Capítulo 2

Diez minutos para las ocho de la noche.

Apestando a jugo de naranja, del garrafón que se había roto sobre mi camisa, con un pésimo humor y cansada hasta los huesos arrastré los pies a la puerta. "Parece que un niño me vomitó encima",  pensé molesta apreciando la mancha naranja en el centro. Solté el estropajo que tenía como cabello deseando mitigar el dolor de cabeza que comenzaba a incrementarse. Me sentí la mujer más asquerosa del mundo al entrar en la casa, ordenada e inundada del aroma a chocolate. Era lo único fuera de lugar, todo me lo recordaba. Tomé un respiro para no perder los nervios, hasta que una voz me regresó al mundo. Mi mundo.

—¡Mamá, llegaste!

Nico corrió a recibirme para abrazarme fuerte de los pies. Sonreí despeinándolo, siempre era bueno verlo. Cuando todo iba mal, contemplarlo me animaba. No mentiría, los problemas no desaparecían con su presencia, nada mágico, pero me sentía más confiada para enfrentarlos.

—Hueles a naranja —dijo con una sonrisa aspirando de la tela. Hice una mueca desagradable con la boca.

—Un accidente del trabajo —reconocí sin pizca orgullo. Nico me cogió de la mano, dejé con torpeza la mochila en el suelo para sentarme a su lado en el diminuto sillón.

—Ojalá a mí me bañaran con jugo de naranja —opinó abrazándome sin tener idea de lo que hablaba, parecía Rosca de Reyes—. Yo también tuve un problema en la escuela. Le apreté muy fuerte la mano al cartero.

—¿Al cartero? Oh, ya, es día de las profesiones. Este mes fue el cartero, ¿no? —pregunté recordando la dinámica que había inventado la directora para darle trabajo a su hermano cuando recién egresó.

Como no sabía qué hacer con su vida le permitió dar clases, que no era otra cosa que hablar de su profesión y contestar tontas preguntas, durante una hora. Así ya no era un desempleado. La novedad les gustó tanto a los niños que lo repitieron mes tras mes con diferentes oficios.

—Yo creo que ya estaba aburrido de escuchar lo mismo porque solo decía sí y no a todo —me contó divertido.

—Sí. No —respondí imitándolo ladeando la cabeza de un lado a otro. Ese par de respuestas las usaba con frecuencia, entendía a ese hombre mejor que nadie.

—¡Mamá! —se echó a reír. Busqué el cojín para que apoyara su cabeza en mi regazo—. Yo le hice un montón de preguntas.

—¿Por qué no me sorprende? —susurré. No sabía de quién había sacado el lado hablador, todos en casa éramos de pocas palabras.

—Julio le preguntó si podía enviar las invitaciones de su fiesta por correo —me platicó jugando con una hebra de mi cabello rojo. Yo torcí la boca, no quería que termináramos en ese tema, pero era inevitable, Nico no sabía hablar de otra cosa. Cualquier conversación tenía el mismo final.

—¿Cuándo será la fiesta? —le pregunté tratando de sonar amable.

—La próxima semana. ¿Puedo ir? —me pidió uniendo las manos en una súplica. Yo fingí pensármelo cuando era clara mi afirmativa—. Por el pastel, por favor.

—Sabes que sí. Por cierto, te traje algo —recordé por la mención.

Nico se sentó de un salto mientras yo me levantaba para buscarlo en mi mochila. Sus ojos curiosos siguieron atento cada uno de mis movimientos hasta que liberé la barra de chocolate que había comprado esa noche. Nico adoraba los dulces, eran su debilidad, así que intentaba aprovechar las ofertas en el departamento de dulcería. Él me miró como si le hubiera dado un galón de oro.

—Gracias, gracias, gracias —dijo zarandeándome en un abrazo. Apenas estaba recuperando el equilibrio cuando lo observé quitarle deprisa la envoltura. Su mirada brilló provocándome una sonrisa—. ¿Quieres? —me ofreció. Negué tajante. Era pequeño, no se lo quitaría.

—No tengo hambre. Dale a papá y mamá.

Él salió corriendo directo a la cocina donde seguro estaban charlando.

Yo solté un pesado suspiro cuando estuve sola. Verlo emocionado por algo tan pequeño me hizo sentir espantosa. Hubiera dado todo por tener un mejor salario que me permitiera comprarle lo que quisiera sin esperar todo el maldito mes. Hacerle una fiesta que fuera más allá de un pastel que yo misma prepararía, poderle pagar juegos, comprarle unos tenis, inscribirlo en una buena escuela. Era imposible cuando tenía que pedirle prestado a mamá dinero para completar el camión la última semana. Sin ella estaríamos en la calle, quizás ni siquiera eso.

Un mensaje a mi celular me despertó de mis horribles pensamientos. Lo saqué del bolsillo rápido buscando de quién podría tratarse, me sorprendió hallar el nombre de Miriam.

Miriam

¡Hola, Alba! ¿Supiste? Arturo va a hacerme una fiesta de cumpleaños.

Alba

Júramelo.

Miriam

El pobre no ha logrado mantener el secreto. ¿Qué te digo? Aun así, me pareció un detalle adorable de su parte, sabe que me gustan esas cosas. Te escribo para invitarte, en realidad quería pedirte que vinieras a mi casa, yo puedo llevarte al restaurante.

Alba

No sé si pueda. Debo pedir permiso.

Me sentí tan patética escribiendo eso último, como si fuera una niña de secundaria, pero era verdad, yo no tenía poder de decisión en esa casa. Era el hogar de mis padres que me acogían porque tenían corazón y sabían que mi paga no daba ni para rentar un cuarto.

Miriam

Vamos, Alba. Será el domingo. Arturo separó ese día porque sabe que es tu día libre.

No era mi día libre, era mi noche de lavar la ropa mientras mi hijo y papás se marchaban a visitar a la abuela. Esa noche podía ordenar todo lo de la semana, lejos de los molestos juicios de quienes querían hacerme un exorcismo. Era extraño pensar que pasé de ser su nieta favorita a recibirme con un crucifico.

De ser otra persona le hubiera dado un rotundo no, pero tratándose del club tenía que considerarlo. "Era solo una noche". Además, Miriam y Arturo siempre pensaban en mí para todos sus eventos. Hace más de un año que no salía con nadie ni a la esquina.

Antes, cuando era joven, tenía muchos amigos. Tantos que me sería imposible recordarlos a todos. Amigos que juraron seguirían siempre presente, incluso trajeron regalos para Nico cuando nació, pero después de tantas ocupaciones, de no poder identificarse con mi nueva vida, se marcharon como todos. No los culpaba. Ellos tenían otras metas, sueños diferentes a cambiar los pañales un bebé. Después solo me saludaban las mamás del preescolar.

Quizás la necesidad de hablar con otras personas me llevó a unirme a esa aplicación. Asfixiada, sin nadie con quien entablar una conversación de más de dos líneas, de no pertenecer a ningún lado, me dejé tentar por la moda. Se habían convertido en un alivio a mi rutina. Siempre tenían tiempo para escuchar. Dejé de sentirme tan sola.

Aunque no todo fuera color de rosa, porque ninguno tenía hijos, al menos ninguno que dependiera de ellos.

Había pasado todo el año dándoles excusas para ausentarme, leyendo sus anécdotas en el grupo o imaginándolas. Pero Miriam era mi amiga, la única que tenía, y si Arturo había apartado esa fecha era porque lo sabía. Supuse que algo grande se traería entre manos.

Observé mi camisa sucia, esa que lavaría esa misma noche. "Quizás podía hacerme un espacio", pensé decidida a no perdérmelo.

—¿Vas a lavar ahora, mamá? —me preguntó Nico desde la cama al verme recoger su cesto. Lo dejé en el suelo para taparlo bien.

—Ajá. Un rato. No te preocupes. Si el ruido de la lavadora no te deja dormir me dices para apagarla —le pedí. Él asintió con una sonrisa. Dudaba eso sucediera, a Nico le podían poner un tracto camión en la oreja y ni así se levantaría—. Te quiero, descansa —dije en voz baja cerrando la puerta, asegurándome que todo estuviera en orden.

—Yo también te quiero —contestó.

Sonreí aunque no pudiera verme. Nunca admitía lo mucho que me gustaba esa frase, quizás porque pocas veces la escuchaba. No me quejaba, con que él me quisiera era suficiente, aunque dentro de mí escondiera que me dolía que nadie más lo hiciera.

Retuve un suspiro, no era tiempo para lamentarme. "Yo misma me había ganado esa suerte", me resigné encaminándome al patio. Observé a Señor Casquito, el gordo gato, sobre la lavadora.

—Shu... —lo eché porque tenía toda la casa para dormir, siempre hacía lo que se le pegaba la gana. Él ni se inmutó, me miró retador hasta que dejé caer la cesta al suelo y el ruido lo asustó provocando saliera corriendo al lavabo. Era un odio mutuo—. Estúpido gato.

Y por la manera en que sus ojos ámbares me miraron con desdén casi podía escucharlo alegar: "Estúpida, pelo de zanahoria"

—Al menos yo no parezco una bola de estambre regada en el suelo —contraataqué. Él me dio la espalda.

Para suerte de ambos no podía hablar así de que dejé de prestarle atención a nuestra pelea concentrándome en separar la ropa.

—¿Qué haces, Alba? —me asustó mamá a mi espalda.

—Lavo.

—Alba...

—Es verdad, lavo —repetí buscando el suavizante. Ella se rindió, negó contemplando mi viaje de un lugar a otro antes de programarla.

—Tu papá está feliz porque hoy llegaste temprano —comentó de mejor humor—. ¿Lo ves? ¿Qué te cuesta hacerle caso?

"No comer, una gastritis que no me quitaría ni un centenar de pastillas", pensé, pero me mordí la lengua. No era un buen momento para llevarle la contra.

—Mamá... ¿Puedo pedirte un favor?

—Ay, Alba, ¿qué pasa ahora? —resopló conociendo ese tono suave.

—Miriam va a cumplir este fin de semana, me pidió le diera una mano... —mencioné despacio. Ella negó cruzando los brazos—. Será el domingo por la noche. Lavaré todo lo que falte cuando vuelva.

—No me gusta que andes de fiesta, Alba. Tienes un hijo —me recordó severa—. Tu prioridad debe ser Nico.

—Nico es mi prioridad —la corregí fastidiada porque nadie ocupaba su lugar—. Solo que tú vas a salir con él, pensé que para no quedarme sola podría ir un rato. Regresaría temprano.

—¿Miriam es la chica que tiene el negocio de impresión?

—Sí, ella.

Mamá confiaba en su juicio, no en el mío. Suponía que a la primera volvería a equivocarme. Creía que controlarme reduciría la posibilidad de fallar otra vez. Aun cuando era evidente mi rechazo a todo el mundo, que fuera considerada un ogro por mi desconfianza y carácter, mis padres temían me enredara con el primero que me dijera buenas noches. Estaban convencidos de que seguía siendo una presa fácil.

—Su novio le organizó una fiesta con todos sus conocidos.

—¿Sigue con él? —curioseó sin creerlo del todo.

—Como van las cosas dudo que terminen algún día —acepté con sinceridad, porque se querían, aunque no podía entenderlos.

—Al menos ella podrá ser feliz con un buen hombre —suspiró nostálgica, envidiando su dicha. Yo apreté los labios porque lo había dicho por mí. Después de un segundo de silencio se percató de su abrupta sinceridad—. No quiero decir que tú nunca serás feliz... —se intentó justificar. Asentí, sin escucharla. Ya estaba hecho, arreglarlo solo nos enredaría más—. Debes regresar temprano, Alba —concluyó al saber que no había nada más que hacer.

—Gracias.

Fue lo único que dije antes de concentrarme en mi tarea.

Sabía que mamá no lo había pronunciado con deseos de lastimarme, lo soltó sin querer porque era lo que pensaba, eso era lo que me dolía. Si para las personas que amaban no merecía otra oportunidad, tampoco lo haría para el resto. Y no hablaba de una pareja, había renunciado a esa idea hace mucho tiempo, era consciente que ningún hombre me tomaría en serio al saber lo tonta que fui. Yo tampoco quería nada. Me refería a ser feliz por mi cuenta, a que la gente me viese como algo más que una madre soltera. Una mujer que quería salir adelante, pero que no podía dar un paso mientras le mantuvieran las alas atadas solo porque en su primer vuelo se estrelló contra una pared.

Sin embargo, no podía arriesgarme a desobedecerlos. Si lo hacía, terminaría sola, arrastraría a la desgracia a mi hijo y no era justo para él. Ya pagaba mucho por mis errores. Yo sabía que podía hacerlo bien, solo tenía que intentarlo, pero mientras no tuviera un colchón al cual caer no me atrevería a saltar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top