Capítulo 9

Habían pasado ya unos días desde el último asesinato, y el Cocinero ya tenía ganas de más. Necesitaba sentirse bien, y matar era su forma de hacerlo. Al principio, cuando apenas era un aprendiz de asesino, deseaba poder encontrar otro pasatiempo que no implicara hacer daño a los demás. Estuvo buscando durante mucho tiempo "algo", pero nunca lo encontró. Finalmente, optó por continuar con los crímenes. 

Dusk se sentó en frente suyo, en la mesa redonda que tenía el Cocinero en su piso. 

—Oye —empezó, aunque el otro hombre no tenía ganas de hablar. —, cuéntame más sobre ti. Trabajamos juntos, pero apenas te conozco. 

—Nadie me conoce, dame un motivo para que tengas que hacerlo tú. —Dusk dudó un momento. 

—Bien, somos compañeros. Pasamos mucho tiempo juntos. Estaría bien saber algo de tu infancia, tu familia, tus gustos...

—Mi trabajo es matar. El tuyo es encontrar a los clientes que piden las muertes. No veo por qué debes conocerme para poder hacer lo que debes. —Dusk se quedó sin palabras. Por mucho que insistiera, el Cocinero no iba a abrirle su corazón. Ni a él, ni a nadie. 

Dusk notó cierta tensión entre ellos, pero no quiso mencionarla para no empeorar la situación. El aire parecía volverse cada vez más y más denso. Nadie decía nada, y el silencio era... ¿Cómo decirlo? Raro e incómodo. 

—¿Qué te pasó de pequeño para que seas así? —No pudo evitar preguntar, y por eso se arrepintió al momento. Intentó arreglar las cosas continuando con la pregunta, pero solo empeoró la situación. —Ya sabes, para que seas tan callado, tan poco social, y esas cosas. Tan... solitario.

—Tuve una buena infancia. Mis padres no eran muy ricos, pero, por suerte, tampoco pobres. 

—¿Tienes hermanos? —Por fin sentía que su compañero se estaba abriendo ante él, por eso siguió preguntando, formulando como respuestas otras preguntas.

—No que yo sepa, pero mis padres siempre me han ocultado muchas cosas. 

—Están... ¿Vivos? —El Cocinero clavó su mirada en la mesa de madera, sin tan solo pestañear. Dusk tenía más curiosidad que nunca. ¿Qué había pasado con sus padres para que reaccionara de esa manera? Tenía que ser algo grave. 

—Mi padre no. Mi madre está en la cárcel. Se la acusó de matarlo a él, aunque los oficiales no tenían pruebas. Sé que ella no lo hizo, era un crimen perfecto, sin huellas, sin nada que pudiese delatar al asesino. 

—¿Y quién crees que fue? 

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Tras la conversación, Dusk se fue del piso a paso lento y sin hacer más preguntas. Probablemente, estaba intentando asimilar lo que acababa de pasar. El Cocinero, ese hombre tan poco abierto a la gente, ese lobo solitario, le acababa de hablar de su infancia. Aún no se lo creía del todo. 

Llegó a casa más cansado de lo habitual, y eso que ese día no había trabajado. Esos últimos días no había demasiadas peticiones de crímenes, y la mayoría de las que aparecían no le interesarían al Cocinero, así que ni tan solo las escuchaba. 

Se sentó en el sofá, encendió la televisión, y observó la pantalla con los ojos cansados. Estaba mirando el programa, pero su cabeza y sus pensamientos no estaban ahí. Aún estaban en la conversación que había tenido minutos atrás con el Cocinero. Intentaba recordarlo todo: los gestos, las palabras, las expresiones... Pero le resultaba muy complicado hacerlo, ya que el otro hombre no tendía a mostrar sus sentimientos de ninguna forma. 

Y entonces recordó algo: esa pregunta sin respuesta. No había contestado a la pregunta que Dusk le había lanzado. No quiso contestar a quién creía que había matado a su padre. ¿Era un secreto? ¿Le daba miedo contárselo? ¿O simplemente no lo sabía? Dusk estaba muy desconcertado. 

Al final decidió intentar ignorarlo, pues todo este tema no podía interferir en el trabajo. 

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—Hiciste un buen trabajo con John. —dijo al día siguiente. —Me gusta tu estrategia. 

—¿Qué quieres, Dusk?

—Está bien... —se aclaró la garganta. —El caso es que me ha llegado una petición de asesinato. 

—Bien, pues acept...

—No he terminado. —lo interrumpió. —No es una petición normal. Se trata de la familia del presidente William Jones, de Estados Unidos. 

—¿Cómo? ¿Y por qué no el mismo presidente?

—Verás, una banda nos ha pedido que nos unamos a ellos. Están intentando cambiar el sistema político, y quieren empezar matando a la familia del presidente para torturarlo. Ese será todo tu trabajo, ellos harán el resto. 

—¿A qué te refieres con "el resto"?

—Después la banda va a lanzarle amenazas y va a matar más gente hasta que consigan lo que quieran. Me cuesta admitirlo, pero es un buen plan, la verdad. —bajó la cabeza un poco, probablemente algo avergonzado. —Bien, ¿qué te parece?

—Esto me va a llevar varios meses, por no decir años. Será complicado. —Miró a Dusk a los ojos, y el otro sabía lo que significaba eso, así que deslizó un papel por el escritorio hasta llegar a las manos del Cocinero. 

—¿¡Noventa millones?!

—Es una buena oferta, ¡eh! —soltó una carcajada que resonó por todo su despacho. El Cocinero se puso algo pálido, y clavó su mirada en Dusk. —Tío, se trata de la familia del presidente, ¿qué te esperabas? Además, eres el mejor asesino del mundo. 

—Trato hecho. —le tendió la mano a Dusk, quien la aceptó con gusto. 

Después de esta maravillosa reunión, el Cocinero volvió a casa más alegre que nunca. No estaba feliz por el dinero, ya que él tenía de sobras, sino porque se sentía importante. ¡Una banda entera confiaba en él para matar ni más ni menos que a la familia del presidente! Esta oportunidad no se presentaba todos los días. 

Cuando llegó a su piso, dejó el sombrero en el sofá y fue directo a la ventana. Esa era su mayor fuente de inspiración desde pequeño. Supuso que eso le venía de cuando aún era un crío. Siempre observaba las calles, la gente... Así es como aprendió la mayoría de cosas que sabía sobre la sociedad, ya que sus padres no habían hecho demasiado. 

Bien, el caso es que necesitaba un plan. Había tenido una conversación con Dusk, pero no habían entrado en detalles. Días después ya hablaría de nuevo con él para concretar más. Aceptando este trato se estaba jugando muchas cosas. Demasiadas, quizá. Si lo pillaban, lo condenarían a cadena perpetua. Y si no cumplía con su misión, los de la banda cobrarían su venganza. Juntó las manos detrás de su espalda y empezó a juguetear con los dedos: intentaba calmarse. 

Esta vez necesitaba un plan más elaborado, más complejo, pero le estaba costando encontrar ideas. Pero solo era el primer día, seguramente, le esperaban meses o quizá años antes de llevar a cabo el asesinato. 

Al día siguiente también se despertó feliz. Seguramente, otro tipo de asesinos hubieran celebrado esta oferta de trabajo yendo al bar a tomarse algo, o de cena a un restaurante caro. Él no, tenía mucho trabajo por delante. Durante el resto de la mañana estuvo apuntando ideas en diferentes folios. Después ordenaba sus ideas numerándolas y separándolas en diferentes temas. Algunas de ellas necesitaban de un ayudante, pero esas intentaría descartarlas. 

En el primer folio había escrito como título "Método de Muerte", pero a veces usaba el diminutivo "MDM". Ahí había apuntado todas las posibles opciones que tenía para matar a la familia del presidente. 

En el segundo papel había escrito "Entrada". Allí apuntó todas las entradas para poder entrar en la casa. Ese papel estaba bastante vacío, ya que aún tenía pendiente hacer una visita por fuera a la casa, y dibujar un plano del exterior. Claro que hacerlo iba a ser complicado, puesto que lo más probable era que hubiera guardias de seguridad, guardaespaldas, policías o cualquier otro tipo de persona vigilando. 

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Por la tarde, el Cocinero decidió que ya era hora de salir un rato del piso. No tenía ganas de socializar con nadie en ningún restaurante, ni de salir a dar una vuelta sin tener ningún objetivo, así que pensó que una buena idea sería ir a ver la casa del presidente y su familia. 

La casa estaba algo lejos, así que utilizó el autobús para llegar, ya que él no tenía coche. Al llegar, lo primero que vio fue a tres periodistas sentados en la acera junto a unos micrófonos y cámaras. Intentó alejarse tanto como pudo de ellos. También había una pareja de turistas mirando a través de la valla el gran jardín. Pronto se acercaron más turistas. 

El Cocinero dejó de fijarse en la gente para encontrarse con una gran mansión mayoritariamente blanca. Las esquinas y los bordes del edificio estaban recubiertos con una madera bastante oscura que era una perfecta combinación para su gran jardín, ya que estaba lleno de árboles frutales. El hombre no pudo evitar preguntarse si de verdad se comerían esas frutas, o solo estaban ahí de decoración. No había ningún lago, como decían en las películas. Tampoco arbustos con distintas formas. Solo mucho césped, un camino de piedras que llegaba hasta la puerta de la mansión y muchas flores de colores que estaban en los lados de este. 

Por un momento pensó que quizá podría saltar la valla de noche y desde el jardín observar mejor el edificio, pero enseguida se deshizo de esa idea, pues de noche habría aún más seguridad y lo pillarían seguro. No, lo mejor era quedarse fuera como todo el mundo. 

Una mujer mayor se acercó a él, y sin decirle nada, señaló una especie de alfombra que había unos metros más adelante con diferentes accesorios. Quería venderle diferentes cosas de Estados Unidos. 

—No, no. No soy un turista. —intentó apartarse de ella, pero la mujer se acercó y volvió a señalar la alfombra. No parecía tener demasiados clientes interesados, así que sacó un billete del bolsillo y se lo entregó. 

—Quédeselo. —La señora, ahora satisfecha, se lo agradeció con una reverencia torpe y se alejó casi dando saltos de alegría de vuelta a la alfombra. 







































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