Capítulo 61 (Recta final)
He descubierto lo peligroso que resulta un nunca, provocador para un retador, traicionero para un cobarde. Cuando era joven no reparaba demasiado en las emociones, tal vez esa fue la razón por la que me costó aprender a procesarlas y me golpearon con tanta fuerza en un momento difícil. Pero, ahora, tras un desfile de lecciones aprendidas en los últimos años me sentía más honesto conmigo mismo. Era capaz de reconocer el dolor, hablar de ello, aceptarlo.
También aprendí que uno es su mejor amigo, por más egocéntrico que pueda sonar. Eso no significa que no puedas apoyarte en las personas grandiosas que la vida pone en tu camino, pero sí que existen momentos que tendrás que atravesar en solitario y es necesario haber hecho las paces contigo mismo para no ser el primero en hacerte pedazo cuando estás a punto de quebrarte.
Una vez un psicólogo me dijo que una buena forma de cerrar ciclos con personas de las que no podrás despedirte es escribirles una carta, decir todo lo que guardas, sin importar nunca llegue a sus manos. Así que esa tarde en la soledad de mi cuarto decidí plasmar todo lo que enredaba mi cabeza. Era una montaña de pensamientos que no me dejaba descansar, necesitaba dejarlos en algún sitio y pensé que esa hoja sería un buen confidente. Protegidos, sin hacerle daño a nadie.
Estaba tan inspirado que juro que casi me sentí el ganador de un Nobel liberando a mi poeta interior, pero tuve que interrumpir la emotiva ceremonia que se llevaba en mi imaginación porque el sonido de la puerta mató mi escenario.
Fruncí las cejas un poco fastidiado. Nadie me visitaba en domingo, al menos nadie que no pudiera llamarme. Esperé en silencio, con la esperanza de que se cansara y se marchara, pero cuando entendí que quien estuviera del otro lado no se rendiría, porque parecía que no captaba la indirecta de que "no había nadie en casa", no me quedó de otra que abandonar de mala gana mi cama esperando fuera algo realmente importante.
Maldije entre dientes empujando la silla por el pasillo. Que si es el hombre que le vende a mi madre esas cremas que dejan la casa oliendo a eucalipto, le voy a decir un par de cosas... Sin embargo, me quedé de piedra cuando abrí la puerta.
—¿Pao? —murmuré sorprendido dejando caer la mandíbula. Tuve el impulso de tallar mis ojos, por si resultaba un sueño, pero al contemplarla a detalle confirmé de inmediato que se trataba de ella. Agité la cabeza, despabilándome al notar el viento revolvió su cabello—. Perdón, entra, vas a congelarte allá afuera —le animé invitándola con un ademán al interior.
Después de caminar desde la avenida en medio de ese inesperado vendaval ni siquiera lo pensó. Pao se abrazó a sí misma, suspirando muerta de frío.
—¿Cómo estás? —le pregunté recorriendo a su lado el estrecho pasillo.
—Helada —respondió sin dudarlo. Sonreí.
—Sí, lo noté en tus mejillas —admití. Pao arrugó su nariz en un adorable gesto, intentando verlo por sí misma. Supongo que se dio cuenta de que era imposible porque ahora el color rojizo que la inundó fue por la vergüenza. El sonido de mi risa le dictó estaba atento a sus movimientos por lo que decidió no perder más el tiempo.
—¿Dónde está tu madre, Emiliano? —curioseó, cambiando de tema cuando empujó la puerta dando con la cálida sala que la recibió. Dio un vistazo fugaz en todas direcciones, buscándola.
Debí suponer que esa era la razón. Me gustaría decir que tener bien claro yo no sería el motivo disminuyó la decepción, pero mentiría.
—Lamento que viajaras hasta aquí, pero ella no está —la puse al tanto—, y según me dijo antes de marcharse regresará tarde.
Pao frunció el entrecejo, confundida.
—Pero ella me escribió para decirme que hoy quería hablar conmigo —contó.
Reflexioné si habría mencionado algo, pero nada. Pude suponer que tal vez había olvidado avisarle de su cambio de planes, pero la conocía. Con ella pocas cosas eran casualidad. Estaba claro que nos había reunido con la intención de que habláramos, Pao también lo entendió, pareció regañarse internamente por creerle. ¿Qué podía decirle? Uno nunca desconfía de una mujer como mi madre, esa era una de las razones por las que siempre conseguía lo que se proponía.
—Bueno, ya que estás aquí, quería darte algo —aproveché rompiendo el silencio. Pao me miró desconfiada—. No te quitaré ni cinco minutos —le aseguré.
Ella lo pensó un instante antes de ceder. Le agradecí con un asentamiento poniéndome en marcha. El recorrido me pareció tan corto que ni siquiera me di la oportunidad de pensar si era lo correcto, o tal vez no quise hacerlo por temor a acobardarme.
Pao enredó sus dedos, estudiando mi habitación como si no hubiera estado en ella muchas veces. Se quedó en el umbral mientras yo me acerqué al filo de la cama para tomar la hoja.
Maldije por lo bajo, sintiéndome un poco torpe cuando no la alcancé. Le agradecí a Pao no solo su paciencia, sino que no intentara ayudarme porque quería hacerlo por mi cuenta. Dejé la silla con un poco de dificultad para trepar al colchón y arrancar la página que doblé a la mitad. Me hubiera gustado comprar un sobre, pero me había tomado por sorpresa.
—En realidad, no pensaba dártela —admití para mí. Pao alzó una ceja—, pero quién sabe, quizás el destino te trajo aquí para que lo hiciera —me dije—. No tienes que leerla —aclaré enseguida—. De preferencia no lo hagas —le pedí—, solo sentí que necesitaba entregártela.
Para no guardar todo para mí cuando era la historia de los dos.
Al notar me disponía a bajar de la cama, me frenó y se acercó para tomarla entre sus dedos evitándome el esfuerzo. Volví a agradecerle con una débil sonrisa, débil sonrisa que despareció cuando la desdobló frente a mis ojos. ¡NOOOOO!, grité a mis adentros apenas su mirada dio con el interior. Ese no era el plan. Se supone que la echaría al olvido como las anteriores.
—Mi Pao —comenzó en voz alta. Dios, quise morirme cuando ella me miró discretamente—. Sé que no debería llamarte de ese modo, pero ya que nunca leerás esto me tomaré la libertad de hacerlo. Te confieso que siempre me gustó como sonaba. Creo que lo hacía desde antes de pedirte estuviéramos juntos, es que te pega, suena bien querer a alguien para considerarlo parte de ti.
—De preferencia no la... —mencioné, pero ella me ignoró caminando en círculos con la mirada clavada en las letras. Cerré los ojos, odiándome.
—Esta carta la escribo para decirte adiós. No quería hacerlo, pero ya que no quieres verme más debo aceptar tu decisión —leyó despacio, con esa voz clara y dulce que lograba conectar con quien la escuchara—, por más que duela. No sé muy bien cómo te despides de quién amas, la mayoría de la gente que se fue de mi vida lo hizo sin decir palabra. Además, aunque suena como una tontería (soy consciente nada dura para siempre), yo creí que lo nuestro sí lo haría —repitió. Calló un instante, pero lo retomó tan aprisa que me fue imposible intervenir—. Me emocionaba imaginar un futuro contigo. No sé, desde que te conocí todo parece tan posible que pensé podríamos ir en contra del tiempo —murmuró para sí misma—. ¿Sabes una cosa un poco tonta? Después del accidente yo imaginé que mi vida se había estropeado, lo digo en serio, y aunque todos aseguraban que podría hacerlo todo, que solo era cuestión de actitud y un montón de frases motivacionales que deben venderse muy bien, nunca les creí. Sin embargo, conocerte me ayudó a recuperar la esperanza...
—Pao, léala en tu casa... —la interrumpí porque no quería seguir oyendo lo que venía. Ella no me hizo caso. ¡Por Dios, que chica más obstinada!
—Soñé con mi propia casa, mi automóvil, mi familia, tener un montón de sueños juntos o por separado que podríamos charlar durante la cena —expuso haciendo un montón de muecas en el paso de las líneas, muecas que me fueron imposible descifrar—. Tal vez es ridículo, pero me gustaba ese futuro que ahora desapareció. Las rupturas son complejas porque con ellas se esfuman los momentos del presente, las cosas buenas del pasado y los sueños del mañana —recitó la frase que se me había escapado, asombrada por mí increíble e inesperado talento—. De todos modos, no pienses que te culpo por mis ilusiones muertas, todo lo contrario. Pao, cuando pienso en ti no hay una sola queja, solo puedo darte las gracias por todo lo que hiciste por mí —susurró—. Gracias a ti hice cosas a las que me había negado por años y necesitaba, recuperé mi fe, las ganas de vivir. Gracias a tu apoyo soy una mejor persona, aunque no perfecto porque de todos modos te lastimé. En verdad lo lamento, te juro que quería ser un buen chico, pero supongo que hay inseguridades o errores que uno tarda en arreglar.
—Pao...
—Tal vez lo que más me duele es que pienses que no te quiero cuando eres lo que más amo en este mundo —mencionó parpadeando sin parar—. Ojalá hubiera podido demostrarte lo importante que eras para mí, ojalá hubiera sido capaz de hacerte sentir un poco de lo que sentía en mi corazón por ti. Te amo con toda la intensidad que puedo amar, más allá de mis fuerzas y mi razón. No tienes una idea de lo feliz que era solo viéndote sonreír —dijo conmovida. Detuvo su recorrido, recargándose en la pared—. Hubiera dado mi vida por ti —leyó bajando la voz—, la seguiría dando ahora.
El silencio caló entre los dos. Una parte de mí quiso hacer algo para quitarle la nota, otra sabía que sería en vano. O tal vez en el fondo quería ser sincero con ambos de una buena vez.
—Debí darme cuenta que te lastimaba, debí hacer para frenarlo —hablé aprovechando la calma—. Sé que hice todo mal. No defendí a Laura, solo que, llámame estúpido si quieres, intenté que las cosas se calmaran y no supe...
—¿Tú crees que es inocente? —me preguntó, dudando.
Por primera vez pareció interesarle mi opinión sin considerarla un ataque.
De no ser Pao quien me lo hubiera preguntado hubiera comenzado a sudar por miedo a fallar, pero con ella solo podía hablar con la verdad. No quería una relación de fotografía donde el otro dice lo que el otro quiere escuchar, porque llega el momento en que el telón se cierra porque los actores se han cansado de sus papeles. Bien o mal deseaba la sinceridad sobre todas las cosas.
—No lo sé... En ese momento pensé que tal vez existía esa posibilidad —admití—. Pao, perdoné a papá, a Clara, a Sabrina, a estas alturas del partido creo que es más que evidente que para mí todo mundo puede ser un inocente. Ahora pienso que solo fue una corazonada tonta —reconocí siendo realista—. Es decir, hizo cosas horribles, pero cuando estaba perdido también las hice, cosas que nunca te he contado y de las que me arrepiento —mencioné incómodo—. Creo que la gente puede cambiar si recibe ayuda. Yo lo hice, o al menos lo intenté. Pequé de ingenuo pensando que ella también lo haría.
—¿Qué si no? —me cuestionó confundida.
—No he querido pensar en eso —reconocí—. No por ella, sino por mí, porque sé mejor que nadie mis defectos... Pao, no me parezco en nada al chico que fui, que tal vez en el fondo sigo siendo—murmuré sin orgullo—. Juro que he intentado ser mejor, quién sabe si lo he conseguido. Cuando Sabrina me dejó le dije cosas horribles. Cosas horribles que aún me persiguen. Da igual si tenía parte de la culpa o no, no tenía ningún derecho a hablarle de ese modo... Pero cuando siento que las personas me han traicionado al punto en que no hay vueltas, todo lo que he construido se viene abajo. Me esfuerzo, en verdad lo hago, por mantener la cabeza fría, mas hay cosas que son mi punto débil, ese nervio que siempre me transforma en el otro Emiliano. Nunca podría perdonar estuviera detrás de esos comentarios. Estoy molesto con ella, pero supongo que más conmigo por ser tan imbécil —expuse estrujando mi rostro.
»Debí ser más tajante con Laura, plantear distancia desde la primera vez... —admití. Callé dando de frente con un error que me perseguía. Era momento de reconocerlo, por más que doliera—, pero siempre fui menos duro porque en el fondo me sentía en deuda con ella. ¿Es ridículo, no? Debí superar esa tarde hace mucho o al menos aprender a vivir con ello. Ahora tengo bien claro que mi interés nunca fue romántico, solo quería ayudarla como lo hizo conmigo, porque cuando la veía me veía a mí mismo... —Respiré hondo—. Debí preguntarme si las personas que antes me hicieron bien también lo hacían en el presente. Tendría que haber visto que esto te lastimaba, que me lastimaba a mí mismo al seguir aferrándome al pasado —admití.
Pao fue suavizando poco a poco sus facciones, meditando la sinceridad de mis palabras antes de regresar la mirada a las que estaban impresas en tinta.
—Te adoro con cada parte de mi alma —continuó—. ¿Qué hombre no se sentiría afortunado de poder estar a tu lado? Supongo que en el fondo eras demasiado para mi poca inteligencia...
—Pao, deberías leerla en tu casa —le pedí, intentando salvar un poco de mi dignidad. Ella agitó la mano, sin despegar la mirada de su tarea, pidiéndome cerrara la boca.
—Y aunque me duela, imagino que si no lograste creer que te quería, después de decírtelo tantas veces, algo en mis acciones falló. Lo siento. En verdad lo siento si piensas que perdiste el tiempo intentándolo, pero necesito que sepas que nunca pensé en nadie que no fueras tú mientras estuvimos juntos, ni siquiera antes. Yo acepto que puede ser muchas cosas, un imbécil, ingenuo, impulsivo e irracional, pero no un mentiroso, ni un un hombre que busca la voz de una persona para calla la voz de otra, no puedo ser tan egoísta. Cada que te dije que te amaba, como nunca se lo dije a alguien, lo sentía... —Pao calló un instante antes de alzar la mirada para encontrarse con la mía—. Lo sé...
—¿Qué?
—Emiliano, sé que me amas —repitió más tranquila—. Jamás hubiera dicho todo lo que dije o hice sino estuviera segura de tus sentimientos, es solo que... Soy humana, por más que intento no serlo —mencionó suspirando—. Sé que Laura fue importante para ti, por eso creí que podría sobrellevar tu cercanía con ella, pero en el fondo me afectaba y tú tampoco ayudaste a que me sintiera más tranquila —añadió, no sonaba a reclamo, estaba en su derecho de exponerlo.
—Me equivoqué —admití, dándole la razón—. Debí darme cuenta, plantear distancia porque era lo mejor para nosotros—expuse usando la cabeza—. Debí hacer muchas cosas, pero... Cuando te pregunté si no te molestaba, después de qué hablaste con ella, y pareciste tranquila con la idea, creí que ya no habría forma de estropearlo. Al final sí lo hice. —concluí. Siempre lograba dar con el botón incorrecto—. Fallé por creerme capaz de ayudar, de solucionar las cosas porque en mi cabeza tengo el complejo de nunca abandonar a la gente que lo necesita. Supongo que es una herida sin sanar. Mamá dice que Sabrina fue una horrible persona, pero no es verdad. Ella intentó apoyarme tanto como su mente de diecisiete años soportaba, incluso cuando yo le hacía daño, cuando yo la rechazaba... —Callé, reflexionando—. Pero Sabrina se marchó... Y fue lo mejor que pudo hacer por los dos —reconocí viendo las cosas desde otra perspectiva, muchos años después de la tormenta—, porque ella no podía ayudarme sanar, ni yo a ella, no después de hacernos tanto daño.
Fruncí las cejas saboreando una cruel realidad. La persona que causa la herida no puede ser la mismo que pretenda curarla. Tardé en comprender no era la persona adecuada, no cuando había demasiado dolor en medio de nosotros. Sabrina quiso ayudarme, se fue cuando descubrió que terminaría hundiéndose en el proceso, habría muchas otras manos que podrían sostenerme, pero la de ella no. Era justo, era necesario. Y no podría reprochárselo, fue la mejor decisión que pudo tomar por su propia felicidad. Caí en cuenta de esa lección: A veces quieres hacer tanto y l a intención es valiosa, sin embargo, también debes saber frenar cuando te está destruyendo. Quise ayudar a Laura, cegado por la deuda que tenía con ella, teniendo tan claro lo que hizo en el pasado fui incapaz de notar que en el presente estaba haciéndome daño.
—¿Sabes que fue lo que decía el mensaje que recibí esa mañana? —me preguntó de pronto, sorprendiéndome al presenciar el golpe directo que me impactó. Mi rostro mostró la confusión, sin comprender a dónde nos dirigíamos. Pao no esperó una respuesta, dejó su bolso sobre el buró antes de dar con su celular en el interior. Sus manos temblorosas, sin verme a la cara, se extendieron, ofreciéndomelo para que pudiera verlo por mí mismo.
Dudé un instante, desconcertado por su intriga. Busqué su mirada para asegurarme, ella asintió levemente, dándome permiso de revisarlo. Di con un montón de comentarios, pero destacaba uno.
No sé quién puede leer las tonterías que escribe esta niña. En tu recuento de fantasías, que haces llamar "novela", ¿también piensas incluir el momento en el que le rogaste al hermano de tu amiga, que te doblaba la edad, te besara? ¿O vas a omitirlo y vas a contar solo los sueños que te inventas con un hombre que también cedió solo porque le rogaste por años?
Fruncí las cejas a medida repetí una y otra vez esas palabras. Después entendí que nunca entendería su significado, no sin ayuda de la única persona que lo conocía. Pao mantenía su mirada en el suelo, pero supongo que pudo percibir la mía que la estudiaba en la oscuridad.
—Yo... Yo siempre fui mucho más tímida que mis amigas, que cualquiera de mis compañeros en general. Supongo que fue porque mis padres eran muy sobreprotectores conmigo. Pasaba todas las tardes en mi casa, leyendo o charlando con mamá y de vez en cuando me reunía con un grupo para avanzar a los proyecto escolares...
—Te imagino como la chica que hace más de la mitad del proyecto —añadí con una sonrisa, con un objetivo que fue sencillo deducir. Quería que entendiera que sin importar lo que dijera o sucediera, antes o después, podía sentirse tranquila conmigo.
—Dos terceras parte —admitió con una risa que sonó triste. Respiró hondo, jugando con sus zapatos—. Siempre fue una romántica, desde que era niña amaba las historias de amor y los cuentos con finales felices, pero cuando cumplí dieciséis parecía que para el resto ya no era suficiente. Las conversaciones comenzaron a inundarse de amores platónicos, de primeros besos y de romances que solo solía escuchar. Todos parecían ir tan rápido y yo aún seguía soñando con las frases que diría el hombre de mi vida cuando lo conociera —se burló de sí misma.
—¿He dicho alguna? —la cuestioné fingiendo egocentrismo.
—Cada una —murmuró—, e incluso algunas has improvisado unas mejores...
—Y pensar que lo del Nobel empezó como un juego.
Pao escondió una sonrisa ante mi estupidez.
—Yo no juzgo la manera en que los otros viven si eso les hace feliz, pero yo me había prometido esperar hasta encontrar a un chico que despertara las mariposas en mi estomago... Pero fui débil, caí ante la presión del resto. Empecé a percibirme lejos del resto, fuera de lugar y ansiar lo que otros tenían. Comencé a cuestionarme todo lo que deseaba. Me pregunté qué estaba mal conmigo.
—No había nada malo, Pao. Pero supongo que soy el menos indicado para darte un consejo.
—Una vez me dijiste que cuando eres joven el amor es como un juego, no encuentras el amor de tu vida en la preparatoria —repitió mis propias palabras. Carraspeé incómodo—. Eso me dije, tal vez la magia sucedería sobre la marcha, tal vez debía dejar de exigir imposibles y centrarme en la realidad. Así que decidí engañarme para no fallar. Me dije a mí misma que la admiración que sentía por el hermano de mi mejor amiga de esa época era algo más, solo para ponerle cara a mis románticos sueños.
—¿Ella lo sabía? —curioseé. ¿Las mujeres no son celosas con las novias de sus hermanos o se los empacan con moño con tal de tenerlos lejos?
—Ella fue la que me motivó —admitió, encogiéndose de hombros—. Decía que le gustaba, que haríamos una hermosa pareja y un montón de boberías que siempre respondía con una sonrisa aún más boba. Fui tan tonta pensando que un tipo como él podía enamorarse de una chiquilla como yo —se reclamó.
—¿Si te doblaba la edad? —pregunté disimuladamente, pero un poco preocupado—. ¿Eso no es un delito?
—No me doblaba la edad, pero sí que era mucho mayor, no solo física, sino emocionalmente. Es decir, yo tenía dieciséis años con una mentalidad de trece, y él acaba de cumplir los veintidós. No veía nada de malo, era mero amor platónico, escribir cartas, suspirar, nunca me acercaba porque me ponía muy nerviosa y supongo que era mala disimulando porque en algún momento lo notó.
—Era mejor que yo para las indirectas.
—Todo el mundo es mejor que tú para eso, Emiliano —reconoció.
—Pao, ¿sucedió algo malo?
—No, solo comenzó a hablarme, un par de frases únicamente y sonreír porque disfrutaba verme portarme como una tonta. No sé, supongo que para él era divertido ver que tenía el total control de la situación. Él me llamaba Paula, fue la única persona que lo hizo, decía que Pao sonaba demasiado niña —habló para sí misma. No sé por qué eso último me dio asco—. A veces siento que en ese momento todavía lo era.
—¿Estás segura que no te hizo nada? —insistí. Ella volvió a negar.
—No. En realidad, yo fui la que hice algo muy tonto —admitió atormentada—. Si pudiera regresar el tiempo lo borraría, porque muchas veces ese recuerdo me asalta sin permiso —confesó con la mirada cristalizada—. Yo le dije a mamá que solo estaríamos nosotras tres, sin embargo, dentro de mí sabía que existía la pequeña posibilidad de que él también estuviera ahí, tal vez por eso me arreglé el cabello pensando en que lo notara cuando bajara un minuto de su cuarto. Sé que no vas a creerme, pero juro que no esperaba que sucediera nada cuando él me pidió lo acompañara a la cocina porque quería contarme algo mientras el resto estaba en la habitación. Es decir, yo había soñado tanto con un primer beso como el de las novelas, en un lugar mágico, con una declaración preciosa...
—Te merecías eso, Pao, que fuera como tú lo habías soñado —recalqué para que no lo mencionara como un error.
—No sé, quién sabe, quizás si no lo hubiera soñado tanto no hubiera rompido a llorar de forma tan ridícula porque no se parecía nada. Tal vez no le hubiera preguntado ilusamente si le parecía bonita, ni hubiera esperado me pidiera fuera su novia antes de acercarse a mí. Yo no sabía, ni sé, nada sobre el amor, pero en los libros el primer beso era especial y no entendía por qué me sentía tan asquerosa —mencionó, quebrándose—. Y él tenía razón, era completamente patético que reaccionara ese modo, ¿no había sido yo quien la que estuve coqueteando con él durante meses? ¿No había accedido a estar ahí con él? Pero... Solo quería que me mirara con ternura, que me tuviera un poco de paciencia porque todo iba demasiado rápido. Las protagonistas se sienten amadas cuando el hombre que aman se acerca, pero yo me sentía acorralada entre la pared y su mirada. Odio esa mirada, cada que la recuerdo me vuelven a dar ganas de llorar —soltó.
—Llora si lo necesitas —la animé porque parecía estar conteniéndose. Negó despacio.
—Ya no quiero llorar por eso —dictó, pasando sus manos por sus mejillas—. Es decir, no pasó nada esa tarde. Él solo intentó besarme, me soltó apenas me puse a llorar sin explicación y regresé a casa, cuando mamá me preguntó por qué estaba tan callada le dije que me dolía la cabeza y pude quedarme la noche entera encerrada en mi cuarto. Ahí terminó. Me sentía tan mal, por mentirle, por permitir que las cosas llegaran a ese punto. Esa noche me prometí que escucharía mi corazón. Creí que necesitaba estar con alguien para ser feliz, pero descubrí que era feliz conmigo misma, cuando obedecía mi propia voz. Esperaría a encontrar la persona que me hiciera sentir segura... —expuso bajando la voz antes de volver a buscarme—. Y cuando te conocí creí lo había hecho. No había malicia en tu mirada, me mirabas con cierta ternura casi desde que nos conocimos y cuando nos besamos fuiste tan dulce, como si en verdad te preocuparas por mí.
—Lo hice —hablé para mí—. Yo nunca me angustio por nadie, pero supongo que tú eres mi excepción.
—Nadie lo sabe, solo tú y Laura, se lo conté para decirle que hay veces que nos equivocamos cuando nos aferramos a algunas cosas que no son para nosotros solo porque creemos sí lo son, se lo conté esa tarde que nos reunimos en la cafetería y creí que podíamos ser amigas. Soy muy ingenua, nunca debí compartirle algo tan personal si no estaba segura de sus intenciones —se regañó—, pero quería ayudarla... Igual que tú —murmuró mirándome confundida.
—Escucha, es un lindo mensaje, pero no digas "nos equivocamos". Tú no hiciste nada malo, ese imbécil quiso aprovecharse de ti.
—No —lo defendió, en negación—, porque a mí me gustaba y él lo sabía —me explicó.
—¿Y eso qué? También me gustas y no por eso te beso en contra de tu voluntad, ni siquiera lo hice cuando estaba borracho... ¿O sí? —dudé preocupado, porque no recordaba mucho de esa noche, tal vez estaba alegando contra algo que había cometido.
—No, no lo hiciste —me tranquilizó con una débil sonrisa. Asentí, al menos había hecho algo bien en esta vida—. Y sé que no lo harías, Emiliano —afirmó confiando en mí. Sí, al menos había hecho algo bien en esta vida.
—¿Pao, en verdad piensas que no te quiero? —dudé temiendo un poco por la respuesta, pero deseando fuera honesta sin importar lo que me doliera. Solo necesitaba callar esa voz en mi cabeza que no dejaba de repetir mis errores.
Pao me miró con la intensidad de sus pupilas miel, mordió su labio antes de negar suavemente.
—No, sé que lo haces —concedió—, pero... Emiliano, una vez me dijiste que no querías que te dictara lo que estaba bien o mal, que existen momentos en los que únicamente deseas que comprendan tus sentimientos son válidos —me refrescó la memoria, repitiendo mis palabras. Asentí, captando el punto—. Ahora lo entiendo. Es posible que tú tengas razón, pero en ese instante que me sentía tan sola solo quería que lo primero que pensaras era en lo que necesitaba más de lo que era correcto. No que analizaras sobre derechos de réplica o antecedentes, sino en lo que estaba sintiendo, en lo qué me había lastimado. Sí, entiendo que Laura necesitaba su derecho de réplica, pero yo tu apoyo.
—Oh, Dios, soy tan imbécil —me maldije frustrado, dejándome caer en el colchón, llevándome las manos a la cabeza. Porque tenía razón, al final era lo mismo que le reclamé cuando pasó lo de papá y cometí el mismo error que en ese momento me molestó. Necesitaba que me pusiera en sus zapatos.
—Un poco —admitió Pao.
—Debiste pensar que no me importan en lo más mínimo tus sentimientos —adelanté odiándome. Pao parpadeó, torció sus labios reflexionando esa posibilidad.
—¿No lo hacen? —me preguntó.
Impulsándome con los brazos volví a sentarme para verla directo a la cara, necesitaba viera en mis ojos hablaba de corazón.
—Pao, me importas tanto como te amo —respondí sin pensarlo—. Y lo único que deseo es que seas feliz, conmigo o sin mí —admití con dolor porque solo por ella era capaz de desprenderme de mis egoísmo—. Te amo, Pao, y me gustaría haber aprendido a ser lo que tú merecías —admití cayendo en cuenta de todos mis errores—, pero siempre he sido demasiado ciego. Me necesitabas, tanto como yo a ti. Tú nunca fallaste, yo sí lo hice.
—No lo hiciste —murmuró. Respiró hondo antes de acostarse, entrelazando sus manos sobre su pecho, clavando su mirada en el techo. Titubeé, pero terminé acostándome a su lado sin tocarla—. Siempre has estado conmigo cuando lo necesitaba. Cada que una palabra me hirió tú fuiste el único que estuvo ahí para reconfortarme —mencionó girando la cabeza para clavar sus ojos en los míos. Los estudié con la poca luz que entraba por la ventana—. Claro que eso no quita que seas un despistado de lo peor, Emiliano.
—Soy un despistado de lo peor —concedí culpable.
—Evidentemente —aceptó sin saber cómo defenderme. Respiré hondo, detestando ese defecto—. Pero cuando me miras... —habló para sí, perdida—, hay algo especial, como si quisieras gritar que soy lo que más amas en el mundo.
—Eres lo que amo más en este mundo —confirmé porque no era cosa de su imaginación, sino una realidad. Mi realidad. Pao estudió mi semblante encontrando solo sinceridad, me dio una débil sonrisa.
—Y nunca te vi mirar de ese modo a Laura, ni a Clara aquella vez que coincidimos en esa tienda —rememoró. No tenía punto de comparación—. ¿Sabes que me encontré con ella cuando venía? —me sorprendió. Negué, no tenía la menor idea—. No quería hablar con ella, pero ya sabes que es perseverante —comentó con una mueca—. Me dijo algunas cosas que no deseaba oír, pero me han dejado pensando —confesó.
—¿Quieres contarme?
—¿Emiliano, en algún momento te arrepientes de haber rechazado la oportunidad de estar con la chica de tus sueños? —curioseó.
—Tú eres la chica de mis sueños —la corregí. Ella afiló la mirada—. Y si te refieres al flechazo platónico que tuve con ella, no —respondí sin miedo a equivocarme—. Lo que sentía por ella nunca fue amor, solo me engañé para sentirme parte del mundo, para demostrar podía seguir viviendo como el resto —reconocí, siendo sincero conmigo mismo—, algo así como tú con ese chico —ejemplifiqué para que me entendiera. Pao lo reflexionó en silencio antes de asentir, sintiéndose identificada con el mismo motor que nos llevó a tomar malas decisiones—. Además, no me arrepentiría de nada de lo que hiciera por ti. Incluso... —Callé cuando sentí un nudo en la garganta, pero esta vez no cedí—. Incluso si eso significara dejarte ir porque es lo mejor para ti —expuse.
Porque aunque sentía me atravesaban el corazón de solo pensar no volvería a verla, incluso cuando eso significara perder a quien más amaba, no quería que estuviera conmigo si no era lo mejor para ella, si al hacerlo se traicionaba a sí misma. Solo quería que Pao fuera feliz, tan feliz como nadie más en el mundo pudiera serlo. Solo quería que ella tuviera lo que merecía. Pao me estudió a detalle, meditándolo antes de soltar un suspiro frustrado. Se cubrió la cara, agobiada.
—Ash, no sé qué hacer —lamentó en voz alta—. Emiliano, por un lado, te amo, te amo tanto que siento que el corazón me va a explotar cuando estás cerca, pero... Mi orgullo me pide que sea un poco más dura contigo —me contó su dilema. Sonreí ante su sinceridad.
—Vaya, es un dilema —admití al aire.
Pao descansó su rostro en su palma, apoyándose en su codo para mirarme mejor.
—¿Qué harías tú? —me preguntó de pronto. Mi sonrisa se ensanchó ante su peculiar cuestión. Éramos tan buenos amigos que incluso me pedía mi opinión sobre si debía o no mandarme al diablo.
—¿Si fuera tú o yo? —cuestioné. Pao pintó un adorable mohín, pensándolo.
—Mmhh... Si fueras yo —resolvió.
—Me casaría conmigo —respondí sin ni siquiera pensarlo. Fue tan inesperado que no pude evitar reírse—. Lo digo muy en serio —defendí, sonriendo porque había echado de menos ese sonido, grabándomelo por si era la última vez que volvería a escucharlo—. Piénsalo, soy un gran partido. Para empezar, soy increíblemente guapo, lo cual no es sencillo. Además, vengo con ruedas incluidas y todos sabemos que los chicos con automóvil son los más cotizados así que soy doblemente atractivo —argumenté. Pao hizo un esfuerzo por mantenerse seria, pero pronto se rindió, sonreí al verla arrugar su nariz en una mueca. Hice un esfuerzo para acomodarme y verla un poco mejor—. Eso sin contar mi carisma de conductor de televisión y mi encanto.
—Sí, admito que eres todo eso y más —admitió encogiéndose de hombros—, pero qué haré con tus despistes que muchas veces no te dejan ver lo que está frente a ti —me cuestionó. Chasqueé la lengua, reconociendo mis fallas. Respiré hondo, intentando hallar una solución definitiva, una que nos ayudara a los dos.
—Pues unos lentes vendría bien —expuse. Ella disimuló una sonrisa—. Voy a dejar de posponer lo que debo hacer —planteé—, pensar en lo que necesitamos, intentar detectar esos errores que crecen con el tiempo, pero aunque suene tonto, te agradecería mucho si me ayudaras —pedí—. Cuéntame cómo te sientes, sin importar la hora, ni el momento. No voy juzgarlos, pero es que soy muy malo con las indirecta —admití—, pero escuchar se me da bien y también siempre estoy intentando mejorar —destaqué a mi favor.
—En eso último tienes algo de razón.
—¿Quieres que te diga otro buen punto? —Pao asintió manteniendo sus brillantes ojos en los míos, escuchándome atenta. Pude armar un buen discurso, pero Pao era demasiado inteligente para detectar lo que salía de mi corazón, le di completamente la voz porque era él el único capaz de salvarnos. Él, y mi cabeza para tomar asertivas decisiones—. Te amo, no sé si seré el hombre que más te amará en la vida, porque eso es un poco pretencioso y conociéndote cualquiera que estuviera contigo seguro lo haría, pero sí que jamás amaré a nadie como a ti. Tú me enseñaste lo que era entregar el corazón—me sinceré agradeciéndole.
Pao me regaló una dulce sonrisa, sus ojos se cerraron de a poco cuando me acerqué despacio. Percibí como contuvo la respiración al acariciar su nariz con la mía, el tiempo se detuvo entre los dos, sus labios se entreabrieron a la par los míos estuvieron a punto de rozarlos. Sin embargo, pareció arrepentirse de último momento porque negó despacio y colocando sus manos en mis hombros me dio un ligero empujón para que me detuvieron. La tristeza llenó el vacío que dejó su ausencia cuando se levantó de la cama. Dolió comprender el significado de su rechazo.
Pao puso distancia entre los dos, recargándose en la pared, sin mirarme a la cara. Tuve la impresión que estaba avergonzada, quise decirle que no tenía por qué. Es decir, si no quería estar cerca de mí no me quedaban más opciones que aceptarlo. No se puede escribir una historia como la nuestra sin las dos voces. Estuve a punto de hablar, pero ella se me adelantó.
—La vida es tan inesperada —comenzó hablando para sí—. Pasé muchos años soñando con una historia perfecta, pero en el fondo siempre creí que no la merecía. Y cuando te conocí, no sé, me costó aceptar que sí lo hacía. Miraba a los otros y decía: habiendo tanta magia en ellos, ¿por qué me pasaría a mí? Pero cuando estoy contigo, tú me ayudas a verme de otra manera —susurró—, como si fuera una súper mujer. Nadie lo hace, solo tú, me escuchas durante horas como si lo que hubiera dentro de mí fuera realmente valioso e intentas apagar todos mis miedos. Te muestro mis defectos, mis inseguridades, mis sueños, no parece que desees salir corriendo...
—Bueno, eso último está difícil —hablé al aire.
—No, no, no —aclaró sonrojándose de la pena. Negué con una risa, dejando claro estaba bromeando. Respiró aliviada—. Y me encuentro con los tuyos y...
—Que es una larga lista —admití—. Por suerte tú sí puedes salir corriendo.
—Pero no quiero hacerlo. Es decir, es raro porque eres imperfecto y yo también —se señaló—. Me gusta ser humana cuando estoy contigo porque siento que puedes amarme con todas esas cosas que a veces me molestan de mí misma y yo te quiero con todas esas cosas que tú odias. Y es raro, hasta me resulta un regalo la forma en que hablamos cuando algo no va bien. La forma en que me escuchas con paciencia, la manera en que puedo decirte todo lo que siento, como no se elevan las voces y charlamos como mejores amigos —describió con una sonrisa melancólica—. Esto de las relaciones da un poco de miedo —se burló—. Creí que después del primer beso comenzaba el cuento de hadas, pero la vida no es tan sencilla. Miriam tiene razón, la única forma en que llegue el final feliz es que no queden más páginas, y yo aún quiero escribir muchas contigo.
—¿Aunque sea un tonto? —le advertí porque aunque la adoraba tenía que ser realista, seguiría equivocándome mientras fuera humano. Podría intentar mejorar un error, pero más adelante surgiría otro. Pao estudió mi semblante de acortar la distancia entre los dos, el colchón se hundió al ocupar un lugar a mi lado.
—No eres un tonto, Emiliano —me corrigió compasiva—. No podrías serlo cuando veo en tu mirada tanto amor. Y al final Alba también dijo que hay algo más fuerte para que funcione, y la encuentro en ti —destacó, sonriéndome con cariño—. La verdadera magia es hallar a quien te haga quererte más a ti misma cada día. Y siendo testigo de tus acciones, esas incondicionales que haces sin ninguna intención detrás, me haces sentir más maravillosa que la protagonista que escribí en mis novelas.
—Eres mejor que cualquier personaje que puedas inventar, Pao —le recordé—. Y no es que dude que tu capacidad creativa, soy el primero en reconocerla, pero tú eres real y no solo lo digo de forma literal. Eres sincera cuando amas.
—¿Y tú?
—¿Tú qué piensas?
Pao dibujó de a poco una sonrisa peculiar.
—Que lo eres, que cuando me dices que me amas lo sientes, como yo lo siento.
—Lo siento, Pao —reconocí tomando su mano—. Prometo que si me das una oportunidad esta vez haré las cosas mejor. No quiero herirte, no cuando fuiste el recordatorio de para qué sirve el corazón. Ni siquiera sabía que era capaz de amar con tal fuerza hasta que te conocí. Y te prometo que voy a demostrártelo...
—No tienes que prometerme nada, Emiliano. Esa noche dije muchas cosas que no sentía porque estaba molesta, porque me sentía sola, pero no lo estoy, nunca lo he estado. Las peores noches, mis dolores más profundos y los secretos que tanto me atormentan siempre han encontrado la paz contigo —murmuró sonriéndome con esa dulzura que había cautivado mi corazón—. Cuando te muestras tan trasparente y expones lo que pasa por tu cabeza y tu corazón, con una simpleza tan sincera, tengo la convicción que nada será lo suficientemente fuerte. No pones un muro entre los dos, siempre me recuerdas estarás aquí.
—Voy a estar siempre aquí —le prometí. Incluso cuando las cosas no fueran bien. Amaba a Pao con la misma fuerza los días en que sonreíamos sin parar y cuando las cosas se oscurecían un poco. Eran la fuerza de mis sentimientos los que me llevaba a luchar por hallar un poco el sol.
Reconocí la dulzura en su sonrisa cuando desapareció la distancia entre los dos para besarme. Apenas rozó mis labios la tormenta se asentó. El mundo dejó de importarme al reencontrarme con su cálido corazón. Bastó un segundo para reconocer sus dulces besos. Extrañándola como un loco la besé como si tuviéramos el tiempo contado, como si pudiera grabar ese momento para siempre. Sin querer tenerla más lejos envolví su frágil cuerpo entre mis brazos donde mi corazón la cobijó. Ese mismo corazón que enloquecido repetía su nombre sin parar. Estaba en casa, con la persona que más amaba.
Cerré los ojos y apagué la voz de mi razón para centrarme en la ola de sensaciones que me regalaban sus preciosos besos que parecían gritar lo mucho que nos necesitábamos, lo mucho que nos extrañamos. El tiempo, que me había torturado durante los últimos días, pareció darme una tregua estacionándome en sus labios y luego retomó un ritmo vertiginoso cuando en un impulso, deseando más de ella, mis dedos terminaron conduciéndose al primer botón de su abrigo. Con toda mi fuerte de voluntad me detuve, me aparté apenas lo suficiente para encontrarme con sus brillantes ojos.
Pao lo pensó apenas un instante antes de dibujar una sonrisa de a poco antes de que sus manos se colocaran sobre las mías y sin apartar su mirada me ayudara a abrirlo. El resto sobró, ansioso volví a capturar sus labios mientras deslizaba la tela por sus hombros. Todo dejó de importarme apenas cayó a mis pies. Me entregué a la sensación que despertó el recorrido de mis yemas por su tersa piel que se estremeció apenas la toqué, a sus amorosos y dulces besos que me robaron el aliento, al sonido de su adorable risa, al placer de desvestirla sin prisa para encontrarme con su cuerpo. Adoraba el efecto que causaba en mí. Estaba seguro que jamás podría sentirme igual con alguien que no fuera esa tierna chica que me regalaba preciosas sonrisas. Mi voz le repitió al oído cuanto la amaba, deseando no pudiera olvidarlo, cautivado por su dulce perfume, por sus suspiros, por mi nombre que escapaba de sus labios temblorosos, por el calor de su cuerpo que derritió mi frío y en el vaivén perfecto y mágico que encontramos. Esa tarde le di un trozo de mi corazón y ella me entregó un trozo del suyo. Uno que me encargué de cuidar cuando me abrazó con todas sus fuerzas mientras nos fundíamos como dos trozos de carbón al fuego. Ella cobijó el mío, para protegerlo como solo ella lo hacía, con esa ternura que quemaba todo el temor a su paso. Por primera vez, no hubo miedo en ninguno de los dos, plenamente seguros que ahí era donde pertenecíamos.
Comprobé que se trataba de la realidad, pese a que pareciera un sueño, cuando al regresar la encontré recostada en mi cama, con su cabello revuelto y sus mejillas sonrojadas. Pao me dio una sonrisita al atraparme estudiando sus tiernas facciones en las que podía perderme por horas. Esperó paciente a que me recosté de vuelta a su lado y apenas lo hice buscó mi cuerpo para enredarlo con el suyo. La envolví en mis brazos a la par ella reposó su cabeza en mi pecho dibujando una sonrisa. Cerré los ojos mientras acariciaba su cabello, las mismas ondas en la que mis dedos se habían enredados. Los latidos de su corazón aún acelerado encontraron su ritmo poco a poco junto a los míos. Juro que podía quedarme ahí por siempre, en esa paz que nos envolvía cuando solo existíamos nosotros dos. Pao soltó un suspiro reacomodándose para mirarme. Era tan bonito su rostro que resultaba sencillo concentrarme en él. Deslumbré como se agitaron sus pestañas a la par sus ojos miel se clavaron en los míos.
—¿Pasa algo? —pregunté al notar había algo especial en la forma en que me estudiaba. Esta vez no quería hacerme ideas, sino hablar con la verdad. Ella ladeó el rostro, sonriéndome.
—Nada —respondió contenta. Sonreí—. Solo que estoy muy feliz de estar aquí contigo —añadió antes de acurrucarse.
—Te extrañé —confesé honesto. Sí, sabía que podía vivir sin Pao, al igual que ella sin mí, pero no quería hacerlo. No cuando era tan feliz solo viéndola existir—. Todo el tiempo, a cada minuto.
—Yo también. Mucho —murmuró hablando con esa dulzura que siempre me robaba una sonrisa.
—No tienes idea de lo que amaría que te quedaras aquí para siempre —me sinceré.
—¿En tu cuarto? —se burló dejando ir esa risa adorable que tanto me gustaba.
—Me refería a mi vida, pero en mi cama parece una gran idea —respondí de buen humor con una media sonrisa. Pao se sonrojó de pies a cabeza ante mi comentario, me dio un empujón de esos que llevaban su nombre antes de sonreír sobre mi boca cuando acorté la distancia entre los dos. El beso que nos dimos gritó nuestro corazón le pertenecía a otro. En verdad la amaba.
—Te amo, mi Pao —murmuré. Ella sonrió al escucharme—. Te amo con todo mi corazón, con toda mi vida y fuerzas. Por favor, no volvamos a separarnos —le pedí, mirándola a los ojos. No quería padecer más de su ausencia—. Hagamos una promesa —planteé intrigándola. Busqué su mano para enredar sus dedos con los míos—. No importa lo que pase, lo que suceda, vamos a resolverlo, hablándolo. Si no te sientes cómoda o hago algo que te hace sentir mal podemos hablarlo, voy a trabajar en ello —repetí abierto a llegar a una solución juntos—. Solo no quiero perderte.
Cualquier problema podría resolverlo, estaba decidido a escuchar, a mejorar, a usar la cabeza, todo era un mejor escenario al de no volver a verla. Pao dibujó una angelical sonrisa antes de besar la unión de nuestras manos.
—Es una promesa —determinó haciéndome sonreír de forma tan honesta como solo con ella lo hacía.
—Por cierto, no quiero olvidar algo importante —admití divertido, conociendo lo sencillo que era distraerme con ella cerca—. La próxima semana será mi prueba final para obtener el carnet de conducir —le conté.
—¿En serio? —preguntó emocionada. Una enorme y brillante sonrisa surgió al escucharme, yo la imité al ver su emoción genuina por mí. Asentí antes de que me envolviera entre sus brazos, sonreí sobre su hombro agradeciendo a la vida por encontrarla—. Falta poco —remarcó alejándome para zarandearme de los hombros. Reí admirando su felicidad—. Estoy tan segura que vas lograrlo —mencionó conmovida—, y entonces sí que vamos a festejarlo.
—¿Tienes alguna propuesta? —bromeé pícaro con una media sonrisa. Pao me dio un empujón que literalmente casi me tumbó de la cama. Pao soltó un gritito adelantando acabaría en el suelo, susto que terminó convirtiéndose en una carcajada cuando notó logré aferrarme a su lado—. Por Dios, Pao, esperaba un festejo, no un funeral —la acusé.
—Perdóname —me pidió risueña, nivelando su respiración.
—¿Qué me darás a cambio?
—Considerate un ganador si no terminas en el piso —me recordó, tan tierna como ella sola.
—Me parece un trato justo —reconocí arrebatándole una risa. Negué admirándola, Pao era una mujer preciosa en todos los sentidos—. Yo... —retomé el tema justo donde lo dejé—. Quería que me acompañaras —confesé un poco tímido porque sonaba como una tontería—. No al examen, claro, pero no sé, tienen una recepción muy cómoda —describí como si fuera vendedor—. Y no creo tardar demasiado, puedo apurarme... Quiero que tú seas la persona que vea, fue gracias a ti que lo conseguí.
No solo fue la primera en poner la idea sobre la mesa, sino también mi motivación.
Pao que me había escuchado expectante, arrugó su nariz contenta, acunó mi rostro entre sus manos dándome un corto y efusivo beso que apenas pude corresponder, sonreí como un tonto al encontrarme con su mirada clara.
—Sí, sí, claro que quiero ir —respondió asintiendo emocionada—. Que me lo pidas es muy lindo porque significa que quieres que esté en un momento importante en tu vida.
Sonreí admirando la sinceridad de sus palabras. Pao tenía un corazón tan dulce que lo único que deseaba es que la amaran con la intensidad que ella entregaba. Se lo merecía. Y, estaba tan lejos de ser el hombre perfecto, de ser el príncipe que ella soñaba, era un simple mortal más, lleno de defectos y errores, pero me consolaba pensar que ninguna de mis fallas eran cometidas con la intención de dañar a otros. Además, la única certeza en mi corazón era el puro e incondicional amor que sentía por ella.
—Pao, quiero que estés en todos los momentos importantes de mi vida de ahora en adelante —le susurré acariciando su mejilla, dándole voz a mi alma. Pao se conmovió ante mi honestidad—. En los buenos y en los malos, y quizás, si tú me dejas... —aclaré cuidadoso—, estar en los tuyos. No importa que tan complicados sean. Solo no olvides que voy a estar siempre aquí.
Pao ladeó su rostro, sonriéndome con una ternura que estrujó mi corazón.
—Lo sé, Emiliano. Ahora lo sé.
Tres capítulos más y nos vamos. Estamos tan cerca del final que no puedo creerlo. Aún falta lo mejor, un montón de sorpresas, una tras otras ❤️. Así que les recomiendo no perderse lo que se viene porque estoy segura no esperan muchas de las cosas que sucederán ❤️. Para empezar el capítulo que viene es un especial, a muchos les gustará, puede que a otros no, pero era muy importante para cerrar esta historia como Dios manda ❤️.
Este par se reconcilió y estoy muy orgullosa de su evolución ❤️. Nunca he sido muy fan del drama, aunque posiblemente tendría más éxito si escogiera ese camino siempre he sido de las que prefieren el diálogo, la comunicación asertiva, la terapia y promover relaciones que se basen en la comprensión, respeto y entendimiento para resolver conflictos. Y me gusta mucho que todas las veces que han tenido desacuerdos lo resuelvan de forma tranquila, hablando y fortaleciendo sus lazos. Esta es la primera vez que en el club escribo sobre una relación, prácticamente solo conocimos el inicio del noviazgo de Miriam y Arturo, Alba y Álvaro, y poder exponer el día a día de una pareja (durante más de 30 capítulos) fue un reto❤️. Gracias de corazón por acompañarme en esta aventura. Ahora sí, algunas preguntas:
1. ¿Les gustó el capítulo?
2. ¿Cuál es la persona que más admiran en su vida? ❤️ Hablo de sus padres, hermanos, abuelos, amigos, compañeros, jefes, un maestro, un cantante, Santa Claus, la persona que siguen en instagram. No sé, alguien que los inspire y sería su héroe o heroína (en el buen sentido).
Nos vemos la próxima semana. Los quiero mucho. No olviden seguirme en mi instagram para más noticias del final de esta novela que está a solo tres capítulo T.T ❤️. Ahora sí, me iré a llorar.
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