Cuestionamientos
-No debiste ponerte a dibujar mapas con los muchachos.
Ya era casi la hora de la cena. El escuadrón de reconocimiento terminaba los últimos detalles, guardando y ordenando los mapas. Jean y Mikasa estaban alejados del ajetreo, sentados uno junto al otro. Frente a ellos una mesa donde descansaba la venda que el chico llevaba en la muñeca y el pote de ungüento de Betza.
-No quiero alargar nuestra presencia en este lugar -murmuró Jean viendo como Mikasa sacaba del pote una buena porción de ungüento y lo dejaba sobre su antebrazo. Estaba frío -Hay algo aquí que me intranquiliza.
Mikasa alzó la vista un segundo para cruzar su mirada con la de Jean. Volvió a expandir el ungüento.
-Entiendo a lo que vas -respondió Mikasa -Pareciera que se rigen por sí mismos, me recuerda a los tiempos antes que Historia se convirtiera en reina -sus manos se movían hábilmente -Aun así, no debes esforzarte algo. Jamás se enfrentarían a nosotros.
-¿Cómo puedes estar segura de eso?
-Valgo por cien soldados, ¿o no?
-Tan humilde -bromeó Jean, notó una leve sonrisa dibujada en su rostro -Y eres la mejor con los masajes también.
-Tonto.
Miller llevaba un alto de carpetas fuera de la oficina cuando notó que los más jóvenes de la misión hablaban en voz baja. Oh, sí. Había visto esos gestos antes. Esas sonrisas medias bobas, esa forma de mirarse.
-Eh, tú, líder de escuadrón -alzó la voz y miró a Jean fijo, el chico lo hizo de regreso -Mantén tus manos lejos de mi chinita.
Sommerville pasaba a su lado con otro alto de carpetas. Se acercó a Miller cómplice.
-Me temo que es tu chinita la que tiene sus manos sobre él.
-Mi pobre e inocente chinita ha caído presa de las artimañas de ese gandul -exclamó Miller melodramático.
Betza le dio un golpe en la nuca. Miller se quejó, Benson quien lo sobó.
-Es algo médico -lo regañó la mujer -Deja tus boberías de una vez.
-Si es algo médico, ¿por qué no lo haces tú?
Y así se instauró una pequeña discusión entre ambos, a la que se sumó el resto de la tropa. A lo lejos Mikasa miraba con curiosidad. Se volteó hacia Jean.
-¿No vas a decirles nada?
-¿Y arriesgarme que el viejo Miller quiera cobrar tu honor? -bromeó -Déjalo ser. Le gusta cuidar de su chinita… e hincharme las pelotas. Es parte de su encanto -Mikasa le sonrió ligero -Hablando de eso… no de Miller, sino del apodo. Hay algo que quiero que veas. Por la mañana, antes de partir a Factua.
-¿Qué cosa? -preguntó la muchacha.
-Walter me habló sobre un pueblo de los primeros que se asentaron en los muros… -comenzó -Vio uno de mis dibujos… el de la marca del muro y dijo que la había visto en ese pueblo…
Mikasa se sobresaltó y retiró las manos de su labor.
-Se lo dijiste… -masculló frunciendo el ceño.
-No. Nunca le diría algo así. Pero se ofreció a llevarme y creí que te interesaría.
-Pues no me interesa.
Su tono fue tajante, duro. Jean se sorprendió, sinceramente esperaba otra reacción. Pero en sus ojos leía el miedo.
-Mikasa… puede que allí haya algunas respuestas. A la marca… al cuarto muro.
La chica se puso de pie.
-No te metas en lo que no te incumbe -sentenció -No me interesa. No quiero saber nada. ¿Qué puede haber ahí que sea importante? ¿Más misterios? ¿Más rastros de una masacre a un pueblo que no hizo nada malo más que ser… diferente? No quiero verlo.
La pequeña discusión de ambos se perdía en el bullicio de sus compañeros.
-Pues yo iré de todos modos -repuso Jean.
-Haz lo que quieras.
Mikasa tomó el pote de ungüento y salió de la oficina dando un portazo. Jean dio un golpe en la mesa duro y luego se sobó la muñeca. Eso dolió.
-¿Ves lo que logras, Miller? -gruñó Betza notando recién la discusión de los menores del grupo -Con tus idioteces.
Salió también de la habitación.
-¿Y yo qué hice ahora? -rezongó el hombre.
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La hora de la cena fue tensa. Al menos entre Jean y Mikasa. El resto comía todos entusiasmados con sus planes para después de comer. Celebrarían la salida de Gijar y el éxito de su misión hasta ahora como mejor sabían: bebiendo.
-Mikasa… -murmuró Jean cuando todos estaban hablando. Ella estaba frente a él y levantó apenas la vista -Hablemos.
Mikasa se lo quedó mirando dejando los cubiertos sobre el plato. Soltó un suspiro y bajó la vista.
-Después -dijo con voz suave.
Pero 'después' no llegó. Ambos se vieron arrastrados por sus compañeros a pasar el rato en la taberna que les habían recomendado. Con suerte había una estrecha mesa disponible. Y tal parecía que Mikasa evitaba a Jean. No, no parecía, lo hacía. Se ubicó entre Sommerville y Betza, quedando lejos de su compañero.
Había demasiado en su cabeza como para siquiera dar espacio a ese 'después'. Había sido una real tonta, así se sentía. Tal vez víctima de esa soledad, de no estar con Eren ni Armin, había dado demasiado espacio a Jean. Había hablado demás… y hecho demás. Parecía que en los últimos veinte días se había transformado en alguien diferente. Y con ello se había expuesto.
Tenía marcado a fuego las palabras de su madre el día que grabó su piel. "No dejes que nadie la vea". Su mamá sabía lo que pasaría. La gente querría saber, querría explicaciones que ella no tenía… que quizás su madre, de haber tenido tiempo, le hubiese contado. Lo único que Mikasa sabía es que no debía dejar su marca a la vista. Eso significaba peligro. Tenía miedo… por alguna misteriosa razón. Hurgar en sus recuerdos le daba miedo, al menos en esos.
Podía notar a cada momento que Jean la miraba con insistencia. ¡No debió darle tanto espacio! ¿En qué momento comenzó a comportarse como una chiquilla? Una tonta niña que caía en cosas tan superficiales como salir con chicos, aceptar su cercanía… ¡en qué minuto se le ocurrió besarse con Jean! Él era un compañero, era un amigo. Y así debía ser. No estaba lo otro en sus planes.
Pero… le dolía la distancia. Le dolía siquiera pensar en volver a dejar las cosas como antes. Pero ella no era una niña, era un soldado. No podía involucrarse así.
Del otro lado de la mesa, Jean comenzaba a interpretar el silencio de Mikasa no muy lejos de lo que ella estaba pensando. Sí, era cierto. No debió involucrarse en sus cosas. Si ella mantenía todo en secreto, si lo mantuvo por tantos años, debía tener una razón de peso. Debía ser un tema delicado… involucraba a sus padres y toda la historia detrás. Debía involucrar su muerte también. ¿Cómo fue tan insensible? Guiado por su deseo de resolver los misterios de esa misión, pasó a llevar a Mikasa. Debió ser más cuidadoso. Pero… ella tenía que entender que había más que eso, más que su propio pasado en aquella marca en el muro y era su misión descubrirlo.
Pero, por otro lado, ¿estuvo realmente bien lo que hizo la noche anterior? Mikasa dijo que sí. Pero... ¡no lo estuvo! Claramente no lo estuvo. Quizás ella se confundió, él no. Jean tenía muy claro lo que sentía por Mikasa. Lo tenía muy claro hace años. Pero ella… Y fue él quien se aprovechó de la confianza que Mikasa tuvo en él. Seguramente se sentía sola, vio en él la compañía y el compañerismo. ¡Y él tenía que cagarla con sus estúpidas ilusiones y deseos reprimidos! Miller tenía razón, era un aprovechado, la peor casta de hombre. Había sido una bajeza. Aprovecharse de la vulnerabilidad emocional de alguien como ella. ¡Estaba sola y sin Eren! Sin Eren ella estaba perdida… y él fue y tomó ventaja de ello.
Por lo mismo, cuando Betza dejó su sitio para ir a bailar una alegre melodía con Hausdorf, aprovechó de cambiarse de sitio junto a Mikasa.
-Perdón -fue lo primero que salió de su boca -Por todo.
Mikasa lo miró un segundo y asintió.
-Está bien. Sé que no lo hiciste con mala intención.
Sommerville escuchó sin querer, era momento de dejarlos a solas.
-Vamos por unas chicas, soldados. No han visto chicos más guapos que nosotros.
Haller captó la indirecta y se puso de pie alzando a Miller con él. Se perdieron cerca de la barra. Benson, como siempre taciturno, se miraba las manos como si en ellas hubiese lo más interesante del mundo.
-Quiero que entiendas que, de todos modos, debo ir a revisar ese pueblo.
-Lo sé, es lo que debes hacer.
El silencio cayó entre ellos. Ninguno sabía que más decir. Aquella distancia que habían logrado quebrar volvía a instalarse entre ambos. Pero, después de todo, no era diferente hasta hace unas semanas atrás. Pero dolía. A Jean le dolía haber llegado a cumplir su sueño… pero que se cayera como un castillo en el aire. Le dolía sentir que había traicionado la confianza de Mikasa. Pero, para Mikasa, dolía aun más. Libraba una lucha entre lo que debía y lo que quería hacer.
-Yo… -Jean volvía a alzar la voz -Entiendo, ¿sabes?
-¿Entiendes qué?
Quería ser honesto, pero no podía. ¿Cómo podría? Había deseado tanto… tanto poder cumplir su sueño de ser correspondido por ella. Era de esas ilusiones que lo mantenían cuerdo entre tanta crueldad y desesperanza. Sabía que solo era un sueño y, a pesar de ello, estaba bien. Cuando todo se veía oscuro, el solo decirse tontamente "algún día me casaré con Mikasa, tendremos una familia y que se pudran los titanes y Mare", aquello lo hacía sentir mejor.
-Nada… -soltó una espiración -No es nada.
-Tengo miedo -dijo Mikasa de súbito -Tengo miedo de lo que pueda descubrir… Cuando vi la nómina de los clanes, en el cuartel costero frente a Quinta, sentí un escalofrío. Eran… eran muchos. Y solo quedaron reducidos a… ¿mí? Solo yo con el peso, con la herencia de tantos. ¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué nos erradicaron? ¿Qué más tengo que saber de mí? Es demasiado…
Jean asintió. Tenía razón. Pero él no se refería a eso. Sin embargo apreciaba la confianza de Mikasa. No volvería a fallarle en eso. Confianza, una de amigos. Solo era confianza y no daba paso a nada más. A nada.
-Sí… disculpa. No insistiré con el tema. Quizás no sea nada después de todo. Lo que haya en ese pueblo.
-Y… si hay algo interesante… -dijo Mikasa -¿Me lo contarías?
-Solo si me lo pides.
Mikasa asintió. El silencio volvió y con ello los cuestionamientos de Mikasa. ¿Por qué volvía a hablar de más? ¿Por qué no podía, simplemente, ser la Mikasa de siempre e ignorar todo? Ella era de quienes callaba, no de los que hablan. ¿Por qué ahora sentía la necesidad de hacerlo?
Betza y Hausdorf regresaron. Jean aprovechó aquello para ponerse de pie. No había nada más que hablar. Todo volvía a ser como antes. Quisiera haber tenido el valor de verbalizarlo, pero podía ser valiente en muchos aspectos. Sin embargo, no cuando se trataba de su única debilidad. No tenía el valor para escuchar de Mikasa un "lo siento, Jean, fue un error".
-Iré por otra cerveza -anunció en general -¿Alguien quiere otra? -todos negaron.
La velada se pasó rápido, sin duda la tropa lo pasó genial. Estaban entusiasmados con seguir el camino y preparados para más aventuras… o para seguir haciendo mapas. Jean quiso unirse a su buen humor y entusiasmo. Lo intentó, incluso habló de cosas casuales con Mikasa, una forma de convencerse que todo estaba bien. Y ella, bueno, Mikasa fue Mikasa. Taciturna y melancólica como solía decir Levi. Así era ella después de todo. No era esa chiquilla que sonreía y se ruborizaba, menos esa que sentía esa libertad y arrojo olvidando todo… como si retrocediera en el tiempo, a un espacio paralelo donde la pequeña Mikasa seguía viviendo con sus padres y creciendo junto a ellos.
Esa chica había muerto junto con ellos. Entonces, ¿por qué la sentía más presente que nunca?
-Eh, Ackerman -la llamó Sommerville y Mikasa se sorprendió de verse sola sentada a la mesa, todos sus colegas de pie y algunos junto a la puerta -Vamos, es hora de volver.
Se unió a ellos recorriendo las estrechas calles de Gijar. Pasaron junto al borde del río, donde anoche habían estado con Jean. Le dio un vistazo con disimulo. A él no le paraba la lengua charlando con Haller. Siguieron descorriendo el camino, pasando por la feria de la plaza. La gente ya cerraba los puestos y pocos circulaban. Ya casi era medianoche. Recordó cómo corrían la noche anterior para llegar antes que cerraran la puerta del cuartel.
Había sido divertido. Todo había sido divertido. Y ahora cobraba un sabor amargo. Por un momento, o varios, había sentido esa calidez y plenitud en su corazón. Una sensación que la llenaba, que la hacía… feliz. O lo más cercano que recordaba a la felicidad. Porque hace años que no sentía más que alivio cuando algo bueno ocurría. ¿Ocurrían cosas buenas en un mundo tan funesto?
Ingresaron al cuartel justo antes que cerraran las puertas y las campanas de la torre indicaran medianoche. Como si hubiesen hecho algo malo, todos bajaron la voz. Tal vez por no hacerse notar o solo por cuidado de no contrariar a nadie de ese extraño lugar lleno de suspicacias.
¿Ocurrían cosas buenas en un mundo tan funesto?
Tal vez no muy seguido.
-Iré -alzó la voz Mikasa dirigiéndose a Jean, pero todos voltearon.
El muchacho se sorprendió de aquella afirmación salida de la nada. O tal vez eso era lo que traía a Mikasa tan callada.
-De acuerdo. Salimos a las ocho de la mañana.
Era el momento en que debían retirarse a sus habitaciones, era la intención de todos, pero ni el líder del escuadrón, ni su compañera de movían.
-Yo me largo -exclamó Miller -No voy a quedarme a ver como ese chiquillo perverso… ¿Qué te pasa, Sommerville?
Arrastrado por el soldado, Miller no tuvo otra opción que tirar maldiciones por el pasillo importándole un carajo si alguien lo escuchaba. La tropa se retiró dejando a ambos chicos solos.
-En serio deberías decirle algo a Miller, es muy intenso -comentó Mikasa tratando de parecer casual.
-Debería patearle el culo -respondió Jean y Mikasa sonrió.
Ahí iba otra vez. Logrando que sus labios se curvaran, que se sintiera más liviana, más tranquila.
-Puede que mañana no encontremos nada, ¿verdad? -preguntó Mikasa volviendo a su estado pensativo.
-Así es.
-Pero… también puede que sí.
-Sí, también.
Mikasa asintió y acortó la distancia entre ambos, como venía siendo la tónica cada vez que una inseguridad lo invadía.
-¿Crees que encontremos algo que sea útil? -volvió a preguntar y Jean asintió.
-Si te sientes incómoda o extraña, en cualquier momento, abortamos misión -aseguró.
Mikasa enarcó una ceja y se cruzó de brazos.
-No voy a tener una crisis de pánico ni me voy a desvanecer. No soy ninguna damisela en apuros.
Jean se sobresaltó.
-No dije eso -repuso picando en la broma -Solo que estabas incómoda con el tema… y con eso de tus jaquecas…
-Jaquecas, no desmayos -respondió acortando más las distancias -Si crees que puedes jugar a héroe conmigo, elegiste a la chica equivocada.
Jean no salía de su sorpresa. ¿En qué minuto pasó de estar toda taciturna a… volver a ser la Mikasa que había visto los últimos días?
-Yo… ¿perdón supongo?
Mikasa sonrió muy amplio. Se sentía bien. Muy bien.
-Gracias -dijo finalmente. Jean la miró interrogante -Por preocuparte por mí.
Jean soltó una espiración. No entendía nada, pero al menos se la notaba de buen humor.
-De nada… supongo.
En un acto completamente impulsivo y contradictorio a todos sus cuestionamientos anteriores, Mikasa terminó por cerrar la distancia entre ambos y apoyó la mejilla en el hombro de Jean. Por reflejo, la abrazó, aun sin entender absolutamente nada. Apoyó su mejilla en la coronilla de la chica. La sintió rodearlo por la cintura con más fuerza de la necesaria.
-Mikasa…
-¿Sí? -preguntó ella.
Mantenía sus ojos cerrados y respiraba tranquila disfrutando la cercanía y el aroma en la camisa del muchacho. Olía rico.
-Me estás triturando las costillas -su voz sonaba forzada.
Mikasa soltó el agarre, pero no se apartó.
-Perdón… -murmuró avergonzada.
-Tranquila, está bien. Solo trata de no matarme, ¿vale?
-Vale.
Sin nadie alrededor, rodeados del silencio de la noche y la intimidad de aquel pasillo no transitado, Mikasa se tomó la libertad de dejarse ser. De olvidar todos sus cuestionamientos y responder a esa necesidad de sentirlo cerca. Lo sentía acariciarle la espalda alta con una mano, mientras la otra se enredaba en su cabello frotando suavemente su nuca. Era muy agradable. ¿En qué minuto pensó en que aquello no era correcto?
Se apartó ligeramente y llevó sus labios a la mejilla de su compañero depositando un suave beso… y otro más… y otro. Se hizo hacia atrás cuando el último beso fue a dar demasiado cerca de su boca. Descorrió una de las manos que tenía en la espalda de su compañero y se la apoyó en el pecho.
-Aquí -dijo la chica haciendo una ligera presión -Me haces sentir muy bien… justo aquí.
Jean sonrió amplio y embobado.
-Tú también -puso una de sus manos sobre la de Mikasa -Justo aquí.
Aquella mano en la nuca de Mikasa hizo una certero movimiento solo para guiarla hasta que sus labios se encontraran.
Hubo ansiedad en ello. No fue como los besos compartidos la noche anterior, de esos con inseguridad y timidez. Era diferente, había un calor distinto. Era la necesidad de probar lo que ya había gustado y no se podía siempre tener.
Había algo nuevo y extremadamente delicioso en ello. Era una sensación que despertaba todos sus sentidos, que la hacía sentir… viva. Y era adictivo.
-Quise hacer esto todo el día -murmuró Jean en un instante mínimo en el que se apartó.
Mikasa lo miró. Sus mejillas sonrojadas, los labios húmedos, los ojos brillantes. Lo tomó por el cuello de la camisa, con demasiada fuerza y lo atrajo hacia ella. Otro cabezazo, tal y como la noche anterior. Pero al contrario, Jean no se quejó, solo se rio y puso sus manos sobre las de Mikasa. Con sutileza logró que soltara su camisa y pasó los brazos de la chica tras su cuello. Mikasa estaba avergonzada, ¿cómo era posible que fuese tan brusca… incluso para esas cosas?
-Ahora sí -volvió a murmurar Jean -Tenemos que seguir practicando.
Lejos de dejar notar la vergüenza frente a su fuerza, Mikasa respondió:
-Me parece una buena propuesta, líder de escuadrón.
Volvieron a besarse, ocultos en la intimidad de la noche y en la soledad de aquel corredor. Y si los descubrían, daba igual. Ya no había nada que esconder… Nada que seguir debatiendo.
.
.
A las ocho de la mañana en punto Mikasa llegó a la puerta del muro en su caballo. Jean y Walter en la misma situación.
La cabalgata fue de cerca de una hora a todo galope. El camino hasta el poblado estaba delimitado y despejado, aun cuando no se toparon con nadie en el camino. Pasada esa hora, se vieron en un sitio plenamente construido, como cualquier otro poblado a las afueras de una ciudad principal.
-Bienvenidos a Kakaro -dijo Walter al llegar a las primeras construcciones -Dejemos los caballos aquí. No hay nada que encabrite más a los pobladores que mierda de caballo en sus calles.
Los chicos de la legión bajaron de sus caballos y los dejaron amarrados en un árbol con cierta reticencia. Walter les aseguró que los encontrarían al regresar. Se adentraron en el pueblo a pie.
Jean se volteó abruptamente al ver pasar a aquella mujer, ya en sus tardíos veinte años. Su vista fija en el largo y oscuro cabello que llevaba atado en una trenza que caía por su espalda y se movía al vaivén de sus pasos.
-¿Ves algo interesante, primo? -bromeó Walter llamando la atención de Mikasa, quien siguió la mirada de Jean y frunció el ceño.
Jean se sonrojó ligero por saberse descubierto mirando a la mujer. Pero era ese detalle el que llamó su atención.
-Su cabello… es muy oscuro.
-Lo sé -retomó Walter -Verás ese tono de cabello regularmente aquí. Sé que no es común en otros sectores de los muros.
Mikasa recorrió con la vista aquella pequeña feria local. Su aguda vista división a varias personas con el pelo muy oscuro, otros no tanto, solo pocos castaños y un par de rubios oscuros. Miró a Walter con curiosidad.
-Supongo que tu aspecto no es tan destacable por aquí, ¿verdad, Ackerman?
Ahora fue Jean quien se fijó en el aspecto de los ciudadanos. Había algo, efectivamente, en sus rasgos. En unos más notorio que en otros.
-Trataron de diezmarlos, pero fue imposible -continuó Walter retomando la marcha -La purga… -ambos jóvenes se lo quedaron mirando -Hace unos cien años, hasta hace unos veinte, los asiáticos eran perseguidos como un medio de "limpiar" la raza. Se los suponía peligrosos, pero la verdad es que son muy pacíficos… si no se los provoca.
-Yo suponía que habían exterminado a todos -dijo Mikasa con voz suave -O que… -negó suavemente.
-Así como sobreviviste tú, lo hicieron otros. El ser humano es sobreviviente por naturaleza. Deberías saberlo -canturreó, Mikasa volvió a fruncir el ceño ante el tono -Bueno, el asunto que es una vez que se alzó la purga, salieron de sus escondites en las montañas y regresaron a este pueblo, hasta entonces un pueblo fantasma. Era mejor estar unidos en caso que llegaran los traficantes de esclavos… ya saben a qué me refiero.
-No, no lo sé -dijo Jean algo podrido por el tono altivo de Walter. Habla claro. ¿Esclavos? La esclavitud es penada por la ley.
-Esclavitud sexual -concluyó Walter -Tomaban mujeres, hombres y niños para las perversiones de quienes podían pagarlas. Un gusto muy caro si me preguntan.
Jean le dio una mirada de reojo a Mikasa, quien no movió un músculo. Claramente no era un tema muy agradable a tocar, bastante sensible. Pero Mikasa no era una chica muy sensible que digamos, no en ese aspecto… cuando se trataba de enfrentar la cruel realidad.
-Muy bien, hemos llegado -anunció Walter deteniéndose frente a una puerta.
Era una casa como cualquier otra, nada diferente, excepto por un pequeño grabado en la madera. Mikasa fijó sus ojos en él y se llevó la mano a su muñeca vendada por inercia.
Walter llamó a la puerta y ésta se abrió al cabo de un momento. Una mujer asomó su rostro. Mikasa se sorprendió al notar el parecido que tenía con ella. Excepto por los ojos azules de la mujer y su largo cabello con un espeso flequillo.
-Oficial Kirstein… pase.
-Buen día, Beth -saludó con familiaridad -¿Está tu abuela en casa? -la chica asintió, no era mucho mayor que Mikasa -No te asustes por la compañía. Éste -puso una mano sobre el hombro de Jean -es mi primo y ella es una amiga.
La chica cerró la puerta tras ella e hizo una pequeña inclinación de cabeza a modo de saludo. Tampoco disimuló su sorpresa al notar los rasgos en común con Mikasa.
-Soy Beth Grissom -se presentó.
Ambos chicos se presentaron. Era evidente que Beth, tal como Mikasa, era mestiza. Y Jean supuso que la gran mayoría del pueblo debía serlo. Claro que, en el caso de Beth, su nombre no la delataría.
-Síganme -dijo Beth guiándolos por el pasillo hasta dar con la cocina.
Pasaron entre los muebles para salir por una pequeña puerta. Tras de ella un jardín interior, en el centro, sentada frente a una mesa, una anciana cortaba delicadamente las hojas de un pequeño árbol, tan chiquito como una planta que no superaba los cuarenta centímetros de altura.
-Abuela… -Beth alzó la voz y recién la mujer salió de su concentración -El oficial Kirstein vino a verte.
-Walter -la mujer se puso de pie costosamente.
Fue Walter quien se acercó para darle la mano. Hizo una seña para que Jean y Mikasa se acercaran también. Pero antes que pudiese presentarlos la anciana llevó sus manos al rostro de Mikasa, logrando que la chica se sobresaltara, pero no se movió.
-¿Dónde estabas escondida, preciosa? ¿Cómo te llamas?
-Mikasa… -respondió la chica mostrándose nerviosa, pero extrañamente segura.
Retiró sus manos con una gran sonrisa.
-Es un nombre tan lindo como tú.
Sacó su atención de Mikasa para mirar a Jean de arriba abajo.
-¿Y este guapetón? ¿Trajiste a un afuerino para volver locas a las chicas? Ya sabes cómo les gustan la gente de los muros. Cien por ciento erdiano.
-Es mi primo Jean -comentó Walter risueño.
-No me digas que será el nuevo jefe del cuartel, porque Harry ya está bastante viejo como para retirarse a vivir al campo -volvió a sentarse -¿Estás soltero, muchacho? -miró a Jean -Porque si es así te tengo un par de candidatas.
Beth dejó frente a ellos unas tazas de té.
-Disculpe a mi abuela, oficial -dijo Beth -Le encanta hacerlas de casamentera.
-No hay problema -respondió Jean con relajo.
Beth se sentó junto a su abuela.
-¿Entonces estás soltero? -insistió la anciana.
Jean miró de reojo a Mikasa sin saber qué responder. ¿Estaba soltero? Sí. ¿Tenía novia? Sí, Milly aun seguía siendo su novia mientras no regresaran al cuartel y aclarara la situación… Y, bueno, estaba el tema de Mikasa… ¿qué eran con Mikasa exactamente?
-No está disponible -fue Mikasa quien dio la respuesta con tomo calmo.
La anciana esbozó una sonrisa pícara.
-Ya veo -su tono fue agradable -Muy bien, entonces si no vienes por mis dotes de casamentera, Walter. Ni porque este jovencito reemplazará al viejo Harry… ¿A qué debo tu visita?
-Cuéntale, Jean. Sin mentiras esta vez -dijo Walter ya sin bromas. Parecía muy serio.
Pero antes que Jean hablara Mikasa mostró a la anciana su muñeca desvendada. La mujer tomó su antebrazo y repasó la cicatriz con los dedos. A continuación se trepó la manga y le enseñó la propia. Exactamente iguales. La mujer parecía emocionada, su sonrisa era enorme. Tomó la mano de Mikasa entre las propias.
-Pensé que el clan había sido destruido completamente en cuanto salieron de aquí -comentó -Me alegra. Me alegra que hayas regresado.
-No entiendo… -dijo Mikasa algo perdida -Salir de aquí…
-Hace sesenta años, yo era solo una niña… la purga llegó con más fuerza que nunca. Arrasaron con todos los poblados rastreando a cada uno de nuestra raza. De todos los clanes solo tres sobrevivieron. Las familias se separaron, huyeron a otras zonas buscando protección. Entre ellos, mi hermano mayor y su familia. Nunca más supe de ellos. Era mi único hermano. Me alegra saber que su familia prosperó.
-Cuando traje a este par, no pensé que fuese tanta la casualidad. Me alegra haberlo hecho -dijo Walter.
Mikasa miraba su mano sostenida entre las de la anciana. Se sentía cálido y su mirada oscura le traía paz. Ella misma no había conocido a sus abuelos, pero se imaginó que se verían como ella.
-¿Por qué… -Jean rompió el silencio -por qué esta marca está en el muro externo? -la anciana lo miró con atención.
-¿Han estado en el cuarto muro?
-Estamos en una misión de reconocimiento de la costa. Se suponía que solo íbamos a mapear, pero… -Jean miró a Mikasa -ha resultado más que eso.
La anciana asintió. Pasó su vista entre los presentes y soltó suave la mano de Mikasa. Bebió de su té.
-Mi padre contaba una historia, una que ocurrió hace más de cien años. Una que él alcanzó a vivir. Esta es una historia que pocos conocen, o solo conocen unas partes. Es algo que… no solemos hablar con afuerinos -hizo una pausa -Porque los afuerinos no saben, no conocen. Era mejor no saber. Eso supimos después. Por lo mismo, dejamos de hablarlo, incluso entre nosotros. Ni siquiera se la conté a mis propios hijos…
-¿Podrías contárnosla… abuela? -preguntó Mikasa con la voz más dulce que Jean le hubiese escuchado jamás.
La mujer sonrió amplio, pero en sus ojos se leía el recelo y el terror de hablar de ello. Tomó aire profundamente.
-Hubo durante años una guerra. Fuera de esta isla, del otro lado del océano. Una guerra que involucraba un poder jamás antes visto. Hombres y mujeres se convertían en enormes seres que destruían todo a su paso. Sin consciencia, luchaban por someter a otros pueblos. O eso decían. La verdad es que, los titanes, como llamaban a esos seres jamás tocaron un pelo a nuestro pueblo. Ellos… tenían una batalla con alguien más, con un pueblo llamado Mare. Se suponía que el poder del titán que fue dado a la Diosa Ymir, era para hacer el bien… pero la ambición humana no tiene límite alguno. Los titanes cayeron en manos de personas que no valoraron su potencial hacia el bien y tergiversaron su misión, que era traer la paz. Los utilizaron para someter a Mare, no para ayudar a que ambos pueblos hermanos lograran grandes cosas. Fue entonces que el Rey Fritz hace unos cien años, decidió retirarse junto con sus titanes a la isla. Eliminar a los titanes era imposible, pero sí encerrarlos. Mientras encontraba una solución, debería conseguir que todo su pueblo se apartara del mundo. Así al liberar el poder titán de lo que lo ataba a su pueblo, podrían ser libres de toda culpa y persecución. El mundo temía a cada erdiano por la potencial posibilidad de heredar un poder titán.
Hizo una pausa y volvió a beber de su té antes de continuar:
-Decidió llevar a su pueblo con él. Y junto con él, clanes que vivían bajo su alero decidieron hacerlo también. Era un acuerdo. Cuando el rey liberara a su pueblo del poder titán, una señal sería dada al mundo, que era el momento de la libertad de ese poder ancestral y misterioso. Nosotros, los clanes asiáticos, fuimos los encargados de cumplir esa misión el día que ocurriese. El rey Fritz temía que su poder fuese utilizado luego de mala forma… necesitaba alguien que pudiese recordar. Alguien no erdiano. Y tuvo razón en desconfiar. En cuanto los colosales construyeron los muros y todos nos refugiamos en ellos, fue… devorado por un sucesor. Y éste temió que la memoria terminara por destruirlos. Nadie debía querer saber qué ocurría afuera, nadie debía tratar de rebelarse o el plan quedaría destruido. Pero tampoco esperó que no todos los erdianos terminaran su éxodo a los muros. Fue traicionado, encerrado por su propia convicción. Quienes permanecieron en Mare con sus titanes juraron lealtad a la nueva nación… y lanzaron a los titanes bobos a la isla.
-¿Esa es la razón del cuarto muro? -preguntó Jean.
-No precisamente, joven -respondió la anciana -Hasta donde sé se construyó aquel muro antes de los internos, los de los colosales. Era una especie de límite entre las costas de Marley y el resto de la isla. Fue construido por muchas personas, en cuanto el rey comenzó a planificar el éxodo. Eso, años antes que se llevara a cabo. Era para proteger la costa… pero no sirvió de mucho, ¿verdad? El rey Fritz nunca esperó que el poder titán fuese utilizado en su contra por su propio pueblo al que juró proteger y salvar de ese yugo que era el propio poder.
-No se supone que yo ni Jean deberíamos escuchar esto -comentó Walter al aire.
-Ya no tiene sentido seguir callando. No cuando la verdad ha salido a la luz.
Los presentes guardaron silencio digiriendo la información. El rey quería eliminar el poder titán y, con ello, salvarlos del escrutinio y culpabilidad de un don mal utilizado. Fue traicionado por su propia gente y vendido al mundo. Al menos había una esperanza… alguien que creía que había solución. Debían encontrar una solución, aun cuando el mundo los culpara. El poder titán era… su maldición.
-¿Cómo quería el rey eliminar a los titanes? -preguntó Jean y la mujer negó indicando que desconocía aquello.
-Cuando las familias poseedoras de los titanes se volvieron contra el rey, algunos miembros de nuestras familias zarparon al país del este, nuestro lugar de origen. Querían informar los últimos acontecimientos y buscar ayuda -hizo una pausa -Nunca regresaron. Tampoco habrían podido hacerlo, no cuando luego Mare dejó a los primeros titanes bobos en la costa en cuanto el rey Fritz fue sucedido.
Era sin duda demasiada información. El cómo pasó esta información de generación en generación, seguramente de boca en boca. Esperando el momento de cumplir con el pacto de lealtad.
-Ahora las cosas han cambiado -continuó la anciana -La Reina Historia está dispuesta a lograr la libertad. No más secretos. El rey Fritz y Erdia fueron traicionados por su propia gente. Deben seguir adelante con el plan original. Reunir a su pueblo y desaparecer a cada uno de los titanes de la faz de la tierra. Ese era el sueño del rey Fritz.
-Pero… ¿cómo? -preguntó Walter.
-Eso es lo que el rey quería averiguar -respondió Jean -Solo que no le dieron el tiempo suficiente para hacerlo. Debemos…
-Traer a todos los titanes cambiantes a la isla -terminó Mikasa -Es la única manera… o es el comienzo. Algo debió saber el rey al respecto.
-Pero la mitad de los titanes… según lo que sabemos hay erdianos en el continente. Nunca podremos reunirlos a todos en la isla -reflexionó Jean -Ni tampoco sabemos qué hacer después de eso. Además si Mare sigue atacando, jamás lograremos ser lo suficientemente fuertes. Pueden diezmarnos si quieren…
-Pero qué poca fe, joven buenmozo -reprochó la anciana -Si algo hace fuerte al ser humano es la necesidad de sobrevivir. En esta isla, eso es algo que nos sobra.
Podrían haber seguido debatiendo el tema, pero el tiempo se acababa. Jean y Mikasa debían regresar para retomar la marcha por la costa. Todo su equipo los estaba esperando y estuvieron listos a mediodía.
-Podríamos habernos quedado a almorzar rezongó Miller cuando las puertas de Gijar se abrían para darles acceso al espacio del muro Rose.
-Mientras antes lleguemos a Factua, mejor. Debemos volver a la costa y darle un fin a esta misión -comentó Sommerville.
-Esperemos que no nos encontremos con más sorpresas -suspiró Hausdorf.
Mikasa y Jean intercambiaron miradas. Antes de salir de Gijar, Jean divisó a Walter quien le hizo una seña. Esperaba volver a verlo alguna vez y, para entonces, sí buscar su parentesco.
El escuadrón de reconocimiento salió de la ciudad y los muros se cerraron tras ellos.
Al mismo tiempo en el condado de Kakaro, Beth dejaba un té en la mesa donde su abuela terminaba de podar otro de aquellos pequeños árboles.
La anciana le sonrió y se llevó el té a la boca. Bebió un sorbo. Volvió de dejar la taza sobre la mesa.
-Beth. Ve por los muchachos. Vayan hasta el cuarto muro. Ya saben lo que hay que hacer.
-Sí, abuela.
Pasado mediodía un grupo de veinte muchachos jóvenes cabalgó hasta Quinta y solicitaron autorización para salir del muro María. Extrañamente, nadie lo negó… tal como si estuviesen esperándolos. Una vez llegado al cuarto muro al atardecer, treparon aquel puro tallando agujeros en él y colocando ganchos y cuerdas, tal como escalarían un risco. En sus bolsos cargaban resina, la cual extendieron por todo el largo alrededor de un kilómetro. Descendieron.
Con arcos cargados con fechas encendidas apuntaron a aquella zona.
-Este muro arderá cuando Erdia nos necesite. ¡Por la libertad! -gritó Beth.
-¡Por la libertad! -gritaron todos al unísono.
Las flechas surcaron el cielo dejando una estela de humo ennegrecido. En cuanto tocaron el muro, toda la superficie ardió.
-Que los cielos permitan que nuestros hermanos no hayan olvidado el pacto -murmuró Beth antes de volver a su caballo y emprender la retirada al muro María.
Del otro lado del mar, en una zona costera, una niña pequeña, de unos ocho años, jugaba con un viejo periscopio cerca del pequeño muelle de la residencia. El sol ya se había ocultado y las estrellas comenzaba a ser visibles.
-Abuelita Kiyomi, abuelita Kiyomi -gritó exaltada -¡Hay una luz chiquita! ¡Es como el sol cuando se oculta!
Una mujer en sus tardíos cincuenta se acercó a ella y miró por el periscopio.
-Ve por tu papá, Yuki.
Kiyomi Azumabito sacó la vista del fuego y pasó una mano por aquel símbolo grabado en el hierro del periscopio.
-Tal y como dijiste, Eren… Erdia está de regreso.
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