Capítulo 10
El Cocinero no tenía ordenador. De hecho, tampoco disponía de algún teléfono móvil o cualquier dispositivo electrónico de este tipo. No quería que, si algún día alguien sospechara de él, pudieran ver todas sus búsquedas. Era algo lógico.
Necesitaba buscar información, fotos y horarios de la mansión, y enseguida se acordó de Dusk. Se preparó para salir, y se dirigió al hogar de su compañero.
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—¿Así que necesitas usar el ordenador?
—Eso he dicho.
—Bien, pasa. —Dusk se apartó de la puerta para dejar pasar al Cocinero. En cuanto este entró, se dirigió sin decir nada ni dudar al ordenador. El Cocinero se esperaba encontrar un ordenador viejo, sucio y mugriento, pero, para su sorpresa, vio que se trataba de uno de última tecnología.
Era un dispositivo de alta capacidad, con una pantalla enorme y fina, un teclado suave y bien cuidado, y un ratón cómodo y fácil de usar.
—Joder —soltó el Cocinero, claramente sorprendido. —, esto no me lo esperaba.
—¿Verdad que no? Sabía que te iba a gustar. Yo también gano dinero, tío. —Dusk miró con orgullo al ordenador. —¿Y bien? ¿Qué necesitas buscar?
—Cosas de la mansión. —El Cocinero se sentó en la silla que había detrás del escritorio, y empezó a buscar. A medida que encontraba la información, la iba apuntando con mala letra en un papel. Dusk, que seguía de pie junto a la puerta, lo observaba con atención con los brazos cruzados. —¿Vas a quedarte ahí? —preguntó el Cocinero al cabo de unos segundos, incómodo por sentirse observado.
—¿Qué te pasa? ¿Es que no estás ilusionado por el caso? ¡Venga, hombre! —dijo, contento. —¡Que es la familia del...
—Del presidente, lo sé.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Es solo que no sé si quiero arriesgarme a...
—A que te pillen. Te entiendo. —Dusk y el Cocinero estaban más conectados de lo que creían. Aunque ninguno de los dos lo admitía, eran más que compañeros: eran verdaderos amigos. Los dos podían confiar en el otro para cualquier cosa, y lo sabían. —A ver... Ya les he dicho que lo harías, pero quizás... Si busco otra opción...
—No, no te molestes. Lo haré. —hizo una pausa. —Al fin y al cabo, soy un asesino, y este es mi trabajo.
—Bien... —Dusk tragó saliva, sintiendo que debía contestar a eso. Pensó unos segundos, hasta que tuvo una idea. —¿Te gustaría "eliminar" a Alice, la de Francia, primero? Los de la banda, esos que me pidieron lo de la familia del presidente, pueden esperar. Dicen que esperar el momento para actuar es complicado, tú lo sabes bien. —el Cocinero suspiró.
—No hace falta que te preocupes. Y menos por mí.
—No has contestado a la pregunta.
—No hace falta contestar a nada, Dusk. Haré las dos cosas. —dijo, con voz seria.
—¿¡Qué!? ¿A caso te has vuelto loco? —contestó Dusk, claramente alterado. —Eso es imposi...
—No lo es. Lo haré, y ya está.
—No puedo dejar que lo hagas. —dijo Dusk, ahora más preocupado que enfadado. —Sabes lo que te harán si no cumples lo que dices.
—Lo sé, y asumo el riesgo. —El Cocinero parecía estar cada vez más convencido de lo que decía, más seguro de sí mismo.
—Bien, ¿y cómo piensas hacerlo? —se cruzó de brazos y le lanzó una mirada asesina a su compañero, intentando buscar la manera de que este le diera la razón.
—Me las apañaré.
—¿Aún no lo entiendes? ¡Joder, llevas años trabajando de esto! —Dusk dejó de hablar un momento, pensando en qué más decir y al mismo tiempo intentando tranquilizarse. —No puedes cometer un crimen y que tu único plan sea un "me apañaré". Sé que eres muy bueno en tu trabajo: sigiloso, listo, y todo lo que un asesino necesita. Pero eres joven, y no lo sabes todo. Confía en mí.
Y, por fin, el Cocinero pareció entender algo. Comprendía lo que Dusk decía, pero no tenía pensado admitir que sus palabras tenían más sentido que las suyas propias.
—¿Y qué propones? —soltó este de golpe. Dusk quedó algo desconcertado. Probablemente, esperaba otro tipo de respuesta. Una frase más a la defensiva, o al ataque, quizá.
—Pues... Céntrate solo en un caso. Es lo mejor que puedes hacer.
La habitación quedó en un profundo silencio.
No porque ninguno sabía qué decir o contestar, sino más bien porque los dos hombres se estaban planteando la misma pregunta: ¿en qué caso debía centrarse el Cocinero?
Los dos se pusieron pensativos al instante. Dusk fijó su mirada en un cuadro en el que había una playa en la que no se veía el final. La arena, de un color dorado pálido, combinaba a la perfección con el intenso azul oscuro del mar.
El Cocinero, por su parte, iba adoptando distintas posturas cada cierto tiempo. Primero, apoyó un codo en el escritorio y apoyó su cabeza en su mano. Al cabo de unos minutos, colocó una pierna encima de la otra y acomodó bien su cabeza en la silla.
Sus cabezas se llenaron de pensamientos durante un buen rato. Los dos intentaron ordenar las ideas por bloques, tipos o cualquier cosa que los ayudara, pero era complicado.
Por una parte, estaba el caso de Alice.
Una joven que se había metido en demasiados problemas en Francia, y que había huido a otro país. Pero, por otra parte, estaba la familia del presidente. Un gran caso, sin duda. Pero era difícil, hasta para el Cocinero. El caso le llevaría años... Y si lo pillaban...
Iba a hacerlo, el problema era decidir cuándo.
Pasaron más de diez minutos hasta que Dusk habló.
—Hagamos algo. —dijo, y después hizo una pausa. —Vete a casa y descansa. Los dos estaremos pensando toda la noche, y mañana hablaremos. Quizá... quizá veas alguna señal que te indique lo que debes hacer.
—Eso solo son tonterías.
—Lo sé, pero no puedo decir nada mejor. Reflexiona y ya veremos qué hacemos, ¿de acuerdo?
Y sin decir nada más, el Cocinero se levantó de la silla y se fue del despacho lentamente. Dusk se quedó mirando cómo su compañero se marchaba, aún con la cabeza llena de ideas, pero ninguna de ellas útil para ese mismo momento.
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Al día siguiente, ninguno de los dos pensó en volver a reunirse para conversar.
El Cocinero estaba algo agobiado por tener que elegir un caso, y Dusk intentaba ayudarlo como podía. Claro, que ninguno de ellos encontraba la solución.
El Cocinero no salió de casa en todo el día. A mediodía, pensó en ir a dar una vuelta para que le tocara el aire, pero enseguida descartó esa idea, pues no tenía ganas de ver a más gente.
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Pasadas las 19:00 h de la tarde, recibió una llamada al teléfono fijo que tenía en casa. Normalmente, no recibía llamadas de nadie, y solamente tenía el número de dos personas: Dusk, y su madre.
Hacía ya tiempo que la madre del Cocinero estaba en la cárcel. De hecho, estaba condenada a cadena perpetua por matar a su marido. Pero, por algún motivo, él seguía guardando su número de teléfono en su memoria. Quizás solo por tener el simple recuerdo de un familiar, o quizás porque esperaba poder volver a llamar a su madre algún día.
Esas semanas había pensado en ir a visitarla a la cárcel... pero hacía cinco años que no la veía: ni para Navidad, ni para ningún cumpleaños. No se veían para nada.
El caso es que tras pensar en algo, el Cocinero cogió el teléfono lentamente, aún con la mente en otro lugar. Nadie hablaba. El Cocinero iba a colgar, cuando escuchó una voz.
—¿Hola? —decía una voz confundida.
—Eres tú, qué susto. —Dusk no entendía nada, así que ignoró la frase y empezó a hablar.
—Tengo algo que decirte. —hizo una pausa. —Pueden ser buenas, o malas noticias. Eso lo decides tú.
—¡Suéltalo ya!
—Vale, vale... El caso es que no tendrás que escoger qué caso quieres hacer primero. —dijo Dusk. —El caso de Alice es más "urgente". Los clientes me han pedido que ella esté muerta en cinco meses como máximo. He hablado con la otra banda, y les parece bien, siempre que no te paguen tanto como dijeron al principio.
—El dinero no me importa.
—Lo sé. ¿Y bien? ¿Qué te parece?
—Está bien, me encargaré de Alice. Mañana por la mañana me pasaré por tu despacho a buscar toda la información.
—Perfecto. —Y, sin despedirse, el Cocinero colgó el teléfono.
No sabía cómo reaccionar. Era una noticia importante, sí, pero lo cierto es que no se había sorprendido nada.
Se sentó en el sofá, y tras estar pensando un rato, se quedó dormido
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