Juventud 11
En toda calle hay semáforos, arte, tráfico y pobreza.
Por cada mariposa hay cien autos y mil moscas.
Gente enferma y cuerda, gente sana y loca.
Y en una calle, Soid, halló un alma llena de nobleza.
Una pobre ancianita corvada por la gravedad del olvido.
Una dulce viejita vendiendo dulces y verduras.
Una triste ancianita con el alma pura y el rostro podrido.
Una viejita descalza, con manos de roca y lengua sin costuras.
Soid lo tenía claro, ella era la pobre perfecta para heredar su riqueza.
Se acercó rebosando confianza, se alejó lleno de bronca.
A un instante de la acción de bondad, la señora mutó en ejemplo de vileza.
Con mirada de infierno y gritos de montaña, a un angelito le rompió la boca.
Resultó ser deidad del histrionismo.
Cantaba aleluyas y explotaba criaturas.
Pedía cuidados y maltrataba niños.
Una arpía pintada de colibrí viviendo de la dulzura.
El muchacho sintió la estupidez triturando su gentileza.
La impotencia de una foca huyendo de una orca.
Percibió el olor a azufre y ratas de su amada colonia barroca.
Sintió el beso mortal de la tristeza.
Intentó ayudar al infante, pero el infante no quiso.
El tabaquismo infantil hace olvidar el esclavismo.
Pobre, ni pudo ayudar ni lo ayudaron a ayudarse a si mismo
Regresó a casa con la cabeza llena de masoquismo.
Soy un inútil; valgo menos que basura.
Soy un ingenuo; cambio Edén por llanura.
Soy una mierda, y para las moscas, tortura.
Soy una iglesia abandonada, sin devotos, sin dioses, sin cura.
Todo era anarquía hasta que Morfeo lo mandó a la luna. Durmió, hasta que el dolor de la espalda le despertó un recuerdo, había nuevo prospecto para su fortuna.
Se trataba de un hombre que cuidaba de su madre, un tipo lleno de luz y de ceguera.
Estaba decidido, esperaría el alba para ir en busca de esa alma, sacarlo del mundo perdido, y entonces, poder colgarse para darle fin a la tortura de estar vivo.
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