Prólogo

-Rukia, apresúrate, Byakuya-sama la está esperando.

Rukia Kuchiki se miró una vez más en el espejo admirando el trabajo que la criada había realizado en su cabello. El perfecto recogido decorado con un par de peinetas de libélulas. El suave maquillaje, el hermoso kimono.

-Rukia-sama -la sirvienta fue hasta la puerta.

Se hincó junto al shoji para descorrerlo. Rukia se puso de pie y salió de la habitación. A cortos pero rápidos pasos llegó hasta la salida de la enorme y elegante residencia Kuchiki. Se calzó los pies y alcanzó a su hermano mayor por matrimonio junto al carruaje.

-La puntualidad es un valor que quisiera lograras incorporar -dijo Byakuya Kuchiki.

-Lo siento, Nii-sama.

Él le tendió una mano para ayudarla a subir y luego la siguió. El carruaje emprendió el rumbo. Rukia miraba por la ventana y dejaba escapar de tanto en tanto algunos suspiros lánguidos. Su hermano le dirigía miradas esporádicas. Él tampoco estaba a gusto con la situación, odiaba los eventos sociales… y sobre todo las bodas. No desde que su esposa, Hisana, y hermana de sangre de Rukia había muerto. Eso hacía cinco años.

Byakuya Kuchiki había conocido a Hisana toda su vida. Ella era la hija de uno de los más fieles guardias de su padre, Sojun Kuchiki y anterior líder del clan, antes de ser asesinado en un intento de deposición del Emperador. Junto con Sojun Kuchiki, falleció también el padre de Hisana y de la, entonces, pequeña Rukia.

Hisana contaba entonces con quince años, Byakuya con veinte. Como una compensación a los años de servicio y lealtad que su padre había mostrado con Sojun, Byakuya ahora líder del clan Kuchiki, las llevó a vivir con él. Dos mujeres solas, sobretodo una chica adolescente con su hermanita pequeña, solo esperaría desgracias.

La gratitud de Hisana se transformó en admiración por el joven líder del clan, y luego en un profundo amor. La deuda de Byakuya se transformó en preocupación y la necesidad de proveerles todo lo que necesitaran. Pronto correspondió a los sentimientos que la muchacha le profesaba. Al cumplir Hisana los 17 años contrajo matrimonio con Byakuya Kuchiki.

No fue una unión que fuese aceptada ampliamente por los otros miembros del clan ni algunos de sus clanes menores, todos tenían mejores chiquillas casaderas que ofrecer, mejores que la hija de un guardia, aunque fuese el hombre en quien Sojun más confiaba.

Sin embargo su felicidad se vio pronto empañada por la enfermedad que atormentó a la joven esposa cerca de su cuarto aniversario. Murió un año después. Byakuya prometió cuidar de Rukia como su propia hermana. Pero aquella sería la última de las afrentas que el clan aceptaría, lo sabía. Rukia estaría a salvo mientras él siguiera siendo el líder, si fallecía, ella sería arrojada fuera por cualquiera que tomara su lugar. Para ellos, su hermana, no era más que una plebeya. Le arrebatarían su apellido y posición, para echarla fuera de la residencia. Era algo que lo atormentaba de cuando en vez.

Rukia miró a su hermano. Sabía cuánto le desagradaban las fiestas y, sobre todo, las bodas. Desde que su hermana había muerto, Byakuya se había vuelto sombrío.

-No es necesario que vayamos, Nii-sama -la muchacha rompió el silencio.

-Al contrario, debemos hacerlo -respondió volviéndose hacia ella -Los Shiba son parte de los cuatro clanes principales al servicio del Emperador, tal como nosotros. No asistir a la boda de su líder sería una afrenta que no estarían dispuestos a olvidar.

Rukia asintió suave.

-¿Asistirá el Emperador?

-Así será.

El resto del camino lo continuaron en silencio hasta ingresar a la residencia de los Shiba. Era tan grande como su propia casa, pero más ostentosa. Jardines más elaborados y la madera teñida de un vistoso rojo. Otros muchos invitados estaban presentes, los hombres elegantes y las mujeres perfectas con sus preciosos kimonos.

-Nii-sama -habló Rukia mientras caminaban al salón donde se realizaría la recepción -¿Algún día también me casaré?

-Así es -la miró -Escogeré un buen esposo para ti, descuida -la muchacha sonrió agradada -Pero eso será cuando crezcas. No te puedes casar con doce años, aun eres una niña.

-Solo preguntaba -era cierto -Nii-sama… ¿crees que tenga suerte como Nee-san y encontrar un esposo tan bueno como tú?

-Me tienes muy en alto, Rukia -no había orgullo en su voz, más bien remordimiento -Pero haré lo posible porque, él día que te cases, lo hagas con alguien de tu agrado. Después de todo, un matrimonio exitoso es lo que toda mujer espera… y lo que el clan necesita.

Rukia asintió con seguridad. Así era la vida de las mujeres en el período del Edo, reducidas a establecer relaciones entre clanes y mantener el hogar, comandadas por las enseñanzas del manual de la esposa onna-daigaku. Manual que a Rukia le costaba algo aceptar dado su naturaleza algo salvaje, como solía dispensarla Byakuya cuando la mujer al servicio de Rukia se quejaba de su falta de prolijidad en sus tareas. Rukia era curiosa intelectualmente, defendía su postura con argumentos y era aguerrida. Ciertamente un hombre inteligente valoraría su carácter.

Como era la costumbre, primero se realizaría la recepción, donde los novios beberían sake con sus invitados, para luego pasar a la unión religiosa. Rukia observaba a todos y prestaba atención a sus charlas aprovechando su baja estatura para colarse entre ellos. Le gustaba escuchar a los hombres y a las mujeres viejas. Ella eran sabias y hablaban con propiedad de diversos temas. Los hombres lo hacían del ejército y negocios, las mujeres sobre el hogar y el manejo de sus familias, en todo ámbito de cosas. Una mujer influyente era la cabeza de la familia, respetada y las decisiones del hogar pasaban por ella. Pero el hombre siempre estaría por sobre ella. Eso para Rukia era lo que debía ser, así era la sociedad, así era su mundo y así debía ser. Ni siquiera lo cuestionaba.

De pronto las puertas de abrieron y los novios ingresaron, ella acompañada de sus padres. Era una mujer hermosa, de cuerpo femenino, blanca piel y cabello castaño en un recogido adornado con muchas flores. Era de movimientos elegantes y un mirar sereno. Rukia pasó a ver al novio, no lo conocía. Era un hombre alto, de unos veinte años, cabello oscuro, ojos verdes y un gesto amable. Lo vio sonreírle a la muchacha, su futura esposa, y Rukia pensó que era el hombre más bello que había visto en su vida.

Ese día Rukia Kuchiki se enamoró perdidamente de Kaien Shiba.

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