33

Nunca he sido fanático de los niños, sin embargo, de alguna manera u otra, siempre termino rodeado de ellos; así que he comenzado a hacer las paces con eso. Primero mis hermanas, ahora Alison, quién sabe, quizás algún día también termine teniendo los míos.

La perfecta combinación entre quien se convierta mi persona favorita en el mundo y la mejor parte de mí.

Sí, creo que la idea no suena tan descabellada...

-¡Mira, Dylan! ¡Está rodando! -Alison exclama sacándome de mis pensamientos cuando logra que el nuevo cachorro de Madison, que la niña ha nombrado en honor a su nuevo chocolate preferido, siga sus indicaciones.

Tiene el cabello lleno de pasto y a puesto a que la piel le pica horrores por haberse revolcado en el jardín para demostrarle como hacerlo, pero no dice nada y en cambio la sonrisa más grande del mundo le abarca la mitad del rostro. Lo cual resulta de lo más contagioso.

Ya han pasado dos semanas desde que la liberaron del control del laboratorio. De no conocer su pasado, juraría que es una niña completamente ordinaria, con su radiante felicidad, las miles de preguntas con las que me ataca a cada hora del día y la energía que la mantiene de pie por más horas de las que imaginaría.

Es feliz y contagia esa vitalidad a quien quiera que esté cerca de ella.

-¡Sarah! -grita corriendo directo hacia ella y al llegar se abraza a sus piernas. Ganándose una enorme sonrisa por parte de la mujer.

Ese es un nuevo y adorable hábito de ella

-Hola dulzura. ¿Qué has estado haciendo?

-Trabajaba con Snickers. ¡Hoy aprendió a rodar y lo hizo muy bien! ¿Quieres ver? -anuncia y luego sale corriendo directo hacia el cachorro que enseguida intenta escapar lo más lejos que puede de ella.

-¿Cómo está Madison? -le pregunto a Sarah aún cuando su apariencia lo dice todo. Tiene los hombros caídos, está encorvada luciendo aún menos alta de lo que en realidad es y tiene unas enormes ojeras bajo los ojos.

No he visto a Madison en estos últimos días y ella tampoco tiene ánimos de ver a nadie. Supongo que se siente terrible y a pesar de que me muero por volver a estar con ella, respeto sus deseos y he tratado de mantenerme lo más alejado que puedo.

-Está peor cada vez que la veo. Casi parece una calavera por todo el peso que ha perdido -contesta-, y está malhumorada todo el tiempo.

-¿Ha comido?

Ella sacude la cabeza.

-Su estómago no consigue retener nada de alimento -responde-. Georgina intentaba hacerla caminar, pero está...

-Muy débil -suspiro mientras a la lejanía Alison continúa correteando al pequeño animal.

-Deberías intentar verla. Quizá eso le levante un poco el ánimo -sugiere.

-Fue muy clara, solo las quiere a ustedes y a la niña con ella -contesto-. Puedo esperar a que mejore -digo optimista, pero cuando me mira sé que ella piensa lo contrario-. Va a mejorar, ¿cierto? Georgina dijo que intentaría un nuevo tratamiento.

-Yo solo digo que deberías verla antes de que empeore -contesta-. Lo único que hacen esos medicamentos es mantenerla dormida.

Comienzo a preocuparme.

-Ve -insiste-. Yo me quedo con la niña.

-No sé si...

Últimamente me cuesta un trabajo enorme quitarle los ojos de encima. La verdad es que me aterra que se repita lo sucedido en Los Ángeles y que de alguna manera solo haga todo aún peor.

-Ella va a estar bien -insiste Sarah y entonces no dudo más y salgo al encuentro de Madison, cuyos gritos no tardo en escuchar apenas piso el último escalón de la casa.

-¡Nunca voy a poder ayudarte si no pones de tu parte! -Georgina grita.

Me sorprende detrás de la puerta del laboratorio, y cuando me mira, intenta bastante disimular las lágrimas que luchan por dejar sus ojos.

-Intenta hablar con ella. Ve si puedes hacer algo, necesito... necesito un descanso -me dice haciéndome a un lado para pasar y me acerco al cristal para echar un vistazo a la otra área de la habitación.

El lugar por sí mismo consigue hacerme sudar las manos, mientras el olor a antiséptico y medicina me pica en la nariz provocándome escalofríos.

Madison está llorando tirada en una esquina de la gigantesca habitación con la espalda recargada en uno de los espejos junto a ella luciendo tal y como lo dijo Sarah. Como si estuviera a punto de convertirse en un saco de huesos.

Un paso más cerca es mi perdición, porque mi estúpido cerebro jamás pensó que la puerta se abriría en automático llamando de inmediato su atención.

-Sigues aquí -solloza al levantar la mirada y encontrarme frente a ella.

-Sí... -titubeo-. No planeo irme a ningún lado.

Me siento junto a ella en las frías y blancas baldosas del suelo. Sus brazos y piernas tan delgados como un palo de golf, están llenos de moretones con un tono amarillento y sus ojos han perdido su peculiar brillo.

-¿Qué estás haciendo en el suelo? -pregunto.

-Lamentando mi patética vida -dice limpiándose la cara-. No puedo hacer nada ya, ni siquiera caminar.

Ante sus palabras, me quedo en blanco. Está tan delgada que luce mucho más joven, como si de pronto hubiera vuelto a tener doce años.

-Quieres... ¿Quieres intentar hacerlo de nuevo?

Ella suelta un bufido ante mis palabras y luego, sacude la cabeza.

Vaya ayuda que eres, Papasavvas.

-Ojalá estuviera muerta -confiesa mirándose con una mueca de disgusto al espejo mientras rasca la delicada piel que rodea sus uñas.

-No digas eso, te vas a mejorar...

-No. ¡No lo hare! -chilla-. ¿Por qué nadie lo entiende? Quiero que esto termine... -la interrumpe el brazalete de su muñeca, que de un de repente comienza a parpadear y emitir un intenso pitido de advertencia-. ¡Agh, odio esta cosa! -reniega al tiempo que Georgina se aparece de nuevo con una jeringa en la mano.

-Te importaría ayudarme a regresarla a la cama, ¿por favor? -dice su cansada madre y asiento sin alternativa, tomando a la delgada chica en mis brazos que ahora se siente casi tan ligera como Alison.

Le planto un beso en la frente antes de dejarla sobre la cama y después me hago a un lado para dejar que su madre tome el control de la situación. Le inyecta un medicamento en el brazo que tan solo segundos después consigue detener el pitido.

La aguja atravesando su piel me marea, pero intento hacer lo mejor posible por ignorar mi fobia a las agujas concentrándome en permanecer aquí para apoyarla.

Tampoco debe de ser fácil para ella.

-¿Cómo te sientes? -le pregunta Georgina.

-Inútil -replica Madison consiguiendo fastidiar a la medica que pone los ojos en blanco ante su respuesta.

-Al menos eso es constante -responde-. Estoy harta de tu actitud.

-Y yo estoy pasándola estupendo aquí dentro -le contesta Madison aún cuando la mujer se retira.

-Oye, ella está haciendo todo lo que puede -señalo en un intento por defender a Georgina de esta nueva antipática versión de quien alguna vez, fue una dulce chica. De inmediato, me gano una mirada fulminante de su parte, que tan solo segundos después se cristaliza, como si la antigua Madison estuviera luchando dentro de su cuerpo por salir a la superficie.

-Sarah ya se encarga de sermonearme, no necesito alguien más que lo haga -gruñe-. Es inútil.

-¿Por qué sería inútil? -inquiero y esta vez ella desvía la mirada hasta volver a perderse por un largo rato en su reflejo-. ¿Madison?

Mi llamado recupera su atención al cabo de unos minutos y extrañamente cuando me vuelve a mirar, sus ojos se suavizan y por un instante siento que me mira como antes.

-¿Recuerdas cuando me llevaste a recorrer Los Ángeles y charlábamos sobre el cofre de tu auto? -comenta-. Que dijiste que harías una película de mí y lo que escondía, ¿lo recuerdas?

-Claramente no tenía idea de que hablaba -me río nervioso ante su repentino cambio de actitud.

-Quiero que lo hagas -añade.

-¿De qué hablas?

Ella busca bajo las almohadas que la ayudan a sentarse por algo, y luego, saca dos gruesas carpetas desbordantes de papeles para ponerlas sobre sus piernas. Inhala profundamente un par de veces y después, cierra los ojos para tratar de recuperar el aliento que perdió tras su pequeño pero gran esfuerzo.

-¿Qué es todo eso? -indago tomando una carpeta y al abrirla tres fotografías escapan de inmediato hasta deslizarse por las sabanas en la cama. En estas una muy joven Georgina junto con una niña que, de no ser por el verde de sus ojos juraría que se trata de Alison, aparecen mostrando sus enormes sonrisas a la cámara.

-Es mi vida -suspira-. Parece que sí tengo una historia que puedes contar después de todo.

Me quedo sin palabras de nuevo. Hojeando el montón de papeles en mis manos de los que entiendo absolutamente nada, sin idea de qué decir ante esta inesperada situación.

-¿E-estás... segura? -titubeo y ella me fuerza una sonrisa.

-Quiero que mi vida tenga sentido -me dice-. Y que todos sepan lo que el Centro hizo conmigo y lo que le han hecho a cientos de niños todo este tiempo...

-¿Tu vida? Hablas como si... No vas a...

-No lo sabes -me interrumpe, antes de que siquiera logre completar la oración y luego cambia de tema tomando una de las fotografías-. Mi madre siempre estuvo a mi lado mientras yo era un experimento.

-Eras idéntica a Alison -comento.

-Ella es prácticamente mi hermanita y nuestro padre... es Wen -anuncia.

-¿Wen? ¿Wen Hoffman?

Ella asiente en respuesta y después me muestra un documento:

ACTA DE INICIO DE EXPERIMENTO

Solicita: Dr. Wendell Riley Hoffman
Folio de registro: SP. F1-3427
Área de investigación: laboratorio
Sede: San Francisco, California. EUA. Rango de experimentación: Resistencia física
Código: e-150.
Tipo de experimento: (x) Inicial ( ) Sustituto ( ) Complementario
Fecha de nacimiento: 9 de febrero 2052.
Nombre de referencia: Madison.
Talla: 37cm
Peso: 2.886kg
Semanas de gestación: 38.
Portadora: Jane Odwin. Número de Gestas: 1.
Padre: Wendell Riley Hoffman.
Madre: s.n.
Pronóstico: Reservado a evolución.
Testigo 1: Dr. Sean Wrestler.
Testigo 2: Dra. Georgina Wrestler.
Autoriza: Dr. Nicholas Vanderbilt.

-¿Qué hay de tu madre? -pregunto al encontrar el espacio vacío entre la infinidad de datos.

-Biológicamente, ni siquiera ellos saben -contesta-. De acuerdo con mi madre, años atrás las mujeres solían donar óvulos para parejas que no podían concebir, y millones de éstos llevan años congelados esperando a ser utilizados -explica-. La mujer que me dio a luz, su nombre era Jane Odwin.

Me entrega un nuevo documento. Esta vez una carta de cesión de patria potestad donde al final encuentro la firma de esa mujer.

-¿Sigue con vida?

-Probablemente -ella se encoge de hombros-. Tenía veintidós años cuando yo nací.

-¿Tan joven?

-El Centro busca candidatas jóvenes que garanticen la posibilidad de llevar a cabo la gestación satisfactoriamente como portadoras y a cambio les ofrece una enorme cantidad de dinero -contesta.

-Más bien buscan objetivos sencillos de sobornar con algo tan banal como el dinero -señalo ganándome una sonrisa de su parte-. Entregar a un bebé así... -mis ojos escanean el documento en mis manos con millones de cláusulas y conceptos complicadísimos que apuesto a que ni el mejor abogado descifraría de inmediato. Dudo por completo que alguien de su edad, haya entendido siquiera una palabra de esto.

-¿Sabes por qué el nombre de Alison y el mío son tan similares? -la miro de vuelta-. Nos nombraron basados en nuestro número de experimento -responde tomando la carpeta y un lápiz para poder escribir-. Nuestro código es el ciento cincuenta. Es el número que establece nuestro rango de experimentación y está oculto dentro de nuestro nombre.

No entiendo nada y ella lo nota.

-Mi nombre está formado por tres letras: m, a y d, seguido por el número ciento cincuenta que reemplaza a la i, la s, la o y al final una n -explica enseñándome el papel:

MAD150N

-El nombre de Alison es prácticamente el mismo, pero con menos letras.

-Whoa -es todo lo que consigo decir y ella asiente orgullosa antes de cerrar las carpetas y entregármelas.

-Esto te servirá mucho -comenta.

-¿Para qué?

-Para saber mucho más que cualquier otra persona acerca de los experimentos y así poder explicar todo en tu película... o lo que sea que vayas a hacer -añade-, quizás sea tu oportunidad de ganar ese Oscar que tanto quieres -insiste-. ¡¿Qué dices?!

Sonrío realmente emocionado por la oportunidad y me inclino para darle un beso a sus labios que ahora saben a pura medicina.

-Digo... que será todo un placer contar tu historia.

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