La Nada
—¡No puede ser! ¿Qué es éste lugar? ¡Se supone que todo debió terminar!
Soid estaba atónito, meses convenciendose de que no había nada después de la muerte, y ahora estaba muerto en la nada, estaba de pie en la oscuridad absoluta, entre una muchedumbre de silencio.
—¿Dónde estoy? ¡No veo nada! ¡¿Hay alguien aquí?!
Soid no tenía miedo, que miedo puede haber después de morir, no obstante, ardía en algo peor, la maldita incertidumbre. No sabía si tenía que caminar, no sabía si debía esperar, no sabía si había muerto o si estaba inconsciente, inerte en el columpio de la muerte.
—Que curioso, tienes razón y a la vez no la tienes.
Una voz grave y amigable se tragó el silencio, se escuchaba en toda dirección, al norte, al sur, arriba, abajo, en oído, mente y corazón.
—Si, efectivamente, estás inerte, colgado, congelado, ahora mismo, lo único vivo en ti son los gusanos en tu vientre. Por lo tanto, esto no es un sueño, esto simplemente es lo que sigue después de los límites carnales.
No había forma de saber de dónde venía esa voz, Soid no podía hacer más que escuchar.
—Lo otro en que tienes razón es al decir que no hay nada después de la muerte, sin embargo, solo aplica para los que se bajan del cuerpo antes de tiempo, para los que envenenan su carne por un poco de calma, para los que nunca entendieron que vivir requiere amargura, tedio, llanto, para esos tontos que siempre ignoraron dulzura, movimiento, sonrisas.
—Esos pobres que prefirieron pulir con su tráquea la hoz de la parca, esos débiles que cambiaron el ardiente arte de vivir, por la misera idea de no sufrir. Así que, en efecto, cuanta razón tuviste al pensar que no hay nada después de la muerte, no hay flora ni fauna, ningún tipo de ser corpóreo o incorpóreo, no hay almas, dioses o demonios, no hay benevolencia, ni guerra, sólo te quedarás tú, y tú, ahora, eres menos que nada. Vagarás como un ente, en este esteril e infinito suelo, pero vele el lado bueno, ya no necesitas alimento, ni estimular el cerebro, ya no existe eso que llaman tiempo, bienvenido a tu nuevo todo, bienvenido a la nada.
—¿Pero qué pasará con jop? ¿Cómo puedo saber si está bien?
—No lo sé, no soy Dios, yo fui otro imbécil que no supo apreciar los amaneceres, otro que sólo se quejaba de la lluvia y no veía todo lo que nutría, fui el primero en pisar este sitio, el primer humano en cometer suicidio. Por eso, creeme, no tengo la más mínima idea, no tengo poderes, sólo tengo experiencia y, por eso, estoy seguro de que nunca podrás saber absolutamente nada de lo que pasa fuera de este lugar.
—Bueno, te dejo, ya llegó otro. Busca que hacer, prueba contar del uno all infinito. Hasta nunca, colega.
Y sin más, Soid terminó hecho nada.
Tantas madrugadas buscando escapar del tormento de estar vivo y terminó vivo y atormentado en un sitio sin nada, un sitio sin luz, sin pausas, sin escape.
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