Pao (Parte 2)

Los planes cambian de último momento.

Esa noche, por ejemplo, mientras terminaba de peinarme recibí un mensaje de Aurora para contarme que se sentía fatal, acababa de enterarse que el chico que quería desde que entramos a la universidad inició un romance con una de nuestras compañera. La noticia le pegó tan duro que no tuve el corazón para decirle simplemente lo siento y marcharme a festejar. Aurora era mi mejor amiga, la que me acompañaba en los momentos difíciles, no podía hacer menos. Así que a sabiendas necesitaba compañía, con todo el pesar de mi corazón, le respondí a Tía Rosy que no podría asistir cuando me envío la ubicación.

Para ser honesta no sé cómo, pero al final Tía Rosy mencionó que podría acompañarme a la reunión y cuando se lo propuse a Aurora, que estaba deseosa de escapar y distraerse, aceptó sin pensarlo. Bien o mal, cogí mi bolsa, me despedí de mamá avisándole a dónde y con quién iría, y tomé un taxi que me dejó a la entrada del bar. Era un lugar más íntimo que otros lugares que habíamos visitado antes, pero igual de ruidoso. Escuché la fuerte música desde que descendí del vehículo para encontrarme con Aurora que aguardaba impaciente en la entrada.

—¡Pao! —gritó para que apurara el paso y llegara a su encuentro, apenas estuve enfrente me dio un fuerte abrazo, le correspondí aunque me costó reconocer qué emoción predominó.

—Vaya, casi no te reconozco —comenté alegre al separarnos, admirándola. No era un cambio extremo, pero contadas veces eran las que solía usar tacones y faldas, siendo sus favoritos esos pants holgados que tenía en muchos colores—. Te queda muy bien.

—No te burles —mencionó, pensando mentía—. Quería sentirme como Regina George y terminé pareciendo Betty la fea —me contó encogiéndose de hombros. Reí ante su inusual comparación—. Olvidé que mi hermana es dos tallas más grande. Intenté hacerle pequeños ajustes. ¿Qué descubrí? Primero, nunca seré costurera. Segunda, mi hermana odia prestar su ropa —enumeró a la par de un escalofrío. Apreté mis labios para no reír mientras decidimos adentrarnos al sitio—. No sabes como te envidio, tú siempre usas ropa como sacada de una revista.

Se me escapó una risa, pero la verdad es que esa noche había escogido de lo más bonito que tenía en mi armario. Una blusa de finos tirantes al ras de la cintura, de un celeste precioso con un adorno de lazo a la altura del pecho y una falda de campana negra. Estaba orgullosa del resultado.

—El mérito es de mamá, tiene buen gusto —admití—. Además, una de sus amigas es una costurera maravillosa y su hija sueña con algún día convertirse en diseñadora. Les muestro lo que me gusta, ellas me ayudan a volverlo realidad a un buen precio y ajustándolo a mis medidas —le compartí mi secreto, encogiéndome de hombros. En realidad la magia la hacían ellas—. Si quieres puedo pasarte el número. Ambas son muy amables. Hilda es un encanto de mujer.

—Para ti todo el mundo es un encanto —me acusó, abrí la boca para protestar, pero tuve que darle la razón. Era uno de mis peores defectos—. Incluso el tonto de Yoel —comentó de mal humor.

Preferí guardarme mi comentario, porque pese a su desencanto, a mí me parecía que Yoel era un buen chico, con nosotras siempre se comportó amable y respetuoso, ahí la razón de su fascinación por él, y me parecía injusto condenarlo, pero entendía que en ese momento a Aurora mi defensa no le cayera en gracia.

—Aurora, ya llegará alguien. Eres una gran chica, verás que pronto encontrarás a una persona especial que te quiera y tú le correspondas —la animé. Siempre sucede, en el momento más inesperado lo que hemos buscado aparece.

—Es fácil para ti decirlo, tú ya atrapaste al chico de tus sueños —comentó divertida, dándome un sutil codazo que me robó una sonrisa—. ¿No tendrá un amigo? —preguntó esperanzada.

—Todos arriba de treinta, casados, comprometidos o en espera de hijos —enumeré ladeando mi cabeza. No, no dejé nadie fuera—. Lo siento, mis amistades con hombres son muy limitadas —reconocí. Nunca fui buena relacionándome, menos con los chicos. De hecho antes de entrar al club solía solo observarlos desde las gradas.

—Claro, el único guapo y soltero ya te lo embolsaste, Pao —me acusó dándome un empujón juguetón.

Esta vez sí dejé escapar una sonrisa reconociendo tenía razón porque, dejando de lado que Emiliano era mi novio, se trataba un chico atractivo por sí solo y de personalidad coqueta por naturaleza. Estaba convencida que de tener un poco más de seguridad en sí mismo su historial amoroso sería distinto. Mi hermano dijo el día que le conoció que no pensó me relacionaría con un chico tan atrevido, capaz de aceptar en voz alta buscaba algo conmigo, colarse en mi cuarto sin importar papá estuviera a punto de llegar o convencerme de dormir junto a él en otra ciudad. Sí, supongo que en el fondo, Emiliano me estaba guiando por el mal camino, y no sabía por qué aceptarlo me hacía tan feliz.

—También está mi hermano libre —recordé en un chispazo, entusiasmada, chasqueando los dedos. Apenas le llevaba unos años, y por si fuera poco mi familia la adoraba.

—Por Dios, no... —se horrorizó con una carcajada—. Tampoco estoy tan desesperada.

Me hubiera gustado ofenderme y no echarme a reír con ella, pero tenía razón. Mi hermano era un caso peculiar. Además, Aurora compartía esa esperanza de encontrar lo más parecido a un protagonista de libro romántico y él no se le acercaba ni un poco, empezando porque, aunque lo adoraba, era un fastidioso.

Dentro nos recibió un ambiente tranquilo. Al ser temprano aún había poca gente, aunque la pista al centro sí tenía participantes. El interior era bonito, con una iluminación adecuada, sin sentir que casi te daría un ataque por el cambio de colores. Y por suerte tenía música divertida. Aurora, a mi lado, brincó emocionada contagiada por la energía del resto. A pesar de que los botines me sumaban algunos centímetros necesité pararme de puntillas para hallar a las chicas del club. Las hallé distraídas unas mesas delante. Tomé a Aurora del brazo, guiándola contenta entre la gente hasta dar con el trío de mujeres que conocí en esa famosa aplicación.

—¡Hola! —las saludé contenta con un ademán. Siempre me gustó reunirme junto a ellas, pese a ser consciente que mi presencia no era fundamental en el sistema. Es decir, sabía que podían pasar por alto mi ausencia, pero eso no lograba disminuir mi alegría cada que me invitaban a formar parte de sus planes—. Lamento mucho llegar tarde... Por cierto, querías presentarles a Aurora —mencioné, señalándola, se asomó tímida a mi espalda—. Ellas son Tía Rosy, Alba y Miriam —las presenté en orden de derecha a izquierda—. Aurora es mi mejor amiga.

—Espero no incomodarlas —soltó tímida sentándose a mi lado, en una cómoda silla de cuero.

—Claro que no, es un placer conocerte —respondió amable Miriam con una de sus encantadoras sonrisas. Ella siempre tenía esos bonitos detalles con los extraños, conseguía te sintieras parte del grupo enseguida. Me pregunté si haber trabajado por años en ventas ayudó a impulsar el lado sociable que tanto le admiraba o sería un don natural. 

—¿Tú eres quien se casará? —curioseó Aurora, que no solía quedarse nunca callada, mirando a Alba. Un leve asentamiento le dio la razón—. ¿Estás nerviosa?

—Honestamente estoy más nerviosa por lo que hay alrededor de la boda, literalmente —comentó fijando sus preciosos ojos azules en Tía Rosy, pero esta no captó la indirecta. Alba era una chica hermosa, de un envidiable cabello pelirrojo que combinaba con una mirada intensa, estaba convencida que de poner más ahínco en su arreglo personal podría colarse en una revista.

—Cuando yo me casé estaba tan nerviosa que pasé dos noches sin dormir —confesó divertida Miriam, retomando la conversación. Alba la miró como si estuviera loca.

—Igual tampoco pude dormir por dos noches... —comentó Tía Rosy, sorprendiéndonos a todas porque nunca dio la impresión que un reto la superara. Envidiaba su ímpetu y valentía para ser ella misma sin temor a sus críticas, aunque supongo que todos tenemos nuestro lado vulnerable—. ¡Pero por la fiesta que organizó mi suegra para celebrar que al fin se libraría de su hijo! —aclaró, carcajeándose. Aurora apretó los labios para no reír.

—¿Por usted no hicieron fiesta? Pudo haber durado meses —murmuró entre dientes Alba, echando la cabeza a un lado fingiendo no deseaba la escucharan.

—Pues si lo hicieron ni me invitaron —aceptó sin perder el buen humor, riendo a todo volumen, llamando la atención de varias personas alrededor. Aurora la imitó encontrado ingeniosas sus repuestas. Sí, creatividad no le faltaba.

Tuve la impresión que Alba quiso golpearla, pero la oportuna llegada del mesero la salvó. Miriam suspiró aliviada, cuando comprobó la velada continuaría sin sobresaltos, antes de ordenar. Esta vez no fui la única que rechazó el alcohol, sino que se sumó ella que, a unas semanas de tener a su bebé, prefirió un jugo. La contemplé con una sonrisa, mientras el muchacho terminaba de apuntar, encontrando enternecedora su imagen. Una duda me hizo cosquillas apareciendo de sorpresa. Apreté los labios preguntándome si sería prudente hablar o no, pero me había propuesto que esa noche intentaría ser más valiente.

—Miriam, tú que ya pasaste por ambas situaciones —me atreví a preguntar, capturando su atención, sin contenerme. Ella me miró intrigada, las miradas de todas se posaron en mí—. ¿Qué te ha puesto más nerviosa: tu boda o el hecho de saber que pronto tendrás un bebé? —curioseé sin experiencia, pero deseosa de conocer más a fondo su vida. Miriam pensó en la respuesta con una sonrisa.

—Bueno, cada persona es distinta —mencionó alegre—, pero en mi experiencia personal estar embarazada lo supera por mucho —admitió—. Es decir, esto es un camino de años. A veces no puedo dormir pensando si lo haré bien —confesó un poco nerviosa.

Podía hacerme una idea, ser mamá debía ser un reto. Admiraba mucho a la mía. Era la mujer más fuerte del mundo que conocía. A pesar de todo el dolor que tuvo que soportar siempre tenía una sonrisa en sus labios y una palabra de aliento. No solo luchaba por ella, sino también por nosotros dos. Y por si fuera poco se había esforzado por enseñarnos a seguir su ejemplo, pese a los tropiezos que se presentaran en el camino.

—Siento compasión por ti —comentó Alba jugando con su vaso—. Cuando nació Nico mi madre me dio la mano, pero qué pasa contigo, ¿se supone que Arturo será tu ayuda? —dudó, alzando una ceja. Apreté los labios para no reír ante su broma. En el fondo Alba, aunque intentara fingir que no, le tenía un aprecio enorme al esposo de Miriam. Estaba segura que ella sabía sería un gran padre. Arturo era un poco despistado, pero era un buen tipo. 

—Cuando tuve el mío no sabía ni dónde apagarlo —mencionó Tía Rosy con ese humor que le caracterizaba—, pero extraño esos días. Crecen tan rápido... —murmuró nostálgica. Era de las pocas veces que en sus ojos asomaba una emoción gris. Busqué la mirada de las demás para comprobar también lo notaba—. Cuando al fin aprendes ya están marchándose de casa.

Contemplé la pizca de tristeza que la invadió, pero no fue una sorpresa. Ella, que siempre era risas y optimismo, mostraba su lado vulnerable al recordar la pronta partida de su único hijo. Hace tiempo confesó que una de las razones para entrar al club fue conocer gente para convivir después de su adiós. A mí me parecía que detrás de esa luz había alguien que de vez en cuando necesitaba sentirse querida. En el club siempre dábamos por hecho lo sabía, pero el primer error de querer a alguien es darlo por sentado, así que teniéndolo claro, me atreví a alzar la voz.

—Pero ahora tiene un montón de hijos en el club —le hice saber con una sonrisa. Muchos amigos que la querían.

—No, mija, a mí no me anden echando la culpa del desastre que hicieron sus padres —soltó, recuperándose a la par de una sonora carcajada. Alba resopló, cerrando desesperada sus ojos.

Aurora se rio con ganas de mi fracaso.

—Estamos a mano, agradeceré al cielo todos los días no lo sea, porque si mi vida fue un desastre no quiero imaginar lo que sería con usted atrás—escupió Alba tosca, sin callarse. Tía Rosy no se ofendió, creyó se trataba de un chiste. Alba apretó la quijada al sentir su mano en su hombro.

—Ya se te está pegando lo sangrona del extranjero —opinó de buen humor antes de dar un sorbo a su cerveza.

—Se está ganando a pulso una paliza... —murmuró para sí misma, resistiendo los deseos de estrellar su rostro contra la mesa.

Además, todos sabíamos que no era verdad. En realidad, cualquiera calificaría su relación con Álvaro como algo que los invitaba a ser mejores personas. En mi opinión, era la mejor pareja que había presenciado en mucho tiempo.

—Aprende de Miriam que gracias al Bambi aprendió a sobrellevar los tropiezos —la felicitó. A ella no le quedó de otra que escogerse de hombros. No supo cómo defenderlo. El avance con su marido fue un poco más irregular, pero igual tuvo un final feliz—. Esperen... ¿Se dan cuenta que ustedes dos conquistaron a los hombres del club? —las acusó. Ambas se miraron entre sí—. Deberían descalificarlas. No solo porque se supone que era para chillar en grupo, no para encontrar marido, sino porque no dejaron nada —les dijo retomando la broma antes de darle una palmada en la espalda a Alba que apretó los puños, contando hasta diez.

Escondí una sonrisa al admirar su confusión, pero la alegría se borró de mi rostro en un chispazo.

—Ahora solo queda mi morenazo de fuego libre —mencionó de pronto. Le di un vistazo, fingí estar distraída en mi bebida—. Pero me rindo, no solo porque podría ser su madre, sino que como mira a esta chiquilla ni para qué hacer la lucha —comentó observándome mientras me hacía la desentendida. Esperé no notaran mi sonrojo—. No sé por qué le piensas tanto, si tuviera veinte años menos sí me aventaba.

Casi escupí el jugo al escucharla. Aurora se echó a reír ante mi reacción. Como buena amiga alzó ambas cejas cuando todas las miradas se fijaron en mí, guiñándome el ojo, empeorándolo. Tosí con disimulo intentando ocultar mi cara cuando Miriam me miró interesada en hallar la verdad. Daba la impresión no se le escapaba nada.

—Emiliano es lindo... —comenté sin saber que decir porque ante el silencio estaba claro que esperaban contestara, pero no se me ocurrió qué. No había aclarado con Emiliano si se lo diríamos, no sé, quizás no quería, aunque no entendía por qué. Esa esa clase de temas sin importancias que se van acumulando hasta que sí tienen valor.

—Lindo el portaretrato que hizo mi hijo a los cinco años. El chico es un cuero —opinó despreocupada. Aurora me dio un codazo divertido al verme fruncir las cejas. Abrí la boca para protestar, sin saber qué argumentos usaría, pero gracias al cielo algo robó su atención antes de que cometiera una tontería—. ¡Esa es mi canción!

—Prepárate para escuchar esa frase un millón de veces esta noche —murmuró cansada Alba—. Además, para preguntarte por qué demonios terminaste aquí cuando bien pudiste visitar un manicomio y no sentir la diferencia —comentó acribillando con la mirada a Tía Rosy. Pero si pensó que con eso acabaría, se equivocó. Todo lo contrario.

Abrió los ojos cuando Tía Rosy quiso tomarla del brazo para obligarla a ponerse de pie.

—Atrévase y aquí no habrá una boda, sino un funeral —la amenazó antes siquiera la tocara.

—Uy, aquí no hay nadie con un poco de ánimo —se quejó al ver que Miriam señaló su vientre para advertir tampoco se arriesgaría. Por la adrenalina pasó por alto que Aurora alzó la mano emocionada, dispuesta a seguirle los pasos—. Vamos a arreglarlo —propuso provocando el caos cuando se paró encima del sillón donde estaba, casi pisando a Alba que alzó molesta su mirada. Pude leer se arrepintió de no frenarla antes de que fuera tarde—. ¡Señora, señores, solterones y de dudosas relaciones! Aquí tenemos a nada más y nada menos a la próxima novia de Monterrey —gritó a todo pulmón haciéndose oír sobre la música, señalando a Alba que se cubrió el rostro ante la inesperada atención.

La gente aplaudió solo para unirse al espectáculo.

—Mátame, por favor, mátame porque aquí habrá una muerta y si no soy yo, será ella —le advirtió a Miriam que la sostuvo a tiempo antes de que diera un salto. Mala decisión.

—¿Y para qué son las despedidas de soltera? —le preguntó en voz alta a la concurrencia. No se me ocurrió una respuesta, tampoco esperó—. Mi abuela decía que las personas nos casábamos esperando dos cosas: el día que comienza y el día que se acaba, como posada de mi pueblo, el primer tiempo festejando y el segundo rezando. 

—Vaya, eso tiene lógica —cuchicheó Aurora. La miré confundida, no le hallé el parecido.

—Y hasta a los reos de muerte antes del matarile les recuerdan lo que era ser feliz —planteó—. ¡Así que a esta fiesta le hace falta un poco de ambiente! —gritó aplaudiéndole al encargado de la música. No supe si la conocía o solo quería ver el mundo salirse del control, mas le concedió su deseo—. Pero no sufran por esta muchacha, que al menos se pescó un millonario y es mejor llorar en San Pedro que en el camión. Eso sí, descarten querer sacarle lana porque tiene un cuñado que es más codo que los que hacían en Fundidora... 

—Hasta aquí —escupió soltándose para obligarla a bajar halándola del brazo, pero fue un error, porque la mujer aprovechó el movimiento para subirla de un jalón. Aurora, Miriam y yo nos pusimos de pie—. ¿Qué demonios...?

Listos que todas las muchachas quieren bailar. Blancas, morenas y güeritas quieren gozar. Si tú quieres bailarlo solo, hazlo también... —cantó totalmente entregada a la música, meneando su cadera y zapateando. Alba quiso zafarse de su agarre, pero en medio de su lucha Tía Rosy movió sus brazos, como si ambas estuvieran bailando, encantadas de la vida. De no ser porque las conocía a la perfección se la hubiera creído, o al menos eso hizo el montón de gente que se unió al alboroto celebrando, entre ellos Aurora.

Yo no pude compartir su felicidad, de hecho, casi sentí escupí el corazón cuando Tía Rosy bajó de un salto sin soltarla y por la sorpresa Alba casi se cayó de cara. Miriam se cubrió los ojos, adelantando la tragedia, pero por suerte Aurora y yo las sostuvimos de los hombros antes de que se golpeara. Alba resopló, apoyándose en el filo de la madera para recuperarse del susto, agitando unos mechones de su cabellera de fuego, fuego que pareció inundar su mirada cuando al elevarla halló a la causante de su tropiezo, ignorando el caos que ocasionó.

—Alba, tranquila...

Pero no me escuchó. Chasqueó la lengua, nos hizo a un lado de un empujón, antes de acercarse como un tornado hacia la mujer dispuesta a... Ni si quiera sé a qué, pero imaginé lo peor. Corrí detrás de ella, intentando detenerla antes de que le estampara el puño con furia, sin embargo, apenas logré mantener el equilibrio cuando Tía Rosy, dominada por la felicidad, tomó inesperadamente mi mano para darme una vuelta como si buscara unirme a la fiesta.

Negué un sin fin de veces, no quería bailar, se me daba fatal, tenía dos pies izquierdas, pero ella no entendió el mensaje. Quise soltarme, porque podía pedirle lo que deseara, excepto coordinación y gracia. Era tiesa como un palo. Las únicas veces que bailé fue porque me obligaron, en mi graduación, el intento malo que hice con Alan durante un par de canciones solo para no desairarlo, la mala noche que tuve con el chico del bar y durante la fiesta de Miriam donde Emiliano me invitó, solo porque no consiguió una mejor pareja. Sin embargo, Tía Rosy estaba tan sumida en la canción que no hacía más que sonreír y guiarme con torpeza sin entender que no estaba intentándolo, sino deseando terminarlo.

Envidié su euforia, hipnotizada por la música lo único que hizo me liberara fue atrapar a Alba para obligarla a brincar. Unos podrían considerarla intensa, pero de verdad se entregaba por completo a su espectáculo. Deseé ser como ella. Bien, no exactamente, acepté al estudiarla barriendo con la pista, sino tener su seguridad. Supongo que la magia estaba en que ninguna voz ajena podía superar la suya.

Aurora que no sé cómo había conseguido pareja se desprendió de su timidez. Sonreí al contemplarla, sin tener idea de lo que hacía, pero sin frenar el juego. Mordí mi labio para no reír, pero fallé cuando noté como Tía Rosy giró a Alba como un trompo en el centro de la pista. Miriam igual soltó una carcajada, sin compadecerse de su mejor amiga.

Dudé un instante, sintiendo el corazón latiendo en mi pecho al ritmo de la canción que retumbaba a nuestro alrededor, antes de darme permiso de jugar un rato. Un poco, no podría decir que al grado de robar miradas, pero sí mostrando a la luz algunas sonrisas divertidas y fugaces, elevando mis manos, hasta casi olvidar ese miedo a hacer el ridículo que me paralizaba, dejándome arrastrar por la felicidad. Admirando al mundo brincar como si esa noche fuera la última de sus vidas, tuve que aceptar que bailar necesita una pizca de locura, tiene una magia particular. Hacerlo bien resulta complicado, pero estropearlo parece no exigir pago. Es liberador, sobre todo cuando tienes a un buen grupo contigo. Y al pasar mi mirada por las chicas que habían cedido a la música, rindiéndose a su anfitriona, olvidando su discreta actitud habitual, cantando y agitando su cabello, admití no podía estar en un lugar mejor.

Pero bailar también exige condición. Mucha condición. Respiré hondo recuperándome antes de alejarme un poco de la multitud para descansar un momento. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, la adrenalina hacía estragos en mi descompensado pulso. Reí sin motivo, no recordaba haber sentido mi respiración tan agitada otra noche, pero estaba feliz, tanto que ni siquiera me preocupé por una explicación. Emocionada busqué un poco de paz en el interior del desolado baño, aproveché para acomodar el desastre de mi cabello. El calor había pintado mi piel de un sutil sonrojo. Estaba hecha un desastre, un alegre desastre.

Liberé el celular revisando la hora. Era tarde, faltaba poco para medianoche. Me pregunté cómo la estaría pasando Emiliano. Mordí mi labio, dudando sobre qué hacer, una parte quería llamarlo solo para recordarle pensaba en él, otro no sabía si sería prudente. Seguro estaría ocupado con los chicos, o también existía la posibilidad de que tuviera un rato libre. Dudé, mas un cosquilleo me invitó a seguir mi corazonada. Aprovechando que no había testigos decidí probar. No lo molestaría de nuevo si no contestaba tras el primer intento, pero lo hizo, antes si quiera pudiera arrepentirme.

—¿Pao? —dudó. Noté no esperaba mi llamada, no supe si eso era buena o mala noticia.

—Hola —comencé tímida—. ¿Cómo van las cosas por allá? —pregunté sin lograr inventarme una excusa. No percibí música, de hecho todo parecía demasiado silencioso del otro lado, aunque también podía tratarse que desde donde estaba no lograba oír ni mi propia voz.

—Genial. Me estoy muriendo de la diversión —soltó. Sonreí. Escuché una puerta cerrándose—. Espero que Nico y Hectorín empiecen una pelea a muerte para darle un poco de diversión a esto —comentó sincero, arrebatándome una risa—. Sé que Alba lo entenderá. Es por el bien del pueblo. Además, yo apostaría por su hijo. El sobrino de Álvaro no me da buena espina...

—Emiliano...

—Es una broma —aclaró. Negué, escondiendo una sonrisa, aunque él no pudiera verla—. ¿Tú te estás divirtiendo? —preguntó—. Seguro que mucho más que nosotros... Aunque tampoco es un gran reto, hasta un bibliotecario nos ganaría.

—Pues sí, la estoy pasando bien —admití contenta—. Espera un momento...

Estiré mi brazo, alejándome de la pantalla tras activar la cámara para que pudiera verlo por sí mismo. No era una experta, así que sonreí nerviosa cuando él también se conectó. Esa sonrisa encantadora que tanto me gustaba logró hacerme sentir más confiada.

Recuerdo la primera vez que lo vi, todavía seguía recuperándome del inesperado encuentro con Miriam, que se trataba de una de las clientas del local que atendía, justo a la que le arruiné en un tropiezo su falda, cuando ella mencionó que alguien nos había reconocido apenas con un vistazo. Entonces elevé la mirada y así inició esta historia.

Por mi falta de amigos, los chicos siempre sabían ponerme nerviosa, sobre todo esa clase que te sostienen la mirada con seguridad, los que parecen saber lo que estás pensando de ellos, pero había algo más. Algo a lo que no le pude dar un nombre hasta meses después. Hice comentarios tontos, apenas logré sostener la bola, supuse que lo notaría, porque cada que sonreía yo evadía sus ojos. Para ser honesta, aún mantenía un poco de ese poder sobre mí.

—¿Lo notas? —dije alzando mi dedo para que pusiera atención a mi alrededor—. Incluso en el baño, algo lejos de las mesas, retumba la música.

—Me gustaría estar ahí —aseguró contento. No podía culparlo. Me escogí de hombros, haciéndome la interesante.

—¿Qué te digo? Tía Rosy a veces tiene ideas un poco raras, pero esta vez creo que acertó —acepté sin disimular mi emoción y reconociendo se trataba del alma de la celebración. Era imposible quedarse sentada si ella se convertía en la líder—. Además, no es por presumir...

—...Para estar contigo —soltó de pronto, tomándome por sorpresa. Dibujó una media sonrisa cuando abrí la boca, pero no se me ocurrió nada. Él siempre ponía a prueba mi creatividad—. Estás preciosa, Pao. Es decir, tú siempre lo eres, pero esta noche estás simplemente hermosa —aseguró. Sentí el calor acumularse en mis mejillas ante su mirada. No era la clase de ansiedad destructiva, sino una agradable que me hacía cosquillas en el estómago—. Escucha, si tu plan era que no pudiera dejar de pensar en ti durante toda la noche, funcionó —declaró.

—No digas esas cosas o te escucharán —lo regañé bajando la voz, mordiendo mi labio para no sonreír, mirando a la puerta asegurándome nadie entrara. Aunque la traicionera se me escapó por la manera en que sus brillantes ojos negros me estudiaron reparando en cada detalle. Era difícil fingir indiferencia cuando alguien te mira de esa manera—. Será mejor que vuelva con las demás. Diviértete con los chicos y no hagas que los niños se peleen.

Él sonrió victorioso al notar había logrado ponerme nerviosa, pero no le di oportunidad de vanagloriarse, luego de una sonrisa corté el enlace. Negué con una sonrisa tonta, en un acto involuntario me encontré con mi imagen en el espejo. Emiliano está loco, pensé apoyándome en el lavabo parar mirarme de cerca. Sabía que todas las personas son bellas, hay algo que las hace especiales, pero también que la mayoría deseamos cambiar algunas cosas de nosotros mismo, sin embargo, frente al cristal estudiando mi auténtica sonrisa lo olvidé. Emiliano lograba hacerme sentir la chica más bonita del mundo.

Di un paso atrás, agitando mi cabeza para volver al presente, antes de despedirme de la sonrisa que nació por su nombre y regresar a la mesa. Otra brotó en mi avance al reconocer mis deseos de verlo, aunque debía esperar hasta la boda. No sería demasiado tiempo, me recordé. No podía creer lo tonta que me estaba volviendo. Mamá decía que era normal, parte de estar enamorada.

¡Y él estaba enamorado de mí! Todavía no terminaba de creérmelo. Emiliano estaba enamorado de mí. La mueca de alegría cambió a desagrado cuando camino a la mesa alguien se me acercó, quizás llevaba siguiéndome desde hace un rato, pero venía tan envuelta en mis sueños que no fue hasta que se emparejó que lo noté.

—Hola, preciosa —soltó confianzudo un chico que en mi vida había visto, debía ser unos años mayo. Fruncí las cejas ante su inusual saludo. De no ser porque estaba mirándome directamente a los ojos, hubiera creído se dirigía a alguien más. Seguro estaba borracho, para esa hora más de la mitad del local lo estaba. Tras la confusión, caminé a donde había más gente. Me ponía un poco nerviosa cuando la gente se acercaba mucho a mí—. ¿Te invito algo?

—No... Gracias, yo puedo pagarlo —tiré sin saber qué decir. Supongo que era una estrategia de coquetear, pero a mí los desconocidos me ponían mal. Soltó una risa, como si hubiera oído un buen chiste, que no esperé. Pensé que eso lo desencantaría, pero pareció hacerle gracia. Alcé una ceja.

—Vaya, así me gustan las chicas, con cara de ángel, pero carácter del diablo —soltó divertido. Bastó esa respuesta para desbalancearme. Continué con la vista al frente, pero vacilé al apoyar el botín en el piso.

—Gracias por el dato..., pero no recuerdo habértelo pedido —hablé para mí misma, aunque supuse que sonaría imponente. Fallé. Él volvió a reír, encontrando ingeniosa mi respuesta.

Descubrí que no solo a él, sino a un par de hombres jóvenes que lo acompañaban a unos pasos y antes ignoré a causa de la oscuridad. No pierdas la calma. Quizás era paranoia, pero siempre me causó conflicto estar en medio de un grupo. En la escuela solían molestarme, había aprendido lo difícil que era lidiar con los bravucones, hablaba de las consecuencias de las agresiones, no de la formas de defenderme. De eso último, la única que conocía era huir.

Quise marcharme, porque sabía no se rendirían, pero me paralicé cuando sin aviso sentí el jalón del brazo para darme la vuelta, pegué un respingo cuando me haló hacia a él. Como me hubiera gustado mostrarme imponente, fingir que no tenía miedo, pero se me escapó un grito ridículo, mi susto le causó gracia a los tres. Coloqué mis manos en su pecho para empujarlo, pero no fue fácil, aprovechándose de su fuerza física me atrajo a su cuerpo. Supongo que ahora sabría cómo actuar, pero esa noche, siendo la primera vez que alguien cruzaba mi línea, me bloqueé. Todas esas cosas que había leído quedaron enterradas por las emociones que eran más fuertes. Quizás no las memoricé, porque en el fondo pensé jamás me sucedería.

—Vamos, guapa. Hagamos algo... —planteó en voz baja. Debió notar mi miedo, su mirada brilló delatando gozaba tener el control—. Te dejaré ir si me das un beso... —propuso con una sonrisa descarada acercándose a mí.

Su aliento olía a alcohol y sus manos recorrieron de una forma asquerosa mi espalda hasta dar con la parte baja, tentado a ir más allá. Esa fue la gota que derramó el vaso, sentí tanto asco que saqué todas mis fuerzas para empujarlo atrás antes de que se atreviera. Sus amigos rompieron a reír al presenciar como la chiquilla luchaba por no echarse a llorar. No quise darles el gusto de verlo, ya era suficiente humillación, pero el corazón me latía sin control en el pecho, poniéndome sensible.

Y quizás fue la adrenalina corriendo por mis venas por su burla la que me impulsó, antes de que cualquiera pudiera procesarlo, a estampar la palma en su mejilla con tanta fuerza que sentí me lastimé la muñeca. Me quedé de piedra ante el sonido del choque que despertó la atención de varias personas. El golpe me tomó por sorpresa, para ser honesta, de no ser porque sentí mi corazón frenético oprimiéndome el pecho, quizás hubiera apostado era parte de una pesadilla. El chico me miró como si estuviera loca, yo lo contemplé aterrada. Golpeé a un chico... Golpeé a un chico, repetí, pero no me permití sentir culpa, se lo merecía.

—No te besaría ni aunque fuera la única manera de preservar la especie humana —escupí con la voz entrecortada por el coraje. Eso hirió su orgullo, lo supe por la manera en que se oscureció su mirada, pero no me retracté.

—¿Qué te pasa, estúpida? —me reclamó acariciando su rostro.

No respondí. Me di la vuelta para alejarme de ellos deprisa, noté que Alba reparaba en mí a la distancia, creo que supo algo andaba mal porque no me quitó la mirada de encima. Yo seguía temblando por el coraje, sentí las lágrimas luchando por salir. Tuve la impresión, por la manera en que rozó mi brazo, que quiso tomarme de los hombros, pero Alba intervino colocándose en medio de los dos antes de descubrirlo.

—¿Qué pensabas hacer? —lo encaró. Yo me quedé tras ella, congelada. Su cabello rojo se agitó con violencia, casi con la misma bravura que su voz.

—Tú no te metas.

—Ponle una mano encima y vas a rezar para que tu madre te reconozca, idiota —escupió enfadada antes de darle un empujón. El exceso de alcohol le jugó una mala pasada haciéndolo tambalear. Abrí los ojos, cuando noté los ánimos se estaban calentado.

—A la que no te va a reconocer es a ti —soltó.

Por la manera en que alzó la mano pensé que le daría un golpe. Dios, no. La idea me horrorizó al grado de nublar mi juicio. Quizás por esa razón, previéndolo, hice la locura más grande de toda mi vida, me adelanté tomando la bebida que había dejado Tía Rosy a media terminar y se lo arrojé directo a los cara para callarlo. Miriam se levantó de un salto, ahogando un lamento. Vi mis dedos temblar con el vaso arriba, no supe si se debía a la rapidez de mi reflejo o que a ese punto ya estaba llorando. Alba me miró con los ojos bien abiertos.

—Maldita perra —se quejó con los ojos escociendo, limpiándose deprisa con la camiseta el rostro.

Uno de sus amigos nos acribilló con la mirada. Olvidé al primero porque ese pareció más dispuesto a hacérmelo pagar, vengar a su amigo. Comparando nuestro tamaño sería fácil. Por la velocidad en que despareció la distancia entre los dos cerré los ojos asustada por lo que se viniera, esperando desquitara su furia, pero el impacto nunca llegó. Cuando caí en cuenta hallé a Aurora colgada de su espalda como una pequeña pulga. Ni siquiera podía creerlo. Dios mío, qué había ocasionado.

—¡Con ella no! —gritó mordiéndolo mientras él quería quitársela de encima, desesperado.

Quise decirle que le dejara, que no se metiera en más líos, pero no hallé mi voz. De todos modos mi murmullo hubiera quedado silenciado por lo que le siguió.

¡PELEAAAAAA! —anunció a todo pulmón, eufórica, Tía Rosy antes de arrojarse encima de uno de ellos, como si estuviera en la lucha libre.

Cubrí mi boca, al ver como ambos cayeron al piso. Miriam intentó ser la voz de la razón, cuando inició una batalla campal entre ambos grupos, pero terminó arrinconándose al darse cuenta nadie la escucharía. Alba estaba más ocupada dándole un golpe al primer sujeto para que acabara en el suelo. Cerré los ojos.

Por algo dicen que las mujeres de Monterrey son de cuidado. —Escuché a otro borracho burlarse entretenido en el espectáculo. Fruncí las cejas porque pensé que nos ayudarían, pero me equivoqué. Aunque viendo la fuerza de Tía Rosy que la estaba haciendo una llave, mientras tarareaba, como si gozara quebrándole el brazo, me pregunté si sería necesario.

Contemplando la catástrofe que había empezado, sin intervenir, me recordé que los problemas nunca se resuelven con violencia, ese método nunca tiene un buen final. Así que no entendí por qué teniéndolo claro, me inundó una enorme satisfacción cuando sin pensarlo, aprovechando la oportunidad, extendí el pie para que el grandullón que luchaba contra Aurora acabara sobre nuestra mesa. Eso había estado mal, muy mal... Pero que bien se sentía. 

¿Les gustaron los capítulos? Fueron dos, bastantes largos, espero no se les hiciera pesados. Saben que agradecería de corazón leer sus opiniones ❤.

¿Qué creen que suceda? Se vienen capítulos que me gustan mucho. Gracias de corazón por todo su apoyo ❤. Les quiero mucho.

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