• 34. ¿Acaso no hay salida? •

Jack

—¡¿En qué carajo estaban pensando los dos?!— La furia de mamá se podía notar hasta china.

El festival se había terminado, Mara y yo llegamos a casa luego de que terminara mi cita con Layla y la dejáramos en su casa y para ninguna sorpresa para ambos al llegar mis encontramos con nuestros padres en la sala de estar esperando por nosotros con su molestia a mil.

—¿Cómo se te ocurre hacernos pasar esa vergüenza frente a los Murphy, Jack?— Interrogó papá con su ceño—. Y tú Mara, ¿por qué no lo detuviste?

—No tengo la razón para detenerlo, ninguno de los dos quería estar ahí y si estábamos era por obligación que ustedes nos impusieron a nosotros.

La tensión en la sala me oprimía el pecho. Miré a Mara, que estaba a mi lado, y su mirada desgastada me decía que era hora de que alguien hablara con sinceridad.

—Yo no quería estar en esa iglesia con los Murphy, y ustedes lo saben —dije, intentando mantener la calma.

Mamá bufó, cruzando los brazos, y puedo jurar que su expresión se tornó aún más severa.

—¡No se trata solo de lo que quieren ustedes! —exclamó mamá, su voz elevándose—. Se trata de ser parte de la comunidad, de mostrar respeto. La vida no es solo lo que te hace feliz, Jack. A veces hay que hacer cosas que no nos gustan por el bien de los demás.

Sentí que el aire se volvía denso y me costaba encontrar la palabras. ¿Desde cuándo era yo responsable de la felicidad de los demás?

—Respeto lo que ustedes quieren, pero esto es demasiado —respondí, tratando de mantenerme la voz firme—. No puedo hacer siempre lo que ustedes dicen solo porque es lo que esperan. Parece que no pueden ver lo que realmente quiero o lo que siento.

«¿De verdad me toman enserio como persona para tomar decisiones sobre mí vida?»

Papá se acercó un paso, su mirada intensa.

—¿Y qué es lo que quieres, Jack? Porque no parece que quieras escuchar razones. ¿Es tan difícil entender que no todo es opcional?

—¡Lo que quiero es tener una vida normal! —grité, mi paciencia estaba desbordándose—. Quiero salir con mis amigos, tener tiempo para mí mismo, y no sentir que tengo que complacer a los demás todo el tiempo. ¡A veces siento que soy solo un títere en su obra de teatro!

Mara, aún de pie a mi lado, me sostuvo con su mirada. A veces, era ella quien parecía más afectada por nuestra dinámica familiar que yo, y en ese momento lo sentí a pesar de que se encontraba en silencio.

—Les hemos dado todo a ambos—intervino mamá, su cabello que siempre estaba peinando de forma perfecta estaba un poco desprolijo ante la tensión de todos en la casa—. Lo mínimo que está familia les exige a ambos es respeto hacia ella y compromiso con las decisiones que se toman en ella.

—¡Esas decisiones de deberían contar!— Alegó Mara—¡No están tomando en cuenta nuestro voto en ella se supone que somos parte de esta familia!

La tensión en la sala era palpable; podía sentir cómo la electricidad de la discusión llenaba el aire. El ambiente se había vuelto un campo de batalla donde la empatía y la comprensión parecían haberse rendido ante el disenso.

—No se trata de un voto, Mara —dijo papá, intentando mantener la calma ante nuestro punto de vista—. Se trata de valores familiares. Ustedes tienen que entender que hay expectativas que debemos cumplir para mantener la armonía. Esta no es solo su casa, es nuestro hogar, hay sacrificios que hacer y una gran compañía que mantener.

Mara frunció el ceño, con los brazos cruzados, como si esas palabras fueran un golpe directo a su sentido de justicia.

—¿Y si esas expectativas son las que nos están haciendo infelices? —preguntó. Su voz era firme, pero había una pizca de angustia que se podía notar a pesar de su valentía—. Nos merecemos ser escuchados, no ignorados porque somos jóvenes. ¿No pueden ver que esta situación nos hace sentir atrapados?

A mi lado, la frustración crecía y ya no sabía cómo hacer que mis padres entendieran nuestro punto de vista. A veces, parecía que estaban más enfocados en lo que ellos creían que debíamos ser que en lo que realmente éramos.

—¿De verdad creen que esto es fácil para nosotros? —interrogué, ya sintiendo que la culpa y la tristeza se entrelazaban en una maraña poderosa—. Muchas veces tengo la sensación de que lo único que hacen es proyectar sus propios sueños en nosotros. No nos permiten vivir nuestros propios fracasos, ni siquiera nuestras propias decisiones.

Mamá dio un paso adelante, la furia aún visible en su rostro. Pero había algo más que eso; quizás un destello de preocupación. Era como si, por un momento, la madre que solo quería lo mejor para sus hijos dejara entrever la mujer que también había tenido sus propias luchas.

—Jack, lo hacemos porque nos importa. Porque hemos recorrido un camino largo para llegar donde estamos. ¿No puedes ver que todo esto es por amor? —dijo, tratando de hacerme entrar en razón con sus ideales.

—Mamá, esto no es por amor—, la detuve antes de que siguiera—. Esto es para su beneficio propio, yo no quiero casarme, tengo muchas cosas que hacer todavía antes de vincular mi vida con la de alguien más. No quiero casarme con Lizzie y no lo voy a hacer.

El aire se volvió denso, y la tensión entre nosotros alcanzó niveles insoportables. Por un momento, el tiempo se detuvo mientras mis palabras flotaban en el ambiente como un eco perturbador. La mirada de mamá se oscureció y sentí que el ambiente daba un giro. Antes de que pudiera reaccionar, su mano se alzó y ¡pum! Un chasquido resonó en la habitación cuando me dio una bofetada.

La sorpresa fue instantánea, como un golpe de frío en una tarde de verano. Me quedé quieto, atónito, tocando la mejilla que ardía por el impacto. El dolor físico se mezcló con una profunda sensación de traición y confusión. Nunca había visto a mamá perder el control de esa forma.

—¡Abigail!— La llamo papá, ante aquella reacción.

—¡Mamá!—Chillo Mara, su voz temblando. Su mirada oscilaba entre preocupación por mí y ira por la reacción de mamá.

—¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? —dijo ella, su voz apenas un susurro, cargada de incredulidad y enojo mientras me miraba.

Mara dio un paso atrás, su expresión entre shock y temor, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir, ninguno de los dos estamos acostumbrados a ver como una mujer tan recta como nuestra madre se saliera de sus casillas y reaccionara de esta forma. El silencio que siguió era ensordecedor, como si el mundo se hubiera detenido para contemplar la brutalidad del momento.

Mamá respiró hondo, como si intentara contener la tormenta que se desataba dentro de ella. Sus ojos brillaban con lágrimas reprimidas, pero también con furia.

—Te he dado todo, Jack. Todo lo que soy está en ustedes. Y tú, aquí, deshonrando nuestra familia, tirando todo por la borda por tus caprichos adolescentes —dijo, su voz ahora desbordante de emoción.

—No fue un capricho —respondí, tratando de recuperar la compostura, aunque la bofetada aún resonaba en mi mente. No podía dejar que esto acabara aquí, que su reacción nos llevara a un silencio que nunca podríamos romper. —Lo que quiero es ser feliz y vivir mi vida a mi manera. Y no, no estoy deshonrando a la familia, solo pido un poco de respeto hacia mis deseos.

Papá estaba paralizado, incapaz de intervenir, como si las palabras y acciones de mamá lo hubieran dejado sin aliento. Un silencio pesado envuelto en dolor se cernía sobre nosotros.

Mamá, temblando, retiró la mano y cubrió su rostro con ambas palmas, como si se estuviera dando cuenta de la magnitud de lo que acababa de hacer.

—No quiero pelear —dijo ella, recobrando la compostura ante nosotros y volvió a su máscara de frialdad—. Pero la decisión está tomada, te casarás en tres semanas con Lizzie, quieras o no, no hay forma de que eso cambie. Así que disfruta de estas tres semanas que te quedan porque luego de la boda dejáramos Jackson Bill y nos iremos a Alemania con los Murphy para que empieces con tus nuevas responsabilidades.

—¿Qué?— Pregunto Mara, atónita—. ¿Nos iremos?

—Si, y eso es todo lo que ambos deben saber. Fin de la discusión—, sentenció mamá antes de salir de la sala de estar y a sus espaldas siguiendo sus pasos papá.

Me desplome en el sofá y escondí mi rostro entre mis manos. Mara se acercó, envolviéndome con sus brazos en un gesto de apoyo mientras la tensión comenzaba a disiparse lentamente.

—No puedo creer que esto esté pasando —murmuré. La ira y la tristeza se entrelazaban en un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar.

Mara acarició mi espalda con suavidad. Su presencia era un consuelo en medio de la tormenta. No me sentía bien, a pesar de que la tormenta de inestabilidad e incomprensión se había esfumado un poco aún quedaban pequeños residuos de ellos en el aire. Necesito irme de aquí un rato.

—Necesito salir de aquí —dije de repente, levantando la mirada hacia Mara. Su expresión era de preocupación, pero también de comprensión.

—¿A dónde vas? —preguntó, mordiéndose el labio.

—No lo sé… Solo necesito un momento a solas, un respiro —respondí, sintiendo la presión en mi pecho. Quería alejarme de la tensión de casa, de las expectativas que pesaban sobre mí como una losa.

Mara asintió lentamente, como si comprendiera que, a veces, necesitaba escapar para despejar la mente.

—Está bien, pero ten cuidado —me advirtió—. No quiero que te metas en problemas.

—Lo prometo —dije, sonriendo levemente. En ese momento, el plan se estaba formando en mi mente. Nos habían enseñado a ser responsables y pensar antes de actuar, pero a veces el instinto debía tomar la delantera.
Salí de casa, dejando a Mara atrás, y me dirigí hacia mi camioneta estacionada en la entrada. Encendí el motor, y el sonido del vehículo resonó en la quietud de la noche. A medida que conducía, dejé que la brisa fría entrara por la ventanilla, intentando despejar mis pensamientos.

Mientras manejaba, sentí que la tensión en mi cuerpo comenzaba a disiparse. La ciudad se iluminaba a medida que me acercaba a la zona donde vivía Dion, mis neuronas empezaban a despejarse en el camino que siempre consistió en un pequeño escape a la rutina de mis problemas.
Llegué a un edificio de apartamentos que destacaba por su diseño moderno y elegante. A primera vista, el lugar se veía lujoso, con grandes ventanales y un vestíbulo que emanaba sofisticación. A pesar de que sabía que Dion vivía aquí, siempre me sorprendía lo impresionante que era el lugar.

Estacioné la camioneta y me dirigí a la entrada; al cruzar la puerta de cristal, un aire fresco me envolvió. La decoración era contemporánea, con luces suaves y plantas bien cuidadas. Subí en el ascensor hasta el último piso, sabía que Dion siempre me recibiría con los brazos abiertos, pero necesitaba explicarle por qué aparecía en su puerta a altas horas de la noche.

Golpeé la puerta del apartamento, y escuché el inconfundible sonido de pasos acercándose. La puerta se abrió poco después, revelando a Dion con una camiseta de manga larga y un gesto de sorpresa en su rostro.

—¡Jack! ¿Qué haces aquí? —preguntó, frunciendo el ceño, pero rápidamente su sorpresa se convirtió en preocupación al ver la expresión en mi cara—. ¿Estás bien?

—No realmente —respondí, empujando la puerta y entrando. Me sentí aliviado de estar allí, pero el peso de la situación seguía siendo abrumador.

Dion cerró la puerta detrás de mí y nos dirigimos a la sala de estar, que mostraba un estilo de vida igual de refinado que el mío. Paredes con arte moderno, un sofá elegante y una vista espectacular de la ciudad. Me dejé caer en el sofá, sintiéndome como si fuese un extraño en un mundo que no era el mío.

—¿Qué está pasando? —preguntó, sentándose a mi lado con una mirada intensa, como si estuviera dispuesto a escuchar.

Le conté todo: la confrontación con mis padres, las expectativas que me aplastaban, la posible mudanza y la inminente boda con Lizzie que me tenía atrapado. Mi voz temblaba ligeramente mientras hablaba, pero Dion permanecía atento, su expresión serena como siempre.

—No quiero casarme —dije, frustrado—. Solo quiero ser yo mismo sin que me digan lo que tengo que hacer.

Dion asintió, comprendiendo la gravedad de mi situación.

—Lo sé —dijo con seguridad—. Y tienes razón al querer salir de ahí. Pero no puedes quedarte aquí escondido de tus padres para siempre por mucho que me gustará. Necesitamos pensar en un plan.

—Lo sé —respondí, sintiéndome algo perdido—. Pero ahora mismo, solo quería escapar y ver si podía encontrar algo de claridad aquí.

—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites —ofreció Dion—. Siempre estoy aquí para ti. Solo necesito saber cómo te puedo ayudar a salir de esto.

Miré por la ventana hacia la brillante ciudad, sintiendo que, aunque la situación en casa era complicada, al menos era un pequeño consuelo saber que tenía un amigo como Dion, listo para respaldarme en cada paso del camino.

—Gracias, Dion —dije, sintiéndome un poco más aliviado.

—No hay de que, para eso estamos los mejores amigos—respondió.

Dion sonrió con complicidad y se levantó del sofá, un brillo juguetón en sus ojos.

—Oye, creo que tengo la solución perfecta para despejar tu mente —dijo, mientras se dirigía a una de las estanterías donde tenía varios juegos y consolas de videojuegos.

—¿Qué tienes en mente? —pregunté, levantándome del sofá con curiosidad.

—La Play Station, por supuesto. ¡Vamos a jugar! Necesitamos un poco de acción virtual para olvidarnos de los problemas —respondió, ya sacando el control de la consola y conectando todo rápidamente.

Me reí, sintiendo que la tensión comenzaba a disiparse aún más con la perspectiva de jugar videojuegos. Era algo que siempre disfrutábamos juntos, una especie de terapia para escapar de la realidad.

Mientras Dion encendía la consola, me recosté de nuevo en el sofá, ahora con una sonrisa en el rostro.

—¿Cómo va la búsqueda de inversores para salvar la compañía? —pregunto de repente, recordando que había estado sumido en ese proyecto justo antes de que estallara todo el drama familiar.

—He estado en muchas reuniones —comencé, con un tono un poco más serio—. He hablado con varias personas, pero la verdad es que nadie parece estar interesado en invertir. Es frustrante, porque lo necesito, no solo por la empresa, sino para no tener que casarme con Lizzie.

—¿Y si hacemos alguna presentación más creativa? —sugirió, intentando darle una vuelta positiva al asunto—. Tal vez haya una manera de atraer su interés mostrando lo que realmente hacemos, lo que puede ofrecer la empresa.

Asentí pensativo, mientras observo a Dion quien seleccionaba un juego para empezar.

—Eso podría funcionar, pero tengo que pensar en una estrategia. Tal vez deberíamos reunirnos con algún diseñador o alguien que pueda ayudarnos a hacerlo más atractivo visualmente.

La idea comenzó a tomar forma entre nosotros, en medio de risas y gritos de victoria mientras comenzábamos la competencia en pantalla. Los personajes de los videojuegos bailaban y luchaban mientras nuestras voces se alzaban, y por un momento incluso se olvidó la presión que ambos llevábamos en nuestros corazones.

—Sin embargo, lo más importante —dije, riendo tras anotar un punto en el juego— es que tengo que resolver este asunto antes de que Lizzie lo haga por mí. ¡No voy a dejar que decidan mi futuro sin que yo tenga una voz en ello!

El desafío estaba lanzado, tanto en el juego como en la vida real. A medida que la noche avanzaba y los píxeles en la pantalla iluminaban nuestras caras, la camaradería y el entendimiento entre nosotros se volvían cada vez más fuertes. Tal vez, solo tal vez, juntos podríamos encontrar una salida a estas encrucijadas que nos amenazaban como rieles de un tren descarrilado.

Pero una parte de mi se preguntaba si de verdad todo eso iba a funcionar, ya había pasado un mes y no había resultado alguno de todos nuestros esfuerzos. ¿Acaso no hay salida? ¿Acaso mi futuro de verdad dependerá de un matrimonio arreglado? El sentimiento de incertidumbre se apoderaba de mí cada vez que esas preguntas se colaban a mi cabeza cada noche.

«¿Qué es lo que debería hacer?»

Layla

Caminaba por el pasillo de la escuela, los ecos de mis pasos resonando en el suelo pulido. La luz de la mañana se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente cálido que me llenaba de energía. Mientras pensaba en las tareas del día—el examen de matemáticas y el proyecto de historia que aún no había comenzado—me acerqué a la puerta del aula y, al ver a mis amigas, una sonrisa se dibujó en mi rostro.

—¡Hola, chicas!— Grité con entusiasmo, acercándome a Grace, Mara y Erika que estaban reunidas, charlando animadamente.

—¡Layla! ¡Te estábamos esperando!— exclamó Grace, iluminando el ambiente con su sonrisa. Mara y Erika se abalanzaron sobre mí, dándome abrazos que me hicieron sentir como en casa. Ese momento, lleno de risas y complicidad, era mi parte favorita del día. Nos acomodamos en la parte de atrás del aula, el lugar perfecto para chismear un poco antes de que comenzara la clase. Ya que se había vuelto rutina cada vez que teníamos clases juntas.

A medida que el profesor entraba al aula y se aclaraba la garganta, un nerviosismo especial empezó a recorrerme.

—Chicos, tengo una gran noticia que compartir con ustedes—, comenzó, y de inmediato, una chispa de emoción recorrió el aula.

Mis compañeros comenzaron a murmurar, y yo sentí que mi corazón latía con más fuerza.

—Este año, nuestro viaje escolar será a… San Francisco—, anunció, y en ese instante, el aula estalló en un clamor de sorpresas y gritos de alegría. Sentí que me faltaba el aire. ¡San Francisco! Imaginé el famoso puente, los coloridos barrios y el sonido de las olas rompiendo contra las rocas.

—¡Cuatro días!—Continuó el profesor, sumergiéndonos en el caos de la emoción. Miré a mis amigas, mis ojos debían brillar tanto como los de ellas. Erika estaba saltando en su asiento, y Mara no podía dejar de aplaudir pero había algo extraño en su expresión. Las risas y los gritos llenaban el aire, y mi corazón se aceleraba al compás de su entusiasmo.

—¡No puedo creerlo! ¡Tenemos que hacer un montón de cosas allá! ¿Visitar esa cárcel famosa? ¿Y los tranvías? ¡Esto va a ser épico!— gritó Grace.

La energía de sus palabras me envolvía. No podía dejar de sonreír mientras escuchaba los planes que comenzaban a trazar. Era como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera, y solo existiera la emoción del viaje inminente. En ese instante, entre risas y promesas, supe que iba a ser un viaje inolvidable, un capítulo nuevo en nuestra historia. La escuela y los exámenes parecían tan lejanos ahora; solo podíamos soñar con la aventura que nos esperaba. La clase comenzó como si nada hubiera pasado hace un momento y transcurrió de forma tranquila.

[…]

A medida que la cafetería se llenaba del bullicio habitual, me acomodé en la mesa con mis amigos, aún con la emoción del anuncio vibrando dentro de mí. La luz del sol se colaba a través de las ventanas, iluminando los rostros ansiosos y emocionados de todos. La noticia del viaje a San Francisco seguía dando vueltas en mi mente como un torbellino de posibilidades y aventuras.

—¡Se los dije!— gritó Félix, tan seguro de sí mismo como siempre. Estaba sentado frente a nosotros, su sonrisa radiante y triunfante. —¡Les dije que iríamos a San Francisco! —se levantó de su asiento, gesticulando como si estuviera dando un discurso.

Tomé un sorbo de mi jugo de naranja, sintiendo el frescor cítrico en mi boca, mientras mis ojos iban de un lado a otro de la mesa. Grace estaba tan inmersa en su mundo de moda que parecía no escuchar nada más. Le mostraba a Erika y Mara fotos de diferentes vestidos que había encontrado en línea, hablando sobre los estilos que deberíamos llevar para el viaje.

—¡Mira este!— decía Grace, sosteniendo su teléfono con entusiasmo. —Este vestido amarillo sería perfecto para las fotos en el puente.

Erika asentía, sus ojos brillando de emoción mientras contemplaba las imágenes, y Mara, siempre la más crítica del grupo, rebatía un poco sobre los colores. Disfrutaba ver cómo interaccionaban, la complicidad entre ellas y esos pequeños momentos que hacían que nuestra amistad fuera tan especial.

Al lado mío, Jack se había acomodado, abrazando mi cintura. Su cercanía me hacía sentir tranquila y más cómoda en medio del caos. Siempre había sido así, encontrando refugio en su presencia.

—¿Estás emocionada por el viaje?— preguntó Jack, mirándome con esos ojos cafés que a veces me distraían de todo lo demás.

—Si— respondí, una sonrisa involuntaria asomándose en mis labios. —No puedo esperar a ver el puente y todo.

Félix interrumpió nuestro momento: —¿Y qué tal si hacemos una lista de cosas que debemos llevar? ¡Tienen que ser imprescindibles!— Su entusiasmo era contagioso, y pronto todos comenzamos a aportar ideas.

En una esquina de la mesa, Félix y Dion estaban en su propio mundo.
Dion parecía escéptico acerca del viaje, como si estuviera creando una estrategia para no perderse en la bulliciosa ciudad, mientras que Félix ya hablaba de hacer un video sobre todo lo que íbamos a hacer.

El bullicio de la cafetería se mezclaba con nuestras risas y los gritos lejanos de otros compañeros, pero en mi interior había un sentimiento de anticipación. Todo lo que me rodeaba se mezclaba con sueños y risas compartidas, y con cada conversación sobre el viaje, iba formando en mi mente el escenario perfecto para esos cuatro días que nos esperarían. Mientras pensaba en las experiencias que tendríamos, no podía evitar sentir que este viaje significaría algo más que solo un tiempo fuera de la escuela.

«Tal vez solo sea mi imaginación»

—¿Oye podemos hablar un momento?— La voz de Jack se escuchó como un susurro en mis oídos. Lo miré y asentí, se levantó de la mesa atrayendo la mirada de los demás hacia él—. Iremos afuera un momento.

Jack tomó mi mano, y esa conexión instantánea me tranquilizó. Caminamos hacia la salida de la cafetería, el aire fresco que nos golpeó en la cara era un alivio ante el calor de los cuerpos apiñados en el interior. Una vez afuera, el murmullo de la cafetería se convirtió en un suave eco, mientras nos dirigíamos a un rincón apartado del patio, donde unos bancos de madera brindaban un espacio más íntimo.

—¿Qué sucede?— pregunté, tratando de desentrañar su expresión un poco más seria de lo habitual.

—Solo quería tener un momento a solas contigo— dijo, mirándome en los ojos con esa intensidad que siempre me dejaba un poco atrapada. Se pasó una mano por el cabello, un gesto que solía usar cuando estaba nervioso.

—¿Algo así como un secreto, desgraciado?— bromeé, intentando aliviar la tensión y sacar una sonrisa de su rostro.

Jack sonrió, pero su mirada revelaba que había algo importante que debía decir. —No exactamente un secreto, pero quería hablar sobre el viaje. Es un gran paso, y…— hizo una pausa, como si buscará las palabras adecuadas.

Mi curiosidad creció. ¿Por qué parecía tan preocupado?

—¿Has estado pensando en algo en particular?— le pregunté, inclinándome ligeramente hacia él.

Acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja antes de hablar.

—He pensado en muchas cosas la verdad, loca—comenzó a decir—. No quiero que esos pensamientos que tengo te abrumen, así que no te preocupes.

Me mordí el interior de la mejilla mientras asentía lentamente.

«¿Qué me estás ocultando?»

—Estoy feliz de ir a San Francisco contigo, loca— dijo con una sonrisa—, créeme que haré que este viaje sea inolvidable para ti.

—¿Ah sí, desgraciado?— Cuestioné con una sonrisa.

—Si, loca.

—Eso lo veremos.

Una mueca se formó en la cara de Jack.

—¿Dudas de mi?— Preguntó, me encogí de hombros con una sonrisa.

Caminamos hasta la cancha de fútbol y nos quedamos allí un rato admirando el cielo en la compañía del otro. Hasta que Jack volvió a hablar.

—Layla, tu lees muchas historias—, empezó a hablar, lo mire pero él no me miraba a mi sino que mantenía su mirada fija en las nubes—. ¿Nunca has leído un libro en dónde él protagonista sea obligado por sus padres a tener una responsabilidad que él no quiera?

—Si, algunos.

—¿Y dime qué hace el o la protagonista en esos casos?

Lo miré con curiosidad, sintiendo que la conversación se tornaba más profunda. Jack siempre había tenido ese toque de misterio, esa manera de hacer que incluso las charlas triviales tuvieran un significado oculto.

—Normalmente, luchan contra lo que les impusieron, ¿no? A veces se rebelan, o intentan encontrar una manera de cumplir con las expectativas sin perderse a sí mismos— respondí, pensando en los libros que había leído y los personajes que había llegado a querer.

Jack asintió lentamente, como si estuviera considerando mis palabras con seriedad.

—Exacto. Y a veces, descubren que lo que les parecía una carga en realidad puede traerles nuevas oportunidades o experiencias inesperadas— continuó, girando levemente su cabeza hacia mí, aunque sus ojos seguían fijos en el cielo.

—¿A qué te refieres?— pregunté, sintiendo que había algo más detrás de su comentario.

—Solo… pienso que, a veces, las cosas que nos asustan o nos parecen imposiciones, como este viaje, pueden convertirse en algo mucho más grande— dijo, finalmente llevándome a su mirada. —Como un camino que nos lleva a descubrimientos sobre nosotros mismos.

Sus palabras resonaron dentro de mí, haciendo eco de esa mezcla de emoción y miedo que había sentido al pensar en San Francisco pero también sentía que algo no iba del todo bien.

—Es cierto— reconocí. —A veces, lo desconocido puede ser aterrador, pero también puede abrir puertas que nunca imaginamos.

—¡Exacto!— exclamó Jack, su rostro iluminado por la comprensión. —Solo quería decirte que, aunque puede parecer un gran viaje, creo que será una experiencia que nos permitirá crecer, tanto a ti como a mí, y a todos. No debemos dejar que nuestros temores nos detengan.

Sonreí, sintiendo que la energía entre nosotros se fortalecía. —Me gusta cómo piensas, desgraciado. Quizás tengas razón.

—Lo se— bromeó, guiñándome un ojo.

Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando la tranquilidad del espacio, el suave murmullo de las conversaciones en el fondo y el canto lejano de los pájaros. El cielo estaba despejado, lleno de nubes esponjosas que danzaban lentamente.

—Y si las cosas se ponen difíciles— continuo, rompiendo el silencio—, yo estaré ahí para ayudarte, así que nunca dudes de eso.

Su declaración me hizo sentir un ligero cosquilleo en el estómago, una calidez reconfortante.

—Gracias, Jack. Eso significa mucho para mí. Sé que siempre puedo contar contigo— respondí, asegurándole que esta complicidad nos acompañaría en cada paso de nuestro viaje.

—Y prometo que haremos que San Francisco sea inolvidable— afirmó, sonriendo de nuevo.

Mientras nos dirigíamos de regreso a la cafetería, la conversación sobre el viaje y la pregunta sobre los libros hacían ruido en mi cabeza, como si mi instinto quisiera decirme que me de cuenta de algo, pero ¿De que debo darme cuenta?

[…]

¡Hola lindas personitas! ¿Cómo están?

Bueno, vengo a dejarles por aquí este nuevo  capítulo del club del periódico. También quiero decirles que deberían ir a echarle un vistazo a la descripción del libro en dónde se encuentra la sinopsis para que vean la pequeña sorpresa que deje.

Ahora sí, preguntas:

¿Creen que Jack está tratando de decirle la verdad a Layla?

¿Si pudieran describir a la familia Anders con una canción cuál sería?

¿Están preparad@s para viajar a San Francisco con Layla y Jack?

¿Que te pareció la sorpresa que está en la descripción?

Espero que te haya gustado.

Gracias por leer.

Deja tu voto y tu comentario si te gusto.

Besos Gea <3.

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