15
Estoy sentada al comedor tomando mi desayuno mientras leo las noticias en mi teléfono cuando la puerta de la casa se azota al entrar Sean junto con el doctor Hoffman. Levanto la mirada de inmediato y sus rostros me dicen todo.
-¿Alguna noticia? -pregunto a pesar de ya saber la respuesta.
Han pasado ya cuatro días y a pesar de que no parece mucho para nosotros, para la niña es una eternidad y para el Centro, cuatro días en que lo único que han logrado hacer es perder.
-No hay rastro de ellas en Las Vegas -contesta Sean-. El chico mintió.
-Oh -exhalo.
-Y esto ya ha llegado a oídos de la Asociación -agrega Wen tomando asiento en el comedor-, y por lo tanto también al Centro. Vanderbilt viene en camino y su gente ya está buscando a la niña. No están felices.
Raymond Vanderbilt es ahora el director del Centro Global de Investigación, hijo del ahora fallecido fundador Nicholas Vanderbilt; un hombre serio y autoritario, más frío que el mismísimo hielo. Ha venido un par de veces a observar la evolución de la niña y a recibir los reportes de nuestra investigación, únicamente en ocasiones meramente necesarias por lo que ahora me imagino que, si ha venido hasta acá, es porque el problema realmente representa una amenaza para su trabajo.
Lo cual significa que es el perfecto momento para atacar.
-¿A qué viene? -inquiero.
-Quieren implementar una estrategia y silenciar a la Asociación antes de que todo empeore -Hoffman se frota el puente de la nariz-. ¿Puedes arreglar una reunión con los Blanchard?
-¿Qué debo decirle? -pregunto como si realmente no tuviera idea.
-La verdad -anuncia Wen poniéndose de pie y puedo ver cómo realmente parece haberse dado por vencido-. Si vamos a perder más vale arriesgar lo menos posible -admite antes de subir las escaleras encaminándose a su preciado laboratorio.
Me quiero reír ante lo sencillo y bien que está saliendo todo, pero debo guardar la compostura al sentir la mirada de mi esposo sobre mí.
-Iré a buscar a Clarisse -anuncio, pero él se apresura a tomarme de la mano antes de que consiga levantarme. Lo miro.
-¿Qué estás tramando? -me cuestiona y tengo que ahogar un grito para no demostrar que tiene razón.
-Nada -contesto, pero antes de soltarme, coloca algo en mi mano y al mirarlo encuentro la copia de la llave del laboratorio que le di a Madison.
-¿Vas a decirme que la niña consiguió entrar en el laboratorio por su cuenta? -me reclama-. ¿Así es como nos pagas por dejarte tener lo que querías?
-¿Lo que quería? -un nuevo nudo en mi garganta ahoga mi respuesta y libero mi mano de golpe de la suya-. No me conoces en absoluto si realmente crees que todo esto es lo que yo quería.
-Gina...
-No...no dejaré que vengas aquí a restregarme todo esto de nuevo como si realmente fuera mi culpa...no más -contesto tomando mi teléfono-. Le salvé la vida a esa niña y no me arrepentiría si tuviera que pasar de nuevo por eso para salvar a esta otra.
-¿Así que lo hiciste? -me cuestiona-. Estás con ellos...
Suspiro ante lo fácil que le resulta entrar en mi mente.
-Tengo una llamada que hacer.
Tengo suerte, supongo, de haber sido tan pequeña cuando estuve en el laboratorio que no logro recordar nada de lo que hicieron conmigo en ese lugar. Al pensar en mi infancia lo primero que recuerdo es a Sarah y luego a Levy, de alguna manera esas dos personas lograron darme una experiencia completamente normal y cuando mi mente vuelve al pasado, me veo feliz; una niña pequeña con un largo cabello flotando en el aire detrás de ella mientras correteaba a su amigo en el jardín, recuerdos que atesoraré por siempre.
Quiero lo mismo para Alison, esa niña dulce que devora chocolates en un santiamén y hace tantas preguntas que hace que me duela la cabeza todas las noches. Me vuelve loca pensar en que nos encuentren y puedan hacerle daño de nuevo, pero la verdad, jamás podría lidiar con el hecho de que pude dejarla experimentar lo bueno de la vida al menos una vez y en cambio, lo único que hice fuera mantenerla oculta de todo en un nuevo lugar. Por eso, ésta mañana al despertar, decidí alivianarme un poco y mejor traerla al parque a jugar.
Así que ahora mientras la observo resbalar por quizás la millonésima vez de tobogán de plástico que hay en el área de juegos, la saludo y le sonrío como si fuera la primera vez que lo intenta.
La enorme sonrisa en su rostro que está rojo y empapado de sudor compensa por completo el terrible aburrimiento que me acongoja mientras solo la observo.
El resto del mundo a nuestro alrededor funciona como lo ha hecho todos los días; un chico de sudadera gris pasa trotando frente a mí perdido en la música que escucha; a lo lejos el tintineo de una campana que pertenece a un niñito que seguramente aprende a montar en bicicleta se pierde entre el cantar de los pájaros y una pareja de ancianos pasea a su pequeño perro que corre de un lado a otro tirando de la correa antes de que el chico de sudadera pase de nuevo.
Esta vez, mi mirada lo sigue en su trayecto cuando un mal presentimiento se apodera de mí. Si bien el parque no es gigantesco, es lo suficientemente grande como para que te tome un par de minutos recorrerlo a la velocidad en la que trota el joven corredor.
Al perdérseme entre los cientos de árboles, busco por Alison de inmediato y cuando no la encuentro, por un momento juraría que mi corazón se detiene y me pongo helada, hasta que al fin la encuentro intentando enterrar sus pies en la arena con un rayo del sol pegándole justo en la cara.
Echo un nuevo vistazo en busca del sospechoso hombre y al no conseguir encontrarlo, la paranoia se apodera de mi, levantándome de la banca de inmediato.
Quizás esta no sea la mejor idea, después de todo...
Me decido por llevarme a Alison de vuelta al apartamento, pero tan pronto me atrevo a dar el primer paso hacia ella, alguien se estrella contra mí y de no ser por los ágiles reflejos de la otra persona que me sostiene, hubiera terminado en el suelo.
Me encuentro con un par de ojos curiosos y del mismo color de la miel cuando levanto la mirada y una gorda gota de sudor, que recorre la mejilla sonrojada del apuesto chico que me sujeta por los brazos, hasta que llega a su barbilla, cae hasta el reducido espacio de suelo que hay entre nosotros.
-Lo siento -me disculpo tan pronto me suelta.
-Está bien. Yo... debí poner más atención en el camino -contesta antes de esbozarme una media y encantadora sonrisa que me distrae lo suficiente para evitar que note que viste la misma sudadera del chico que no dejaba de pasar frente a mí hace un minuto.
De inmediato, regreso mi atención al área de juegos, donde encuentro a Alison exactamente en el mismo lugar. Suspiro de alivio y el chico continúa junto a mí, pasa de inmediato la mano sobre su cabello que está empapado en sudor cuando lo miro. Sus despeinados rizos están tan mojados que se compactan contra su cabeza.
-¡Madison, mira! -el grito de la niña me devuelve a la realidad y cuando reacciono está junto a mí mostrándome sus manos-. ¿Qué es esto?
-Estoy casi seguro de que es un caracol -contesta el chico que no tengo ni idea de que sigue haciendo a mi lado. Alison lo mira de arriba abajo desconociéndolo por completo y después lo ignora esperando mi respuesta.
-Es un caracol -repito y enseguida ella acerca a la desagradable creatura aún más a su cara-. Ve y déjalo donde estaba -contesto asqueada y afortunadamente ella obedece enseguida.
Un escalofrío me recorre el cuerpo y pienso en la siguiente media hora que haré que pase lavándose las manos.
-Parece que tienes todo bajo control -el chico dice sacándome de mis pensamientos y cuando lo miro sospechando que realmente es alguien que nos vigila, me esboza una nueva sonrisa con todos sus perfectos y blancos dientes-. Mis hermanas, hubieran hecho un escándalo si les hubiera dicho que devolvieran al insecto -señala antes de sentarse en mi banca y después palmea el espacio junto a él.
-No eres de por aquí, ¿cierto? -dice tan pronto vuelvo a sentarme a una considerable distancia de él.
-¿No lo soy? -respondo con la mirada de vuelta en la niña.
No se quien sea esta nueva versión de Samuel Rodgers ni que es lo que quiera, pero sí sé muy bien que no tengo intenciones de averiguarlo.
-Conozco a todas las personas que viven en el edificio y creo que sería bastante difícil que pasaras desapercibida si fueras una de ellas.
Sus palabras, me obligan a mirarlo de nuevo y tan pronto lo hago, caigo en cuenta de que realmente se trata del mismo chico que ayer casi me rompe la cara con la puerta y entonces toda la sarta de tonterías que dejan su boca cobran sentido.
-¿Cuál es tu apartamento?
Bufo ante su patético intento por seducirme y obtener información de mí.
-Estás loco si piensas que voy a decirte eso -me burlo.
-¿Por qué? -se defiende.
-Porque no te conozco -contesto-. ¿Cómo esperas que te diga dónde vivo? Por lo que sé podrías ser un asesino en potencia.
Se ríe ante mi sarcástico comentario y él muy descarado se desliza en la banca para acercarse y después me ofrece la mano.
-Dylan Papasavvas a tú servicio -se presenta y luego retira la mano ante mi falta de respuesta cuando tan solo arqueo las cejas al mirarlo y sé que el hecho de que no haga lo que quiere comienza a desesperarlo-. Chica difícil, eh.
-No tienes idea -me burlo y entonces vuelve a alejarse, pero no pasa mucho tiempo en silencio antes de que se decida por volver a hablar.
-Nací en Chicago el diez de marzo del 2050. Me encanta el surf, soy un aficionado del cine y en un futuro espero convertirme en un famoso director y ganador de al menos diez premios Oscar.
-Que...modesto -comento.
-Y no he terminado -anuncia-. Tengo dos hermanas menores que yo: Violeta y Christine. Por la mañana trabajo en un aburrido café conocido como el A.M, donde encantado te obsequiaría uno para alegrar tu día -añade-, y vivo en el piso seis de la torre Griffith- se estira satisfecho cuando consigue hacerme sonreír-. Apartamento diecinueve.
-Interesante... -contesto-. ¿Debería tomar nota?
-Ah, conduzco un Mini Cooper azul y no es por alardear, pero he corrido uno que otro maratón -concluye-. Eso debe ser suficiente. ¿No?
Me encojo de hombros.
-¿Lo es?
-¡Vamos! Te di suficiente información como para que puedas secuestrarme mientras yo apenas y conozco tu nombre -bromea-, y ahora que lo pienso, ni siquiera lo supe de ti, así que técnicamente, estoy en ceros.
-Es más de lo que necesitas saber -respondo antes de ponerme de pie y él solo me fuerza una sonrisa-. Ahora, si me disculpas, no me gustaría seguir distrayéndote de tus entrenamientos maratónicos o lo que sea que estabas haciendo. Hasta nunca.
Me despido caminando directo hasta Alison para volver al departamento haciendo mi mejor esfuerzo por abandonar al chico en el parque, pero para mi mala suerte, no damos ni veinte pasos cuando logra alcanzarnos.
-Sabes, tenía el objetivo de entrenar hoy, pero literalmente tú interferiste en mi camino y ahora no podré sacarte de mi mente hasta que me hagas caso -señala siguiéndome el paso.
-Uy, creo que tienes problemas -me burlo.
-¿Qué más quieres de mí? -insiste y esta vez me detengo en seco. Al mirarlo él me sonríe nuevamente, sabiendo perfectamente que su sonrisa resultaría encantadora para quien sea y el hecho de que haga eso, me hace pensar en si los hombres de su clase vienen con alguna clase de manual al nacer: ¿Cómo conquistar a una chica? Volumen 1.
-Empieza por dejarme tranquila -contesto antes de continuar mi camino.
-Sólo dime el numero de tu apartamento -insiste.
-¿Para qué? ¿Para que continúes acosándome?
Cruzo la calle cuando afortunadamente no viene ningún carro.
-Madison -la niña tira de mi mano.
-Continúa caminando -le digo apresurando el paso cuando perdemos a Dylan y finalmente llegamos al edificio.
-No estoy acosándote -su voz me sobresalta mientras esperamos que el ascensor baje a recogernos. No me molesto en mirarlo.
-Creo que esta es justamente la definición de acoso -subo al elevador tan pronto llega y Alison se pega de inmediato al cristal. Para el colmo, Dylan se pone junto al panel de control y divertido se cruza de brazos.
-¿No vas a rendirte nunca? -lo cuestiono cuando las puertas se cierran.
-Yo no me rindo -me guiña el ojo y tengo que poner los ojos en blanco para disimular la tonta sonrisa que consigue sacarme esta vez.
-Voy a solicitar una orden de restricción si continúas persiguiéndonos -contesto presionando el botón para que el aparato avance, y cuando al fin comenzamos a ascender, soy yo quien entonces se cruza de brazos satisfecha antes de que él note que es su piso el que he seleccionado cuando las puertas vuelven a abrirse.
-¡Esto no ha terminado Madison! -me advierte antes de salir y solo lo despido con la mano completamente divertida.
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