• 4. Que empiece el juego•

Me desperté temprano para poder alistarme para ir a la escuela. Cuando llegué anoche, me di cuenta de que había perdido mi collar en la fiesta, tal vez al pasar entre la gente cuando me iba o cuando empujé al desgraciado en el armario. La respuesta era simple: no lo sé.

Decidí caminar hacia la academia mientras ordenaba mis pensamientos. Entonces, caí en cuenta de que le había declarado una especie de guerra al desgraciado. Una alarma sonó en mi cabeza: conciencia.

Impulsiva, impulsiva, impulsiva.

Froté mi sien, tratando de alejar los malos pensamientos que podrían arruinar mi mañana. Miré el edificio frente a mí mientras me enderezaba, acomodé mi cabello y di unos pasos para entrar en la propiedad escolar. Este era mi segundo día como la chica nueva, la cual era fácil de deslumbrar… o al menos eso es lo que cree la gente.

Me sentí extraña tan pronto como crucé la puerta de entrada. Miradas indiscretas de todos los presentes estaban sobre mí… ¿o solo era mi imaginación?

Apreté con más fuerza el bolso que colgaba de mis espaldas y me adentré en el pasillo lleno de estudiantes. Cada paso que daba traía un murmullo diferente que se mezclaba con el resto. Apenas podía entender algunos:

—¿Es ella?

—¿Qué le habrá visto a ella?

—¿No es la nueva?

No comprendía a qué se referían. Miré al frente del pasillo y me encontré con la mirada de Mara, que de manera muy obvia decía que todo se fue al carajo. Dio zancadas hacia mí, como si algo o alguien la estuviera persiguiendo. Al estar frente a mí, me tomó bruscamente por los hombros.

—Layla —soltó casi sin aire—, al fin llegas—. ¿Te enteraste?

—¿Enterarme de qué? —la miré, confundida.

—Debo pasarte la cuenta de Instagram de los chismes de la academia —dijo, recuperando el aliento. Sacó su teléfono del bolsillo y me mostró una publicación—. La escuela… más que nada, las chicas están furiosas. ¿Me puedes decir qué está pasando?

Vi con detalle la publicación. Era una foto de Jack y yo, en el preciso momento en que abrieron el armario. Sentí cómo mi alma quería escapar al bello más allá y no volver jamás, mucho menos para lidiar con la tormenta que ya se había creado en las redes de chismes de la escuela:

"El día de ayer se confirma que el capitán del equipo de básquet está en una relación. La afortunada chica es nada más y nada menos que Layla Miller, la estudiante recién transferida a la academia Herdimwood. Esta relación fue confirmada por el mismísimo Jack Anders."

Ese desgraciado ya había hecho su primera jugada. Las ganas que tenía de ahorcarlo se duplicaron.

—Voy a matarlo.

—Si tú vas a pagar el entierro, pues adelante. Pero si no, mejor quédate con las ganas —replicó Mara.

—Por eso todos me miran así… —murmuré, recorriendo con la vista a los estudiantes que nos rodeaban—. ¿De verdad le creyeron al que subió esto?

—Es Herdimwood. Todo lo que se comunique a través de esa cuenta debe ser cierto —explicó Mara con ironía.

Me tapé el rostro con las manos y solté un gemido de frustración.

—Pero, Layla, a toda costa debes evitar cruzarte con Mackenzie.

—Esa chica querrá mi aniquilación total —dije, bajando las manos.

—No solo ella. Literalmente, eres tú contra una multitud de chicas obsesionadas con mi hermano.

—Esto podría ser peor.

Como si el universo se burlara de mí, en ese momento apareció Jack por el pasillo. Y no venía solo.

Mackenzie caminaba a su lado, claramente irritada, siguiéndolo como un perrito fiel. Y detrás de ella, un séquito de chicas con la misma expresión de indignación. La mirada desinteresada de Jack recorrió el pasillo y se detuvo en nosotras. Una sonrisa se dibujó en sus labios antes de comenzar a caminar hacia aquí.

Los estudiantes en el pasillo se hicieron a un lado, dándole paso. La escena estaba servida.

—Tuve que abrir mi bocota… —me lamenté mientras veía a Jack acercarse.

—Es tu funeral —susurró Mara a mi lado, observando a su hermano, que estaba a unos cuantos pasos de distancia—. Esas víboras no te dejarán con vida después de hoy.

El desgraciado por fin llegó frente a nosotras. Lo fulminé con la mirada.

—Hola, Layla —pasó su brazo sobre mis hombros y me atrajo hacia él—. Chicas, les presento a mi novia.

Los ojos de las demás se clavaron en mí, sobre todo los de Mackenzie.

—¿Qué tiene ella que no tengamos nosotras? —chilló una de las del séquito.

—A mí —fanfarroneó Jack a mi lado.

Mackenzie entrecerró los ojos, escaneándonos. Yo me sentí incómoda ante las miradas juzgonas de todos los que estaban alrededor.

—Bésala.

—¿Qué? —soltamos al unísono Jack, Mara y yo.

—Dije que la beses —demandó Mackenzie, dando un paso adelante—. Si es tu novia, no tendrás problemas en hacerlo, ¿cierto?

—¿Y por qué deberían hacerlo? —intervino Mara—. ¿Solo porque tú lo dices?

—No te metas, Mara —bramó Mackenzie con autoridad.

—Me voy a meter, porque estás hablando con mi hermano y mi amiga.

Jack le dio una mirada a ambas y luego a mí.

El ambiente se cargó de tensión. Lo sentí en mi pecho, en mi respiración y en la manera en que las miradas se clavaban en mí, como si yo fuera una intrusa en un territorio al que no pertenecía. Mackenzie no solo dudaba de nuestra relación, ella me estaba poniendo contra la pared, desafiándome, esperando a que cometiera un error para aplastarme.

De pronto, lo entendí. No podía titubear. Si mostraba debilidad, me haría trizas.

"Diosito, sé que me puedes ver. Te pido que, por favor, me salves en este preciso instante. Si lo haces, te juro que dejaré de leer cochinadas en Wattpad por la madrugada", recé mentalmente.

—No tenemos que hacerte caso —solté de repente. Las miradas de todos se posaron sobre mí—. Si no queremos besarnos frente a todos ustedes, no significa que no estemos juntos. Es decisión nuestra, Mackenzie.

Tonta, tonta. Cierra la boca.

—Ustedes no son nada, estoy segura.

Respiré hondo. No voy a dejar que me acorrale.

Me acerqué a ella hasta quedar cara a cara.

—Es malo comer frente a los pobres, ¿acaso no lo sabías? —susurré, lo suficientemente bajo para que solo ella me escuchara—. Y, por lo que puedo ver, estás a punto de explotar de la envidia.

El rostro de Mackenzie se distorsionó por la ira acumulada. A pesar del impulso de salir corriendo de allí, me quedé en mi lugar, esperando su reacción. No podía permitirme retroceder. No ahora.

Seguramente me arrepienta de esto más tarde pero no es el momento para pensar en eso.

—Cavaste tu tumba, Layla —siseó Mackenzie entre dientes antes de darse la vuelta y alejarse por el pasillo.

Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo. Los estudiantes nos miraban sin pudor alguno, y bueno, ¿quién lo haría cuando el chisme estaba así de bueno?

Fue en ese momento cuando lo decidí. Si querían que yo fuera la novia de Jack, entonces lo sería. No porque me importara lo que ellos pensaran, sino porque no iba a dejar que nadie me viera temblar.

Comencé a caminar, alejándome de sus miradas. No me gustaba ser el centro de atención, mucho menos por un chisme. Sin darme cuenta, ya estaba corriendo. No sabía a dónde ir, solo seguía moviéndome hasta que llegué al único lugar donde podía esconderme.

Entré al salón del club.

Me dejé caer en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Rodeé mis piernas con los brazos, pegándolas a mi pecho, y escondí el rostro entre mis rodillas. Mi cabeza se inundó de preguntas: ¿A dónde se fue el volver a empezar en un lugar nuevo? ¿Por qué, en tan solo un momento, mis esperanzas de reconstruir mi vida se rompieron en apenas dos días?

Las miradas ajenas volvieron a mí. Personas que no me conocen y que, por simples rumores, creen tener derecho a opinar sobre mi vida, como si fuera la suya.

La puerta se abrió. No levanté la cabeza. Me sentía más segura así, sin mirar a nadie, sin percibir esas miradas llenas de juicios y críticas.

Alguien se sentó junto a mí.

—¿Por qué seguiste con la mentira?

Solté un suspiro.

—No soy una desgraciada, como tú —respondí sin moverme.

—Yo no soy un desgraciado —se defendió.

Levanté un poco la cara para verlo. Jugaba distraídamente con los cordones de su suéter de League of Legends.

—Pues te comportas como uno —rebatí.

—Tal vez algunas veces —admitió con una sonrisa.

Yo también sonreí, pero mi expresión se borró al instante.

—¿Por qué dijiste que estábamos juntos?

Jack me miró directamente a los ojos.

—Nuestro juego ya comenzó, Layla. Debo hacer que te enamores de mí, a cualquier costo.

Solté una carcajada sarcástica.

—Lo siento, su solicitud ha sido rechazada —me miré las uñas con fingida indiferencia—. No me gustan los idiotas.

—A mí no me gustan las locas —se cruzó de brazos—, pero aquí me tienes, tratando de conquistar a una.

Le di un golpe en el brazo por su comentario.

—No me llames así —demandé con firmeza.

—¿Pero tú sí puedes llamarme desgraciado? —preguntó con diversión.

—Sí.

—Muy bien, Loca.

—Desgraciado.

Se inclinó un poco hacia mí, con una sonrisa engreída.

—Te enamorarás de mí, ya lo verás.

—Sigue soñando —repliqué, negando con la cabeza.

Ambos nos reímos. Y pensar que hace veinticuatro horas parecíamos perro y gato.

Lo observé con más detenimiento. Los rayos del sol que entraban por la ventana hacían lucir su cabello castaño más claro de lo normal, casi rubio. Su sonrisa se acentuaba con unos hoyuelos marcados que, por mucho que quisiera ignorar, le daban un aire encantador.

Jack metió la mano dentro del cuello de su suéter y sacó algo que tenía colgando.

—Se te cayó esto ayer —dijo, mostrando mi collar.

Mi corazón dio un vuelco.

—Lo encontré en el suelo antes de salir del armario —continuó—. Decidí que te lo entregaría yo mismo, para que veas lo caballeroso que puedo ser.

Puse los ojos en blanco.

—Claro que ibas a aprovechar la oportunidad.

—Voltéate —dijo, quitándose el collar del cuello—. Te lo pondré.

No objeté y le di la espalda, sosteniendo mi cabello con las manos. Se acercó un poco más de lo necesario. Su perfume inundó mis sentidos, una fragancia que no supe identificar, pero que me pareció embriagadora.

Pasó el collar por mi cuello con suavidad. El roce de sus dedos contra mi nuca me provocó un escalofrío que odié sentir.

—Listo.

Solté mi cabello y lo acomodé, tocando con los dedos la “L” del colgante. Me giré para mirarlo.

—Gracias.

—¿Por el collar? No fue nada.

—Por venir a hablar conmigo.

Sus ojos se abrieron levemente, como si no esperara esa respuesta.

—¿Qué haremos con la escuela y “nuestra relación”? —pregunté.

—Fingir. Luego de unas semanas, montaremos un show donde terminamos públicamente —explicó con tranquilidad.

—¿No podemos simplemente decir que terminamos por mensaje? —fruncí el ceño.

—No. Soy Jack Anders. Me parece inaceptable terminar una relación por mensaje. Es de cobardes.

Rodé los ojos.

—Claro que sí… —suspiré.

Jack sonrió de lado.

—El juego ya comenzó, novia.

Resoplé con resignación.

—Bien. Pero eso no quita el hecho de que me sigas cayendo un poco mal.

—Eso es obvio —comentó—, así como esto no quita el hecho de que voy a hacer que te enamores de mí.

Le extendí la mano.

—¿Novios por tres semanas?

Él tomó mi mano con firmeza.

—Novios por tres semanas.

Jack se levantó del suelo, aún sosteniendo mi mano, y de un solo jalón me puso de pie sin el menor esfuerzo, como si no pesara nada.

—Voy a hacer de cuenta que esta conversación nunca pasó —declaré, soltando su mano rápidamente.

—Eso espero, Loca —me guiñó un ojo, sonriendo—. Ahora salgamos de aquí y actuemos como si fuéramos los novios más amorosos del mundo.

Me pregunté de quién fue realmente la culpa de todo este embrollo.

¿Mía o de él?

Tal vez fue mía por decir que no me permitiría ceder ante sus encantos, retándonos tanto a él como a mí. O tal vez fue su culpa, por mentir sobre una relación falsa y dejar que el rumor se expandiera por toda la escuela.

Quizá fue de ambos… y no nos dimos cuenta.

[...]

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