salía desde los muros rumbo al viejo fuerte.
Jean fue lo suficientemente discreto como para orientar la marcha inicial como si se dirigiesen al sur. Para cuando estuvieron lejos de la vista de los muros de Quinta, el galope se detuvo. Mikasa entregó el bolso que contenía los registros de migración a Gregor, quien junto con Frederick retomaron la ruta, mientras que el resto del escuadrón cortaba hacia el oeste.
Había sido una movida inteligente. Nadie podía saber aun de dicho fuerte, no mientras no supieran las implicancias que ello pudiese tener en su batalla contra Mare.
Como siempre, el trayecto libre de titanes. Unos pequeños recesos para que los caballos descansaran, los dibujantes tomaran notas y luego retomaban la marcha. Nada que fuese diferente al resto de toda su misión, excepto por un detalle que se hizo evidente ya al llegar al fuerte.
Sentados alrededor de una fogata que habían encendido fuera de la construcción, Betza destapó un ungüento de color café y un fuerte aroma a mentol. Metió los dedos dentro y sacó una buena cantidad. Tomó el brazo descubierto de Jean y comenzó a frotarle desde el antebrazo hasta los dedos con gran experiencia. El chico hacía ligeros gestos de dolor.
-Según mis cálculos -Haller indicó unos trazos en una hoja -Son exactamente 112 kilómetros desde Quinta.
Hausdorf tomó la hoja que le extendía el oficial y comenzó a contrastarla con sus propios cálculos.
-Eso quiere decir que los muros son perfectamente concéntricos -comentó Jean viendo como el ungüento le iba dejando la piel brillante.
-Aun no vamos del otro lado, puede que sea diferente -comentó Hausdorf.
-Hasta ahora lo único que puedo sacar en conclusión es que los titanes son mejores constructores que nosotros -bromeó Sommerville sentado junto a Haller.
Encerrados por titanes convertidos en muros. Encerrados por su libre voluntad. Sus recuerdos borrados. Un fuerte desconocido. Cientos de conjeturas que ninguno de ellos quería explicitar. Y era mejor dejarlo así.
-Con esto estarás mejor -comentó Betza a Jean enrollando una venda en el brazo y mano del más joven del grupo -Karl solía tener este problema a menudo.
-Eres la mejor enfermera de guerra, Betzie -la celebró Hausdorf -Un verdadero lujo, muchacho. Tienes suerte que yo sea un hombre generoso.
Y seguido de ese último comentario el pote del ungüento le fue a dar directo en la frente, eso si no tuviese tan buenos reflejos con su mano izquierda y haber detenido el impacto con asombrosa rapidez.
-Ya sería hora que intentaras volver a tu trabajo en lugar de sobrecargar a Kirstein -lo reprendió Betza -Bien que puedes hacer otras cosas con esa mano. Así que te quiero tomando los lápices otra vez, al menos para que comiences a acostumbrarte.
Le quitó el pote con brusquedad de la mano y se perdió con él dentro del viejo fuerte.
-Está preocupada -la disculpó Hausdorf -La entiendo. Pero…
Jean lo sabía. Karl había tratado de tomar los lápices y ayudarlo los días anteriores. Pero sus trazos aun eran torpes.
-Tranquilo, tengo todo bajo control -dijo Jean con soberbia mirando a su mano -Es solo simple cansancio. Nada que los cuidados de Betza no alivien, ¿verdad?
Hausdorf se sonrió. Mikasa miró como Jean bajaba la manga de su camisa y la abotonaba a la altura de la muñeca.
-Iré a terminar lo pendiente -Jean se puso de pie -Mañana recorreremos hacia el norte. Debemos recuperar el tiempo perdido en Quinta.
-Aburrido -bufó Miller viendo al muchacho marcharse dentro del fuerte. Se estiró sonoramente -Bueno, hora de mi ronda. ¿Sommerville?
El aludido pegó un salto de su sitio y partió por su caballo. Así comenzaba otra noche en el fuerte oeste y la última que pasarían en ese lugar.
Jean tomó las anotaciones desde el salón principal donde se habían instalado, para dirigirse a una vieja oficina perfectamente implementada, que había destinado para trabajar esa misma tarde antes de la cena.
Dejó la lámpara de gas sobre el escritorio y el resto de los implementos. Sintió un ligero tirón en la muñeca, el mismo que ya arrastraba desde antes de ir a Quinta, pero que desestimó pensando que ya de resolvería solo.
Al menos el ungüento de Betza parecía aliviarle un poco. Abrió la carpeta y sacó unos mapas a medio confeccionar. Se puso a trabajar.
Ya llevaba poco más de una hora cuando escuchó la puerta abrirse y recordó que solo la había dejado junta. Unos pasos se escucharon ingresando y una taza de café fue dejada sobre el escritorio de aquella vieja oficina.
-Todos se fueron a dormir ya -dijo la recién llegada Mikasa tomando asiento frente a él, con una taza entre sus manos.
-No sabía que teníamos café - respondió Jean tomando su taza.
-Puede que haya comprado un poco en Quinta -comentó Mikasa -Dado que hay alguien que gusta de trasnochar para dar abasto. Nada mejor que un café para una noche fría de trabajo.
-Es muy cierto, gracias. No debiste molestarte.
-No es molestia.
Mikasa caminó hasta la ventana, se sentó en la saliente observando hacia afuera. De reojo vio como su colega tomaba un sorbo del café, lo dejaba a un lado y volvía a su trabajo.
-Deberías ir a dormir, Mikasa.
La chica dio un sorbo a su café.
-No tengo sueño -respondió aun con la mirada al exterior, podía ver claramente la luna en lo alto -Además, esta oficina tiene la mejor vista.
-No soy la mejor compañía cuando trabajo…
-Tampoco he venido a charlar, ambos sabemos que no es mi fuerte… -se volteó hacia Jean -A no ser que te moleste que te acompañe.
-¿Qué? No, para nada -exclamó Jean nervioso de siquiera ella pudiese pensar que le desagradaba su compañía -Puedes quedarte si quieres. Solo me preocupa que no descanses lo suficiente. Fue un trayecto bastante largo.
-Si estuviera cansada o tuviera sueño, estaría en la habitación durmiendo.
Simple y sencillo, así era el razonamiento de Mikasa. Nunca haría algo que realmente no quisiera y nadie la podía obligar a ello. Eso también Jean lo sabía.
Mikasa volvió a perder su vista por la ventana, pronto escuchó el suave sonido de los trazos del lápiz sobre el papel. Bebió de su taza. Afuera podía sentir el romper de las olas contra las rocas y el aroma del mar, que en Quinta no existía.
Tomó aire profundamente y, dejando su tazón en la saliente de la ventana, se estiró soltando un suspiro. Le gustaba la brisa fresca que provenía desde el mar, aun cuando era diferente, le provocaba la misma sensación de pasar bajo los pinos de un bosque. Había un pinar cerca de su antigua casa, le gustaba el aroma de los árboles, pasear y esconderse entre ellos mientras el viento ululaba entre sus copas.
Nuevamente esa sensación de hogar volvía a ella. Pero, al contrario de otras veces, y tal como desde hace un par de días, no la ahogó dentro de ella reteniendo la respiración. Sino que la soltó en lo que fue muy similar a un suspiro. Sonido que llamó la atención de Jean, quien sacó sus ojos de su trabajo para posarlos en ella.
-¿En qué piensas? -preguntó Jean aprovechando un pequeño descanso en el que se frotaba la muñeca.
-En nada -su respuesta era sincera.
Su mente estaba muy lejos de allí, aunque quizás nada no era la mejor respuesta. Tal vez "nada de lo que quiera hablar" era más precisa. Sin quererlo en ese tiempo había pensado más en su vieja vida de lo que en los últimos años lo había hecho. No sabía exactamente que lo había gatillado, pero sus pensamientos recaían en ello por momentos. Como en ese preciso momento.
Vio a su compañero asentir y regresar a sus dibujos. Se incorporó y caminó hacia él asomándose para ver qué era lo que hacía.
-Es la ruta desde Quinta -explicó Jean indicando a la ciudad -Estos -mostró unas rayas junto al camino -Los marcadores de diez kilómetros…
-Muy profesional -comentó interrumpiendo la cátedra del muchacho.
Jean la miró fijo.
-Esto no te interesa en nada -respondió con algo de resentimiento.
-No es eso -corrigió de inmediato -Solo que…
La respiración se le cortó de pronto, cerrando su garganta. Si hubiese podido verse, hubiera notado lo que Jean sí hizo: su rostro se había ensombrecido y sus ojos se nublaron volviéndose opacos.
-Nada -retomó cuando la respiración se liberó -Nada.
Jean no dijo palabra, bajó la vista a su mapa, pero no continuó con su trabajo. No era la primera vez que veía esa reacción en Mikasa, de hecho, ese solía ser su gesto. Quizás el verlo tan abrupto le hizo caer en cuenta que hacía un tiempo que no lo veía así. Unos días quizás. Solo unos días bastaron para olvidar el usual semblante de su compañera, el que volvía a aparecer en su rostro.
¿Cómo podía haberlo olvidado? ¿Tan ciego estaba en su propia ensoñación de Mikasa, que ver a la verdadera Mikasa le resultaba tan extraño? Momento, ¿cuándo fue que comenzó a ensoñarse con ella otra vez? ¿Y cuándo fue que dejó de tener esa sombra perpetua?
Simplemente eran demasiadas preguntas.
-¿Qué? -preguntó Mikasa ajustándose la bufanda.
-¿Qué qué? -respondió Jean siendo sacado de sus cuestionamientos.
-Te me quedaste mirando raro…
-¿Ah? ¡Ah! Sí, disculpa -dijo precipitado y volvió a su mapa.
Mikasa devolvió sus pasos hacia la ventana. Tomó asiento nuevamente en la saliente y bebió lo último de su, ya casi, frío café. Nuevamente el trazar del lápiz sobre el papel, el sonido de las olas chocar, el aroma del mar.
-Mi papá no necesitaba mapas -dejó escapar Mikasa en un murmullo y la vista en la luna -Conocía todos los alrededores y cada uno de sus senderos -la respiración fluyó libre esta vez -Incluso cuando nevaba, jamás erró el camino. Decía que si la noche lo encontraba en el bosque, las estrellas lo guiarían a casa…
Jean no necesitó mirarla para saber que su rostro debía brillar. Su voz ya lo hacía.
-Debió ser alguien genial -comentó Jean -Tu padre…
Mikasa acomodó su bufanda cubriendo medio rostro, como cada vez que quería esconder lo que le sucedía. Ella no hablaba de su pasado, no hablaba de sus padres… Pero últimamente no podía evitarlo. Era como si algo se hubiese desbloqueado, como si todo quisiera recobrar un sitio en ella, en sus pensamientos y recuerdos vívidos.
-Aunque no me extraña que tu papá fuese genial, tú eres muy genial -continuó Jean sin sacar la vista de su mapa -No creo que necesites un mapa. Eso es para los comunes.
-Disculpa, te estoy distrayendo -interrumpió Mikasa apresurada.
-No, no -repuso el muchacho aceleradamente -Puedes seguir hablando… M-me g-gusta escucharte hablar…
En lugar de perpetuar el silencio o de continuar hablando, Mikasa se rió bajito.
-Tartamudeaste… -comentó volteándose a verlo.
-Te dije que aun lo hacía… a veces -respondió rápido.
-Ahora lo sé. Ahora… lo noté.
Había cierto énfasis en ese ahora, como si de pronto, realmente estuviese viendo a quien tenía al frente.
-¿Por qué lo haces? -preguntó Mikasa sosteniéndole la mirada.
-Si lo supiera no lo haría.
Lo vio volver a bajar la vista a su trabajo. Lo notaba incómodo y no era porque se frotara la muñeca y tronara sus dedos de cuando en cuando, mientras terminaba de dar un par de ajustes al mapa. Había algo más. Algo en como fijaba la vista en su trabajo, algo en un fruncimiento de labios que lo llevaba a arrugar ligero la nariz.
Volvió a mirar por la ventana. Descansó la espalda en el marco, una pierna a cada lado de la ventana, sus manos apoyadas sobre el abdomen. Respiró profundamente una vez más.
Miró de soslayo a su compañero. Guardaba una hoja y sacaba una completamente en blanco. Tomando un cuchillo, comenzó a afilar el lápiz. Ese sonido invadió el ambiente y la mente de Mikasa voló nuevamente lejos de allí. A las tardes de invierno frente al fuego, esas tardes en que su padre le tallaba muñequitos con forma de animales. Le había pedido que le enseñara, aun cuando su madre se negaba.
Cuando cumplas diez años, ahí te enseñaré.
No había notado que había cerrado los ojos. Y su padre tampoco alcanzó a enseñarle a tallar madera. Retuvo la respiración.
El sonido del lápiz sobre el papel la sacó de ello y soltó una espiración. Se volvió hacia Jean y notó que la miraba con atención.
-No vayas a dormirte ahí -le advirtió -Podrías caerte. ¿Por qué no te sientas en un lugar menos potencialmente mortal? -había un ligero dejo de broma dentro de la preocupación en su voz.
Mikasa dio un ligero saltito al interior y rápidamente fue al escritorio.
-No deberías continuar trabajando si te duele la mano -dijo sentándose frente a él, Jean se sorprendió -Tú temes que me caiga por la ventana, yo temo que quedes tullido como Hausdorf.
Jean se rio.
-Solo es este último y termino. Perdimos un día completo en Quinta, no podemos retrasarnos más. Necesitamos regresar lo antes posible al sur.
-No hay prisa -respondió Mikasa con tranquilidad -Además no fue un día perdido. Todos se lo pasaron muy bien. Un día libre frente a ya una semana de ruta fue una jugada muy estratégica. Sobre todo con Gregor y Frerick.
Jean sacó la vista de su trabajo.
-¿Qué hay con ellos? -preguntó extrañado.
-Te detestan.
-Dime algo que no sepa, Mikasa -volvió a reír -Son soldados con bastante más experiencia. Les pica el orgullo que sea yo quien guíe la misión. Honestamente, a mí también me molestaría que llegara un chiquillo altanero a darme órdenes.
-No eres altanero, Jean. Has sido bastante humilde con todos, sorprendentemente humilde… -entrecerró los ojos -¿Qué planeas?
-Nada -dijo con tranquilidad -Solo llevar esta misión en paz. Aunque tengo que reconocer que estuve a punto de mandarlos a la mierda un par de veces.
-¿Y por qué no lo hiciste?
-¿Viste al comandante Erwin mandar a la mierda a alguno de sus subordinados alguna vez? -preguntó indicándola con el lápiz, Mikasa negó -La manera más sencilla de demostrarle a alguien que puede influir sobre ti es enganchando con sus modos.
-No puedo evitar pensar en Eren cuando hablas así -dijo pensativa.
Jean apretó los dientes un segundo, un gesto que pasó inadvertido para Mikasa. Tomó el mapa y lo revisó olvidando la mención de su amigo. No más chicas, Kirstein, no más chicas.
-Nunca entendí porqué Eren y tú discutían tanto -Jean apenas levantó la vista del papel -Porque creo que tienen muchas cosas en común… Pudieron ser buenos amigos desde un comienzo, como ahora.
-Del odio al amor hay un paso -respondió Jean tomando una goma para perfilar un trazo - Aplíquese de manera heterosexual.
Continuó su trabajo en silencio. Mikasa observaba los trazos con atención. Le gustaba poder acompañar a su colega, aun cuando solo estuviese a su lado intercambiando un par de palabras. Le gustaba saber algo más de él y le gustaba como pensaba. Pero, sobre todo, le gustaba como no se sentía que estorbara o molestara. Podría estar con Betza o con Miller, también eran agradables, pero sentía que Jean no la juzgaba por sus silencios ni por ser… ella.
-Me gustas, Jean.
El muchacho detuvo la línea que trazaba, apretó el lápiz con tanta fuerza al papel que la punta se quebró y salió disparada quien sabe dónde. Clavó sus ojos en Mikasa y se volvió rojo hasta las orejas.
-¿Q-qué? -balbuceó.
-Eres agradable, me siento muy bien contigo. Ahora entiendo porque Armin te aprecia tanto -dijo Mikasa con simpleza sin caer en el significado inicial que su compañero le había dado a sus palabras -Me alegra haberte acompañado en esta misión.
Jean soltó una espiración pesada. El corazón fue desacelerándose lentamente y el sonrojo bajando de intensidad.
-A mí también me agrada que vinieras finalmente -le sonrió amplio -Siempre es bueno tener un rostro conocido en una misión.
-Tener un amigo en una misión -corrigió ella con una leve sonrisa.
Jean asintió. Tomó la navaja para sacar punta a su lápiz nuevamente. Se rió internamente mientras de reojo miraba a Mikasa prestar atención a su acción.
-También me gustas, Mikasa.
-Lo sé -respondió con voz tranquila.
Se puso de pie seguida de la atenta mirada de su compañero. Volvió a sentarse en la saliente de la ventana.
-No voy a dormirme ni caer -dijo con la vista hacia el cielo.
-No he dicho nada -contestó Jean volviendo a lo suyo.
Mikasa bajó la vista viendo la distancia que la separaba del suelo. Aproximadamente cuatro metros, cinco tal vez.
-Cuan frágil es la vida -dijo rompiendo el silencio -Solo un paso en falso -pasó la otra pierna fuera -Un descuido de un segundo…
Jean alzó la mirada y la vio ponerse de pie en el marco de la ventana. Se levantó de la silla rápidamente y en dos zancadas estaba junto a ella.
-¿Qué estás haciendo?
-Mi padre se descuidó un segundo. Era un hombre precavido. Jamás hubiese abierto esa puerta tan tranquilamente si no hubiese pensado que tras de ella estaba el doctor Jaeger.
-Mikasa, bájate de ahí -le tendió una mano -Solo dame la mano y baja de ahí. Son cuatro metros abajo.
-Casi cinco -respondió volteándose hacia él y extendiendo su mano como para tomar la de su compañero -Fue un segundo… no tomó la precaución… y… -alejó su mano antes que Jean pudiese tomarla.
Lo miró un segundo y se dejó caer de espaldas. Jean se abalanzó hacia la ventana viendo como Mikasa caía dando un hábil giro que la llevó a caer con elegancia en el suelo, con ambos pies y agachada, como si fuese un gato.
-¿Estás loca? -gritó Jean desde arriba.
Mikasa soltó una espiración profunda. Tocó la hierba con una mano. Estaba fría y húmeda. Viva, tan viva como ella. El corazón le latía acelerado, el aire ingresaba en su cuerpo, fresco y vital.
No, no estaba loca. Solo viva, muy viva.
-¡Si ésta es otra de tus manifestaciones de "soy mucho mejor que el resto" no es gracioso, Ackerman! Te he dicho hasta el cansancio que no te expongas.
-Si sabes lo que haces no es exponerse, líder de escuadrón. Si yo puedo, tú también.
Jean apoyó las manos en el marco de la ventana. No, no iba a arrojarse al vacío como Mikasa. Ambos sabían que eso podía terminar en un desastre y un embarazoso accidente. No entendía muy bien a qué iba todo eso, pero la vio ponerse de pie y algo había cambiado en ella. Como si se hubiese sacado un enorme peso de encima.
-Eres increíble… -dijo Jean más hacia sí mismo como para que ella le escuchara.
-¿Te vas a quedar allí arriba? -preguntó Mikasa.
-Tengo trabajo que terminar, señorita -respondió con cierto tono a reproche -Y no voy a tirarme ventana abajo si es lo que esperas.
-No, claro que no -dijo mirándose las uñas -Eso es algo que Eren haría, no tú. Lo cual es bastante paradójico, considerando que con el equipo de maniobras eres el mejor de la generación. Saltar de la ventana no debería ser un desafío para ti.
Jean enarcó una ceja.
-¿Me estás retando?
-En lo absoluto, estoy diciendo que estoy completamente segura que podrías hacerlo. Pero ya que estás tan ocupado -había burla en ello -Te dejaré con tus divertidos mapas.
Comenzó a alejarse del fuerte en dirección a la playa. Jean masculló algo entre dientes. Afirmó sus manos en el marco de la ventana, una a cada lado y se trepó sobre la saliente. Miró al suelo y calculó.
Mikasa se sonrió divertida al escuchar un golpe seco en el suelo tras unos segundos y unas pisadas rápidas para darle alcance. Ella misma aceleró para aumentar la distancia, mientras escuchaba el sonido de las olas cada paso más cerca.
La oscuridad, la fría brisa arremetiendo contra sus mejillas y desordenando su cabello, el arrullo de las olas y la fuerza con la que explotaban contra las rocas… Era la libertad, la sensación de la vida misma, la que corría por sus venas.
-Mikasa…
Ella se detuvo antes que sus pies alcanzaran el agua y se volteó hacia Jean. Lo vio respirar acelerado, el viento desordenada su pelo de una manera graciosa, las mejillas sonrojadas y la mirada curiosa, extrañada.
Sin saber porqué una suave carcajada se escapó entre sus labios, logrando que su compañero se mostrara aun más perdido. Pero no duró más que una fracción de segundo, porque él también comenzó a reír sin razón, quizás solo porque su propia risa era contagiosa o porque… porque sí.
-Estás completamente loca -dijo él cuando ya aquella risa lo abandonaba -Saltar por esa ventana…
-Tú también saltaste -respondió aun risueña -Te hubieses visto la cara… aun la traes…
-¿Qué cara?
-De bobo -respondió con simpleza volteando al mar -Siempre supe que podías hacerlo. A veces hay que darte un empujón para que veas de lo que eres capaz -respiró profundo mirando al horizonte -Eren jamás hubiese saltado ni menos llegado hasta aquí. Eren es libre, él va donde quiere. Puedo rogarle de rodillas y jamás hará algo que no quiere…
-Vale -bufó Jean de malhumor.
Mikasa se volteó detectando la molestia en el tono de su compañero.
-Gracias -dijo ella con una sincera sonrisa. Jean frunció el ceño -De verdad.
-¿Por qué? ¿Por casi matarme de un susto y luego querer que me matara saltando de esa ventana? -preguntó molesto y Mikasa se rió -¡Y ahora te ríes! ¿Te parece gracioso?
Pero calló de súbito cayendo en que jamás había escuchado a Mikasa reírse de esa manera. Y se reía con él… o de él, pero eso era irrelevante. Ahora entendía ese gracias.
-Lamento haberte asustado -dijo Mikasa ya calmando su risa.
Jean se alzó de hombros.
-Fue divertido ahora que lo pienso. Aun no puedo creer que saltara tras de ti. Estoy más loco que tú -la indicó acusador.
-Y fue genial. Deberíamos repetirlo.
-¡Claro que no! -exclamó con espanto, Mikasa se volteó nuevamente al mar ignorando su respuesta -Bueno, al menos no en lo inmediato.
-Buena respuesta, líder de escuadrón -respiró profundamente -La mayoría del tiempo, cuando veo al mar, pienso en Mare. Pienso tanto en ellos, en cómo deben estar planeando destruirnos, en cómo mantenernos con vida… Que olvido realmente mirar el mar. Es… tan inmenso. Tan poderoso como para habernos mantenido a salvo durante tanto tiempo de ellos. Y nuevamente, vuelvo a pensar en Mare.
-Es inevitable, después de todo, es el océano lo que nos separa de ellos. Pero… -se acercó a su compañera -si le quitas ese factor, el océano es hermoso.
-Y poderoso -agregó Mikasa -Cuando una ola te agarra en mal pie, puede arrastrarte metros y metros. ¿Recuerdas cuando Connie casi se ahoga?
-¡Cómo olvidarlo! La chica patata chillaba como enferma -se rió Jean, Mikasa se sentó en la arena -Ya deberían dejarse de idioteces y ponerse de novios de una buena vez.
Mikasa se sorprendió. ¿Acaso Jean sí había notado lo que a ella le costó tanto ver en su amiga? Sasha era su mejor amiga… y sus sentimientos por Connie le resultaron invisibles hasta… hasta que apareció Milly.
Milly. Casi había olvidado su existencia. La había olvidado y por instantes volvía a hacerse presente, como ahora. Como cuando recién comenzaron esa misión hacía dos semanas y Jean le habló de ella. Como hace un par de días cuando llegó esa carta… y ahora.
Recordó que quien estaba sentado ahora a su lado tenía alguien a quien llegar, aun cuando estuviese resintiendo el cómo ella actuaba. Él tenía a alguien a quien trataba con gran afecto, a alguien a quien trataba como a ninguno de ellos.
Sasha decía que le gustaba ver a las parejas y añoraba sentir lo que ellos debían sentir… sin siquiera haberlo vivido en carne propia. Y recordó que ella también lo había hecho. Que miraba a Milly y a Jean desde la otra mesa del comedor, que los veía caminar por los pasillos tomados de la mano, el cómo ella lo abrazaba y él le correspondía.
Sin quererlo midió la distancia que la separaba ahora de su compañero. Medio metro. Medio metro que parecía un abismo. ¿En qué momento se perdía esa distancia hasta juntarse los cuerpos? ¿Qué debía pasar entre dos personas para romper esa distancia? ¿Cómo se descifraba el momento en que esa distancia no era necesaria e, incluso, estorbaba?
Ella sabía de esas distancias, con Armin, con Eren. A veces, cuando pasaban por malos momentos, cuando sentían que podían perderse… ellos rompían con esa distancia. No era extraño, ellos se abrazaban… a veces. Y la distancia no parecía un abismo, solo algo que era sencillo de traspasar. Solo ir y abrazar. Solo ir y tomarles la mano. No tenía nada de malo.
Porque romper esa distancia con los amigos no estaba mal, era lo que hacían. Por cercanía, por afecto. Una manera de decir estoy a tu lado y me agrada estar contigo. Y así se sentía justo ahora.
Había sido divertido. Todo había sido divertido. No solo el saltar por la ventana. Sino… todo. Cada vez que rondaban, los paseos por la costa en los cuales se acompañaban, muchas veces en silencio… pero cada vez menos silenciosos. Las cenas con las tontas canciones de Miller, la fiesta de Quinta y el almuerzo del día siguiente. Sus charlas… las disfrutaba. No fue azaroso que llegara esa noche a hacerle compañía, porque… ya estar a su lado le era tan natural como… como innatural era la distancia entre ambos.
-Deberíamos volver. Pronto tienes tu ronda con Betza y yo tengo que terminar esos mapas.
Jean se puso de pie y Mikasa simplemente lo imitó. Acomodó su bufanda más arriba de su nariz mientras desrecorrían el camino que habían tomado hacía unos minutos. ¿Cuánto había sido desde que habían saltado de la ventana?
Pudo ver a Betza detenida frente al fuerte con una sonrisa que trataba de disimular. Fue entonces que Jean subió al segundo piso, mientras que Mikasa se unió a la mujer en su ronda.
Ninguna de las dos dijo nada, aun cuando Betza traía una mirada curiosa, menos cuando Miller preguntó que porqué se sonreía tan pícara.
Cada una en su caballo, los cascos hacían un ruido seco a cada paso. Y así pasaron los minutos, hasta que Mikasa vio que la luz que escapaba desde aquella vieja oficina del segundo piso se apagaba.
-Solo trata de hacer un buen trabajo. No te preocupes demasiado -dijo Betza al notar la mirada de Mikasa hacia el fuerte.
Pero la muchacha solo guardó silencio. Silencio que mantuvo toda la ronda hasta que descendió de su caballo. Notó que Betza se quedaba atrás y supuso que el ver salir a Hausdorf del fuerte al tiempo que ella ingresaba podía tener algo que ver… o todo que ver.
Se dirigió hasta la habitación en que habían destinado pasar la noche y que Haller había limpiado obsesivamente. Siempre debía haber un maniático de la limpieza en una escuadrón.
Cambió la vela que iluminaba pobremente la sala, viendo la disposición de sus compañeros. La misma disposición de todas las noches. Betza decía que en la soledad de una misión y la complicidad entre compañeros, situaciones incómodas podían darse. Que la ocasión hace al ladrón y no expondría a una jovencita a las perversiones de sus colegas… que ella no pondría las manos al fuego por ninguno de ellos. No la cuestionó cuando desde el primer día, dispuso que Mikasa dormiría junto a ella y del otro lado su antiguo compañero, porque si alguien te respeta es ese muchacho.
Se metió dentro de su saco de dormir. Jean estaba volteado hacia ella, había utilizado su chaqueta como almohada. Se rodeaba con un brazo mientras que el otro estaba ligeramente extendido hacia ella.
Medio metro… o quizás menos. Ella solía darle la espalda para dormir, simplemente porque prefería ese lado. Apoyó su cabeza sobre su brazo dejando la otra ligeramente extendida al frente.
Diez centímetros o quizás más. Esa era la distancia entre su mano y la de Jean. Extendió un poco más el brazo. Cinco centímetros o quizás menos. ¿Por qué pensaba que lo que hacía estaba mal? No, no era que sintiera que estuviese mal. Era que… quizás, sentía miedo de romper esa distancia. Porque, quizás, de romperla, no quería volver a sentirla.
Cerró los ojos y respiró profundo. Recordó el haber estado de pie en aquella saliente de la ventana, mirando hacia abajo antes que Jean le extendiera la mano para pedirle que descendiera de ahí. El cómo se había lanzado al vacío sin miedo, por primera vez sintiéndose libre… que no había nada que temer, salvo a ella misma y sus fantasmas.
Abrió los ojos nuevamente y se movió ligero al frente. Levantó su mano. Cuatro centímetros… tres… dos… uno…
Apenas Jean sintió el ligero peso de la mano de Mikasa sobre la propia abrió los ojos, algo somnoliento y perdido. Ella lo miraba asustadiza, como quien había hecho algo que no debía. Si hubiese tenido aquella mano libre hubiese subido su bufanda hasta taparle los ojos. Y la tuvo libre un segundo después, en el momento en que Jean retiraba su mano desde bajo la de Mikasa… para pasar a ponerla por sobre la de ella.
-Buenas noches -dijo él simplemente haciendo una ligera presión.
-Buenas noches…
Su voz fue un murmullo al tiempo que cerraba los ojos y la tibia mano de Jean temperaba sus dedos.
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