Juventud 12

Dicen que iniciar el día con el pie derecho es garantía de bonanza.
Que si tu primer paso es con la derecha no serás parte de ninguna matanza.
Dicen que por ese simple hecho, el destino decidirá poner de tu lado la balanza.
Que si no lo haces a diario, pasas del hombre blanco con lanza a blanco del hombre con lanza.

Y Soid era fiel creyente de esta esclavizante rutina.
De modo que, en cuanto el sol asomó la frente, su pulgar derecho tocó el frío suelo.
Corrió a la ducha, agua fría, para dilatar la pupila.
Luego, cereal y unos huevos, para llenar el tanque antes del vuelo.

Eran las ocho treinta y el joven ya iba en busca de su futuro heredero.

Un anciano invidente e indigente, nunca indecente, menos delincuente.
Un anciano que, además, debe cuidar de una madre alérgica al matadero.
Un anciano jovial, experto e ingenuo, endeble y blindado; un viejo elocuente y decente.

Rápido dio con el heredero anhelado.
Se acercó y el señor se alejó molesto.
Ya no cree en la gente, pensó angustiado.
Intentó de nuevo, mas el anciano estaba indispuesto.
El viejo aceleró el paso; para no ver, era bastante rápido.
Soid sentía pena, cuánto abuso se debe recibir para no confiar en el mundo.
Lo siguió por varias avenidas, hasta que el señor recuperó el ánimo.
Soid alcanzó a ver una sonrisa, el viejo se quitó los harapos, la ceguera, lo nauseabundo.

Unas semanas atrás Soid habría dicho que presenció un milagro.
Ahora sentía, nuevamente, un hueco en el estómago.
Estuvo a nada de bendecir a un charlatán, a un canalla, a un mago.
Se Imaginó al viejo carcajeándose y orinandose sobre su sarcófago.

Con rabia y tintes de demencia, el joven lo siguió.
Cada paso del hombre le retorcía las tripas,
y la estocada mortal fue ver a la presunta madre,
la anciana también usaba un disfraz, no era joven, pero tampoco moribunda, eran unos desgraciados, unos rateros, unos parásitos.

La rabia ya era odio, quería verlos devorados por cerbero o que al menos fueran ignorados en el cielo, quería desaparecerlos, el odio se estaba tragando a Soid, lo estaba transformando en una aberración sedienta de sangre, pero justo cuando estuvo a unos metros de los charlatanes, apareció Jop, la niña que siempre sonreía mientras vagaba por las calles, y con una pizca de su mirada, el chico se tragó el odio, y aunque el estómago le dolió más que nunca, se alejó de esa gente y fue en busca de la niñita, ahora si, estaba seguro, ella era la indicada, no había ninguna duda.

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