Juventud 7
La vida es un hermoso caos impredecible.
Puedes encontrar ayuda entre barrotes y mugre, puedes perderte en un bucle de maldición inaudible. La vida es una horrible ley de incertidumbre. Quien diría que en prisión, Soid, hallaría la mano de Dios.
De la nada, una voz grave, apagó la llama del suicidio. Un fulano le habló de Cristo o quizá Cristo le habló desde un fulano. Le hizo sentir paz, aceptar su destino, perdonarse por su descuido. Le contó sobre los padres y los hijos:
—Mi padre es todo poderoso y me dio una cruz de regalo. Yo, el hijo preferido, acepté sin miedo el legado, y ve, el mundo sigue hirviendo en pecado. Niños descalzos muriendo de hambre y adultos tirando miles en calzado.
Aun así, sé que mi sacrificio sirvió para algunos, lo acepté y logré ver el plan de mi padre. Se que siendo mortal hay confusión a cada segundo. Se siente un vacío al saber que hay un fin, queremos llegar primero a todo, ser el más rico, el más listo, el más visto, pero cuando se consigue, te sientes de todo, menos vivo, y ¿por qué?
Fácil, porque no somos sólo carne, somos espíritu, y el espíritu necesita un alimento distinto. El espíritu requiere pasión, amor, compasión. No se es artista cuando haces el mejor arte, se es artista cuando tu arte te hace mejor. Lo mismo con el deportista o con un científico,si sólo se busca el oro y el éxtasis del ego, el espíritu se va desnutriendo, y aunque tus aposentos sean de platino, tu vida será de carbón.
En tu caso, amado hijo, te recomiendo tomar mi camino. Entrégate al divino, acepta tu destino. Que tu luz sea la luz de otros perdidos.
Regresa a casa, date un baño, quitate lo podrido. Recuerda, nunca estarás sólo, abre este libro y siempre estaré contigo.
En un parpadeo, llegó el alba y sus melodías.
Soid despertó. La ira, la soledad y la rabia ya no despertaron.
Era el mismo tipo sucio, mientras que por dentro ahora todo estaba limpio.
Ahora sabía cuál era el camino, volteó para agradecer al rabino, vaya sorpresa, el señor se había ido, solamente una Biblia quedó de testigo.
Al salir de la penitenciaría el sol abrazaba majestuoso, el celeste endulzaba los ojos, la gente brillaba, no había nadie luctuoso; el muchacho iba sucio, aunque feliz, al fin había salido del pozo. Ahora sabía que para ser feliz, debía seguir la guía del todopoderoso.
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