Capítulo 4
—¿Todo listo?
—Déjame ya, Dusk.
—Pero...
—Que sí, lo tengo todo preparado. ¿Vale? —él asintió con la cabeza. Con una sonrisa siguió hablando. —Estás más nervioso tú que yo. -rió.
—No es cierto.
—Sí lo es. -Cogió la pistola por tercera vez consecutiva para comprobar que todo funcionaba correctamente. —Está lista. Perfecta. Immpoluta.
—Como siempre.
—Exacto. —ladeó la pistola para tener visión de todas sus partes. Era una preciosidad.
Era un arma totalmente negra, suave pero fácil de agarrar. Su mango era del mismo color que el resto del arma, pero un poco más rugoso para que no se resbalara al cogerla. Era fácil de cargar, y pesaba muy poco, por lo que se volvía muy manejable. Hizo un par de maniobras con la pistola, solo para presumir.
—Deja ya de mostrar tus habilidades y vete. Como te pillen...
—No te voy a delatar, Dusk. Lo sabes perfectamente. —Se despidieron asintiendo con la cabeza, y el Cocinero dejó a su compañero en su piso. Ahora solo podía seguir adelante.
Guardó la pistola en su mochila negra, dónde ya había dejado las balas, un trapo, su uniforme de trabajo... Y un par de cosas más que quizás le podrían ser útiles en algún momento.
Caminó a paso rápido por la calle, ignorando, como siempre, las miradas poco desapercibidas que le dedicaba la gente. Llegó al restaurante, donde lo recibió Mike, con una sonrisa radiante.
—Buenos días. —lo saludó.
—Igualmente.
Los dos entraron al local y fueron al vestidor.
Toda la mañana fue igual que siempre: cambiarse, preparar las mesas, descansar y charlar un rato con los compañeros, empezar a cocinar en cuanto entran los primeros clientes...
Después de comer llegó la tarde. Ahí muchos ya estaban cansados, así que descansaban un rato hasta la hora de cenar. Algunos se marchaba un rato a casa y volvían para preparar la cena, pero otros decidían quedarse ahí mismo. Este último era el caso del Cocinero.
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Vicky entró como siempre con una gran sonrisa, seguida por sus compañeros, que no iban tan contentos, pero estaban hablando o discutiendo de sus asuntos de trabajo.
No parecían haber tenido un buen día, quizás había habido algún imprevisto en alguna película, pero Vicky parecía ignorar todo. Se acercó al jefe del Cocinero y, cómo siempre, le dio las gracias. Después la acompañaron a su mesa y saludó al Cocinero. Ese día él no tenía demasiadas ganas de hablar —como de costumbre— así que cortó la charla de raíz fingiendo que tenía que hablar con otro cocinero sobre un plato nuevo.
Ella intentó que se quedará para explicarle algo del trabajo, pero el Cocinero insistió y finalmente Vicky cedió, y se calló.
—¿Estás bien? Te veo tenso. —Mike estaba preparando todos los ingredientes para una ensalada tropical. Con un pequeño salto cogió unas salsas de una estantería. Era ágil.
—¿Qué? Sí, sí, estoy bien. —Su compañero dudó un momento, pero decidió no insistir. Ya preguntaría en otro momento.
El Cocinero estaba sumergido en sus pensamientos. Mike le había tratado bien desde el primer día, y le había enseñado todo sobre el restaurante, al igual que la mayoría de los demás. En el fondo, y aunque le costaba mucho reconocerlo, sentía un poco de pena por él. Iba a matar a Vicky en el lugar donde trabajaba.
Cerrarían el restaurante, y él se quedaría sin empleo durante, mínimo, unos meses. También lo interrogaría la policía, al igual que a todos los demás. Excepto a él mismo, al Cocinero, quién saldría corriendo tan rápido como un rayo para que no lo pillaran. Entonces se quedaría encerrado junto a Dusk en su piso durante un par de semanas, hasta que todo fuera seguro.
Habían estado reuniendo provisiones para garantizar su bien estar en su piso, para no tener que salir en ningún momento para hacer nada.
—Tío, ¿seguro que estás bien? —Sin darse cuenta, se había quedado quieto y callado en medio de la cocina. Todo el mundo lo observaba con curiosidad, excepto Mike, quién parecía más bien preocupado. —¿Quieres parar a descansar? Ya me ocupo yo de dirigir la cocina. —Su compañero dedicó una mirada asesina a los demás, y todos volvieron al trabajo.
—Estoy bien, Mike. Solo estoy... Cansado.
—No te creo. Pero haz lo que quieras.
Así que Mike empezaba a sospechar... El Cocinero empezaba a dudar sobre si era buena idea llevar a cabo el plan ese día. No. Debía hacerlo, ya lo había preparado todo. Y Dusk también. Confiaba en él, y no podía fallarle.
Miró su reloj. Era hora.
Intentó recordar la mentira que había estado formulando durante un par de días.
—Oye, Mike.
—¿Sí?
—Es mi cumpleaños. Si me ves un poco raro es por eso... Cuando era pequeño lo pasaba muy bien y lo hecho de menos, nada más.
—Felicidades, tío. ¿Te puedo regalar algo?
—No, no... Regalos no. Pero, ¿crees que los del equipo de cine se animarán a una fiesta? —el otro sonrió ampliamente, haciendo notar su entusiasmo. Los ojos le brillaron.
—¡Claro que sí! Podemos poner música, y, además, no se lo digas, pero podemos aprovechar para vender más. Ya sabes cómo se pone la gente en las fiestas... Voy a decírselo a...
—¡No! No. Ya voy yo, tranquilo. —Mike se quedó mirándolo durante unos instantes, pero al final se encogió de hombros y empezó a dar órdenes a todo el mundo.
El Cocinero se acercó a la mesa, tan grande que era intimidante. Se colocó junto a una de las puntas y miró a todo el mundo. Pero sobre todo a Vicky, quién lo observaba con cara de felicidad. Se aclaró la garganta entes de empezar a hablar, pero alguien le puso la mano en el hombro y no pudo evitar sobresaltarse.
—¡Es el cumpleaños del Cocinero! —La voz de Mike pareció muy fuerte al lado de su oreja. Ya está. Siempre tenía que haber alguien que fastidiase el plan perfecto. Todo el mundo comenzó a vitorearlo, pero él ni tan solo se lo agradeció. Se quedó mirando a la mesa con el ceño fruncido. —¿Alguien se apunta a una fiesta?
Los que habían terminado de comer se levantaron de golpe, y los que no se metieron la comida que les quedaba en la boca. Sus compañeros de trabajo pusieron música y prepararon mucho alcohol. Estaba claro que querían emborracharlos para vender más. No era un mal plan, la verdad.
La mujer se acercó para felicitarlo, pero la música estaba muy alta y él no pudo escuchar nada. Le hizo una señal para que se acercara, a lo que ella obedeció.
Poco después ya se habían tomado unas cuantas copas cada uno, aunque ella estaba mucho peor que él. Se apartaron un poco del resto con la escusa de que el Cocinero le quería decir algo y con todo ese ruido no lo escucharía.
Ella lo miraba a los ojos con una expresión divertida, mientras que él la observaba con la cara algo apenada y seria al mismo tiempo.
—¿Qué ocurre? —ella empezaba a sospechar, era hora de actuar.
No se había separado de su mochila en ningún momento, la llevaba colgada en un brazo, un poco abierta, solo por si a caso.
—¿Cocinero? —Con un movimiento ágil y rápido, él sacó la pistola de la mochila y se la puso en el estómago. Ella no pudo ni reaccionar. El cocinero le tapó la boca con una mano, para prevenir un grito, y apretó con fuerza el gatillo.
La sangre empezó a caer enseguida por sus piernas hasta el suelo. Ella le dedicó una mirada suplicante antes de desmoronarse. El líquido rojo manchó la mano del asesino.
Lanzó la pistola hacia uno de los invitados, quién, gracias a sus magníficos reflejos, la tomó al vuelo. Todo el mundo miró hacia el pobre chico, que miraba el arma con desconfianza y terror al mismo tiempo. Se acercó a Mike intentando parecer muy sereno.
Ya le había dicho en varias ocasiones que no se encontraba bien por culpa del alcohol, que quizás se marcharía a casa. Eso se lo había dicho para tener una escusa para poder marcharse sin levantar tantas sospechas. También había usado esa escusa con los demás compañeros. Todos se lo habían creído. Pobres ingenuos.
—¿Qué ha sido ese ruido? —la voz de su compañero temblaba. —Parecía un...
—No lo creo. Quizá alguien ha abierto un cañón de confeti... —fingió tener que vomitar. —Escucha, creo que no me encuentro muy bien. Voy a marcharme a casa, nos vemos mañana.
—Claro, y-yo... Voy a m-mirar qué ha sido eso. —Pobrecito. En unos segundos se encontraría con una mujer muerta bañada en sangre.
Se despidió rápidamente de un par de compañeros más, para asegurarse de que todos supieran por qué se había marchado tan repentinamente. Con cada uno había fingido tener que vomitar.
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Salió disparado del establecimiento. Se sentía veloz, ligero, rápido. Se ajustó el sombrero para evitar que cayera, y aprovechó para colocarse bien la mochila. Esquivó a un par de personas que estaban paseando, y lo miraron con expresión desconfiada.
En unos pocos minutos se empezarían a escuchar las sirenas. En el fondo de la calle escuchó como algunas personas salían al exterior y también empezaban a correr en dirección opuesta. Probablemente, no querían meterse en problemas o ser interrogados por algo que no habían hecho.
Seguramente, él hubiese hecho lo mismo en el caso de haber sido inocente. Pero, claro. El caso es que era culpable. Y eso no lo podía cambiar nadie. Había añadido una muerte más a la lista.
Esquivó un banco y una farola y dobló una esquina, hacia la izquierda. Todas las personas con las que se cruzaba le dedicaban una mirada rápida. Pero eso era lo normal. Tendría que preocuparse en el caso de que la gente no lo mirase.
Después de correr durante varios minutos, llegó a la portería del bloque de pisos. Llamó al timbre, ya que había dejado las llaves en el interior de la vivienda para que, en el caso de que lo pillasen, no pudieran ir a su casa con facilidad.
Empujó la puerta con fuerza.
Notaba la sangre corriendo a gran velocidad por sus venas. Era adrenalina, emoción. Por eso le gustaba tanto su trabajo. Subió las escaleras con una sonrisa en el rostro, tan rápido como fue capaz.
Antes de llamar a la puerta de su piso, Dusk ya le había abierto. Él entró sin decir nada y le sonrió.
—¿Misión completada con éxito? —preguntó el hombre, aunque ya sabía la respuesta.
—¡Por supuesto que sí! —soltó una risotada. —¡Como siempre! —Los dos se pusieron a reír durante mucho rato. Abrieron un par de cervezas, y estuvieron toda la noche de celebración.
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—Oye, se que justo hoy acabas de terminar con un asesinato, pero...
—Dímelo sin rodeos, Dusk.
—Ha entrado otro asesinato. ¿Te interesa?
—Claro. ¿De quién se trata?
—Alice Lennox. Es de aquí, pero acaba de volver de Francia. —hizo una pausa. —Por lo visto, se metió en problemas allí, y ha vuelto para intentar escapar.
—¿Qué hizo?
—No lo sé, no me lo han querido decir. Mañana te pasaré todos los datos que he conseguido.
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