Capítulo II
Ya todo estaba decidido. Así fue como los cuatro se dirigieron a la casa abandonada, esta quedaba en un extenso terreno rodeada de muchos árboles entre apamates y cedros. Era un lugar aislados de las otras casas a su alrededor, pero con una vista directa a la plaza mayor del pueblo. Desde ahí se podía apreciar las diferentes calles del pueblo. Se podía ver a los más chicos jugar y transitar las calles en patinetas, patines y bicicletas. Sus risas se elevaban al cielo estrellado impulsadas por la brisa nocturna. La mayoría de los adultos esperaron en el cementerio a que el párroco concluyera con la misa y demás actividades religiosas. Al terminar los chicos salieron del cementerio. Tras alejarse podían observar los puntitos luminosos provenientes de las muchas velas que estaba colocadas en las diferentes tumbas, lapidas, capillas, mausoleos y columbarios de aquellas necrópolis que daba plena vida espiritual, aunque a simple vista de mortal no pudieron notarlo.
Siguieron su camino hasta el final del sendero que a esta altura estaba en total oscuridad, al llegar a la entrada de la vieja casona de los Fonseca se detuvieron casi al mismo tiempo.
—¿Qué esperan? —preguntó Federico impaciente—. Toquen a la puerta. O creen qué se abrirá por obra y gracia del espíritu santo.
—Profano —gruñó Miguel, sintiendo un frío recorriendo su interior—. Toca tú si estás de afán. Aún estamos a tiempo de irnos. Este lugar me da mala espina.
Y pensó:
"Algo me dice que me arrepentiré y pronto lo sabré"
—Tontería —exclamó serenamente Luis—. Siempre tan pesimista, amigo. Esta bien, tocaré yo. Al fin y al cabo parece ser que soy el más valiente de todos ustedes.
Así lo hizo. Dio unos cuantos toques al enorme portón de madera y enseguida la puerta se abrió. En la entrada estaba Carlos, llevaba un atuendo negro con una capa como si fuese el príncipe de las tinieblas.
—¡Bienvenidos! —dijo de manera sombría a sus invitados inesperados—. Esta es su casa. Pasen y siéntanse en libertad de reunirse con los demás chicos.
Luis y Federico no esperaron que se lo dijeran dos veces y de inmediato entraron. Camila le agarró la mano a Miguel que aún dudaba y con una mirada de aprobación los instó a seguir adelante a aquel escalofriante lugar que le produjo una extraña sensación desde el momento que puso los pies en la entrada. Un amplio pasillo los condujo a un gran salón, ambientado de manera acorde con la celebración. Desde la entrada hasta el salón unos sirios alumbraban la casa pues como era de esperarse y por lo abandonada no tenía electricidad alguna.
—¡Hola chicos! —expresó amenamente uno de los miembros del club—. Veo que pudieron convencer a Miguel después de todo. ¡Genial! Vamos chicos, pónganse cómodos que la noche es nuestra para deleitarnos con un montón de historias. Espero que estén preparados.
En la estancia. Había alrededor de unos veinticincos jóvenes, sus caras maquilladas daba muestra del ímpetu adolecente por explorar lo oculto o por lo menos buscaba emociones intensas mediante las narraciones de historias de terror que cada uno se moría por relatar. Los chicos de aquella reunión tenían entre 15 y 17 años de edad. No todos eran miembro del club de misterio aunque si todos eran estudiantes de la secundaria Gabriel Liendo. Luego de haber entrado los cuatro amigos, las puertas de la casa se cerraron y no permitió la entrada de más nadie. Miguel se dio cuenta y no comprendió el por qué de aquella medida. Trató de comunicárselo a los demás pero no le hicieron caso. En su corazón presintió que eso no era normal. Carlos pareció leer sus pensamientos y le informó que eso se debía a que ya estaba completa la sesión además que solo unos cuantos tendrían el privilegio de asistir a la misma por ser especial y ellos eran los últimos que esperaban. Eso fue peor para él pues, ¿cómo sabia Carlos que ellos vendrían? Si apenas lo habían decidido y no se lo habían dicho a nadie. Eso definitivamente le produjo escalofríos.
—¡Por Dios amigo! Relájate un poco. Estás tan tenso que pareces de piedra —comentó Camila que seguía a su lado dándole ánimo—. Verás que solo son cuentos de niños. No tienes porque preocuparte.
Ya todo estaba dispuesto para comenzar. Carlos como presidente del club y anfitrión, hizo el anunció de una nueva estrategia para la participación de todos los presentes. La misma consistió primero: dibujar una gran circunferencia en medio del salón. Seguidamente colocó cinco velas rojas encendidas con unas flamas casi rojizas con tonalidades naranja en cinco puntos de aquel círculo blanco. De una bolsa de tela negra sacó unos extraños objetos que según él eran de sus antepasados, esto lo hizo para darle un toque de fuerza espiritual, agregó a los lados unos dibujos simbólicos con una tiza negra, por cada dibujo se le escuchó murmurar unas entrañas palabras. Finalmente les indicó a todos que debían colocarse a los lados de manera que cada chico quedaran frente unos con otros ya que con él seria veintiséis colocándose como anfitrión en frente de ellos junto a oto chico que se colocaría al final y quedaría de frente a el. Al iniciar con las historias se colocarían dentro del círculo con una vela encendida en la mano que al concluir el relato deberían apagar y darle el pase al siguiente participante y asi sucesivamente.
—¡Oye Carlos! ¿Qué demonios es toda esta parafernalia a una simple reunión de relatos? -Preguntó uno de los chicos incomodo.
Miguel secundó lo que había dicho aquel joven y agregó:
-—No veo necesaria tanta estupidez. Además de que te apuesto que ni siquiera sabes los que estas haciendo. Ya es demasiado para una simple reunión de cerebrito aunque lamento incluirme en los presentes. Vamos hombre pongamos serios.
El anfitrión hizo caso omiso a los comentarios y prosiguió:
—Necesito una último ingrediente para completar el circulo de protección y es que por cada vez que pasen al circulo deberán dar un pequeño corte del dedo índice de su mano izquierda y colocar unas cuantas gotas de sangre en este recipiente de arcilla que tendrán frente a ustedes de esa manera podrán iniciar su relato.
—¿Qué...? —Susurró Miguel a Camila—. Esto ya raya en la locura. De ninguna manera derramaré mi sangre. Este demente siempre anda jugando con cuestiones sagradas que no conoce, te aseguró que traerá malas consecuencias.
Ella lo miró un poco incomoda pero luego sonrió, aunque no le gustó nada lo de la sangre no dijo nada para no darle alas a Miguel. Solo le dio un beso en la mejilla y apretó su mano como si con ese gesto lo cubriera con su cariño.
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