Capítulo 58 (Recta final)

Comenzamos la recta final del Club de los rechazados. Espero les guste ❤️. No olviden votar y comentar si les gusta el capítulo, no saben lo importante que es para mí. Y pase lo que pase no olviden que los quiero ❤️.

Había algo en los besos de Pao que me hacía desearlos como nada en el mundo, una magia inexplicable de la que nunca tenía suficiente, tampoco intentaba hallarle explicación, me dejaba arrastrar por la ola que despertaba su dulce boca al encontrarse con la mía. Así que después de unos días tensos, llenos de retos y problemas para mí no había mejor medicina que una noche donde solo existiéramos los dos. En aquel sofá apenas iluminados por la luz tenue que escapaba de la cocina, lo único que necesitaba es que ella estuviera conmigo.

Pao se apartó un poco recuperando el aliento, me miró con esos ojos brillantes que me volvían loco, y yo mantuve mi mirada fija en sus labios temblorosos. Sonreí admirando su sutil sonrojo que se mezcló con su adorable risita al verme perdido por ella. Cautivado rocé su mejilla atrayéndola de vuelta a mi boca olvidando el tiempo entre sus besos.

El frío del otoño comenzaba a aparecer, pero ni siquiera lo percibí deseoso de despojarla de ese abrigo. Pao tenía una piel tan suave y cálida que mis manos siempre la buscaban. Y como si pudiera leer mi mente me dio un empujón juguetona para echarme atrás cuando lo intenté.

—Emiliano, alguien puede llegar —me recordó risueña, usando la cabeza.

Idiotizado por las emociones asentí aletargado y pasé los dedos por mi cabello, respirando hondo, obligándome a usar la razón. Si bien no había nadie en casa, no sabía cuánto dudaría, así que no podía arriesgarnos. Bien, quizás yo sí hubiera tomado el riesgo, pero Pao era mucho más cuidadosa. Y sabía que era lo correcto, claro, que era muy complicado explicárselo a mi cuerpo que parecía exigirme encontrarse con el suyo.

Con las mejillas sonrojadas y con una timidez adorable, apoyó la cabeza en el respaldo del sofá sin apartar su mirada de mí. Sonreí admirándola, antes de acariciar con cuidado su cabello. No entendía cómo un ser tan tierno podía nublarme el juicio tan rápido.

—No sé qué me pasa contigo —le confesé divertido, sin poder callármelo—. En verdad, me gustas mucho —le dije honesto, sintiéndome patético, como un adolescente. Y era muy extraño porque Pao no hacía nada para seducirme, sin embargo, le bastaba estar cerca para hacerme sentir débil. Pao mordió su labio, traviesa—. Eres la...

—¿La chica más hermosa que has visto? —intentó adivinar, burlándose de esa frase romántica, que siendo escritora de romance conocía de memoria, mientras sus dedos jugaban con el cierre de mi chaqueta.

—No pensaba decir eso —me sinceré—, pero sí, lo eres. Nunca había pensado que una chica tan guapa saliera conmigo, ni siquiera cuando me creía el galán del siglo —bromeé. Pao arrugó su naricita en ese gesto que tanto me gustaba y yo me incliné para darle un beso.

—No te creo —me acusó contenta, porque en el fondo era demasiado insegura o vanidosa.

—Pues deberías. Pao, si quieres que te diga eres hermosa porque te gusta escucharlo, yo encantado. Podría hablar sobre eso toda la vida —admití de buen humor—, pero si no lo creas es momento comiences a hacerlo. Mírate en un espejo y con eso bastará. Tienes una cara de muñeca, con esa nariz pequeñita y esa belleza de ojos que le roban la razón a cualquiera —expuse. Pao torció sus labios, pensándolo—. Yo sé que hay cosas que no te gustan, pero vamos, tus piernas son preciosas...

—Bien, ya fuiste demasiado descriptivo —me frenó cubriéndome la boca, riéndose. 

Sonreí sobre su boca, admirando su mirada risueña.

—Y no solo eres hermosa, Pao, en realidad, eso vendría siendo lo menos importante, por extraño que parezca —admití porque para qué mentir, también era débil a lo que mis ojos percibían—. Es lo que siento cuando estoy contigo lo que me impide sacarte de la cabeza. No hablo solo de tu ternura, sino de todo eso que uno halla cuando se esfuerza por llegar al fondo —remarqué cuando Pao me liberó de a poco—. La belleza tal vez la heredaste o fue cuestión de suerte, pero lo que eres por dentro, tu fortaleza, tu comprensión, la manera en que no juzgas y apoyas a todos, es mérito tuyo —destaqué tomándola del mentón para mirarla directo a los ojos. Ella fue dibujando una sonrisa—. Yo me siento realmente libre cuando estoy contigo. Ya no me importa lo que pudo ser, porque nada es mejor de lo que ahora está en mi vida —declaré—. Me das esperanza, incluso cuando las cosas van mal, me das fortaleza cuando me siento vulnerable. Es otra cosa rara que sucede, no puedo explicarlo, pero incluso los momentos malos son buenos a tu lado, porque me recuerdas que no estoy solo y no puede haber algo más maravilloso que saber siempre habrá alguien contigo.

—¿Ya no tienes miedo de que me marche? —me preguntó ilusionada.

—Es una pregunta compleja. Es decir, no puedo dar por hecho que te quedarás y creo que eso es bueno —reconocí, sorprendiéndola—, cuando alguien lo da por sentado, se hunde en el conformismo y terminas perdiéndolo. Sin embargo, no me tortura imaginar sucederá por algo que está fuera de mis manos. Lo bueno o malo que venga es por mí. He dejado de pensar en la silla como la causante de mis desgracias. Y saber que está en mis manos me impulsa a querer ser una mejor persona—agradecí me ayudara a abrir los ojos.

Pao ladeó el rostro, examinándome con ese par de ojos miel que estaban en todos mis sueños.

—Yo también me siento segura cuando estoy contigo. Mucho, como si nada malo pudiera suceder. Y sé que es una tontería —se río de sí misma—, porque no hay poder para evitar el dolor, pero sé que vas a estar a mi lado para apoyarme pase lo que pase, ¿verdad? —cuestionó, confiando en la respuesta.

—Pase lo que pase —le reafirmé en una promesa.

Ella sonrió contenta, era lo que deseaba escuchar.

—Por eso quería mostrarte algo —anunció, intrigándome. Soltó una risa ante mi desconcierto. Complacida del efecto que causó en mí se estiró para alcanzar su celular antes de entregármelo con sus dedos temblorosos, que delataba su nerviosismo, contrastando con su enorme sonrisa. 

Alcé una ceja, confundido.

—¿Quieres que lo repare? —dudé.

Pao soltó una tierna carcajada, se inclinó para abrazarme por los hombros y regalarme un beso corto aún con la risa en los labios, burlándose de mis ideas.

—No es el celular —me explicó despacio ante mi embobamiento—, sino lo que hay dentro. Quiero que leas algo —avisó, desbloqueando la pantalla para que pudiera visualizar el encabezado que brillaba en la parte alta Capítulo 1.

Todo cobró sentido, o dejó de hacerlo.

—¿Es una broma? Seguro es uno de esos juegos que cuando le das clic te hackea o algo así —la acusé, incrédulo. Río con ganas, alborotando algunos mechones antes de acercarse para rozar su nariz con la mía. Mis ojos siguieron estudiándola aún en la cercanía, esperando matara la magia de un momento a otro, pero no sucedió.

—Es verdad. Quiero que leas lo que escribo y me cuentes qué te parece —mencionó lo que creí jamás escucharía en esta vida. Parpadeé aletargado.

—¿Estoy muerto? —murmuré al aire.

Eso era la única razón lógica que hallaba.

Su tierna risa inundó las paredes de la habitación. Pao se reacomodó en el sofá antes de inclinarse para apoyarse en mis hombros y robarme un beso que me volvió un idiota. Tuve que hacer un esfuerzo para no soltar el celular, pero aún así, mi mano libre, con una habilidad que desconocía, terminó rodeándola de la cintura para atraerla a mí, cautivándome con la calidez de su cuerpo y la dulzura de sus labios. Cuando se apartó Pao tenía una sonrisa tan auténtica que gritaba estaba obedeciendo a su corazón. Yo lo hacía siempre que estaba con ella.

—Yo estoy muerta de amor por ti, Emiliano —murmuró sonriéndome con ternura, tan sincera que se me removió algo en mi corazón. Asentí como un idiota aún concentrado en sus labios que sonrieron—. Quiero que tú formes parte de esto que es tan importante para mí —me compartió—. Después de todo me has dado una mano sin darte cuenta. Ahora sé que nada malo pasará —sentenció—. Solo no vayas a reírte —me advirtió con ese tonito mandón que la hacía lucir tan tierna.

—Lo intentaré —respondí divertido, ganándome un empujón muy a su estilo.

Respiré fondo, manteniendo la sonrisa estúpida en mi rostro, al dar con ese capítulo que había mantenido cerrado hasta esa noche. Fue como conseguir la llave de una habitación a la que siempre quise entrar, pero era consciente jamás tendría acceso. Cuando te pasas la vida imaginando qué habrá del otro lado no sabes qué sorpresa puedes hallar.

Pero todo ese cúmulo de dudas desaparecieron cuando reconocí su esencia en un par de líneas, tal como se aplacaba la tormenta siempre que me encontraba con ella. 

Mentiría si dijera que la primera vez que lo vi supe sería el amor de mi vida, el causante de mis alegrías, el único capaz de derrumbar la barrera de mis miedo. Para ser honesta, fue lo último que me pasó por la cabeza. Sin embargo, alguien sí lo adelantó: mi testarudo corazón que desde que lo encontró se negó a renunciar a él y se entregó con todos los miedos y sueños que escondía.

Lo resumiría como una mezcla de dulzura, ternura y buenas intenciones. Pao no retrataba nuestra historia tal cual, pero había suficientes elementos para saber hablaba de nosotros: el boliche, las miradas, un par de frases. Conocía muchas de esos hechos, sin embargo, también desconocía muchos otros, para ser exacto los que se referían a sus profundos sentimientos. Pao era sincera, tal vez el ser más honesto y puro que conocía, tanto en el mundo real como en el que plasmaba en el papel. Porque pese a ser un personaje, su voz estaba presente y de pronto fue como si se desnudara frente a mí, y dejara a la vista parte de su alma, todo lo que pensaba, lo que sentía con una intensidad digna de su sinceridad. Ese huracán de sentimientos me tocó hondo. No sabría decir si fue porque nunca creí me vería reflejado en letras o porque Pao era capaz de alcanzar esa parte profunda de mi corazón que tanto protegía.

Las personas genuinas tienen ese efecto, te dejan vulnerable sin hacer un solo rasguño. Te despojan de disfraces, te dan la confianza de mostrarte tal cual eres porque sabes te amaran de todos modos. A medida llegaba el final sentí una calidez extraña en mi corazón y un silencio se formó mientras yo intentaba reponerme por haberme encontrado con esa versión de hombre que narraba, tan alejado de mi naturaleza, pero tan cercano por la forma en que sucedía nuestra historia. Para Pao era una especie de hombre estrella, tan perfecto que no encajaba nada con mi mi persona. Empezó a preocuparme que realmente me viera de ese modo porque entonces se  desencantaría cuando diera con mi interminable lista de defectos.

Aunque supongo que disfrazar la realidad también es un talento. Y habitaba en ella, porque te hacía creer de nuevo en las personas y en la magia que escondían. En sus escritos apostaba por mostrarte la parte del mundo que olvidamos por las decepciones y la rutina. Pao no se limitaba a ser esperanza, sino que se esforzaba por compartirla. 

—Vaya... —murmuré ante su mirada expectante que esperaba impaciente una respuesta. Giré para encontrarme con sus ojos, que aunque intentaban disimular, estaban nadando en un mar de nervios. Sonreí, admirándola con una emoción intensa sacudiendo mi pecho, justo donde latía mi corazón—. Eres realmente buena, mi Pao —revelé orgulloso, con toda la sinceridad que había en mí. Después de leerla Pao logró lo que creí imposible, ser más grande ante mis ojos que ya la veneraban simplemente por existir.

—¿Si te gustó? —repitió ansiosa, mordiendo el interior de su mejilla—. Es decir, quitando lo cursi, ¿crees que es bueno? —cuestionó insegura.

—Con todo y lo cursi —aseguré.

—Emiliano —me regañó, pensando la estaba molestando. Pintó un adorable mohín disgustado, echando la mirada a un lado. Reí ante su rabieta dándole un casto beso en su hombro, antes de tomarla del mentón para que no rehuyera de mí y entendiera hablaba en serio.

—Lo digo de verdad, me ha gustado mucho —repetí con firmeza. Pao parpadeó, estudiando mi semblante. No mentía—. Tienes mucho talento y sabes conectar con las personas —destaqué—. Casi me enamoro de mí mismo—añadí.

—Eres un tonto —me acusó, pero estaba sonriendo, lo cual me llevó a imitarla sin darme cuenta.

—No, soy el chico con la sonrisa más encantador que has conocido —la corregí recitando sus palabras con falsa egolatría. Ella afiló su mirada reprochándome mi mal chiste—. Por cierto, ¿esta cosa son los comentarios? —dudé. La única vez que había usado la plataforma fue hace meses para leer uno de sus relatos y temía equivocarme. Lo último que deseaba era estropear su trabajo. 

Pao asintió, antes de que me atreviera a hurgar por los mensajes invadido por la curiosidad. Confieso que mientras les dedicaba un fugaz vistazo el asombro me dominó. Es decir, una parte estaba seguro de lo que hallaría, pero el miedo a no volver los sueños en realidad siempre está presente.

—Vaya... —murmuré sorprendido. Pao se asomó intentando leer lo que me dejó en blanco—. Todo mundo piensa que soy guapo —me burlé de su curiosidad disimulada. A Pao también le gustaba el chisme aunque fingiera que no. Ella me propinó otro golpe—. Y que eres talentosa —lancé la verdad—. Ya sabía que no es cosa mía. La gente puede ver que tienes algo especial —remarqué a mi favor. Ella echó la mirada a un lado sin querer reconocerlo.

Pao quiso protestar, pero el sonido de una notificación la interrumpió. Ambos buscamos la respuesta y lo lamentamos al instante. La alegría se esfumó a la par sus ojos miel dieron con aquellas palabras.

—No todo el mundo —suspiró de mala gana. Un mensaje cruel había logrado impactar en su frágil seguridad. Bloqueé la pantalla, obligándonos a no prestarle atención a las ofensas vacías que gente sin oficio lanzaba. No ese día, ni en ninguno otro.

—¿A quién le importa lo que diga un imbécil? —lancé. Pao torció sus labios, quizás a ella. Me hubiera gustado hacer algo, protegerla de todo aquel que quisiera hacerle daño, pero en esos momentos, cuando deseaba hacer tanto descubría era capaz de tan poco—. No debe preocuparte lo que alguien que solo quiere fastidiarte inventa. Escucha, tú eres una chica maravillosa. La gente que se da el tiempo de conocerte sabe de lo que eres capaz. Pao, ni por todo el amor del mundo te diría esto si no lo creyera —le aseguré con honestidad—. Esto es lo tuyo, sé que puedes hacer muchas cosas, todo lo que imaginas —la apoyé—, pero el mundo te agradecerá les regales un poco de esperanza. Eres especial —repetí—, ¿hay algo más valiente que motivar a otros a luchar por su vida? —le hice ver para que no menospreciara ese don.

—Haces ver como si escribir un par de escenas pudieran cambiarle la vida a alguien —me acusó con una débil sonrisa.

—Nunca subestimes el poder de una buena acción, mi Pao —remarqué—. Lo que se hace con el corazón tiene consecuencias inesperadas —añadí convencido. Ella era el perfecto ejemplo de lo que la nobleza podía causar, devolverle la fe a los incrédulos, la esperanza a los que ya la habían perdido.

—Eso fue muy profundo —me felicitó riéndose de mi intento motivacional.

—Tengo que estar a la altura, ¿no? —bromeé sonriendo al verla un poco más animada. Ella se encogió de hombros burlándose de mis aires de grandeza—. Gracias por confiar en mí, Pao. Yo sé que debes pensar que solo lo digo para quedar bien, pero en verdad te admiro. Yo sabía que eras buena en esto y me alegro haber confiado en ti incluso cuando no tenía pruebas, porque ahora puedo dirigir con todos los honores tu club de fans —concluí solemne alzando mi mano.

—¿Por qué siempre cierras algo hermoso con una tontería? —me interrogó divertida. Sonreí admirando sus bonitos ojos antes de acercarme para acariciar su rostro.

—Cada uno tiene sus talentos, mi Pao.

Soltó una tierna sonrisa removiéndose en el sofá, admiré lo adorable que lucía hecha un pequeño ovillo antes de inclinarme para besarla. Pao sonrió sobre mi boca antes de permitirme perderme en sus labios que siempre se hallaban tan bien con los míos. Su cálido aliento se mezcló con el mío mientras delineaba su mejilla. Mis dedos se enredaron en las ondas de su cabello al intentar abrazarla con fuerza borrando la distancia entre los dos. Apenas percibí su cálido cuerpo entre mis brazos su risa rozó mi rostro antes de darme otro empujón.

—Emiliano —me reprendió juguetona.

—¿Qué? —me hice el tonto dándole una media sonrisa—. ¿Ya no puedo besarte?

—Si solo fuera un beso —me acusó afilando su mirada, conociéndome. Alcé los brazos, declarándome inocente robandole una sonrisa que poco a poco fue tornándose confusa sin explicación—. Por cierto... Emiliano, quería decirte algo importante. No sé si es el momento, pero es muy importante —comenzó nerviosa, mordiéndose el labio.

—Te escucho —la animé para que no soltara sin pena. Podía contarme lo que deseara.

Ella asintió despacio. Abrió la boca determinada, la cerró un segundo después como si se arrepintiera. Alcé una ceja confundido, supuse que sería un tema complicado para que le diera tantas vueltas. Titubeó un instante antes de armarse de valor para hablar.

—Estaba pensando que la próxima vez que estemos juntos—expuso, señalando del uno al otro—, deberíamos cuidarnos —soltó de pronto, sonrojándose de pies a cabeza. Acepto que tardé en captarlo—. Hablo de cuando tú y yo... —intentó explicarme agitando sus manos con torpeza, sin embargo, su vergüenza no ayudó. Sonreí viéndola reprenderse ante su enredo.

—Creo que eso sí lo entendí —bromeé, alejando la tensión y ayudándola a relajarse.

—Bien, creo que sería bueno, ya sabes, por cosas de salud —expuso—.  Además, sé que dices que son un poco más bajas las posibilidades de tener hijos—mencionó—, pero existen —me recordó—. Y yo soy muy joven aún para ser mamá. Tengo muchos planes y sueños antes de pensar en un bebé. Es decir, son bellos y muy tiernos, pero son una enorme responsabilidad —argumentó con sabiduría—. Quiero trabajar en el refugio, terminar mi carrera, dedicarme a mi profesión, todo eso de tiempo completo —enumeró hablando sin parar. Yo la escuchaba sin intervenir al notar parecía estar desahogándose consigo misma—. No creas que no quiero tener un bebé contigo... —aclaró creyendo podía ofenderme—. Es solo que...

—Hey, tranquila, mi Pao —frené su parloteo con una media sonrisa, presenciando como su rostro se pintaba de un sutil rojizo—. No tienes que explicarme por qué, estás en tu derecho y yo también creo que es lo mejor. La primera vez se me escapó de las manos —reconocí mi error. No debía dejarme llevar—, pero no volverá a pasar. Es una promesa —aseguré para que se quedara tranquila. No volvería a ponerla en riesgo—. Y sabes que siempre cumplo mis promesas.

Pao me dio una tierna sonrisa agradeciéndome la comprensión, incluso cuando no había nada que agradecer, todo lo contrario, después de todo estábamos hablando de su vida. Contenta se impulsó en el sofá para darme un corto beso, de lo más dulce. Encontrándome con su inocente sonrisa al apartarse, entendí que era mi responsabilidad cuidarla también de mí mismo. No importaba cuanto la amara, necesitaba ser más consciente, usar la cabeza, porque al final uno puede equivocarse de muchas manera incluso cuando no se pretende hacer daño.

—Lo que me genera un poco de sorpresa es que pensaras en que vamos a repetirlo —bromeé con falso asombro. Pao me dio un empujón con tanta fuerza que casi me lanzó del sofá.

—Tonto, no hablo de a corto plazo —me dijo, rompiéndome el corazón. Era una broma, una broma, pensé—. Tenemos toda la vida para eso —declaró contenta, encogiéndose de hombros.

—Toda la vida —repetí en un murmullo, saboreando la oración—. Me gusta como suena si es contigo —concluí con una sonrisa.

—No creo que puedas soportarlo —alegó divertida. Pero se equivocaba, no había algo que deseara más en el mundo que su compañía, me gustaba pensar que estaría conmigo y yo con ella durante tanto tiempo que perdería la cuenta. Sonaba como una tontería, pero la incluía en todos mis planes a futuros con la esperanza se volvieran una realidad.

Pao tomó un cojín, lo acomodó en mis piernas donde apoyó su cabeza. Eso significaba que tras un largo día la mejor manera de cerrarlo era descansar a mi lado. Sonreí pasando mis dedos por su suave cabello. Pao fue cerrando poco a poco sus ojos miel, rindiéndose ante el cansancio y mis caricias, hasta que un sonido nos alarmó. Un sonido que reconocimos al instante. 

Pao soltó una risa, girándose para encontrar al filo del sofá a una intranquila Lila que luchaba por subir buscando atención. Ella, que se conmovía por cualquier cosa que hiciera ese pequeña embustera, cedió, la levantó del suelo para colocarla sobre su pecho, estrechándola con cariño.

—Ven acá, bonita —murmuró abrazándola. Lila, que estaba tan enamorada de mi novia como yo, al fin pareció quedarse tranquila—. Solo pórtate bien —pidió risueña. Lila ni siquiera la escuchó más ocupada acomodándose entre sus brazos. Sonreí estudiando a mi  Pao cuidarla con tal ternura que no me quedó de otra que aceptar que aquel sencillo escenario, pasando una noche en el sofá con ellas dos, era mejor que cualquiera de mis sueños.

—Alguien está feliz.

La llegada de Laura me tomó por sorpresa, pero de todos modos le di una sonrisa porque parecía que las cosas con ella también estaban bien. En cuanto a mí, había tenido días demasiado buenos como para poder ocultar mi alegría. Cada vez me sentía más ligero, menos aturdido por viejos líos. Ahora solo era Emiliano, el que le sonreía, el que charlaba con su madre de precios, se reía de los tropezones de sus clientes, bromeaba durante horas con el club, jugaba con Lila y le robaba beso a mi Pao sin razón. Todo parecía estar encontrando su lugar.

—¿Qué puedo decirte? —la saludé animado—. Las cosas van bien —revelé. Mejor que bien.

Ella me dio una auténtica sonrisa, apoyándose en el mostrador.

—Me alegro mucho por ti, más que nadie mereces ser feliz, Emiliano.

—Tanta gente me lo dice últimamente que me lo voy a creer —advertí de buen humor.

Sin embargo, ya lo hacía, era consciente que merecía ser feliz al igual que el resto de personas en el mundo y siendo honesto me emocionaba todas las nuevas forma en que podía cumplirlo.

—Tienes un buen corazón—mencionó siendo poco objetiva—. ¿Y sabes qué significa? —me preguntó con una sonrisa.

—¿Es perfecto para un trasplante? —dudé. Rio por mi acertada respuesta.

—No exactamente —admitió, ladeando la cabeza con un mohín en los labios—. Pero sí existe algunas semejanzas, tienes la capacidad de darle un nuevo empuje a la vida de las personas —destacó—. Vaya, Dios, eso fue muy poético —reconoció al meditarlo.

—Lo fue —admití—. A estas alturas le harás competencia a Pao —añadí divertido. Algunos mechones se alborotaron al reír por mi tontería, echamos la mirada a la puerta cuando alguien abrió. Como si la hubiera llamado con la mente sonreí al notar se trataba de mi Pao—. Hey, Pao —saludé animado, con la intención de contarle el chiste, pero su voz se adelantó, resonando en aquellas paredes con tanta fuerza que me dio la impresión retumbaron.

—¡Tú eres una maldita mentirosa! —le gritó a Laura. Olvidé cómo hablar, cuando sin aviso el impacto de su palma contra su mejilla resonó en el silencio. El golpe fue tan inesperado que ni siquiera le dio tiempo de reaccionar. Abrí los ojos sorprendido, con la mente en blanco. Laura dejó caer la mandíbula, cubriendo su mejilla adolorida.

—¿Qué demonios te pasa? —la cuestionó con un quejido, acariciándose la zona.

Pao no se disculpó, ni se echó para atrás, todo lo contrario, dominada por la rabia le dio un empujón que la obligó a retroceder. Con los puños apretados, y la respiración descompasada por la furia, me costó reconocerla.

—¿Qué demonios me pasa? ¿Qué demonios me pasa? —repitió riéndose amargamente antes de sacar su celular a todo prisa. Noté las manos le temblaban cuando le acercó la pantalla a unos centímetros de su nariz—. Esto es lo que me pasa —sentenció.

Laura contrajo el rostro, confundida. Desde donde estaba me fue imposible distinguir a qué se refería, pero por la forma en que sus pupilas miel ardían en ira supuse debía ser algo terrible.

—No sé de qué me hablas... —murmuró aletargada.

—Eres tan cínica —escupió aguantando mal las ganas de volver a golpearla.

—¿Qué pasa? —intervine sin entender un comino.

Sentía que me habían extraído de mi historia para arrojarme en una completamente distinta. Pao fijó su atención en mí por primera vez, sus ojos claros se clavaron en los míos, pero en ellos no se asomó ningún cambio. El rojo siguió pintando sus mejillas con la misma intensidad que el coraje la quemaba en el interior.

—Pasa que ahora sé quién ha estado detrás de meses de acoso, mensajes horribles y ofensas que he recibido sin cansancio —me informó asesinando a Laura con la mirada.

¿Qué? Parpadeé aletargado analizándolo hasta que entendí el significado. ¿Laura? Una punzada me atravesó ante la idea de su traición. No podía creer que fuera capaz de hacer algo tan cruel, no después de haber confiado en su cambio, de haberle dado una mano. Estuve buscando por mucho tiempo al autor de esos mensaje estando frente a mí. Fruncí las cejas a medida el coraje se apoderó de mí.

Laura abrió los ojos asombrada ante la acusación, negando un sin fin de veces.

—No es verdad, ni siquiera sé de qué me estás hablando —se defendió, pasando la mirada de uno a otro, desesperada.

—Claro —se burló de su engaño—. Fuiste muy lista haciéndote la inocente por meses, pero te delataste tú sola —mencionó señalándola, sin dejarse vencer—. Este último mensaje dice algo que solo tú sabías. No se lo había contando a nadie, a nadie —remarcó—. Laura, no necesito más pruebas —expuso. Un malestar me invadió, sin poder procesar cómo pudo hacerle algo así a Pao que había sido tan buena con ella, cómo pude creer en ella, cómo pudo mentirme en la cara así de fácil—. ¿Sabes una cosa? Esa tarde te compartí algo muy personal porque quería que supieras te entendía, te abrí mi corazón —añadió con su voz temblando con el coraje—. Dios, fui tan ingenua —se reprochó a sí misma, cubriéndose el rostro—, creyendo que querías ser mi amiga cuando solo eras una mentirosa.

—Te doy mi palabra que yo no lo hice —insistió Laura sin querer ceder, mirándola a los ojos, pero a Pao no le interesaba lo que tuviera que decir.

—La palabra de una mentirosa no vale nada —escupió. Laura bajó la mirada atormentada. Pao apretó los labios, noté como sus ojos se fueron nublado de a poco y el enfado la fue mostrando vulnerable—. Dime qué fue lo que te hice para que te diviertas haciéndome daño —la interrogó sin comprender la razón de sus acciones—. ¿En serio destruyes lo que más amo solo por un hombre? ¿En serio expusiste algo tan cruel solo para herirme? —le echó en cara decepcionada. Laura no contestó, prefirió el silencio y esa actitud evasiva acabó con su poca paciencia—. Habla —exigió tomándola por los hombros obligándola a verla directo a los ojos—. ¿Por qué no me dices en la cara todas las cosas horribles que me escribías? Ten el valor al menos —le reclamó a punto de quebrarse.

—No puedo asumir algo que no hice —escupió soltándose al fin de su agarre—. Entiendo que estés molesta y no confíes en mí, pero no escribí nada de eso —repitió con firmeza. Pao negó sin darle el beneficio de la duda, para ella la verdad estaba clara—. Si me escuchas un segundo te aseguro que podemos entender qué sucedió. Debe haber una explicación —le pidió uniendo sus manos en una suplica que en lugar de despertar su compasión avivó su enfado.

—La única explicación que encuentro es que disfrutas arruinarme la vida —la encaró dando un paso adelante—, y pensaste que volverías a salir invicta del caos que provocaste, pero esta vez te equivocaste.

—Yo no lo hice, Pao —se defendió.

Pao volvió a empujarla. Tuve la impresión que era capaz de llegar mucho más lejos.

—Te voy a...

—Pao, por favor, cálmate —intervine porque estaba encolerizada. Me costó entender que luciendo tan pequeñita a su lado fuera capaz de demoler todo a su paso, porque aunque en ese momento lo ignoré Pao era una bomba de tiempo. Eso siempre sucede con la gente buena, llega un punto en que es demasiado y lo que acumularon estalla.

Escuchar mi voz fue el recordatorio que seguía ahí. Pao soltó un resoplido frustrado, cerrando los ojos para no ceder ante sus impulsos, Caminó en círculos como una leona enjaulada, en una lucha entre sus deseos y juicio. Laura en cambio le dio la espalda para buscar mi mirada. Por Dios, no..., lamenté adelantando el desastre.

—Emiliano, yo no...

Negué, dejando claro que ya no quería escucharla.

—Te lo juro —insistió—. Te lo juro por lo que más amo en este mundo que es mi hermano, que yo no he sido —repitió con la voz entrecortada, sintiéndose acorralada. Eché la mirada a un lado sin querer ceder, pero no se rindió. Apretó sus labios temblorosos—. Yo jamás juraría en su nombre... Estoy diciendo la verdad. Por favor, tú tienes que creerme —murmuró en una súplica callada.

Se equivocaba, yo no tenía ninguna obligación de fiarme de su palabra, pero... ¿Alguna vez han tenido una corazonada? Tan ridícula como improbable, pero inevitable. Es decir, yo conocía los antecedentes de Laura y no había una sola razón para creerle, más allá de su palabra de querer cambiar, lo cual podía ser un engaño, igual que muchos otros que aplicaba. Sin embargo, había algo en su mirada  que me decía no mentía. Y odiaba percibirlo porque para mí era más sencillo limpiarme las manos, pero el tormento que bailó en sus pupilas verdes parecía gritar que estaba hablando con la verdad.

Sin embargo, Pao no compartió mi idea.

—Deja de esconderte siempre detrás de él —protestó frunciendo las cejas—. Asume lo que hiciste. El problema aquí es conmigo —expuso más enfadada por ignorarla—, no lo metas a él. Deja de creer que es tu protector, porque eso es lo que haces —la acusó—. Lástimas a otros y cuando las consecuencias te alcanzan vienes a llorarle para que interceda por ti...

—Pao, tranquila —intervine, despertando la atención de ambas. Maldita sea, chisté a mis adentros cuando las dos fijaron los ojos en mí con emociones completamente distintas—. Vamos a calmarnos, escucharla y después... —solté cuidadoso, agitando mis manos para animarla a tomar un respiro. Pao parpadeó extrañada, meditando mis palabras.

—¿Qué? ¿Te vas a poner de su parte? —me cuestionó afilando su mirada, equivocándose.

El odio se apoderó de su expresión. Temí por mi vida. Es decir, Pao era una dulzura, pero cuando algo la irritaba era de armas tomar.

—No, no, solo respira —repetí queriendo enfocarme en lo importante.

Un consejo, nunca le digas a alguien que quiere golpearte que respire si no quieres que te dé más duro.

—¿Para qué? ¿Para que me explique cómo me sonreía mientras dándose la vuelta se dedicaba a hacerme la vida imposible? —escupió. Esperó que la apoyara, pero yo no supe exactamente qué decir. Tenía todo el derecho a estar enojada, sin embargo, sentía que faltaba una pieza en el rompecabezas y quería encontrarla. Ella malinterpretó mi silencio—. Vaya... —susurró mirándome dolida, dando un paso atrás. De pronto todo el coraje pareció quedar sepultado por un sentimiento más intenso—. Debí suponer que la defenderías a ella —murmuró para sí misma.

—¿Qué? —pregunté confundido. ¡No! Yo no estaba de lado de ella, solo quería dar con la verdad.

—No sé por qué se me ocurrió que estarías de mi parte —se burló, pero en su risa se colocó un sollozo que mostró estaba luchando por no llorar—. Es decir, desde que nos conocimos las cosas han sido así. Ella siempre por encima de mí, siempre prefiriéndola —me echó en cara. Negué, se equivocaba—. Ella siempre tiene derecho de réplica porque es una víctima, una víctima que se la pasa pisoteando al mundo a su antojo. Y yo... Yo soy solo Pao, la que debe aguantar, la que debe escuchar, la que ve como le das la espalda para defenderla —se quejó—. Ya me cansé de este estúpido juego, Emiliano.

—Yo no...

Pao me mandó al infierno, justo donde no debí salir.

—Felicidades, ganaste —dictó volviendo a fijar su mirada en Laura, aplaudiéndole—. Si querías verme mal, de verdad, lo lograste. Conseguiste lo que buscabas desde un inicio. Ahí lo tienes —expuso señalándome—. Emiliano es tuyo. Ahora sí puedes estar feliz. Pero sabes una cosa, herir a alguien por un chico es lo más bajo que pudiste hacer —le reclamó—. Lo cual es ya es grave en tu caso.

—Si me escucharas... —le pidió.

—No me interesan tus excusas —la frenó con un ademán, cansada—. No quiero escuchar qué te inventarás otra vez.  podía perdonarte todo, pero esto no, te metiste con lo que más me dolía —dictó. Noté como le estaba costando hablar por el nudo en su garganta, pero ni así se quebró. Tuve el impulso de querer abrazarla, sin embargo, la mirada que me lanzó dejó claro lo último que deseaba era tenerme cerca—. Entendería que fuera gente extraña la que me hiriera, porque no me conocen, porque no tienen idea del alcance de sus acciones —soltó—. No ustedes, a ustedes que les he dado todo de mí —rememoró sintiéndose traicionada. Me dolió que pensara estaba enfrentando esto sola—. Los odio, no sabes cuánto —escupió—. A los dos —repitió remarcando el mensaje era para mí.

Escucharla decir aquello palabras con tanto resentimiento acompañada de una mirada de puro dolor me hizo consciente que lo había estropeado. Quise golpearme contra la pared. Deseando hacer lo correcto había hecho todo mal.

—Mi Pao...

—No me vuelvas a llamar así —me interrumpió enfadada limpiándose la cara—. Olvídate de mí, no pienso regresar a este sitio —sentenció. Abrí los ojos ante su medida tan radical—. Emiliano, ya me cansé de que ella siempre te mete ideas en la cabeza y terminas anteponiéndola a mis sentimientos —soltó al borde del llanto. Sus ojos miel cristalizados me hicieron consciente de su dolor—. Quédate con ella, que te haga pedazos como es su especialidad, pero ni se te ocurra volver a buscarme porque ya me cansé de ser el pañuelo de ambos.

—Por favor, Pao...

Sin embargo, harta de nuestra presencia giró sobre sus talones y en un par de zancadas su figura desapareció por la puerta sin mirarnos, tan deprisa que ni siquiera me dio tiempo de reaccionar, dejando tras de ella un tortuoso silencio que me caló en el alma. Me maldije entre dientes por no quedarme callado. Me había ganado el título al rey de los estúpidos, me reclamé resoplando frustrado. No sabía escoger las palabras, era un impulsivo que nunca dejaba claro sus ideas.

—Gracias por creerme...

La voz de Laura me regresó al presente. Fruncí las cejas al escucharla. Negué, sacándola de su error. ¡Yo no le creía, en realidad ni siquiera estaba a favor de ella, maldita sea!, me reclamé por no saber explicarme, solo abogué por la oportunidad de defenderse. Y eso lo haría con cualquier persona. Claro que había olvidado Laura no era cualquier persona para Pao. Imbécil, imbécil, me regañé, pero qué podía hacer si pensé era lo correcto.

—No lo hice —le aclaré marcando distancia para que no se confundiera. Solo había intentado ser justo, que terminara siendo un idiota fue un daño colateral—, y te lo digo muy en serio, espero no estuvieras detrás de todo esto porque nunca en la vida te lo perdonaría, Laura —le advertí. Ella me miró dolida—. Si termina probándose que escribiste esos mensajes no vuelvas a pasarte por aquí porque esta vez no habrá excusa que te salve. Te lo dije hace meses, conmigo podías meterte, pero con Pao no —sentencié.

—Si piensas que lo hice... —me acusó herida, susurrando sin apartar la mirada de mí—, ¿por qué le pediste me escuchara? —cuestionó sin entenderme. 

—Porque pienso que todos merecen al menos la oportunidad de defenderse —concluí.

Una oportunidad no se le puede negar a nadie. Aunque después de ver mi nombre bloqueado en todas partes supuse que Pao no compartía la misma idea postura.

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