Capítulo 9
Mis ojos recorrieron impaciente el anuncio en la pantalla. Para unos sería un tonto por emocionarme como lo hacía, pero no pude evitarlo. Volver a hurgar en el baúl de los recuerdos encendió en mí esa voz callada que intenté por años silenciar sin éxito. Tuve la impresión de haber guardado un tornado en una bodega, las palabras de Pao se convirtieron en la llave que lo liberó. En él había trozos de un pasado doloroso, de un hombre que fue feliz.
Sabía que, pese a mis esfuerzos, nada volvería a ser igual. Sin embargo, mantenía la esperanza de que al menos se le pareciera. Volví a sentir mi corazón latir con fuerza mientras leía la convocatoria. Era peligroso cavar tan hondo, abrir viejas heridas, pero no me gustaba perderme de nada. Cuando estás tan cerca de la muerte aprendes que cada pasaje tiene su significado. Existir por sí solo es la aventura. Quería vivir, con todo lo que eso implicara. Dolor, decepciones, traiciones, dicha, pena, alegría. No me privaría de nada, el accidente me había arrebatado mucho, no dejaría que los miedos también lo hicieran.
Eso sí estaba en mis manos. Esa noche el concreto pudo matarme, no sucedió. ¿Dios, suerte, destino? Qué importaba el nombre. Aprovecharía cada minuto. La gente solía preguntarme cómo podía sonreír después de perder todos mis sueños, el secreto estaba en levantarme con una realidad en mente: ese día podía ser el último. Tal vez me caería el techo encima, sufriría un infarto, un camión atravesaría la entrada. El final es lo único que tenemos seguro. Entonces viviría como los héroes de guerra, dando lo mejor de sí mismos.
Valoraba todo lo que me rodeaba. Quién sabe cuándo se convertirá en un recuerdo.
Supuse que no era el único con el mismo pensamiento, porque cuando Pao cruzó la puerta, con una felicidad desbordante, asumí también estaba agradecida por levantarse esa mañana. Al mirarla me alegré por el mismo motivo.
Quise saludarla como de costumbre, pero en su cabeza había algo más importante. Me intrigó saber qué, sin embargo, Pao terminó el misterio antes de formular mi pregunta.
—Leí tu comentario —soltó enseñándome una celular para que pudiera releerlo. Alcé una ceja fingiendo desconcierto. Nunca en mi vida había visto algo similar.
—No sé de qué me hablas.
—Sí, claro, Rayo McQueen —remarcó divertida arrastrando una silla para sentarse frente a mí. Cruzó los brazos. «Sí, debí usar Panchito López para disimular»—. No entiendo cómo me encontraste. Bien, sí lo sé —aceptó. «Chica lista», pensé sonriendo—, pero no esperé te animaras a comentar. Imaginé no te gustaban estas cosas.
—El presidente del club de fans siempre debe mostrar su apoyo —argumenté—. Está en el reglamento.
—Que te acabas de inventar.
—Las fechas son lo de menos, Pao —dije.
—Gracias de corazón por todo lo de escribiste —mencionó concentrándose en el tema—. Lo de apoyar mis sueños, dejar comentarios en todos los párrafos... Casi lloré al leerlo en la mañana —se sinceró.
—¿Fue por la broma de la rueda y...?
—Estaba muy feliz —interrumpió mi estupidez con una honestidad que me impidió hacer chistes. Sonreí enternecido por el valor que le dio—. Esto es importante para mí, que formes parte me provoca mucha ilusión. A veces... A veces pienso que lo que hago no sirve de nada, que no va a ningún lado, pero cuando ayer te escuché hablar... —Calló un instante. Bajó la mirada clavándola en sus dedos. Busqué sus ojos para que no se apenara, conmigo podía decir lo que quisiera. Ella me dedicó una dulce sonrisa—. Siempre he creído que los libros impactan a las personas, quería lograr eso en alguien —confesó.
—Así que soy tu ratón de laboratorio. Yo que me creía especial. Me dueles, Pao.
—Sabes que no. Sí lo eres —aseguró impidiendo pudiera molestarme con ella—. Nadie que me conoce ha leído nada de lo que escribo. Honestamente, en mis planes tú serías el último en saberlo —admitió, encogiéndose de hombros, en una broma—, pero ese día me ganó la emoción.
—Pues al club le va a encantar... —aposté, deseando animarla, pero provocando el efecto contrario.
—No —se alarmó cortando mi tontería. No entendí su reacción. La inseguridad invadió sus pupilas—. Quería pedirte que no se lo cuentes a nadie, por favor.
—¿Ni siquiera a Tía Rosy?
—Especialmente a Tía Rosy —remarcó horrorizada. No entendía, ella le sumaba diversión a todo. Aunque pensándolo mejor, quizás Pao deseaba mantener su trabajo sin mucha comedia de por medio.
—Está bien —prometí, respetando su decisión. Ella me regaló una sonrisa en agradecimiento—. ¿Puedo pedirte algo a cambio de mi silencio? —lancé juguetón.
Pao me miró desconfiada. «Qué mal concepto tiene de mí», reí ante su infantil recelo.
—¿Quieres acompañarme el domingo al Autódromo de Monterrey? —pregunté sin darle vueltas. Aquello en lugar de tranquilizarla, incrementó su sorpresa, decidí aclararle el panorama—. A un evento de 1/4 de milla.
—¿Te decidiste a regresas?
—Pensé que son mínimas las posibilidades de que me reconozcan y me echen fuera. Si salgo entero de Coopel, o medio entero, puedo burlar el peligro en cualquier lado —bromeé disimulando lo importante que era para mí. Pese a mis esfuerzos, debió notarlo, porque dibujó una peculiar sonrisa en sus labios.
—Yo encantada de acompañarte —respondió—, pero no sé si sea la persona adecuada. No sé nada de automóviles. De verdad. He aprendido más de marcas de coche desde que empecé a subirme a Uber, solamente para saber qué es el adecuado y no me están robando. Seguro apuesto al que pierde.
—No me preocupa quién gane, solo quiero que estés conmigo —confesé para que no se angustiara por ese detalle.
No buscaba un experto, sino su compañía. Tal vez dentro de mí moría de miedo, y ella era la única persona con la que me sentía seguro. Además de mi madre que me mataría si se enteraba. Claro, que no debí decirlo de aquel modo. Últimamente mi cabeza no cuidaba lo que soltaba mi boca.
—Necesito quien me empuje —bromeé deseando disipar la tensión. Carraspeé incómodo ante su atención—. Bueno, ¿aceptas venir? Es una invitación formal, eh.
Pao torció sus labios llevándose su mano al mentón, pensándolo.
—Creo que tengo cosas que hacer... —respondió con pesar, sorprendiéndome. «Bien, eso no lo esperaba». Antes de que una sonrisa traviesa se pintara en su tierno rostro, usando mi técnica en mi contra—, pero puedo cancelarlas por ti.
La memoria tiene una forma extraña de trabajar. Mientras esa mañana no recordaba dónde había colocado mi celular, que traía en mis manos, fue imposible que los años borraran el camino que recorrí aquella noche. Agradecí en silencio que el conductor eligiera otra ruta, no quería toparme con ese muro, con todas las lagunas que me sumergían en un mundo oscuro. Tampoco me creía tan valiente para enfrentarme con ese inmenso demonio que seguía cobrándome factura.
La dulce sonrisa de Pao ayudó a disipar algunos fantasmas que intentaron arrebatarme la poca voluntad que había reunido, pero no fue suficiente. Me arrepentí desde que no pude descender del taxi con la misma agilidad que hace años. Quizás fue el peso de los recuerdos lo que me volvió más torpe, porque ni si quiera fui capaz de sentarme por mi cuenta en la silla como siempre lo hacía. Me sentí el hombre más inútil del mundo al tener que pedir ayuda. Una punzada en el corazón.
—Ha cambiado... —murmuré alzando la mirada para apreciar la espalda del arco que sobresalía. El sol intenso del domingo brillaba en nuestra cabeza, sin embargo, en mi cabeza seguían grabadas las luces neón. Si cerraba los ojos podía recrear el cielo de esa noche, el lugar exacto de cada estrella—. Todos.
—¿Necesitas un momento? —preguntó cuidadosa Pao.
No supe qué responder.
—¿Para sentirme bien? Creo que necesitaría toda la vida, pero dudo tengas tanto tiempo —respondí en una broma ácida conmigo mismo.
Ella no me juzgó, solo me sonrió colocando su mano en mi hombro brindándome apoyo. Sus ojos miel me envolvieron en una cálida caricia.
—No llevo prisa. Puedo esperar toda la vida si es necesario —mencionó encogiéndose de hombros. Sonreí al escucharla, mi pulgar acarició el dorso de su mano agradeciéndole su paciencia.
Volví la vista al frente, tomé un profundo respiro llenándome de fortaleza antes de empujar mi silla de ruedas. No quería seguir retrasando lo que vine a hacer. Quizás no era la competencia el principal motivo para estar ahí, sino encontrarme con ese Emiliano, despedirme como hubiera querido de él, perdonarle, presentarle al nuevo. No lo sé. Deseaba romper el lazo de sufrimiento que encadenaba a la pasión que tanto amé.
Había un buen grupo de personas ocupando sus lugares para esa hora. Mi mirada recorrió las gradas, sonrisas que parecían familiares, pero que se volvían ajenas en un segundo vistazo. Supongo que es sencillo conectar con las personas que comparten nuestros sueños.
Recordé todas las veces que corría emocionado para no perderme un segundo, mi lucha por una buena vista. Claro que esa batalla quedó atrás. Había asientos preferenciales para personas con discapacidad, solo acudía la zona que me asignaron. Un esfuerzo valioso y necesario, pero que me hizo sentir fuera del grupo. De uno que llamaba la atención mientras el equipo le ayudaba con paciencia, y los chismosos no dejaban de verme como si fuera un extraterrestre en plena invasión. No es una queja, el problema era que me había invadido la melancolía.
Pao ocupó tranquila un lugar junto a mí. El silencio pesó, no tenía muchas ganas de hablar, por raro que parezca. Cuando ocupaba mi mente por largo rato nada bueno sucedía. Era a mi cabeza a lo que más le temía. Consideré que invitarla fue una mala idea, condenándola a un momento incómodo siendo inocente. Además, pensar demasiado sacaba mi mal humor y no quería desquitarme con ella.
Mis ojos continuaron en la pista donde ya se preparaban, la olvidé hasta que la escuché resoplar. Noté que intentaba alejar un mechón que dificultaba su vista. Reí por su infantil lucha. Escuchar mi risa, incluso con la pesadez en el cuerpo, me animó un poco.
—Cuando era niño adoraba romper las reglas —le conté intentando recuperarme.
—¿Cuándo eras niño? Yo creo que hasta el día son contada las que cumples —mencionó contenta. Ni cómo debatir. Sí, mi rebeldía nunca fue maliciosa, pero tampoco cedía—. Imagino todas las locuras que armabas.
—Pao, empiezo a creer que piensas que estuve en el penal. Siempre fui un buen chico. Era eso o la chancla de mi mamá. Te juro que su carácter es suave comparándolo con su fuerza —admití divertido. Ladeó su rostro, entrecerrando sus bonitos ojos—. La única vez que me pegó fue porque me robé un hot-dog. En mi defensa no sabía que ese señor pensaba comérselo, lo abandonó... Me parezco un poco a ti, siempre que veo algo huérfano quiero adoptarlo.
—Emiliano...
—Nunca volví a ver la salsa cátsup del mismo modo... En realidad, casi no vuelvo a ver nada —revelé con una carcajada. Negó desaprobándome, pero pronto se cubrió el rostro y dejó escapar una risa—. Ahora cuando recojo el pedido en la hamburguesería pregunto si puedo comérmelo. A ese nivel me traumó.
—Quiero estar seria contigo, pero es imposible —me acusó. Estuve a punto de disculparme, sin embargo, el sonido de las bocinas anunciando el inicio nos alarmó. La sonrisa se borró de mi rostro, un comentario volvió a situarme en la realidad—. Es la primera vez que vengo a una carrera, no tengo idea de nada.
—Es fácil. Te lo explicaré —mencioné apuntando la línea de salida—. ¿Ves ese Camaro ZL1 que está ahí? Espero tomarme una foto con él...
Pao clavó sus ojos en el punto exacto. No entiendo la razón, pero la manera en que arrugó su nariz logró distraerme. Un mechón había escapado de su recogido, en un loco impulso quise volverlo a su lugar, gracias al cielo ella regresó su atención a mí impidiéndome cometer esa tontería. Pasó su mirada de él a mí dejando clara la confusión.
—Estoy segura que sí, solo queda adivinar cuál es —se sinceró robándome una carcajada al recordar lo que estábamos hablando.
Intenté explicarle con paciencia lo básico, tampoco me compliqué demasiado. Yo era el bruto de los dos. Además, nunca fue mi objetivo forzarla a convertirse en una experta, ni criticarla, hacía bastante mostrando interés. Estaba ahí por mí. ¿Podía pedirle más?
El precipitado sentimiento de error desapareció cuando observé sus ojos miel estudiar atenta el punto. Por un instante, regresé en el tiempo, escuchando voces que me remontaron al pasado fue sencillo olvidar el hoy. Mi corazón resonó en mi pecho cuando en unos segundos, como un relámpago en noche de tormenta un par de automóviles recorrieron la pista hasta perderse. El tiempo se detuvo para mí, tuve la impresión que en su veloz recorrido atravesaron la sutura de la herida. Todo ocurrió tan rápido, fue una mezcla de emociones en carne viva. Regresé para ver si compartía la sensación, en mis labios se pintó una sonrisa al atraparla cubriéndose los oídos por el ruido de los motores. Hice lo mismo la primera vez que acudí siendo un niño. Pegó un respingo asustada cuando sitió mis manos retirando las suyas despacio.
—Tranquila, nadie va a saltar hasta aquí —mencioné con una sonrisa—. Son automóviles, no aviones, Pao —intenté bromear. Ella asintió apenada, la estudié por un instante, me recordé dónde estábamos.
Volví mi atención al frente. La adrenalina inundó mi cuerpo igual que hace años. Eso me demostró que mi corazón seguía en perfectas condiciones. El cuerpo tiene muchos cambios, el alma permanece fiel así misma. Aposté con Pao en cada duelo, los gané casi todos, aunque no fue un gran mérito. Esa no fue la razón que me puso eufórico, sino la intensa emoción que despertó con el rugido de un motor. Los segundos donde el mundo pareció detenerse a la par de mi respiración. La tensión se adueñó de mis latidos mientras el vehículo trazaba su fugaz camino llevándose entre sus llantas parte de mi cordura. De pronto sentí que volví a casa, que siempre esperó por mí. Fui feliz igual que antes, con la misma intensidad. Me engañé creyendo que esa alegría podía perdurar. Todos esas aspiraciones a las que renuncié susurraron a mi oído.
Entonces todo acabó. El murmullo, los gritos y aplausos se silenciaron después de un rato. Me convertí en un caparazón vacío. La felicidad desapareció de golpe al ser consciente que debía volver a ser Emiliano, ese que no me gustaba. Solo quedó el polvo de la explosión. La gente se levantó dispuesta a marcharse a casa o tomarse una fotografía, yo me quedé esperando que el tiempo volviera.
Saliendo de ahí sería el mismo chico que me esforzaba por sobrellevar los líos. Nunca sería un piloto, tendría que resignarme a siempre ser un espectador. Y no era justo que deseara más que nadie en el mundo algo que jamás se haría realidad más allá de mi cabeza.
—¿Quieres que nos vayamos ya?
—A veces me gustaría protagonizar una de esas ridículas escenas donde el protagonista sale corriendo porque debe enfrentarse al dolor —le confesé con una risa que no escondió mi tristeza. Pao borró su sonrisa, debió creer que la estaba pasando bien. Mejor que nunca—. Luego recuerdo que en mi caso es imposible y pienso en nuevas formas de hacer drama.
—Emiliano...
—¿Sabes algo? La noche del accidente salí de una pica —confesé con la mirada en la nada. No había una razón para decirlo, simplemente lo hice—. Mi padre nunca se perdía ninguna competencia. Una vez vendió la televisión para hacerse un par de tickets para un campeonato. Mamá quería matarlo, casi lo echó de casa —reí al acordarme cómo le gritaba mientras él besaba los boletos, aunque pronto se borró mi sonrisa—. Tampoco hubo necesidad. Él se marcharía después por su propia cuenta.
Respiré hondo intentando no perder la calma. No valía la pena llorar por algo que no se solucionaría. Al principio lo intenté. Pasé una infinidad de noches maldiciendo mi suerte. Nada cambió. A la mañana siguiente él no estaba. Entonces entendí que no importaba lo mucho que desearas algo, eso no tenía el poder de modificarlo a tu antojo. El destino no lo escribes tú, solo asumes cómo lo vives.
—No te haces una idea de como amaba este lugar. Vivía el resto de la semana solo para estar un momento aquí —añadí teniendo grabada su sonrisa. Creo que gracias a él entendí lo efímero de la felicidad—. Cuando supo que vendría al mundo se propuso convertirme en su compañero de aventura —le conté. Estaba tan emocionado por mi nacimiento, qué ironía—. Fueron buenos tiempos. Es una pena que ya no vuelvan, ¿no? Es mejor, no podría sobrevivir —me sinceré sin orgullo. Dos golpes del mismo peso me doblarían—. Soy tan débil, Pao.
—Emiliano, eres el chico más valiente que he conocido —sostuvo deseando hacerme sentir mejor. Contemplé su mirada transparente, sin una pizca de malicia.
—Siempre que lo recuerdo pierdo cualquier gramo de valor. Extraño quien era, lo que tenía. Te juro que si pudiera regresar el tiempo jamás hubiera permitido que condujera esa noche —me dije. Contemplé al resto de personas felices, los envidié. Suspiré esforzándome por no romperme—. Nunca pensé en la muerte, creía que jamás me tocaría a mí. Pao, tenía diecisiete años, toda la vida por delante. ¿Quién piensa que no regresará? Estaba lleno de planes, de sueños. Había decidido mi futuro...
—A veces las cosas no salen como deseamos, pero eso no significa que lo que viene es malo —comentó.
—Tienes razón, pero en todos mis futuros estaba él. A veces soy tan egoísta que deseo que papá se hubiera muerto —me sinceré con culpa. Mi voz flaqueó—. Sé que soy el peor hijo del mundo por pensar así, pero al menos así hubiera mantenido presente cómo se sentía me quisiera. Al menos pensaría que no volvería a verlo porque la vida me lo arrebató, como al resto, que de ser por él hubiera regresado. Entonces, imaginaría que donde estuviera me amaría igual.
Me fue imposible continuar. Cerré los ojos intentando retener el dolor. Era tan patético desahogarse, pero nunca pude contárselo a nadie y la verdad buscaba la salida como el sol tras la noche.
—Tal vez lo que más me dolió no fue no poder levantarme de la cama, estar condenado a esta silla, rozar la muerte sin que llegara, sino que el amor de otros no existiera de un día a otro. Es tan difícil ver luchar a quienes te quisieron por no dejar de hacerlo. Sé que él lo intentó, fui testigo de lo mucho que se esforzó, pero la realidad fue más fuerte.
—Emiliano...
—Nunca me volvió a ver directo a la cara, ni a llamarme con el mismo cariño —añadí—. Solo me decía que siguiera adelante, que continuara. Y un día él no pudo. Intenté entender lo complicado que fue para él que su hijo no llenara sus expectativas, pero jamás comprendí cómo una silla cambió la manera en que me miraba. Cómo algo que no estaba en mis manos logró que pasara de ser lo que más amaba a un desconocido... Yo lo perdoné, juro que lo hice —le aseguré a Pao que había comenzado a llorar—, ¿por qué él no pudo hacer lo mismo conmigo?
La armadura se rompió. Ni siquiera fui capaz de seguir hablando. El dolor me inundó, corrió por mis venas con fuerza, destrozando la pesada barrera de indiferencia que había fabricado tras su abandono. Calaba igual que cuando nos confesó que esto era demasiado para él, que pese a sus esfuerzos no podía. Odié tanto a la muerte por dejarme vivo solo para verme perderlo todo. La noche que él cruzó la puerta, decidido a no regresar, me convertí en un cobarde.
Pao me sorprendió, sin palabras, envolviéndome en sus brazos con fuerza. Tuve la impresión que deseaba pegar los trozos, reparar las grietas. Su mentón reposó en mi hombro mientras su corazón me recibió con cariño. Pude evadir su muestra de afecto, incómodo por su compasión, pero en aquel instante me importó tan poco el nombre que le diéramos, la necesitaba más que nunca. Cerré los ojos, dejando que toda esa calidez me cobijara en esa nevada. No importaba si la avalancha se llevaba entre sus garras mi fortaleza, solo quería de vuelta mi libertad. Me aferré a ella, a la esperanza que representaba. Mi rápida respiración fue encontrando la calma poco a poco por sus caricias en mi espalda. Sintiéndome más solo que nunca solo sus latidos mezclándose con los míos sirvieron de consuelo.
Pao, se separó apenas un poco, regalándome en una mirada toda su ternura. Sin tocarme sus ojos miel acariciaron mi rostro.
—No sabes como me duele verte así —reveló con la voz entrecortada. No quería que llorara por mi culpa, quise limpiar sus lágrimas, pero ella tomó mi mano entre las suyas—. Escucha, yo no intento justificar el comportamiento de tu padre, tal vez estaba aterrado o sentía mucha culpa. Quizás le dolía ver que sufrías...
No se abandona a quien se ama de verdad, no importa lo difícil que sea el camino. No fue su fortaleza la que no resistió, sino su cariño.
—Emiliano, solo no quiero que pienses que hubo algo en ti que lo motivó a irse —repitió. Una triste sonrisa se pintó a la par que sus ojos se clavaron en los míos—. Si tú te viera descubrirías que, aunque lo intente, es imposible dejar de quererte —soltó volviendo a atraerme a sus brazos. No protesté disfrutando de su apoyo. Era mentira, pero qué bien sonaba en su boca.
¡Hola a todos!
Estoy muy agradecida con ustedes por leer este capítulo. Quiero dedicárselo a Melanie y Jiménez, que sé que disfrutan mucho de las carreras, y especialmente a mi padre que adoro con todo mi corazón. Gracias a todas las personas que leen a este par, que me alegran con sus comentarios ♥️. Les quiero mucho. Y les invito a no perderse el siguiente capítulo 😱♥️. Yo sé lo que les digo.
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