Cuando comienza la tormenta
Tal como había anticipado Walter, el mapeo de la costa entre Gijar y Factua era impecable. Y, como también les había adelantado, toda esa zona de la isla era escarpada, no habiendo una zona playa accesible. Nada que pudiese servir de puerto y desembarco enemigo.
–Brunner dijo que de este lado solo hay mar, ningún continente cerca –les recordó Hausdorf.
–Eso explicaría ningún cuarto muro de este lado –dijo Sommerville cerrando la carpeta.
El escuadrón completo contemplaba hacia el mar, el risco bajo ellos. El viento azotaba sus cuerpos aun cuando era mediodía del segundo día que ya llevaban en camino de regreso al sur. Su ubicación actual los dejaba a la altura de Factua, que estaba hacia el interior a aproximadamente un par de horas de galope.
–Deberíamos continuar –indicó Jean –A partir de ahora tendremos que optimizar el tiempo de mapeo. Si trabajamos arduamente podremos llegar al cuartel de la costa sur dentro de tres días.
Los integrantes del escuadrón asintieron en silencio. Hasta esta ubicación existían mapas. Una vez que rodearan este risco, el trabajo sería arduo como hasta hace un par de días.
–¿No pasaremos a Factua? –preguntó Miller extrañado –Ya creía que ibas a aprovechar la oportunidad para perder el tiempo con alguna excusa barata y aprovechar de abusar de mi chinita –agregó de malas pulgas.
Sommerville esbozó una sonrisa. Hausdorf soltó un bufido, Betza estaba tomando impulso para atestarle un golpe a Miller en la nuca. Fue Haller quien la detuvo tomando su mano con la sutileza de un amigo.
–Ackerman no es tu chinita.
Cuando la voz de Benson resaltó entre el resoplido del viento todos le prestaron atención. Miller quiso responder algo. Miró a Benson de la manera más intimidante que pudo, pero el hombre tenía su mirada perdida en la nada. Benson era… perturbador.
–Vamos –concluyó Jean el amague de discusión.
Ordenaron los documentos y continuaron la marcha hasta bordear el risco. Desde ahí continuarían con la medición y los dibujos. Instalaron un campamento en una zona rodeada de árboles para evitar la ventolera. Hicieron uso de sus víveres, puesto que pescar era imposible. Pero Miller insistió en cazar algo, porque de meriendas y papas no se vive. O eso dijo. Betza y Mikasa se sumaron a ello.
Todos quienes podían tomar un lápiz o un instrumento estaban trabajando con tesón. Aquello sorprendió y, al mismo tiempo, preocupó a Mikasa. ¿Por qué Jean ponía tanta insistencia en terminar el trabajo? Desde la visita a Kakaro que lo notaba acelerado e intranquilo. Honestamente, esperaba tal como Miller, que Jean quisiera tomar un descanso de una noche en la ciudad.
Tras un par de horas, Jean y Mikasa comenzaban ya la ronda nocturna. Recientemente habían relevado a Benson y Sommerville. La ventolera costera hacía que la costa estuviese despejada, pero las estrellas se perdían al medio del horizonte.
–Me gustaría saber qué piensas cuando estás tan callado… –Mikasa rompió el silencio.
–Lloverá… –dijo Jean volteándose hacia ella. Ambos a varios metros de distancia del campamento –Deberemos buscar resguardo.
–No sabía que tenías dotes de meteorólogo –bromeó Mikasa bajando la escopeta que cargaba durante la guardia, otra de las indicaciones de Jean –¿Qué pasa? –el muchacho la observó un instante sin saber qué responder –Hace días que pareces intranquilo, desde que abandonamos Gijar.
–Tengo un mal presentimiento –confesó Jean y Mikasa tomó su mano aprovechando la soledad de la ronda nocturna –Gijar me dejó con un mal sabor de boca.
Mikasa soltó una espiración. Podía entenderlo. Las actividades de Gijar en la clandestinidad, sus expediciones para reconocer la costa, el ambiente extraño que se respiraba…
–Temo por ti –agregó el muchacho.
Mikasa se sorprendió.
–¿Por mí?
Jean caviló. Sabía que Mikasa era fuerte. Muchísimo más fuerte de él. Podría enfrentarse a cien hombres y vencería… ¿verdad?
–No puedo dejar de pensar en lo que Walter dijo en Kakaro… en los comentarios de los capitanes sobre ti –masculló –Y Miller me habló sobre ese tal Ziller…
–¿Miller te dijo de un tipo que trató de acercárseme? –preguntó Mikasa extrañada, más porque Miller lo comentara que por otra cosa.
Jean soltó una espiración, ante lo que Mikasa apretó un poco más su agarre a la mano de su compañero.
–Quiero salir de aquí. Quiero volver a la costa… –confesó Jean con cierta angustia –Si algo llegara a pasarte bajo mi mando…
–No va a pasarme nada.
Jean sonrió leve. Ella era tan capaz. Tan mortal si lo quería. Pero él no podía dejar su postura protectora frente a ella. Todo hombre quiere saber que puede proteger a su mujer. Momento… ¿Mikasa era su mujer? Repasó aquel hermoso rostro femenino frente a él. Sí, era su mujer… su chica. Y daría todo de él para mantenerla a salvo.
–Sí… no va a pasarte nada.
Mikasa pasó su mano libre por el brazo de Jean. Una caricia reconfortante. Pero él no dejaría su postura. Quería a Mikasa lejos de ese lugar. Lejos de la atención perversa de esos sujetos.
–Si llueve… tendremos que buscar refugio –comentó Mikasa mirando al firmamento –El invierno es inminente.
–Mayor razón para terminar esta misión a la brevedad –respondió Jean –Si partimos al amanecer, en un par de días estaremos en el cuartel.
–Sí… –respondió Mikasa con voz suave.
Regresar al cuartel después de casi un mes afuera. Un mes en que habían pasado tantas cosas. Ella había cambiado y no podía cegarse a ello, pero el solo pensamiento de regresar traía a ella ese sentimiento de agobio de regreso. Y solo una persona en su mente: Eren.
Era algo más fuerte que su voluntad, era una necesidad. Como respirar, como comer. La inminente cercanía de Eren lograba remecer el pequeño mundo que había construido en estos días. Llenaba su mente y oprimía su corazón. Sentía ese jalar desde la boca del estómago, esa necesidad imperiosa de estar a su lado. ¿Qué sucedería cuando regresaran a la costa? ¿Podría su instinto encerrar lo que había liberado de ella en ausencia de Eren?
–Ahora yo me pregunto en que piensas.
La voz de Jean junto con una ligera caricia para ordenarle el cabello tras la oreja fue lo que la hizo desprenderse de sus pensamientos, esfumándolos de pronto. Respiró profundo.
–¿De verdad estás preocupado por mi seguridad? –preguntó volviendo a la conversación anterior.
–Claro, por supuesto.
Mikasa asintió y una ráfaga de viento los arremetió con fuerza. Jean la abrazó por inercia, un reflejo. Mikasa se le apegó y descansó su cabeza en el hombro del muchacho.
–¿Aun cuando soy la soldado más fuerte de la humanidad después de Levi?
–Ajá.
–¿Por qué?
Jean guardó silencio un instante.
–Porque te quiero.
Una respuesta que ella no esperaba. Sabía que le gustaba, obviamente. Sabía que llevaba tiempo tras de ella, eso lo dijo Connie. Pero de gustar a querer había mucha distancia. Gustar era un interés, algo superfluo. Querer era profundo. Ella quería a pocos, su corazón herido y temeroso solo tenía espacio para pocos. Y sentía, últimamente, que cada vez que ella quería a alguien, era sentenciarlo a morir.
Ella había querido a sus padres y ellos murieron. Había querido a Carla y Grisha, también murieron. Quería a Armin y Eren… y sus días estaban contados.
Quizás guardó silencio demasiado tiempo, porque Jean volvió a alzar la voz.
–No tienes que responder nada. Solo es lo que siento, no tienes porqué sentir lo mismo, ¿vale? Está bien.
Mikasa soltó un suspiro mientras su posición le permitía contemplar el firmamento. El viento continuaba golpeando sus cuerpos. Sentía el férreo agarre de Jean contra ella y su mejilla apoyada en la coronilla.
Querer… Le parecía arriesgado. Si querer significaba que una sentencia caería sobre Jean… ¡no quería quererlo! Pero… ¿por qué esas palabras le reconfortaban tanto? ¿Por qué a su lado sentía que aquella parte olvidada de ella misma salía a la superficie? Ese lado que carecía de angustia, ese aspecto que la hacía sentir plena, tranquila… esa calidez que la invadía.
Sin duda ella se preocupaba por Jean. Quería lo mejor para él. Lo mejor…
Una gota cayó sobre su nariz y se apartó ligeramente de Jean mirando al cielo. Otra gota cayó en su frente.
Sintió que Jean se apartaba de ella. No, no quería que lo hiciera. Se aferró a su espalda y lo miró a los ojos. Más gotas cayeron sobre su cuerpo, una cayó justo en la nariz de Jean y ella la recogió con sus dedos.
–Está lloviendo… –dijo Mikasa en un susurro.
–Te lo dije –respondió Jean en el mismo volumen –No tenemos más opción. Marchamos a Factua.
Jean se apartó de ella para dar un par de pasos hacia el campamento. Mikasa se quedó estática bajo la lluvia viéndolo alejarse.
Si ella se permitía quererlo, significaba que ponía una maldición sobre él. Lo sentenciaba a una muerte inminente. Todo lo que ella quería estaba destinado a morir… todo. Pero si él se volteaba, si solo la mirara una vez, de esa manera que solo él lo hacía, ella…
–Mika… –Jean de volteó –Vamos.
Extendió su mano hacia ella. Mikasa apresuró el paso para tomar la mano que él le ofrecía y lanzarse a correr bajo la tempestad que ahora caía sobre ellos. Y mientras corrían bajo la lluvia Mikasa lo supo. Lo tuvo claro. Ya no estaba en ella seguir apartándolo de su corazón, cuando su corazón ya había decidido por ella.
Lo quería. Quería a Jean… y no sabía si solo era algo de estos días o lo hacía hace ya un tiempo. Tal como quería a Sasha, a Connie… pero Jean era diferente.
–Levanten el campamento –lo escuchó decir cuando llegaron hasta sus compañeros –Vamos a la ciudad.
–¡Gracias a Dios! –exclamó Miller.
En cosa de una media hora y con la lluvia sobre ellos terminaban de levantar el campamento. Llegar a Factua demoró más de lo presupuestado al no conocer el camino y que la carreta se estancara un par de veces en el lodo. Al llegar a la puerta principal y ver los uniformes, los soldados les dejaron el paso.
Mojados de tomo a lomo fueron recibidos por el capitán del cuartel de la guardia estacionaria, quien tenía cara de perro al haber sido despertado de madrugada.
–Con que mapeando –dijo el hombre mientras el escuadrón de Jean se calentaba en la chimenea del comedor –Tengo hombres lo suficientemente preparados para ello, no era necesario que la comandante Hange mandara un equipo de expedición. Pero como siempre ignorando a los de los distritos externos –bufó.
Jean se limitó a enarcar una ceja y agradecer su hospitalidad. Palabras de buena crianza que aprendió, tardíamente, que habrían puertas.
–La cocina está cerrada hasta mañana. Me encargaré que les traigan abrigo y un par de colchonetas para que pasen la noche.
–Mientras no tengan chinches –masculló Miller sin ser escuchado por el capitán de apellido Terscher.
Sommerville le hizo un gesto que se quedara callado, pero con Miller era imposible. De pronto una luz surcó el cielo acompañado por un gran trueno. El agua comenzó a caer violentamente.
–Justo a tiempo –comentó Betza al tiempo que Terscher se retiraba –Con esta lluvia ni siquiera hubiésemos podido llegar –miró a Jean –Creo que estaremos encerrados en este lugar un tiempo.
Mikasa miró a Jean cuando escuchó las palabras de Betza. Fruncía el ceño mirando hacia aquellas ventanas sin cortinas, la lluvia golpeando el cristal.
–Haremos guardias –dijo Jean sin apartar la vista de la ventana.
–¿Guardia? –preguntó Sommmerville algo consternado –Estamos en un cuartel.
Antes que otro se sumara a Sommerville, Hausdorf alzó la voz:
–Me parece adecuado. No sabemos cuan amigables son este lugar. No podemos arriesgarnos –se puso se pie –Yo tomo el primer turno –tomó una escopeta –Vamos, Benson.
El taciturno Benson obedeció de inmediato tomando otra arma. Ambos salieron del comedor para establecerse fuera de la puerta.
Jean se puso de pie para ir hasta una de las mesas. Tomó una de las lámparas de gas y cogió las carpetas para pasar en limpio unos mapas y anotaciones. La mano le dolía, pero le valía mierda, iba a adelantar todo lo que pudiese y saldrían de ese lugar a penas mermara la lluvia. No importaba si tuvieran que volver a Factua mil veces, pero si mejoraba levemente el clima podrían seguir su trabajo.
–¿Qué esperan? –preguntó desde la mesa al notar que el resto de la tropa lo miraban –Duerman.
–Deberías descansar también, Jean –dijo Betza con voz suave.
–A dormir –Jean la apuntó con el lápiz.
Betza rodó los ojos y se acomodó entre las tapas. El resto la siguió, incluso Mikasa, aunque seguía mirando a Jean desde su lugar. Pronto el sueño la venció.
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Cuando Mikasa despertó apenas amanecía, pero la oscuridad de la tormenta, que no había cedido, a penas dejaba ingresar la luz al comedor. Miró a ambos lados, Betza dormía profundamente a su derecha. Volteó a la izquierda, pero Jean no estaba ahí.
Recorrió el salón con la vista. Aun estaba en la mesa, pero dormido sobre sus papeles. La lámpara de gas ya se había apagado. Solo esperaba que no hubiese babeado los documentos o luego se encabronaría nivel Kirstein y eso era de temer.
Se levantó de su lugar con sigilo para dirigirse hasta su compañero. De pie junto a él lo observó un momento. No, no estaba babeando. Al parecer no era de ese tipo de dormidos. Recordó que Eren babeaba y eso le dio algo de risa.
Pasó una mano por el cabello del muchacho con la intensión de despertarlo sutilmente, pero Jean pegó un respingo abrupto y abrió los ojos en estado de alerta. Miró a todos lados hasta ver a Mikasa a su lado.
–Ni dormido bajas la guardia –murmuró Mikasa –Deberías relajarte un poco.
–Lo dice la que jamás baja la guardia –respondió algo gruñón.
–Por lo mismo, no es muy saludable –dijo la chica –Un "buenos días, Mikasa" sería más adecuado.
Jean se puso de pie.
–Buenos días, Mikasa.
Mikasa le sonrió ligero antes de sentir los labios de Jean sobre los suyos brevemente. Sintió arder la cara tal vez porque no lo esperaba o porque alguien los estuviera viendo. Pero una vez que el ligero contacto se quebró miró hacia sus compañeros. Todos dormían.
–Sigue lloviendo –murmuró Jean mirando a la ventana.
–Quizás más tarde deje de llover –comentó Mikasa dudosa. Sabía que Jean quería volver cuanto antes a la costa sur, pero parecía que todo estaba en su contra. Pero, quizás había una manera de mantenerlo lejos de esos pensamientos –Cuando estábamos en Gijar… me dio la impresión que querías rastrear la ruta de inmigración –Jean asintió leve –Quizás es el momento. Aprovechando que estamos acá.
Era una buena idea, pensó Jean. Vio a Haller incorporarse.
–Es hora de movilizarnos, no queremos dar más molestias a ese capitán malhumorado, ¿no crees? –dijo Mikasa.
Pronto estuvieron todos de pie y, con la ayuda de un par de soldados del cuartel de Factua, dejaron todo en orden para que el resto de la tropa pudiese hacer uso de comedor para el desayuno. Ellos se incorporaron, llamando la atención, por supuesto. El capitán Terscher se acercó a ellos.
–Me temo que no amainará la tormenta aun. Quizás mañana –comentó el capitán Terscher –Si hay algo en que les pueda ser útil, no teman en hacérmelo saber.
Vaya cambio, pensó Jean. No era el mismo tipo malhumorado de la noche anterior. Pero, para ser honestos, ¿quién estaría de buen humor si lo despiertan de madrugada? Ni él mismo.
–Sí, hay algo. Pero es una inquietud personal –dijo Jean.
Sus compañeros de escuadrón se sorprendieron. El capitán Terscher le hizo un gesto que lo acompañara fuera, pero Jean volvió a alzar la voz:
–No es necesario, capitán. Es algo sencillo y quizás pueda ayudarme. En Gijar conocí a un familiar lejano y provenía de aquí. Me preguntaba si hay algún registro. Creo que a mi padre le gustaría volver a tener contacto con su familia… antes de morir –hizo gesto doliente con el rostro.
El capitán Terscher asintió conmovido.
–Claro, muchacho. Existe un registro de habitantes que puedo facilitarte para que encuentres a tu familia de este lado. Puedes pasar por mi oficina más tarde y te dirigiré con quienes necesites.
El capitán se dirigió hacia otra mesa y Jean se sentó junto a Mikasa, Miller frente a ellos.
–Eres un maldito zorro y no sé qué pretendes. Porque tu padre está más vivo que tu deseo de abusar de mi preciosa chinita.
Mikasa entornó los ojos y prefirió beber de su taza de té. Pero ese gesto no pasó desapercibido por Miller. Al parecer esta vez sí se pasó con su broma y su insistencia a sobreprotegerla del bribón de Kirstein.
–¿Y qué hacemos el resto mientras tú encuentras a tu familia perdida? –preguntó Hausdorf aun risueño por los dotes artísticos.
–Buscar las suyas –respondió indicándoles con un gesto que se acercaran –Todos somos de los muros Rose o María, ¿verdad? –los soldados asintieron –Si algo tienen las ciudades de los muros, es que son bastante estrictos con los controles de inmigraciones. Ya saben, no sobrecargar distritos.
–¿A qué quieres llegar con eso, Kirstein? –preguntó Miller –Esta misión es de mapeo, no de reencuentros familiares.
Todos intercambiaron miradas curiosas.
–Lo que el líder de escuadrón quiere –dijo Benson con tranquilidad –Es comprobar que la selección de la gente al ingresar a los muros no fue azarosa. Se dejó a gente de poca formación en los muros externos. Trabajadores que produjeran recursos para ser consumidos por la capital, fácilmente víctimas de engaños por altos impuestos y… carne de cañón en el caso que los titanes ingresaran. Gente que no era inteligente o tenía poco potencial.
Jean miró a Benson sorprendido. Vaya sí era un tipo curioso, sabía leer intenciones bastante bien y era sumamente observador. Aun cuando le seguía pareciendo algo perturbador.
–Brutal –murmuró Sommerville –¿Realmente será eso? Pero si hay un Kirstein acá en el espacio del muro María… ¿Tú no eres del muro Rose? ¿Cómo lo explicas?
–Mi familia se mudó –recordó Betza –Vivíamos en Shinganshina –miró a Mikasa –Mi padre hizo un par de negocios que lo llevó a generar una fábrica pequeña de vidrios. Su trabajo era excelente… y alguien al ver su trabajo tan pulcro… le ofrecieron mudarse con toda la familia a Mitras.
–¿Eres de Mitras? –exclamó Miller sorprendido.
–Mi padre trabajó para la Policía Militar en su unidad de investigación. Nunca supe bien en qué, pero sé que fue por su habilidad en la confección de algo con vidrio –retomó Betza –Luego yo ingresé en la academia para asegurarme un puesto en la Policía Militar, pero mi padre me persuadió de unirme a la guardia estacionaria. Decía que la PM no era para alguien como yo. No lo entendí en ese momento, pero él no me quería en medio de esa mafia… –hizo una pausa –Así lo llamaba él.
Sommerville suspiró:
–¿Acaso seguiremos descubriendo misterios de esta isla cuando solo debíamos dibujar mapas? –preguntó risueño –Es muy divertido –miró a Jean –Cuando tengas otra expedición, cuenta conmigo.
Jean miró a Sommerville. No sabía si habría nuevas misiones, ni menos si volvería a estar a cargo de ellas. Pero si tuviese que elegir a su equipo, los incluiría a todos, incluyendo al odioso de Miller.
–Bueno, no hay tiempo que perder entonces –determinó Haller –Tenemos tiempo y mucho que rastrear.
Una vez que terminaron su desayuno Jean se dirigió a la oficina de Terscher, quien lo guio hasta la oficina de registros. Un anciano calvo y de penetrantes ojillos lo miró a él y su escuadrón con reticencia.
–Los registros de habitantes de la ciudad y lugares lindantes entre muros, se realizan en censos de cada diez años. Los registros de migraciones están por año, no siguen orden alfabético y se organizan por día y hora. Y solo tenemos ingresos y salidas desde la ciudad.
Esa era una limitante, pero debía haber algo que orientara a la hipótesis de Jean y de Benson. Algo…
Cada uno de los integrantes tomó un libro de ingreso, la primera nómina de habitantes de Factua. Mientras fuera del sector de registros no paraba de llover.
–Así es este territorio –comentó el anciano cuando escuchó a Miller quejarse del aguacero –A veces son días completos.
¿Días completos? Pensó Jean. Mikasa, junto a él puso su mano sobre la del muchacho para indicarle que estarían bien. Que no había nada que temer. Lo cierto era que, dentro de ella, había una parte que deseaba que no dejase de llover. Jamás. Dejar el tiempo congelado en ese lugar.
–Lo tengo –exclamó Sommerville llevando el libro de registro hasta la mesa donde estaban Jean, Mikasa y Miller –Acá está tu familia. Efectivamente llegaron aquí en un comienzo –puso un dedo sobre el nombre. Efectivamente llegaron aquí en un comienzo –puso un dedo sobre el nombre –Lamento informarte que eres escoria, líder de escuadrón –bromeó mientras Jean miraba el libro –Al muro externo.
Jean miró la nómina de su familia. Era exactamente la misma que habían encontrado en el fuerte costero de Quinta.
–Si yo fuese quien lleva una migración… –dijo Jean pensativo –Y quiero mantener a mi gente segura –puso un dedo en la mesa y comenzó a trazar un círculo imaginario –evitaría comenzar a poblar en zonas donde el enemigo tenga fácil acceso. Pero… si quiero proteger al rey, pongo la mayor cantidad de obstáculos posibles –guardó silencio –La migración comenzó por el norte, pero movieron rápido a muchos a la zona sur. Trost fue una de las ciudad más sobrecargadas luego del ataque al muro María. Porque el sur es el sector más poblado de los tres muros. Eso… atrae a los titanes…
–Y los mantiene "divertidos" –concluyó Hausdorf sentándose frente a ambos muchachos –El Rey Fritz 145 debió ser consumido por su heredero en ese tiempo, en la gran migración al sur.
–Cuando ya se liberaran los titanes al espacio libre de la isla –murmuró Sommerville meditabundo –La gran cantidad de personas en el sur atraería siempre la atención concentrada de los titanes.
Mikasa guardaba silencio. Ni siquiera se molestó en buscar algo de sus familias. Ni de los Azumabito ni de los Ackerman. Los asiáticos habían permanecido en aquel pueblo en la zona norte, y los Ackerman… habían sido exterminados, seguro ingresaron en un primer tiempo a la capital con el rey Karl Fritz. Luego de eso… comenzó la persecución y los diferentes sobrevivientes huyeron a la ciudad subterránea –como la familia de Levi– o a los bosques lo más lejano a las fuerzas del Rey, como fue el caso de su padre.
Betza llegó hasta ellos con un libro no tan grueso como el anterior, lo dejó sobre la mesa. Todos bajaron la vista a él, parecía una especie de registro de loteos.
–Me temo que nada de esto fue azaroso, compañeros –comentó Betza –Está todo diagramado. Las familias analizadas y ubicadas según sus ocupaciones. Labradores en zonas externas. Carpinteros y albañiles en la ciudad amurallada. Lo mismo con comerciantes de menor gama. Todas la tierras corresponden a la corona… Pero eso ya lo sabíamos. Lo interesante es que pareciera que todo está perfectamente planeado para funcionar como los engranajes de un reloj.
–Un paraíso entre los muros –comentó Hausdorf –Haciéndonos creer que fuera de ellos no había nada más. Haciéndonos creer que éste era nuestro destino y que era la mejor vida a la que podíamos acceder.
–Pero, ¿conocemos otra forma de vivir? –preguntó Sommerville con la vista perdida en el libro que Betza había dejado sobre la mesa.
Todos se quedaron pensativos. No tenían memorias de cómo era el mundo fuera de esa isla, no tenían libros ni registros, ni siquiera dibujos… excepto por el libro de Armin. Actualmente, con la ayuda de aquellos rebeldes que fueron rescatados desde el barco que desembarcó hace casi tres meses en la costa sur, habían conocido más del mundo exterior. Y, con ellos, conocieron de los guetos en los que vivían los eldianos en el continente. Sobre el miedo que todos tenían de ellos… de los demonios de la isla de Paradise.
No conocían otra forma de vivir y tampoco lo hacían su gente del otro lado del mar. La misma gente que, en su gran mayoría, detestaba su propia sangre y herencia, sabiéndose malditos de un poder que ellos no pidieron. Era la maldición de la gente de Ymir. Una maldición que el Rey Karl Fritz quiso destruir, que intentó destruir, pero fue traicionado. ¿Por qué? ¿Por qué alguien querría seguir teniendo a un pueblo subyugado por un poder así?
Por sed de conquista, por ambiciones. Lo que realmente mueve al mundo.
–Hay una familia Benson en esta lista –comentó el mismo Benson –Esto es interesante.
Nadie dijo palabra, pero la intervención de Benson sirvió para que todos volviesen a sus tareas. No hubo mucho más que encontrar ese día, pero el libro de Betza los hizo reflexionar sobre las reales intenciones que hubo tras la buena intención del Rey Karl Fritz… y el por qué luego todo se desvirtuó hasta llegar a la pérdida de las memorias. Pero, ¿quién se beneficiaba de mantenerlos encerrados en la isla? ¿Los nobles de Paradise o Marley?
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