Parte 10: Desenlace
―El quinto combate ha concluido ―dijo Lord Belarus, mucho más serio que las veces anteriores. Uno de sus hombres se acercó a él y conversaron por unos segundos en voz baja―. Damas y caballeros... Sólo resta un enfrentamiento, les pido que disfruten de lo que queda del show. Yo debo retirarme por ciertos motivos...
La multitud exclamó, furiosa. Algunas personas se habían llevado un buen susto cuando el proyectil del mutágeno había destruido parte de las graderías, por lo que no estaban de humor para abandonos repentinos. Como todos eran nobles importantes de Krossia, lo mínimo que esperaban era una buena explicación por parte del Lord cuando todo concluyera, ya que ellos habían asistido con la intención de ver combates relativamente justos entre seres humanos.
―Comprendo su exaltación, queridos amigos ―dijo el noble, limpiando el sudor de su frente con un pañuelo―. Muy bien, déjenme acompañarlos hasta el final. Para eso nuestros invitados deben elegir al nuevo participante cuanto antes.
Los miembros del Club temblaron al escuchar tales palabras. Edward, Joseph y Viper habían quedado definitivamente fuera de combate. Sia, Ericka y Lilian mantenían sus miradas fijas en el piso, conscientes que, incluso si alguna de ellas se ofrecía como voluntaria, no iba a ser capaz de conseguir nada más que sufrimiento. Los contrincantes habían ido empeorando conforme aparecían, por lo que era lógico suponer que el sexto iba a ser el más atroz de todos.
Notando la situación, Edward se levantó con dificultad, con una mano sosteniendo la daga que continuaba clavada en su costado.
―Me siento... mejor. Creo que podré participar en la última pelea.
―No es verdad ―musitó Lilian con la mirada perdida―. Apenas puedes estar de pie.
―No queda de otra ―respondió el chico, irguiéndose. Hizo un gesto de cabeza con dirección a Joseph y a Viper―. Él no puede ni hablar y la Lolita Gótica está paralizada.
―Estás herido, Edward ―discutió Ericka, angustiada―. Si tu lesión empeora podría ser muy peligroso.
―Me subestiman. ―Edward carraspeó y, para demostrar su fortaleza, apretó el mango de la daga y la extrajo en un segundo―. Soy el único que...
La herida, liberada del obstáculo que la contenía, comenzó a sangrar profusamente. El chico se arrodilló adolorido, cubriendo el corte con las manos para detener la hemorragia. Lilian, Sia y Ericka se apresuraron a revisarlo, pero en su desesperación no encontraban manera de brindarle ayuda.
Viper, aún incapaz de moverse, tuvo la consideración de dar las indicaciones necesarias para vendar la lesión. Al cabo de unos segundos, el sangrado se detuvo, pero Edward quedó en peores condiciones que luego de la batalla contra el guardia. Para agravar las cosas, Lord Belarus exclamó furiosamente que debían elegir al nuevo participante en ese instante, o de lo contrario los declararía derrotados y los mandaría a asesinar a todos.
―Es mi turno ―anunció Hans, dando un paso hacia la entrada de la celda―. Yo iré.
Sus compañeros lo miraron, sorprendidos, pero nadie dijo nada. Él aspiró profundamente y finalmente salió a la arena.
―Yo también... ―murmuró para sí mismo, viendo cómo la reja de los contrincantes se levantaba―. Yo también puedo hacerlo.
Sabía perfectamente que no poseía la fuerza de Edward ni la habilidad inhumana de Viper, ni siquiera la suerte de Joseph. Pero él era el único hombre que quedaba en pie, y consideraba que era su deber evitar que Sia, Ericka y especialmente Lilian tuvieran que confrontar los peligros del combate.
Sin embargo, al ver aquello que tenía que enfrentar, toda su confianza se vino abajo. El mutágeno de la quinta pelea ya no parecía tan horrible ni peligroso en comparación. No era posible siquiera dar una descripción precisa de lo que lentamente se arrastraba de entre la oscuridad con dirección a Hans.
Era una mezcolanza de brazos, piernas, bocas y ojos sin orden ni equilibrio, con matas de espeso pelaje en algunas partes de su irregular masa corporal. Al moverse producía un viscoso sonido líquido, acompañado de alaridos y quejidos de diferentes tonalidades que emergían de cada una de sus bocas. Además, supuraba un olor insoportable a muerte y putrefacción de todo su cuerpo, haciendo imposible estar ante su presencia sin sentir nauseas y mareos.
Aquello fue demasiado para el noble público, que comenzó a lanzar alaridos de queja e incluso insultos contra Lord Belarus. Él, que nunca había considerado la más mínima posibilidad que los jóvenes extranjeros pudieran llegar tan lejos, decidió ignorar a la multitud. Con las manos crispadas en la baranda de piedra de su estrado, esperaba ansioso que su monstruosidad devorara a sus víctimas y, con un poco de suerte, también a todos los otros nobles. Luego ya pensaría en huir a Vojeraza o al Gran Zarato Rojo si las cosas se ponían demasiado difíciles.
Hans, por su parte, había admitido internamente su innegable derrota. Se mantuvo estático, hasta que la amorfa criatura se detuvo a tan solo unos centímetros de él. El engendro, hambriento, expandió una de sus bocas y alargó varios de sus brazos para engullir al chico, pero repentinamente un maullido lo detuvo.
Cheshire, el gato sonriente, saltó desde las graderías hasta la arena y caminó elegantemente hasta Hans. Se paró de dos patas ante él, a lo que el conmocionado chico solo atinó a cargarlo en sus brazos. El monstruoso mutágeno, siguiendo su instinto irracional, concluyó que devorar dos seres vivos resultaba mejor que tan sólo uno, por lo que volvió a abrir su orificio bucal, sin que Hans se decidiera a hacer algo para evitarlo.
En eso, algunas explosiones lejanas y diversos alaridos invadieron la arena. Los guardias que vigilaban por encima de las graderías se pusieron en máxima alerta, pero rápidamente fueron reducidos por unos desconocidos uniformados de blanco. Los nobles intentaron huir, pero los recién llegados lo impidieron apuntándoles con sus armas para luego obligarlos a arrodillarse con las manos en la cabeza.
Incluso Lord Belarus vio invadido su estrado por los uniformados, quienes lo sometieron violentamente sin que pudiera oponer ninguna resistencia. Por otro lado, la criatura deforme que ya casi había devorado a Hans y Cheshire, haciendo uso de su mínimo pensamiento racional, consideró que no era sensato quedarse en un lugar con tantas formas de vida hostiles, por lo que lentamente retrocedió hasta ingresar nuevamente a la oscura celda de donde había emergido.
Al ver que estaba a salvo, Hans cayó de rodillas, temblando por haber estado tan cerca de la muerte. La reja de la celda donde estaban los demás se abrió en ese momento, por lo que sus compañeros salieron para reunirse con él. Sia sostenía a Joseph de un brazo, mientras que Ericka y Lilian ayudaban a Edward, y Viper parecía haberse recuperado por completo.
Cheshire maulló y saltó de los brazos de Hans para recibir a Lilian, quien soltó a Edward para recoger al gato. Hans, un poco más tranquilo, se puso de pie y se acercó a sus amigos.
―Todo... salió bien ―comentó, todavía un poco anonadado.
―¡Cheshire te ayudó! ―exclamó Lilian, sosteniendo al felino a lo alto―. ¡Realmente es muy inteligente y valiente!
―Lo que nos salvó es la aparición de los tipos de blanco ―comentó Joseph, capaz de hablar nuevamente―. ¿De dónde salieron?
―Son caballeros de la Orden Sagrada ―indicó Sia, recordando al que había visto en la ciudad―. Pero... ¿cómo nos encontraron?
―Tal vez... ―dijo Edward con un hilillo de voz―. Podamos preguntarle... a ese que viene para acá.
Efectivamente, uno de los caballeros había saltado de las graderías a la arena para acercarse al grupo. Sus colegas, por el contrario, se mantenían ocupados reuniendo a los guardias y a los nobles del lugar, utilizando la fuerza cuando alguno de ellos se atrevía siquiera a mirarlos a los ojos. Los miembros del Club se mantuvieron quietos, esperando a que el que les había prestado atención tuviera la primera palabra.
―En nombre de la Fe, lamento la tardanza ―pronunció el caballero haciendo una ligera reverencia―. Fue realmente complicado irrumpir en este lugar. Por si no lo saben, estamos en una instalación subterránea construida justo debajo del Palacio de Belarus.
El caballero prosiguió contándoles las peripecias que habían atravesado para poder realizar el asalto. Si bien consideraba que aquella información era irrelevante, sabía que podía calmar el miedo que sentían las víctimas luego de la experiencia traumática que habían atravesado.
En pocas palabras, la Orden Sagrada había planeado enviar a uno de los suyos a Belarus para que fuera capturado voluntariamente por el Lord. De esa manera pensaban descubrir dónde se estaba escondiendo y qué negocios turbios mantenía en la ciudad, pero las cosas habían dado un giro inesperado por la presencia de los chicos. Afortunadamente, el caballero infiltrado había conseguido seguir a los hombres del noble que habían secuestrado a los miembros del Club, terminando en una entrada secreta cercana al palacio. Tras ello tan sólo habían tenido que planear una estrategia de irrupción, que había salido mejor de lo esperado, ya que además les había dado la oportunidad de tomar la ciudad entera.
―Me alegra mucho que no haya habido víctimas... ―comentó el caballero, observando de reojo los cuerpos inconscientes de los cuatro contrincantes humanos y el mutágeno con forma de rata―. Les brindaremos el tratamiento médico adecuado cuanto antes. Pero ―miró gravemente a cada uno de los chicos―, mantendrán todo lo que vieron en secreto. Ni siquiera deberán mencionar que estuvieron en Belarus durante estas fechas.
Los miembros del Club se observaron mutuamente, confundidos.
―Es por su propia seguridad ―explicó el hombre―. Lord Belarus cuenta con influencias en varias naciones desagradables, por lo que se ganarían buenos problemas si se hiciera pública su participación en su caída. No se preocupen, llevaremos al noble y a sus socios a los Estados Papales donde pagarán por sus crímenes hasta el final de sus días.
El caballero cumplió su palabra y los chicos fueron llevados a un improvisado asentamiento médico levantado fuera de la ciudad asediada. La Orden Sagrada se había tomado muy en serio las ofensas de Lord Belarus, por lo que toda la población bajo su dominio compartía algo de la culpa. Además, como habían capturado a varios peces gordos de la aristocracia en el asalto, los otros nobles de Krossia no tenían forma de intervenir directamente sin arriesgarse a iniciar una guerra contra los Estados Papales. De cualquier forma, algunos nobles neocristianos consideraban que el actuar de la Iglesia era perfecto para purgar al país, por lo que incluso habían enviado sus ejércitos personales para apoyar el asedio.
Los miembros del Club, agotados, prefirieron evitar ahondar en esos conflictos políticos que, de todas maneras, no les incumbían. Gracias a la tecnología que poseía la Orden, luego de un par de horas todos quedaron como nuevos. Tras ello obtuvieron ropas de recambio y, cansados de todo lo vivido, aceptaron el ofrecimiento de los caballeros que los llevaron hasta las cercanías de Laseal al promediar el anochecer, asegurándose de la inexistencia de miradas indiscretas en los alrededores.
Completamente desprovistos de energía, cada uno partió por su lado con la esperanza de descansar un poco en sus respectivos hogares. Afortunadamente para Sia y Joseph, los caballeros los habían dejado en un punto relativamente cercano a sus casas por lo que pudieron realizar el recorrido a pie. Caminaron silenciosos hasta finalmente despedirse al llegar a su destino.
Sia ingresó a su hogar donde fue recibida por su hermana menor.
―¿Qué tal el viaje con el Club? ―preguntó Kihara con emoción―. Creo que fueron a...
―Al norte de Ukriev ―afirmó Sia al instante, con una sonrisa forzada―. A un pueblo... por ahí...
―Debes estar cansada. Mamá nos llamará para la cena, así puedes dormir un rato.
Sia asintió y se dirigió rápidamente a su cuarto, cerrando la puerta tras de sí. No obstante, no pudo tranquilizarse aún, porque allí, sentada en su cama, estaba la forma infantil del Embaucador, con una enorme sonrisa en el rostro.
―Felicitaciones por su inesperada victoria ―dijo Envy, dando palmaditas―. Realmente fue entretenido verlos.
―Podrías... habernos ayudado ―murmuró la chica, recordando el sufrimiento que Joseph y Edward habían tenido que atravesar.
―A diferencia de otros casos, creo que ahora no necesito acomodar las piezas. Al fin y al cabo, más que una evaluación esto es una investigación.
Sia ladeó la cabeza, confundida.
―Ustedes podrán descansar por el momento ―concluyó el Embaucador―. Comunícales a los demás que hicieron un buen trabajo. Pronto los contactaré para darles el siguiente reto.
Sin más que decir, Envy desapareció en medio de una nube púrpura. Sia suspiró, incapaz de reflexionar en lo sucedido, y se tiró en su cama, quedando dormida al instante.
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