Carmín


Ichigo apretó las vendas que mantenía su pierna estirada. A pesar del tiempo transcurrido y los esfuerzos propios como del médico, aun sus dificultades continuaban. No tan evidentes como en un comienzo, pero no habían desaparecido con la velocidad que hubiese querido.

–Estaré a su lado, capitán, en el caso que necesite ayuda –dijo el usualmente callado Yasutora quien estaba a su lado esperando que Ichigo terminara de alistarse –Los líderes de los clanes menores se encuentran listos.

Ichigo asintió, teniendo que ocultar ese repentino nerviosismo que comenzaba a invadirlo. Hoy debería demostrar que el Clan Shiba seguía siendo fuerte, aun sin su cabeza.

–Hoy no me puedo permitir un solo traspiés. Irás a mi izquierda, Hanata a la derecha.

Yasutora asintió y ayudó a Ichigo a ponerse de pie. Esa era una de las cosas en las que aún fallaba. Caminar no era tan dificultoso como al principio. Ya hace tiempo que no necesitaba el bastón, y quizás por un momento podría disimular su cojeo. Lo necesitaba, debía hacerlo.

Así fue como se dirigió al sector donde se reunía Kaien con sus hombres. Un lugar lejos de la residencia, un espacio abierto de gravilla. Sin embargo antes de salir de la casa, pudo ver a Natsuki junto a una Rukia perfectamente ataviada.

–La Señora está lista, tal como lo ordenó.

–Perfecto –se detuvo frente a ellas.

Repasó el atuendo de Rukia. Sin duda las sirvientas habían hecho un buen trabajo. Casi podía ver a la vieja Rukia frente a él. A esa que podría haber sido por su cuenta la cabeza de un Clan. Esa muchacha que tenía dentro de ella el valor y la fuerza que muchos hombres desearían.

–Vamos –indicó Ichigo con un gesto de orgullo tomando la delantera.

Retomaron la marcha a paso pausado, dándole tiempo a Ichigo de planear cada paso, de evitar un tropiezo. Yasutora a su izquierda y Hanata a la derecha, mientras que Rukia los seguía con la vista al suelo.

Ichigo se detuvo un instante. Se volteó.

–Yasutora, ve tras de mí, junto a Hanata. Rukia, irá a mi lado.

El jefe de la guardia dejó el paso libre para que la muchacha tomara la delantera, pero parecía no reaccionar. Su mirada al frente, pero sin moverse del sitio. Hanata frunció levemente el ceño. Yasutora fue quien reaccionó tomando suavemente a Rukia del brazo la guio junto a Ichigo y se situó tras de ambos junto a Hanata.

Ichigo dio el primer paso con algo de duda si Rukia volvería a quedarse atrás, pero ella retomó la marcha a su lado. Su paso lento, debido a su pesado atuendo, facilitaba que Ichigo pudiese dar pasos más seguros y estables.

Era una jugada riesgosa, presentarse con ella a su lado, dándole el poder y posición que le correspondía en la ausencia de Kaien, aun cuando ahora nadie confiase en él para ser líder del Clan Shiba. Pero Rukia tenía un poder que se alejaba de ser solo la esposa de Kaien… era una Kuchiki. Y él era un Shiba.

Al llegar frente a los jefes de clanes menores parecieron sorprendidos. No solo por la posición de Rukia junto a Ichigo, sino de verla en pie y, además, de ver al capitán acercarse a paso seguro. Ese era el líder del Clan principal que necesitaban, sin duda. Joven, pero estoico. Inspiraba una gran seguridad y se imponía en su condición actual de cabeza de la familia.

Las inclinaciones a la comitiva no se hicieron esperar. Ichigo tomó asiento frente a los presentes, quienes lo imitaron, en el puesto que tantas veces utilizó Kaien y antes de él su padre y cientos de Shibas antes que él. Rukia de pie, la mirada baja, un par de pasos tras de él.

–Traigan a los rebeldes –ordenó Ichigo con su voz de mando, tal como antes se dirigía a sus tropas.

Los hombres aparecieron maniatados traídos por guardias, quienes los obligaron a arrodillarse entre los presentes. Eran tres de los que habían sobrevivido al enfrentamiento. Sus mujeres estaban a un lado rodeadas de otros guardias de la residencia.

–Durante siglos, este Clan, el Clan Shiba en el cual todos los honorables clanes menores han depositado su lealtad y confianza les ha proveído seguridad y protección –comenzó Ichigo –Imperios han caído y este Clan ha prosperado. Jamás en todo este tiempo nos hemos olvidado de quienes nos vuelven grandes, de quienes nos han jurado lealtad. Pero siempre existen elementos que introducen sus desidias y buscan romper con el equilibrio y paz que por años henos luchado por mantener –pasó su vista por los presentes –En ausencia de mi amado primo Kaien Shiba, cae sobre mí la responsabilidad de responder a estas afrentas tal y como él lo haría –hizo una pausa –Como durante siglos hemos resuelto estas situaciones y tomar por mis manos la justicia ante la deslealtad y el deshonor con el que han manchado a los clanes de quienes dependen –vio a uno de los hombres temblar y disimuló una ligera sonrisa de satisfacción –No mancharé mi katana con sangre de traidores al Clan de mi primo.

Un murmullo invadió el espacio, los rebeldes alzaron la vista un segundo hacia el sitio donde Ichigo se alzaba imponente, frente a la sorpresa de los clanes menores.

–Pero tampoco puedo ignorar sus acciones –continuó Ichigo –Como capitán del Ejército Imperial, ordeno que enviarlos al frente de batalla –los miró con displicencia –Que los Dioses se amparen de sus almas.

Las voces de los líderes de los clanes menores se alzaron en oposición. Los guardias tomaron los brazos de los rebeldes para ponerlos de pie mientras sus esposas e hijos eran retenidos por los guardias. El frente de batalla era la muerte segura, sin una cuota de honor donde se coloca a todos los traidores que cometen crímenes de alto castigo.

–Aparten a los niños –se alzó la voz de Ichigo –Serán criados en esta casa como parte del Clan para que expíen vuestras acciones. Sus esposan pasan a ser propiedad del Clan y serán designadas a trabajos entre las familias menores –el silencio cayó, la esclavitud, eso les esperaba a esas familias, sin honor –O… pueden quitarse la vida y con ello la de su familia.

Un soldado entregó una daga a uno de los hombres cortando sus ataduras.

–La decisión está en sus manos –continuó Ichigo frente a la sorpresa de los presentes –Mi amado primo Kaien dejó en mí una gran responsabilidad, cuidar de su Clan. Y con su venia asumo como jefe del Clan Shiba –los líderes de los clanes lo miraron asombrados –Mi decisión es clara, mueran con honor o sirvan con él.

El hombre que recibió la daga observaba el filo de la hoja. Sus manos temblorosas vacilaban. Miró a su esposa y al pequeño bebé que cargaba junto a su pecho. El arma se resbaló cayendo al suelo llenando el silencio con el sonido al golpear una de las tablas que cubría el piso. El hombre cayó de rodillas y asumió postura sumisa.

–Serviré al Emperador, Shiba–dono. Con honor, no como castigo. Pero perdone a mi familia. Permítale a mi esposa regresar con su familia, permítale a mi hijo crecer junto a ella. Se lo suplico.

Su voz temblaba junto con todo su cuerpo. Ichigo asintió con calma.

–¿Juras defender al Imperio por la vida libre de tu familia, hombre?

–Sí, señor. Lo haré. He cometido un grave error. Pero estoy dispuesto a dar mi vida para que ellos –miró a su familia –Vivan en paz.

–Lleven a este hombre a las barracas de los guardias –ordenó Ichigo –Si intenta escapar, maten a su esposa y entreguen al niño a alguna familia a la que pueda servir bien.

Los guardias tomaron al hombre y lo retiraron. La mujer y el bebé también fueron aislados.

Uno de los hombres llamó a su joven esposa a su lado. No tenían hijos. La mujer se colocó en rodillas delante de su marido.

–Muerte a la familia Shiba y al Emperador –declaró el rebelde tomando el cabello de su mujer de un manotón, un soldado le entregó una daga y se alejó.

El hombre puso el filo contra el cuello de su esposa.

–¡Maldita loca! –exclamó la mujer hacia Rukia –Eres la perdición de este Clan. Estás tan maldita como el loco de tu esposo. Ambos llevarán este Clan a la ruina.

El movimiento de la hoja fue veloz y los ojos de la mujer estuvieron clavados en los de Rukia hasta que se llenaron del vacío de la vida que se escapó violentamente de ella. El cuerpo se desplomó y el hombre pasó a arrodillarse para desgarrarse las entrañas. El silencio reinó hasta que el hombre sacó el cuchillo de su cuerpo y lo dejó caer ensangrentado a un lado. El rebelde fue tomado por el cuello y degollado por un guardia. Su cuerpo cayó sobre el de su esposa.

Los ojos de Rukia estaba fijos en los de aquella mujer que le había dedicado sus últimas palabras, mientras el tercer hombre rogaba a Ichigo que lo dejara ingresar al ejército y salvar a su familia. Sin embargo, la atención de Rukia estaba muy lejos del actual conflicto, repasando el rostro inerte de aquella mujer contra la tierra que embebía la sangre que brotó de su cuello.

Todos estaban demasiado concentrados en la última familia a la que se le permitía la vida para notar que el rostro ido de Rukia cobraba cierta vida, una conexión con el ambiente mientras seguía contemplado a los ojos sin vida de esa mujer.

Rukia conocía esa mirada, era la que había visto en su propio rostro desde el día que Kaien la tomó cuando el cuerpo de su anterior esposa aun estaba tibio, muerto, pero tibio. Cuando en su desesperación, los instintos y la tristeza mellaron en él. La mirada de una niña quien ve morir a la persona amada y esa muerte se la lleva con ella.

Llevaba tanto tiempo muerta, que ver a la muerte frente a ella la hizo sonreír. Como si en ese rostro inerte reconociera a una amiga, una que la llamaba loca y vaticinaba que con ella, todos caerían. Quizás era cierto.

Pero no hoy, no aun.

El cónclave terminaba, los prisioneros y sus familias retirados, los cadáveres olvidados junto con su honor. Los líderes de los clanes menores observaban a Ichigo con admiración, con la esperanza que creían perdida cuando él inicio su retiro. Pero Rukia dio un par de pasos hacia aquella mujer y la volteó boca arriba con un pie.

–El Clan Shiba caerá el día que él último de mi sangre deje de respirar. Soy Rukia Shiba y por mi honor mantendré esta familia en alto, así me cueste la vida… y al precio que sea.

Los hombres se la quedaron mirando, reconociendo a la verdadera esposa de un Shiba, como antes lo fue Miyako Shiba. No a la frágil criatura Kuchiki que Kaien tomó por mujer meses atrás. Su altivez emanaba por cada poro, la misma de Byakuya Kuchiki.

Rukia retrocedió un par de pasos hasta llegar frente a Ichigo, quien no salía de su asombro.

–En ausencia de mi amado Kaien, pongo mi vida en tus manos, Ichigo Shiba. Por deseo de mi esposo… y por mi propia voluntad –se inclinó ante el capitán –El futuro del Clan está en tus manos… y nunca estuvo en mejores.

Uno a uno las cabezas de clanes menores imitaron a la joven mujer, postrados ante él. Era oficialmente reconocido como el líder del Clan.

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Terminó de retirar la última peineta de su cabello, repasando su corto cabello con los dedos. Recordaba cuando, alguna vez, muy de pequeña, su madre cortó tanto su pelo por culpa de los piojos. Tan infestada estaba que no hubo ungüento que lo salvase. Había llorado tanto al verse como un niño.

Pero ahora no había lágrimas en sus ojos y sus manos se aferraban a aquellos mechones con la fuerza que hace unos meses se aferró al cuerpo inerte de su pequeño hijo… al monstruo como lo llamaron.

Un monstruo concebido por otro monstruo que arrancó todo lo bueno que quedaba en ella... hasta ahora.

Natsuki ingresó en la habitación viendo a Rukia repasar su reflejo en el espejo como si fuese la primera vez que se veía en él.

–Señora…

La muchacha se volteó.

–Mi fiel y querida Natsuki –dijo con voz parsimoniosa extendiéndole una mano que la muchacha tomó al instante –Me disculpo por las preocupaciones que te he dado, a ti y a mi amada Eimi.

Natsuki asintió sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas. Verla de regreso a la vida era un gran regalo. En sus ojos podía reflejarse ya siendo parte de una realidad y no un mero vacío.

–Señora, han sido meses… Su lucidez…

–En lugar de llorar y lamentarte, podrías comenzar a comentarme dónde está mi esposo… y porqué Ichigo ha tomado su lugar. ¿Es acaso que el frente aun lo tiene tan ocupado como para no hacerse cargo de sus responsabilidades?

–¿Acaso desearía que estuviese aquí?

Rukia la miró un segundo y su mente viajó lejos, a una serie de momentos que se agolparon con velocidad reteniéndole la respiración por un segundo.

–Por supuesto –respondió volviendo la atención al espejo –Debería estar asumiendo lo que le corresponde por derecho y no dejar sus responsabilidades en un primo que no sabe lo que es llevar un Clan.

Natsuki frunció el ceño observando a Rukia por el reflejo del espejo.

–Podría jurar que la escuché jurarle lealtad, señora.

–No tengo otra opción, ¿o sí? –cruzó su mirada con la de la mujer –Dime, mi querida Natsuki, ¿qué puede hacer una mujer sin su esposo? ¿Qué mayor voluntad puedo tener que cumplir con la que mi esposo ha dejado? Si Ichigo debe asumir, que lo haga con todo lo que corresponde… El Clan Shiba no puede demostrar debilidad. Ninguno de ellos. Nadie –sus ojos se cargaron de sangre –Nadie levantará maldiciones contra mi sangre. Mi hijo era un Shiba… y por su honor, cargaré el peso. Mi hijo habrá sido el primero en la sucesión de Kaien Shiba –se volteó hacia Natsuki –El Clan no morirá. No con él. Es el único honor al que puedo servir.

Natsuki caviló. Eimi ingresó con unas tazas de té y una amplia sonrisa. El semblante endurecido de Rukia se volvió dulce al verla frente a ella.

–Bebamos el té, señoras –dijo la muchacha –Y roguemos a los Dioses que traiga paz en estos tiempos. No quisiera ver nuevamente teñidas de carmín los suelos de mi hogar.

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