10 de octubre de 2009 - OCASO

Al llegar a casa, lo recibió un épico solo de sax.
Épico como las repeticiones infinitas de su disco de jazz.
Ocho semanas intoxicado con tambores, y trombones.
Ocho semanas sin silencio, ocho semanas sin hambre,
ocho semanas sin paz.

¿En dónde cometer un acto suicida?
La sala, no, demasiadas fotos de la familia.
El baño, no, demasiado cliché para un suicida.
La cocina, sí, para molestar a la difunta abuela y su asquerosa comida.

Bueno, es momento de desempacar la soga.

Habló y mágicamente, una mancha apareció en la estufa.
Listo, nuevamente todo está pulcro y ordenado.

Ahora si, a desempacar la soga.

No puede ser, olvidó bajar la ropa del tejado.
Listo, la bajó y dobló, dejó todo bien acomodado.

Bien, es tiempo de desempacar la soga.

Maldición, el WiFi está fallando, hay que revisarlo ahora.
Lo resolvió, reinició el módem, ya hay internet en la computadora.
Ahora sí, la soga vibra en sus manos, mide dos metros, es rasposa, es confiable.

—¿De donde la cuelgo? Hay tantos lugares
¿Cómo hago el nudo, habrá tutoriales?
¿Cómo me subo, estaré equivocándome?

Demasiadas incógnitas para un hombre sin respuestas, demasiadas incógnitas para cualquiera.

Mejor fue a preparar leche con hojuelas, un hombre con hambre es un enjambre de malas ideas, quizá sin hambre, vuelva el hombre con hambre de una vida plena.

Lamentablemente, seis cucharadas lo mandaron a la cama, únicamente para que la depresión cargue pila y lo despierte a las tres de la madrugada, con más hambre, con más dolor y con más incógnitas que mente.

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