Capítulo 6


—¿Y bien? ¿Quién es? —El Cocinero tenía el codo apoyado en la mesa y las piernas cruzadas sobre la silla que tenía al lado. Dusk lo miraba con una ceja enarcada, detrás del escritorio. 

—John Morrow. Es un cantante bastante conocido. 

—Sí... -No iba a admitirlo, pero había escuchado alguna que canción de este tío. —Creo que me suena. 

—Bien, el caso es que va a ser un poco más complicado que Vicky. No le gusta demasiado ir a restaurantes. Tiene un chef personal en su mansión, no necesita salir, y, además, los fans lo molestan demasiado. Deberás convencerlo para que vaya a un restaurante, y después... Ya sabes. 

—Matarlo. 

—Exacto. —hizo una pausa. —¿Recuerdas que ayer te dije eso de Alice? La mujer que escapó de Francia. 

—Sí, claro. 

—Bien, pues el asesinato de John es más urgente. Encárgate de Alice en cuanto tengas tiempo, ¿de acuerdo?

—Bien —se levantó de la silla, pero no se marchó. De hecho, mantuvo la mirada fija en Dusk, quién pareció incomodarse casi al instante. Los segundos pasaron rápidamente y nadie dijo nada: Dusk, porque no entendía lo que pasaba, y el Cocinero, porque estaba esperando una respuesta. -¿Vas a darme la foto y los horarios de Morrow, o mejor me voy y ya lo adivinaré yo solito?

—Ah, sí, sí, perdón. -Sacó un par de papeles del cajón. —aquí tienes, buena suerte. 

Sin agradecerle nada, dio media vuelta y se marchó. 

Por el camino seguía pensando en Alice, esa mujer de la que Dusk le había hablado por la mañana. Dusk aún no le había dado demasiada información, pero sentía curiosidad por saber lo que había hecho para meterse en tantos problemas. 

Aunque tenía ganas de ir a por ella, no insistió en el tema, pues ahora que tenía otro asesinato pendiente el de Alice podía esperar.


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El Cocinero había estado pensando toda la noche. Apenas había dormido cuatro horas, cuando se despertó de golpe: una pesadilla. 

Él no solía tenerlas, pero era normal que de vez en cuando apareciera alguna llena de sangre y entrañas. En muchos de sus "magníficos" sueños, como a él le gustaba llamarlos, aparecían estas dos cosas. Pero había algo que cambiaba mucho. 

En sus sueños, era él el que mataba a la gente con su espléndido plan. En sus pesadillas, eran esas personas las que lo mataban a él. Y, claro. No era algo demasiado agradable de ver, la verdad. 

Como ya no tenía ganas de seguir durmiendo, y arriesgarse a seguir también con la pesadilla, el hombre decidió levantarse e ir al salón. Ahí, como siempre, no había nadie. 

Eso le resultaba agradable a veces, pero, y aunque no quería admitirlo, también había algunos días que hubiese deseado estar con alguien. Algún otro asesino que lo entendiera a la perfección, por ejemplo. 

Al cabo de unos minutos ya estaba despierto por completo. Eran las tres de la mañana, pero se sentía como si fueran las diez y estuviese en pleno trabajo. 

Agarró ágilmente la libreta y el bolígrafo que se encontraba a su lado, y se puso a escribir todo lo que le pasaba por la cabeza que pudiera ayudarlo a asesinar a John Morrow. Al principio solo tenía algunas ideas pequeñas para convencerlo de ir a un restaurante, de qué le prepararía, y todas esas cosas... Pero entonces tuvo una gran idea.

¿Y si, en vez de conseguir que John viniera a un restaurante, era el propio Cocinero el que fuera a su mansión? Era un poco arriesgado, ya que sería uno de los sospechosos principales después de su muerte. Pero para él era mucho más fácil hacerlo de esta manera. 

—Decidido. —susurró para sí mismo. 


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El día siguiente se levantó temprano. Después de horas pensando, cayó rendido al sofá, y pasó ahí mismo toda la noche. 

Puso todo lo que necesitaba en otra mochila diferente a la que había utilizado para cometer el asesinato de Vicky, solo por si las moscas, y se puso en marcha. 

La calle estaba medio vacía. Solo había algunas personas haciendo deporte, y otras que seguramente trabajaban en la hostelería, ya que de lo contrario no trabajarían un sábado por la mañana. Dos vecinos suyos le saludaron con la mano, pero él no contestó. Se limitó a seguir caminando. 

Enseguida encontró una parada de bus, donde esperó varios minutos hasta que por fin llegó el vehículo. No era muy grande, y dentro solamente se encontraban tres personas sentadas de forma que dejaban mucho espacio entre ellas. 

El Cocinero se sentó apartado del resto, al final de todo, en una esquina. Miró por la ventana, sabía que no sería un día fácil. Probablemente, sería su único momento de tranquilidad absoluta. Respiró hondo, sintiendo la calma dentro de todo su cuerpo. 

Pero toda esa calma se esfumó de golpe cuando el autobús paró en seco. Las puertas se abrieron y el conductor les dedicó una mirada amargada a todos los pasajeros, esperando que alguno de ellos se bajara. Al final, una mujer que llevaba su pelo castaño recogido en un moño, tomó su bolso y bajó del vehículo. 

El trayecto duró una hora, más o menos. 


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Al bajar del autobús, una ráfaga de viento le caló los huesos. 

Escondió las manos dentro de los bolsillos, tratando de entrar en calor. 

Por suerte, el vehículo había parado bastante cerca de la mansión, así que el Cocinero solo tuvo que caminar un par de calles hasta llegar a su destino. 

Cuando llegó, lo primero en lo que se fijó (era lo único que se podía ver, porque era muy grande) era una gran casa que casi parecía un palacio. Todas las paredes eran de un blanco perfecto, sin ninguna mancha de suciedad o humedad. Había una valla principal del mismo color que las paredes. 

A través de las rejas se podían contemplar muchas plantas de distintas formas: había flores de todos los colores, arbustos con muchas formas geométricas, árboles fruteros... 

—Solo les falta un río y tendrían un bosque... —murmuró el Cocinero para sí mismo. A él no le gustaban demasiado las cosas grandes. Tenía suficiente dinero como para comprarse una mansión de estas dimensiones, más grande, incluso. Pero no la compraba. ¿Por qué? Ahí entraban sus principios como persona, y no se los mencionaba a nadie. 

Más allá del jardín, había otra puerta. Esta era de una madera oscura, y tenía forma de arco. Era preciosa. En las películas las dos puertas se habrían abierto sin ni tan solo llamar, pero, claro, esa era una complicada realidad. Llamó a un timbre que tenía toda la pinta de ser demasiado caro, y esperó una respuesta. 

—¿Sí? —dijo una voz femenina a través del aparato. 

—Buenas, soy un cocinero profesional y me han recomendado este trabajo. Traigo mi currículum. ¿Estarían dispuestos a concederme una entrevista para ser su chef personal? —Se escucharon unos pasos al otro lado de la máquina, y después unos murmurios. 

—Podemos concederle una entrevista con nosotros, pero no con los señores de la casa. 

—Perfecto. —Y como si nada, las dos puertas se abrieron de golpe. El Cocinero se quedó quieto durante unos instantes, pero enseguida reaccionó y entró a un paso lento pero seguro. 


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Una mujer con el pelo recogido y un vestido largo le dedicó una mirada que no transmitía nada. Los segundos pasaban, pero ninguno de los dos decía nada, hasta que ella rompió el silencio:

—Pasa. Soy Claudia. —le tendió la mano y él la aceptó amablemente. —Vamos al tercer salón. 

¿Tercer salón? Eso solo podía significar que también había un primero y un segundo. Y hasta podría haber un cuarto. Se sentaron en un sofá que debía medir unos tres metros. 

—Ponte cómodo, voy a buscar algo para beber. 

La mujer se alejó y al cabo de un rato volvió con tres vasos llenos de un líquido parecido al agua pero con un tono verdoso. 

—Es té, -Dijo al percatarse de que el cocinero miraba el recipiente con mala cara. —¿le gusta?

—No mucho, la verdad. —En realidad lo odiaba, casi no lo soportaba, pero debía parecer amable para conseguir el empleo. La tal Claudia le dedicó una mirada algo sorprendida y dejó uno de los vasos en una mesita pequeña que se encontraba enfrente del sofá. 

El Cocinero no pudo evitar pensar para quién seria el tercer vaso, pero no preguntó. ¿Quizá a ella le gustaba mucho el té? ¿O se había equivocado? Sus dudas se disolvieron en cuanto un hombre con uniforme negro entró por una de las muchas puertas que había.  Todo eso le podría ser útil en un futuro, cuando tuviera que correr a toda prisa para que no lo pillaran. 

Miró al hombre de arriba a abajo: era de estatura media, y no demasiado corpulento. Estaba claro que no era un guardia. 

—Este es Frank, el que lleva los registros de la casa. —dijo Claudia con una pequeña sonrisa en el rostro. —Estará con nosotros en la entrevista. 

Él se acercó al Cocinero y, sin pronunciar una sola palabra, le tendió la mano. El Cocinero la aceptó con gusto, justo antes de que el otro se sentara en el sofá junto a Claudia. 

—Bien, pues... Empecemos. 

—Claro. -El Cocinero asintió ligeramente para intentar asimilar lo que estaba pasando. ¿De verdad estaba en una entrevista de trabajo? La última vez que había estado en una había sido hacía ya años.

—Cuando quieras. —Ella se acomodó en el sofá y lo miró a los ojos, curiosa e intrigada al mismo tiempo. Frank había traído con él una libreta y un bolígrafo, los cuales tenía encima de las piernas. 

—¿Cómo te llamas? 

—Cocinero. 

—Bien, pero... ¿Nombre real? 

—Puede resultar extraño, pero me llamo así. —mintió. —Es mi nombre. —Claudia y Frank intercambiaron una extraña mirada, justo antes de proseguir con la entrevista. 

—¿Me podrías decir tu edad?

—Treinta. 

—Bien... Ejem, ¿tienes el currículum? —parecía algo nerviosa, posiblemente porque se encontraba delante de un hombre intimidante y robusto. Él se inclinó un poco para entregarle unos cuantos folios juntados con una grapa. —Gracias... -dijo mientras pasaba las páginas que le había entregado.

Frank y Claudia empezaron a leer sin decir nada. Tardaron unos cuantos minutos en terminar, pero, al hacerlo, parecían muy sorprendidos. 

—¿Esto es real? —preguntó Frank sin rodeos y con una desconfianza poco disimulada. —Te advierto de que muchos han intentado lo mismo, y no estoy para juegos.

—¡Pues claro! —En cuando se percató de que había subido demasiado el tono de voz, intentó relajarse. —Es totalmente real. 

—Bien, lo investigaremos. —contestó Claudia. —¿Tienes alguna especialidad?

—La verdad es que todo lo que cocino es mi especialidad. Me podéis pedir lo que queráis, y, hasta yo podría crear el menú, si es eso lo que deseáis. —Los dos se miraron, sorprendidos. Estaba claro que no se esperaban esa respuesta. 















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