Una Buena Chica
Acorde a las indicaciones de Natsuki, Rukia permaneció en cama al día siguiente. Eimi estuvo de acuerdo, ya que la salida de Kaien desde su habitación en medio de la noche no parecía un buen augurio si se sospechaba diferencias en la pareja. Era mejor seguir fingiendo una molestia.
-Está delicioso, gracias -dijo Rukia dejando el té a un lado luego de darle un sorbo.
-¿Va a necesitar algo más? -preguntó Natsuki -¿Algo para comer en especial? ¿Se le antoja algo?
-La verdad es que no -respondió pensativa -Aunque anoche, luego que él se marchara, tenía muchas ganas de comer sandía…
-Le traeré un trozo -se puso de pie -Con permiso -hizo una leve venia y abrió el shoji, no fue menor su sorpresa cuando tras de él se encontró con su amo -Shiba-sama -se inclinó hasta el suelo y se escurrió por un lado dándole una mirada a Rukia.
El hombre ingresó a la habitación bajo la atenta mirada de su joven esposa, quien parecía seguir cada uno de sus movimientos tal como lo hizo anoche, como una presa buscando el momento para escapar.
-Rukia, ¿cómo te sientes?
-Mejor, mucho mejor -tomó la taza de té entre sus manos más como por tener algo entre ellas, que porque fuera a beber realmente -¿Pasaste una buena noche?
-Claro que no -respondió sin ser brusco, sino que era muy amable. -No puedo dormir bien si mi esposa y mi hijo lo están pasando mal -la muchacha bajó la vista a su taza -¿Te ha vuelto a doler el vientre?
Parecía realmente preocupado. Tenía el gesto, la actitud, la voz de su amado Kaien. No era ni remotamente ese monstruo que la tomó por la fuerza ni ese hombre que la amenazó en la celebración de su boda. Ella había actuado bien al no rechazarlo abiertamente, sino a jugar que todo estaba olvidado. Y pareciera que aquello borró lo perverso en él. Debía seguir apegándose a lo que debía ser una buena mujer si quería lograr su misericordia y darse un tiempo antes de intimar con él. Quizás apoyarse en el médico.
-No, Kaien-dono -murmuró apenas levantando la vista -Aunque desearía que el médico pudiese revisarme si te parece adecuado.
-Claro, si te hará sentir más tranquila -se sentó junto a ella -Quiero agradecerte -tomó la taza de entre las manos de su mujer y la dejó a un lado, para luego situar las propias en el espacio donde antes estuvo el té y acariciar sus pequeñas manos -Tu corazón es generoso… Anoche, antes de retirarnos de la recepción, dije algunas cosas que no debí y no puedo dejar de pensar en el daño que pude causarle al bebé.
Rukia casi sintió lástima por él. Había perdido a su mujer y a su hijo. No podía dimensionar lo horrible que sería para él volver a pasar por lo mismo. Sobre todo porque era consciente que él había accedido a la unión solo por su hijo.
Rukia se limitó a asentir con la vista en sus manos, las retiró suave. Él no se opuso. Miró hacia la puerta. Quería que se fuera, pero tampoco podía rechazarlo. Kaien acercó una mano para tomarla por la barbilla con suavidad obligándola a girar el rostro hacia él. La chica bajó la mirada.
-Puedes verme, Rukia, no me faltas al respeto si lo haces.
La chica obedeció. Ahí estaba el miedo en sus pupilas, un ciervo apuntado por la flecha del cazador. Su voluntad doblegada a medias, como ese fuego aun brillando al fondo de sus ojos claros. Entonces lo supo, solo fingía sumisión y devoción. Se sonrió con malicia, esa salvaje y rebelde muchacha seguía ahí en algún lugar.
Había admirado aquella actitud en su difunta esposa, instado a que fuera diferente, que supiera y conociera del mundo tras las paredes que la cercaban a un mundo completamente diferente al externo.
Pero desde que había tomando a Rukia, cuando las imágenes y los recuerdos se volvieron más claros, algo lo excitaba en doblegar la voluntad de una mujer a la había logrado admirar por su actitud, a la remanencia de Miyako. Recordó lo que detestaba de ella, las peleas aireadas, la pasión incontrolable en ella, su carácter rebelde y… cuantas veces quiso enseñarle una lección. Que le tuviera respeto cuando le alzaba la voz. Un deseo que había guardado con vergüenza lejos de su consciencia, pero que su nueva mujer lograba sacar a la luz. Había probado el poder que tenía sobre una mujer, la superioridad, el sometimiento total a sus deseos.
Alejó su mano, ella le sostuvo la mirada.
-Haz caso a Eimi.
-Sí, lo haré.
-Buena chica.
Tiritó ante esa frase macabra. Desearía no volver a escucharla, pero no sabía que con esa frase su esposo marcaba soberanía sobre ella.
-Iré a revisar algunos documentos -antes de ponerse de pie le ordenó unos cabellos tras la oreja -Ponte guapa para mí, ¿sí? Cualquiera creería que no te importa tu aspecto ni como te ve tu esposo -se puso de pie -Me recuerdas a una muñeca de porcelana. Así quiero verte siempre.
La mujer debe cuidarse siempre con espero. Debe levantarse pronto y acostarse tarde.
Se retiró sin más, sin siquiera esperar una respuesta de parte de su esposa. Natsuki esperaba en la puerta y al salir Kaien, ella ingresó. Observó a Rukia un instante.
-¿La ha lastimado? -preguntó acercándose.
-No, ha sido muy amable…
-Me alegro -dijo sinceramente y se sentó frente a ella -Quizás, señora. Si Shiba-sama se esfuerza mucho, pueda llegar a su corazón. Cuando esté lista, dele una oportunidad. El orgullo es un mal compañero.
Rukia frunció el ceño.
-Anoche me ayudabas a evitarlo, y ahora me dices que lo perdone. ¿Quién te entiende?
-Señora. Sé, que muy dentro de usted comprende lo ocurrido -comentó con voz suave -Tiene miedo y es totalmente comprensible. Pero noto en su mirada que la amabilidad del señor la ha conmovido. Ya le dije antes, él es un buen hombre. Uno que cometió un error.
Rukia suspiró pesado y volvió a tomar esa olvidada taza de té. Kaien-dono la confundía. Lo conocía hacía años. Desde que lo vio la primera vez que quedó prendada de ese guapo joven. Compartir con él no fue mejor, la hizo enamorarse perdidamente de él. La amistad que más tarde entabló con Miyako hizo que dejara de ensoñarse con él, pero no borró de ella ese sentimiento… que ambos esposos notaban. Se avergonzó por ello. Tal vez eso dio el paso para que Kaien-dono se sintiera en la libertad de tomarla aquella tarde. Lo había dicho claramente: Tú también lo deseas, no te hagas la inocente ahora. ¿Sería que él leyó en ella algo que ni ella misma había notado? ¿Sería que ella deseaba que él la tomara? Quizás no de esa manera…
-No tiene que ser hoy ni mañana, pero deberá acceder a él, cumplir con su deber de esposa. Un error lo comete cualquiera.
-¿Y qué hago yo con esto que siento? -murmuró insegura de continuar la sirvienta se la quedó mirando animándola a seguir -Le temo… temo que vuelva a hacerme daño. Temo que yo misma me permita dejar de sentirlo y olvidar. Perdería mi dignidad que es lo único que me queda.
-No confunda dignidad con orgullo, señora. No hay mayor dignidad que ser una esposa abnegada y entregada su sus labores como tal. El orgullo solo puede destruir todo ello.
-¿Y mi honor? ¿Qué pasa con ello?
-El señor se ha casado con usted, es su manera de regresarle su honor.
-Mi honor no regresará aun cuando me jure que ha llegado a amarme al final de sus días.
Natsuki negó suavemente.
-Y ese es el orgullo hablando -se puso de pie -Diré a Eimi-san que venga a alistarla.
Salió de la habitación dejando a Rukia sola con sus pensamientos.
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Kaien hizo llamar al médico de la familia Kuchiki, luego que Eimi le hubiera asegurado que él se encontraba previamente al tanto de la situación y que podría confiar en él. Aunque reticente, asumió que era la mejor opción.
-Es una chica fuerte, Shiba-sama -le informó una vez terminando de revisar a Rukia -Se encuentra en magníficas condiciones. Se ha compuesto mucho desde la primera vez que la revisé.
Kaien asintió. ¿Sabría el médico la totalidad de las circunstancias? Temía que su reputación se viera perjudicada si se supiera en la condición que hizo mujer a su actual esposa.
-A veces los primeros meses de preñez son difíciles para las mujeres. Su esposa es una muchacha fuerte, pero debe cuidar su alimentación. Tiene la tendencia a comer poco y con su complexión, dado su estado, no es adecuado. Le indicaré un jarabe para aumentarle el apetito y reducirle las nauseas -Kaien volvió a asentir -Unas cataplasmas calientes para el dolor, que es muy normal. Piense que su hijo se está haciendo espacio entre las entrañas de su mujer. Nada de que preocuparse.
Todo estaba en orden. Era un alivio. Su hijo estaba bien.
-Entonces -alzó la voz el líder del clan -Ella puede cumplir con sus deberes maritales.
-Por supuesto -exclamó el médico algo divertido por la pregunta de Kaien -Incluso es altamente recomendable. Aquello promueve que su hijo se mantenga activo y asegura que sea un varón -agregó serio -Mientras más intime con su mujer y deje su semilla dentro de ella le da virilidad a su hijo.
El médico se despidió y marchó luego de recibir una cuantiosa paga, cosa que no solo era por sus servicios, sino por mantener la boca cerrada. Aun cuando aquello no era necesario, ese hombre no se arriesgaría por habladurías.
Si quería asegurarse un fuerte heredero tendría que ganarse la confianza de Rukia y recuperar su afecto.
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Luego de la visita del médico, la farsa ideada por Natsuki se vino abajo. Aun así no hubo intenciones de Kaien de hacer valer las recomendaciones del médico, lo que bajó la ansiedad de Rukia, permitiéndose volver a lo más que podría ser su vida.
A veces paseaba por el perfecto jardín o se sentaba a disfrutar del sol. Había pedido autorización a su esposo para tomar algunos libros, aunque sabía que podría negarse. No todos los textos le estaban permitidos a las mujeres y Kaien tuvo la deferencia de seleccionar algunos para ella… de los que podría leer.
Cuando su esposo tenía un tiempo le solicitaba que leyera para él, decía que el sonido de su voz alejaba los problemas de su cabeza. Accedía sin reticencia frente a la insistencia de él de pasar algunos momentos con ella. Debía reconocer que era amable y paciente, que parecía disfrutar de su compañía. Pero Rukia aun tenía reticencias al respecto… No podía evitar pensar que cualquier día llegaría borracho y se convertiría en el monstruo otra vez.
-Le hará bien salir de casa, Rukia-sama -comentó Natsuki recogiendo el futón mientras Emi terminaba de atarle el obi a la muchacha -Nada como un poco de aire.
-Recuerda comportarte -advirtió Eimi -No te apartes de tu esposo sin su consentimiento -Rukia asintió sentándose frente al tocador -Recuerda que eres la esposa de un líder de un clan… y que no ha pasado más de un par de meses desde que su primera mujer falleció. Debes ser impecable. No hables más de lo necesario.
-Y parezca enamorada de su esposo, es un valor que será fundamental -agregó Natsuki.
-Una mujer no tiene que amar a su marido -exclamó Rukia -Suficiente tengo con ser amable con él, entablar una charla y consentir sus acercamientos.
-No está obligada a amarlo, pero debe ser devota a él -espetó Eimi comenzando a cepillarle el cabello -Compórtate bien y él lo hará contigo como hasta ahora.
Tocaron a la puerta y Natsuki abrió. Una de las sirvientas le entregó un ramo de flores.
-Ha llegado su ofrenda de paz diaria, señora -la voz de Natsuki tenía dejo de broma.
-Calla tu lengua viperina y cambia las flores del jarrón.
Rukia observó a Natsuki sacar las flores del día anterior dispuesta a botarlas.
-No -dijo -Déjalas. Solo agrega las otras… están bonitas.
Eimi enarcó una ceja.
-No deberías conservarlas… el señor envió otras…
-Las flores no tienen la culpa de quien las envía -respondió Rukia.
Natsuki se alzó de hombros e hizo lo que se le ordenó. Eimi se dedicó a preparar a Rukia para la reunión mensual de los clanes, aun cuando no tenía los mejores recuerdos de la última, era momento de abandonar su reclusión voluntaria.
El camino a la residencia Shihoin fue especialmente silenciosa, Rukia tenía la vista clavada en el paisaje y apretaba sus manos con ansiedad. Era su primera salida en sociedad con su nuevo esposo y ya podía sentir todas las miradas sobre ella cuestionando su comportamiento, cómo vestía, como se expresaría. Ante ellos ya no era una niña a la que se le podían perdonarle pequeños errores y arrebatos. Era una esposa de un líder de clan, una mujer que debía ser perfecta. Una niña a la que se le obligó a crecer demasiado rápido.
-El silencio es algo que te caracteriza últimamente -habló Kaien dirigiéndole una mirada de reojo -Pero quisiera saber qué pasa por tu cabeza.
-Estoy nerviosa -confesó escueta.
-No debes estarlo -aseguró -Estarás perfecta. Te ves hermosa.
-No es cierto -se sonrojó ligero.
Silencio nuevamente.
-Cuando ingresemos irás directo donde las mujeres -indicó -No debes hablar con ninguno de los hombres presentes. No sería bien visto. Si alguno se te acerca solo realiza una ligera venia y aléjate. Si se vuelve insistente, búscame.
-Sé lo que debo hacer -aclaró con cierta agresividad.
Había sido criada para este momento, le faltaba al respeto desconfiando de su comportamiento. Pero internamente tenía el temor de cometer un error que fuese castigado más tarde. No quería provocarlo.
-Hay rumores de revolución al imperio -comentó cambiando el tema -Algunos clanes menores han tenido movimientos sospechosos. No podemos esperar mucho -la miró -Partiré a la capital en un par de días.
Rukia asintió.
-¿No vas a preguntar el porqué de la revuelta?
Últimamente no sabía qué debía hacer y que no. Se sentía coartada en todas sus libertades. Recluida en una habitación por miedo al hombre que tenía a su lado. Como en ese momento, a veces su espíritu rebelde escapaba de su autocontrol. Dejaba de pensar en honrar a su esposo y comenzaba a odiar a ese hombre que era el culpable de esta situación. Antes era libre de preguntar amparada en su juventud e inexperiencia.
-¿Debo hacerlo? -se volvió nuevamente a la ventana.
-Me gustaría que lo hicieras.
Supeditada a sus deseos, presa de su error… todo por culpa de ese maldito monstruo que todos los días intentaba ganarse ese afecto que él mismo había lapidado. La rebelde en ella aparecía, aunque trataba de controlarla, aun cuando se repetía día tras día que Kaien estaba demostrando ser el mismo buen hombre de siempre. Pero odiaba sentirse sin libertad. Le gustaría que lo hiciera. A un esposo no le gustaría que una mujer hiciera algo… era una orden disfrazada de petición. Otra mentira más en los códigos.
-¿Por qué de la revuelta -preguntó sin interés. Esos tiempos en que se interesaba por lo que él tuviera que contarle habían pasado hace mucho -Kaien-dono?
En todo orden de reinados siempre existirían aquellos era disidentes al Emperador o a quienes estaban en su Concejo. Las revueltas no eran algo que estuviera alejado de su realidad. Desde pequeña vio a Nii-sama partir a múltiples enfrentamientos. Recordaba también como con Hisana pedían por su regreso en salud en el templo cuando nadie pudiese verlas. Dos mujeres jóvenes no estaban autorizadas para ello, no hasta cumplir los cuarenta años. El porqué, no lo tenía claro y tampoco estaba en ella cuestionarlo.
-Solo prométame que regresará sano y salvo -dijo cuando él dejó de hablar de cosas que ya no le interesaban, palabras que eran vacías, solo era lo que debía decir.
-¿Realmente lo sientes así? -preguntó con un atisbo de emoción.
No. No… no lo sé.
-Sí, así lo siento.
Sintió las manos de su esposo sobre las suyas.
-Tienes un corazón generoso -murmuró mirando a sus manos -Solo quisiera que antes de partir me aceptaras en tu habitación.
Solo quisiera… otra orden. Sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Pero debía aceptarlo, no debía rechazarlo. Asintió suave.
-Tu consentimiento me llena de alegría -dijo Kaien retirando una de sus manos, pero con la otra aun sobre las de Rukia.
-Tu alegría es la mía -respondió en un susurro volviendo a perder la vista por la ventana.
Palabras de cortesía, palabras que una esposa debía decir a su esposo. Debía agradecer que él quisiera pasar la noche con ella… pero no lo hacía.
La reunión era como cualquier otra. Ya no llevaba sus floreados kimonos. Solo uno sencillo en tonos café de ligeros pero elegantes bordados. Se sentía una mustia y marchita flor. Incluso su atuendo reflejaban el como se sentía.
Los adornos de su cabello, así como sus vestidos en sus diseños y colores no deberán llamar la atención.
Se centraba en la charla de las mujeres. Sus primas y mujeres jóvenes reían alegres tal como solía hacerlo ella. Ahora no debía, el recato debía caracterizarla.
-Miren -señaló una de las muchachas -Saito-kun viene hacia aquí.
Todas comenzaron a murmurar. No era misterio para nadie ni para Rukia que Saito era uno de los muchachos que había solicitado a Kuchiki Byakuya cortejar a su hermana.
Rukia buscó a Kaien con la mirada, pero no podía encontrarlo.
-Señoritas -saludó el joven -Un precioso día y yo con la suerte de encontrar a un grupo de bellas mariposas.
-Adulador -rió una de ellas.
Rukia hizo una pequeña venia y se retiró del grupo tal y como debía ser.
-Rukia -escuchó tras su espalda.
Saito se adelantó para cortarle el paso. Ella lo esquivó, volvió a buscar a su esposo entre los presentes. No estaba…
-No huyas -bromeó el muchacho tomándola de la muñeca. La chica bajó la vista al contacto con real terror. Saito la soltó -Ya no vas a hablar conmigo.
-No es correcto, permiso -volvió a darle la espalda. Él fue más rápido -Por favor… no insistas. Llamas la atención.
-Somos amigos, no tiene nada de malo.
-Ya no lo somos -murmuró esquivándolo -Lo siento…
Se perdió entre la multitud. Un par de varones observaron la escena y fruncieron el ceño. Rukia encontró un grupo de mujeres casadas con quienes charlar. Le daban consejos a los cuales asentía en silencio, siendo la perfecta mujer… solo rogando que la actitud de Saito no hubiese llamado la atención.
Al corto tiempo Kaien apareció junto a ella y la tomó suave por el hombro alejándola de las mujeres. Se acercó a su oído.
-Te marcharás ahora -le indicó, algo en su tono de voz la hizo tiritar.
-Como digas…
Inició la marcha fuera de la sala seguida por la fija mirada de su esposo. No había pasado desapercibida… no lo había sido. Temblaba cuando subió al choque. Sus manos tiritaban… no fue su intención. Fue Saito. Ella no tuvo la culpa, no supo como manejar la situación. Kaien tenía toda la razón en desconfiar de su comportamiento. Se había puesto en ridículo y con ella a su esposo.
Ingresó directo a su habitación, a paso tan veloz como sus ropas le permitían. Los sirvientes se la quedaron mirando. Se encerró y se sentó frente a tocador. Cubrió su rostro con las manos. ¿Qué iba a hacer?
Eimi ingresó junto con Natsuki aceleradas. La más joven se arrodilló a su lado y colocó una de sus manos en el muslo de Rukia.
-¿Qué pasó? ¿Por qué el señor no está contigo? -preguntó Eimi severa -¿Qué hiciste?
-Saito… -se descubrió el rostro, en él el desespero -No pude alejarlo… no fue mi culpa.
-¿Qué no fue tu culpa? -exclamó su nana -Algo debiste hacer para provocarlo. Tonta niña -bufó.
-Tranquila -Natsuki le acarició la pierna -Míreme -le dijo y Rukia fijó su vista en ella, la respiración trémula -¿Qué le dijo el señor?
-Que regresara a casa, solo eso…
Ambas sirvientas se miraron un instante. No era buena señal.
-No salgas por nada del mundo -le indicó Eimi -Te traeré un té.
Salió de la habitación. Rukia miró a Natsuki quien suspiró pesado. Había sido una falta grave y había avergonzado a su esposo frente a todos los nobles.
-Si le explica, él entenderá…
-Me dijo que si esto ocurría, que lo buscara… -dijo acelerada, la voz trémula -Lo busqué… no lo encontré… lo busqué… y no… no estaba…
-Simplemente dígale eso, lo entenderá. Solo fue la inexperiencia.
.
Aun con la angustia y viendo que ya oscurecía, Eimi la preparó para dormir. Tenía miedo… pero confiaba que Kaien la escuchara, que entendiera que no había sido su culpa. Esperó y esperó que su esposo regresara, pero las horas pasaban y no ingresaba a su habitación a aclarar la situación. Supuso que lo dejaría para el día siguiente, que lo hablarían con calma…
Dormía profundamente cuando el shoji se descorrió y unos pasos se acercaron a ella. Una mano en su cabello la despertó.
Abrió los ojos.
-Rukia…
Su esposo la miraba calmado. La muchacha se incorporó rápido y se inclinó frente a él en posición de perdón.
-No pude manejarlo… traté de esquivarlo… te busqué… lo hice, pero no te encontraba.
-Mírame, Rukia -dijo suave.
Ella alzó la mirada. Él le sonreía, Rukia soltó un suspiro. Parecía tranquilo.
-Lo siento.
Kaien llevó la mano a su nuca y la sostuvo con fuerza… demasiada fuerza. La atrajo frente a su cara y la miró fijo.
-Maldita puta -gruñó. Rukia olió el alcohol en su boca -Humillándome frente a todos -se puso de pie sin soltarla obligándola a ponerse de pie junto con él -Te lo advertí… te lo dije.
-No fue mi intención, Kaien-dono… por favor, perdóname…
-Te voy a enseñar que pasa cuando me desobedeces -jaló más su cabello y movió brusco el brazo remeciéndola -No sabes comportarte. Todos comentan que mi esposa es una vergüenza. Deshonras mi nombre y a mi clan.
-Suéltame, por favor -suplicó.
Él accedió. Rukia se llevó la mano a la nuca antes de recibir una bofetada que la tiró al piso. Se incorporó rápido, los ojos llenos de lágrimas. Ahí estaba ese monstruo otra vez.
-No fue mi culpa… -murmuró -Por favor… créeme…
-Me asqueas -espetó -No eres nada como Miyako. Ella jamás me hubiese humillado de esta manera.
Volvió a tomarla del cabello y la tiró sobre el futón.
-Kaien-dono… por favor… el bebé…
-¿Ese bastardo? ¿Crees que me trago que sea mío? Después de tu comportamiento lo dudo.
-Es tuyo. Es tuyo -repitió rápido medio sentada -Lo juro… lo juro… por favor… no me hagas daño.
Se abalanzó sobre ella obligándola a caer nuevamente en el futón. La tomó por las mejillas con fuerza y la miró amenazante.
-Te he dado tiempo, te he respetado, te he llenado de regalos -le soltó la cara -¿Para qué? ¿Para que me humilles así? -volvió a abofetearla -¡Me engañaste! ¡Me obligaste a casarme contigo por ese maldito bastardo!
-No… no es verdad…
-¡Cállate, puta!
La tomó por la yukata y jaló de ella para desprendérsela aprovechando el suave nudo que la ataba. La empujó con fuerza.
Volvía a pasar… otra vez. Y esta vez sintió que lo merecía. Había sido imprudente, ni siquiera debió decirle palabra a Saito, debió recorrer toda la sala en busca de Kaien, no solo mirar a su alrededor.
Se vio desnuda antes él y desvió la mirada a un lado. Kaien se desnudó rápido con violentos movimientos. Le separó las piernas a su mujer y la penetró sin consideración. Se movía contra ella, reviviendo el mismo dolor y la humillación. Su aliento a alcohol le alcanzaba el rostro y solo cerró los ojos esperando que aquella pesadilla terminara pronto.
Él la tomó brusco de la quijada. Se salió de dentro de ella y se sentó en el futón. Acercó a Rukia a su entrepierna.
-Métetelo en la boca -la empujó sobre su erección y la tomó por la nuca. Rukia se largó a llorar -¡Hazlo!
Abrió su boca y cerró los ojos. Fue él quien la guió hasta que su sexo estuvo en la boca de la muchacha. Jalándola por la nuca hacía que ella entrara y sacara su sexo. A veces empujaba tan profundo que ella tenía arcadas.
-Te gusta, ¿verdad? -la tiró del pelo apartándola leve de él -Lámelo, lámelo entero -al ver que no reaccionaba comenzó a restregárselo contra la cara -Lámelo, puta de mierda.
Humillada, completamente humillada. No podía parar de llorar mientras pasaba su lengua por el miembro de ese monstruo en el que volvía a transformarse su esposo.
-Lo haces tan bien -gruñó extasiado -Tómalo con tu mano y frótalo, métetelo en la boca otra vez -ella obedeció logrando que él se estremeciera de placer -Lo haces tan bien -la miraba y le acariciaba el cabello -Más rápido, trágatela toda.
Obedeció, porque no le quedaba otra opción, porque ya no tenía voluntad. Lo escuchaba gemir hasta que la tomó por la nuca y tomó el ritmo, rápido y profundo. De pronto se detuvo empujándole su sexo tan profundo que sintió que iba a vomitar para luego sentir su boca llenarse de un líquido de sabor algo dulzón y viscoso. Se había liberado en su boca. Ahora sí que iba a vomitar. Él se retiró cuando escuchó la arcada.
-Trágatelo.
Pero ella no pudo contenerse y vomitó sobre el futón. Él se rió macabro, disfrutando verla así. La muchacha siguió llorando mientras limpiaba su boca con su mano y la restregaba contra la tela. Teniendo cuidado de no mancharse con su vómito se recostó encorvada, desnuda y tiritando sin detener el llanto.
-Levántate de ahí -dijo Kaien de buen humor y se puso de pie -Cambia el futón.
Se incorporó lento, la mirada gacha, su largo cabello negro desordenado. Paseó su desnudez frente a él, retiró el futón y lo dejó junto a la puerta. Fue hasta el armario y sacó otro.
-El grande -ordenó -Quiero dormir con mi mujer.
Se mordió los labios buscando el futón matrimonial. Lo extendió en el tatami. Kaien se metió dentro y ella se tendió a su lado. Él la atrajo hacia él, obligándola a acomodar la cabeza sobre su pecho.
-Eres tan preciosa -le dijo acariciándole el cabello -Has sido buena, pequeña -ella soltó un trémulo suspiro -Te perdono… -Rukia guardó silencio -¿No me vas a agradecer mi benevolencia?
-Gracias, Kaien-dono…
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