Me despierta alguien sacudiendo mi brazo y cuando abro los ojos encuentro a mi madre frente a mi cara.
Estoy recostada en el suelo. Justo frente a la puerta prohibida donde decidí plantarme hasta recibir una respuesta de lo que sucede ahí dentro.
Sarah se negó rotundamente a confesarlo, y ahora que mi madre está frente a mí, ya no me parece tan buena idea tratar de interrogarlos. Jamás me ha contestado ninguna duda. ¿Por qué hoy sería diferente?
-¿Qué estas haciendo, hija? -me pregunta ayudándome a recargarme contra el barandal.
-¿Qué hora es? -mi voz suena completamente adormilada, como si realmente hubieran pasado horas.
-Ya pasa de media noche. -Ella se sienta a mi lado.
Sus enormes ojos grises lucen cansados y su cabello rubio se esponja cuando finalmente decide deshacer el enorme moño que lo mantenía luciendo impecable. Tiene los pómulos perfectamente bien definidos y las mejillas sonrojadas artificialmente con maquillaje que hace resaltar aún más su piel de porcelana. No nos parecemos en nada, ni siquiera un poco.
-¿Y mi padre? -la cuestiono.
Ella me mira de reojo.
-No vendrá esta noche.
-¿Y por qué no?
No recibo respuesta y se que se aproxima el final de esta corta conversación, así que tomo mi celular de mi lado y me preparo para irme a la cama.
No será hoy.
-Sarah dijo que tenías algunas preguntas para mí -anuncia cuando estoy por ponerme de pie y exhalo ante la indiscreción de mi más grande confidente.
Tomo nota mental para recordarle que en ocasiones debe de mantener la boca cerrada.
-Te escucho -insiste mi cansada madre.
Dudo en si realmente preguntar algo porque ya estoy más que segura de la respuesta que obtendré, pero entonces, ¿qué arriesgo?
-¿Qué es ahí dentro?
-Es una...
-Comprendo, hasta...
-Sala de pruebas.
-Mañana -completo al tiempo que su respuesta no es para nada lo que esperaba, así que debo de asegurarme de haber escuchado correctamente, sino es que fue sólo una ilusión de mi mente por formar una respuesta-. ¡¿Qué dijiste?!
-Es una sala de pruebas -contesta-. La sede oficial del Centro Global de Investigación aquí en San Francisco.
Me pierdo en sus técnicas palabras.
-¿D-del doctor Hoffman?
-Sí -confiesa-. Él dirige una investigación ahí dentro.
No entiendo nada.
-Escuché a un niño o al menos eso...
-Una niña -me corrige-. Es nuestro experimento.
Les resumo los detalles, cortesía de uno de los tantos ensayos que he leído gracias a Levy:
Hace años, el mundo estaba lleno de enfermedades que eran sumamente difíciles de controlar y que terminaban con millones de vidas diariamente. Por siglos antes de nuestra existencia, científicos alrededor del mundo luchaban por erradicar esta clase de enfermedades utilizando animales como principales objetos de estudio para probar toda clase de teorías que pudieran orillarlos a encontrar una cura para todo ello. Años después, cuando la gente determinó que los animales no deberían de ser sometidos a esta clase de pruebas para beneficio de los humanos, se estableció un protocolo "más amigable" donde gente que sufría de enfermedades como la diabetes y el Cáncer podían someterse a tratamientos experimentales donde podrían obtener dos posibles resultados: una mejoría o una muerte segura.
Por bastante tiempo, esa forma de investigación resultó relativamente benéfica, donde 1 de cada 100 casos salía victorioso en su guerra contra la enfermedad, pero pese a ello los científicos argumentaban que utilizar seres humanos con una historia y gente que se preocupaba por su bienestar, impedía la objetividad que requiere la ciencia, ya que algunos de los sujetos solían abandonar la etapa experimental en medio de un tratamiento por miedo a que todo se volviera peor, y acompañado de la ética y el juramento hipocrático obligarlos a continuar sería completamente inhumano.
Entonces, para nuestra suerte y desgracia, hace exactamente treinta y seis años, resonó en todas partes el glorioso nombre del doctor Nicholas Vanderbilt. Un pionero en la investigación genética y biología molecular, quien logró descifrar el código genético de un embrión humano por completo y después pudo modificarlo a su antojo, hasta que finalmente ofreció su descubrimiento a la Ciencia, vendiendo a todos la idea de poder crear niños cuya existencia se destinaría específicamente para la investigación por una Cura contra el cáncer.
Una cura que se consiguió en el 13 de abril de 2047, hace exactamente veinticuatro años.
-No tiene sentido -digo tan pronto caigo en cuenta de la falsedad de sus palabras.
-Yo sé que no -contesta-. Pero ¿puedes confiar en que te digo sólo lo que necesitas saber?
-No -alego-. No, quiero saberlo todo. ¿Quién es ella? ¿Es tú hija? ¿Está enferma?
-No es mi hija y tampoco está enferma -responde concisa y mi mente está al borde del colapso.
¿Quién es esta mujer frente a mí? ¿Siquiera la conozco? ¿Están haciendo algo ilícito? ¿Por eso tanto secreto?
-Madi...
-Quiero verla -la interrumpo y sus ojos se abren enormemente ante mi exigencia.
-Es sólo una niña -sacude la cabeza.
-¿Por favor? -insisto.
Contra todo pronóstico ella se pone de pie y del bolsillo del vestido que viste hoy, saca una llave plateada que va a juego con la manija de la puerta que toda mi vida ha permanecido cerrada, y hoy justo frente a mis ojos, finalmente me deja ver al otro lado.
A simple vista, el lugar da la impresión de estar dentro de un laboratorio común y corriente, como el que tienen las escuelas para la clase de química o biología; del lado derecho de la puerta hay dos largas y metálicas mesas clavadas al suelo que contienen varias sustancias de colores diferentes en cientos de contenedores de distintos tamaños perfectamente clasificadas en base a características que desconozco por completo.
Al fondo hay varios archiveros que supongo estarán repletos de información relacionada con la niña y lo que sea que hagan con ella en este lugar.
La habitación es gigantesca y a comparación de cualquier lugar que haya visto antes, la divide un enorme cristal que forma una pared dando lugar a una nueva habitación del otro lado.
Hay una mesa negra adherida al enorme ventanal que también está hecha de puro cristal y se extiende a lo largo del vidrio frente a mí.
-Este es el centro de monitoreo -explica mi madre tocando la superficie dos veces, convirtiéndola en una enorme pantalla táctil que muestra un menú con diferentes opciones:
"corazón", "respiración", "cerebro", "defensas", "respuestas", "temperatura".
Presiona el pequeño recuadro que engloba la palabra corazón y de pronto la enorme ventana comienza a mostrar cientos de gráficos diferentes que en tiempo real muestra el ritmo cardiaco de la niña al otro lado de la habitación.
La animación de un corazón vibrante que casi parece real frente a mis ojos logra hipnotizarme. Resulta incluso relajante la manera en que el corazón palpita lleno de vida.
Mi madre me proporciona un par de guantes de látex y cuando me los he puesto siguiendo sus instrucciones finalmente se dispone a dejarme pasar al otro lado.
Al deslizar la mano sobre el enorme vidrio que forma la pared, un pequeño holograma se proyecta en este con un teclado que solicita una clave de acceso para dejarnos entrar.
Mi madre la escribe sin dudar:
1-5-0
Acceso concedido
La puerta se desliza con una facilidad como la de un cuchillo sobre un trozo de mantequilla y nos concede la entrada a la otra área que esta vez está completamente rodeada de espejos.
Paredes y techo todo completamente revestido de cristal recordándome a un auténtico estudio de danza.
La habitación está casi vacía, no hay ventanas ni puertas o al menos no visibles para nadie, salvo por una alta camilla donde ahora duerme el pequeño experimento, una enorme lámpara colgando del techo y una diminuta caja de juguetes en una esquina, no hay nada más aquí dentro.
-¿Por qué no se mueve? -inquiero antes de acercarme siguiendo los pasos de mi madre.
-Está sedada -contesta deteniéndose junto a la cama que es idéntica a las qué hay en los hospitales, con gruesos barrotes a los lados que se aseguran de que ella no pueda caer de tan semejante altura.
No se que esperaba mi mente, pero cuando finalmente me acerco lo único que encuentro es a una niña completamente ordinaria, con un par de piernas y otro de brazos que tienen manos y pies con cinco dedos respectivos en cada uno.
Su cabello es café, lacio y tan largo que casi le llega a la cintura. Sus mejillas son regordetas como las de una ardilla que guarda un montón de nueces en ellas y están pintadas de rosa a causa del frío que está haciendo aquí dentro.
Está tranquila y ni siquiera se inmuta cuando mi madre comienza a trenzar su cabello mientras me permite observarla.
Su piel está tan blanca que casi parece trasparente. Encuentro algunos moretones en ella, sobre todo en la flexura de sus codos y sus delgadas pantorrillas que me provocan escalofríos y en su muñeca izquierda un tatuaje con un código como si se tratara de un animal en camino al matadero.
e-150
-¿Siempre está dormida? -pregunto.
- La mayor parte del tiempo -contesta mi madre-. Lo hacen para que intente olvidar la mayor parte de las pruebas y evitar que se niegue la siguiente vez.
-Eso es horrible -comento tocando la inscripción sobre su piel y esta vez puedo ver como uno de los pequeños dedos de su mano se mueve demostrando que, en efecto, ella está viva.
Suspiro de alivio.
-¿Qué significan los números?
-Es su código de experimentación. Lo que determina la clase de pruebas que se realizarán en ella. Es así como el C.G.I lleva el control de los niños que tienen bajo su cargo.
-¡¿Hay más?!
-Me temo que sí. Cientos, alrededor del mundo -contesta.
-¿Todos del hombre de la sala?
-El doctor Hoffman sólo se encarga de ella -lo niega.
-¿Dónde está ahora? ¿Por qué no me lo dijeron antes?
Ante mis preguntas ella sólo baja la cabeza y puedo ver en sus ojos la indecisión entre si continuar hablando o no, y he intentado tantas veces en el pasado preguntarles acerca de sus trabajos, que ya conozco perfectamente bien esa expresión como para saber qué es lo que viene.
-Maddie, yo... -titubea y cuando levanta la cabeza, puedo ver sus ojos brillando a causa de un par de lágrimas que luchan por dejar sus ojos.
Jamás había visto una mirada similar en ella.
-¿Sí? -insisto y al parecer mis palabras la hacen reaccionar porque en lugar de continuar hablando ella solo se limpia la cara y me fuerza una sonrisa que intenta esconder algo más.
-Yo sé que esto parece muy difícil de comprender y que quisieras saber todo en este preciso momento, pero cariño, prométeme que te mantendrás al margen de esto. Yo... -traga saliva y rodea la cama hasta llegar junto a mí-. No se suponía que debía mostrarte todo esto. Tiene que ser un secreto, ¿me entiendes?
¿Entenderlo? No. La verdad es que no entiendo nada de esto ni de su tan repentina reacción.
-¿Te metería en problemas? -intento comprender.
-No sólo a mí -asiente hacia la niña-. ¿Puedo confiar en ti?
-Sí -contesto porque en realidad no parece haber alternativa y en respuesta me gano una media sonrisa de satisfacción con una pequeña palmada en mi hombro como si de pronto fuera una perfecta desconocida.
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