De Vida y de Muerte

Rukia no apareció por su habitación a la mañana siguiente del arribo de Kaien, ni al día siguiente ni al después de ese. Tampoco preguntó por ella, no correspondía. Pasaba sus días solo, vagando por cada espacio de la casa a su paso errático, seguido por la silenciosa presencia de Yasutora. Algunas tardes las compartió con su primo, pero usualmente él estaba con su esposa. Escuchaba hablar a los sirvientes cuando lo creían distraído en alguna lectura, hablaban sobre el estado de la señora, que Kaien se había retirado momentáneamente del frente para ver nacer a su hijo. Aquello lo angustiaba, sabía lo que arriesgaba una mujer en un parto. Podía ser que Rukia esperara a la muerte con los brazos abiertos, pero él no deseaba la muerte para ella. Ni para ella ni para su hijo, ese hijo que ella amaba tanto como para rogarle por su vida.

Comenzaba a sentirse solo y fuera de lugar en esa casa. No era más que un intruso que cumplió su tiempo, que solo tenía como cometido reemplazar al señor de la casa en su ausencia. Pero en esas condiciones no podía regresar al campo de batalla, menos a su propio hogar… Y tampoco quería abandonar a Rukia, ya no podía, aún cuando sabía que no le pertenecía, ya no podía dar pie atrás. No podía dejarla… aunque ella lo evitara ahora que Kaien estaba de regreso.

–¿Está bien, capitán? –escuchó tras de él mientras tomaba el sol en el jardín.

Natsuki estaba a su espalda, Ichigo negó, pero no se volteó. Natsuki se acercó casual, como si simplemente él se encontrara en su camino. Se detuvo unos pasos a su lado.

–Shiba-sama regresará al frente en cuanto la señora dé a luz –informó mirando al frente, casi como si no le dirigiera la palabra y su frase no fuera más que para el aire –Será pronto. Sea paciente.

Ichigo la miró intrigado, pero la mujer se retiró con sigilo de su lado. No pasó más de un par de días para cuando los vaticinios de la criada se cumplieron y Rukia entró en trabajo de parto. Las sirvientas corrían de un lado para el otro agitando el ambiente. Algunos guardias fueron destinados de manera extraordinaria a resguardar los muros, en caso que alguien quisiese atacar en ese momento aprovechando la distracción. Mientras que Kaien se paseaba por la solera fuera de la habitación de su mujer.

–¿Cuánto más va a tardar? –gruñó al aire.

Ichigo se alzó de hombros. ¿Cuánto podía tardar un parto? Recordaba que su madre estuvo todo un día en trabajo de parto cuando tuvo a sus hermanas. El médico le explicaba a Kaien que todo estaba en orden y que podía tardar varias horas, que era normal. Pero el líder del clan estaba perturbado. Lo mismo ocurrió la última vez, Miyako perdió la vida pariendo a ese monstruo, a ese que le arrebató a su mujer, a la única a la que siempre consideraría su mujer. Esa chica parturienta era solo la madre de su hijo, nada más. Pero eso, solo lo sabía Kaien, estaba solo en su cabeza.

Un agudo grito proveniente de dentro de la habitación logró angustiar al futuro padre, pero no solo a él, Ichigo estaba igualmente preocupado. Podía oler a la muerte rondar, había algo en el ambiente que le erizaba la piel, un susurro que se colaba por sus oídos. Era la misma sensación que tenía cuando cargaba contra sus enemigos, el olor de la muerte: sudor y sangre. Rukia volvía a gritar, una y otra vez. El médico decía que era normal, que las mujeres estaban hechas para soportar el parto, que mientras más gritara, más fuerte sería el pequeño. Pero cada grito quebraba a Ichigo y cada grito llenaba de miedo el corazón de Kaien. ¿Y si Rukia moría y arrastraba con ella a su hijo? ¿Y si su hijo no sobrevivía?

Fueron largas horas, desde mediodía hasta cuando caía la noche. El médico fue llamado dentro y tardaba en salir. Kaien se paseaba como enjaulado. Algo no andaba bien, lo sabía. Ichigo podía ver a las criadas salir con baldes y trapos. Finalmente una ingresó con lo que reconoció como cambio de ropa de dormir, justo cuando el silencio lo invadió todo. Silencio que se prolongó demasiados segundos para el gusto de Kaien. Un silencio sin llantos… solo un único y desgarrador grito de una mujer… de Rukia.

Kaien se quedó pegado mirando al shoji sin poder reaccionar, sus peores miedos se hacían realidad, su hijo no lloraba, esa niña no seguía gritando… había parido y nadie lloraba, nadie. Ichigo fue más rápido y llamó a la puerta. Una sirvienta se asomó y al ver al joven capitán negó con la cabeza. Iba a cerrar nuevamente, pero Ichigo detuvo el shoji con la mano. La mujer bajó la vista. El médico apareció tras de ella saliendo del lugar y llevando a Kaien lejos del lugar. El pelinaranja podía verlos desde su posición, ver cuando el médico puso su mano en el hombro de Kaien y él caía sobre sus rodillas llorando encorvado en sí mismo. Ichigo sintió que el corazón le era atravesado en ese instante. Sin mediar en nada, abrió la puerta de golpe, solo quería saber si ella estaba viva, si la muerte había sido esquiva con ella una vez más. Una sirvienta se apresuró sobre la entrada, pero el joven la apartó de un empujón bastante violento, abalanzándose dentro. El alma le volvió al cuerpo cuando vio a Rukia sentada apoyada en unos cojines con un bultito entre sus brazos, tarareaba una dulce melodía mientras con un dedo parecía acariciarle el rostro al bebé. Dio un par de pasos dentro, la criada quiso aproximarse a echarlo del lugar, pero un gesto seco de Natsuki la detuvo. Ichigo se acercó a Rukia, ella sacó la vista de su bebé y lo miró con una gran sonrisa.

Estaba muy pálida, el rostro ojeroso y exhausto, el cabello desordenado y húmedo. Pero su sonrisa era hermosa, plácida.

–Ichigo –murmuró con la voz rasposa –Ven… ven a conocer a mi bebé.

–Señora… Necesita descansar –dijo Eimi y miró a Ichigo –Capitán, hágame el favor de salir.

–¡No! –exclamó Rukia –Quiero que conozca a mi bebé…

–Capitán, por favor… –insistió la sirvienta.

Pero Ichigo hizo caso omiso a las palabras de Eimi y se arrodilló junto a Rukia. Eimi se llevó una mano a los ojos queriendo no ser testigo de esa escena. La reciente madre movió el pequeño bultito hacia Ichigo y retiró las mantas de su rostro. El pelinaranja tuvo que retener la respiración al contemplar al pequeño bebé… O lo que sea que fuese aquello. Estaba completamente amoratado, su cabeza deforme como si no tuviese cráneo, una nariz aplastada contra el rostro y un par de ojos que solo parecían agujeros vacíos. Era… un monstruo.

–Rukia… –murmuró y ella lo miró con esa misma sonrisa, esa mirada que antes le pareció plácida y tranquilizadora… No era más que la mirada vacía de un orate, la sonrisa de una loca. Pasó una mano por la mejilla de la muchacha –Debes estar muy cansada. Deberías dormir un poco… ¿sí?

–Es un varoncito –continuó Rukia con la misma voz cascada –Va a ser el líder del clan, Kaien va a estar orgulloso… ¿verdad? ¿Verdad que estará encantado? ¿Dónde está? –miró a Eimi –¿Dónde está Kaien? Dile que venga, dijo que él elegiría el nombre… –la sirvienta le dio la espalda, Ichigo supo que lloraba con disimulo –¡Dile que venga!

–Calma, calma… –murmuró Ichigo a Rukia y le ordenó el cabello tras las orejas –Vas a despertar al bebé.

Rukia asintió varias veces y volvió a concentrarse en el pequeño entre sus brazos. La historia volvía a repetirse, pero esta vez la madre había sobrevivido. La muerte lo había escuchado y no se la había llevado, sus rezos habían sido escuchados, la muerte le permitió a Rukia vivir un poco más. ¿Pero cuál sería el costo?

–Ichigo… –murmuró ella sin despegarle los ojos a su hijo –¿Irías por Kaien?

–Claro.

Se acercó a ella y la besó en la frente. Un gesto protector, un "lo siento", una muestra de compasión para esa muchacha. Se puso de pie y salió de la habitación volviendo a escuchar el tararear de esa canción de cuna. Cerró la puerta por fuera y se encontró con el médico.

–El señor no se lo ha tomado bien… Debe estar en su despacho, para que vaya a acompañarlo.

Ichigo sintió que la sangre se le iba a los puños. ¿Acompañarlo? ¿Por qué Kaien no estaba con su esposa en ese momento? La pobre chica estaba volviéndose loca acunando a un bebé muerto, cantándole como si pudiese escucharla. ¿Por qué ese médico de mierda actuaba como si Kaien fuera más importante que Rukia? Ella había deseado ese bebé durante meses, le había leído cuentos, le cantaba, le hablaba… por Dios… ella lo amaba. Amaba a ese niño… Alguien debía mantenerse en pie en toda esta tragedia, alguien debía estar por ella, pensar por ella.

–Alguien debe preocuparse de los preparativos –respondió tragándose la ira, en su rostro no se leía ningún sentimiento –Hay que alistar todo para la ceremonia del niño. Me temo que Kaien no estará en condiciones de hacerlo… –quiso agregar un par de maldiciones hacia su primo y su actitud deplorable –Debe ser horrible perder un segundo hijo.

–Debe serlo, sí… –el médico hizo una venia –Cuide de la señora, capitán. A la partida del señor solo quedará ella y sus demonios. Tal vez, su nueva condición, no sea toda una desgracia. Hay muchas batallas que librar y no todas son en un campo de batalla. Buenas noches.

Ichigo lo dejó marchar sin más. El shoji volvió a descorrerse, Eimi salía sin siquiera prestar atención a su presencia y pasó de él para perderse en el corredor. Se giró hacia la puerta y abrió, nuevamente la sirvienta se había acercado para cerrarle el shoji en la cara, pero se detuvo en seco dejándole libre el paso. Quizás Kaien estaría llorando su fallida paternidad por segunda vez, tal vez era algo que él mismo jamás había vivido, pero solo sabía que, aun cuando la tristeza pudiese desgarrarlo, jamás dejaría a la mujer que amaba sola en un momento así. Quizás era que Kaien no amaba a Rukia… No tanto como a ese hijo que no alcanzó a vivir.

–Está dormida –informó la sirvienta.

Ichigo asintió en silencio y se acercó al futón sentándose junto a Rukia. Ella estaba de costado teniendo al bebé muerto contra su cuerpo.

–Tratamos de retirarle al niño, pero…

–Cuando despierte la convenceremos, tranquila –respondió mirando el rostro plácido de Rukia –Ve a descansar, yo me haré cargo –la chica iba a replicar –Es una orden.

–Sí, capitán –realizó una venia y se retiró de la habitación.

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.

–Es mi culpa… –murmuraba acunando el cadáver del bebé contra su pecho –Yo deseé que muriera…

–No es tu culpa… Aunque dolorosas, son cosas que pasan y debes sobreponerte a ellas –dijo Eimi extendiéndole las manos para que le entregara al niño, pero Rukia más lo apegó a su cuerpo –Vamos, cariño… Dame a ese angelito, debe partir a su descanso, si no permites que se libere de su cuerpo no podrá descansar. Anda.

Pero ya llevaban dos días intentándolo, pero no había como apartarla de su bebé. La nana entendía el porqué, Rukia se había aferrado a ese niño para asumir todo lo que su concepción trajo como consecuencia. Ese bebé era su única alegría y esperanza… y ahora ya no existía. Si él desaparecía ya no había una razón para vivir… y su pequeña niña, a quien crío con tanto ahínco, se terminaría por apagar tras esa coraza de mujer de clan. Maldecía a Byakuya Kuchiki por dejarla ir sola al sepelio de Miyako Shiba, maldecía a Kaien Shiba por ser un malnacido, se maldecía a sí misma por no haber ido con ella ese día.

–Todo está listo –anunció Natsuki ingresando a la habitación –¿Está lista, Rukia-sama?

Eimi miró a su colega y soltó un suspiro. Maldecía también a Kaien Shiba por haber enviado convenientemente a Ichigo Kurosaki a unas termas so pretexto de mejorar su pierna. Excusas, nada más que excusas, porque sabía que ese muchacho se había convertido en un apoyo para Rukia. Y maldijo a ese capitán por no tener los cojones de oponerse a no estar para el funeral del hijo de su primo. Pero, como siempre, Kaien Shiba era de los que manipulaba a todos perfectamente y a su antojo "Es algo demasiado íntimo, sería prudente que te ausentases. Por Rukia…" ¿Por Rukia? Si había sido Kurosaki el que se pasó toda la noche con ella y al día siguiente mientras Kaien solo bebía en su despacho. En cambio ese muchacho se comportó como debió hacerlo un esposo, preocuparse por su mujer y no por el heredero que no pudo vivir. Maldita mierda malparida de ese Shiba. Pero en ese juego todos eran piezas en su tablero… y nadie podía escapar de ello.

–Vamos, cariño –insistió Eimi –Ya verás como tendrás otros lindos y sanos bebés…

Rukia se la quedó mirando con verdadero terror y negó con su cabeza, sus labios temblaban. No, ella no quería otros hijos, solo quería a ese bebé en sus brazos. Tener otros hijos significaba que Kaien volvería a tomarla y… no había razón para que siguiera fingiendo desearlo. Si su hijo se iba, ella se iría con él.

Los minutos pasaban y la puerta se descorrió, Eimi se quedó de piedra al ver ingresar a Kaien vistiendo traje ceremonial. Miró a Rukia, tal como después de haber parido. La habitación olía a la descomposición del cadáver, se llevó una mano a la nariz.

–¿Por qué no está lista? –preguntó a las mujeres.

–Porque no está lista para enterrar a su hijo, ninguna mujer lo está –respondió Natsuki enfrentándolo –Solo dele unos minutos más.

¿Unos minutos más? Llevaba dos días posponiendo el sepelio, no iba a soportar más las manipulaciones de Rukia. Le arrebató el bebé de los brazos sin mayor delicadeza.

–No, dámelo –exclamó Rukia estirando las manos en dirección a su hijo –¡Regrésamelo!

Pero Kaien salió de la habitación cargando al bebé. Enrolló bien el cuerpecito con las mantas, no quería verle el rostro. No quería encontrarse con la misma imagen que lo había llevado a cometer ese error. Un error… este era el pago a su error. Se escuchó llamar por el corredor, pero no detuvo su paso. Suficiente había tenido de esa mujer, suficiente paciencia había tenido y la casa hedía a muerte. Escuchó nuevamente a Rukia llamarlo a gritos, exigiendo que le regresara a su hijo.

La chica había enloquecido… y él también, solo que mucho antes. Había enloquecido el día que concibió a ese hijo enceguecido por el dolor y la desesperanza. Se había aferrado a ese nuevo hijo en búsqueda de consuelo, pero ni siquiera aquello había podido salvarlo del destino. La sangre con sangre se paga.

Sus pasos se dirigieron a la pira crematoria, el altar estaba listo para preparar el cadáver como era la tradición, lavarlo, vestirlo, dar las bendiciones. Rukia le dio alcance ante la vista de los presentes, solo gente de la casa, tal y como ordenó Kaien. La muchacha jaló a su esposo por la espalda, pero él no se detenía. Ella le gritaba desesperada. Era una escena perversa y patética.

–Devuélveme a mi hijo –chillaba jaloneándolo –¡Dámelo! ¡Es mío!

Kaien se detuvo finalmente y la enfrentó. Rukia aprovechó de lanzarse sobre él para intentar arrebatarle el cadáver de su hijo, pero su esposo la apartó de un empujón.

–¡Está muerto! –le gritó enfurecido –¿Ves lo que conseguiste? ¡Mataste a mi hijo!

–¡Tú lo mataste! –le respondió lanzándose sobre él nuevamente –¡Tú lo querías muerto!

Kaien volvió a empujarla. Rukia gateó un poco antes de ponerse de pie para ir hacia su esposo otra vez, pero se vio tomada por la cintura. Lanzó golpes y patadas hacia todos lados para tratar de zafarse. Maldijo a quien la sostenía para impedirle que fuera hacia su hijo. Estaba completamente fuera de control.

–Contrólate, mujer. Estás deshonrando la memoria de tu hijo, ¿acaso no te das cuenta?

–¡Dámelo! ¡Es mío!

Se removía entre los brazos de su captor, uno de los guardias de la residencia. Kaien se acercó hasta el altar, el sacerdote estaba dispuesto para preparar el cuerpo del bebé. Los gritos de Rukia estaban perforando los oídos de Kaien y estaba comenzado a desesperarse. Despojó al niño de las cobijas y apartó la vista para no ser testigo del monstruo que había nacido de su segunda esposa. El sacerdote lo tomó y lo dejó sobre una mesita para comenzar a lavarlo.

–¡No lo toques! ¡Aparta tus manos! –la madre le gritaba al sacerdote.

Kaien se llevó las manos a la cabeza y se frotó con ira. Miró al guardia que sostenía a Rukia.

–Suéltala –ordenó y el guardia se lo quedó mirando extrañado –Déjala que venga –el guardia soltó a la muchacha –Ven, cariño… –le extendió la mano –Vamos a despedir a nuestro hijo.

Rukia dio un par de pasos calmos antes de lanzarse a correr hacia su bebé. Kaien fue más rápido, lo tomó por una pierna y una sonrisa macabra se formó en sus labios, retorcida, su mirada enloquecida. Lanzó al bebé a la pira, haciendo un sonido seco al caer a las flamas. Rukia se quedó quieta viendo el cuerpo de su hijo entre las llamas. Natsuki ahogó un grito contra sus manos, Eimi apretó los labios. El guardia que sostenía a Rukia se maldecía por haberla dejado ir, el sacerdote miraba a Kaien atónito.

–¿No querías tomarlo? –preguntó Kaien acercándose a Rukia, quien seguía con la vista en la pira, lágrimas corriendo por sus mejillas, pero sin expresión alguna en su rostro –Ve por él.

La tomó del cabello y la tiró de lleno al fuego. Natsuki corrió para apartar a la chica de las llamas y la vio tratar de tomar el cadáver del bebé sin importarle quemar sus manos. El guardia que la había sostenido se apresuró a quitar a ambas mujeres de la pira. Kaien reía, reía muy fuerte. Disfrutaba ver como otro de los guardias se retiraba la parte superior de su uniforme con velocidad para apagar las llamas que habían comenzado a consumir la ropa de la señora. Los gritos de Eimi llamando a las sirvientas para que asistieran las quemaduras de Rukia y Natsuki se mezclaban con la risa del señor de la casa.

–Tanto alboroto por un poco de fuego –decía entre risas, los pocos sirvientes que aun estaban presentes comenzaron a marcharse asustados, el sacerdote guardaba sus cosas con ayuda de su asistente –Se nota que ninguno de ustedes ha estado en un campo de batalla, cobardes. ¡Cobardes! –volvió a reír –¡Cobardes!

Solo la pira encendida acompañó a Kaien en su macabra alegría, mientras en ella se calcinaba el cuerpo de su hijo. Este funeral había sido muchísimo más divertido que el de su primer hijo. Esa pequeña Rukia siempre sabía cómo hacerlo reír… Ordenaría que la alistaran para la noche, se aseguraría de preñarla antes de marcharse. Y quería hacerlo ahora que sabía que se comportaría, antes que sacara bríos… o antes que intentara quitarse la vida por haber perdido a ese monstruo. Además que esa chica le pertenecía y ella haría lo que él deseara… siempre y cuando temiera por la vida de un hijo, o uno potencial. Si ella se creía embarazada no se arrebataría la vida… y estaría por siempre a su lado… siempre.

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