Capítulo 11
El día anterior por la noche, se había quedado dormido en el sofá, y, por lo tanto, al contrario que las de su habitación, las persianas del salón no estaban cerradas. El sol salió temprano y lo despertó lentamente.
El Cocinero, ya más despierto, decidió levantarse y aprovechar el día. Dusk le había dado grandes noticias y debía empezar a actuar: debía encargarse de Alice.
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—Bien, ¿y cuál es tu plan? —Sentenció Dusk, con una ceja levantada. El Cocinero se tocó la cara con una mano, claramente estresado. —¿Qué ocurre? ¿Es que por primera vez en su carrera el gran Cocinero no tiene un plan? —soltó una carcajada sin gracia al mismo tiempo que esperaba una respuesta. El otro hombre, por su parte, se limitó a lanzar una mirada asesina a su compañero.
—Tengo tiempo, no debo precipitarme.
—Tienes razón, pero alguna idea tendrás... —hizo una pausa —No sé... ¿Cuándo irás a verla?
—Antes, ¿no crees que deberías darme algunos detalles más? No sé nada aparte de su nombre y algo de su historia. Necesito algu...
—Sí, sí. Algunas cosas más. —El Cocinero asintió ligeramente, harto de que Dusk olvidara siempre ese detalle —Toma. —dijo Dusk, tras sacar unos cuantos papeles de un cajón.
El Cocinero observó los documentos con atención, mientras iba asintiendo con la cabeza.
—De acuerdo... —hizo una pausa —. Creo que en un mes estaré listo.
—Perfecto. —contestó Dusk, con una sonrisa radiante.
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Un mes más tarde...
Tras días de investigación, Dusk y el Cocinero consiguieron recaudar bastante información sobre Amelia. Es cierto que los clientes que ordenaban el asesinato ya les habían dado algunas características de la mujer, como algunos de sus gustos, pero, para realizar un buen asesinato, lo mejor era ver todo lo que había escrito en los documentos en persona.
El Cocinero ya había acordado una fecha con Dusk. El crimen se realizaría dos semanas después, mientras Alice estuviera en casa.
El hombre llevaba días planificando cada detalle. Todo lo que sucediese en ese momento, tenía que ser parte de su plan. Bueno, al menos, eso es lo que él quería.
Las siguientes dos semanas las pasaron preparándose: el Cocinero ya estaba en buena forma, pero fue a correr más de un día para hacer algo de ejercicio. En una de sus rutas, pasó por la supuesta casa de Amelia. Dusk le había contado que solo estaba allí de alquiler, y que no pensaba quedarse más de un año, hasta que los que la perseguían la dejaran en paz.
La casa no era muy grande, más bien al contrario. Tenía un pequeño jardín justo delante de la entrada principal, cubierto de un césped claramente seco por falta de agua. También había un pequeño banco de madera para sentarse, pero seguramente estaría lleno de astillas, pues tampoco estaba en buen estado.
La casa en sí, sí que estaba mejor. No parecía ni abandonada, ni ocupada. Las paredes eran de ladrillo, y debido a su color no se apreciaba la suciedad que había. El techo era inclinado y anaranjado, y la puerta principal blanca.
Según Dusk, la única forma de entrar a la casa, aparte de por ventanas, era por la entrada que daba a la calle. Es decir, justo la puerta que el Cocinero se había quedado a observar.
No había un jardín trasero, y, por lo tanto, no podría entrar por detrás de la casa.
El Cocinero se había quedado mirando la casa, sin pestañear ni hacer un solo movimiento. Pero algo lo distrajo: vio algo moverse por el rabillo del ojo, justo a su derecha. Con un movimiento rápido, dio media vuelta para encontrarse a una mujer muy guapa.
Ella no dijo nada, y él tampoco.
Pasaron los segundos, y, con una sonrisa, ella decidió sacar unas llaves de su bolsillo derecho y entrar a la casa que el hombre había estado observando. Antes de cerrar la puerta del todo, le dedicó una mirada curiosa al Cocinero.
El hombre no supo como reaccionar. ¿Le había reconocido? ¿Le había pillado? No, nada de eso era posible. El Cocinero no quería parecer más sospechoso de lo que era en ese momento, así que hizo algunos estiramientos y siguió corriendo tan rápido como pudo.
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—¿Y te ha visto? —el otro hombre asintió —Pues qué bien... —suspiró.
—Bien, pues busquemos lo positivo...
—No hay nada positivo que buscar. Crucemos los dedos por...
—Cruzar los dedos no nos servirá de nada, ¡te ha visto! —exclamo, hecho una furia.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿No crees que salir corriendo hubiese sido más sospechoso?
—No sé... —dijo Dusk en tono sarcástico. —¿Quizá podrías haberte escondido, no crees? —suspiró.
—¡Venga ya! Lo dices como si fuera fácil.
—¿A caso esconderse no lo es?
El Cocinero iba a contestar, pero pensó que no merecía la pena seguir con una discusión sin sentido. Sin despedirse de Dusk, se fue del despacho, enfadado.
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Ya habían pasado cuatro semanas desde lo sucedido. El Cocinero había acordado con su compañero que, hasta pasado un tiempo, no volvería al hogar de Alice.
Pero ya habían transcurrido bastantes días, y ese era el momento en que podría volver. Fue a dar una vuelta por el barrio donde vivía la mujer. Al principio, todo estaba muerto; no había nadie en la calle, y no se escuchaba nada, aparte del movimiento de las hojas de los árboles por el viento.
El Cocinero caminó discretamente por la calle, pasando justo delante de la casa de ella. Estaba exactamente igual que la última vez que la vio. Miró alrededor para asegurarse de que nadie lo espiaba, y, tras comprobar que no había ningún sistema de seguridad, saltó la valla que separaba la calle del jardín de la casa.
El suelo estaba cubierto de un césped marrón y seco. Se notaba que no estaba nada cuidado. Había un par de árboles, con las ramas tan largas que tocaban el suelo. A su alrededor, había un montón de hojas secas.
El hombre empezó a caminar hacia la izquierda. Su plan era dar la vuelta a la casa para ver si tenía entradas traseras, cosa que no podía verse desde la carretera. Estaba a punto de llegar a su destino cuando escuchó un ruido.
Al principio, solo se escuchó un golpe. Pero segundos después el Cocinero escuchó unos pasos gracias a todas las hojas que producían todo ese ruido. Pensó en irse corriendo, pero la persona que se estaba acercando podría seguirlo con facilidad, ya que no se encontraban a demasiada distancia. Tampoco podía quedarse ahí parado. Así que, finalmente, decidió que lo mejor que podía hacer era esconderse.
Miró a su alrededor en busca de escondites, pero lo único que vio fue un árbol con un tronco demasiado pequeño como para cubrirle.
Los pasos sonaban cada vez más cerca, y al mismo tiempo iban acelerando. La presión aumentaba, y, al quedarse sin opciones, el Cocinero se acercó a la pared de la construcción y comenzó a trepar. Pudo escalar gracias a que había distintos lugares de soporte, como piedras que sobresalían de la casa, o algunos tubos de diferentes tamaños.
Cuando llegó arriba, alguien lo estaba siguiendo. Él intentó salir corriendo por el tejado para saltar a otra casa, pero eso le sería imposible, pues la casa más cercana estaba demasiado lejos como para llegar con un solo salto. El tiempo se acababa, así que decidió saltar al jardín de nuevo. Pero justo cuando se preparaba para tomar impulso, alguien lo cogió del brazo y lo tiró al suelo con fuerza. El Cocinero cayó desde el tejado al jardín de espaldas, provocándole un gran dolor. Intentó aguantar, pero lo último que pudo ver fue a una sombra acercándose a él lentamente.
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Abrió los ojos lentamente: no había luz que lo deslumbraba, todo estaba oscuro. Cuando se adaptó a la oscuridad, se percató de que tenía las manos esposadas entre sí detrás de su espalda, pero al mismo tiempo las esposas estaban atadas a una pequeña butaca, donde él se encontraba sentado.
Miró a su alrededor. Estaba en una habitación desordenada, nada estaba en su sitio. Solo había una ventana, pero esta estaba cubierta por una cortina. El Cocinero suspiró. El plan había fracasado.
—No lo has hecho demasiado bien —dijo una voz femenina detrás de una puerta —. Lo cierto, es que como espía podrías haberlo hecho mejor.
—¿Qué?
—Está claro que te han enviado ellos. Vamos, hombre. Es obvio. —hizo una pausa, al mismo tiempo que sonreía. —Creo que no han escogido al mejor de todos. Dime, ¿cómo te llamas?
—No sé de qué me estás hablando.
—Eso dicen todos cuando los atrapo... Pero, en cuanto surgen las amenazas... Sí, resulta que todos saben lo que digo. Y no creo que tú vayas a ser una excepción.
—Cierto, no tienes motivos para creer mi historia.
—¿Qué historia? —A través de la cortina se coló un pequeño rayo de luz que iluminó la habitación. Gracias a esto, el Cocinero pudo ver la mujer a la perfección. Era bellísima, y estaba seguro de que se trataba de Alice. —¿Hola?
—¿Qué?
—Que antes de matarte quiero escuchar tu historia, idiota.
—No tengo por qué darte explicaciones.
—Bien, tú lo has querido —Alice se fue un momento, y segundos después volvió con un cuchillo bien afilado. —¿Has visto qué preciosidad?
—No voy a suplicar por mi vida, pero ¿puedo hacerte una petición? —ella asintió, vacilona. —¿Me matas con una pistola? No tengo ganas de sufrir, ¿sabes? —estaba sorprendida, y lo observaba con una ceja enarcada.
—Si es lo que quieres... —sacó una pistola de su cinturón y la colocó en su frente. Los segundos pasaron; Alice miraba a los ojos al Cocinero, y al mismo tiempo él miraba a los de ella. Sus rostros estaban cerca, y notaban la respiración del otro.
Alice suspiró y apartó el arma. Esperó algún acto de agradecimiento, pero no recibió ninguno, así que, molesta, preguntó:
—¿No me vas a dar ni las gracias?
—Yo no te he pedido nada —vacilona, volvió a guardar el arma y liberó al Cocinero.
-Dime, ¿quién te envía? -Hizo una pausa, esperando una respuesta por parte del otro, pero al ver que no decía nada, siguió hablando. -Está claro que no han sido ellos. Perdón por pensarlo al principio, envía espías a todas horas. Y, ¿sabes qué es lo peor de todo? Que todos utilizan la misma estrategia.
-Y la mía es diferente -Dijo él con expresión seria. -, por eso sabes que no formo parte de su grupo. -Ella lo señaló para darle la razón.
-¿Sabes? Eres más listo de lo que creía. Me has caído bien. Pero, dímelo. ¿Qué has venido a hacer? -Ella se acercó de nuevo para poder mirarlo a los ojos. Si otra persona lo hubiese hecho, el Cocinero ya lo hubiese matado, pero con Alice... Todo parecía ser diferrente.
Sus ojos brillaban de emoción, estaba claro que le gustaba hablar del tema.
-He venido a matarte. -Alice se apartó enseguida y miró un momento al techo, como pensando qué hacer o cómo reaccionar. -Mierda... -Susurró él, esperando que no lo hubiese escuchado.
-¿Y por qué no lo has hecho? Sé que cuando estabas... "atrapado", podrías haber escapados perfectamente. Eres ágil, lo veo. -Hizo una pausa.
-Tú también lo eres, lo sé. -Ella sonrió ligeramente por el halago.
-Busco un compañero -Dijo Alice rápidamente al momento que cerraba los ojos. -Creo... Creo que haríamos un buen equipo. Si tú no me intentas matar y yo tampoco a ti, claro. Sé que es algo que te he soltado de golpe, piénsatelo si quieres. Ya sabes dónde vivo -Hizo una mueca. -,pásate un día y me dices lo que...
-Está bien. -Dijo el Cocinero al mismo tiempo que se levantaba del sillón. Él aparentaba tranquilidad, naturalidad, pero lo cierto es que estaba hecho un manojo de nervios. -¿Para que me necesitas?
-Verás... Por muy ágil que sea, y aunque pueda escapar de ellos, soy solo una persona. Si tuviese un compañero, podría llevar a cabo misiones o planes para vengarme, y dejar de huir de una puta vez. ¡Serías mi oportunidad para atacar de una vez por todas! -Su respuesta sorprendió al Cocinero, no esperaba algo con tantos detalles. -En resumen -Dijo. -Necesito... Quiero que trabajes conmigo para poder... hacer más cosas. -Está última frase la dijo con un tono de voz muy bajo.
-Entiendo lo que dices -Contestó él, quién sentía que cada vez se volvía más sensible y amable. -,pero hay un problema. -Alice alzó la mirada del suelo para encontrarse con la del Cocinero. -Se supone que deberías estar muerta.
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