Capítulo 15


-Bueno, ¿y qué? -Preguntó Dusk, ya a su lado. 

-¿De verdad piensas que nos dejaría vivir en su casa? ¿Gratis? ¿Y guardando silencio? ¡Venga ya! ¡Va a cobrarnos! Y a saber qué nos pide...

-Podemos darle dinero. 

-Sé que podríamos conseguirlo, pero no solo pedirá eso. Una vez le pedí que me ayudara y a cambio me dijo que le debía un favor cualquiera. Aceptar fue un error: al cabo de dos meses tuve que acompañarle a comprar droga a un lugar a cuatro horas de aquí. Me quería como guardaespaldas...

-¿Y lo acompañaste?

-Claro, yo cumplo mis promesas. 

-Nos arriesgaremos. -Sentenció Dusk con voz firme. -No podemos estar viviendo en la calle, y menos siendo unos delincuentes. 

-¿Delincuentes? ¿Así es como nos llamas? -Rio Alice al mismo tiempo que retomaba la marcha. Los dos hombres la siguieron. 

-¿Cómo nos llamas tú? -Alice sonrió: le gustaba hacerse la interesante. 

-Yo creo que solo somos... Otro tipo de trabajadores. Nos dedicamos a lo nuestro, como todo el mundo. 


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Ese día estuvieron caminando bastante rato. Entre que Alice no se orientaba demasiado bien, y que los tres estaban más que cansados, la marcha se estaba volviendo eterna. 

Cuando parecía que la mujer por fin conseguía recordar dónde vivía el hombre, se equivocaba. Todo el rato lo mismo. Pasaron por barrios muy acogedores con grandes jardines verdes y casas bien cuidadas. También por callejones estrechos y oscuros que invitaban a salir corriendo de ellos, y bloques de pisos con la pintura de la fachada sucia y gastada. 

-Vive en una casa a las afueras. -Decía Alice repetidamente para hacerles creer que recordaba dónde vivía. -Es una casa bonita, la verdad. 

Ella se metía por calles en las que nunca había estado, otras en las que un montón de gente impedía el paso... En fin, los hombres ya no creían que llegarían a su destino. Pero, de golpe, Alice paró en seco. 

-¡Ya me acuerdo! -Dijo girándose hacia sus compañeros con una sonrisa radiante. -Casa pequeña, de ladrillos, con chimenea, a las afueras, al lado de un campo. 

-Seguimos sin saber la ubicación. 

-¡Te acabo de decir que me acuerdo! -Y sin decir nada más empezó a andar rápidamente. -No nos queda muy cerca, pero sé una manera de llegar. Si vamos a mi casa, desde ahí...

-No, espera. -Dijo Dusk poniéndose a su lado. -¿A tu casa? No vamos a ir a tu casa. 

-No vamos a entrar, Dusk. Solo tengo que ir allí para orientarme. Es una ciudad grande, y no conozco todas las calles, ¿sabes? -Dusk suspiró y volvió a colocarse al lado del Cocinero. 

-¿Cómo puede gustarte? Está loca. -Susurró, a lo que el otro hombre se encogió de hombros. 

-Sabes que tenemos que seguirla. -Dijo el Cocinero en voz baja. -No tenemos nada que perder, y mucho que ganar. 

-¡Sí que tenemos algo que perder! ¡Nuestras vidas, joder! -Dijo Dusk, esta vez gritando. Alice volvió la cabeza y el Cocinero le restó importancia con una señal con la mano, y la mujer volvió a girarse. Los dos suspiraron y no volvieron a hablar en toda la excursión. 


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Llegaron a casa de él al anochecer. El frío amenazaba con volver, y la noche empezaba a teñir la ciudad de negro. No entendían muy bien cómo se había apañado Alice para llegar, pero lo había hecho, y eso era lo más importante.

-Es aquí. -Sentenció la mujer con seriedad, parando delante de una pequeña casa. Solo tenía una planta, un par de ventanas y una pequeña puerta. Y como si les hubiese leído los pensamientos, Alice habló. -: Aquí solo vive una persona, no necesita mucho espacio. 

Y tras terminar de hablar, avanzó un par de pasos para llamar a la puerta. Un rayo de luz se vio a través de las ventanas, y al cabo de unos segundos el sonido de la puerta chirriando los puso de los nervios. 

-Alice... -Dijo el hombre, sorprendido. -Cuánto tiempo. -Ella sonrió y se giró hacia sus compañeros. 

-Él es Fred. -Los hombres asintieron al mismo tiempo que se colocaban detrás de la mujer. -Es un viejo compañero. Me ayudó con mis prácticas como... Bien, ya lo sabéis. 

-¿Qué haces aquí? -Preguntó Fred sin rodeos. Alice sonrió, recordando el carácter de su amigo. 

-Necesitamos... Queremos que nos ayudes. 

-¿Qué has hecho? -Dijo soltando una carcajada e invitándolos a pasar. Los tres entraron a la casa, que por dentro era mucho más acogedora de lo que parecía. Había un pequeño sofá para dos personas y delante una alfombra de lana de un color marrón y rojizo. No había televisión, pero, en su lugar, una estantería llena de libros adornaba el cuarto. 

Las paredes estaban hechas de madera oscura, y solo se observaban dos puertas. Una llevaba al dormitorio, y la otra al pequeño baño. 

-Veo que has reformado tu hogar. -Dijo Alice mientras echaba un vistazo a su alrededor. -Bien, el caso es que es una historia bien larga y no creo que convenga explicártela desde el principio. 

-Yo quiero oírla. -Dijo Dusk acercándose a ella. -Nos has condenado a estar huyendo de tus enemigos. -Remarcó la palabra "tus". -Al menos podrías contarnos qué hiciste para acabar así. -Alice suspiró y se sentó en el suelo. Fred fue a buscar una silla al dormitorio, el Cocinero y Dusk se sentaron en el sofá, y todos esperaron a que la mujer les explicara todo lo sucedido. 

-Fue hace ya ocho años, cuando tenía veintiuno. Acababa de terminar las "clases" con Fred. En mi adolescencia había matado a tres personas, por lo que tenía experiencia, pero algo salió mal. Me ordenaron asesinar al jefe de una banda, y lo intenté. No, lo hice. -Suspiró. -Pero el encargo debía ser para alguien con más experiencia, como tú, o tú. -Señaló a Fred y al Cocinero. -Vosotros empezásteis cuando apenas teníais ocho años. Yo empecé con catorce, y no es lo mismo.

> Dejé demasiadas huellas, me vio demasiada gente... Lo hice todo mal, en resumen. Y el nuevo jefe se encargó de que mi vida no volviera a ser la misma. Intentaron matarme muchas veces, aún lo intentan, de hecho. Estoy viva gracias a que sé esconderme. Lucharía, de verdad, pero son muchos. Demasiados. -Apretó los puños, enfurecida por dentro. -Estoy viva, sí. Pero, ¿y qué? ¿A caso vivir huyendo es vivir? -Suspiró, era la primera vez que contaba su historia a alguien. 

Los tres hombres querían consolarla, pero no sabían cómo. Fred la miró a los ojos, Dusk apartó la mirada, sumergido en sus pensamientos, y el Cocinero observó el suelo, pensando qué decir o qué hacer. Nunca se había sentido tan débil. 

-Y ahora os he condenado a vosotros también. -Susurró la mujer mientras se levantaba torpemente. Miró a todos antes de salir corriendo hacia el exterior. Fred y Dusk, ante el desconcierto, permanecieron quietos en el lugar, pero el Cocinero no dudó en ir tras ella. 

Pensaba que habría salido corriendo lejos, demasiado como para alcanzarla, pero se sorprendió al verla sentada en el jardín, abrazando sus piernas y con los ojos cerrados. ¿Tenía Dusk razón? ¿Se estaba volviendo loca?

No pensó demasiado en el tema porque se acercó a ella y la besó: sabía que no era el mejor momento, que no era nada poético, que el lugar no era bonito ni que sus ropas eran elegantes. Pero, ¿y qué? El amor había llegado y no pensaba dejarlo ir.

Sus labios húmedos se juntaron y la sensación fue maravillosa para ambos.

Alice no se sorprendió. Le tomó el rostro con ambas manos e hizo lo mismo que él. Después de tanto tiempo esperando ese momento... Había llegado. Y mejor de lo que esperaba. 

Se separaron al cabo de unos segundos y los dos sonrieron, pues llevaban tiempo deseándolo. El Cocinero fue el primero en levantarse. Le dedicó una mirada socarrona a Alice antes de volver a entrar. Al cruzar la puerta, lo primero que vio fueron las miradas de Fred y Dusk. 

-¿Dónde ha ido? -Preguntó el primero. Dusk parecía estar esperando la respuesta, impaciente. 

-Está... Bien. Supongo que solo tiene que relajarse. -Los dos asintieron y Dusk volvió a sentarse. Pero Fred quedó en pie, mirando al Cocinero. 

-Y, entonces, ¿qué hacéis aquí? -Claro, esa parte no se la habían explicado...

-Nos están persiguiendo y necesitamos un lugar temporal en el que vivir. -Dijo sin rodeos. Estaba harto de intentar explicar las cosas tranquilamente. -¿Qué te parece?

-Vale. -¿De verdad, estaba de acuerdo? -Podéis quedaros. -Dijo con una sonrisa. 

Y justo cuando empezaba a recordar la advertencia de Alice, la mujer entró a la sala. 

-¿Y qué pides a cambio? -Preguntó con una ceja encarcada y los brazos cruzados. Tanto Dusk como el Cocinero se sentían intrusos en la conversación. Alice y Fred se conocían hacía ya tiempo, y en sus miradas se veía nostalgia. Había pasado algo, pero ellos no sabían qué. 

-Joder, Alice, ya lo sabes. 

-Aparte de dinero. 

-Un favor. 

-¿Podrías ser más concreto?

-No. -Sonrió y entró a su cuarto. Después volvió con algunas mantas y cojines. -Tenéis el salón para vosotros, no os dejaré mi cama. -Los miró a los tres y empezó a caminar de vuelta a su cuarto. -¡Buenas noches! -Dijo justo antes de cerrar la puerta. 

El Cocinero consiguió convencer a Dusk para dejarle a Alice el sofá. Los dos se acomodaron en la alfombra, justo delante de una chimenea. El frío se colaba por debajo de la puerta y les calaba los huesos. Dusk decidió encender un fuego. Tomó algo de leña apilada al lado de la librería y consiguió encenderlo. 

El sonido de la leña quemándose era muy agradable, y la vista acogedora. El calor que irradiaba sentaba genial, sobre todo después de un día largo y duro como el que habían tenido. 

Dusk fue el primero en caer dormido. Había sido un día duro para él, y el sentimiento de volver a estar en un hogar lo superaba. Hacía poco que había abandonado su casa, pero se sentía como si hubiesen pasado meses enteros. A saber dónde estaban ahora sus cosas...

Habrían saqueado su cuarto, el salón, la cocina... Le habrían robado todo. Absolutamente todo.

Después se durmió Alice. Siempre dormía con un ojo medio abierto, atenta por lo que podía pasar. Pero esa vez consiguió caer por primera vez en mucho tiempo en un sueño profundo. Y tiempo después de ellos, el Cocinero cayó rendido. No se quedó despierto más tiempo a propósito, simplemente había aprendido que las cosas buenas no duran para siempre. No quería crear falsas esperanzas, aunque sus compañeros ya las creían. Era demasiado tarde para evitar que ellos cayeran cuando todo se fuera a la mierda. Pero él... Aún tenía una mínima posibilidad. O eso creía. 


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Fred los despertó cerrando una puerta de golpe. Los tres se levantaron, olvidando el sueño que tenían. El hombre rio, sin mirarlos, pero imaginando su reacción. 

-Si váis a vivir aquí tendréis que trabajar. -Dijo acercándose a la pequeña cocina y saliendo de ella con una taza de café. Dio un sorbo y los observó, uno por uno. Los tres seguían quietos, nadie se había movido. Alice suspiró y se deshizo de la manta, dejándola caer encima del Cocinero, quien no reaccionó. 

La mujer se levantó y se acercó a Fred, vacilona. 

-¿Qué quieres que hagámos? -Preguntó mirándolo a los ojos. -¿Trabajar para ti?

-Sí, esa sería una muy buena idea. -Contestó el hombre yendo hacia su habitación. Alice le siguió, pero Fred le cerró la puerta en la cara. -Si queréis os podéis duchar, luego os digo lo que tenéis que hacer. 

A Dusk se le iluminaron los ojos y se levantó rápidamente. 

-Yo... ¡Primero! -Exclamó mientras esquivaba la pierna del Cocinero y el sofá. Y, sin decir nada más, entró al baño. Alice sonrió y se sentó al lado del otro hombre. Él la abrazó, y justo Fred salió de la habitación. 

-Ah, una pareja. Esperemos que ninguno acabe muerto. -Soltó una carcajada y les hizo una señal para que lo siguieran. Salieron al exterior de la casa. No tenía jardín, pero a un lado había un bosque lleno de vegetación. -Leña. -Dijo señalando el bosque con la cabeza. -Detrás hay alguna hacha, coged lo que necesitéis. Y nada de robarme. -Dijo esta vez mirando al Cocinero. 

Los dos asintieron y se pusieron en marcha. 

Eligieron la zona del bosque con más árboles. El verde oscuro de la vegetación era precioso, pero al mismo tiempo intimidante. La suave brisa primaveral les puso los pelos de punta. El ruido del viento los relajaba. Hacía tiempo que no sentían esa tranquilidad tan deseada. 

La pareja se adentró entre la vegetación, apartando ramas que se cruzaban en su camino. Iban en fila: delante, el Cocinero, quien había sacado un cuchillo para ir cortando cualquier cosa que les molestara para seguir avanzando. Después estaba Alice. Ella lo observaba todo, expectante. Estaba atenta a todos los sonidos de la naturaleza, y aprovechaba el momento para desconectar. 

Suspiró: por fin se estaba empezando a relajar. 

El Cocinero paró en seco y la mujer chocó contra su espalda. El otro se giró, y con una sonrisa se guardó el cuchillo en un cinturón. Ella levantó su hacha para observarla mejor. Era bastante grande, de un color plateado bien reluciente. Su mango estaba hecho de madera y era de fácil agarre. Después se fijó en la que llevaba el Cocinero. Solo era un par de centímetros más grande, y el color del mango era más oscuro. 

El hombre señaló la derecha con la cabeza, así que Alice fue en esa dirección. Encontró un pequeño árbol que le serviría para calentarse la noche siguiente, así que se puso manos a la obra. Por su parte, el Cocinero decidió empezar recogiendo ramas caídas. 

Los dos recogieron bastante madera. Talaban, y dejaban lo que conseguían en medio de los dos. Al cabo de un par de otras, la montaña de leña había crecido considerablemente. Se dieron por satisfechos y empezaron a trasladar todo el material de vuelta a la pequeña cabaña. 

Ese había sido su lugar de trabajo de toda la mañana, y no había sido especialmente divertido. Pero tanto Alice como el Cocinero estaban de acuerdo en algo: habían encontrado su lugar de paz.


























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