Parte 23: Atisbo del Final
―Me parece ilógico ―opinó Joseph, caminando con las manos en los bolsillos―. ¿Por qué el dique tendría una palanca en su parte superior?
―Resulta demasiado conveniente como para ser verdad ―apoyó Lilian, acomodando a Cheshire en sus brazos.
―Sin lugar a dudas, es muy conveniente que yo haya analizado este lugar de antemano ―contestó Envy, lanzando una risilla burlona―. Gracias a eso puedo modificarlo a nuestro favor.
Joseph y Lilian no parecieron convencidos por la respuesta, pero Sia los persuadió de evitar iniciar discusiones innecesarias. De todas formas, era imposible conseguir que el Embaucador soltara más información de la que ya había dado y, debido a la precaria situación, ellos estaban obligados a seguirle el juego. Incluso si no confiaban plenamente en el ente cósmico como su aliado, sabían que era la única opción viable para su supervivencia.
Hasta el momento su recorrido había sido relativamente tranquilo. De vez en cuando creían oír ruidos lejanos en los pasillos que dejaban atrás o provenientes del exterior de la instalación, pero no llegaban a identificarlos. No estaban seguros de qué es lo que estaba haciendo Viper como respuesta a su invasión, pero tener consigo al Embaucador les brindaba una tensa seguridad. En el mejor de los casos, suponían los miembros del Club, el ente caótico y la chica demoniaca se eliminarían mutuamente, dejándolos a ellos indemnes.
Por eso fue que lo último que esperaban era encontrarse cara a cara con un colosal monstruo arácnido tras subir unas escaleras. La criatura se sostenía gracias a cuatro patas similares a las de los cangrejos, que nacían de los lados de su abultado y grisáceo cuerpo invadido de furúnculos blanquecinos. No poseía brazos, pero de la enorme boca alargada que ocupaba toda su cabeza emergían dos pares de tentáculos a modo de extremidades, repletos de ojos verdosos y pequeñas púas con forma de gancho.
Los miembros del Club se quedaron completamente petrificados ante la hórrida visión. Hasta hace un momento, habían creído que el Embaucador poseía algún tipo de habilidad para detectar enemigos, gracias a la cual habían conseguido seguir el sendero más sencillo a su destino. Pero ver a la demoniaca aberración estremeciéndose con todos los ojos de sus lenguas observando en su dirección, los obligó a aceptar que habían sido muy ingenuos al suponer que las cosas serían fáciles.
El monstruo emitió un sonido chirriante y arremetió con furia, mientras sus tentáculos se movían descontroladamente a su alrededor. Pero, antes de que pudiera acercarse demasiado al grupo, fue violentamente empotrado a la pared por otra criatura parecida a un águila roja gigante con cuerpo escamoso. El ave reptiliana tomó las cuatro lenguas de su presa con una de sus garras y las arrancó con facilidad, para luego meter su cabeza en la boca vacía y devorar lo que había en el interior.
―¿Están...? ―Lilian tragó saliva, abrazando al erizado Cheshire―. ¿Están peleando entre ellos?
―No, es algo así como la habilidad pasiva de esta forma ―explicó Envy señalando su propio pecho con un dedo―. A veces puede producir lacayos demoniacos increíblemente fuertes. Aunque normalmente hacen más mal que bien...
El águila rojiza continuaba masticando y tragando los órganos del miserable y agonizante cangrejo demoniaco. De vez en cuando levantaba su emplumada cabeza manchada de sangre para observar a los chicos con sus maliciosos ojos escarlata. Por su parte, Envy se entretuvo unos segundos analizando el brutal espectáculo, tras lo que continuó la marcha, seguida apresuradamente por sus compañeros que lo único que querían era alejarse cuanto antes de allí.
―Viendo cómo va todo... ―dijo Joseph, volteando para atisbar la cada vez menos detallada silueta del ave y su sangriento banquete―. ¿No sería mejor que esa cosa viniera con nosotros? Podría salvarnos otra vez.
―No puedo controlarlo ―indicó la niña pelirroja―. Los lacayos aparecen, ayudan a "Envy" y luego se van o hacen lo que les da la gana. Incluso a veces atacan a mis otras formas, son muy molestos.
Prosiguieron en silencio, hasta que un coro de bramidos y alaridos se esparció por todos lados. Los chicos se pegaron a una pared, invadidos por el pánico, y Envy enarcó una ceja sin denotar mucha sorpresa.
―La falsa deidad soltó a todas sus fuerzas ―musitó, e hizo una seña con una mano a sus compañeros―. No pierdan tiempo.
Ellos se miraron mutuamente y concordaron sin decir nada que lo mejor era continuar. Así lo hicieron, pero se vieron amedrentados por segunda vez al sentir que todo el lugar temblaba con violencia. Sin embargo, como Envy mantuvo la misma velocidad de su andar, se vieron obligados a ignorar el caos y seguirla sin hacer preguntas.
Avanzaron un tramo considerable, acompañados de las sacudidas y los clamores desgarradores que colmaban el ambiente, hasta que fueron interceptados por otra criatura demoniaca con muchas más patas y lenguas que la anterior. Por fortuna para ellos, antes de que el monstruo decidiera atacarlos, de muchos de los pasillos cercanos aparecieron corpulentas bestias felinas montadas por gatos bípedos que destrozaron al desdichado lacayo sin siquiera detenerse.
―Creo que esto me genera más incredulidad que miedo ―comentó Joseph, observando al ejército de animales fantásticos marchar por los pasadizos lanzando bramidos de guerra.
―Ya dije yo que era una historia de misterio y acción ―indicó Lilian, levantando a Cheshire para que saludara a sus colegas con una pata.
―Vamos ―dijo Sia, tras ver que Envy se ponía en marcha nuevamente.
Gracias al contingente de felinos no tuvieron problemas con los numerosos lacayos que pululaban por los pasillos y escaleras que debían recorrer. Tras mucho caminar, finalmente llegaron a una zona desprovista de siervos y lacayos. Subieron por unas escaleras y se encontraron con una puerta blindada de apariencia impenetrable. A un lado, incrustado en la pared, se hallaba un pequeño teclado numérico que emitía una tenue luminosidad verdosa.
―¿Qué hacemos? ―preguntó Joseph.
―Prueben suerte ―ordenó Envy, encogiéndose de hombros―. Encontrarán la contraseña en algún momento.
El chico chasqueó la lengua ante la vaga respuesta, pero se limitó a obedecer. Él y Sia comenzaron a tantear distintas combinaciones de números, completamente al azar. Lilian, por su parte, se apartó a un lado, donde el Embaucador se encontraba aguardando.
―Quiero preguntarte algo ―comenzó, abrazando a Cheshire―. Antes, cuando Viper intentó... matarme, ella dijo que era como eliminarse a sí misma. ¿Por qué...?
―Hay cosas que es mejor desconocer ―cortó Envy, entrecerrando los ojos―. Tú no eres una entidad demoniaca, al menos, no en esta dimensión. Liline Viper proviene de una raíz espiritual gemela, por lo que su contraparte fraternal... ―Miró de reojo el gesto de total confusión plasmado en el rostro de Lilian―. Da igual, realmente no lo entenderías. Evita pensar en eso si quieres mantener tu cordura intacta.
La chica se encogió de hombros con angustia, pero aceptó la sugerencia y se unió a Joseph y Sia. Luego de unos minutos, finalmente encontraron la supuesta clave que necesitaban gracias a lo que la pesada puerta metálica comenzó a abrirse lentamente. La empujaron entre los tres para apresurar el proceso y salieron a campo abierto, siendo recibidos por fuertes ráfagas de viento.
Se encontraban en la parte superior de la represa, que no poseía ninguna valla de seguridad u objeto en sus bordes que impidiera caer al vacío. Tan solo había algunos elementos metálicos de color amarillo con aspecto de antenas, y otros de formas cúbicas esparcidos a lo largo de su extensión. Además del ventarrón que se propagaba por toda la superficie emitiendo potentes murmullos, el sonido del agua cayendo en forma de cascada por un lado del dique hacía imposible comunicarse con facilidad.
A pesar de todo, los chicos consiguieron distinguir que, a lo lejos y peligrosamente cerca del borde del dique, se encontraba la palanca que debían activar. Mediante señas se pusieron de acuerdo en tomarse de los brazos para evitar que el viento los sacudiera demasiado, y de esa manera se pusieron en marcha.
Pero, tras dar unos cuantos pasos, Envy se colocó frente a ellos impidiéndoles continuar. La observaron confundidos, notando que la pequeña niña no era afectada por la turbulencia del aire, e intentaron preguntarle qué sucedía. Sus dudas se disiparon al oír un silbido que pasó por encima de sus cabezas hasta concluir en un estruendo a un lado del grupo.
Se trataba de Fenrir, cuyo colosal cuerpo había generado un boquete en el punto donde había impactado. El lobo se levantó al instante con absoluta furia, y rugió con todas sus fuerzas. Al verlo de cuerpo completo, los chicos comprendieron la razón por la que siempre aparecía únicamente su mitad superior a través de sus portales líquidos.
Por debajo de su pecho perdía todo rastro de similitud con un animal canino común y adoptaba una mezcolanza irreconocible de brazos, piernas, cabezas y torsos, en su mayoría humanos. Detrás de todo aquel revoltijo de carne emergían un par de pequeñas patas y una minúscula cola, como si la masa de trozos humanos fuera parte del interior de su estómago vuelto al revés.
Pero los tres miembros del Club del Terror no tuvieron tiempo para seguir apreciando la horrorosa fisionomía de Fenrir. Muchos metros por delante de ellos, muy cerca de la palanca, se encontraba Viper, mirándolos con un gesto de alegría en el rostro.
―¡Me da mucho gusto verlos! ―exclamó la chica, haciéndose oír por sobre el ruido del viento y del agua.
En eso toda la represa tembló, y una enorme mano cayó cerca de Viper. La mano dio paso a un brazo y luego al resto del cuerpo de una masa antropomórfica de color verde, tan grande que apenas podía sostenerse del dique. Su rostro se limitaba a un par de orbes esmeralda coronados por un solitario cuerno negruzco que se erigía al cielo. La atroz criatura emitió un sonido grave y vibrante, mientras se erguía sin despegar sus ojos inexpresivos de los chicos.
―Así que... ―Joseph tragó saliva―. ¿Esta va a ser la batalla final?
Como simple respuesta, Fenrir y Envy se colocaron por delante de los miembros del Club, mortalmente serios.
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