11
Al despertar a la mañana siguiente, Alison aún duerme en la enorme cama a mi lado y lo hace con una tranquilidad como si nada jamás pudiera perturbarla.
La observó dormir como una psicópata por un largo rato en que ella no parece notarlo, pero me incomodo segundos después cuando caigo en cuenta de que quizás sí lo nota, pero está bastante acostumbrada a estar en frecuente observación que le parece algo totalmente normal.
Tomo una ducha rápida en la relajante regadera de la habitación y cuando salgo con el cabello aún empapado, encuentro a la niña pegada al enorme ventanal observando encantada la espectacular vista que nos regala de la ciudad.
El momento me causa ternura, pues ella ni siquiera nota que he salido del baño y solo continúa apoyando su frente en el cristal.
-...estaré ahí por la tarde -Levy dice desde la sala y la curiosidad me obliga a salir a su encuentro. Habla por teléfono y masajea sus sienes mientras escucha lo que quien sea que esté al otro lado le responde-, ...discutió con sus padres... estamos cerca del Golden Gate... -miente un antes de gesticular la palabra «Jessica» para mí. Me río ante el control que ella ejerce sobre él-, ...lo sé, te veré en tu casa -le asegura-, ...también te amo -se despide y cuando finalmente cuelga el teléfono, es mi momento de burlarme.
-¿Problemas en el paraíso?
-Estaba como loca intentando localizarme, pero mi teléfono se quedó sin batería y el tuyo... -tan pronto lo menciona corro de inmediato a buscarlo en mi maleta, pero no tengo éxito.
-No lo tengo -anuncio luego de que mi equipaje queda todo desbaratado.
-¿No era esa la intención? -inquiere-. Si sabías que con eso pueden rastrearte, ¿no?
Mis ojos se abren enormemente, pero no ante el hecho de lo que acaba de decir, sino porque no es hasta ahora que recuerdo donde vi mi teléfono por última vez.
-Lo dejé en el laboratorio -confieso.
-¿Lo dejaste en dónde?
Siento que la cabeza de pronto me va a explotar.
-En el laboratorio, lo tenía conmigo cuando saque a la niña. Debí de haberlo puesto en algún lado -la desesperación se apodera de mi y se vuelve peor cuando es una extrema preocupación la que sustituye el sentimiento-. Tienes que irte. ¡Ahora!
-Cálmate Madison, no es el fin del mundo -comenta.
-Tu lo dijiste, te pueden rastrear con esa cosa. Si encuentran mi celular y ven tus mensajes... sabrán que estoy contigo -le explico.
-Ajá ¿y? -alza una ceja con su irritable forma de hacerme ver como una tonta-. ¿No dijiste que no me buscarían por la situación con mi madre?
El miedo se apodera de mi.
-Tienes que irte -repito y entonces suspira.
-Detesto tu paranoia -comenta poniéndose de pie.
-Y yo detestaría que algo te pase por no ser lo suficiente paranoica -alego-. Vive con ello.
-Auch -se burla haciéndome reír-. Tú ganas señorita Perfecta, iré a conseguirles un poco de comida y luego me voy. ¿Feliz?
Asiento cuando no tengo alternativa.
-No te demores -señalo tan pronto él toma las llaves del auto de la mesa de noche y cuando se marcha, me dejo caer de vuelta en la cama.
Cierro los ojos por unos minutos pensando en lo estúpida que soy por haber olvidado mi teléfono en el lugar menos indicado hasta que la cama se hunde cuando alguien más decide acompañarme.
Al abrir los ojos, es la niña quien esta vez me observa con curiosidad. Sus enormes ojos están tan abiertos como un par de platos y juega con mis húmedos mechones de cabello entre sus deditos.
-Hola -le fuerzo la mejor de mis sonrisas, pero en lugar de tomarlo como algo amigable ella solo se encoge y me mira con cierta desconfianza. Así que lo intento de nuevo-. ¿Tienes hambre? Levy fue a conseguir un poco de comida para nosotras -le explico pensando en como mi frase hace sonar a Levy como un cavernícola que abandono a su familia por un momento para ir de caza. La niña permanece inexpresiva.
Esto va a ser muy divertido.
-¿Te gustó la ciudad? -pregunto en intento por aligerar su seriedad.
-¿Ciudad?
-Sí, lo que ves por la ventana, es enorme ¿verdad?
-Ves por la ventana... es enorme -repite las frases que salen de mi boca como si fuera un bebé que apenas comenzara a hablar e intuyo que sólo estoy empeorándolo todo.
La dejo jugar con mi cabello un rato más mientras sus pequeñas manitas me proporcionan un relajante masaje al manipularlo, sin decir nada, pero después de un rato en que el silencio se vuelve agonizante, mi lengua se rehúsa a mantenerse callada.
-¿Qué estás haciendo? -inquiero y ella se detiene como si de pronto se le hubieran acabado las baterías.
Abro los ojos y de nuevo, tan sólo me mira.
-Puedes hablar, no necesitas permiso -le digo-. ¿Te gusta mi cabello?
-Rebota -contesta y no hay más palabras salvo esa, así que solo suspiro ante mis inútiles esfuerzos por hacerla hablar y continúo esperando que Levy regrese para quizás rogarle que me regrese a casa porque no hay manera de que logre sobrevivir a este martirio.
¿Qué se supone que una persona de mi edad hace con una niña de su edad? ¿De qué hablan? ¿Qué es lo que hacen? ¿Es siempre así de silencioso?
El movimiento en mi cabello se detiene y al pensar que bajará de la cama para volver a la ventana, siento que toca la mano que tengo estirada sobre mi cabeza, trazando las líneas de mi palma con su pequeño dedo provocándome un cosquilleo en todo el cuerpo que me enchina la piel.
-No son blancas -anuncia y al escucharla decir más de dos palabras en una sola oración que no escuchó de nadie más, me siento de inmediato.
Mi brusco movimiento solo consigue cohibirla.
-¡¿Qué dijiste?! -le pregunto para asegurarme de que escuché bien. Sus ojos se cristalizan y entonces me siento culpable-. No, no llores...-le suplico-, no voy a lastimarte, sólo quería...quería oírte bien. ¿Lo repites?
-No son blancas -responde con cautela y como lo hacia anoche, frota sus manos una contra la otra completamente nerviosa.
Esta pobre niña...
-¿Qué es lo que no es blanco? -inquiero.
-Manos -contesta como si le cobraran cada vez que deja salir una nueva palabra.
-Ah -digo-. Tienes razón. Son como las tuyas.
Ella asiente con la cabeza ante mi aclaración.
-¿Estás enferma?
Su pregunta me toma por sorpresa.
-No. Estoy bien -contesto.
-Papi no esta enfermo y sus manos son blancas -rectifica dejándome entender de donde viene todo esto.
-Se llaman guantes -le explico mostrándole las palmas de mis manos pero ante ello solo me mira confundida.
Sin pensarlo dos veces, le quito uno de sus ahora percudidos calcetines y de inmediato meto mi mano dentro para después abrir y cerrarla intentando demostrar mi punto.
-¿Lo ves? Son guantes.
-No. Son calcetines -me corrige.
-Bueno, sí. Tienes razón, pero en este ejemplo son guantes.
-Ejemplo -repite.
-Sí, un ejemplo se da cuando quieres demostrarle algo a alguien -le explico, pero en lugar de entender su carita solo se llena de confusión.
Suspiro.
-Ve a mirar por la ventana -digo para quitármela de encima-. Por allá -le indico cuando solo me mira.
-Molesta -dice ella.
-¿Estás molesta? -preguntó intentando entender.
-¿Estás molesta? -repite ella.
-No, pero voy a irme antes de que lo haga -le advierto poniéndome de pie al perder la paciencia.
No hay manera de que vaya a resistir esto tanto tiempo.
Son las seis de la mañana cuando me levanto con la intención de escabullirme de la cama, pero apenas despierto y no encuentro a Sean a mi lado, el corazón se me sube a la garganta.
Me arreglo lo más rápido que puedo y al salir de la habitación me encuentro con la sorpresa de que mi casa parece un centro comercial por la basta cantidad de gente que deambula por todas partes.
-¿Qué sucede? -pregunto al encontrar a mi esposo con Hoffman en el comedor.
-Creemos que tú nos puedes ayudar a esclarecer precisamente eso -responde el hombre-. Acompáñanos, por favor.
Tomo asiento en la silla que el hombre de inmediato señala para mí.
-¿Qué fue exactamente lo que hablaste con Madison el otro día? -me cuestiona Sean.
-Yo, respondí sus dudas acerca de su pasado -contesto.
-¿Cuál fue su reacción? -inquiere el doctor.
-Estaba intentando procesarlo todo, no debe haber sido fácil escuchar todo eso -contesto con cuidado.
-¿Le dijiste algo de la niña? -preguntan.
-No -miento.
Wen me mira con cierta desconfianza.
-¿Van a decirme que sucede?
-Se ha ido -anuncia Wen-, y se ha llevado con ella a la niña.
Hago mi mejor intento por parecer sorprendida.
-¿Por qué haría algo así? -chillo.
-Quiero creer que es un inocente intento por demostrar su inconformidad con los experimentos -sugiere Wen con un significado muy distinto al que dicen sus palabras-. El problema aquí es que ha involucrado al hijo de los Blanchard y si la niña llegase a caer en las manos equivocadas, estaríamos todos en un serio problema.
-¿Por qué creen que el chico está involucrado?
Para mí sorpresa Wen sonríe y de inmediato coloca algo en la mesa que jamás hubiera pensado.
-No lo creemos. Sabemos que está involucrado -anuncia mostrándome en el teléfono de Madison un mensaje en el que Levy le pregunta por la niña.
La sangre se me va del cuerpo.
-Ahora. No me importa saber cómo consiguió sacar a la niña del laboratorio -señala Wen con sus azules ojos clavándose en los míos-. Ni mucho menos cómo es que esa idea de escaparse con ella llegó a su mente, pero debemos interferir antes de que la niña termine en manos de los Blanchard.
-¿Qué quieren que haga?
-Nosotros iremos tras el chico -anuncia Wen-. El Centro ya está buscando a la niña y necesito que tú te asegures de que Clarisse no vaya a denunciar el incidente ante la Asociación.
Tengo que suprimir mi sonrisa cuando pese a todo, aún tendré mi oportunidad de hablar con esa mujer.
-¿Podemos confiar en ti? -inquiere y junto a él Sean me mira amenazante.
-Claro -asiento.
La casa de los Blanchard es digna del fruto de lo que ha logrado Clarisse a lo largo de su trayectoria como abogada y de su exitoso esposo, que dirige una importante empresa de tecnología. Una casa magnífica y que expresa sofisticación en toda la extensión de la palabra.
Al llamar a la puerta, para mi sorpresa es ella misma quién abre y me muestra una cálida y enorme sonrisa.
-¡Gina, cuanto tiempo sin verte! -me jala de inmediato en un abrazo-. ¿Cómo has estado? Por favor pasa, ¿te ofrezco un poco de té?
Viste un elegante traje sastre de saco y falda entubada que le llega a la rodilla y su cabello, verdaderamente rizado decora su cabello como si se trataba de una aureola.
Su hospitalidad habla bastante de la calidad de persona que es.
-Estoy bien -le agradezco encaminándome a la sala.
Por dentro la casa es meramente un desorden, pero nada que no pueda esperar de una pareja extremadamente ocupada que intenta mantener el control con dos pre-adolescentes en la casa y uno más a punto de marcharse a la universidad.
Una de las paredes de su casa está tapizada de hermosas fotografías de su familia donde aparecen ambos con sus hijos cuando eran más pequeños sonriendo llenos de felicidad mientras se abrazan en la playa, todos vestidos de blanco.
A pesar de que la relación que mantiene con ellos me causa un poco de envidia, no puedo evitar sentirme auténticamente feliz por ella.
-Lindas fotografías -comento cuando me sorprende mirándolas.
-Atesoro muchísimo ese momento -comenta y le fuerzo una sonrisa en respuesta-. Ya no son niños, ¿cierto?
Ríe.
-Oh no, se han ido hace mucho tiempo -concuerdo con una risa fingida-. Irá Levy a Columbia, ¿como tú?
-Sí, ese niño nació para estar en la corte -responde orgullosa antes de dejarnos a ambas en un incómodo silencio-. ¿Madison...?
-Irá a la Universidad de San Francisco -contesto.
-Lo hará estupendo, es una niña brillante -comenta antes de comenzar a indagar sobre nosotros al igual que siempre lo intenta, razón por la cual guíe la conversación justo en este sentido-. ¿Seguirá sus pasos?
-No, por supuesto que no. Creo que ella aún intenta descubrir que es lo que quiere continuar haciendo el resto de su vida, y francamente dudo que lo que nosotros hacemos sea algo que llame su atención.
-Claro -disimula perspicaz-. ¿Y a qué se dedican de nuevo?
-Soy médica -contesto y la mujer alza sus cejas.
-Médica. No lo sabía -se acomoda en su lugar-, ¿tienes alguna especialidad en algo?
-Sí, soy pediatra. Los niños son mi adoración -agrego y su cara denota que ella intuye a la perfección todo, sin embargo, se rehúsa a confrontarme sin más fundamentos.
-¿Qué hay de Sean? -inquiere.
-Sean, es completamente lo opuesto -contesto y entonces, lo suelto-. Él los somete a experimentos.
Clarisse se pone pálida ante mi súbita confesión y luego no parece saber que decir, así que me adelanto.
-Sabemos que representas a la A.I.C.E.I y también que sospechas de nosotros -anuncio-. Tienes razón.
Sus ojos se abren como platos.
-¿Ustedes...?
-Trabajamos con el doctor Wendell Riley Hoffman y la casa es la sede del C.G.I en San Francisco -contesto-. Todo es cierto.
-Esto no tiene sentido -dice sorprendida.
-Quiero que me ayudes a terminar con ellos -admito finalmente en voz alta sintiendo como si una cuerda que por años estuvo alrededor de mi cuello al fin se liberara.
-Tu eres parte de ellos.
-Lo sé, pero lo que hacen ahí dentro...-un nudo se forma en mi garganta al recordar las miles de pruebas que he presenciado.
Le cuento todo, desde mis inicios en el laboratorio, mi relación con Sean; la creación de Madison y cómo logré liberarla. La niña y las crueles pruebas a las que la hemos sometido; y al finalizar le explico cómo fue que acabé en su casa.
Cuando termino de hablar, sus ojos están cristalizados y se cubre la boca con la mano incapaz de creer lo que acabo de decirle.
-Esa pobre niña -comenta y me cuesta trabajo comprender si lo dice por Alison o por mi hija.
-Es por eso que necesito tu ayuda. Ellos son capaces de lo que sea -insisto.
-Está a salvo ahora, ¿cierto?
-Sí, quiero creer que tardarán al menos unos días en encontrarlas, pero...
-Debemos darnos prisa -completa y yo asiento con la cabeza-. Debo advertirte, Georgina, esto no será una caminata en el parque. Maniobrar entre las políticas del Centro es bastante complicado. Posiblemente habrá implicaciones legales para ti e incluso también para Madison si esto no resulta como queremos...
-Gracias a Dios que eres la mejor abogada del país. Tomare los riesgos -comento antes de que mi teléfono comience a sonar, con el nombre de Sean parpadeando en la pantalla.
-Comenzaré a trabajar -anuncia antes de que finalmente tome la llamada.
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