• 38. La ruptura •
Layla
Nuestro tiempo en San Francisco había llegado a su fin, habíamos tomado el vuelo de regreso a Jackson Bill hace un par de horas. El avión surca las nubes en un silencio pesado, un eco de todos los pensamientos y emociones que han estado acumulándose en mi pecho.
Estoy mirando por la ventana, perdida en los recuerdos de esos días en San Francisco, esos días que parecieron desvanecerse como un sueño que nunca se debe haber tenido. La ciudad vibrante, llena de luces y risas, ahora parece un recuerdo distante, una película que se proyectó en una pantalla que se apagó de repente.
No había querido saber de Jack desde lo que pasó en el restaurante, ni siquiera le había permitido el simple hecho de acercarse a mi porque cada que lo hacía yo solo fingía que no existía, como sino lo conociera. Se siente como…¿una ruptura?
La pregunta resuena en mi mente, un eco que no puedo ignorar. ¿Es esto lo que se siente en una ruptura? Siempre había pensado que el dolor vendría con lágrimas y gritos, pero en mi caso, es un nudo en el estómago y un silencio ensordecedor.
Desde lo ocurrido en el restaurante, mis emociones se han convertido en un laberinto, un lugar oscuro en el que perderse parece más fácil que enfrentarse a la realidad. Recuerdo su mirada, la expresión de su rostro cuando las palabras quedaron atrapadas en el aire; palabras que, aunque nunca se pronunciaron, se volvieron muros entre nosotros. Jack, con su inesperada vulnerabilidad, me había hecho cuestionar todas mis decisiones, y no estoy segura de si estaba lista para lidiar con eso.
A medida que miro el paisaje pasar por la ventana, las nubes y el cielo oscuro se convierten en una metáfora de mis sentimientos. Hay algo extraordinario en la forma en que la ciudad se desvaneció en el horizonte; siento que, de la misma manera, él y yo nos esfumamos en una niebla de malentendidos y secretos. La promesa de lo que éramos se siente lejana, como si la distancia física hubiera transformado algo más profundo en nosotros.
[…]
El avión había aterrizado, escuché como la profesora Martínez y el profesor López daban las indicaciones de que los padres nos estaban esperando fuera del aeropuerto. Tome mi maleta, y, mientras caminaba por el pasillo, un torrente de emociones me invadía. Preferí concentrarme en la brisa fresca que entraba por las puertas automáticas del aeropuerto, un cambio bienvenido después del aire cargado del avión. Al salir, el bullicio familiar de Jackson Bill provocó que mi corazón palpitara un poco más rápido, pero el calor de los abrazos y las sonrisas de los padres esperando me dejó un hueco en el pecho.
Jack—para mi mala suerte—estaba a mi lado, y aunque su presencia me resultaba incómoda, me esforzaba por mantener la compostura. Le lancé una mirada rápida; él parecía absorto en sus pensamientos, y me pregunté si estaba sintiendo lo mismo que yo en este momento. La distancia emocional se hacía cada vez más evidente, como un manto que colgaba sobre nosotros, espeso y palpable.
—Layla…— su voz interrumpió mis pensamientos, aún con un tono suave, similar al que utilizaba en tiempos más felices—. ¿Quieres que te lleve a casa?
—No, estoy bien— respondí automáticamente, tratando de evitar profundizar más. Un frío me recorrió la espalda al sentir la incomodidad. No era solo la casa que estaba distante, sino también su compañía. La molestia de la situación se sumaba a la presión que ya sentía en mi pecho.
—Está bien— contestó él, aunque su rostro mostraba una ligera decepción. Solté un suspiro entrecortado y me di la vuelta para seguir a Valery y mamá. Desde la distancia, las vi agitando las manos, radiantes de felicidad. Ni siquiera miré hacia atrás, fue un acto que pienso que ambos entendemos como necesario.
El trayecto en el coche fue monótono. Mis pensamientos eran un torbellino mientras mi hermana y mi mamá charlaban sobre lo bien que lo habían pasado en Jackson Bill mientras yo estaba fuera. La voz de mi madre, que solía ser tan reconfortante, ahora se sentía como un eco vacío que solo resonaba en la parte superior de mi mente. Perdiéndome de nuevo en el laberinto de emociones, traté de pensar en cómo abordar la situación con Jack. El tiempo en San Francisco había sido especial, pero también el detonante de este abismo.
Cuando finalmente llegamos a casa, cargué mis cosas a mi habitación. Cerré la puerta tras de mí, sintiendo la calma que trae estar sola. Necesitaba un momento para procesar toda esta confusión.
Miré por la ventana, recordando el brillo de las luces de San Francisco. Ese era un mundo que parecía un hermoso sueño, pero ahora nada de ello se sentía real.
Volví a pensar en Jack. ¿Por qué no podía simplemente hablar con él? Pero, como una sombra, el miedo me empujó hacia la inacción. Era más fácil vivir en el silencio, en lugar de arriesgarme a perderlo para siempre. Sin embargo, ese silencio se estaba convirtiendo lentamente en una carga cada vez más pesada.
Fue entonces cuando escuché un leve golpe en la puerta. Me giré, y antes de que pudiera contestar, la puerta se abrió dejando ver a Valery.
—Yo creí que me ibas a presumir lo bien que lo pasaste en San Francisco ¿sabes?— Se dejó caer en mi cama mientras me observaba.
—No quiero hablar de eso.
—¿Qué? ¿Por qué no?— Sus cejas se hundieron.
—Porque no quiero, déjame sola, Valery—, el exigí.
—Layla…
—¡No!— grité, aunque no quería herirla. La presión de mis emociones, la necesidad de estar sola había llegado a un punto de ebullición. —Solo déjame en paz durante un momento.
Por un segundo, el aire en la habitación se volvió denso. Valery se levantó, su tristeza palpable como una sombra.
—Está bien, Layla. Pero recuerda que siempre estoy aquí para ti. No tienes que cargar con esto sola.
Sabía que ella estaba bien intencionada y que quería ayudar, pero en ese momento, necesitaba enfrentar mi dolor a solas. Cerré la puerta tras de ella, la sólida barrera que dividía el mundo exterior de mi pequeño refugio.
Con la soledad llenando el espacio, caí de rodillas al lado de mi cama, sintiendo que el peso de las lágrimas reprimidas finalmente encontró su cauce. Era una lucha que había mantenido durante demasiado tiempo, atrapada entre el amor y el dolor de perder a Jack; era frustrante y aterrador.
Me dejé caer al suelo, con la cabeza entre las manos, dejando que un sollozo desgarrador se escapara de mis labios. Las lágrimas cayeron como un río desbordado, cada una llevando consigo el peso de la confusión y el amor no correspondido. La realidad era brutal y desoladora, y en ese momento de parálisis emocional, me di cuenta de que ni siquiera sabía cómo abordar la inminente boda de Jack.
El eco del llanto resonaba en la habitación, la única compañía en el peldaño de mis pensamientos. Sabía que tenía que enfrentar esto, pero cada vez que pensaba en el hecho de que Jack se iba a casar con alguien más, el nudo en mi garganta se apretaba aún más. Volví a dejar caer la cabeza entre las manos, dispuesta a dejar que el dolor fluyera; solo yo podría lidiar con esto, y ahora que Valery se había ido, había una parte de mí que se sentía aliviada pero rota.
Jack
—No me va a perdonar— murmuré, con el peso de la incertidumbre aplastándome. Estaba acostado la cama de Mara junto a ella, y aunque la habitación debería haber sido un refugio, el aire se sentía denso, colmado de preocupaciones y un mal sabor debido a lo que había ocurrido en San Francisco.
—Jack, cálmate, ¿si?— me dijo con paciencia, mientras intentaba encontrar algunas palabras de consuelo. Pero la verdad era que nada podía cambiar lo que pasó y estaba a punto de suceder.
—No voy a poder hacerlo. No puedo casarme con alguien a quien no amo— la frustración me invadió, como una tormenta que se avecinaba. Estaba atrapado en una obligación que mis padres habían impuesto. Nunca había imaginado que acabaría en esta situación, sintiendo que mi futuro se desmoronaba antes de haberlo vivido—. Y además de eso, Layla ya se enteró de todo y hace como si yo ya no existiera, se siente horrible y no se que hacer.
Mara se acomodó a mi lado, su mirada preocupada y sabia. —Es tu vida, Jack. Tienen que entender que esto no es lo que quieres.
—Es complicado y lo sabes— respondí, apretando mis manos. —¿Y qué hay de Layla? ¿Cómo puedo sentarme y decirle que un día estaré con otra persona cuando ella ha sido mi apoyo durante tanto tiempo? Siempre he sentido algo especial por ella. Debería hablarle de esto, explicarle lo que está sucediendo.
—Pero necesitas pensar en ti— Mara insistió, haciendo un gesto de exasperación. —No puedes dejar que esto te consuma. La verdad es que, sea lo que sea que decidas, las decisiones que tomes deben ser las correctas para ti, no para ellos. Las decisiones que tomes o vayas a tomar deben ser por ti, no por nuestros padres, ni siquiera por Layla.
A medida que las palabras de Mara calaban más profundo, la realidad se me presentaba cada vez más clara. En cuanto a Layla, no se trataba de una línea de amor juvenil o de sentimientos confusos. Pasaron momentos únicos juntos, y cada risa compartida era un pedazo de mi alma que se unía a la suya. Pero los días que se acercaban a la boda empezaban a apoderarse de la alegría que había encontrado en esas memorias.
—Mara, lo que he construido con Layla no se puede ignorar— dije, sintiéndome dividido entre la responsabilidad familiar y mis sentimientos del corazón. —Duele pensar que podría perderla por un compromiso que ni siquiera siento.
—Lo estás complicando, Jack. Vale la pena intentarlo. Pero, ¿tienes el valor de hablar con ella? ¿De decirle lo que sientes?— preguntó, su voz firme pero comprensiva.
La presión de las palabras me hacía sentir que estaba al borde de una decisión monumental. Mientras pensaba en Layla, su imagen me invadía. Los días en que todo parecía posible y el futuro se sentía lleno de promesas empezaron a volver como un eco en mi mente. ¿Podría haber una forma de reconducir esto?
—Quizás debería llamarla— respondí, la voz temblando ante la idea de dar ese paso. Los recuerdos de momentos juntos empezaron a fundirse en mi mente. —Necesito explicarle lo que ha estado pasando.
—Eso es lo correcto, Jack— asintió Mara. —Tal vez no sea fácil, pero una vez que consigas hablar con ella, todo se esclarecerá. La verdad siempre tiene un peso en la relación que se construyó.
La decisión estaba ahí, al alcance de mi mano. Con un profundo suspiro, desbloqueé mi teléfono y me preparé para escribirle. Las dudas comenzaron a colarse en mis pensamientos, cada una más temerosa que la anterior. ¿Y si Layla me odiaba por no haber sido honesto antes? ¿Y si su corazón ya había encontrado otra dirección? ¿Y si ya nunca habrá un nosotros?
Empecé a escribir, consciente de que este mensaje podría cambiarlo todo. Si no me atreví a hablarle, la culpa sería un peso que tendría que cargar. Así que, con cada letra que aparecía en la pantalla, sabía que era hora de enfrentar mis miedos.
Ahora la pregunta era, ¿qué palabras podrían aliviar su sufrimiento y dar sentido a este torbellino de emociones que me envolvía? No lo sabía, no sabía que palabras podrían aliviar su sufrimiento, porque, quizás no hayan palabras suficientes para que eso pase, pero, al menos sabrá que yo estoy ahí para ella.
Que siempre estaré.
Mientras las palabras se formaban en la pantalla de mi teléfono y la duda me llenaba, recordaba los momentos con Layla. La risa que compartíamos, las largas charlas de medianoche, el consuelo mutuo en tiempos de tristeza. Todo eso giraba en mi mente como un torbellino, recordándome que había algo especial entre nosotros, y que esa conexión no era mera coincidencia.
«¿Qué podría decirle que realmente transmitiría lo que sentía? »
“Hola Layla…” era un comienzo tan insípido, tan trivial para la profundidad de lo que debía comunicar. Me detuve y miré a Mara, esperando encontrar alguna brújula en su expresión, pero lo que vi fue sólo un reflejo de mis propias inseguridades.
—Mara— comencé, sintiéndome frágil. —¿Qué tal si ella no entiende? ¿Y si me odia por esto?
—No lo sabrás hasta que lo intentes, Jack— me respondió, su tono un poco más firme. —Lo peor que puedes hacer es quedarte callado. Esto no es solo sobre tus sentimientos, también es sobre los de Layla. Ella merece saber la verdad.
Tomé aire con fuerza y traté de calmarme. La tensión en la habitación parecía palpable, como si las sombras se extendieran por los rincones. La cercanía de la boda se sentía como una balanza, equilibrando mis deseos y el peso de las expectativas familiares.
Lentamente empecé a teclear, las palabras fluyendo con dificultad, como si temieran ser leídas:
Cada palabra parecía un ladrillo que iba construyendo una muralla entre mí y el futuro que no deseaba. Algo en mi interior crujía al imaginar su reacción. ¿Estaría dispuesta a escucharme? ¿Quedaría aquella chispa entre nosotros, aunque el tiempo y las circunstancias nos separaran?
—Jack— interrumpió Mara, su voz intercalándose entre mis pensamientos. —No te sientas abrumado por cómo se sentirá ella cuando reciba esto. Lo más importante es que seas honesto. Eso es lo que realmente importa.
Miré el teléfono con intensidad, buscando más palabras. La falta de voluntad de avanzar me estaba consumiendo. Con cada segundo que pasaba, el momento se sentía más crítico. ¿Estaba listo para perder a Layla si ella decidía alejarse? Pero también, ¿era realmente justo seguir adelante con la boda y deshonrar lo que había construido con ella?
Tomé un profundo respiro y continué con la escritura, una mezcla de desesperación y esperanza guiando mis dedos.
Sentía que cada declaración se limpiaba de ambigüedades, creando una apertura a lo que había estado saturando mi mente.
—¿De verdad crees que lo lea?— murmuré, casi en un susurro, sintiendo que cada palabra contenía el peso de mi verdad.
—Ella lo leerá, Jack— respondió Mara con un tono suave, como si leyera mis pensamientos.
La certeza comenzó a llenar algún rincón oscuro de mi mente. Tal vez el dolor de lo que había perdido no fuera tan devastador si me permitía ser honesto. Entonces escribí el cierre, una línea que encapsulaba mi corazón, mi futuro.
Mi corazón latía frenéticamente. Después de un momento de vacilación, envía el mensaje con un toque nervioso. Sentí como si un peso hubiera sido levantado. Pero al mismo tiempo, una nueva carga se depositó en mis hombros. Ahora, todo dependía de su respuesta.
—No sé qué va a pasar— murmuré, sintiéndome al mismo tiempo ligero y aterrorizado.
—No hay forma de saberlo, hasta que recibas su respuesta— dijo Mara, sonriendo con complicidad. —Pero al menos te has dado la oportunidad de ser feliz con ella.
Con la incertidumbre y la esperanza entrelazándose, miré al vacío, preparándome para el impacto de lo que vendría. Había hecho lo correcto, había elegido ser honesto, y eso, al menos, era un paso hacia adelante.
Layla
Me sentía como Drácula.
Había estado encerrada en mi habitación durante casi una semana, solo había salido para ir al baño y a la cocina por mi comida. No me había presentado en la escuela, no podía hacerlo, de tan solo pensar que tenía que ver a Jack hacia que mi corazón se apretara en mi pecho y las lágrimas se acumularán en mis ojos.
Hacia mis deberes y le decía a Valery que los entregará por mi, no había querido tocar el tema de lo que pasó en San Francisco con ella, ni con mamá, pero para mí suerte ambas se mostraron comprensivas conmigo y a pesar de no saber nada, me dan su apoyo.
Moví con pereza mi brazo a mi mesa de noche en busca de mi teléfono, el cual había empezado a sonar desde hace un rato con mucha insistencia. Atendí la llamada:
—Hola— mi voz sonaba apagada.
—¿Layla, dónde estás? ¿Vas a faltar a clases otra vez?— La energética voz de Grace se escuchó al otro lado de la línea, en estos momentos anhelaba poder tener esa energía.
—Si…yo, aún no me siento bien para ir—respondí, me acurruque más en mi cama mientras abrazaba mi peluche de Bob Esponja.
—Layla, no puedes seguir así, debes salir de tu cuarto—. Empezó a decir Grace. La verdad no estoy segura de cuántas veces he tenido está conversación con Erika, Mara, Valery o mi mamá a lo largo de esta semana—; Necesitamos que salgas de ahí, se que estás deprimida, se que algo pasó con Jack pero no puedes quedarte en tu cuarto encerrada como si fueras un vampiro o algo por el estilo.
—Grace…— Trate de defenderme pero me interrumpió.
—No, no quiero excusas Layla—sentenció, pude escuchar como tomaba una bocada de aire antes de continuar—; se que Mara ya te lo ha dicho, incluso Erika pero es necesario que tengas en cuenta que no eres la única afectada. Jack está igual, sobretodo porque lo ignoras y ni siquiera ves sus mensajes.
—No quiero hablar con él— titubeé antes de continuar—, no se si estoy lista para verlo o tan si quiera hablar con él, quizás puede que lo vea y lo primero que haga sea abofetearlo o que se yo.
—¿Y no te has preguntado cuánto tiempo más va a pasar para que hables con él?
Me quedé en silencio un rato, la verdad es que no había pensado en que momento iba a hacerlo, ahora no estaba lista pero mi tiempo para hablar con él era reducido, solo quedaban siete días para su boda. Sentí mi corazón hundirse en mi pecho, no me quedaba tiempo.
—¿Layla? ¿sigues ahí?— La voz de Grace me trajo devuelta a la realidad.
—Lo pensaré, tal vez hablé con él.
—Está bien, no quiero verlos mal, a ninguno.
-—Lo entiendo, hasta luego, Grace.
—Cuídate Layla, te llamo cuando pueda.
La soledad se había convertido en mi compañera más cercana. Volver a enfrentar el mundo exterior me parecía un reto monumental. Mientras aún sostenía el teléfono, un torrente de emociones me invadió. La voz de Grace resonaba en mi mente, recordándome que el tiempo se me escapaba.
Tal vez tenía razón. Esa conversación con Jack era inevitable. Pero, ¿cómo se le decía a alguien que una parte de mí aún lo amaba, mientras que otra parte lo culpaba por lo que había sucedido en San Francisco? La incertidumbre me mantenía atada a mi cama.
Miré por la ventana. La luz del sol entraba a raudales, iluminando la habitación oscura y desordenada. Un recordatorio de todo lo que había perdido y de cuánto anhelaba el pasado. En mi mente, revivía esos momentos felices, pero también la tensión, el miedo y la angustia que habían seguido. La idea de una confrontación con Jack provocaba en mí una mezcla de ansias y pavor.
La voz de Grace se desvanecía mientras cada vez era más consciente de que ignorar a Jack no cambiaría lo ocurrido. Tal vez hablar con él podría ayudarme a cerrar un capítulo doloroso.
Respiré hondo y me senté en la cama, considerando la opción de respaldar lo que había dejado atrás y dar un paso hacia adelante. No solo por mí, sino también por el chico que una vez había definido parte de mi alegría. Pero, aun así, la idea de que todo debía terminar en una boda me resultaba devastadora. Me sentí como un barco a la deriva, incapaz de decidir hacia dónde remar.
Finalmente, dejé el teléfono a un lado y traté de calmar las turbulentas emociones. Tendría que encontrar el valor para salir de esta jaula de miedo y enfrentar lo que viniera.
Sentada en el borde de mi cama, la luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras suaves en el suelo. Mi mente estaba en caos mientras jugueteaba nerviosamente con los dedos, tratando de organizar las palabras que quería decirle a Jack.
Visualicé su rostro, esos ojos que solían brillar con calidez y una sonrisa que podía iluminar incluso mis días más oscuros. La imagen me hizo sentir un nudo en el estómago. ¿Cómo podía enfrentar la situación tras todo lo que había sucedido? La idea de hablar con él era abrumadora, un laberinto sin salida. Tomé una respiración profunda y cerré los ojos, intentando imaginar cómo podría ser esa conversación.
«Quizás podría empezar con un simple hola» pensé. Pero mientras lo decía en silencio, esa palabra parecía insignificante ante la tormenta de emociones acumuladas.
Recordé las últimas palabras que intercambiamos, llenas de reproches y silencios hirientes. Parte de mí temía que al verlo, el dolor volviera a aflorar, que las lágrimas se acumulen de nuevo en mis ojos. Pero, ¿cómo podría seguir así, haciendo como si no importara lo que había pasado? La idea de dejar que el tiempo se llevara todo sin aclarar las cosas me resultaba cada vez más intolerable.
La imagen de su boda aparecía con fuerza en mi mente, una sombra oscura que se cernía sobre mi decisión.
«Si no hablo con él ahora, podría perder la oportunidad de despedirme», me dije, sintiendo que el peso de la culpa comenzaba a asfixiarme.
Me levanté, caminando nerviosamente por la habitación, buscando respuestas entre las paredes.
«¿Qué debería decirle? ¿Le diría que aún me importa?»
La presión del corazón golpeaba en mi pecho, y el temor de que tal revelación solo provocara más dolor me mantenía paralizada.
En ese instante, decidí que no podía seguir así. La puerta de mi habitación se convirtió en el umbral hacia una realidad que anhelaba, pero que también a la que temía volver. Quizás debía ser honesta, empezar desde un lugar sincero, y dejar que las palabras fluyeran, sin importar a dónde me llevaban. Finalmente, tomé el teléfono y respiré hondo, lista para dar el primer paso hacia esa conversación que tanto evitaba.
No me arriesgaba a entrar en su chat de mensajes, no quería leer sus mensajes porque quizás solo sean despedidas, y la verdad, me aterra que sea así porque yo no quiero una despedida de verdad. No estoy lista para eso, yo no quiero dejarlo ir así de fácil, pero, ¿Qué hago entonces?
Decidí que entrar al chat de Jack era un paso demasiado grande, demasiado arriesgado. En lugar de eso, respiré hondo y volví a tomar el teléfono, sintiendo que era aún más fácil abrir el chat de Mara, la hermana de Jack. Siempre había sido alguien en quien podía confiar, y quizás le ayudaría a encontrar el valor que necesitaba.
Con base en el frío silencio de mi habitación, abrí la conversación que solía tener con ella. En la pantalla se mostraban los viejos mensajes de risas compartidas y fotos del verano. Mi dedo tembloroso buscó el cuadro donde escribir. No quería mencionarle directamente lo que había pasado, así que me decidí a ser cuidadosa.
“Hola, Mara, ¿cómo has estado?” escribí, esperando que ella pudiera iluminar un poco la oscuridad en la que había estado sumida. Después de unos momentos, añadí: “¿Cómo está Jack? ¿Crees que podríamos vernos pronto para hablar?”
Esperé nerviosa, mirando la pantalla mientras formaba un círculo rojo, el símbolo que indicaba que el mensaje estaba siendo enviado. Treinta segundos después, noté que mi corazón latía más rápido a medida que una burbuja apareció en la pantalla, indicándome que Mara estaba respondiendo.
“Hola, Layla”, apareció en la pantalla.
“Estoy bien, gracias. Jack está… no sé si decir que bien. Está un poco desanimado, la verdad. Le está costando mucho lidiar con todo lo que pasó.”
Las palabras de Mara parecían un eco de mis propios sentimientos, todo un ciclo de dolor y confusión.
Le respondí rápidamente: “Entiendo. Necesito hablar con él, pero no sé cómo acercarme. Me gustaría que pudiera tener esa oportunidad”.
En este momento, sentía más esperanza al confiar mis sentimientos a alguien que realmente conocía la situación.
“Creo que Jack también quiere hablar contigo. Ha estado pensando en ti y se siente perdido. Te entendería si te resulta difícil, Layla, pero quizás podrías darle una oportunidad. Siempre está esperando un mensaje tuyo.”
Esas palabras resonaron en mi interior y finalmente sintieron como un pequeño impulso hacia adelante.
“Gracias, Mara. ¿Podrías decirle que quiero hablar pronto? No solo estoy lista para comunicarme, sino que también le llevo en mi mente. Apreciaría mucho tu ayuda.”
“Claro, haré lo posible. Si quieres, puedo ayudar a coordinar el encuentro. Pero recuerda, los dos tienen que estar listos para esto”, me respondió.
Después de terminar la conversación con Mara, me senté de nuevo en la cama, con el corazón algo más ligero. Tal vez había dado un paso pequeño, pero era un paso decisivo. La oportunidad de hablar con Jack, de confrontar lo que había pasado, comenzaba a formarse lentamente. La ansiedad aún me apretaba el pecho, pero al mismo tiempo, sentía que había salido del aislamiento al que me había sometido.
Jack
Ir a la escuela estos últimos días me ha parecido un total fastidio. Los pasillos estaban llenos de risas y conversaciones despreocupadas, mientras yo me sentía como si estuviera atrapado en una burbuja de inquietud. Cada vez que veía a Lizzie merodear cerca, recordaba la creciente presión de la boda que se acercaba, que solo estaba a siete días. No había amor entre nosotros, pero la expectativa de ser el novio seguía siendo ineludible. Era como si pudiera escuchar la melodía de la boda sonando en la distancia, una canción que no quería bailar.
Esa mañana, me encontraba en la sala de estar de casa, agachado sobre el sofá, tratando de concentrarme en las tareas escolares. Los gritos de mis padres resonaban en la cocina, discutiendo sobre las preparaciones finales de la boda. Justo en medio de mi sensación de agobio, Mara entró en la habitación.
—Jack—, dijo, su voz parecía más urgente de lo habitual—, necesitamos hablar. Su expresión era grave.
—¿Qué pasa, Mara?— pregunté, sintiendo un pequeño giro de ansiedad en mi estómago.
—Layla quiere verte—, empezó, y mi corazón se detuvo por un momento. —Está en la cafetería, esperando hablar contigo.
La mención de Layla hizo que todo en mi interior se encogiera. El deseo de correr hacia ella, de responder a su llamado me pulsaba por dentro con fuerza.
—Voy a ir—, dije rápidamente, ya imaginando cómo sería enfrentarnos después de tanto tiempo.
Sin embargo, antes de que pudiera moverme, mi madre apareció en la puerta, con un tono firme que hizo que me detuviera:
—Jack, tenemos que irnos. Es hora de ver a los Murphy— dijo, como si no hubiera espacio para la discusión.
—Mamá, espera, estoy por salir. Necesito hablar con alguien— respondí, la frustración estaba creciendo en mí.
Mara me miró, ambigua entre querer ayudarme y no querer desobedecer a nuestros padres.
—No tardaré mucho—, intenté justificarme, sintiendo que el tiempo se escurrió en mis manos.
—No, no puedes. La familia es lo primero— dijo mi madre, interrumpiendo la conversación. Sus ojos mostraban una determinación que no toleraba protestas, y eso hizo que una oleada de impotencia me abrumara.Antes de que pudiera protestar nuevamente, ella se acercó, tomada de mi brazo y me condujo hacia la puerta.
—Vas a venir, Jack. No tengo tiempo para tus distracciones—dijo, y sin darme oportunidad de reaccionar, me llevó hasta su auto.
—¡Pero, mamá! ¡Debo verla!— Grité, pero mi voz se perdió en el aire mientras ella me empujaba suavemente hacia el asiento del pasajero. La puerta se cerró con un clic que sonó a condena. Sentí cómo cada segundo que pasaba me alejaba más de Layla y de la oportunidad de resolver lo que había quedado sin decir entre nosotros.
Mientras mi madre conducía el auto, cada kilómetro que recorríamos hacia la casa de los Murphy se sentía como un ladrillo más en la pesada carga de mis emociones.
—Tienes que dejar de preocuparte por esas cosas, Jack. Esta boda es importante, y Lizzie necesita que estés aquí— insistió, como si las palabras pudieran sacarme de la red de confusión en la que me encontraba atrapado.
—¡No se cuántas veces te tengo que decir que no me quiero casar!— dije exasperado, mi voz estaba más elevada de lo normal—; ¿Acaso no ves que esto es algo estúpido? Ni siquiera me voy a graduar, solo por esta boda.
—Esto no es estúpido, Jack, esto es un bien necesario para todos. No se cuántas veces debo de repetirte lo mismo, es tu deber cumplir con esas obligaciones. ¿Si entiendes eso?
—Pero no la amo, mamá. Y Layla…—traté de decir, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Aquella conversación que nunca podría tener, la simple despedida que apenas sentía como tal.
—¿Layla? ¿De eso se trata? ¿De una chica? Grábate lo que te voy a decir Jack, ella no importa ahora. Te lo he dicho mil veces: la familia es lo primero y tienes que cumplir con tus compromisos—, respondió sin mirarme, haciéndome consciente de que no había forma de escapar de esa realidad.
Sentado en el auto, la locomoción con rumbo a lo inevitable se convertía en un reflejo de mi vida. Todo lo que realmente quería, y todo lo que mi corazón intentaba aferrarse, se iba desvaneciendo en el horizonte. La imagen de Layla, esperándome en esa cafetería con esperanza, empezaba a distorsionarse en mi mente, convirtiéndose en un eco de lo que ya había perdido, mientras la enorme presión de lo que me esperaba apenas comenzaba a hacer su efecto.
Layla
La tarde se acercaba lentamente, envuelta en una luz suave y dorada que filtraba a través de los árboles. El murmullo de la gente y el aroma del café recién hecho en la pequeña cafetería solo añadían tensión a mi nerviosismo. Había elegido un rincón en un lugar familiar, uno donde mis risas con Jack solían llenar el aire. Ahora, las sillas vacías sentadas frente a mí parecían un eco de lo que había perdido.
La decisión de reunirme allí había sido el resultado de la conversación con Mara. Había esperado que, tal vez, al estar físicamente en el mismo espacio, pudiera reunir el valor suficiente para enfrentar la situación. Colocando mi teléfono sobre la mesa, recordé lo que Mara me había dicho: “Jack ha estado pensando en ti.”
Por un momento, sintonicé con esa esperanza, sintiendo que tal vez, por fin, podríamos tener una conversación que rompiera el silencio entre nosotros.
Con cada minuto que pasaba, miraba hacia la entrada, esperando ver su familiar figura entrar. La ansiedad acumulaba expectativas, imaginando su rostro al verme. Me entregué a mi café, metiendo un sorbo tras otro, mientras el tiempo se deslizaba como agua entre mis dedos. Pasaron los primeros quince minutos, luego media hora. La angustia comenzó a tomar forma en mi pecho, como si un nudo se hiciera más fuerte cada segundo.
Todo estaba preparado para nosotros: la mesa ordenada, la luz cálida del lugar, y una calma que, inicialmente, se sentía reconfortante pero que ahora resultaba inquietante. A las cuarenta y cinco minutos, la alegría de estar allí se desvanecía, cediendo paso a un creciente desasosiego.
«Quizás solo se ha retrasado un poco»
Pensé de manera insistente, tratando de empujarme hacia la positividad.
Sin embargo, a medida que pasaban las horas, las sillas vacías se convirtieron en una pesada declaración de su ausencia. Cada nuevo golpe de la campanita al abrir la puerta me traía un destello de expectativa, pero se convertía rápidamente en desilusión. Miré mi teléfono varias veces, esperando un mensaje que no llegaba. La idea de que podría haberse olvidado me retorcía las entrañas.
Mientras las horas se deslizaron, el lugar comenzó a vaciarse de otras charlas, dejando un rastro de soledad. La espuma de mi café se había vuelto una capa seca, y la mesa frente a mí, una representación tangible de la espera inútil. Sentí como si el mundo girara a mi alrededor, ajeno a mi angustia. ¿Por qué no había llegado? Cada vez que pensaba en la posibilidad de que algo le hubiera sucedido, el pánico me envolvía más.
Finalmente, tras más de tres horas y con el corazón pesado por la desilusión, decidí que era hora de marcharme. Con pasos inciertos, dejé dinero en la mesa para el café y me levanté, sintiendo el vacío en mi pecho reemplazado por una mezcla de frustración y tristeza. La idea de enfrentar un camino vacío sin tener respuestas me parecía aún más desconcertante que la espera, pero permanecí firme.
Con la cabeza baja, salí de la cafetería, sintiendo que un capítulo más se cerraba en esta historia complicada llena de encuentros perdidos y conclusiones no resueltas. En mi interior, sabía que el tiempo se me escapaba, y que las palabras que tanto deseaba compartir con Jack se volvían ecos perdidos en el aire.
[…]
¡Hola lindas personitas! ¿Cómo están? Yo estoy muy bien.
La verdad no se que capitulo de esta historia me dolió escribir más, si este o el anterior. Aún no puede creer que solo quedan dos capitulos para terminar está historia y eso me emociona mucho.
Ahora sí, preguntas (hace tiempo no las hacía):
¿Crees que Layla y Jack se queden juntos?
¿Que te parece eso de que Jack se va a casar en solo un par de días con Lizzie?
Espero que te haya gustado el capítulo.
Deja tu voto y tu comentario, porque si, leo todos los comentarios.
Muchas gracias por leer.
Besos Gea <3.
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