La Liebre en la Luna
La mañana había llegado lento, demasiado lento para Rukia que no había conciliado el sueño en toda la noche. Apenas su esposo se durmió tras hacerla suya una vez más, se alejó de su cuerpo y se giró para darle la espalda. Mantuvo la mirada fija en un punto en el fusuma. Las lágrimas corrían por sus mejillas y de tanto se limpiaba la nariz con el futón. Lloraba bajito para que Kaien no la escuchara, para que no lo notara.
Su mente viajaba a sus tiempos en la residencia Kuchiki, cuando Hisana vivía. Cuando ingresaron allí por la misericordia de Nii-sama. Al recordarlo lloró con aún más fuerza. ¿Por qué no la protegió de ese monstruo? ¿Por qué la entregó sin más? Hubiera deseado que la enviara al exilio… Temía por ella, temía por su bebé que no tenía la culpa de nada. Solo pensaba en que si nacía varón tendría la bendición de su esposo, sería su vida… y lo educaría para ser tal como él. Tal como todos los hombres. Aun así su bebé viviría y haría orgulloso a su padre. Pero si fuese hembra...
-No nazcas -susurró en medio de su llanto -Si eres niña no nazcas… -rogó.
Se llevó las manos al vientre temiendo qué le haría Kaien a su bebé si fuera una niña. Lo mejor que podría hacer sería matarla al nacer. De otro modo la dejaría crecer bajo sus humillaciones… y cuando estuviera lo suficiente mayor… él tomaría lo que considerara justo por criarla y brindarle techo y comida.
-No nazcas… por favor…
Recordaba con la amabilidad y generosidad que Nii-sama la crío junto con su hermana. Cómo amaba a Hisana y la adoraba como si fuera de cristal.
Solía jugar en los jardines de la residencia Kuchiki, junto con otros chicos. Hijos e hijas de los subalternos de Nii-sama, hijos e hijas de familias menores. En un tiempo en que no existían diferencias por el sexo… donde todos eran niños.
Soñaba despierta con esos días. Cuando jugaban a esconderse tras los árboles, cuando se perseguían. Cuando los niños jugaban con una pelota y las niñas con sus muñecas… cuando ella también jugaba a la pelota recogiéndose la yukata. Mojarse los pies en el estanque, arrojar guijarros a los lotos para que los peces salieran de sus escondites.
Sintió una mano en su espalda y el calor de otro cuerpo cuando esa mano se movió hacia su abdomen y un brazo la rodeaba.
-¿Duermes, mi pequeña? -escuchó en su oído, la mano le acarició el vientre -Ya deseo que se te redondee el vientre para verlo crecer… a mi hijo.
Rukia soltó un suspiro trémulo. Ese monstruo, ese maldito y asqueroso hombre… No quería sentirlo cerca, no deseaba que la tocara. Pero no podía rechazarlo, no después de lo ocurrido la noche anterior. Kaien le había demostrado que podía hacer lo que quisiera con ella… y que no podría defenderse siquiera. Tampoco podría pedir ayuda. Nadie la salvaría, y si alguien lo intentara, arriesgaba la vida… nadie arriesgaría la vida por ella. Nadie.
-Gírate para verte, esposa mía -la tomó por el hombro.
Rukia obedeció y pudo ver una minúscula reacción de sorpresa en su esposo. Llevó una mano a su rostro, ella cerró los ojos al sentir la presión, aunque leve en su pómulo. En ese momento notó que le dolía… todo su cuerpo le dolía… el orgullo y la dignidad.
-Perdóname… estaba fuera de mí -le dijo él con voz suave mirando el rostro amoratado y el ojo hinchado de su esposa -Eres una buena chica… por eso me perdonarás, ¿verdad? -hizo un ligero puchero -Estaba muy exaltado. No puedo pensar que ese tipo te deseaba… y que tú lo dejabas -Rukia abrió los ojos con terror -Pero fue un error. Ya aprendiste -le acarició el cabello -Eres tan preciosa -le sonrió dulce -Soy tan afortunado…
Acercó sus labios a ella y la besó donde la había golpeado. Su esposa no reaccionaba, pero poco a él le importaba. Siguió depositando besos por su rostro, una mano en la otra mejilla apoyada suave sobre su piel. Sus labios le alcanzaron la boca. La besó devorándola, introduciendo su lengua, mordiéndole los labios. Marcándola como suya. Le apestaba el aliento, su contacto era brusco, le hacía daño.
De pronto se apartó un poco.
-Dime cuanto me amas -le susurró a contraboca.
Rukia empuñó las manos con fuerza, las uñas clavándose en sus palmas. Él no era solo dueño de su cuerpo, de sus acciones y palabras… ahora lo era de sus sentimientos. Él diría que decir, que hacer y que sentir. A partir de hoy ella estaba muerta…
-Te amo, Kaien-dono… mi vida es tuya.
-Mi pequeña Rukia es tan dulce -aumentó la distancia y retiró su mano con una ligera caricia -Le diré a Eimi que te traiga el desayuno y luego quiero que te asees y estés perfecta para mí. Solo tenemos dos días y los aprovecharemos… los dos solos -su voz era animada -¿Qué te parece? Será perfecto. Así, cuando esté lejos, tendré tu recuerdo conmigo, de nuestros días juntos… con nuestro hijo -le tomó la mano y bajó la vista -No sabes cuan feliz me haces.
Rukia lo miró a los ojos. Leía en ellos un brillo extraño, una mirada poco fija. Era la mirada de un orate...
-Nada me hace más ilusión que tener toda tu atención… -murmuró mirando su mano sostenida por la de Kaien, la misma mano que la acariciaba ahora, la había golpeado y obligado a hacer aquel acto humillante.
-Todo por mi preciosa esposa y mi amado hijo -se puso de pie y se vistió -Nos vemos más tarde.
Se dirigió a la puerta y corrió el futón sucio de la noche anterior con el pie descuidadamente. Salió de la habitación.
Durante los siguientes dos días consintió cada vez que quiso tomarla, lo besó y mimó cuando se lo pidió. Le dijo las palabras dulces que quería escuchar y puso atención a todo lo que decía… como una buena esposa.
Cuando se enamoró de él, cuando comenzó a acercársele de manera inocente, como lo haría cualquier muchacha. Solo por tenerlo cerca, solo por hablar con él. Cuando estuvo algo más grande pensaba en como sería besar a Kaien-dono, como sería estar en sus brazos… y cuando ya la inocencia del pensamiento comenzó a abandonarla, pensaba en cómo sería que la hiciera mujer.
Ya lo sabía…
.
Si bien la avanzada de Kaien y sus hombres era solo por resguardo, la guerra no tardó en estallar. Dos de los cinco clanes, uno contando con un lejano heredero al trono habían levantado sus fuerzas contra el Emperador. Pero estaba muy lejos de las preocupaciones de Rukia. O quizás lo estaría si alguien hubiese tenido la deferencia de informarle, pero ella solo se enteraba de lo que quería Eimi que se enterara.
-¿Crees que deberíamos empezar a confeccionarle el ajuar al bebé? -preguntó Rukia a su nana mirándose la barriga en el espejo mientras la mujer le cerraba la yukata y luego el kimono -Ya estoy muy grande.
-No estás tan grande, te ves porque eres muy pequeña… espera que llegue fin de mes y cumplas los seis meses. A partir de entonces la barriga crece muchísimo.
Kaien llevaba ya tres meses fuera de casa defendiendo las zonas asediadas por los rebeldes. A veces recibía noticias suyas… pero sabía que no lo vería hasta que la revuelta terminara, o antes si resultaba herido… o nunca si resultaba muerto. Entonces Ganju tomaría su lugar y ella podría permanecer en las sombras de esa casa rogando porque alguna vez su hermano fuera por ella.
Aunque ese era solo un sueño. Una vez que una mujer era entregada a su esposo, abandonaba para siempre a su familia de origen. Desde que desposó a Kaien, su familia era la propia. Debería quedarse allí, ayudar a cuidar a los hijos de Ganju cuando se casara o de sus concubinas si quisiese tenerlas. Ayudaría a su mujer a parir y a él mismo cuando tuviese un problema de salud y no hubiese quien pudiera hacerlo en su lugar. Esa sería su vida si Kaien muriera… y si su hijo fuera varón, debería cederle los derechos a Ganju, quien lideraría el clan, mientras su hijo fuese demasiado pequeño.
-¿Ha pensado en cómo llamarle? -preguntó Natsuki retirando la ropa sucia.
Rukia se llevó las manos a la barriga. Había pensado mucho en ello, tenía miles de ideas, de preciosos y poéticos nombres… Pero solo quedaban en ilusiones. Kaien elegiría el nombre de su hijo.
-No -bajó la vista a su abdomen y lo sobaba con el rostro iluminado -Solo es bebé -se puso una capa de piel sobre los hombros -Odio el invierno -dijo más bien para sí misma -Iré a la sala a leer -agregó saliendo de la habitación.
-¡No te sientes mucho rato junto al Kotatsu! -exclamó Eimi -¡El calor no es bueno para el bebé! -advirtió.
El invierno allí era crudo. Recordaba que cuando era pequeña, cuando nevaba, con Hisana hacían monigotes con grandes pelotas, a veces Nii-sama las ayudaba. Le ponían ropa y jugaban a que eran invitados y les servían té. En ellos encontraba amigos durante esos meses en que siquiera salir de la residencia era una osadía. Las calles estaban cubiertas y algunas veces asomaba su nariz por el muro para ver como los sirvientes la quitaban. Se subía a algún árbol para ello, tenía gran facilidad para encaramarse y su ligero peso hacía que incluso las ramas mas delgadas pudiesen sostenerla.
Ingresó a la sala con un libro en su mano. Se puso bajo el futón del Kotatsu y abrió la primera hoja. Repasó el dibujo con la mano. Era el primer libro que leyó alguna vez y lo había hecho miles de veces.
Se cuenta que un viejo peregrino encontró un día un mono, un zorro y una liebre.
El hombre, de avanzada edad, se encontraba agotado por su viaje lo cual le llevó a pedir a los tres animales, como favor, que le consiguiesen algo de comida. El mono se subió a un árbol y recogió frutas, el zorro con su gran agilidad atrapó un ave y la liebre, con gran pesar, volvió con las manos vacías.
Al ver al viejo con la cara triste y cansada, se sintió culpable. Entonces recogió ramas y hojas secas, encendió una fogata y se lanzó dentro para ofrecerse a sí misma como alimento.
El viejo, conmovido ante el trágico sacrificio del pobre animal, reveló su verdadera identidad. Era una deidad de gran poder que recogió los restos de la liebre y los enterró en la luna como monumento a su gesto de solidaridad.
¿Quién iba a pensar que ella misma terminaría como la liebre de esa historia? Sacrificada para el bien de otros, para esconder la vergüenza de otros.
Ella no era como los otros niños, ella jamás vio el conejo en la luna, quizás el rostro cansado del peregrino.
-No veo el conejito -dijo poniéndose de cabeza para cambiar el ángulo.
-Porque no hay ningún conejo en la luna. Es una liebre -le corrigió el muchachito con quien leía el cuento por enésima vez.
-Una liebre es lo mismo que un conejo, tonto -se sentó en la solera y miró nuevamente al cielo.
El muchacho se cruzó de brazos molesto por haber sido insultado por Rukia, pero ella era así. Mucho carácter para su metro y poco de estatura.
-No es lo mismo -bufó -Las liebres son mucho más grandes que los conejos -dio cátedra.
-Pues a mí me parecen iguales -respondió burlona.
-No lo son -canturreó el niño -Tonta.
Cerró el libro y se sonrió. Había pasado tanto tiempo de aquello, de esos días en que todo era tan sencillo. Ver o no ver al conejo en la luna podía ser un debate eterno… ahora si lo veía o no era totalmente irrelevante.
-Quizás tú sí puedas ver el conejo en la luna -dijo mirándose la barriga -Quizás siempre hubo algo malo en mí.
Era diferente a las niñas, era curiosa, de respuestas rápidas -no siempre brillantes- y de carácter fuerte. Una líder nata en los juegos infantiles, sin temor a las aventuras ni a ser descubiertos cuando salían de la residencia Kuchiki para ver algo de la ciudad… o algo tras de sus murallones que no fuera la ruta a alguna de sus casas… para recorrer las calles a pie.
Rió cuando recordó haber cuido buscando a un gato que vio del otro lado del muro. Aun no se explica como saltó a la calle del árbol sin dañarse. Pero su libertad no duró demasiado. Pronto uno de los guardias la atrapó y regresó a la casa. Hisana estaba furiosa.
No podía dejar de mirar la imagen del conejo -o liebre, o lo que fuera- pintada en la hoja. Era tan bonito, tan parecido a uno de verdad…
Un gran escándalo por los pasillos llamó su atención y se puso de pie. Instintivamente llevó su mano hasta su pierna para asegurarse que la daga estaba atada ahí.
Había sido instruida en ello desde que recordaba. Cuando Nii-sama partía a alguna batalla, ellas -Hisana y Rukia- quedaban al cuidado de los guardias de la residencia y de los sirvientes. En esos momento el riesgo era alto, por lo que para esas ocasiones, Nii-sama les entregaba los kaiken. Ellas debían llevar las pequeñas dagas amarradas al muslo en caso de ser atacadas… poder cortarse el cuello antes de ser tomadas prisioneras. Pero eso no lo aprendió de Nii-sama, sino de su propio padre.
Descorrió el shoji lento y miró con un ojo fuera. Se aventuró a abrir más y sacar la cabeza. Podía escuchar a mucha gente circular, algunos dando instrucciones con voz fuerte. Uno de ellos era el encargado de la seguridad de la residencia. Salió de la habitación caminando por el pasillo, su mano sobre la daga. Tan concentrada iba que no notó que una sirvienta iba hacia ella y ambas chocaron. La pobre mujer se inclinó en el suelo rogando perdón, pero Rukia hizo caso omiso.
-¿Qué sucede? -preguntó con curiosidad.
-¿No lo sabe, señora? -parecía sorprendida -Los rebeldes se enfrentan hace días con las fuerzas del emperador a las afueras del condado -hablaba acelerada -Han traído a algunos heridos para que sean atendidos aquí.
-¿Lo sabe el señor? -su voz se volvió la de una esposa de un líder.
-Sí, señora, él ha dado la orden.
Rukia asintió y continuó la marcha. Pudo constatar como todo estaba revolucionado. Las sirvientas iban de un lado al otro en un ala de la residencia, curiosamente la misma donde ahora ella estaba en su lectura. Los shoji estaban descorridos y podía ver a los hombres tendidos en los tatamis siendo atendidos por algunas sirvientas. Unos quemados, otros con cortes en el cuerpo, otros sin alguna extremidad. Esos últimos estaban todos en una sala y ni siquiera quiso mirar más que al primero de ellos.
-Señora -escuchó a su espalda, el jefe de los guardias estaba detenido tras de ella -Disculpe el atrevimiento de dirigirme a usted, pero al señor no le gustaría que rondara por este lugar.
-Es mi casa -dijo con firmeza -Si el señor no está en casa, yo estoy a cargo y si alguien quiere ponerlo en duda, recuerde que cargo en mi vientre al heredero del clan Shiba. No voy a estar en mi propia casa sin saber que ocurre. Todo lo que sucede en esta casa debe pasar por mí.
-Sí, señora, disculpe -hizo una venia -La señora Eimi dijo que no la importunáramos ya que en su estado…
Lo ignoró y siguió caminando por el pasillo. Podía sentir al jefe de seguridad tras de ella, pero decidió ignorarlo. Pasó hasta el final del ala de la residencia, zona que se conectaba con el sector de las habitaciones familiares. Notó que uno de los shoji estaba descorrido. Se detuvo en la entrada con la vista fija al interior. Sintió que el corazón se le apretaba al ver a aquel hombre.
-Es el capitán de los hombres -aclaró el guardia a Rukia -Está muriendo.
La mujer se volvió hacia él.
-No morirá -aseguró -Dile a Natsuki que venga. No me voy a quedar de brazos cruzados viendo morir a los hombres que luchan del lado de mi esposo… -volvió a mirar al interior de la habitación -Ese hombre podría ser tu señor… Daría todo porque una mujer piadosa intentara salvarlo para que regrese sano y salvo a esta casa… y a mis brazos -agregó con un hilo de voz.
El guardia se conmovió. La señora era bondadosa y justa.
-Iré por Natsuki-san -hizo una venia y se retiró.
Rukia se sonrió amplio viendo marchar al sujeto. Ingresó en la habitación y observó al oficial herido. Se hincó junto a él y le tocó la frente en sangrentada. Hervía.
Natsuki ingresó acelerada.
-Trae agua fría, paños, vendas y alcohol…
La muchacha se marchó corriendo. Rukia sacó su kaiken de la pierna y rasgó la tela de la vestimenta del oficial cercano a un brote de sangre en su costado. Cuando Natsuki regresó le indicó que limpiara el rostro del hombre mientras ella lavaba la profunda herida.
-Esto no se ve bien -murmuró Rukia -Yo seguiré, ve por el médico…
-Pero…
-Que vayas por el médico, te digo -exclamó con una cuota de angustia.
Cubrió y presionó la herida para evitar que siguiera sangrando. Podía verlo sin atisbos ya de sentir dolor, parecía dormido. Estaba cubierto de sangre, no toda propia. Había notado que tenía otros cortes menores en los brazos, manos y uno importante tras de la rodilla.
El médico no tardó demasiado en llegar, Natsuki había sido bastante específica en indicar qué era lo que ocurría. Tal como antes lo hizo Rukia, el galeno envió a la mucama por implementos mientras él quemaba una aguja con la llama de una vela.
Le alcanzó a Rukia una especie de toalla larga.
-Ábrale la boca y coloque la toalla entre sus dientes -le indicó -Si despierta del dolor no se morderá la lengua.
Natsuki regresó y tomó el sitio de su señora sosteniendo la toalla. Rukia pasó a ser espectadora de la situación. Veía como el médico enervaba una especie de hilo en la aguja curva. Tuvo que voltear cuando comenzó a unirle la carne al oficial. Una cosa había sido limpiarlo, otra diferente verlo realizar andamios en su cuerpo.
-La herida del brazo -la voz del médico la sacó de sus pensamientos -Límpiela, rasgue la manga -miró a Natsuki -Trae más agua, niña -ordenó.
El médico estuvo allí unas tres horas, luego Rukia le encargó que revisara a los otros hombres y les realizara los procedimientos que creyera necesarios. Cuando regresara Kaien arreglarían las cuentas, o si él no estuviese, Nii-sama lo haría.
Todos en la casa estaban sorprendidos de la generosidad que había mostrado la señora con esos pobres tipos, muchos no eran más que ellos mismos, sirvientes, pobres, desesperados que ingresaban al ejército para tener comida en su plato.
-Puede que no despierte en días, señora -dijo Natsuki al ver a Rukia empecinada con no dejar al oficial una vez que caía el sol.
-No voy a moverme -exclamó fuerte -Si sobrevive querrá ver a alguien a su lado… pero si así no fuese, nadie merece morir solo.
-Señora… debe comer algo…
-Comeré aquí, gracias.
Natsuki se retiró realizando una venia. Rukia se acomodó en el cojin y se cubrió con un futón. Habían colocado al oficial junto al kotatsu para que no perdiera el calor. A ella le bastaba el futón, no era problema.
-Está frío -la chica jalón del futón sobre el kotatsu moviéndolo hacia su lado.
-Te quedas con todo, tramposa -gruñó el muchachito jalando de vuelta.
-Debo cubrirme bien o me dará una gripe -dijo con fingida inocencia y dulzura.
-No necesitas tanto futón para cubrirte, estás bien enana -se burló el chico.
-¿Cómo me llamaste? -masculló Rukia.
-Enana.
Detestaba cuando se burlaban de su estatura de niña. Era pequeña, pero no era enana. Quizás si no hubiese sido tan menuda, habría cosas que jamás hubiesen sucedido.
Escuchó un crujir. El hombre comenzaba a castañetear los dientes. Ella se acercó y le puso una mano en la frente. Volaba en fiebre otra vez.
Quizás era inútil insistir. Iba a morir… delante de sus ojos.
-Tu mamá dijo que debías cuidarte - regañaba Rukia cuando el chiquillo salía a chapotear en el agua tras una tormenta.
-Pero si ya estoy bien, mamá exagera. Solo fue un poco de fiebre.
-La fiebre puede matarte -insistió.
-No a mí.
Puso un paño húmedo en su frente y le sostuvo la mano, estaba sudada y helada. Si iba a morir no lo dejaría solo. Con su mano libre le acarició la mejilla.
-No voy a extrañar a un niño tonto como tú -exclamó cruzándose de brazos y volteando para darle la espalda.
Sentía un enorme vacío de solo saber que su amigo y su familia serían trasladados a la capital por orden del Emperador. Era lo que correspondía, cuando a un clan se lo llamaba, debían obedecer. Su padre había sido ascendido a capitán general de las fuerzas del imperio. No había cabida para él y su familia en el condado.
-Adiós, Rukia -escuchó la voz del muchacho.
No volteó, solo se mordió los labios y miró al suelo.
-Te extrañé estos años, Ichigo… No mueras, te lo suplico….
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