• 5. Primer Ejemplar •

Me había perdido mi primera clase de la mañana por haberme quedado en el salón del club con Jack. Habíamos acordado no decirle a nadie sobre nuestra falsa relación, porque, sí, decidí no delatar su mentira. Al final, eso solo habría terminado peor para ambos: él habría quedado como un mentiroso y yo como una total desgraciada—cosa que jamás planeo ser—por arruinarle la vida social en la escuela.

La clase de literatura era aburrida. Por alguna razón del universo—que pasaba siempre—las horas en las que no estás en clases vuelan frente a tus narices sin que te des cuenta, pero estando en ellas, esos cuarenta minutos se sienten como dos horas, haciendo que la escuela se vuelva insoportable.

Escuché al profesor parlotear sobre qué era un caligrama y sus partes.

—¿Por qué no deja de repetir lo mismo? —se quejó Erika, exasperada, a mi lado—. No es tan difícil, es solo un dibujo, pero en lugar de líneas, tiene palabras.

—Lo hace para alargar la clase y hacernos sufrir —respondí sin mirarla, concentrada en copiar lo que el profesor había escrito en la pizarra—. Cosas típicas de los profesores.

A pesar de que Grace, Mara, Erika y yo estábamos en el último año, nuestros horarios de clases variaban, colocándonos en materias distintas. En realidad, eran muy pocas las que compartíamos.

—Espero que se le termine de caer el poco cabello que le queda —soltó Erika con malicia.

Reí por lo bajo.

El señor Morales—nuestro “amado” profesor—caminaba entre los espacios de las mesas. Se detuvo a nuestro lado y nos dedicó una mirada llena de indignación.

—¿Algo que quiera compartir con la clase, señorita Sommers?

—No, profesor —negó Erika con fingida inocencia.

«Y como dicen: salvadas por la campana»

El timbre sonó en el momento justo. Todos comenzaron a recoger sus cosas apresuradamente y a salir del salón para dirigirse al comedor de la escuela—el único lugar donde podíamos relajarnos durante media hora—.

Guardé mis cosas con calma y salí junto a Erika, que no tardó en empezar a contarme uno de sus chistes raros mientras caminábamos por los pasillos.

Cuando llegamos a la cafetería, Erika no tardó en soltar:

—Vaya, nunca esperé esa noticia sobre Jack y tú.

—Lo sé… —suspiré mientras nos adentrábamos hasta una mesa vacía en la parte trasera—. No sé qué hacer.

—Tener cuidado con Mackenzie —respondió Erika con seriedad mientras tomaba asiento frente a mí—. Después de esa noticia, hará todo lo posible para sacarte del juego.

Ojalá acabar este juego fuera tan fácil.

—¿De verdad lo crees?

—No lo creo, Layla, lo sé —abrió su desayuno y comenzó a sacar su comida—. A esa chica le falta un tornillo. Jack se ha cansado de rechazarla cada vez que puede.

Fruncí el ceño.

—¿No te parece que es algo…?

—Obsesivo —terminó Erika por mí—. Sí, a todos.

Dirigí la mirada hacia la entrada de la cafetería. Grace y Mara estaban allí, escaneando el lugar hasta que los ojos de Grace se posaron en nosotras. Ambas caminaron hacia nuestra mesa y tomaron asiento.

—Hola otra vez —me saludó Mara, sentándose a mi lado.

—Hola.

—Dios, Layla —soltó Grace mientras se acomodaba junto a Erika—. ¿Estás saliendo con Jack Anders? Pensé que no te agradaba.

—No lo hace —dije sin pensar. Las tres me miraron, extrañadas. Al darme cuenta de mis palabras me corregí—; solo… es complicado.

—Complicado se va a poner cuando Mackenzie haga sus jugadas para quitarte de la ecuación —comentó Grace antes de dar un sorbo a su malteada de fresa, que había comprado en la cafetería antes de llegar a la mesa—. Yo, en tu lugar, me cuidaría las espaldas.

Mara se aclaró la garganta y le lanzó una mirada severa a Grace, negando con la cabeza. Ella solo se encogió de hombros.

—No te preocupes, Layla. No dejaremos que Mackenzie te ponga un dedo encima —dijo Mara, tratando de tranquilizarme.

Porque, sí, ya comenzaba a asustarme. Hacían tantos comentarios acerca de Mackenzie, pintándola como una maniaca obsesionada con Jack. Pero, ¿quiénes éramos nosotros para juzgarla? Nadie sabía realmente si le pasaba algo o si simplemente estaba enamorada de alguien que no la correspondía. Nadie podía confirmarlo.

—¿No creen que están exagerando un poco? —dije mientras sacaba mi jugo de naranja.

Una risa se escuchó a mis espaldas. Miré por encima del hombro y me encontré con la figura alta y delgada—pero sorprendentemente fornida—de Félix.

—Chica nueva, vaya que eres graciosa —comentó con diversión mientras tomaba asiento junto a Grace, acomodándose demasiado cerca de ella como si fuera lo más natural del mundo—. Ahora entiendo por qué es tu amiga, bella Grace.

Grace puso los ojos en blanco, pero no se alejó. Félix le sostuvo la mirada por un momento, con una sonrisa ladina, antes de inclinarse ligeramente hacia ella.

—¿Segura de que no quieres compartir un poco de esa malteada conmigo? —preguntó con tono juguetón.

—Cómprate la tuya, Félix —respondió ella sin inmutarse, pero su sonrisa apenas disimulada delataba que no le molestaba su presencia.

—Félix, por favor, no te conviertas en un Mackenzie 2.0 —pidió Erika con una mueca de disgusto.

Él se separó de Grace lo suficiente para lanzarle a Erika una mirada ofendida.

—A mí no me compares con ella —dijo con indignación—. Tal vez Grace no sea mi amada novia, pero sigue siendo mi amiga.

—Como digas, Mackenzie 2.0 —se burló Mara, divertida.

Félix se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido, mientras Grace simplemente sacudía la cabeza con una sonrisa divertida antes de seguir bebiendo su malteada. Félix iba a refutar algo contra Mara pero Grace puso su mano en su hombro dándole unos golpecitos para calmarlo, el solo le dio una mirada quedándose callado.

—Hoy hablé con nuestro director —intervino Erika, cambiando de tema—. Dijo que deberíamos empezar a escribir nuestro primer ejemplar para la escuela.

—Ya tienen la primicia —comentó Félix, lanzándome una mirada significativa.

—No. Me niego rotundamente a escribir sobre mi hermano y Layla en el periódico.

—¿Por qué? Sería una bomba total. El capitán estrella del equipo de básquet y la chica nueva —Grace me miró, llena de emoción ante la idea.

—Sin contar que tendremos una entrevista privada con ambos, ya que son parte del club —añadió Erika, con una sonrisa cómplice.

—No, no lo haré.

Y tras esas palabras, estalló una pequeña disputa entre Grace y Mara sobre qué escribirían en el primer periódico. Yo me limité a observar la cafetería mientras bebía mi jugo de naranja. Las mesas estaban llenas de estudiantes conversando, riendo y comiendo con sus grupos habituales. Pero una en particular llamó mi atención.

En ella estaban los jugadores del equipo de básquet junto con las animadoras, todas vistiendo sus uniformes azul y amarillo. Sin embargo, lo que realmente me llamó la atención no fue el equipo en sí, sino la manera en que las porristas miraban a Jack. Sus ojos brillaban de algo que podría llamarse admiración, deseo… o incluso devoción. Pero lo curioso era que él no les devolvía la mirada.

Jack sonreía por las bromas de sus amigos, su expresión despreocupada y encantadora como siempre, pero sus ojos… Sus ojos mostraban algo distinto. Una especie de desconexión, como si estuviera ahí sin estarlo realmente. Su indiferencia hacia las chicas era notoria, como si ninguna de ellas le causara el más mínimo interés.

«¿Qué hay detrás de esa máscara que llevas puesta, desgraciado?»

Un chasquido de dedos en mi cara me sacó de mis pensamientos.

—Tierra llamando a Layla.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

Una sonrisa casi diabólica apareció en el rostro de Grace. Con esa expresión, unos cuernos y la piel de color rojo, podría jurar que estaba viendo a un demonio.

—Mirabas a Jack —me acusó, señalándome con el dedo—. ¿Cierto?

—¿Qué? No… yo…

—Sí lo mirabas, y de forma muy descarada —apoyó Félix, divertido—. Pero no hay nada de malo en eso, son pareja al final del caso.

—¡Yo no lo miraba! —mascullé, apurando el último sorbo de mi jugo—. Solo estaba apreciando la cafetería.

—Sí, ajá —Mara sonrió con incredulidad.

Erika soltó una pequeña risa.

Decidí cambiar de tema antes de que siguieran interrogándome.

—Se los juro —dije con firmeza, sintiendo el deseo de que la tierra me tragara. ¿Cómo había perdido tiempo mirando a ese desgraciado? No lo estaba viendo. Estoy segurísima de que no lo hacía. —¿De qué va a tratar el primer ejemplar?

—Nos estás cambiando el tema —protestó Erika, lanzándome un pequeño pedazo del pan de su sándwich.

—Oye, no desperdicies la comida —se quejó Félix, tratando de quitarle el sándwich de las manos—. Si no lo quieres, dámelo a mí.

—Aleja tus manos de mi comida, Félix —Erika abofeteó sus manos sin piedad.

—Entonces no la desperdicies —rezongó él.

Me reí ante su comportamiento infantil. Ambos parecían dos niños pequeños peleando por un juguete que les gustaba.

—Bueno, nuestro primer ejemplar va a tratar de todo lo que ocurre en la escuela —anunció Mara con una sonrisa satisfecha. Claramente, había ganado la discusión contra Grace.

—Sí, pero lamentablemente vamos a tener que omitir la mejor primicia que podría existir —suspiró Grace dramáticamente—. Debemos empezar a escribir hoy.

—Yo me encargo de las fotografías. Hoy traje mi cámara —Erika sacó de su bolso una cámara profesional—. Iba a tomar unas fotos del paisaje después de la escuela, pero podría usarla para el periódico.

—Yo registraré las actividades escolares y las próximas fechas importantes —proclamó Grace.

—Estaré a cargo de la impresión junto a Jack —Mara tomó su bolso.

—Eso me deja a mí con la redacción —dije, asumiendo mi papel.

Me levanté de la mesa y tomé mi bolso. Ya era hora de volver a clases.

—Así es —afirmó Mara a mi lado—. Pero nosotras también colaboraremos en el manuscrito.

El sonido del timbre resonó por la cafetería, anunciando el final del descanso.

—Vamos a clases —dijo Grace, pasando su brazo por mis hombros mientras miraba a Mara y Erika—. Nos vemos en un rato en el club.

Con su brazo aún sobre mis hombros, salimos de la cafetería y nos encaminamos hacia nuestra próxima clase del día.

[...]

Llegué al salón del club y lo encontré vacío.

Grace y yo habíamos tomado la penúltima clase juntas, pero luego cada una se fue a su respectiva aula. A Mara y Erika no las veía desde el desayuno, y al desgraciado tampoco desde el incidente de esta mañana, lo cual era un alivio.

Me acerqué a una mesa y dejé mi bolso sobre ella antes de dejarme caer en la silla. Saqué mi libro favorito y lo abrí justo donde lo había dejado, sumergiéndome de inmediato en mi mundo de fantasía.

Estaba en la mejor parte de la historia, justo cuando…

Mi libro fue arrebatado de mis manos.

—Hola, loca.

Me quedé mirando el vacío donde antes había estado mi libro.

—¿Me estás escuchan…?

—¡Me arruinaste la mejor parte! —le grité, levantándome de golpe de la silla—. ¡Literalmente llevo capítulos esperando que los personajes acepten que se gustan, y tú llegas de la nada y me lo arruinas!

—Layla, cálmate —dijo con una sonrisa burlona, dejando el libro sobre la mesa.

Lo miré con furia.

—Cuando le arruinas un momento como ese a una lectora, lo último que le dices es que se calme.

La molestia me carcomía por dentro.

—Eres una exagerada —soltó con total indiferencia.

—Púdrete, desgraciado.

Él solo sonrió. En un movimiento rápido, puso sus manos en mi cintura y me empujó suavemente hacia atrás. Sentí la madera de la mesa contra mi espalda baja mientras él se inclinaba sobre mí, reduciendo nuestra distancia a casi nada. Su perfume me envolvió de inmediato.

—No estabas leyendo sobre la confesión de sus sentimientos —murmuró cerca de mi rostro—. Al menos, no por lo que alcancé a ver en uno de los párrafos.

Sus ojos brillaban con diversión mientras levantaba el libro y hojeaba las páginas.

—Estabas leyendo cómo los protagonistas estaban a punto de darse y no me refiero a darse consejos. Eres toda una pervertida.

La irritación se evaporó al instante, dando paso a una vergüenza abrasadora. De todas las personas que podían descubrir mis lecturas… ¿tenía que ser él? ¿El universo me odiaba? Probablemente.

Mi única opción era fingir demencia.

—Yo no leo esas cosas —me excusé, tratando de sonar convincente.

—¿No? —arqueó una ceja, hojeando el libro con una sonrisa maliciosa—. A ver… “Entonces sentí cómo me tomaba con…”

Antes de que pudiera terminar la frase, le tapé la boca con la mano, sintiendo su sonrisa burlona contra mi palma.

—Ni una palabra más sobre este asunto, desgraciado —le advertí en un susurro.

Él tomó mi muñeca con facilidad y apartó mi mano de su boca.

—¿Segura? Porque podría pasar todo el año escolar molestándote con esto.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Sí, era más que capaz de hacerme la vida imposible solo con este pequeño detalle.

—No te atreverías —dije, aunque mi voz no sonó tan segura como me habría gustado.

—¿Quieres apostar? —me miró con un brillo retador en los ojos.

—No…

—Muy bien, loca pervertida.

—Te odio —siseé entre dientes.

—Me vas a amar —aseguró, mirándome fijamente.

—Sigue soñando.

—Yo en mis sueños me dejo llevar por el placer.

Antes de que pudiera responder, volvió a sujetarme por la cintura y, con una facilidad insultante, me sentó sobre la mesa. Intenté cerrar las piernas para impedir que se posicionara entre ellas, pero me lo impidió con firmeza.

Si alguien entrara en este momento sin contexto, juraría que estábamos a punto de…

—¿Acaso deseas terminar en mi cama, loca pervertida?

—Sobre mi cadáver —escupí con desprecio.

Eso pareció divertirlo aún más.

—Vamos a ver cuánto tiempo duras con eso.

Y justo en ese momento, la puerta del club se abrió.

[...]

Gracias por leer.

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Besos Gea <3

 

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