Pao

—Alan, antes de que te vayas, ¿crees que podríamos hablar un momento? —dudé cerrando despacio la puerta detrás de mí.

Hace un rato que habíamos terminado el trabajo, así que Alan creyó conveniente marcharse a casa. Bruno, que siguiéndome se coló entre nosotros, le pidió mimos y él ni siquiera lo pensó. Alan se puso de cuclillas para acariciarle la cara. Yo que siempre valoraba esos detalles, jugueteé impaciente con mis dedos porque necesitaba me prestara su total atención. Esto era muy importante.

—Claro, Pao —aceptó amigable alzando la mirada—. ¿Sobre qué? Oh, ya... ¿Es sobre tu novio? —dedujo poniéndose de pie, sonriendo. No esperó respuesta—. Adivino, ¿te prohibió acercarte a mí? —lanzó.

—Claro que no, Emiliano... ¿Me prohibió? —cuestioné repasando sus palabras. Fruncí las cejas—. No tengo tres años —le recordé enfadada.

—Lo siento, Pao. Es que ese el típico pensamiento de los chicos como tu novio —argumentó sin inmutarse.

—¿Los chicos como mi novio? —repetí, sin entenderlo.

—Celosos y un poco dominantes, ya sabes, de lo que les gusta tener el control en la relación. Deberías tener cuidado con él —me aconsejó. Abrí la boca, ni siquiera parecía que estábamos hablando de la misma persona.

—Con cuidado te refieres a...

—Pao, tú eres muy dulce e inocente —me describió viéndome enternecido. Afilé la mirada, buscando lucir más imponente—, nunca has tenido un novio y no tienes experiencia. Él seguro que sí, ¿no es verdad? —curioseó. Apreté los labios—. Es decir, no creo que seas su primera novia, ni la segunda, ni la quinta, apuesto que ni siquiera la décima... —bromeó.

—Si es un chiste es de pésimo gusto, Alan —lo frené.

Me estaba lastimando hablando de mí como si fuera un número más en una lista. Además, el pasado de Emiliano era su problema, yo no podía reclamarle por cosas que sucedieron cuando ni siquiera nos conocíamos. Eso aplicaba para los dos.

—Lo siento —admitió cayendo en cuenta de mi molestia—. Lo que quiero decir... —Alan me miró en silencio, como si se debatiera a soltarlo. Con un ademán le motivé a hablar, de todos modos terminaría haciéndolo—. Pao, solo no quiero que él se aproveche de ti.

Torcí los labios ante su angustia. Podía estarse tranquilo, después de lo que me pasó aprendí a cuidarme.

—¿Por qué la gente asume que por ser inocente no puedo tomar buenas decisiones? —expuse.

Entendía que se preocuparan por mí, lo agradecía, pero estaban sofocándome. Todo mundo cuestionaba si estaba capacitada para vivir mi propia vida. Sí, posiblemente me equivocaría, pero es una regla de la que nadie queda exento.

Alan ladeó el rostro, estudiándome sin prisas. Dibujo una sonrisa antes de atreverse a tomarme por los hombros para mirarme directo a los ojos, cuando se inclinó un poco para quedar a mi altura me sentí tan pequeña.

—No eres tonta, eres muy lista, Pao. Quizás tienes razón, exagero porque estoy preocupado por ti. No quiero que él te lastime —mencionó suavizando la voz. Tampoco me agradó ese tono.

—Alan, no vine a hablar de mi novio contigo, sino sobre nosotros —aclaré dando un paso atrás para soltarme disimuladamente—. No me gusta lo que hiciste hoy, cruzar mi línea, sabes que no me siento cómoda cuando la gente está tan cerca de mí todo el tiempo. Esto no es por Emiliano, es por mí —remarqué—. No es nada personal, ni contra ti, solo necesito mi espacio —le expliqué sin afán de lastimarlo, pero siendo clara. Su comportamiento esa noche estuvo fuera de lugar.

Alan pareció pensar en ello por primera vez, como si no lo hubiera notado. Soltó un pesado suspiro antes de caminar en círculos y sentarse en la entrada. Bruno se apartó de mí para hacerle cosquillas con la nariz en la cara al verlo decaído. Él le sonrió tímido.

—Tienes razón, perdóname —soltó al fin—. Creo que me pasé.

Definitivamente lo hizo, de todos modos asentí comprensiva porque lo aceptó. Creo que reconocer nuestros errores es un gran paso... pero no el definitivo. Lo que realmente hace la diferencia es trabajar para cambiarlos. Me acerqué sentándome a su lado. Bruno saltó hacía mí, exigiéndome su ración de cariños. No se lo negué, era la cosita más bonita del mundo. Bien, quizás cosita no era la palabra adecuada, reí cuando por su efusividad casi trepó sobre mí. Al escucharme Alan alzó el rostro, que había mantenido en sus pies, y soltó algo que me tomó por sorpresa.

—Me porté como un idiota porque estaba celoso —confesó de golpe. Parpadeé desconcertada—. Celoso al verte tan feliz con él.

—No tienes derecho a estar celoso, tú y yo no somos nada —recordé.

No quería ser cruel, ni herirlo, solo que lo entendiera. Alan guardó silencio, sin poder debatirlo. Quise decirle que le tenía un aprecio distinto y que pronto encontraría a alguien para él, pero me quedé fría cuando se acercó más de la cuenta.

—Pero eso no impide que te quiera... —mencionó, intentando acariciar mi mejilla.

—A esto me refiero —lo detuve tomando su mano para alejarla, rechazando el contacto—. No quiero que lo hagas —repetí tajante. Que fuéramos amigos no le daba derecho a tocarme de ese modo—. No te comportes como si tuviéramos algo —repetí palabra por palabras, enfadada por su confianza.

—Pao, ¿tú sabes que me gustas, no? —preguntó halándome un poco. Quise soltarme, pero él sostuvo mi mano con fuerza—. Que me gustas desde hace años, pero nunca te importó, desde que conociste a Emiliano no tuviste ojos para nadie. Y cuando al fin me diste una oportunidad, pensé que habías notado lo mucho que te quería, que descubriste que para mí tú eres especial, pero...

—Alan, lamento mucho si hice algo para que te ilusionaras —interrumpí queriendo zafarme de su agarre—, pero fui clara esa vez, te dije que quería a alguien más, que solo podíamos ser amigos y tú...

—Te dije que tendría paciencia —completó, conociendo mejor que nadie sus propias palabras—. Y lo intenté, pero es muy difícil saber que la chica que quieres está con otra persona.

—Alan, ya... —insistí, con menos calma. Las dos veces que alguien no entendió el primer "no" terminé llorando. No quería que se repitiera.

—Lo último que deseo es que te lastime, porque sé que tú lo quieres de verdad, pero... —Calló, dudando. Entonces disparó su último tiro—. Pao, la mayoría de chicos solo buscan una cosa —defendió desesperado en un argumento tan tonto que no pude evitar indignarme.

—¿Tú también? —lo cuestioné decepcionada.

Él me reprochó con una mirada la acusación.

—¿Qué? Claro que no, hemos sido amigos por años y nunca te he faltado el respeto.

—Lo hace ahora. Suéltame —le ordené, con los dientes apretados, mirándolo directo a los ojos. Alan que parecía estar lejos de sí mismo se dio cuenta de lo que hacía. Quiso disculparse, pero no me interesó su justificación—. Hablas como si un hombre no pudiera fijarse en mí a menos que sea "para conseguir una cosa" —le reclamé dolida. 

—No, Pao...

—Sabes qué, no le permito ni a mis padres me hablen de ese modo, menos a ti. Y a la próxima vez cuando te diga suéltame no esperes que lo repita dos veces —le advertí para que le entrara en la cabeza. Le di un vistazo a Bruno que nos miraba de uno a otro, confundido—. Volvamos a casa —dije señalándole con un ademán la entrada—. Ya hablamos más de la cuenta.

Obediente me siguió apenas me encaminé al interior. Estaba tan enfadada que podía escuchar los latidos de mi corazón, mi respiración y el huracán de emociones amenazando mi estabilidad. No podía creer que Alan hubiera soltado semejante tontería.

—Pao, perdóname...

Cerré los ojos al oír su voz a mi espalda. Perdóname. Perdóname. ¿Siempre sería de esa manera? Lastimemos a Pao y después perdóname.

—Otra cosa, no creo que podamos seguir siendo amigos —comenté con la mano en la perilla. El rostro de Alan se desencajó—. Por lo que veo no te intereso como amiga, que es lo único que podré ofrecerte, y está claro que solo buscas algo más que no obtendrás —concluí—. Así que no tiene ningún sentido sigamos viéndonos.

—Fui un imbécil, escúchame por favor... —insistió acercándose a mí, pese a que fui bastante clara que no lo quería cerca.

Alcé el mentón cuando estuvo frente a mí. 

—¿Para qué? Estoy harta de oír como hablas de mí como si no pudiera pensar por mí misma. Lo entendería de un desconocido, pero tú eras mi amigo, se supone que me tendrías un poco de aprecio —le reclamé, clavando mi índice en su pecho.

Alan echó la mirada a un lado, avergonzado. 

—En verdad siento si...

—No. Está bien si no te gustan mis decisiones —acepté—, pero ni tú, ni nadie, tiene derecho a cuestionarme como si supieran mejor que yo lo que me conviene.

—Solo no quiero que te lastime —repitió.

—¿Cómo tú lo haces?

Él no contestó. Sí, eso pensé. De su boca no escaparon palabras, apenas un pesado suspiro.

—Perdóname, Pao. Me equivoqué. Tienes razón. No he dicho más que estupideces cegado por los celos. Sí, sé que no tengo derecho, pero en ese momento no lo pensé —se sinceró. Quiso tomarme del brazo, pero se lo impedí—, solo quería ser yo quien estuviera en su lugar. Yo... En verdad, Pao, no quiero perder tu amistad —mencionó—, eres muy importante para mí y hemos trabajando juntos por el refugio durante mucho tiempo. Por favor, ya me quedó claro que no tengo ninguna oportunidad y que lo quieres a él, no pienso intentarlo más, pero no borremos todo por un error —me pidió.

Estudié su expresión, a mi pesar lucía sincero. Torcí mis labios, analizándolo. Por un lado Alan me agradaba, hacíamos un buen equipo y admiraba su amor por los animales, se preocupaba sinceramente por ellos, pero por otro, desde la fiesta las cosas habían cambiado. Aceptaba que tal vez fue mi culpa, sin embargo, no estaba en mis manos modificar el pasado. Quizás era momento de aceptar que nada volvería a ser igual.

—Voy a pensarlo, Alan. Hablamos luego —me despedí cansada, sin ganas de seguir discutiendo.

No esperé respuesta, apenas Bruno pasó, cerré la puerta tras de mí. Resoplé recargándome en la madera. Se supone que sería una charla tranquila. Mi pequeño Bruno ladró despertándome. Le di una débil sonrisa, él siempre sabía hacerme sonreír y se preocupaba por mí, pese a no entender qué sucedía. Aunque para ser honesta, muchas veces ni siquiera yo lo hacía. 

Estaba tan cansada por las noches en vela, acumuladas durante la semana, que me quedé dormida apenas pegué la cabeza en la almohada. De no ser porque Emiliano me avisó, con una suave sacudida, la llegada de mamá lo hubiera condenado a pasar la noche entera en el sofá.

Quise disculparme, había perdido la noción del tiempo, pero me atonté un poco entre mamá diciéndome que bajaría apenas se diera un baño y él avisándome que se marchaba. Cuando mi cerebro reaccionó su taxi ya estaba en camino y yo lo acompañaba a la puerta.

—Lamento mucho haberte reteniendo —me disculpé. Estaba segura que para nadie es cómodo tu novia se duerma sobre ti, impidiéndote huir.

—Hey, tranquila, guapa. Además, me agradó saludar tu madre —me contó de buen humor—. Por cierto, quería...

—Gracias por todo —confesé sincera, interrumpiéndolo porque esto era muy importante y no quería dejarlo para después. Emiliano siempre intentaba ayudarme, entraba a mi mundo sin importar fuera distinto al suyo. Lo había puesto a trabajar en todo, no pronunció un solo no, no se quejó ni una sola vez, ni reclamó tareas que quizás no le gustaban. Fue incondicional. Él siempre lo era—. Creo que nada puede arruinar mi noche —le agradecí sonriéndole.  Emiliano mejoraba mis días simplemente estando en ellos.

Emiliano asintió despacio, pensativo. Bien, eso no era la respuesta que esperaba.

—Verás que todo saldrá bien —me aseguró, recuperándose, regalándome una de esas sonrisas que volvía mi mundo de colores—. Otra cosa, para no olvidarlo, ¿sabes que estoy orgulloso de ti? —preguntó de pronto provocando mi corazón saltara en mi pecho. Una enorme sonrisa se me escapó por su sinceridad. Era tan bonito escucharlo—. Mucho —destacó mirándome a los ojos para que entendiera hablaba en serio—. Todo lo que hiciste hoy, lo que haces todos los días... Pao, nunca dudes de lo maravillosa que eres —me pidió. Hice un esfuerzo para que no notara lo mucho que me emocionaba sus palabras—. Aún no puedo creer que estés saliendo conmigo —bromeó ahuyentando la melancolía, muy a su estilo.

Yo en cambio no podía imaginarme estando con alguien que no fuera él. Emiliano era mucho más de lo que había soñado.

—Creo que estuve un tiempo en negación porque creí eras demasiado para mí —confesó para sí mismo—. Sabrá Dios a quién estafé en otra vida, pero de todos modos no me arrepiento. ¿Qué puedo hacer? Gana el que se ponga más listo —concluyó encogiéndose de hombros. Sonreí.

No lo dejé terminar antes de acunar su rostro entre mis manos, conmovida por su cariño. Emiliano me hacía sentir amada todo el tiempo. No se limitaba a palabras, sino a todo lo que hacía por mí.

—Te quiero muchísimo —le confesé dándole voz a mi corazón.

—Yo también te quiero, mi Pao —repitió con tanta ternura. Me acerqué para besarlo, pero primero me atrajo a sus piernas y cuando quedé a su altura buscó mis labios. No fue un beso intenso, sino suave, como si quisiera decirme que me quería sin prisas, ni posesiones. Fue dulce hasta la manera en que me miró al separarnos. En los ojos de Emiliano siempre hallaba refugio.

Pensé que podría haberlo fastidiado por quedarme dormida, pero contrario a mis pronósticos Emiliano se estaba comportando más cariñoso que de costumbre. Aunque siendo justa, siempre era dulce conmigo. Era bonito ver como se comportaba con el resto, tan despreocupado, alegre, hasta cínico, como si no le preocupara nada, pero cuando estábamos juntos era dulce, delicado y paciente. Incluso la manera en que me tocaba era distinta. Me gustaba haber dado con ese lado que escondía del resto.

—¿Pasó algo? —dudé contenta al notarlo un poco raro.

—Nada grave —Negó con una sonrisa sin apartar la mirada de mí. Emiliano tenía unos ojos brillantes en los que era fácil perderse—. Quería contarte algo sin importancia, pero es un tema largo, ¿te parece si mañana hablamos después del evento? —planteó. Admito que me intrigó, me costó mucho no hacer preguntas—. Por ahora solo quería que supieras lo mucho que me gustas. Y no hablo de lo hermosa que eres, sino de ti por completo. ¿Sabes una cosa? Hasta dormir en un pequeño sofá suena bien si es contigo.

—Que lindo eres, Emiliano...

Pero él no me dejó terminar antes de interrumpirme con un beso. Emiliano era... Bueno en ese tema, claro que nunca se lo dije, pero sabía cómo desbalancearme. Cerré los ojos, cuando sus labios recorrieron los míos, primero suave, luego como si quisiera grabarse esa sensación que nacía al encontrarse. Cada que su boca tocaba la mía una sensación mágica nacía entre los dos.

—Será mejor que me detenga aquí o nos verá tu madre  —mencionó apartándose. Asentí atontada con su mirada puesta en mí, pero su risa se perdió en mis labios cuando rompió su promesa en menos de un minuto—. Es que eres tan hermosa —se justificó divertido, haciéndome reír.

Enredé mis manos tras su cuello, encantada por su compañía.

—¿Sabes una cosa? —preguntó bajando la voz para que solo yo pudiera escucharlo. Negué con una tonta sonrisa. Sentí el calor acumularse en mis mejillas cuando a la par de una intensa mirada, su pulgar acarició mis labios despacio—. Nunca dejo de pensar en ti. Y es una suerte, ¿no? Eres una preciosidad, Pao... Esa es la primera razón por la que me traes como un idiota. Hay muchas otras, pero son un secreto. No te será tan fácil saberlas, a menos que puedas convencerme... —susurró coqueto.

Imaginó le entregaría un beso, pero a cambio le di un golpe en el hombro. Emiliano dramatizó que casi se lo había hecho pedazos solo para hacerme reír. Lo logró, me gustaba jugar así con él. Era la única persona con la que sentía esa confianza.

—Okey, okey —cedió contento—. A veces pienso que si estuviéramos en alguna invasión o se acercara una catástrofe, siendo tú tan lista podrías salvarnos a ambos —me contó lo que se le ocurrió. Apreté los labios, pero se me escapó una carcajada. Qué imaginación—. Supervivencia creo que le llaman. Es lo bueno de tener una novia inteligente.

—Estás loco... —acusé. No lo negó, sonrió pintando ese par de hoyuelos encantadores que me volvían loca, pero no pude seguir viéndolos porque enterró su cara en mi cuello para hacerme reír.

—Lo sé, tú me traes loco, Pao —aceptó tomando entre sus manos mi cintura. Pegué un leve respingo cuando me acercó más a él hasta que su pecho se encontró con el mío. Estando tan cerca seguro pudo percibir los locos latidos de mi corazón al percibir su respiración—. Pero me portaré bien por ti, mi Pao... —aseguró a la par sonó la notificación—. El taxista me apoya —alegó enseñándome la pantalla de su celular donde indicaban habían llegado—. Nos salvó la campana, guapa, será mejor me vaya. Despídeme de tu madre, también de tu hermano y de Aurora cuando despierte. Si es que lo hace —comentó divertido mirando a la sala donde mi amiga seguí durmiendo en una posición rara.

Eso le dolería mañana.

—Cuídate mucho, Emiliano —le pedí, poniéndome de pie.

—No te angusties. Descansa —se despidió dándome una sonrisa que imité, siguiéndolo.

Emiliano empujó la silla hasta la puerta del taxi que lo esperaba. Aguardé recargada en la puerta mirándolo subir él y después su silla, me despedí con un ademán cuando me dedicó una última sonrisa por el cristal. Aguardé un rato en el exterior hasta que no quedó rastro de aquel taxi. Y al fin, cuando estuve sola solté un suspiro enamorado que solo escuchó la noche. La fría brisa me recordó que debía entrar.

Cerré despacio antes de correr emocionada a la sala donde me dejé caer en el sofá. Se me escapó una risita inexplicable, que nació sin razón, pero fue prueba de mi felicidad. Estaba tan contenta que me abracé a mí misma intentando mantener la alegría dentro. 

Habían sido demasiadas emociones por un día. Ni siquiera podía describirlas. Mordí mi labio al repasar las últimas horas. Volví a sonreír sin evitarlo. Llevé mis manos al pecho, percibiendo los latidos de mi corazón que estaba loco de alegría. Si era un sueño no quería despertar, quería seguir viviendo en ese mundo donde Emiliano pasaba más de seis horas ayudándome en un loco proyecto y, en lugar de mirarme fastidiado, al final me repetía que estaba orgulloso de mí.

Estaba tan contenta por todo lo que sucedió esa tarde que me quedé en sillón, suspirando con la mirada en el techo. El refugio, la universidad, el club, la veterinaria, Emiliano... Reí traviesa, rocé con mi índice mis labios tal como lo hizo él, sonrojándome. Pero toda esa magia se esfumó de golpe cuando escuché mi nombre. Estaba tan perdida en mis pensamientos que no escuché cuando mamá llegó. Me pregunté cuánto tiempo llevaría ahí.

Aturdida me reacomodé de un salto, esperando no hubiera escuchado mis ridículos suspiros. Noté que aún tenía el cabello húmedo, así que di por hecho había bajado poco después de salir de la ducha. A su lado estaba mi hermano, con expresión adormilada. Posiblemente lo hubiera despertado, no imaginé por qué.

—¿Tu novio ya se fue? —me preguntó.

—Hace un rato —respondí enseguida.

—¿Podríamos hablar? —planteó de pronto, sorprendiéndome.

Las cosas entre nosotras no estaban en su mejor momento, así que no sabía en qué sentido iría la conversación. Es decir, una parte se entusiasmó pensando podría ser una oportunidad para arreglarlo, pero otra temí se complicara. De todos modos asentí sin hacerla esperar, me indicó con un leve ademán la cocina para no perturbar el sueño de mi amiga. Sí, yo también consideré era mejor no molestarla.

Mi hermano opinó lo contrario. Lo cual fue una pésima idea, porque apenas movió un poco su hombro para despertarla, lo único que ganó fue un puñetazo que Aurora tiró al aire. Me cubrí la boca para callar un grito al presenciar como le dio directo a la cara. Eso debió doler.

—Perdón, perdón, perdón —repitió avergonzada percibiendo lo que había hecho—. No quería... Ah, eres tú —dijo aburrida, restándole importancia cuando notó se trataba de mi hermano, pero perdió el color al percibir a mamá. El suelo quedó repleto de los carteles que había aferrado a sus manos al levantarse del susto—. Digo, perdón, perdón, no debí... 

—Casi me matas —exageró mi hermano, cubriéndose la nariz.

—¿Qué día es hoy? —murmuró atontada, mirando en todas las direcciones, ignorando su quejido. Me puse de cuclillas para ayudarle con el desastre, pero me frenó, mirando de reojo a mamá—. Déjalo, yo me ocupo. Alcánzame en tu cuarto —mencionó nerviosa, antes de leer un suerte de sus labios.

Asentí captando el mensaje para seguir a mamá a la cocina. Mamá y yo siempre fuimos mejores amigas, ella era mi confidente, la que me consolaba cuando las cosas iban mal. Ella sabía todo de mí y yo no le guardaba nada. Le hablé del club la primera noche que salimos, sobre el viaje antes siquiera estuviera segura de ganarlo. Fue la primera en notar lo que sentía por Emiliano cuando aún éramos solo amigos que charlaran un par de líneas en una reunión. Solo callé una, una sola que pareció echar todo lo demás abajo. Tal vez era verdad eso que decían sobre la confianza, uno puede durar la vida entera construyéndola y perderla en un minuto.

Cuando ambas tomamos asiento en una silla de la pequeña mesa de la cocina percibí ese muro entre las dos. Me dolió sentirla tan lejos. Mamá me miró con una expresión que no dio pista de sus sentimientos. La gente decía que nos parecíamos, pero en mi opinión yo era demasiado transparente. Tal vez ella también lo fue y con los años aprendió a disimularlo. Esperaba me sucediera lo mismo.

—¿Cómo estuvo el día de hoy? —curioseó como de costumbre. Sonreí, fue bueno escuchar esa pregunta. No fue hasta que salió de su boca que noté había echado de menos nuestras charlas después de la cena. 

—Bien. Hicimos muchas cosas —le conté sin contenerme—. Los carteles, talonarios, publicidad, comida... Trabajamos duro y avanzamos, Aurora y yo nos encargaremos de lo que falte, aunque en realidad son simples detalles. Todo está listo... —continué emocionada, pero entonces noté su sonrisa distraída. Fue como si estuviera en otro lugar—. ¿Estás bien? —pregunté cuidadosa, percibiéndola distante—. ¿Sucedió algo en el camino?

—No, tranquila —respondió negando. Suspiré aliviada, pero la calma se marchó cuando tomó mi mano, abrigándola entre las suyas. Una extraña calidez me recorrió concentrándose en mi pecho—. Solo quería pedirte me disculparas —mencionó mirándome a los ojos.

Definitivamente sucedió algo en el camino.

Supongo que mi rostro habló por sí solo porque mamá rio de mi expresión, aunque su alegría disminuyó apenas llegó el momento de exigir respuestas.

—¿Pao, por qué no me dijiste lo que sucedió en la despedida? —soltó de pronto en un murmullo. No sonó a reclamo, pero fue tan inesperado que los latidos de mi corazón se detuvieron. Abrí los ojos alarmada.

—¿Qué? Tú... Yo... —balbuceé con torpeza. Mi lengua se enredó a la par de mis recuerdos—. ¿Cómo te enteraste? ¿Quién te lo dijo? —cuestioné porque estaba claro la información había salido de alguna parte.

Repasé rápido las opciones, descarté el club, mamá no tenía contacto con ellos y dudaba los hubiera buscado. ¿Aurora? Jamás, ella nunca me traicionaría. ¿Aaron? Él sí, pero no visualizaba cuándo. ¿Después de su siesta? Era posible, mamá había cambiado hace un rato... No, mentía, analizándolo a fondo ese abrazo escondía una razón. Las opciones se limitaron a una sola.

—¿Emiliano? —murmuré para mí, alzando la mirada perdida.

Una punzada de culpa me atravesó el pecho por desconfiar de él. No, él prometió se quedaría entre los dos. Quise pensar en otra posibilidad, pero mamá no le dio más vueltas. Su rostro reveló había acertado. 

—No te enfades con él, no lo hizo con la intención de traicionarte —reveló golpeándome duro. No la escuché. Fruncí las cejas levantándome para aminorar el hormigueo que comenzó a trepar por mis piernas. ¿Que no me enfadara? Él me prometió que no se lo diría a nadie, yo confié en él. ¿Cómo pude mentirme?—. En realidad, no le gusta vernos mal, por eso quería que habláramos —añadió mamá en un intento por apaciguar mi cabeza.

—¿Qué te dijo? —dudé con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, concentrándome en lo más importante. Necesitaba saber qué tanto le había contado.

—No mucho —respondió, pero no supe si creerle. Quizás solo intentaba defenderlo porque se había convertido en su informante—. Solo sé que terminaste en la comisaría por defenderte, y agradezco no me diera más detalles, porque me gustaría me lo contaras tú —me pidió.

No supe si culpar al acelere de mi pulsa al enfado o los nervios, supongo que al final se trataba de una peligrosa combinación. Y me sentí acorralada ante su mirada esperando una explicación. ¡Todo era culpa de Emiliano! Aún no era el momento, yo tenía que haberlo decidido, pero ahí estaba sin la posibilidad de darle vuelta atrás. Pasé saliva, lastimándome la garganta, no fue hasta ese momento que noté el nudo en mi garganta. Mamá me dedicó una compasiva y, sin esperar, se puso de pie para abrazarme.

El calor de su cuerpo me cobijó y, cuando su cariño me llevó a las noches donde me consolaba después de una pesadilla, solté un sollozo. Agobiada por todas las cosas que llevaba encima. Siempre cuando todo era demasiado con ella encontraba el perfecto consuelo.

—Te doy mi palabra no quise que...

—Yo sé que tú no hiciste nada malo —murmuró acariciando mi cabello—. Mi niña bonita, ¿por qué no me dijiste que algo te pasó? —preguntó como si le doliera no viniera buscando su ayuda cuando siempre lo había hecho.

—Perdón —repetí avergonzada. No quería que pensara no confiaba en ella, nadie podría superarla en mi lista, pero ese día me sentía perdida—. Es que me daba vergüenza —confesé, limpiándome la cara—. No sabía cómo empezar...

—¿Te hicieron daño? —curioseó angustiada.

—Estoy bien —la tranquilicé con una débil sonrisa—. En realidad, me asusté cuando un chico quiso besarme... —le conté con sus risas aún resonando en mis oídos—. Yo...

—¿Lo golpeaste? —me robó las palabras, completando la historia.

Mordí mi labio porque expuesto de ese modo no sonaba tan heroico, más bien salvaje e irracional. En aquel momento me bloqueé.

—Un poco... —admití.

—¿Un poco? —se escandalizó—. Debiste romperle la cabeza en la mesa —comenzó a maldecir enfadada.

—Las chicas me ayudaron —la puse al tanto, frenando su enfado. Sonreí, no sé que hubieran hecho sin su apoyo—, fueron tan buenas conmigo. No solo me defendieron, sino que me dieron confianza y no se quejaron una sola vez —reconocí—, aunque terminarán en ese horrible lugar por mi culpa.

—Me alegro tengas buenas amigas —aceptó sonriéndome como siempre lo hacía—. Pero no es tu culpa. Nadie tiene derecho a lastimarte, ni hacer algo que tú no quieres —remarcó—. Pao, lamento tanto no haber estado ahí para que te sostuvieras en mí.

—Tú no lo sabías —le dije para que no se sintiera culpable. Ella menos que nadie debía hacerlo—. Yo... Solo no quería que te sintieras como yo lo hacía. Y sí, tienes razón, sé que no fue mi culpa, es solo que a veces lo olvido —reconocí. No me gustaba hablar de eso—. Esa noche Alba y Emiliano lo repitieran sin descanso.

Su apoyo fue tan valioso para mí en ese momento, en el que todo se tornó tan confuso.

—Ese muchacho te quiere muchísimo —comentó de pronto. Evadí su mirada aún sintiéndome traicionada. Ella siguió hablando para sí misma—. Lo vi en su mirada cuando habló de ti, dijo que pondría las manos al fuego por defenderte y que eras lo que más quería en todo el mundo —me presumió asombrándome. Algo en mi interior se removió con fuerza al imaginarlo decirle esas cosas frente a ella—. Claro que no me haré la sorprendida, no esperaba menos de quién ganó tu corazón.

—¿Lo estás defendiendo? —cuestioné porque parecía su abogada. Emiliano era un traidor, el traidor más bueno del mundo, pero al final un traidor.

—Un poco —admitió culpable, riéndose de sí misma. Mamá siempre era así, sonreír era su actividad favorita.

—¿Solo por qué fue de chismoso contigo? —repetí haciendo énfasis en lo último.

—Tienes razón... —meditó—.  Soy una pésima madre —se asombró, pero seguía bromeando—. No te molestes, no quiso herirte, solo sabía que te dolía estuviéramos distanciadas por algo que no era tu culpa. Estaba siendo muy dura contigo.  Además, sabes que cuando quiero saber algo siempre lo consigo —alegó. Escondí una discreta sonrisa. Sí, mi padre y yo éramos los principales testigos de su capacidad.

—¿Qué método usaste con él? —curioseé, porque era ingeniosa.

—Mirada severa de madre —resumí orgullosa—. Eso bastó. Debo reconocer que para llevarte algunos años a veces es más inocente que tú —se burló divertida.

—Definitivamente lo es.

—¿Recuerdas cuando te dije que llegaría alguien que valoraría tu dulzura y nobleza? —lanzó, haciendo memoria. Sí, me trasladé a las viejas conversaciones que tuvimos por años en ese mismo lugar—. Nunca cambies por nadie que no sea tú, Pao —repitió un viejo consejo que llevaba conmigo a todos lados—. Quién te quiera de verdad lo hará simplemente por ser tú. Un buen corazón abre puertas. Y me gustaría decir que eres afortunada, pero creo que él lo es por tenerte a su lado. Eres una niña muy... —Calló de golpe, negó sonriendo, agitando en la sacudida algunos mechones de su cabello—. Lo siento, me cuesta un poco verte como una mujer, para mí nunca dejarás de ser esa bebé que se comía las crayolas en un descuido, aunque está claro hace tiempo dejaste de serlo —murmuró melancólica.

—Mamá, yo siempre seré tu niña —aseguré cariñosa—. Por suerte ya aprendí para que sirven —añadí juguetona, encogiéndome de hombros—. Solo me tomó veinte años. De todos modos, siempre voy a necesitarte, quizás ya no para resolver mis problemas, pero sí para escucharlos. Nadie es mejor consejera que tú —acepté. Ella me dio la más tierna de las sonrisas. Adoraba a esa mujer con cada fibra de mi alma. Ojalá algún día pudiera ser como ella—. ¿Eso significa que mañana sí me acompañarás al evento? —pregunté en una petición.

En verdad deseaba que estuviera a mi lado porque si ella faltaba, aunque todo saliera de acuerdo al plan, no sería perfecto.

—No me lo perdería por nada del mundo —respondió arrebatándome una sonrisa—. Pero primero debemos hacer un trato —me sorprendió. Aún así asentí, sin querer decirle que no—. Yo prometo escucharte siempre y tú confiarás en mí, ¿de acuerdo? No más secretos, ni juicios —dictó mirándome a los ojos.

Era el trato más bonito del mundo. Sin pensarlo la abracé con todas mis fuerza, dispuesta a cumplirlo, agradecida por ser siempre tan buena conmigo, por quererme como lo hacía. Cuando estaba con ella nunca me sentía sola.

—Trato. Te quiero mucho, mamá —le repetí tan contenta porque todo volviera a la normalidad. Ella me correspondió durante un largo rato, ojalá me hubiera podido quedar ahí para siempre, en sus brazos donde estaba en calma, pero la realidad me llamó—. Debo irme a terminar todo lo del evento —recordé. Había dejado sola a Aurora y no era justo se ocupara de todo el trabajo. Seguro estaría preguntándose por mí o más bien por los detalles de mi desaparición.

Mamá asintió compresiva, propuso ayudarme en lo que necesitara. Ella era mi cómplice. Le di una última sonrisa sin poder mantenerla solo para mí, agradecida. Si mamá y yo estábamos bien nada podía estar mal.

—Pao... —me llamó cuando estuve a punto de salir. Frené en seco regresando la vista, encontré en sus labios una sonrisa peculiar que me llevó a imitarla—. Solo quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti —soltó estrujándome el corazón con su honestidad.

Le di una sonrisa antes de marcharme tentada a ponerme a llorar, con los ojos nublados, el corazón desbocado y la felicidad pintando cada rincón. Esa noche, en la que las personas que amaban me habían recordado cuanto me querían, la vida pareció un lugar mejor.

Camino a la sala, con la adrenalina recorriéndome de pies a cabeza, recogí mi celular inundado de notificaciones. Las ignoré centrándome en lo más importante. Hallé sin esfuerzos el contacto que buscaba y tecleé un mensaje tan deprisa como me dieran los dedos. No estaba conectado, así que no lo vería de inmediato, pero no podía mantenerlo solo para mí.

Debería estar enfadada contigo porque le contaste a mamá nuestra promesa, pero creo que entiendo por qué lo hiciste. Sabes, después de hablar con ella acabo de liberarme. Ese día me sentía tan agobiada que olvidé por qué ella es mi confidente y tuvimos una conversación que me lo recordó.

—¿Y esa sonrisa?

Pegué un respingo cuando me recibió esa pregunta apenas abrí la puerta. Encontré a Aurora, recostada, jugando con su celular, pero apenas me vio pareció hallar algo más interesante.

—Le escribía a Emiliano —le expliqué.

—¿Discutiste con él? —me preguntó sin disimular su curiosidad.

Entendí que se refería al tema de Alan. Torcí mis labios, ese era otro problema. Definitivamente todos los líos coincidieron en una noche.

—No, bueno... Algo así —admití de buen humor—. De todos modos no duró. Hablamos y lo resolvimos. Emiliano y yo tenemos muy buena comunicación —remarqué orgullosa con una sonrisa sentándome a su lado. Era de lo que más me gustaba de él, estaba dispuesto siempre a escucharme.

—No solo buena comunicación, eh —me acusó. Alcé una ceja sin comprender a qué se refería hasta que ella me quitó una de las flores para mostrársela, la giró entre sus dedos maliciosa. Tardé un rato en captarlo, me faltaba una, alarmada la busqué, debía estar tirada en mi habitación.

—No pasó nada —aclaré abochornada llevando mis manos a mi cabello para peinarlo—. Te lo juro, no hicimos absolutamente nada...

—Tranquila, lo sé, soy tu mejor amiga, tampoco te juzgaría —recordó comprensiva antes de renovar su sonrisa traviesa—, pero si te exigiría todos los detalles. Seguro que viviste una escena apasionada digna de un libro —comentó dándome un empujón juguetón.

No contesté, fingí estar concentrada en los carteles sobre la cama, pero dentro de mí me distraje recordándolo. Sabía que no debía pensar en eso, porque mi sonrojo me pondría en evidencia, pero no pude evitarlo. Incluso cuando no fue nada más me temblaban las piernas y el pulso se me aceleraba.

—Ahí está —se burló de mi nerviosismo.

—¿Crees que alguien más lo notara? —me alarmé.

—No, yo porque te conozco como la palma de mi mano, pero estoy completamente segura que nadie más lo notó —me tranquilizó. Mejor así—. Además, Emiliano se ve medio inocente, quién diría que no —se burló.

Sí, claro, inocente, pensé para mis adentros. No negaba que Emiliano fuera el chico más dulce del mundo, tierno cuando lo necesitaba y paciente para no mover un solo cabello sin que yo lo deseara, pero no por eso dejaba de ser un pícaro conquistador. Ni siquiera entendía cómo lograba mirarme con tanta dulzura y después desaparecía mi juicio apenas sus manos me rozaban.

—Ahora, cuéntame, pero dime la verdad, ¿nunca han hecho nada? —susurró en complicidad, despertándome. Le encantaba cuchichear en los secretos de otros.

—¿Te refieres a...?

—Sabes a qué, Pao —me acusó para que no me hiciera la desentendida. 

—Pues no, no hemos hecho nada —respondí tranquila.

—¿Nada?

—Nada —repetí sin dudarlo.

—¿Nada?

—Nada —declaré riéndome de su curiosidad. Aurora hizo una mueca aburrida—. Es decir, sí hemos dormido juntos, tres veces —destaqué sonriendo para mí. Fueron las mejores noches de toda mi vida—, pero nunca hemos hecho nada más que besarnos —reconocí para su decepción—. Creo que eso durará un tiempo. Emiliano me entiende, no intenta forzarme —reconocí. Él era el chico con el que más tiempo a solas y jamás intentó convencerme de dar un paso sin estar segura—, siempre se detiene sin protestar cuando empiezo a ponerme nerviosa.

—Pero algún día lo harán —dedujo.

—No lo sé... Es decir, imagino que sí, pero es que... —Callé sin saber cómo explicárselo—. No creo estar lista aún, tal vez nunca lo esté —confesé para mí misma.

Es decir, era un paso importante para mí. Creo que cada quién sabe cuándo es el momento. Yo quería estar segura antes de aventurarme. No es que él no fuera el indicado, estaba segura que con nadie más podría estar, pero deseaba que cuando pasara él estuviera convencido del todo que me amaba. No me conformaría con un silencio como respuesta. Pero era difícil, era difícil pensar cuando me besaba o me abrazaba como si solo existiríamos los dos.

—Creo que me ama de verdad, Aurora. No me lo ha dicho literalmente —acepté sonriendo para mí, recordando su silencio en la boda—, pero no hace falta. Me lo demuestra con hechos y me lo dice de muchas otras formas. Así que va a esperarme, no solo busca colgarse un triunfo siendo el primero, creo que quiere ser el último —revelé contenta de haberlo encontrado.

Él no se parecía a los otros chicos que había conocido. Él era dulce y paciente, en su mirada no había malicia, eso me hacía sentir segura. Me hacía sentir como una mujer, pero sin perder la ternura.

—Que lindo sonó, úsalo para tu novela —me recomendó.

—Lo haré —acepté con una sonrisa.

—¿Tu novio sabe que es el protagonista de tus historias? —curioseó de pronto.

Su carcajada, ante mi cara de horror, resonó en la habitación.

—No, tampoco pienso decírselo —determiné sin ponerlo a consideración—. Pensará que soy ridícula sobre todo porque esas historias vienen naciendo desde mucho tiempo —mencioné avergonzada—. Ya es raro que sepa estuve enamorada desde hace meses para decirle que pase los últimos años suspirando por él y escribiendo tonterías sobre nosotros.

—Oye, esas tonterías tienen muchos votos —defendió.

—De gente que no sabe qué es verdad o no.

—Pero te aman, tienes gente que piensan que eres maravillosa.

—Y otros que piensan que soy una basura —argumenté con una mueca desagradable. Hace apenas un segundo noté estaba inundada de notificaciones de Wattpad. Y aunque en otro momento eso me hubiera entusiasmado, sabía lo que esta vez encontraría.

—¿Siguen molestándote? —preguntó adelantándolo, preocupada.

—Míralo por ti misma —dije entregándole el aparato.

Sus ojos recorrieron indignada la pantalla, frunció el entrecejo de a poco. Y esos eran cumplidos comparados a los que solía recibir.

—¿Otra virgen soñando con historias de amor? —repitió incrédula—. Por Dios esto ya es personal. Qué clase de enfermo te dice esto.

En verdad quería saberlo.

—He silenciado ocho usuarios esta semana —la puse al tanto—. Todos con mensajes de ese tipo —añadí, suspirando. No eran críticas a mis personajes sino dirigidas a mí—. Quién este detrás de ellos no quiere sacar su traumas conmigo, me odia —concluí.

Ni siquiera entendía por qué. Es decir, ni siquiera era una escritora famosa, no tenía nada que podrían envidiar o reclamarme, pero era persistente, como si buscara en verdad lastimarme. Estaba llegando a asustarme alguien ocupara tanto tiempo en mí.

—Seguro es un fracasado, no les hagas caso —me animó al verme decaída—. Pao, tú eres la mejor escritora del mundo mundial. Lo digo yo, que no es por presumir, pero sé mucho del tema —aseguró con fanfarronería, antes de abrazarme cariñosa. Sonreí sobre su hombro, desde que la conocí siempre me apoyaba en todo—. Y mañana la mejor oradora del mundo —pronosticó, errando.

Yo no estaba tan segura de eso último, era un verdadero desastre hablando en público, ni siquiera era capaz de pronunciar mi nombre completo sin tartamudear o cambiar el tono, pero Alan insistió en que presentáramos algunas palabras los tres y a mí me tocó la parte más grande. Resoplé desanimada, pero Aurora, que conocía mi debilidad por la ropa, logró que recuperara la alegría impulsándome a probarme lo que usaría para el evento. Ella ya había escogido su atuendo de mi armario mientras charlaba con mamá.

—Demasiado formal, parece que vas a dar una conferencia en Palacio Nacional —opinó al verme modelar orgullosa una blusa de seda naranja a juego con un pantalón negro.

Torcí mis labio, estudiándome. Sí, creo que estaba tomándomelo demasiado en serio, acepté antes de decidir buscar algo más juvenil, más a mi estilo. Revisé todos mis vestidos, dudando entre uno blanco a la altura de la rodilla que era un clásico o un top rosa que estaba entre mis favoritos.

Volví la cara para pedirle un consejo a Aurora, pero la encontré luchando por no soltar una escandalosa carcajada.

—¿De que te ríes? —pregunté divertida al verla tan feliz.

No entendía que podía ser tan gracioso, sobre todo porque conocía perfectamente el contenido de esas páginas y no recordaba haber escrito ningún chiste.

—De que todas las tonterías que hace el Emiliano te parecen tiernas, y se avienta unas —comentó atenta a las páginas de mi diario. Fruncí las cejas viéndola entretenida, es decir, no me molestaba que lo leyera porque siempre lo hacía, pero Emiliano no cometía tonterías—. Seguro que la escena de celos que armó te pareció adorable —me acusó de buen humor.

—No, no lo hizo —aclaré sin pizca de diversión. Los celos no me parecían graciosos.

—Bueno, no quiero defenderlo —aclaró—, pero es que Alan también se pasa —argumentó—. Yo moriría por Pao —dramatizó llevándose las manos al pecho—. Yo moriría por Paoooooooooo  —canturreó con un lamento que me espantó—. Es medio intenso.

Torcí los labios al rememorar nuestra discusión.

—No quiero hablar de él —le pedí, pero me contradije—. Supongo que también fue mi culpa, nunca debí aceptar me acompañara a la fiesta de Tía Rosy —acepté agobiada cuando me senté en el borde del sofá. Todo cambió a partir de esa noche—. Incluso cuando le aclaré sería solo como amigos ayudé a que se ilusionara y pensara existía una posibilidad.

—Sí, sí, sí, pobrecillo —le restó importancia.

Respiré hondo. Sí, de nada servía torturarme, ya no podía cambiarlo.

—De todos modos —cambié de tema despejándome de esos líos—, tengo al mejor novio y la mejor amiga de todo el mundo —destaqué con una sonrisa.

—De lo segundo no hay duda —presumió.

—Por cierto, no te he agradecido por lo que hiciste por mí en el bar —recordé. Nunca olvidaría como me defendió, todo lo que hizo por mí. Era la clase de amiga que arriesgaba todo por las personas que quería, que no pensaba dos veces antes de hacer una locura para verte bien.

—Ni lo menciones, sabes que, quitando el hecho de que tu madre fuera a contárselo a la mía, tú harías lo mismo por mí, ¿no?

—Claro que sí —respondí con una sonrisa, sin dudarlo—. Aunque quizás sin lanzarme a la espalda de un tipo —añadí contenta, analizándolo a fondo.

—¿Pero por qué si eso es lo más divertido? —defendió haciéndome reír cuando se puso de pie de un brinco sobre el colchón, saltando como una niña—. En esta esquina, la única, increíble y extraordinaria Aurora —anunció a todo pulmón. Sin contener una carcajada coloqué mi dedo sobre mi boca indicándole debíamos guardar silencio o despertaríamos a todo el vecindario.

Aurora se lanzó a la cama riendo como loca. Yo la imité porque adoraba sus ocurrencias. Aún con la risa en los labios y la respiración agitada me acosté a su lado, clavando la mirada en el techo. Era tan feliz. Tenía una familia que amaba, una amiga que hacía mis días una aventura y un novio que me volvía loca. Mañana tal vez reuniría dinero para ayudar a todos los animalito del refugio. Y con un poco de suerte podría enfrentar uno de mis mayores temores que era hablar en público y demostrarme de lo que era capaz. Era más de lo que otros veían, podía ser valiente.

—¿Qué pasa? —curioseó al escucharme suspirar sin una razón.

Giré la cabeza, sonriéndole traviesa con la alegría revolviendo mis ideas.

—Nada, es solo que tengo una corazonada —le confesé. Así llamé al cosquilleo que sentía en el estómago. Ella me miró extrañada sin comprender—. De que mañana algo importante pasará —pronostiqué revelando lo que me contaba mi eufórico corazón.

No sabía cómo explicarlo, no creía en esas cosas, pero no podía arrancarme esa sensación. Esa idea se repetí una y otra vez, como si una voz susurrara a mi oído.

—¿Algo bueno? —dudó sin saber cómo tomarlo.

Reflexioné un instante. Mordí mi labio, conseguí una respuesta del mismo sitio donde nació.

—Creo que sí —acepté arrugado mi nariz antes de que ambas rompiéramos a reír ilusionadas por lo que vendría, ignorando todas las posibilidades que se abrían ante un quizás. Y aunque era un presentimiento completamente ilógico y sin fundamentos, acerté, al menos en una parte.

¡Hola a todos! Tal como mencioné en el capítulo anterior, aquí está un especial de Pao que coincidió con las 150k lecturas. No puedo estar más feliz y emocionada. Nunca pensé llegaría tan lejos con esta novela. Gracias de corazón por todo el apoyo, por todos sus comentarios, por su cariño. Tres preguntas, ¿les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda en el próximo capítulo?  Si pudieran bautizar un perrito del refugio, ¿qué nombre le pondrían y por qué? Un pequeño spoiler, veremos de vuelta al club y hay una sorpresa. De verdad, no se pierdan el próximo capítulo. 

Y también compartirles que hice una edición de Emiliano y Pao, en la boda de Alba. Les quiero mucho a todos. No olviden seguirme para más ediciones y sorpresas. 

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