Especial Alba

Nunca pensé en casarme. Es decir, posiblemente lo imaginé, como un deseo fugaz, cuando era mucho más joven, pero al dar de lleno con las dificultades de la vida lo descarté. Pensaba, ¿quién soñaría con alguien como yo para ser su esposa? Peor aún, ¿existiría alguien en el que podría confiar para imaginar un para siempre? El matrimonio es un tema muy serio. Vamos, era consciente que existía el divorcio, pero quién se casa pensando en la separación.

Y ahora, en contra de mis pronósticos, estaba a punto de casarme con el mejor hombre que había conocido en mi vida, el único capaz de soportar mis malos momentos (que eran muchos) y mi carácter (que no se caracterizaba por ser dulce). Además, había demostrado su amor no era frágil, sino que soportaba la tempestad, su mano me sostenía en mis peores días y su voz tenía las palabras para ahuyentar mis fantasmas. No podía imaginarme con alguien que no fuera Álvaro.

Luchaba con una mezcla de nervios y felicidad. No es que me angustiaba firmar una hoja, me preocupaba todo lo que implicaba la palabra matrimonio. Empezando, por poner un ejemplo, con vivir juntos. No tenía idea si nos entenderíamos en la misma casa. Esperaba que sí, en verdad deseaba que todo marchara bien, que él hallará en mí lo que había buscado, pero conociéndome la veía un poco complicado.

Álvaro le propuso a mi mamá unirse, pero ella se negó para no interferir en nuestra vida de recién casados. Estaba convencida que en unos meses se arrepentiría. A mamá le aterraba la soledad. Tampoco podía culparla. Es complicado luchar con una casa vacía. Los recuerdos hacen mucho ruido.

Contemplé el techo reflexionando el cambio tras la muerte de papá, pero no llegué a ninguna conclusión. Suspiré, agitando mi cabeza. Ese era el peor momento para pensar en cosas que no podían resolverse, pese a que mi mente parecía gozar con colocar un lío más en la interminable torre. Así que, evitando enredarme con desgracias, abandoné la cama. Al ser consciente que ser la novia no me daría ningún beneficio en esa casa me levanté para comenzar mi rutina. Además, me ayudaría ocuparme en algo más productivo que rodar en el colchón.

Por desgracia, no estaba acostumbrada a tener un día para mí. Es decir, ser el centro de atención me agobiaba un poco. Había pasado años viviendo para otros, y siendo honesta no me gustaba del todo el cambio de papeles. Nunca fui la maestra de la adaptación.

Después de lavarme la cara, cepillarme los dientes y atar mi cabello rojizo, que llamaría la atención hasta que un árbitro de fútbol, me encontré en la cocina. Chasqueé la lengua. Todos seguían dormidos y estaba segura que si probaba algo del refrigerador lo echaría afuera de los nervios, si es que antes no me arrojaban fuera de la casa por despertarlos.

Se me escapó otro suspiro. Crucé mis brazos sobre la mesa del comedor, apoyando mi mentón en ellos antes de sacar mi celular para buscar algo con que entretenerme. A esas alturas hasta noticias tontas vendrían bien.

Busqué, de manera inconsciente, en mis contactos el nombre de Álvaro. Siempre lo hacía cuando algo me preocupaba, hablar con él ayudaba. Sin embargo, noté no estaba conectado y tampoco creí fuera una buena idea llamarlo. ¿Qué se supone que le diría? "Perdón por levantarte, es solo que hoy me caso y... Espera, es contigo". Negué. De no ser porque él se encargado de remarcar que todo iría bien, se ocupó de muchos detalles y estuvo en cada paso, estaría convencida la boda sería un auténtico desastre en el que yo encajaría muy bien.

Deslicé mi dedo por la pantalla comprobando que Emiliano, Tía Rosy, ni Arturo estaban en línea. Di por hecho todos seguían recuperándose de las despedidas de hace unas noches. Confieso que me sorprendió hallar a Pao. No sabía qué podía estar haciendo despierta a esa hora. Recordé que cuando era más joven los fines de semana los pasaba en la cama hasta tarde. Debí aprovecharlos, nadie me advirtió que al convertirte en mamá desaparecerían los horarios y las vacaciones.

Por un momento pensé en escribirle para preguntar cómo seguía después de lo que sucedió, pero por otra parte no quería forzarla a charlar del tema. Era delicado, necesitaba tiempo para procesarlo y ser ella quien decidiera cuándo y con quién hablarlo. Aunque por otro lado, en momentos así cuesta mucho ver la ayuda a nuestro alcance. Pensé en su decisión de quedarse con Emiliano esa noche en lugar de marcharse junto a nosotros, en verdad esperaba que él la hubiera escuchado. Tampoco es que pensara era de un desalmado, tras la conversación en la comisaría descubrí confiaba plenamente en él, pero a veces la gente desconoce qué palabras decir y cuáles no, acompañar sin presionar. Nunca es fácil ser un apoyo, pero cuanta falta hace tener a alguien a tu lado cuando te sientes tan sola.

Seguía pensando en aquello cuando mi celular sonó. Fue tan inesperado que casi se me escapó de entre las manos. Solté una maldición entre dientes. Contesté deprisa antes de que despertara a alguien. Ni siquiera revisé de quién se trataba, no creí madrugara el de telefonía. Tampoco fue complicado, reconocí esa voz en un segundo.

—¿Cómo van las cosas para la novia? —preguntó emocionada. Sí, con eso lo confirmé.

—¿Miriam? ¿Qué haces despiertas a esta hora? —pregunté confundida—. No debería estar haciendo cosas normales? Como dormir.

—Tú mejor que nadie debes saber que a dos semanas de dar a luz no conoces la palabra dormir —comentó. Sí, tenía razón, acepté meditándolo.

—¿Y Arturo? —dudé. No creí él compartiera su afición por llamar a sus amigos por la madrugada.

—Te recuerdo que soy yo la que las llevo a bordo —mencionó de buen humor. Alcé ambas cejas—. ¿Tú cómo estás? ¿Nerviosa? —curioseó.

—No... Un poco... A punto de enloquecer —escupí con un suspiro, sincerándome. Necesitaba sacarlo y si había alguien capaz de soportar mis dramas con calma era ella. Observé cuando el señor Casquitos se trepó a la mesa para mirarme directo a los ojos con ese par de luceros ámbar que empeoraban mis ya alterados nervios. Ni siquiera hice el intento por echarlo, me ignoraría—. Con decirte que creo que el gato me habla.

—¿Y qué te dice? —preguntó divertida.

Analicé su malvado semblante. No parpadeó, se quedó ahí frente a mí, mirándome con los ojos bien abiertos, como si pudiera colarse a mi alma. Odiaba que hiciera eso.

"Pobre de Álvaro, espero no te regrese a las dos semanas" —solté de mal humor—. Y yo le contesto que al que van a regresar es a otro —ataqué, remarcando lo último. Tal como imaginé le importó un comino.

—Sí, definitivamente duermes con el enemigo —se burló de mi imaginación—. Es normal, Alba. ¿Sabes que es lo que necesitas? —planteó, aunque conocía tenía la respuesta desde antes de llamar.

—¿Saltar de un puente? —consideré. Ella rio como si le hubiera contado el mejor de los chistes. No sé qué me sorprendió más, que no despertara a Arturo con esa carcajada o que a estas alturas del partido pensaba bromeaba.

—Una charla con amigas. Acabo de notar que Pao está conectada, podríamos hablar un rato para que te distraigas. Seguro te animas un poco —propuso contenta. Negué, aunque no pudiera verme.

—Miriam, ambas sabemos que solo quieres sacarle a Pao lo de su relación con Emiliano —acusé porque a mí no podía engañarme.

Escuché una exclamación ofendida.

—Cómo puedes pensar que... ¿Crees que me lo diga? —cuestionó al verse atrapada. Ladeé el rostro con una sonrisa derrotada. Miriam era única—. Ojalá que sí, no debe olvidar yo fui la primera persona que creyó en ellos como pareja —argumentó orgullosa.

Solté una risa porque no servía de nada argumentar en contra. Aceptaba que siempre fue la primera en notar había algo detrás, incluso antes que los involucrados.

—Miriam, tu emparejarías hasta una zanahoria con un pepino —comenté—, pero sí hay que darte mérito.

—¿Lo intentamos? —propuso emocionada.

Abrí los ojos alarmada, porque pensé se quedaría en una loca idea. Estaba hecha un desastre, odiaba las cámaras. La respuesta era no, siempre no.

—Conmigo no...

Pero no me escuchó tal como siempre cuando se le ocurría algo. Demasiado tarde, cuando caí en cuenta estaba invitada a unirme. Miriam debía ser la única persona que le gustaran las videollamadas, a las siete de la mañana, recién levantada. Pude negarme, pero no lo hice porque después me lo reclamaría. Además, quizás sí me haría bien. Si contábamos que mi cámara tenía una calidad terrible y la poca luz de la cocina no debía preocuparme. Suerte si alguien podía verme, en una de esas podían usar la grabación para un programa paranormal.

Acepté antes de apoyar el celular en un servilletero. Tecnología de última punta, pensé. Cuando uno es pobre debe usar la imaginación. Encontré a Miriam radiante, con su labial puesto y su rubor en las mejillas, junto a una gran sonrisa. Debí suponer que no aparecería frente a la cámara con el aspecto de un vagabundo. Por suerte hallar a Pao al natural, sin pizca de maquillaje y el cabello suelto, me hizo sentir no era la única loca.

—¡Hola! —nos saludó emocionada y sorprendida. Estaba en un escritorio, o eso supuse porque se asomaban algunos libros—. Pensé que estarías en los últimos detalles de la boda... —mencionó sin disimular el asombro.

—Aún es temprano —comenté, justificándome— para hacer esas cosas de novias, como... Llegar al altar, decir acepto —enumeré con la mente en blanco. Ella sonrió pensando se trataba de un chiste—. ¿Qué haces despierta tan temprana? —cambié de tema.

—Bueno, como sabía tendría la noche ocupada decidí adelantar a mis tareas de la universidad —nos contó. Claro, lo había olvidado. A veces pasaba por alto que Pao aún era una estudiante. Ella sonrió con inocencia antes de entrecerraron sus grandes ojos divertida—. ¿Ese es el señor Casquitos? —preguntó ilusionada.

No tuve tiempo ni de adelantar el golpe, cuando me di cuenta el dichoso gato ya estaba encima de la cámara, curioseando. Genial, lo único que faltaba, pensé tomándolo entre mis manos para sentarlo en mi regazo o acabaría rompiéndolo. Como me hacía la vida imposible ese pequeño demonio.

—Aww... Él también quería estar en el vídeo —suspiró con un mohín, mirándolo con veneración mientras yo reacomodaba la cámara. Lo único que necesitaba era que le subieran más el ego. No, lo que quería era arruinarme la vida—. Y cómo no, si es tan lindo —añadió. Esperé fuera una broma. Él tenía de lindo lo de yo de amable—. Creo que te quiere, Alba —opinó, confundiéndose cuando quiso alcanzar un mechón de mi cabello para arrancármelo.

—Me odia. Ha intentando asesinarme varias veces —le conté alejándolo, peleando con él. Quédate quieto—. De ser por mí te lo regalaba...

—Pero Nico lo adora —adelantó con una sonrisa, conociéndolo.

—Casi con la misma intensidad con la que esta bola de pelos me aborrece —acepté. Estaba condenada a pasar lo que me restaba de vida a su lado por amor a mi hijo.

La dulce e inocente risa de Pao sonó a la par dio un aplauso que me desconcertó, hasta que de la nada apareció un perro enorme que se trepó para lamerle la cara. Por un instante creí se la comería. Dios, supongo que mi rostro hizo visible el terror porque ella se echó a reír risueña.

—Yo también tengo a mi fiel amigo siempre conmigo. Se llama Bruno. Saluda, bonito —nos presentó antes de alzar su pata delantera fingiendo saludaba. De pronto su imagen fue sustituida por su nariz pegada a la pantalla, olfateándola. Por la dulce sonrisa que dibujó cuando lo apartó supuse le pareció súper gracioso—. Él es mi adoración, junto a...

Pao calló un instante antes de levantarse de la silla. En el foco principal solo quedó el enorme can que me puso un poco nerviosa. No era amante de los animales, aunque en ese momento abrazando sin darme cuenta al señor Casquitos, como si él pudiera cuidarme cuando sería el primero en dejarme morir, cualquiera hubiera pensando lo contrario. Involuntario lo abracé con fuerza hasta que escuché su maullido, alarmando porque lo estaba ahogando, obligándome lo soltara. Lo hice sin dudarlo. El gato saltó al piso antes de girarse para dedicarme una última mirada de odio, casi pude escucharlo advertirme que se vengaría.

Busqué la mirada se Miriam que no había hecho ningún comentario hasta ese momento, pero estaba al pendiente de la conversación. Comprobé que no era la única extrañada por su desaparición cuando al volver a enfocarme pegué un respingo por lo que apareció en la pantalla. No llegaría viva con tantos sustos.

Solté una maldición cuando me topé con la cara de una tortuga a unas centímetros de la cámara. Pude ver sus ojos brillantes, el par de orificios por donde respiraba y su expresión rara.

—Este es Panchito —nos mostró orgullosa. A mí me costó sonreír—. Es una monada, ¿verdad? —No fui capaz de decir que no—. Este par, junto a la perrita de Emiliano, Lila, son mi debilidad —contó volviendo a su sitio acariciándola.

Ahí estaba el banderazo que necesitaba Miriam.

—¿Cómo está siendo trabajar con él? —lanzó casual, fingiendo tan mal que no lo había planeado. Mi rostro gritó: ¿es en serio? Ni los que te estafaban con créditos eran tan evidentes. Aún así Pao no pareció enfadarse, todo lo contrario, escondió su felicidad muy mal, hasta el rostro se le iluminó.

—Maravilloso —contestó sin pensarlo con una gran sonrisa—. Emiliano es increíblemente dulce. Los clientes ya hasta conocen mi nombre —nos platicó emocionada—. Además, su madre es una mujer de lo más encantadora, me trata con mucho cariño.

—Seguro te quiere como nuera —comentó Miriam con una sonrisa traviesa.

—Yo más bien creo que le alegra saber que Emiliano tiene gente que lo quiere a su alrededor —comentó para ella misma—. Verlo feliz la contagia.

—¿En serio? Pues él parece siempre estarlo y ahora que pasa mucho tiempo contigo está al borde de la locura —opinó Miriam. Sin embargo, Pao no pareció convencida, dibujó una débil sonrisa perdiéndose en sus pensamientos.

—Bueno, pero Emiliano es humano, tiene sus días malos, momentos tristes —confesó—. Lo que pasa es que no los deja demasiado a la vista. Pese a todo lo que ha atravesado tiene una actitud admirable y un corazón enorme que es capaz de dar amor a todo aquel que lo quiera —lo describió enamorada.

—Y tú eres especialista en ese tema —dictó Miriam, acertando. Pao ni siquiera lo negó.

—Si ustedes lo conocieran lo entenderían —aseguró. Dejó escapar un suspiro—. Yo sé que para la mayoría es solo el chico de bonita sonrisa, pero él es mucho más que eso. Emiliano es el hombre más dulce que he conocido. Cuando ama lo entrega todo, nunca condiciona su amor. Deberían ver como cuida a su madre y a Lila, es demasiado tierno —añadió tan emocionada que creí se pondría a llorar.

—Deberías escribir un libro de cómo enamorar a alguien que se negaba a cualquier posibilidad y ahora encuentra fascinante hasta como respiras —bromeó Miriam, dando en el punto.

—El club de los rechazados... —murmuré recordándolo.

—¿Qué?

—Eso me dijiste el día de la boda... —le expliqué cuando Miriam me miró como si estuviera loca—. Comentaste que ese sería el título si escribieras su historia —añadí, esperando no haber dicho algo estúpido, aunque era una posibilidad.

Pao fue dibujando una sonrisa de a poco.

—Lo recordaste —susurró alegre—. Muchas gracias, Alba. Sí, creo que sería un buen título. ¿Tú estás lista para escribir capítulo importante del club de los valientes? —curioseó con una sonrisa.

—Tan lista como puede estar una persona que pensó nunca lo haría —acepté.

—Debes querer mucho a Álvaro para que él sea tu excepción —dedujo.

Mucho, más que lo que pensé algún día lo haría. Con todo mi corazón, lógica y valentía. Me sentía como una adolescente cuando estaba a su lado, llena de sueños, con fuerzas para luchar por el día a día.

—Sí... —murmuré un poco avergonzada por la atención.

—Por favor, no respondas eso cuando te pregunten si aceptas —pidió Miriam divertida. Sí, buen consejo—. ¿Tienes tus votos listos? —preguntó de pronto, recordando ese pequeño detalle.

—Sí, sí, en un rato les daré otro vistazo... —mentí fingiendo desinterés cuando había pasado dos semanas repitiéndolos para no olvidarlos.

—Debería revisarlos Pao, ella es escritora, seguro que sabe de romance... —lanzó fascinada por su plan.

Yo debí ponerme pálida. Era la peor idea del mundo. Ya suficiente era saber que eran un desastre para que alguien con talento intentara mejorarlos. Todos esos errores que creí no eran graves lo serían al señalarlos de uno en uno. Además, me avergonzaba que la gente supiera lo que pensaba.

Estaba a punto de negarme cuando se adelantó.

—Yo creo que lo más importante es hablar desde el corazón —comentó Pao comprensiva. Quizás notó mi pánico—. No hay palabras incorrectas para las personas que amamos cuando salen desde nuestro corazón. Alba, no te angusties, lo que digas jamás sustituirá a lo que hagas día a día. Eso es lo más valioso. Y te aseguro que Álvaro sabrá cuanto lo amas por lo que hay dentro de ti.

No sabía si sería verdad o no, pero el simple hecho de escucharlo fue un consuelo. Solo esperaba que tuviera razón porque amaba a Álvaro al grado en que no encontraba palabras que le hicieran justicia.

Álvaro y yo llegamos a la quinta temprano en dos grupos. Yo acompañada de Nico, mi madre, Miriam y Arturo que se ofrecieron a llevarnos. Se supone que el tiempo nos beneficiaría, pero con un comité formado por una novia histérica, una madre melancólica, un niño y un gato malvado, no podía esperar una tarde tranquila.

—¿Te gustaría una más? —me preguntó Miriam sonriéndome a través del espejo, sosteniendo una flor dorada con pequeños cristales, dudando si sería adecuado sumarla al tocado. Estudié mi reflejo detenidamente, el resultado final era obra de su excelente gusto.

Existían los profesionales, pero necesitaba alguien familiar que me entendiera. Era complicada, así que acudí a la única persona capaz de no asesinarme con tantos peros. Admirando la imagen, acepté fue una buena decisión. Miriam eligió un maquillaje natural como se lo había pedido, un labial rosa claro, delineó mis ojos con una fina línea oscura y unas sombras durazno sin agregar mucho más.

—Creo que son suficientes, Miriam —le agradecí con una sonrisa—. Si colocas una más temo convertirme en un nido.

Pero exageraba, Miriam había formado algunas ondas largas en mi cabello que caían a media espalda y había atado dos mechones al centro con un tocado de flores muy elegante. Una combinación entre mi temperamento indomable y la clase que se necesitaba para un evento importante. No recordaba haberme sentido antes tan bonita.

—Estás hermosa, Alba —comentó llevándose las manos al pecho cuando me puse de pie para que admirara su obra.

Sabía que era una exageración, pero al mirarme en el espejo sonreí porque se estaba volviendo una realidad. Al fin lo sentí como mi presente y no un sueño. La sonrisa quedó en mis labios al admitir que me gustaba más de lo que aceptaba.

—Solo faltan los zapatos —anunció, despertándome—. ¿Dónde están? —habló en voz alta, buscándolos con la mirada.

Los halló, pero lo que vio no le gustó, a ninguna de las dos. Cuando me giré me di cuenta que sobre el par de zapatillas estaba el señor Casquitos, durmiendo plácidamente su siesta. Porque con varias hectáreas a la redonda qué mejor sitio, ¿no? Respiré hondo para no perder la calma, imposible ante provocación, me encaminé como un tornado para quitarlo de encima. Carraspeé para llamar la atención, con las manos en la cintura. Pensé que eso lo haría correr. Error.

El sinvergüenza se limitó a alzar la mirada aburrido, desinteresado, casi pude escucharlo: ¿y tú eres?

—Tu mayor pesadilla —contesté en voz alta. Nada—. Dios santo, dame paciencia —dije antes de ponerme de cuclillas para arrebatárselo, pero cuando lo tomé entre brazos e intenté levantarlo algo me lo impidió. Entonces descubrí sus garras se habían aferrado a la alfombra con todas sus fuerzas trayéndola entre sus garras.

Cerré los ojos ante el desastre.

—Sabía que era una mala idea traerte —escupí furiosa porque lo estaba haciendo a propósito.

Escuché un ruido en la puerta que anunció el final de la carrera de Nico y Hectorín que estaban pasándola de fiesta correteando de un lado a otro en la quinta. Les gustaba el ejercicio. Nico ya lucía el moño descolocado y la ropa sucia, pero no importó, se veía muy feliz. Ni siquiera pude regañarlo.

—Yo te ayudo —anunció Nico al verme luchar en vano. Lo tomó entre brazos cariñoso, probando otro método, pero falló—. No quiere —dijo zarandeándolo de un lado a otro. Parecía haberse quedado atorado.

—Hazle cosquillas en la pancita —propuso Hectorín.

—¿Funciona? —dudé al escucharlo tan seguro.

—No lo sé, siempre he querido hacerlo —aceptó con una risa traviesa. Genial, pensé respirando hondo.

—Pao seguro que sí puede —comentó Hectorín.

—Pao no está aquí —le expliqué. Le propusimos se uniera, pero nos confesó, tras media hora de Miriam como detective privada, había quedado de llegar con Emiliano.

—Podríamos llamarle a Ro, a él siempre le escucha —propuso Nico con una sonrisa al recordarlo.

—¡No! —lo detuve a tiempo cuando dio un salto para correr por él—. Está bien, que el gato se los quede —me rendí mirándolo con desdén—. Espero que estés feliz. Sabía que saldrías con algo así —hablé como si pudiera entenderme—. Por esa razón no quería que vinieras.

—Mami, pero el señor Casquitos es parte de la familia —argumentó Nico para que no lo castigara—. ¿Cómo te sentirías si te enteras tu mami se casó y no te avisó? —planteó alzando las dos cejas. ¿Qué? Fruncí las cejas ante la comparación. Esa bola de pelos no era mi hijo.

—Destrozada, igual que una madre que pierde una hija.

Escuché a mi espalda a mamá. Alcé la mirada para encontrarme con su mirada triste. Tomé un respiro poniéndome de pie, limpié mis manos en mi vestido sin saber cómo consolarla. Hace unos años estaba convencida que mis padres no me echarían de menos el día que decidiera marcharme, quizás hasta harían una celebración porque al fin se librarían de mí, pero las cosas habían cambiado. La relación con mamá mejoró, sabía nuestra ausencia le pesaría. Y lo peor es que no sabía qué hacer para que se sintiera mejor, era un desastre consolando.

—No deberías estar triste. No me iré para siempre. Yo te envidio, ahora no tendrás que aguantar a este malvado —intenté desviar la melancolía, con la que me era tan difícil lidiar, señalando al causante de los problemas.

—No estoy triste, todo lo contrario. Estoy muy feliz porque sé que tú lo serás —reconoció con una débil sonrisa—. Lamento tanto haberte complicado el camino por tanto tiempo...

—Mamá...

—No me digas que no, porque soy consciente de lo que hice —interrumpió presa de los recuerdos—. Alba, mereces ser feliz... Estoy tan orgullosa de ti. No porque vayas a casarte, sino porque... Al final, no importó cuantas veces te lo repetí, no escuchaste... —reconoció, pero no sonó como un reclamo—. En verdad me alegro no lo hicieras, valía la pena, sí venía algo mejor.

—Ser testaruda debía servir de algo, ¿no?

—Tu padre estaría muy orgulloso de ti —comentó sacudiendo mi corazón. Apreté mis labios para no romperme ante sus palabras. Sonaban tan sinceras que golpearon justo en mi punto débil—. Por que no te rendiste. Nunca, sin importar la tempestad, Alba —remarcó, tomándome de los hombros para mirarme directo a los ojos—. Te dejaré marchar con una sola condición —planteó de pronto, sorprendiéndome—. No te preocupes por otra cosa que ser feliz. Todos los días, a toda hora, intenta sonreír. Los valientes, como tú, lo merecen.

No supe si estaba sensible o fue escucharla decirlo con tanta honestidad lo que provocó mis ojos se cristalizaron. Ya no había reproches, ni huellas de mi pasado en su mirada, ahora solo mirábamos al futuro. Había soñado tanto con escuchar esas palabras, que casi creí despertaría. No quería hacerlo. Quería vivir por siempre en ese lugar donde me amaban sin condición.

—Miriam me matará si lloro —advertí. Además, no me gusta hacerlo en público.

—Ojalá no tengas que hacerlo más y, si es necesario, siempre esté alguien a tu lado en quien puedas apoyarte. Eres muy fuerte, Alba —opinó, equivocándose—, pero no por eso debes atravesar tus batallas sola. Ya no. Y confío no lo harás, tienes amigos que te quieren —aseguró dándole un vistazo a Miriam que intentaba convencer a esa pequeña bestia.

También recordé a su esposo, que se había ganado un lugar importante en mi corazón, Emiliano, Pao, hasta Tía Rosy a su manera estaba conmigo. Volví a esas noches sombrías donde tras una jornada asquerosa me encerraba en mi habitación, sin esperanzas, completamente perdida, y ahora estaba rodeada de gente a la que le importaba.

—Un hijo que cuando crezca un poco más y comprenda más de la vida estará tan orgulloso de la gran mujer que eres —mencionó. Suspiré. Nico era el motivo de levantarme por las mañana, la razón por la que seguí con vida. Soporté todo por él y no esperaba me agradeciera, solo deseaba que fuera muy feliz, que en su mente tuviera claro su madre hizo todo lo que estuvo en sus manos para que lo consiguiera.

»Me alegro tanto que alguien pudiera verlo, incluso cuando todo estaba oscuro —continuó. Eso bastó, me rendí. Cerré los ojos, abrazándola con todas mis fuerza, queriendo sanar las heridas que antes me atormentaron—. Ese hombre tiene mucha suerte —murmuró con cariño a mi oído—. Porque si hay algo caracteriza a Alba Guerra, más allá de su fortaleza o valor, es su corazón. Ese que ella protegió y salvó por sí sola —concluyó, apartándose un poco para acariciar mi mejilla. Creo que después de oírla podía morir en paz.

Pero no se trató de suerte. Tantos escudos no se derriban con ella, sino con algo más poderoso. Álvaro no rompió los cerrojos gracias a un par de frases, ni fingiendo ser lo que necesitaba para conseguir algo a cambio. Fue una combinación de tiempo, paciencia y autenticidad lo que me permitió confiar. Él fue el único que me aceptó incluso cuando sabía no le entregaría nada, ni siquiera amor, porque en ese entonces no era capaz de abrirme ni siquiera a esa oportunidad. Luchó, luchó y aguardó mientras yo avanzaba a mi paso. Me quiso con todo lo que implicaba, mis heridas, mi pasado, mi presente.

—Te quiero, mamá —pronuncié sincera para que no olvidara. Ella asintió, conociéndolo—. Ahora necesito hacer algo importante... —murmuré de pronto, sintiendo debía seguir una corazonada.

Mamá me miró sin comprender. No resolví su duda, porque me lo impediría, preferí inclinarme para darle otro fuerte abrazo que buscó decirle sin palabras cuanto la quería y el valor que tenía su cariño. Luego de cruzar lo peor del camino en solitario, sabía que todo resulta más sencillo si a tu paso encuentras manos dispuestas a sostenerte. Nadie puede salvarte más que tú misma, pero muchas veces encontramos fuerza en el amor sincero de los demás. Uno es capaz de dar con fe el salto más arriesgado si sabes, sin importar lo consigas o no, alguien estará esperando al otro lado.

—¿A dónde vas? —me preguntó Miriam alarmada al verme camino a la puerta. No le di tiempo de hablar o me asaltaría con preguntas y perdería el valor. Además, era capaz de atarme a una silla para retenerme y seguir al pie de la letra el programa. Sonreí, rindiéndome a mi locura.

—Prometo no tardar—aseguré, elevando la voz.

Cerré tras de mí antes de cruzar el pasillo deprisa hasta llegar a la última habitación. Pasé la mirada de un lado a otro, pero ella no me alcanzó. Me apoyaría. Toqué un par de veces, mordí mi labio impaciente esperando no haberme equivocado de número, ni tampoco encontrarme con algún obstáculo. Por suerte atendieron a mi llamado enseguida. Por la puerta apareció Arturo con una sonrisa que pronto se convirtió en confusión.

—Vaya, Alba. No lo creo... Te ves muy bien —me halagó. Escondí una sonrisa. Nunca imaginé cuando atrapé a ese mentiroso que llegaría a tener una conexión tan profunda con él. Ni siquiera encontraba una razón o quizás eran demasiadas para resumirlas, pero Arturo era casi como el hermano que nunca pedí y necesitaba—. ¿Qué haces aquí? —dudó recordándolo—. ¿Te perdiste? Tu habitación está por ella... —quiso apoyarme señalando el camino—. No te culpo, este lugar parece una...

—Dile a Álvaro que quiero hablar con él —le pedí sin tiempo que perder, cortando su parloteo.

Alzó una ceja ante mi inusual petición. Sí, eso sí lo esperé, lo que no imaginé es que se negaría.

—Lo siento, Alba —declaró queriendo sonar firme—, sabes que nunca te digo que no, pero hoy...

—Arturo —repetí, entrecerrando mis ojos. Era algo importante. Di un paso adelante para repetirlo, pero no fue necesario. Arturo alzó las manos en señal de paz temiendo fuera a golpearlo.

—Por eso decía que estará aquí en un minuto —se corrigió deprisa antes de volver dentro.

Quise aclararle que tampoco le daría un puñetazo por esa tontería, pero no me dio tiempo, cuando me di cuenta tuve que colocar mis manos en el pecho de Álvaro para impedir cayéramos al suelo porque Arturo lo arrojó del interior directo a los leones.

—¿Alba? —cuestionó sorprendido. Alcé la mirada encontrándome con su mirada oscura. Sonreí sin evitarlo. Su mirada me recorrió despacio, de pies a cabella, una sonrisa se pintó en su rostro. Tardó un instante en despertar—. Estás preciosa, pero se supone que no debería verte... —recordó de pronto, como si lo hubiera olvidado.

—Álvaro... —murmuré divertida—. Te aseguro que conmigo misma basta y sobra para armar un desastre, no le echemos la culpa a un vestido. Ahora, necesito decirte algo importante —lo puse al tanto.

—¿Estás bien? —se angustió enseguida.

—Sí, estoy bien —lo tranquilicé con una sonrisa. Él siempre se preocupaba por mí—. Solo sígueme la corriente —le pedí tomándolo de la mano, como lo hizo desde nos conocimos.

Álvaro me permitió guiarlo lejos de ese pasillo hasta que encontré un poco de paz en el exterior. Fue un alivio respirar aire fresco. El lugar era demasiado bonito para encerrarnos en esas cuatro paredes. Desconociendo el área miré a ambos lados antes de decidirme por uno al azar. Caminé encogiendo mi vestido para no manchar la falda si no quería matar a Miriam de un coraje, pero al sentir la brisa alborotando un poco mi cabello asumí no serviría de mucho.

—Comúnmente es el novio quien se roba a la novia —comentó divertido con su mano entrelazada a la mía. Giré la vista dedicándole una sonrisa—. Aunque debí asumir que con Alba Guerra siempre hay un par de sorpresas.

Sonreí al escucharlo, al menos estaba advertido. Halé su mano hasta encontrar un trío de frondosos árboles que servirían para escondernos. No quería que nadie me interrumpiera. Terminé mi recorrido empujándolo suavemente detrás de un tronco.

—Álvaro...

—¿Querías que estuviéramos solos? —preguntó de pronto con una media sonrisa, dejándome con la palabra en la boca. Afilé mi mirada ante su broma antes de que se me escapara una sonrisa por su tontería.

—Si eso buscara, hubiera sido más fácil sacar a Arturo —le recordé divertida—. Álvaro, es sobre los votos —respondí enfocándome, intentando aclarar sus dudas, aunque por su expresión descubrí provoqué el efecto contrario.

—Los votos...

—Escucha, estoy segura que querrás divorciarte apenas los escuches —adelanté, haciéndolo reír—, que creerás los improvisé esta mañana durante el desayuno cuando he pasado las últimas semanas corrigiéndolos, aunque estén peor que al inicio. Soy un asco hablando en público, no esperes nada romántico, ni memorable... —le confesé enredándome. 

—Tranquila, bonita, podemos brincarnos esa parte —propuso alejando mis temores.

Sin importar arruinara su boda de ensueño. Álvaro había hecho todo tan bien y yo me había esforzado por cumplir las expectativas, pero a él no le costaba sacrificar sus deseos por mí. Nunca lo hizo. Quise agradecerle por tanto, por llenar de luz cada rincón oscuro, pero no me salió la voz. Terminé envolviéndolo entre sus brazos para abrazarlo con todas mis fuerzas, apoyé mi mentón en su hombro, cerré los ojos para inundarme de la paz que siempre me brindaba su compañía. Ahí me sentía segura. Era consciente que los problemas no desaparecían, pero me daba la confianza de que sus brazos podrían sostenerme durante la tormenta, sin importar que tan duro resultara. Álvaro tardó un instante en corresponderme, sentí sus manos pasar por mi cabello. Sonreí ante su cariño, siempre cuidando no lastimarme. 

—¿Eso es lo que te preocupaba?

Negué aún sobre su hombro. Álvaro no me presionó, esperó hasta que fuera yo quien me apartara para mirarlo directo a los ojos.

—Me preocupa no ser la esposa que tú mereces. Ya sabes, esa clase de persona que hace que el día parezca mejor aunque sea un fiasco. Álvaro, ni siquiera soy capaz de hacérmelo creer a mí misma —acepté sin orgullo. Él dibujó de a poco una sonrisa.

—Tú haces que mi día parezca mejor todo el tiempo y no tienes que hacer nada para conseguirlo, Alba —aseguró. Solté un sollozo ridículo al escucharlo—. Tú superas por mucho lo que algún día soñé. Con el simple hecho que estés en mi vida haces una gran diferencia.

—Gracias por no obligarme a decir mis votos porque después de escucharte posiblemente algún poeta se suicidaría al oír los míos —reconocí sin saber cómo corresponderle.

Álvaro sonrió, tal como lo hacía desde que lo conocí, con esa dulzura capaz de derribar cualquier miedo.

—Pero sí quiero que tú lo sepas. Te amo, Álvaro —le dije acunando su rostro, deseosa de grabar cada palabra en su corazón. Su barba hizo cosquillas en mis manos—. Tanto, tanto, tanto, que ni siquiera creí sería capaz de amar a alguien, que no fuera mi hijo, con tal intensidad. Tú... Eres el amor de mi vida, de esta y si existe otra también —aseguré—. Álvaro, antes de conocerte, había renunciado a tantas cosas, a ser feliz, a amar, a aceptarme. Y era tan difícil, porque creí que todo estaba mal en mí, pero... Tú me querías así, con lo que odio, con los días malos... Tú me querías de verdad, porque eso al final es querer, no solo hacerlo cuando todo es perfecto y da alegrías... Me amaste incondicionalmente... A mí nadie me había amado en toda mi vida, ni siquiera mi familia...

—Alba...

—Por eso estaba tan asustada, por eso tardé tanto en tomar el valor de aceptar todo lo sentía por ti —continué sin guardarme nada—. Y lo hice, me motivaste a luchar por mí, sin egoísmos, simplemente porque querías fuera feliz. Álvaro, no puedo decir que eres más de lo que soñé, porque ni siquiera me daba permiso de hacerlo. Eres el único que conoce mi historia, con todos esos capítulos que escondo del resto —me sinceré—. En lugar de aprovechar conocías el lugar exacto de mis heridas para lastimarme, quisiste curarlas. Eres el hombre más bueno del mundo y no puedes hacerte una idea de lo mucho que significas para mí. Eres mi nuevo inicio, la felicidad que creí perdida. Y prometo... —remarqué cerrando mis ojos, dándole voz a mi corazón—. Te prometo que incluso en el peor momento, estaré contigo como estuviste a mi lado cuando más te necesitaba, con tu mano sosteniéndome en la oscuridad. No voy a soltarte. Voy a amarte todos los días de mi vida —aseguré con los latidos golpeándome el pecho, recordándome vivía—, no porque me lo dicte un contrato, sino porque después de encontrarte no puedo imaginar una vida completa donde tú no estés. 

 —Vaya... Creo que ahora soy yo la que debe corregir esos votos —bromeó para hacerme sonreír—. Yo también te amo, Alba —murmuró enternecido, pronunciándolo en el momento perfecto—. En verdad... —Quiso hablar, pero lo detuve. Negué despacio con una sonrisa.

—No tienes que decir nada más. Yo lo siento, Álvaro —le aseguré mirándolo directo a los ojos. Justo en el corazón, donde las palabras sobran. No necesitaba un discurso, él me lo demostraba cada día—. Ni siquiera tiene sentido prometer en el altar te entregaré el corazón, porque ya es tuyo, lo fue desde el momento que rechazaste apropiarte de él para liberarlo de todas esas cadenas que le impedían ser feliz.

Álvaro me miró con esa ternura que derritió mi frío corazón. Todo estaba dicho y sí faltaba algo teníamos una vida para sincerarnos. Dibujé una sonrisa poco a poco, sin contener mi alegría.

—Entonces, ¿puedo besar a la novia? —planteó divertido.

—Puedes llamarme esposa a partir de ahora —comenté robandole una sonrisa antes de buscar su boca para firmar nuestro compromiso. Sus labios me rozaron con calidez, mi corazón halló su hogar junto al suyo. Ahí, en medio de la nada, con el arrullo del viento y sus latidos abrazados a los míos supe lo importante estaba hecho. Cierto era que no habría testigos de los capítulos más importantes de nuestra historia, ni fotografías que servirían de pruebas, pero no importó, no los necesitábamos. Valientes. No es la tinta, ni el papel lo que perdura. Las huellas imborrables, las que sí sobreviven al tiempo y la tempestad se llevan en el fondo del corazón.  En ese mismo que después de tantas heridas, caminaba incrédulo sobre el concepto de amor, y al fin encontraba su lugar.

¡Este capítulo es para celebrar los 100k de lecturas de El club de los rechazados! Aún no puedo creerlo. Estos capítulos me hacen recordar los días donde comencé a publicar El club de los valientes❤😭. Gracias de corazón por tanto apoyo. Espero les gustara. Estaré súper feliz de leer sus opiniones. También quiero invitarlos a participar en la dinámica para aparecer en la novela que está en el apartado anterior. 

No hay algo que me de más alegría que ver a un personaje resurgir de las cenizas para alcanzar su felicidad.  Y aprovechando la ocasión le dejo un par de canciones que usaba para inspirarme cuando escribía El club de los valientes y me recordaban a Alba. Espero les gusten.

https://youtu.be/6Q_OnKHPHLg

https://youtu.be/wbawOZ2sS-E

https://youtu.be/biWfE9kh_lU


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