Parte 9: Desesperanza

―Antes de continuar con los combates ―dijo Lord Belarus, desde la comodidad del estrado―, demos algo de tiempo a nuestros queridos invitados.

La reja de la celda que aprisionaba a los miembros del Club se abrió, y ellos salieron para acercarse desesperadamente a Edward. Su respiración era irregular, y la cuchilla que aún tenía clavada al costado del vientre dejaba escapar algunos hilillos de sangre. Pero, a pesar del insoportable dolor que sentía, se mantenía consciente e incluso intentaba levantarse.

―No te muevas ―ordenó Joseph, arrodillándose para revisar la herida―. Maldición...

―Edward... ―sollozó Sia, cubriéndose el rostro con las manos―. Edward...

―Debemos... ―Lilian tragó saliva―. Debemos sacarle el puñal...

―Se desangrará al instante si lo hacen ―comentó Viper sin especial preocupación, pero tampoco con su entusiasmo usual―. Tal vez sea mejor llevarlo de vuelta a la celda. ―Miró de reojo a la tribuna de Lord Belarus―. Posiblemente ese noble no sea muy paciente.

Joseph colocó uno de los brazos de su amigo alrededor de sus hombros para ayudarlo a levantarse. Pero le resultó imposible moverlo por sí sólo, de modo que Hans hizo lo propio con su otro brazo. Así, con increíble dificultad, consiguieron arrastrar a Edward hasta la celda, y lo acomodaron boca arriba en el suelo.

―Está perdiendo demasiada sangre ―susurró Ericka.

―¿Cómo detenemos la hemorragia? ―inquirió Joseph, mirando con atención la daga―. ¿¡Cómo la detenemos!?

Los demás se mantuvieron pálidos y silenciosos. Ninguno de ellos tenía la más mínima idea de medicina y ni siquiera conocían los procedimientos básicos de los primeros auxilios. Excepto Viper.

―De cierta forma la herida no es muy grave ―comentó la chica, enrollando su mechón de cabello verde con un dedo―. Lo principal es cubrirla... ―Señaló al piso de la celda, donde se encontraba la camiseta que Edward se había quitado antes del primer combate―. Pásenme eso.

Hans se apresuró a obedecer. Viper rasgó la tela con facilidad y se acuclilló al lado del herido, para comenzar a envolverle el vientre. La daga obstaculizaba el proceso, pero luego de unos segundos el improvisado vendaje estaba listo y el sangrado había amilanado. Para asegurarlo, Viper le pidió a Lilian uno de sus sujetadores de cabello y lo colocó en un costado de la tela.

―No morirá ―concluyó la chica y miró a los demás―. Supongo que ahora debemos decidir quién será el siguiente.

―Yo... aún puedo seguir ―masculló Edward, levantando la cabeza con dificultad.

―No seas idiota, casi mueres ―espetó Joseph.

―¿Entonces...? ―Edward apretó la mandíbula―. ¿Entonces piensas que mandar a Sia, Lilian o Ericka es una mejor idea?

Joseph chasqueó la lengua.

―Iré yo.

―Joseph ―Sia se acercó a él, con los ojos enrojecidos―. Tal vez podamos...

―No queda de otra. ¿No tienes problema con eso, Ed?

El aludido esbozó una adolorida sonrisa.

―Te van a... masacrar, camarada.

―Gracias por tus buenos deseos. ―Joseph miró a sus amigos―. Yo no soy fuerte, pero haré mi mayor esfuerzo.

Sia lo abrazó, llorando abiertamente.

―No hagas... No hagas ninguna locura. ―La chica se separó de él para mirarlo a los ojos―. Si algo te pasara... yo no podría seguir.

Joseph, con un nudo en la garganta, asintió varias veces y dio media vuelta para ingresar a la arena. No tenía ningún tipo de confianza en sí mismo, por lo que prefería actuar sin pensar antes de arrepentirse. En el pasado siempre le habían salido bien las cosas siguiendo esa forma de ser, gracias a inesperados golpes de suerte. El chico era consciente de que depender enteramente de la suerte no era una buena idea, más aun considerando su situación, pero al menos servía como un placebo para evitar la desesperación absoluta.

Apenas cruzó la entrada de la celda, la reja cayó pesadamente y el trombón indicó el inicio del tercer combate. El contrincante de Joseph entró al instante, mostrando que no era tan grande como el primero al que Edward había enfrentado, ni poseía la porte gallarda del segundo. Pero, sin lugar a dudas, la locura que expresaba lo convertía en alguien mucho más aterrador y peligroso que los anteriores.

Apenas llevaba ropa por debajo de la cintura, dejando al descubierto incontables heridas y laceraciones en toda su piel cobriza. Su largo cabello grasiento le caía a raudales cubriendo su espalda y parte de su rostro, donde sobresalían sus desencajados ojos oblicuos. Estos se giraban a todos lados, acompañados de movimientos salvajes de cabeza que le daban al hombre una esencia animal y caótica, hasta que Joseph entró en su campo de visión.

El aterrorizado chico retrocedió de manera instintiva al sentir aquellos malignos ojos bestiales sobre él, sin planear alguna estrategia para derrotar a su enemigo. El desquiciado, por su parte, se lanzó al trote contra su víctima, alargando ambos brazos con la intención de apresarlo. Joseph intentó esquivarlo, pero el hombre comenzó a moverse frenéticamente, logrando golpearlo en la cabeza y el abdomen.

Confundido y adolorido, Joseph cayó al piso, escupiendo sangre de la boca. Se levantó tambaleante, consciente de que no podía hacer nada contra su adversario. Era mucho más débil y lento, por lo que incluso sus esperanzas de sobrevivir eran escasas sin importar qué golpe de suerte acudiera a su rescate. Mientras su visión borrosa volvía a la normalidad, Joseph se preguntó por qué el lunático se demoraba tanto en acabar con él.

La respuesta le llegó al poder observar a su alrededor. El bestial hombre, luego de golpearlo, había continuado corriendo hasta chocar contra la reja de la prisión donde estaban los miembros del Club. El impacto no le había causado daño alguno, pero, al voltear para proseguir con la pelea, unos brazos lo habían apresado desde el interior de la celda.

Se trataba de Viper, quien había logrado inmovilizar las extremidades superiores del desquiciado, haciéndole una extraña llave que también presionaba su cuello. La chica tenía los pies sobre la cadera de su víctima, de modo que era el propio peso del hombre lo que lo estaba estrangulando.

―Tal vez el noble salga con excusas si yo soy quien lo elimino ―dijo Viper, mirando a Joseph por encima del hombro del lunático, sin aparentar esfuerzo alguno―. Tienes que hacerlo tú, Joseph. Mátalo, yo lo sostendré.

Los demás miembros del club se mantenían estáticos, sorprendidos por el giro de los acontecimientos. No habían podido ver exactamente qué había sucedido, pero agradecían que Viper fuera lo suficientemente hábil como para lograr atrapar al peligroso contrincante.

Joseph, aún mareado, decidió que no podía malgastar la oportunidad que tenía. Se acercó al hombre, quien luchaba fieramente por liberarse, pero las rejas le impedían poner sus manos sobre Viper. El chico levantó un puño y lo clavó en el estómago de su enemigo, el cual expulsó un rugido de ira y se retorció con violencia sin conseguir nada.

Joseph continuó golpeándolo en el vientre y en el rostro, hasta que la sangre comenzó a salpicar por todos lados, pero el desquiciado se resistía a perder la consciencia. Luego de largos minutos, finalmente la cabeza del hombre cayó a un lado, debido principalmente al ahogamiento que le producía la llave de Viper. La chica lo soltó sin consideración, y el cuerpo inerte pero vivo cayó pesadamente al suelo marcando el final del combate.

El público, que se había mantenido completamente silencioso a lo largo del enfrentamiento, comenzó a murmurar recelosamente. Algunos consideraban que la pelea había sido injusta porque prácticamente habían sido dos contra uno, pero otros opinaban que era correcto que el débil joven recibiera ayuda dada su situación desfavorable.

―El combate ha concluido, con un resultado inesperado pero aceptable ―indicó Lord Belarus con voz ácida, brindando validez oficial a lo sucedido―. Y ahora viene...

Joseph cayó de rodillas, sintiendo que el mareo volvía a invadirlo. Los oídos le zumbaban y su mirada nuevamente se hizo borrosa.

―Parece que el participante llegó a su límite, damas y caballeros ―prosiguió Lord Belarus, dando la orden de que la reja de la celda fuera abierta―. Demos tiempo para que puedan prepararse.

Sia se apresuró a ayudar a Joseph, quien apenas pudo dar los pasos necesarios para ingresar a la celda.

―Te gané... ―comentó Edward, débilmente―. Apena pudiste con uno... Yo fui contra dos... y sin ayuda.

―No es momento para bromas ―espetó Lilian―. ¿Qué sucede, Joseph?

El aludido meneó lentamente la cabeza, incapaz de formular palabra.

―El golpe que recibió en la cabeza fue demasiado fuerte ―opinó Ericka con preocupación―. Si sigue así...

Los demás se miraron mutuamente, sin saber qué hacer a continuación. Hans se mantuvo observando al piso, mientras se repetía a sí mismo que él era el único hombre que quedaba en capacidad de combatir.

―Yo iré ―afirmó Viper, repentinamente―. Será divertido.

Antes de que alguien pudiera decir algo, la chica salió velozmente de la celda, la cual se cerró nuevamente tras ella.

―¡Observen este insólito hecho, damas y caballeros! ―exclamó Lord Belarus, acompañado de exclamaciones del público―. ¡Una valiente damisela se atreve a dar la cara por sus compañeros! Veamos de lo que está hecha.

El trombón sonó y la reja de los adversarios se levantó para dar paso al cuarto contrincante. Se trataba de un monstruoso hombre de por lo menos dos metros y medio de altura, cubierto de una peculiar túnica repleta de plumas y huesos. Lo que lo hacía aun más impresionante era el par de colosales sables de guerra que sostenía en cada una de sus manos.

―¡Es imposible! ―exclamó Ericka, observando a través de la reja―. ¡Liline no podrá contra esa cosa!

Sus compañeros, incluidos Joseph y Edward, se acercaron para ser testigos de lo que sucedía. Sin lugar a dudas, concluyeron todos, la chica no tenía oportunidad alguna, por más habilidosa que pudiera ser. Al menos eso creían firmemente durante los primeros segundos, hasta que vieron a Viper acercándose con rapidez a su contrincante como si tuviera un plan en mente. La chica aprovechó la acuchillada que el hombre le lanzó para saltar en el sable y así conseguir llegar hasta sus hombros.

Con facilidad, Viper atrapó la cabeza del gigante entre sus muslos y, antes de darle la oportunidad de reaccionar, giró sus piernas a un lado y luego al otro. Por unos instantes nada sucedió, hasta que el hombretón cayó de rodillas, mientras la chica lo liberaba y saltaba a un lado grácilmente. El desafortunado tipo, expulsando espumosa saliva blanca de la boca, se derrumbó sobre su espalda y comenzó a sufrir incontrolables convulsiones. Luego de unos segundos, quedó inmóvil en el suelo, aunque el leve inflar de su pecho indicaba que seguía con vida.

La multitud se mantuvo silenciosa, aun más conmocionada que con el enfrentamiento anterior. Por otro lado, los miembros del Club celebraban emocionados lo sucedido, considerando que Viper había resultado ser su carta del triunfo.

―Impo... Esto no debería... ―Lord Belarus carraspeó, intentando controlar su temor―. ¡El cuarto combate ha concluido con un resultado espectacular! ¡No podemos detenernos ahora! ¡Vamos directamente a iniciar con lo mejor de lo mejor!

El nuevo adversario ingresó a la arena, causando que una ola de murmullos se esparciera entre la multitud de las graderías. El contrincante, a diferencia de los cuatro anteriores, indudablemente no era humano.

―¿Qué... diablos es eso? ―murmuró Edward, echado a un lado de la reja.

―Es... ―Ericka tragó saliva―. Un mutágeno.

―Pero... dijiste que los más grandes que habían visto apenas llegaban a medir un metro ―rebatió Lilian, horrorizada―. Este debe medir por lo menos tres.

―Ese noble no piensa dejarnos ir ―concluyó Ericka con resignación―. No hay forma que una persona normal pueda enfrentar un mutágeno de ese nivel.

―Pero Viper tiene oportunidad... ―musitó Sia, mirando atentamente a través de la reja.

Los demás no respondieron, con demasiadas dudas en la cabeza.

Por su parte, Viper se mantenía a una distancia prudente de su adversario, analizándolo con curiosidad. El monstruo tenía la apariencia de una gigantesca rata marrón con poco pelo en su maltratada piel. Sus brazos eran muy cortos y sus patas traseras eran lo suficientemente grandes para mantenerlo erguido, pero no parecían servir como armas. Por ello la chica concluyó que las partes más peligrosas del mutágeno eran su largo hocico repleto de colmillos y su musculosa cola bamboleante.

Para no alargar lo ineludible, Viper recogió uno de los colosales sables que el cuarto contrincante había portado, y lo lanzó certeramente contra la rata. A pesar de que la chica había usado la fuerza necesaria para que el filoso proyectil resultara mortal, el monstruo se limitó a utilizar su brillante cola gris para desviarlo a último momento, produciendo un chispazo al contacto. Luego abrió la boca y escupió una pútrida masa verdosa contra Viper. Ella se apresuró a recoger el sable que quedaba y esquivó el ataque por los pelos. La masa quebró el suelo donde había impactando, recorriendo varios metros mientras dejaba una profunda fisura a su paso, hasta romper una de las paredes que sostenían las graderías.

Como la rata estaba preparando un nuevo vómito, Viper corrió contra ella con el filo del sable por delante. El mutágeno intentó empalarla con su cola metálica, pero la chica se la cortó de un tajo, tras lo que saltó y le atravesó el cuello hasta que la punta del arma emergió de su deforme espalda. Pero, a pesar del daño fatal, la rata soltó la masa verdosa de su boca directamente contra el vientre de Viper, causando un viscoso estallido.

La chica salió disparada por la increíble fuerza del impacto, golpeándose violentamente contra la pared por encima de la celda donde estaban sus compañeros. Cayó al suelo e intentó levantarse, pero uno de sus brazos se negaba a responderle, al igual que sus piernas. A pesar de eso, no tenía heridas ni hemorragias visibles, y su rostro no reflejaba ningún tipo de dolor ni asco por estar cubierta de bilis.

Sia y Lilian se apresuraron a salir cuando la reja de la celda se levantó y ayudaron a Viper a trasladarse hasta el interior. El daño sufrido había sido descomunal y, a pesar de que la maltratada chica comenzaba a recuperar lentamente el control de sus extremidades afectadas, era imposible que participara en el siguiente combate. Así, el Club del Terror se quedó sin la más mínima esperanza.

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