12



Juro que veo mi vida entera pasar frente a mis ojos. Veo a Jessica vestida de blanco mientras camina al altar en donde la espero con el hermoso atardecer de Hawai'i detrás de nosotros. Me veo lanzando el birrete el día de mi graduación hasta el cielo con el resto de mis compañeros e imagino a mi mejor amiga sosteniendo a su primer hijo en brazos.

En cuestión de segundos todas esas imágenes cruzan mi mente como una lluvia de estrellas fugaces antes del impacto, pero el fuerte golpe, jamás llega.

Mi pie presiona el freno de la camioneta hasta el fondo y tengo el corazón a punto de brincar de mi pecho hasta el suelo cuando reacciono y el lujoso deportivo rojo que se cruzó en mi camino está a milímetros de mí.

Tres enormes y costosas camionetas negras flanquean mi auto dejándome a completa merced de mis captores.

Un hombre de cabello casi anaranjado baja del deportivo y con él, el resto de las personas que conducían los vehículos.

Estamos a mitad de la nada, en el lugar ideal para desaparecer a alguien fingiendo que su muerte fue ocasionada por un terrible accidente. A decir verdad, mientras los hombres se acercan, por mi mente fluyen ideas de lo que escribirán en mi obituario cuando muera:

Levy Blanchard: murió siendo absolutamente nadie.

-Buenas tardes -el hombre se aproxima a mi ventana.

-¿Puedo ayudarlo? -inquiero bajando del auto.

-¿Que si puedes ayudarme? -ríe con un ridículo acento británico-. ¿De dónde vienes?

Los acompañantes abren las puertas traseras de mi camioneta y revisan cada centímetro en busca de algo.

-No lo... no lo sé -me distraigo-. ¿Me pueden explicar que es lo que hacen?

Al no encontrar absolutamente nada, los hombres comienzan a escanear cada parte del auto con ayuda de unas lámparas de luz negra que les permite ver toda la suciedad que ante mis ojos era prácticamente invisible.

-¡¿Dónde está?! -ladra.

-¿El qué?

-La niña -anuncia el hombre.

Las palabras de Madison vuelven a mi mente enseguida.

«Mi madre cree que no irán tras de ti porque levantaría sospechas en tu madre y le estarían dando motivos para atacarlos».

Dios, espero que tengas razón.

-Oh, ¿así que tú eres él? -me río-. Wen Hoffman en persona.

El hombre entrecierra los ojos intentando descifrar mi actitud mientras que entre el resto de sus hombres reconozco al padre de Madison, quien se acerca de inmediato.

-Levy, necesito saber a dónde llevaste a mi hija -me dice el señor Wrestler-. Estará en muchos problemas si no vuelve pronto.

-Nah, ella estará bien. Ustedes son los que tendrán bastantes problemas si no las encuentran y si no me dejan ir ahora mismo, bastará con que haga una llamada y en cuestión de minutos la A.I.C.E.I sabrá todo.

El maldito doctor, que luce menos intimidante de lo que imaginaba, tensa la quijada y rechina los dientes intentando controlar la furia que la desesperación le provee.

-Escucha, jovencito. Tu amiga ha cometido un grave delito puesto que no solo se llevó a una niña del único lugar que conoce. No... -el hombre se me acerca y yo retrocedo hasta que mi espalda choca contra mi camioneta, dejándome sin salida-, ella ha allanado propiedad del Centro Global de Investigación y ha tomado sin autorización a un experimento que es propiedad del estado. Si denuncio ante el Centro estos hechos, no quiero hablar de las consecuencias que eso podría traerle a Madison, y a ti por ser cómplice de ese delito.

Mi corazón late a mil por hora y los latidos son tan potentes contra mi pecho que me temo que el hombre puede escucharlos.

Bam... bam... bam...

-Ahora, si me dices dónde está Madison, te prometo que dejaré este pequeño incidente en el olvido. No presentaremos cargos y ambos podrán continuar viviendo una vida normal. Eso es lo que quiero para ustedes -agrega.

-¿Y si no? -lo cuestiono.

-Vamos a encontrarla en algún momento y jamás volverás a verla.

-¿Está amenazándome?

-Estoy guiándote a tomar la mejor decisión -contesta bastante persuasivo-. ¿Qué eliges?

A unos metros de nosotros hay una intersección y justo en medio de los dos caminos hay un letrero con los nombres de dos ciudades:

-Los Angeles -> continúe derecho.

-Las Vegas -> por la izquierda.

Suspiro como si verdaderamente tuviera algo que pensar y luego asiento.

-¿Madison estará a salvo?

-Te doy mi palabra -contesta el hombre y trago saliva.

-Las Vegas -respondo-. Están en Las Vegas.

El hombre me esboza una sonrisa llena de satisfacción cuando escucha mi respuesta y después me regala una palmada en la mejilla.

-Buen trabajo, chico -asiente antes de darles una señal al resto de sus hombres que suben a sus autos enseguida.

Tan pronto los veo marcharse justo por ese camino, suspiro de alivio y después, no me demoro en notificar de inmediato a Georgina.

En medio de mi aburrimiento, mientras las bobas caricaturas para niños mantienen a Alison embobada en la televisión, me pongo a deambular por el apartamento.

Hago inventario una vez más de la alacena, tomando nota mental de toda la comida chatarra que Levy decidió comprar para alimentarnos y hago una mueca cuando lo único que puedo comer para calmar mi ansiedad es una aburrida manzana.

La como mientras recorro el resto del lugar, encontrando una enorme tabla de surf en uno de los armarios que es incluso más alta que yo con las iniciales de Levy inscritas en una esquina de esta, y detrás en un estante, mis ojos encuentran el mejor juego del mundo.

Tomo la caja de inmediato y al volver a la sala, la agito frente a Alison. Dudo que realmente pueda jugar a esto con una niña de su edad, pero dada la situación, creo que prefiero perder la paciencia explicándole como jugar, antes que pasar el resto del día viendo "Pequeños Amigos".

-Ven aquí -la llamo apagando la televisión y en menos de dos segundos, ella toma asiento junto a mi en el suelo.

Coloco todo lo necesario frente a nosotras: el tablero, las fichas, las casas y los billetes ficticios mientras ella mira cuidadosamente cada uno de mis movimientos.

-Esto es un juego -le explico al ver su carita de confusión.

He tenido que hacer eso las últimas dos horas. Cada vez que estoy por hacer algo totalmente ordinario, tengo que informarle de que se trata antes de que ella sufra un colapso nervioso.

«Esto, es un Wafle. Es comida y tienes que meterlo a tu boca para que te alimente.»

«Puedes hablar y hacer preguntas.»

«El control remoto le dice a la televisión qué debe mostrarte, no va a lastimarte.»

-Juego -ella repite.

-Exacto. Es para no aburrirnos -le digo.

-¿Qué es aburrir? -ella pregunta esta vez cuando le entrego el pequeño fajo de billetes que apenas consigue sujetar.

-Es lo que sientes cuando no haces nada por un largo rato -contesto.

-¿Es como descansar? -inquiere.

-Algo así, aburrir es el resultado de descansar demasiado -le digo acomodando mi dinero en una fila a lo largo de mi lado del tablero.

-¿Duele? -inquiere y el hecho de que sea la quinceava vez que me pregunté eso en el día me parte el corazón.

¿Qué tanto deben de haberla lastimado a lo largo de su vida como para que ante cualquier cosa nueva que se le presente ella tenga que asegurarse de que no vaya a dolerle?

-No, aburrirte no duele -le respondo con paciencia, lo que consigue que relaje su cuerpo de nuevo-. Aburrirte es solo... aburrido.

-Solo aburrido -repite tomándolo como respuesta definitiva y luego me imita acomodando sus billetes justo como yo, tal y como yo me acostumbré a hacerlo luego de ver tantas veces a Sarah-. ¿Qué es esto?

Ella me muestra sus billetes perfectamente alineados y clasificados por colores como los míos.

-Dinero -le respondo-. Con eso puedes comprar lo que quieras dentro del juego.

-¿Qué es comprar?

-Es prácticamente intercambiar dinero por cualquier otra cosa que quieras -contesto-, de eso se trata el juego.

-¿Cómo lo hago? -sus enormes ojos se abren aun más en espera de mi respuesta.

-Bueno, cuando quieras comprar algo, solo debes darme el número de billetes que necesitas para obtenerlo -respondo.

-¡¿Como chocolate?! -chilla con emoción.

-Sí, puedes comprar chocolate con dinero -me río y entonces vuelve a ofrecerme todos sus billetes.

-¡Quiero chocolate! -anuncia y cuando veo la expresión en su rostro, siento un hueco en el estómago al tener que romper sus ilusiones.

-No puedes comprar chocolate con... -estoy por darle la explicación cuando no recuerdo haber utilizado esa palabra antes frente a ella-. ¿Sabes que es el chocolate?

La niña asiente un millón de veces y por primera vez desde que la conozco, la veo sonreír. Una sonrisa pura y genuina de oreja a oreja que me deja ver sus pequeños dientes que en su mayoría aún parecen ser de leche.

-Papi me da uno cuando lo hago bien -anuncia-. ¿Tendré uno cuando termine el juego?

-Si logras vencerme -le contesto dándole un pequeño golpecito en su respingada nariz que la hace mostrarme una nueva sonrisita llena de ternura.

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