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A la mañana siguiente, duermo hasta tarde y la primera cosa que hago al despertar es tomar un delicioso baño de espuma que me relaja como nunca y cuando termino me pongo un vestido color turquesa tan formal como mi madre dice que debo lucir siempre.

Su lema de vida.

Dejo la habitación con el cabello estilando y el cepillo aún en mano en búsqueda de un poco de fruta para saciar mi hambre antes del almuerzo. No desayuné hoy y la cabeza ya comienza a dolerme por malpasarme.

Para mi sorpresa, al bajar las escaleras me encuentro con una inesperada visita conversando con mis padres; un hombre alto y delgado con el cabello del mismo color que el sol, los ojos tan azules que te vuelves naufrago en medio de su profundidad y una corta barba que comienza en su mentón y se extiende hasta su definida quijada.

No es la primera vez que veo a este hombre en mi casa, a decir verdad, viene muy a menudo cuando estoy por marcharme a la escuela. Solía ser mi pediatra cuando era pequeña y lo recuerdo a la perfección por el hecho de que le tenía un miedo irracional a esta persona, tan intenso que mi madre acostumbraba a sostenerme cada que él intentaba realizar mis chequeos de rutina. Siendo ese mismo recuerdo el que consigue que las manos comiencen a sudarme.

Jamás he sido fanática de la atención y tampoco soporto que la gente me mire por una eternidad como si fuera una clase de pez en un acuario. Detesto el sentimiento de sentirme diminuta en comparación con los demás y cada que este hombre me mira, recibo la sensación de haberme convertido en una insignificante hormiga.

-¿Qué estás haciendo aquí y con el cabello tan mojado? -mi madre se apresura a interrogarme mientras el hombre continúa mirándome como si fuera carnada.

-Lo lamento, yo sólo quería... -titubeo cuando no me quitan los ojos de encima.

-¿Dónde rayos se ha metido Sarah? -mi padre es quien agrega esta vez, recordándome todas aquellas veces que cuando era una niña intentaba ganarme su atención y ellos solo me alejaban.

Regreso a mi habitación, avergonzada y sin comer, dedicándome entonces a revisar el aburrido trabajo que me entregó Levy, con mi mente aún intentando encontrarle sentido a lo que acaba de pasar, y en medio de lo que podría ser el argumento más aburrido del escrito de mi mejor amigo, Sarah se une a mi tortura, pero esta vez se asegura de cerrar la puerta con seguro detrás de ella.

Me quedo esperando una explicación a ello y en cambio lo único que consigo es una sonrisa forzada de su parte.

-¿Te mandaron a cuidarme? -inquiero devolviendo la vista a las hojas de papel. Ella se sienta a mi lado.

-Algo así -concluye-. ¿Quieres que te ayude a cepillar tu cabello antes de que se arruine mas ese precioso vestido?

Me encojo de hombros para darle el gusto de hacerlo y me muevo de lugar hasta sentarme en un pequeño banco frente al espejo. Con ella de pie detrás de mi, comienza a cepillarme con un cuidado que me hace pensar que de hacerlo de otro modo, éste terminaría destrozado.

La agilidad de sus manos cepillando mis ondas, terminan distrayéndome de mi trabajo y me quedo observándola a través del reflejo en el espejo.

Su cabello es negro y corto a la altura de sus hombros, tan rizado que se esponja como la melena de un león enmarcando su rostro. Los rulos son tan oscuros que casi parecen azules con el brillo del sol. Su cara tiene forma de un triángulo invertido, con la barbilla completamente puntiaguda y la nariz respingada, con labios del grosor de una hoja de papel pintados de rosa.

Al terminar de examinarla, me quedo observándome directo a los ojos. El verde tan brillante de mis ojos hace el mejor esfuerzo por reflejar su majestuosidad desde el cristal y las ondas perfectas de mi cabello continúan cayendo delicadamente sobre mi pecho lo suficientemente pronunciado. Mis labios son muy gruesos en comparación con los de Sarah y forman un corazón cuando los mantengo cerrados.

Un llanto lleno de dolor es lo que finalmente logra despertarme de mis pensamientos y me sorprende tanto que mi cuerpo entero se pone en alerta.

-¿Qué es eso? -me apresuro a preguntar y Sarah debe estar sorda para poder continuar peinándome como si no escuchara nada, pero el llanto es fuerte y claro como el de un niño a mitad de un berrinche, solo que esté llora con extrema desesperación.

Me pongo de pie por mero reflejo y tan pronto me giro para mirar a Sarah, se que oculta algo cuando la encuentro con sus dientes sosteniendo su labio inferior como lo hace siempre que miente.

-¿Quién llora?

-No lo sé -vacila.

-Te estás mordiendo el labio -señalo haciendo que lo suelte de inmediato y me mire como si suplicara que deje de ahondar en esta conversación.

-¿Quién es el niño?

-Eso tienen que contestarlo tus padres -me dice.

-¿Entonces sí es un niño? ¿Por eso cerraste la puerta? -indago.

-No sé de qué hablas -contesta y nuestro repentino visitante vuelve a mi mente.

Tengo una corazonada y el terrible sentimiento que se apoderó de mi mientras el hombre me observaba combinado con los gritos del niño solo lo empeoran.

-Tiene que ver con el doctor Hoffman, ¿no es así? ¿Es su hijo o su hija? ¿Algo así?

-Madison...

-Sarah, tienes que decirme que sucede. Eres la única a quien puedo preguntarle todo esto, hablar con ellos es como una pared. Tú sabes cómo son... -le suplico, pero sus labios están tan sellados como una tumba-. Viene de la puerta prohibida, ¿cierto? ¿Qué es lo que le pasa al niño?

-¿Cuántos años tienes? ¡¿Doce?!

Los llantos cesan de golpe y al cabo de unos segundos escucho pasos en el corredor de afuera. Decenas de pares de zapatos golpean contra el mármol de las escaleras acompañadas de un bullicio inentendible en su camino al primer piso, para terminar con la pesada puerta de la entrada cerrándose.

Mi curiosidad solo aumenta a cada segundo que pasa y cuando mi mano toma la perilla de la puerta, retrocedo con un salto cuando Teo la abre sobresaltándome.

-Mis disculpas, señorita Wrestler... no quería...

Dejo al mayordomo hablando solo mientras vuelo directo a la puerta prohibida, pero permanece tan cerrada como siempre que he intentado abrirla. Golpeo tan fuerte como puedo.

-¡Hola! ¿Hay alguien ahí? -llamo-. ¡¿Puedes oírme?!

-¿Qué crees que estás haciendo? -Sarah me pega un enorme susto cuando aparece de pronto junto a mí y la ignoro con mi corazón en la garganta, mientras continúo tratando de conseguir una respuesta del otro lado-. Estoy segura de que las puertas no hablan, pero supongo que puedes intentarlo con la de tu habitación si lo deseas.

-Déjame en paz... tengo que... -me dejo caer al suelo intentando obtener siquiera un pequeño vistazo al otro lado de la puerta asomándome debajo de esta, pero no logro ver nada, la abertura no es lo suficientemente ancha para permitírmelo-. ¿Niño? ¿Me escuchas? ¡Abre la puerta!

-Madison, luces ridícula. Levántate, por favor -me reprime Sarah, jalándome hasta ponerme de pie.

-¿Vas a decirme lo que sucede? -me cruzo de brazos.

-Ya sabes mi respuesta, cariño -contesta.

-Pues no estoy conforme con ella... ¿qué estaban haciendo ahí dentro? ¿Cada cuánto sucede? -lo intento de nuevo y sé que termino con la paciencia de mi nana porque esta vez suspira y sujeta mi cara entre sus manos.

-A veces hay preguntas de las que es mejor no recibir respuesta -me dice empeorando mi confusión y trayendo una mueca a mi cara-. ¿Puedes solo dejarlo de lado?

Sacudo la cabeza de inmediato y esta vez ella solo me fuerza una sonrisa.

-No digas que no te lo advertí -exhala dejándome con un millón de preguntas apoderándose de mi cabeza.

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