Sin contemplación

Aun recordaba el rostro de su hermano al despedirla. Simplemente tomó su mano, pero ninguna palabra salió de su boca.

-Nii-sama… -susurró y apretó su mano, en silencio le rogaba que no le permitiera irse con Kaien, que la regresara a casa, que la ocultara… que la enviara lejos para siempre…

-Sé una buena esposa, Rukia.

La muchacha se mordió los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas. No iba impedirlo, iba a dejar que se marchara. Era lo que correspondía, lo sabía. Lo hacía por su bien.

-Honra a mi hermana, Shiba.

Kaien asintió y tomando el brazo de Rukia salieron de la sala. Tras de ellos un par de sirvientes los seguían a una distancia prudente. En silencio ambos nuevos esposos llegaron hasta el sector de las habitaciones.

-Señora -habló una mujer -Venga conmigo.

Kaien soltó a Rukia, a quien prácticamente había arrastrado del lado de su hermano. Se retiró del lugar descorriendo sus pasos.

La muchacha caminó tras la mujer, llegando hasta un shoji que descorrió dejándola pasar primero. Supuso que esta sería su habitación, dado que todas sus cosas se encontraban allí. Sus cómodas, su tocador, el armario con sus kimonos. Era como si hubiera sido abandonada allí. El futón estaba extendido sobre el tatami… el futón matrimonial. Cerró los ojos y respiró profundo intentando controlar las ganas de vomitar. No eran nauseas, era el miedo, la angustia… la repulsión de tener que compartir con ese hombre.

Escuchó unos pasos tras de ella. Se volteó para ver a Eimi, quien la miraba con un gesto compasivo.

-Vamos a arreglarte, cariño…

Nunca se había tomado la atribución de llamarla de esa manera cuando ya había crecido. Solía hacerlo cuando era una niña. Aquello la hizo sentir aun más devastada.

-Eimi. Hay una chica entre las sirvientas. Su nombre es Natsuki… quiero verla, ahora.

-Sí, señorita… -hizo una venia, pero cayó en su error -Señora.

Rukia se sentó frente al tocador y comenzó a retirar una a una las peinetas. Las manos le temblaban. Su largo cabello oscuro onduló sobre su espalda.

El shoji volvió a descorrerse. La muchacha que la había ayudado aquel horrible día hizo una amplia venia. Eimi tomó la delantera y la chica tras de ella.

-A partir de hoy estarás a mi servicio y obedecerás en todo a Eimi-san -indicó, Natsuki asintió.

-Gracias, señora.

Rukia le sonrió con tristeza.

-Continuemos con mi miseria -ordenó y ambas se acercaron.

Eimi retiró el obi y los adornos, se los entregó a Natsuki, quien iba ordenándolos en una caja sobre una cómoda. Luego el kimono, que fue cuidadosamente doblado y guardado. Una simple yukata blanca la cubría. Volvió a tomar asiento frente al tocador mientras Eimi le cepillaba el cabello.

-Busca el aceite, Natsuki -le indicó a la muchacha -Está dentro -se refería a los cajoncillos del tocador -Es un frasco translúcido de líquido amarillo.

La chica hurgó dentro de los cajones y se lo entregó a Eimi y ésta a Rukia.

-Úntatelo en el interior de los muslos, huele bien.

Rukia lo arrojó sobre el tocador.

-No le importó cómo olía antes -dijo tajante.

-Cállate -ordenó Eimi -Suficiente. Eso ya pasó. Ahora eres su mujer y te comportarás como cualquier novia lo haría en su noche de bodas. Te vas a listar para recibirlo gustosa. Vas a ser cariñosa y serás sumisa a sus deseos. Si aún quieres culparlo de algo -la miró severa -recuerda que pudo dejarte a la deriva como han hecho tantos otros. Eres Kuchiki, pero solo legalmente. Que no se te olvide. Shiba-sama ha sido generoso en aceptarte aun cuando ya tuvo lo que quería de ti.

Rukia no supo qué responder. Quería llorar de la ira por las palabras de Eimi. Ella había sido como su madre… y ahora… Se pasó un dedo por los ojos enjugando las lágrimas que luchaban por salir.

Su hermano, su nana… las dos personas a quienes más quería en el mundo la arrojaban a los brazos de ese hombre sin contemplación. Y ella… ella tenía que obedecer.

-Puede… -la voz de Natsuki sonó suave -Puede que no quiera consumar el matrimonio… Shiba-sama.

-¿A qué te refieres? -preguntó Eimi.

-Dado el estado de la señora… -respondió y su colega abrió los ojos -No es difícil de saberlo cuando luego de dos meses se realiza la boda. Si lo hubiesen descubierto, se hubiese llevado a cabo antes.

-Espero que hayas sido discreta.

-Siempre lo he sido -aseguró y miró a Rukia quien parecía esperanzada -Es una posibilidad… Podría fingir que se encuentra delicada por las emociones de hoy. Puede dilatarlo…

-Dilatarlo… -murmuró Rukia -¿Por cuánto tiempo?

-Por el tiempo que necesite para comenzar a asumirlo -respondió -No volverá a atacarla, no cuando espera a su hijo. Menos cuando sea su madre… es un buen hombre que solo cometió un perverso error.

-Uno que pudo evitarse si no hubieses accedido a acompañarlo -recalcó Eimi -Fuiste muy irresponsable, prácticamente te le ofreciste. Acababa de perder a su mujer, estaba borracho como nos dijiste… si no te conociera tan bien, creería que lo consentiste.

-¡No! ¡No lo hice! -exclamó furiosa -¡No lo hice! Yo… -los ojos se le aguaron, pero no había ninguna mueca en sus labios, las lágrimas solo corrían, su rostro imperturbable -no lo hice. Él me tomó como si fuese un animal, como lo hacen los perros… como una vulgar perra.

Eimi iba a abrir la boca, pero una mano de Natsuki sobre su antebrazo la hizo detenerse.

-Hagamos algo… -propuso -Cuando él ingrese por esta puerta se mostrará dispuesta a consumar el matrimonio. En cuanto comience a tocarla más de lo que pueda tolerar finja un dolor de vientre. Eso lo aterrará, no quiere perder al bebé… ya perdió uno. No querrá perder otro.

-Eres… -dijo Rukia.

-Muy inteligente -apreció Eimi -Seremos un buen equipo -se volteó a Rukia -Esto no significa que no cumplas con tus labores de esposa.

-Lo sé… solo… -tomó el frasco y lo destapo. Lo llevó a su nariz -¿Deberé perdonarlo?

-No, solo tolerarlo -dijo Eimi -Y tratar de no contrariarlo para provocar otra situación similar. Ahora es tu esposo, tiene todo el derecho a tomarte cuando quiera. Con o sin tu consentimiento… -le tomó una mano -Sé una buena chica.

Eres una buena chica, Rukia.

Se le revolvió el estómago, se cubrió la boca con una mano. Corrió al shoji que daba al jardín y vomitó. Vomitó todo lo que tenía en el estómago. Vomitó hasta que bilis saliera de su boca. Aprovechó el momento para llorar. Era lo único que podía y quería hacer.

Natsuki fue en su ayuda y le llevó un paño para limpiarse la boca. Estaba húmedo.

-Ayúdame, Natsuki -susurró tomándola de la yukata -Por favor… ayúdame.

-Confíe en mí, si hace lo que le digo el señor desistirá. Póngase de pie -le tendió una mano que Rukia tomó y se dejó alzar.

Volvió a ingresar a la habitación. Dejó que Eimi la untara con el aceite aquel, la dejó retocarle el maquillaje y cepillar su cabello una y otra vez.

-Recuerda que ahora eres la esposa de un líder de un clan -le dijo Eimi con voz dulce, un cambio a su anterior actitud -Y eso también te da poder, cariño. Como Kuchiki no tenías más influencia que ser la hermanita casadera, ahora eres la mujer de un líder de clan.

-Influencia que pago con mi libertad.

-Cariño, las mujeres no tenemos libertad.

Una vez terminado el trabajo, ambas mujeres se retiraron dejando a Rukia con sus temores. Sola, en esa habitación que si bien tenía sus cosas no era suya. Nada sería suyo. Tenía la vista clavada en el shoji y a cualquier pequeño ruido que se sintiera fuera pegaba un respingo.

-Solo será un momento -se llevó una mano al vientre -Un momento y terminará… solo un momento -cerró los ojos -Un momento y nada más.

Servir al esposo y respetarlo como señor. Nunca despreciarlo.

El shoji se descorrió. No quiso abrir los ojos y abrazó sus rodillas. Tiritaba y escondió rostro. La respiración salía trémula entre sus labios. No quería verlo, no quería sentirlo cerca…

Sintió que algo cayó en el futón y los pasos se dirigieron fuera de la habitación. Abrió los ojos y vio una daga a los pies de shoji. La tomó en la mano y la estudió en silencio. Descorrió la manga para dejar visible su brazo. Cortó la piel cerca del codo. Ni siquiera le dolió, el miedo era más. Dejó caer la daga y apretó con fuerza de manera que saliera mucha sangre y lo apoyó en el futón. Veía como se teñía la tela, movía el brazo para que la mancha se esparciera por el blanco futón. Retiró su brazo y se desató el delgado obi. Lo puso sobre el corte y lo apretó. Soltó una profunda espiración. Sentía su brazo palpitar.

Esa noche se salvaría, una noche… quizás mañana tendría que enfrentarlo otra vez… pero sería mañana. Se tendió en el futón y cerró los ojos.

-Gracias… Kaien-dono.

Cayó profundamente dormida, tanto que no escuchó cuando su esposo ingresó en la habitación. Recogió la daga y la limpió en su ropa. La dejo sobre una de las cómodas, se sentó allí con la espalda contra el fusuma y observó a Rukia dormir. No podría salir de allí hasta la mañana para no levantar sospechas. Pensaba en cómo enmendar el daño, cómo sobrellevar un matrimonio forzado basado en la culpa y el rechazo.

Había amado inmensamente a Miyako y para él sería siempre su mujer. Aquella niña dormida en el futón era su mayor error. Había herido a una muchacha en un impulso del alcohol y la inconsciencia. Reconocía que le recordaba en muchas cosas a su difunta esposa, pero Rukia no era Miyako y nunca lo sería.

La escuchó quejarse y hablar algo que no era reconocible. Comenzó a gritar… a llamar a Byakuya. Nii-sama, Nii-sama… Se puso de pie y se le acercó, se sentó a su lado. Llevó una mano a su hombro. Ella se movió bruscamente y abrió los ojos. Lo miró un segundo eterno y en un rápido movimiento salió del futón cayendo fuera de él. La vio gatear hasta un rincón.

-No, por favor… -susurró.

-Perdóname -le rogó -Por favor… perdóname.

Rukia lo miró fijo. ¿Perdonarlo? Las imágenes de aquella tarde volvían a ella. La desesperación, el temor… el como sus ilusiones se destruían… como el hombre que amaba se convertía en un monstruo. Pero al verlo consumido por la culpa reconoció en él a hombre que había amado todos esos años. ¿Perdonarlo?

-¿Recuerdas ese día, para el festival de otoño, que llevabas ese kimono que odiabas? Estabas muy molesta porque decías que te hacía ver aun más menuda… -la chica le prestó atención -Creo que te veías hermosa.

Rukia fijó su vista en el rostro de Kaien, aun frente a la penumbra. Podía reconocer sus facciones y la ausencia en ellas de cualquier signo del monstruo que había conocido.

-Hice algo que no correspondió, algo muy bajo -continuó -Pero, si eso no hubiese pasado… No tendría a una esposa de la cual sentirme orgulloso. No mentí cuando dije que tu esposo sería un hombre afortunado… -vio en ella ceder la mirada amenazante -Nunca pensé en perder a Miyako… pero creo que ella querría que yo continuara mi vida… Ella te quería mucho… Ella hubiese deseado que tú tomaras su lugar. Sé que eso la hace feliz ahora…

-No… eso no… -masculló la chica aún apegada contra la pared -No deshonres a Miyako-sama. Ella jamás hubiese querido que eso pasara.

-No, claro que no -interpuso de buen humor -Pero hubo una razón por la cual sucedió… ¿no lo entiendes?

-Que eres un monstruo, es la única razón.

Hay que evitar contradecir al marido con ánimo exaltado y palabras ácidas.

El silencio cayó entre ambos. Kaien iba perdiendo el remordimiento y comenzaba a molestarle el carácter respondón de su mujercita. Lo estaba provocando… quizás fue lo mismo aquella nefasta vez. Un pensamiento macabro se pasó por su mente en ese momento. No, Rukia no necesitaba que la aleccionara de esa manera. Debía pensar en el bebé.

-¿Qué quieres que haga para que me perdones? Ya me casé contigo, ya te pedí disculpas… -en su voz se descubría su pérdida de tolerancia -Eso ya sucedió, estoy tratando de enmendarlo.

Si el marido comete lascivias hay que amonestar sin ira ni rencor.

¿Cómo no tenerle rencor a alguien que le había hecho tanto daño? Lo miró a los ojos… ya no le parecían tan bonitos. Él ya no le parecía tan atractivo. El velo que cubría sus ojos había caído y veían a Kaien tal y como era. Un hombre, un líder de un clan y un esposo… uno como cualquier otro. Si se hubiese casado con alguien más, si no hubiese sucedido esa tarde que solo quería olvidar.

Las enfermedades morales de las mujeres son la desobediencia y el odio. Por eso, comparada con el varón, es necia, no conoce ni lo que tiene frente a los ojos.

A un esposo cualquiera… que pudo ser cualquiera y terminó siendo el hombre a quien amó, ahora real, no la ilusión del hombre perfecto.

-¿Me juras… que nunca más…? -cedió.

Lo había conseguido.

-Nunca más, lo juro -respondió con seguridad -No sé qué me pasó ese día… me convertí en alguien que no soy. No hay excusas ni nada que pueda explicar lo que hice… y no quiero presionarte a nada… Pero…

-Soy tu esposa… -murmuró asumiendo que él deseaba completar con lo que las reglas de la noche de bodas.

No había sido su idea en primera instancia. Iba a respetar su tiempo, iba a ser prudente… pero aquella conversación había acelerado las cosas.

-Ven… -estiró su mano hacia ella -No soy un monstruo. No me tengas miedo…

Rukia bajó a vista a sus propias manos. No era tonta, sabía que él solo buscaba honrar a su mujer y reafirmar que era un buen hombre. Seguir todo al pie de la letra… y ella debía obedecer. Se acercó a él y tomó su mano.

Nunca despreciarlo. La habían criado para ser la esposa perfecta. Las reglas del manual estaban tatuadas en ella con fuego. Era salvaje, era rebelde… pero no tenía a nadie más que a él, desde que le fue entregada… Kaien era el único que cuidaría de ella… Una mujer no era libre, una mujer sin un hombre no era nada. Ella no era nada sin Nii-sama… no era nada sin Kaien…

-¿Nunca más? -preguntó mirando sus manos unidas.

-Lo juro… déjame demostrarte que no soy ese hombre que te tomó la fuerza… ese que te destrozó…

Nunca despreciarlo.

Rukia asintió en silencio.

-Soy tu esposa… -dijo suave, más para sí que para que la escuchara. Era su esposa y estaba subyugada a sus decisiones y a su misericordia. Si Kaien quisiera, y si ella seguía presionando, la despreciaría alegando que era mercancía dañada. No tenía como probar que él la había mancillado. Solo Natsuki, y le cortarían la cabeza antes de poder hablar.

-Lo eres. Lo eres porque así lo quise…

-¿Lo quieres? ¿Qué sea tu esposa?

No, no lo quería. Quería a Miyako de regreso… a la única mujer a quién querría jamás. Pero debía remediar su error. Rukia era su mujer ahora, y por su error, ahora debía hacerla feliz. Siempre y cuando se comportara. Debía entregarle al esposo que ella hubiese querido tener… a él mismo. De otro modo solo la afectaría… poniendo en riesgo la alianza con Byakuya y la descendencia del clan. Realmente no quería despreciarla… era una excelente moneda de cambio y con la velocidad que se preñó, sería una esposa que le daría muchos hijos. Lo único en lo que Miyako falló.

-Claro que lo quiero -aseguró.

Rukia asintió.

-Sé mi esposo…

La atrajo hacia él suavemente tirando de su mano. Ella se sentó frente a él. Temblaba, aun le temía. Recordó su noche de bodas con Miyako, la pasión que los embargó, como se entregaron a los brazos del otro sin cuestionamientos. No deseaba a esa muchacha, pero sabía que a pesar de ello su cuerpo reaccionaría como era esperable. Es Miyako, es ella.

Se acercó a la muchacha y depositó un breve beso en sus labios. Ella volvió a temblar.

-Soy el de siempre, Rukia -le dijo apartándose solo un poco -Solo, por hoy, olvida… olvida todo.

-¿Cómo se hace eso?

-Solo piensa que soy quien amas hace tanto… Ahora soy tu esposo, Rukia… déjame hacerte mi mujer como mereces…

Ella soltó un suspiro. Volvió a besarla y ella no tiritó esta vez. Lo agradeció mientras continuaba uniendo sus labios. Llevó una mano a su rostro. Jaló suave de su mentón para que abriera los labios y degustarle la boca. Como una inexperta doncella ella accedió. Tocó su lengua con la propia invitándola a unirse a ello. La sintió soltar un suspiro. Llevó una mano a la nuca de la muchacha enredando los dedos en su cabello. Aquel beso se volvía ansioso, ella era tan tímida, tan inexperta… y era solo suya para degustarla como quisiese. Y ese pensamiento le gustó. Bajó aquella mano hasta su espalda alta atrayéndola a él.

Nunca despreciarlo.

Iba a pasar otra vez… la única diferencia era que, ahora, Rukia no se oponía… De pronto ella rompía el beso y se apretaba el vientre. Sin duda habían sido demasiadas emociones para la niña.

Solo necesitaba un poco más de tiempo.

-Me siento mal -se quejó fingiendo -Ayúdame, Kaien-dono.

La acomodó en el futón, la vio enrollarse sobre sí misma, el rostro inundado de dolor. Y él no podía hacer nada, no podía llamar al médico.

-¿Qué hago? -preguntó angustiado. Esa niña podía perder al bebé y con él a la única razón que los unía.

-Eimi… ve por Eimi.

Kaien salió de la habitación y regresó poco después con la criada de su mujer.

-Puede regresar a su habitación, señor -dijo Eimi -Diremos que se ha ido en sangre producto de su inmensa pasión -el tono burlón era evidente. Kaien lo dejó pasar -Buenas noches.

El esposo salió de la habitación con una mezcla de preocupación y angustia. Preocupación por su hijo, angustia de pensar que Rukia pudiese perderlo y terminara sin heredero y con una mujer que no quería.

-Ya puedes dejar de fingir -dijo Eimi a Rukia -Se ha marchado.

La muchacha suspiró y una sonrisa se dibujó en sus labios. Dejó escapar una risa nerviosa.

-Lo logré, Eimi -otra risa nerviosa -Lo aparté.

-¿Alcanzó a hacerte algo?

-Solo me besó…

Eimi asintió.

-¿Y que sentiste?

-Que fue un beso vacío… -se puso de pie y caminó al shoji que daba al jardín, aspiró el aire puro y fresco -¿Puedes cambiar ese futón por uno individual? Tiene mucha sangre.

Entonces Eimi notó que llevaba el obi atado al brazo.

-Iré por Natsuki y traeremos todo para curarte… y un futón nuevo. Uno donde no quepa nadie más que tú.

-Gracias, Eimi… sé que no estás de acuerdo, pero…

-Quiero que seas feliz, cariño. Y la única manera en que lo conseguirás que ciñéndote al onna-daigaku. Entiende mi aprehensión… -le tomó el rostro con ternura -Pero, quiero que cuando lo hagas, lo hagas porque quieras. No porque debes.

Ella nunca querría seguir el onna-daigaku. No por su libre voluntad. Pero no era libre, ninguna mujer lo era. Y si en el querer encontraría la felicidad lo intentaría. Se llevó las manos al vientre y bajó la vista.

-Tú eres mi verdadera felicidad, bebé. Solos tú y yo…

Eimi salió de la habitación.

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