Capítulo 6(Parte 1)

No entendía por qué si no estaba haciendo nada malo no podía apartar el horrible malestar que me invadió desde que me despedí de Pao en el umbral y subí al taxi de vuelta a casa. Ella me aseguró todo estaría bien, incluso me dedicó una sonrisa. Sin embargo, no ayudó. Esa voz interior me repetía un mensaje que no entendía. Maldije mi suerte, había pasado los últimos años de mi vida deseando que Laura tan siquiera me considerara su amigo y tuvo que empezar a serlo el único día que no se podía. Ese destino era un tipo de bromas pesadas. Sabía que un día la vida me cobraría mi humor.

Tampoco entendía qué demonios me pasaba, es decir, otra noche hubiera tomado un helicóptero con tal de no perder la oportunidad, en cambio, esa, no dejaba de pensar en la promesa que le había hecho a Pao.

Saqué mi celular buscando el último mensaje. El nombre de Laura agitó algo en mi pecho, cualquier cosa que tuviera algo que ver con ella siempre tuvo ese efecto. Imaginarla sonreír era tentador, demasiado para mi débil voluntad. En verdad quería verla, era lo que más deseaba en ese momento, o en cualquier otro. Sin embargo, en lugar de estar emocionado me sentía miserable. ¿Por qué?

Cerré los ojos meditando, deseoso de calmar mi mente y la culpa. ¿Por qué si estaba en el lugar donde quería estar, como dijo Pao, no me sentía como si hubiera tomado el sendero correcto? Tal vez la respuesta estaba en la misma cuestión.

Otras noches sí, esa no.

Al final había una verdad: Laura era la chica que quería, pero Pao era mi amiga, en el pasado y presente. Ella había pensado en mí, me hizo saber lo importante que era verme ahí. No podía fallarle, ni siquiera intentándolo.

Supe lo que debía hacer.

Emiliano.

Hola Laura. ¿Es muy grave? ¿Crees que podríamos hablar mañana?

Los dedos vibraron mientras escribía deprisa. No me di tiempo de arrepentirme. Lo envié odiándome por un instante, que pareció una eternidad, antes de sonreír. Fuera lo que fuera estaba hecho. No importaba, un error más a la lista.

—¿Cree que podríamos tomar otro camino? —pregunté alzando la voz para hacerme escuchar. Por suerte, en la vida siempre hay oportunidad de cambiar de dirección.

No fue fácil llegar al local, estaba un poco apartado de donde me encontraba. Como punto a favor, había rampas en un costado que me ayudaron a subir sin problemas. En realidad, recién el accidente uno de mis miedos era llegar a un sitio en el que no las hubiera, esos múltiples escalones se convirtieron en una de principales pesadillas, pero con años de práctica, aprendí y logré poder moverme entre pisos por mi propia cuenta. No fue sencillo, nada en la vida lo es.

Después de pagar mi boleto me permitieron entrar al lugar. Era un restaurante sencillo, con una barra al fondo para que la gente consumiera lo que se viniera en gana. Por ser fin de semana estaba a reventar, todas las mesas se encontraban ocupadas por grupos. Empujé despacio la silla entre ellas, intentando identificar algún rostro familia. Desperté sin proponérmelo el interés de algunos. Desconocidos repararon en mi presencia con más atención de la deseada. Aunque había logrado manejar bien las miradas indiscretas y solía fingir no me afectaban en lo más mínimo, había ocasiones en que decenas de ojos sobre mí sí lograba tener un efecto negativo. Me esforcé por no darle importancia, no estaba resultando. Por suerte choqué con una que me dio un poco de calma.

Era como estar en medio de una tormenta y que de pronto, como por arte de magia, dejara de llover. Pao acortó la distancia entre nosotros, sin apartar su mirada de la mía, con la quijada abajo y el rostro desencajado.

—¿Emiliano? —preguntó incrédula. Me alegró ser causante de su sorpresa, su rostro no disimuló no me esperaba—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasó con Laura? —quiso saber, confundida. En su cabeza ya estaba viviendo un capítulo digno de las novelas que ella escribía.

—No fui —respondí, sin entrar en muchos detalles. Eso la desconcertó aún más, no era lógico hasta que se lo expliqué—. Pensé, con Laura puedo hablar trescientos sesenta y cuatro días que restan de un año, pero solo hoy es la fiesta de tu cumpleaños.

Pao me escuchó atenta dibujando poco a poco una sonrisa. Me miró con tanto cariño que supe de inmediato que pese a los consejos que me dio hace un rato en su casa, buscando hacerme sentir mejor, para ella sí era importante que la gente la quería la acompañara. Nunca pedía nada, incluso cuando se merecía todo.

—Muchísimas gracias, Emiliano. Gracias, gracias, gracias —repitió emocionada con agradecimiento sincero, valorando cada pequeño detalle.

Quise decirle que no me diera las gracias, todo lo contrario, debía perdonarme por ser tan idiota, pero olvidé las palabras cuando sin aviso se inclinó para abrazarme. Sus delgados me rodearon con fuerza por los hombros. Su dulce perfume de flores me inundó un instante en el que su cabello castaño me hizo cosquillas. Ni siquiera me dio tiempo de tocarla, pero no importó. No era la piel lo que me daba pistas, sino a su respiración y pulso que revelaba su ilusión. Sonreí sin poder contenerme cuando ella se separó para regalarme un gesto igual. No me quedaron dudas, había hecho lo correcto.

—¿Qué onda? ¿No que siempre eras el primero en llegar? —me echó en cara Tía Rosy que no dejaba pasar ningún error cuando me acerqué con el resto que llevaban tiempo reunidos.

En la mesa ya estaban todos los integrantes del club e incluso algunos otros jóvenes invitados. Nico y Hectorín. El sobrino de Álvaro, se hallaban en medio de ellos coloreando un cuadernillo mientras comían pizza. Admiré su capacidad de hacer múltiples tareas a la vez.

—Tuve un pequeño inconveniente —solté. Pao alejó la silla para hacerme espacio a su lado. Le agradecí con una sonrisa—. ¿De qué me perdí?

—Estábamos aquí poniéndonos al tanto al futuro papá —platicó Tía Rosy contenta antes de darle un golpe a Arturo que por la sorpresa casi lo hizo escupir el refresco.

—Recuérdenme nunca prestarle al bebé —murmuró Arturo, como si pudiera olvidarlo, limpiando el desastre—. Quiero que esté a salvo y no termine en el piso.

—Mira quién lo dice —mencionó Alba entrecerrando los ojos.

—Hay una gran diferencia —se defendió.

—¿Cuál? —quiso saber sin facilitarle el camino, aunque esta vez él pareció tener una respuesta precisa.

—Yo siempre estropeo cosas que no son importantes —argumentó con sabiduría.

—Lo primero que destrozaste fue mi automóvil —recordó Miriam a su lado. Él pareció caer en cuenta de su error.

—Cosas materiales, no tienen relevancia.

—Y después mi ojo —lanzó con más certeza su esposa cruzándose de brazos. Arturo abrió la boca, volvió a cerrarla sin encontrar una justificación válida. Reí, se defendía mejor callado. Algo difícil para un integrante del club.

—Debo practicar. —Fue su brillante conclusión.

Todos estuvieron de acuerdo. La práctica hace al maestro. Primero con un huevo, después una papa, luego un bebé, hasta aprender a manejar un camión con varias toneladas de peso.

—Pues yo te felicito, Arturo —intervino Álvaro—. Los hijos son una gran bendición.

—Eso dices porque no tienes uno —escupió Tía Rosy, mordiendo una rebanada. Álvaro quiso defenderse, pero encontró más importante quitarle el crayón a Hectorín que se estaba comiendo al confundirlo con su tira de pollo. Arturo le miró horrorizado, como si estuviera frente a una bestia—. Si no pregúntale a la pelirrojita —añadió divertida señalando a su novia. Ese mote se le había quedado por su peculiar color de pelo.

Alba torció los labios, apretó los puños y cuando creí se levantaría a romperle la cara, porque odiaba le llamaran de cualquier manera que hiciera referencia a su físico, la voz de Nico detuvo lo que pudo ser una batalla campal. Demonios, yo quería salir en las noticias.

—¿Mami, hay pastel? —le preguntó. Tenía una especie de adicción a ese postre. Eso bastó para borrar su mal humor, solo él y Álvaro eran capaces de controlar su fuerte carácter y hacerla sonreír.

—No lo sé. Esto no es una fiesta como las de la escuela. Aquí hay helado y... —intentó explicarle paciente.

—Sí hay, Nico —respondió Miriam con una sonrisa—. Arturo y yo le compramos uno a Pao para que tenga una celebración en toda regla —reveló.

—¡Eso! —gritó Tía Rosy como si el regalo fuera para ella—. Yo no te traje nada, más que mi apoyo moral —intentó arreglar su falla. Pao, después de deshacerse en agradecimientos con el matrimonio le dijo comprensiva que no se preocupara, lo importante era tenerla ahí. Que no se lo repitiera porque se lo creería.

—Yo también ya le di su regalo —solté para no quedarme atrás. Podía ser todo, de verdad, pero no un tacaño, aunque sea un lápiz sin punta soltaba.

Tía Rosy que amaba el chisme preguntó todos los detalles. Pao no escondió una sonrisa mientras les mostraba el collar que lucía tan bien en su cuello, muchísimo mejor que en la imagen que había en Internet.

—A ver cuando me das uno igual aunque sea para empeñarlo —soltó Tía Rosy con esos comentarios que me robaron una carcajada—. Se anda luciendo el muchacho.

En realidad no tenía un gran valor monetario aunque lo pareciera, pero me alegró engañarlos. Sentí la mirada de Alba estudiándome de manera extraña, no entendía la razón, posiblemente creyera que me lo había robado. Sin embargo, tampoco le presté mucha atención al mensaje porque a Pao le había gustado y eso era lo importante, el objetivo se alcanzó y no podía estar más feliz que cuando la veía sonreír.

La noche fue memorable como todas las veces en que nos reuníamos, no sabía la razón, pero la combinación de personalidades tan distintas nunca daba espacio al silencio. Jamás hubiera creído lograríamos hacer un equipo tan fuerte cuando nos conocimos por esa aplicación. No me arrepentía de haberme decidido ir a aquel boliche, ignorar el miedo a la decepción, borrar ese viejo recuerdo que casi me hizo quedarme en casa.

Lo mejor estaba reservado para cuando llegó el pastel. Un espectáculo que inició cuando Tía Rosy lo vio frente a ella, fue como si el pan le susurrara malos consejos. La gente normal tenía un ángel de la guarda, solo Dios sabía qué le otorgó a esa mujer. Apenas le dieron la palabra su voz resonó hasta el país vecino.

—¡Vamos a cantar las mañanitas! —gritó. A mí me gustaba la idea, sobre todo porque tenía la impresión a Pao le gustaban esas cosas familiares—. Y que sea como Dios manda.

Nadie entendió qué significaba hasta que se puso de pie sobre su silla y haló a Pao para que la imitara a su lado, pese a su resistencia. Todo es en el restaurante enfocaron su atención hacia nuestra dirección. Nadie podía creerlo. ¡Empezaba lo divertido!

El rostro de Pao se sonrojó de punta a punta, luchó entre mantener el equilibrio y con sus manos planchar la falda de su vestido para no dejar nada a la vista. Estaba seguro que hubiera deseado bajar, posiblemente al fondo de una tumba, de no ser porque Tía Rosy tenía mucha fuerza.

—¡Estas son las mañanitas...! —canturreó Tía Rosy a todo pulmón. Los desconocidos que no sabían qué demonios pasaba, pero amaban el borlote se unieron con los coros.

Pasé mi mirada por la mesa para atestiguar el abanico de expresiones. Alba se cubría la cara apenada. Nico, en cambio, aplaudía disfrutando del espectáculo. Él era de los míos, no sabía ni qué demonios sucedía, pero no quería quedarse afuera. Álvaro estaba ocupado intentando controlar a su sobrino que quería probar el pastel antes del resto. Miriam estaba asombrada, con los ojos bien abiertos, mientras su esposo reía divertido de la escena. Los únicos que realmente cantábamos éramos nosotros dos y todos los colados. No entendía por qué, se estaba convirtiendo en una celebridad.

Cuando llegó a la última línea un montón de aplausos se dispararon en su dirección. Una tímida sonrisa se pintó en su cara. Álvaro le dio la mano a Pao para ayudarla a bajar sin lastimarse, Tía Rosy saltó dejando los formalismos. Me uní a la ola con toda la energía que tenía, chiflé avivando la celebración.

Quería que todo el mundo se enterara que era un día especial. No todas las noches nace una persona como Pao, capaz de alumbrar la oscuridad con una sonrisa, una chica con un corazón tan grande que era imposible resistirse a su luz. 

Este capítulo está dividido en dos partes. La siguiente ya está publicada.

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