Capítulo 60 (Recta final)
Lo malo de querer a las personas es el momento en que se marchan y lo único que queda es extrañarlas todo el maldito tiempo. Pero qué podía hacer, hay gente que simplemente se cuela en tu corazón, se aferra a tus huesos y logra hacerse un lugar permanente en él. Me resistí tanto a enamorarme de Pao porque era consciente que el día que se fuera mi alma reclamaría su compañía, mas no escuché mi propia advertencia y ahora no podía sacarla de mi cabeza.
Mis ojos la buscaban cada que una puerta se abría, mi esperanza se encendía cada que un mensaje llegaba. Había sido protagonista de muchas despedidas, unas me golpearon más que otras, pero tanta práctica no sirvió para hacer más llevadera su ausencia.
Resoplé cansado, echando la mirada al techo. De forma involuntaria me pregunté dónde estaría. Cerré los ojos lamentándome por ser tan débil, animándome con la falsa motivación de que todo se arreglaría. ¿Qué si no? La sola posibilidad me dolió. Yo sabía que una relación no lo es todo, pero Pao era más que mi novia, era mi mejor amiga, mi ancla, mi mayor apoyo, mi confidente, ¿cómo alguien se recupere de perder todo en un minuto?
Achú. Maldita sea. Y para acabarla, ni siquiera puedo tener mi momento dramático como Dios manda, me quejé.
—Parece que alguien no escuchó el pronóstico.
Giré la cabeza al escuchar esa voz, y la sorpresa no se debió a que no pude reconocer de quién se trataba, todo lo contrario. Hasta consideré mi temperatura se había elevado a niveles peligrosos, tanto que ahora estuviera delirando y que la figura de Alba atravesando la puerta fuera producto de mi imaginación. Aunque cobró un poco de sentido cuando divisé la seguía Miriam, empujando una carriola enorme que pareció atorarse en la entrada.
—Pero debió ser otro día porque hoy está radiante —comentó extrañada Miriam, agradeciéndole con una sonrisa a su amiga por la ayuda. Estudió los rayos de sol que se colaba por el escaparate.
—Es lo malo de no tener un gato con vocación de meteorólogo —comenté, saludándolas. Alba afiló su turquesa mirada, reprendiendo el chiste porque la relación con su mascota no era su tema favorito—. Lila lo único que detecta es cuando es quincena para exigirme le compre otra bolsa de croquetas —hablé para mí mismo, riéndome por su habilidad.
Otro estornudo lo arruinó. Esta vez la que se echó a reír maliciosa fue la pelirroja.
—Pero no quisiste quedarte en casa —comentó.
Fruncí las cejas ante la mención.
—¿Cómo sabes eso? —cuestioné extrañado porque pude enfermarme en otras condiciones y no les había contado salí durante la semana.
—Me hago una idea —respondió, encogiéndose de hombros—. Apuesto que teniendo cientos de días cálidos te dio por dar un paseo cuando casi nevó —acertó.
—Dios, me dueles Alba —lamenté—. Tal vez tanto como el cuerpo en este momento.
—¿Sabes que es bueno para estos casos? —intervino Miriam con ese tono maternal que la caracterizaba desde antes de que se convirtiera en mamá—. Una infusión caliente de canela —me recomendó. Asentí, agradeciendo el consejo, me propuse prepararlo si es que encontraba canela en la cocina. Agua sí había. Sin embargo, no fue necesario, porque para mi sorpresa, ella misma me cedió un termo que llevaba guardado en una enorme mochilera—. Una suerte que tenga un poco para ti.
—Qué detalle. Viniste preparada... Otra coincidencia —apunté, alzando una ceja.
Es decir, creía en las casualidades, pero que el té siguiera tibio me indicó había algo detrás.
—¿Qué te digo? Te sorprendería lo que cargo ahora que soy mamá —se excusó sin dejarse ganar. Supuse que no lograría sacarle nada más, así que ni siquiera lo intenté y me prohibí hacerme esperanzadoras ideas por miedo a desilusionarme después.
—Te lo agradezco, Miriam —mencioné sincero—. En realidad, ya estoy mucho mejor, en un par de días estaré como nuevo —les aseguré.
—Me alegra mucho oír eso porque justo pasaba para invitarte a una reunión en casa de Dulce este sábado —comentó animada—. ¿Crees que para esa noche estarás del todo recuperado?
Me desconcertó un poco la noticia, no por el qué, sino por el cuándo. No estaba de ánimos para ir a fiestas y fingir una sonrisa sintiéndome miserable. Era tan transparente que todos descubrirían algo andaba mal. Decidí que inventaría alguna razón para justificar mi ausencia, prefería pasar el sábado en casa, pero estando a mitad de mi engaño caí en cuenta de un pequeño detalle. Sonreí sin poder evitarlo cuando aquella idea apareció. La respuesta escapó de mis labios sin que pudiera retenerla.
—Claro que sí, no me lo perdería por nada del mundo.
Después de visitar la casa de Álvaro, ahora de Alba también, y el departamento de Miriam confieso que fue un gran consuelo ver que la casa de Dulce era tan sencilla como la mía. Estaba ubicada en un barrio pequeño y todos esos coches de juguete en la cochera dejaban claro que ese pequeño hogar estaba invadido por niños, así que no me sorprendió cuando ella me recibió con una versión miniatura en sus brazos.
—¡Rayito, estás aquí! Me hace muy feliz te decidieras a venir —me saludó animada con una enorme sonrisa, muy a su estilo. El pequeño, que debía tener unos cuatro años, pasó su mirada de uno a otro mientras ella lo hacía saltar como si estuvieran bailando—. Pero no te quedes ahí como si fueras macetero, entra —me invitó con un ademán.
Asentí agradeciéndole su amabilidad antes de empujar la silla por la diminuta antesala.
—¿Cómo seguiste? —me preguntó amable.
—Al menos ahora no puedo calentar mi propio almuerzo en mi frente —admití divertido contemplando al otro niño, este tal vez de unos ocho, caminando de reversa sin quitarme sus enormes ojos de encima como si estuviera estudiándome. No me incomodó porque no se trataba una curiosidad invasiva. De todos modos, Dulce a mi lado pareció notarlo.
—Hey, creo que olvidaste algo —murmuró señalándome con la cabeza, disimuladamente.
El pequeño pegó un respingo al recordarlo antes de salir correr hacia la mesa. El más pequeñito soltó una risa, como buen hermano, burlándose de su graciosa carrera que acabó de vuelta frente a mí con un plato entre sus manos. Los extendió a mí, ofreciéndome lo que contenía con una inocente sonrisa.
—Muchas gracias —le dije tomando una de las galletas—. Es genial, es como tener tu pequeño esclavo personal —se me escapó divertido. Tardé un segundo en reflexionar mis palabras, quise disculparme porque tal vez le ofendía, pero la cálida risa de Dulce me interrumpió.
—¿Qué puedo decirte? No es fácil —aceptó de buen humor—. Dígamos que hacemos trueques. Ellos me ayudan y yo a ellos para que ninguno pueda demandar al otro —bromeó.
Reí porque tenía lógica. Dulce era la ex-compañera de oficina de Miriam, su amistad perduró incluso cuando dejó su antiguo trabajo y habíamos coincididos en algunas ocasiones, como la boda y los cumpleaños de varios integrantes del club. Y a pesar de haberla visto apenas unas veces bastó para saber que detrás de esa sonrisa de comercial se encontraba una persona llena de luz y líos.
—¡Pao!
El grito eufórico de su hijo me hizo girar la cabeza en un chispazo. Olvidé como respirar cuando mis ojos dieron con su imagen. Estaba ahí, dando un tímido vistazo al lugar junto al esposo de Dulce. No sabía si la intención de Pao fue vengarse de mí, pero esa noche se había puesto tan hermosa que me estaba costando pensar. Había planchado las ondas naturales de su cabello y cambió los vestidos claros por uno rojo brillante que llamaba la atención pese a su tierno diseño que caía con gracia a la altura de la rodilla.
—Discúlpame un minuto —me comentó emocionada Dulce, sacándome de mi embobamiento. Asentí con torpeza—. Tú mejor que nadie me entiendes, ¿no? —cuestionó alegre.
Ni siquiera me dio tiempo de contestar, salió corriendo entusiasmada junto a sus dos hijos. Distinguí, pese a lo cautivadora que lucía con ese delineado oscuro en su mirada almendrada y la forma perfecta de su cintura, esa adorable sonrisa que brotó cuando una avalancha de niños la rodeó de la nada, exigiendo su atención.
—¡PAO, PAO,PAO, PAO! —gritaron a coro todos, liderado por Dulce que la abrazó brincando. Sonreí al notar casi todos terminaron en el suelo—. Discúlpame, Pao, tienes un encanto para los pequeños y supongo que al medir menos de uno y sesenta también tienes efecto en mí —se justificó, comparando sus alturas.
Pao le dio una enorme sonrisa poniéndose de cuclillas para saludar a cada uno. Todos la sofocaron de comentarios y preguntas, sin darle tiempo de respirar, pero ella los escuchó como si lo que dijeran fuera realmente interesante. Admirando sus gestos y paciencia confirmé que era la chica más tierna del mundo. Me quedé como imbécil mirándola, y pude quedarme ahí para siempre, sino fuera porque alguien casi me provocó un infarto.
—¡Emiliano! —me saludó Arturo, asustándome cuando apareció de la nada, dándome un golpe en el hombro—. No te vi llegar.
—Si a mí me pasaste por alto con tremenda silla ahora entiendo porque ignoraste la defensa de Miriam —comenté divertido.
—¿Nunca van a olvidarlo?
—Arturo, hay cosas que siempre te persiguen. Muéstrate agradecido porque sea simplemente un chiste de tus pésimas habilidades frente al volante —le animó con sabiduría Álvaro.
—Porque con tu historial da para mucho —le di la razón riéndome de su intento de encontrar algo en contra. Negué con la cabeza, distraído, mis ojos habían vuelto a recaer en Pao sin que pudiera controlarme. Sonreí al verla hablar sin parar camino al sofá, rodeada de todos los niños que la habían llevado hasta ahí después de capturarla.
—Que se note que nuestra charla te interesa —me acusó Arturo, burlándose de lo ridículo que me comportaba.
—En verdad me importa saber cómo casi pierdes tu licencia, no tanto como Pao, pero sí que me serviría para algún monólogo de comedia. Por cierto... —Callé un segundo, dudando—. Ustedes qué son mucho mayores que yo...
—Esta noche debería llamarse "Humillando a Arturo" —murmuró.
—Y con lo que voy a decirle seguro cierras con broche de oro —le animé—. Quería pedirles un consejo, solo un consejo... ¿Cómo hacen que sus esposas los perdonen? De preferencia que responda Venado —me adelanté a Álvaro que estaba a punto de empezar su inteligente discurso—. Él tiene mucha más experiencia en el tema... Aunque tú vives con Alba —reconsideré, pensándolo mejor.
Álvaro afiló su mirada sin querer aceptar su realidad. Él siempre defendía que Alba era la maestra de la paz en sus tiempos libres... Sí, pero maestra de boxeo el resto.
—Pues depende de qué tan grave sea el error —intervino Arturo haciéndose el listo. Fruncí las cejas. Debí preguntarle a Álvaro—. En una escala de uno al diez, ¿cómo lo calificarías?
Lo pensé sin tenerlo claro, cuando me encontré fugazmente con la mirada de Pao y huyó de mí, di con la respuesta.
—Veinte.
—Dalo por perdido —sentenció tajante, sin pensarlo.
—Wow, gracias por el ánimo.
—Emiliano, el diálogo es siempre el mejor camino —mencionó Álvaro con sabiduría. Fruncí los labios porque eso lo intenté y no funcionó—. Reflexionar, ver qué hay detrás, hablar de lo que se siente para trabajar en ello y la paciencia ayuda —añadió como si pudiera leer mi debate interno. Intenté recordar todo lo que mencionó, pero había hablado demasiado rápido.
—Escúchalo, Emiliano, si alguien sabe ser paciente es este hombre —reconoció admirado Arturo, antes de darle un sorbo a su bebida. Álvaro ladeó la cara con una mueca, sin poder alegar—. Pero en su medida justa para conseguir lo que quiere —añadió como buen amigo—. No como yo que, de no ser por Miriam, aún estaría preguntándome si pedirle su número —se burló de sí mismo. Sí, Arturo no era el señor de la iniciativa.
—Ni eso hiciste, Arturín —lo acusó divertida Dulce, apareciendo de la nada, haciéndose espacio entre los tres. Pese a ser la más pequeña de todos era la que mostraba más seguridad—. Pero siendo honesta debo darte el mérito de ser adorable —le animó abrazando su brazo con ternura, como si fuera su oso de peluche—, lo cual siempre es un arma infalible, te lo diré yo.
—En eso estoy de acuerdo —concedí perdiéndome de la conversación para ver a Pao soltar un suspiro a la par de una sonrisa que se le escapó apenas los niños le dieron un minuto de paz.
—Lo único malo es que después de que casi les armé la boda ustedes se fueron de luna de miel y me dejaron sola en la oficina —los acusó—. Ya ni a quién pedirle ride —comentó lo que en verdad le dolía—. Bueno, me refería Miriam porque contigo tengo mis reservas —admití, haciendo reír a Arturo.
—Te dijimos que podías trabajar con nosotros —le recordó.
—Pero lo mío son las nóminas y extrañaría un poco los encantadores problemas que se dan en la oficina —reconoció divertida—. Además, no podía abandonar a Sebastián. El pobre explotaría si lo dejaban sin media empresa y el corazón roto —argumentó. Arturo asintió ante su muestra de solidaridad, aunque yo no estaba tan seguro que le importara mucho el futuro del ex crush de su esposa. Sonreí cuando Jiménez casi saltó por el respingo que pegó su compañera—. Por cierto, ¡tengo que contarte algo sobre eso! —anunció impaciente, sacudiéndolo de un lado a otro—. Algo muy importante —remarcó alzando ambas cejas.
Como amante de los líos ajenos les aseguro que estuve tentado a escuchar la novedad, porque supuse que tal tensión tendría un buen motivo detrás, pero lo único que podía vencer mi lado entrometido era el enamorado que no pudo contenerse cuando notó Pao se había quedado sola. Ni siquiera me pregunté si sería lo correcto o no, siguiendo la corazonada de mi corazón los dejé atrás para acercarme a ella que no tuvo tiempo de salir corriendo. Cuando cayó en cuenta de mi cercanía, pese a que tuvo el impulso de marcharse, era demasiado tarde.
—Viniste —celebré contento.
Pao disimuló su ansiedad, irguiéndose con total propiedad.
—Sí, eso hice. Dudé un poco —confesó sin mirarme—, pero después pensé que no puedo detener mi vida. —Pese a que se refería a mí sonreí porque me parecía una gran decisión que pensara en ella—. Además, Dulce fue muy amable al invitarme. Me agrada y sus hijos también. Tiene una familia muy linda —opinó. Compartía la idea.
—Y son todos idénticos —mencioné asombrado—. Es decir, sus hijos son dos réplicas de ella, pero en niños.
—Y no solo físicamente —murmuró ella con un deje de diversión.
—Apuesto que te cantaron Torero —intenté adivinar.
—Bien, tal vez no tan idénticos —reconsideró.
—Aprenderán con el tiempo.
O tal vez no, como yo que inicié una charla casual y no pude evitar sonreír como un tonto de lo feliz que estaba de que Pao hablara conmigo, así fueran una líneas. Y creo que lo palpable de mi alegría la incomodó un poco.
—Por lo que veo tú estás bien —susurró, dándome un vistazo—. Es decir, hablo del frío de la otra noche —me explicó deprisa para que no me confundiera. De igual manera, sonreí sin poder evitarlo—. No debiste irme a buscar si hacía tanto frío. ¿Tardó mucho en pasar el taxi por ti?
—No, y no te angusties ahora estoy totalmente repuesto —respondí animado. Asintió más tranquila—. ¿Tú les dijiste a Miriam y Alba lo que pasó? —No pude evitar preguntarle—. No hablo de la charla, sino lo del frío y esas cosas —intenté explicarle.
—Yo... No —mintió nerviosa. Asentí como si le creyera.
—Bien. Entonces son adivinas, lo cual es su genial porque en una de esas puedo pedirle el número ganador de la lotería nacional. Alba no lo necesita —argumenté encogiéndome de hombros. Pao me estudió, ladeando el rostro.
—Sí, definitivamente estás repuesto —concluyó—. Me alegro estés bien, Emiliano.
—A mí que tomaras la decisión de venir, Pao —confesé dándole voz a mi corazón—. Hoy estás realmente preciosa—comenté sin poder guardarlo para mí—. Es decir, tú eres guapa todo el tiempo, pero cuando te he visto entrar juro que te has superado.
—Gracias —respondió siendo traicionada por su voz que sí se mostró levemente conmocionada por los nervios. Dio la impresión de regañarse a sí misma—. ¿Tienes otra cosa qué decirme? —me cuestionó de golpe, ansiosa por librarse de mí.
—No, solo quería verte —solté sincero.
Aunque me hubiera gustado contar con otra razón para que entre los dos no se formara el incómodo silencio. Pao abrió la boca, volvió a cerrarla, pareció no poder ordenar sus ideas. Quise decirle que no tenía que decir que también cuando no lo sentía, pero no logré hacerlo porque alguien se acercó robando su atención.
—¡Pao, ven a ver como el perrito de Dulce abre el refrigerador! —la llamó impaciente Nico, tomándola de la mano para mostrarle el insólito hecho. Ella ni siquiera le contestó, pero pareció agradecer una excusa para alejarse de mí. Se dejó guiar por esa ola de niños, liderado por el hijo mayor de Dulce que pese a tener unos ocho ya daba indicios de ser un revolucionario.
Me dedicó una última mirada en la que bailaba un sentimiento distinto. No logré darle un nombre. Me pregunté si Alba y Miriam sí la entenderían cuando las contemplé siguiéndola a la cocina. De todos modos no me lo dirían y tampoco se los cuestionaría. Lo malo de compartir a nuestros mejores amigos es que hay cosas que no puedes hablar con la misma apertura como con un desconocido que ve las cosas desde otra perspectiva. Tuve la impresión que alguien leyó mi mente porque seguía con mis ojos puestos en el camino que habían tomado cuando un par de cuerpos se dejaron caer en el sofá frente a mí. Sin embargo, al notar se trataba de Dulce no supe si sería una buena o mala noticia.
—Conozca esa cara —mencionó estudiando mi semblante. Acomodó a su hijo de cuatro que jugaba con un dinosaurio de peluche en su regazo—. Estás triste —notó. Eché la mirada a un lado sin querer aceptar lo evidente—. Flaco, cansado, ojeroso y sin ilusiones... —La escuché cantar con sentimiento. Fruncí las cejas y pronto descubrí su sonrisa traviesa—. Lo siento, solo bromeaba. Pero sí que noto tienes el corazón roto, soy muy buena deduciendo esas cosas —aseguro.
—¿En serio?
—Bueno... Miriam dice que mis consejos de amor son malos, pero adivina quién fue la primera que la shippeó con Arturín, eh —presumió alzando las cejas.
—Vaya, tienes una larga carrera que te respalda —admití riéndome.
—Lo importante es la calidad, no la cantidad —alegó a su favor, restandole importancia. No pude contradecirla, menos cuando se distrajo jugando a que el dinosaurio atacaba a su hijo que se rompió a reír por sus cosquillas. Si era capaz de simular devoraba a un bebé sabrá Dios qué cosas haría—. Escucha, sé que este es el peor momento para decirte esto, el peor, pero no había logrado charlar contigo antes. Cuando Miriam me comentó que estabas saliendo con Pao lo primero que pensé es que eran como un dulce de chocolate y vainilla, ¿quién no ama esa combinación?
—Supongo que llamándote Dulce es imposible debatir con eso —opiné.
—Eres listo —me halagó. Eso debía ser sarcasmo—. La cosa es que siempre llego tarde a todo, empiezo a festejar shipps cuando estos han decidido terminarse. Porque si no me equivoco... ¿Las cosas con Pao no van bien, no? —me preguntó casual, pero claramente con deseos de chisme.
—Terminamos —resumí para no entrar en detalles, no porque me molestara, sino que dolía. Me había evitado decirlo en voz alta, fue como un golpe en seco. Cómo puedes soñar con un futuro con alguien y después tener que conjugar su historia en pasado.
—Auch. Es peor de lo que pensaba —murmuró con una mueca—. Puedo traerte una galleta si quieres, un buen postre hace milagros —argumentó. Negué con una sonrisa por su ofrecimiento.
—No creo que esa clase de milagros.
—Sí, es cierto, no resolverá tus problemas amorosos, lamentablemente eso nos toca a cada uno —aceptó—. No hay fórmulas mágicas, ni aplicaciones que te digan cómo hacerlo, si alguien conociera el secreto sería multimillonario. Además, ¿te imaginas una vida sin dilemas o problemas? Es como una película sin trama —expuso. Pensé en esa posibilidad.
—¿Sería maravilloso, no? —me burlé.
—Cierto —admitió—, pero no existe. Igual que muchas cosas geniales que nos gustaría. Es decir, tampoco te dejes morir por un error. La gracia de vivir es regarla diez veces y levantarte once. El ganador no es el que llega limpio, sino el que sobrevivió a este tsunami llama vida.
—¿Cuándo sabes es el momento de rendirte? —dudé.
Dulce pensó en esa pregunta como si fuera la primera vez que la tuviera frente a ella.
—Yo nunca me rindo —concluyó, encogiéndose de hombros—, solo cambio de objetivo. Por ejemplo, primero Chayanne, luego mi esposo —bromeó.
—¿Cuántos años llevas casada? —me atreví a preguntarle. Nunca había tenido la oportunidad de establecer una conversación personal con ella que no fuera rutinaria, pero Miriam siempre solía decirme que el matrimonio que más admiraba era el de ella y su marido. Necesitaba saber el porqué.
—Más de diez años —respondió con una sonrisa orgullosa. No pude evitar abrir los ojos sorprendido—. Sé lo que piensas, nos casamos muy jóvenes. Muy jóvenes —remarcó—, pero siendo mayores de edad, eh. ¿Puedes creer que atravesamos los últimos años de la universidad siendo esposos?
—Suena difícil.
—Lo fue. Mucha gente nos pronosticó un año antes de que nos divorciáramos —me platicó con una sonrisa—. Tampoco los culpo, nuestro tiempo estaba dividido en cubrir los gastos, estudiar, organizar tiempo y dinero para algún día alcanzar un mejor futuro. Futuro que ni siquiera sabíamos si llegaría.
—Pero lo hizo —noté.
—Así es —me dio la razón mirando con cierta añoranza las paredes de su hogar—. Sé que no es nada del otro mundo. No tengo un coche nuevo, ni tampoco puedo darme el lujo de comprarme zapatos cada que se me antojan. Ambos pintamos la casa cuando necesita un retoque, busco ofertas de jabón y mi esposo en quesos, pero soy feliz —resumió con una mágica simpleza que lo demostraba—. Muy feliz aunque a veces los domingos lo único que podamos hacer es improvisar un concierto con los niños en la sala.
—¿Te arrepientes? —lancé sin contenerme. Reconsideré la pregunta aunque no había juicio en sus ojos azules—. Supongo que hay momentos en los que tuvieron problemas... —comencé, dudando. Ella asintió, escuchando—, pero están aquí. ¿Cómo saber cuándo se debe seguir luchando o continuar otro camino por mucho que te duela?
—Bueno, hay de problemas a problemas. A veces mi esposo se enfada porque... No, realmente mi esposo pocas veces se enfada —admitió culpable—, pero yo sí que soy una persona un poco difícil. Para saber si algo no tiene solución o no, lo primero que tienes que hacer es tener claro qué va mal. Nadie se divorcia por tener una tarde mala. Son muchas cosas las que se acumulan y no puedes intentar adivinarlas.
—Hablar es lo último que parece llegará, pero creo que las tengo claras.
—Creo, creo, Rayito —me imitó, regañándome—. Pienso que no tienes mucha experiencia en este juego. Tal vez una canción, una canción siempre funciona —propuso una idea. Ella tampoco por lo que demostraba. Si intentaba arreglar mis problemas con Pao con una canción no sabía quién me mataría primero: ella, su papá o Bruno.
—No creo tener tu talento artístico —mencioné ganándome una sonrisa.
—Sí, tienes razón. Entonces prueba otro método: nunca se toman decisiones en el calor del momento, ni se deben hacer suposiciones. Sabes, el amor que dura no es el que hace latir tu corazón como una adolescente, el amor que perdura es el que está dispuesta a escuchar los sentimientos del otro y hablar de los propios. No hay prueba más grande de entrega que saber escuchar y hablar con honestidad. No es fácil porque somos de naturaleza egoísta, pero esa es la clase de sacrificios que exige el amor. No es dejar de hacer lo que deseamos, es aprender que las relaciones humanas son complejas, porque los mismos humanos lo somos.
—Dios, eso fue muy sabio —reconocí admirado, jamás pensé que Dulce fuera tan madura.
—¿Verdad que sí? Y Miriam dice que lo que leo en Facebook no sirve de nada —defendió, robándome una carcajada—. Escucha, Rayito, no sé que problema tuvieras con Pao, creo que se aman, pero eso no servirá de mucho si solo te aferras a ese sentimiento, porque al igual que el amor hay algunas emociones igual de fuertes que pueden aniquilarlo. Si ante ustedes se presenta uno de estos monstruos, ¿qué se debe hacer? —me pregunté. Me sentí en un examen para el que no estudié.
—Eh...
—Existen dos caminos —prosiguió sin perder tiempo con un principiante como yo—: deciden fortalecerse y hacerle frente, o si ya ha mermado demasiado la base es mejor tomar los buenos recuerdos y empezar a hacer las maletas. Ambos son decisiones complejas.
—No puedo regresar el pasado.
—Que suerte, ¿no? Estaríamos ahí para siempre —me recordó—. Y aquí entre nos, Rayito, el presente es mucho mejor —susurró en complicidad. Tuve que darle la razón—. Te diré lo que pienso, pero antes ten claro que es solo un consejo, nunca dejes que nadie decida el curso de tu historia. Creo que Pao te ama, creo que tú la amas a ella, no sé quién lo estropeó esta vez, aunque tal vez lo hicieron ambos, pero lo cierto es que hay algo que está oscureciendo el panorama. No finjas que no está ahí porque quedarán ciegos, ni te rindas solo por no querer reconocer errores o miedo de enfrentar lo que a veces duele o incomoda.
—Lees mucho en Facebook —deduje, felicitándola. ¿Por qué a mí solo me salían memes? ¿Dónde estaban esos post inspiraciones cuando los necesitaba?
—Y eso que vengo en versión pequeña, te imaginas la capacidad de almacenaje si viniera en tamaño normal. Directa a Harvard —concluyó admirada—. Ya sabes, Rayito: sé honesto, di lo que sientes, escucha lo que el otro siente, sé empático, intenten llegar a una solución. El amor no es el camino, pero sí el motivo para hacerlo —terminó su recomendación.
—Me esforzaré por recordarlo —le prometí—. Gracias por escucharme...
—Qué gracias, son quinientos pesos —respondió antes de tomar la manita de su hijo y extenderla en mi dirección. Dios, ese niño sería la pesadilla de varios clientes de Coppel en un futuro.
—Fue un consejo, no una sesión de asesoría de divorcio con repartición de bienes incluida —bromeé.
—Ah, es verdad —pareció recordar, riéndose de su propio drama—. Rayito aún tiene solución —susurró feliz a su bebé que la miró con sus enormes ojos azules riéndose sin entender nada.
—Una solución lejana, pero solución —intenté ser optimista.
—En esto del amor eso es ganancia. Además, ese el camino largo, maduro y sensato. También está el más rápido, si reconsideras lo de la canción posiblemente hasta te pediría matrimonio, pero por lo que veo le tienes miedo al éxito —defendió divertida su método.
—No creo que exista una canción en el mundo capaz de solucionarlo ahora.
—Hay una canción para todo, Emiliano, te lo digo yo que soy mamá —aseguró—. Hasta para cuando uno quiere bañarse los domingos.
—La única frase que aplica en este momento que me viene a la mente es Te escribí una carta y no me contestaste, la cual es más triste que reconciliadora.
—Emiliano, descarta las canciones de borrachera hasta que te mande al diablo —sentenció—. Por si las dudas ten el playlist armado —me aconsejó. No pude evitar fruncir las cejas al imaginar esa posibilidad. Ella volvió a reír—. También sonreír es bueno, Rayito. Hay que tener buena actitud para enfrentar la vida. Todo irá bien, incluso cuando no salga como lo esperamos.
—Gracias por los consejos, Dulce, incluso por los malos, porque me hiciste sentir que las cosas no son del todo oscuras —admití. No me juzgó, me hizo sentir que equivocarse es válido, parte de madurar, de crecer, de aprender. Estaba demasiado sofocado pensando en el final, en mi arrepentimiento, en mis errores, en lo que debí hacer, en mis ganas de solucionarlo, pero sin pensar en un cambio definitivo. No solo era decir lo siento, era que estuviera respaldado para que cobrara sentido.
—Como persona que la riega todo el tiempo, muchas veces sin darse cuenta, te entiendo más de lo que me gustaría —me apoyó—. Y te diré un secreto que debes tener claro siempre, las parejas perfectas solo existen en la imaginación de las personas o en los guiones de una película. En el mundo real la gente se equivoca, incluso sin quererlo. El amor real es mucho más que lo que se cuenta en unas páginas, el verdadero amor se demuestra cuando las partes hablan, escuchan y se esfuerzan día a día en ser mejor persona —resumió con una comprensión que me enterneció—. La vida trae problemas, es la forma en que los enfrentamos lo que dicta qué tendrá futuro o no. Lucha por lo que y quién amas, pero sobre todo lucha por lo que te haga bien.
—Prometo que te compraré el próximo disco de Chayanne, Dulce —le agradecí. Casi quise abrazarla porque aunque no se lo había dicho a nadie me sentía como si todo estuviera preso en el fondo, sin nadie a quién hablarle porque sabía que me había equivocado y me atemorizaba que el dictamen del resto doliera, pero Dulce puso las cartas en una mesa sin condenar partes.
—Es lo que menos que espero —concedió asintiendo como toda una profesional—. Y... No es por ser chismosa, pero ¿tienes claro qué harás?—me preguntó disimuladamente. Reí ante su curiosidad.
Pensé un segundo en la respuesta, en el camino correcto.
—Sí, creo que lo sé —concluí, sonriendo para mí.
Y como si el destino quisiera dictar el curso de la historia la puerta de la cocina volvió a abrirse. Contemplé a Pao salir, acomodándose el bolso. Intenté saludarla, incluso alcé la mano para agitarla en su dirección, pero ella ni siquiera lo notó. Siendo justo, no fue algo personal, su mirada estaba perdida, al igual que sus pensamientos. Me pregunté qué sucedería. Una parte de mí había decidido que no la buscaría para hablar de nosotros, no hasta que ella estuviera lista y quisiera oírme. Sin embargo, la otra se preocupó por el dilema que atravesó su semblante. Dulce apoyó mi impulso de seguirla cuando deslumbré su salida. Empujé la silla hasta la puerta, mas al llegar descubrí que había un taxi esperándola afuera. No pude alcanzarla, ella ya estaba subiéndose al vehículo. Al caer en cuenta no había rastro ni de su sombra.
No logré disimular el asombro ante su rápida despedida, ni el dolor porque eso significaba que algo andaba mal. Las preguntas se acumularon en mi cabeza. Lo único que me hizo despegar la mirada de la puerta fue sentir una mano sobre mi hombro. Me giré para encontrarme con la sonrisa comprensiva de Dulce. Abrió sus labios y pensé que sería algún tipo de consuelo, hasta que comenzó a cantar llevándose una mano al pecho:
—Todo se derrumbó dentro de mí... Te lo dije, hay una canción para todo.
Y la única que se me ocurrió fue la misma que resonó en el interior de su casa, que seguro llevaba el nombre de Tía Rosy. Indirecta o casualidad, tal vez sí era un buen momento de armar mi playlist de desamor.
❤️🤠¡Hola a todos! Ya ni pregunto si les gustó porque imagino la respuesta, pero de corazón mil gracias por estar aquí. Estoy esforzándome mucho por no fallar en las actualizaciones estos días que mi vida anda de cabeza ❤️. El próximo capítulo es muy, muy importante, sin embargo, también bastante largo. Pasan tantas cosas que estoy considerarlo dividirlo o no :O ❤️ Ya que en el capítulo hablamos de música, ¿cuál es la canción que siempre les sube el ánimo? Los quiero muchísimo. Nos vemos pronto.
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