Capítulo 57 + Avisos importantes
Mis dedos golpearon la madera a la par mis ojos se mantuvieron atento al paso tortuoso de la manecilla del reloj. Uno. Dos. Tres... Quise pensar en algo gracioso para distraerme, pero ni una sonrisa se asomó. Respiré hondo, ese día estaba tan tenso que me estaba costando respirar. De todos modos, pese a que mi cabeza estaba perdida en otra parte, logré percibir una mirada. Al girarme encontré unos enormes ojos miel puestos en mí. Me pregunté si habría pasado por alto uno de sus comentarios, parecía estar esperándome.
—Disculpa, no te escuché, ¿me decías algo? —le pregunté prestándole atención.
No respondió. Pao sonrió antes de tomar mi mano entre la suya.
—Estás nervioso —dedujo. ¿Cómo no estarlo? Ese día era trascendental para mí. En el fondo tenía miedo de lo que encontraría, pero ya no quería huir. Había pasado tantos años escapando, que necesitaba probar otra técnica. Pasara lo que pasara era momento de afrontarlo —. ¿Quieres que me quede contigo? —propuso cariñosa, deseosa de ayudarme.
—No, no, no —respondí sin pensarlo—. Tú tienes muchas cosas que hacer. No te preocupes más por mí, yo voy a estar bien —le aseguré con total convicción, para no darle más líos. Ya suficiente tenía con que se hubiera ofrecido a acompañarme y hacerme más fácil la espera.
Ella no insistió, asintió respetando mi decisión.
—De todos modos, sabes que puedo ir a verte a tu casa esta noche —me recordó con dulzura—, o también puedes llamarme, no importa la hora. Tendré mi celular a mi lado en todo momento —acotó. Sonreí ante su solución.
—Eso sonó como publicidad de Movistar —intenté bromear para ambos, pero la sonrisa apenas se dibujó en mi cara.
Pao notó que, pese a mis esfuerzos, me estaba costando mucho ser yo mismo, así que sin juzgarme, me dio una mirada compresiva antes de acunar entre sus manos mi rostro para que no rehuyera de su amor que tanto necesitaba.
—Tranquilo, todo irá bien, Emiliano —me animó sonriéndome con ternura, estudiándome con esos ojos que iluminaban mi profunda oscuridad—. Tampoco te sientas obligado, si este no es el momento, puedes irte y probar otro día... —propuso. Negué sin escucharla. Me había costado mucho reunir el valor para estar ahí, no echaría todo por la borda.
—No, ya estoy aquí, no quiero atrasarlo más —declaré sin dudar. No tenía la certeza de qué pasaría, pero sí que esta conversación movería la primera piedra. Si algo está en el camino, no hay más que hacer el obstáculo a un lado. Pao dio un leve asentamiento, echó la mirada a un lado para no presionarme, pero enseguida la atrapé mirándome de reojo. Se sonrojó e intentó disimularlo, yo en cambio sonreí ante su reacción. La tomé por sorpresa cuando acomodé un mechón tras su oreja—. Ahora solo quiero verte —mencioné. Su compañía me daba fuerza para no quebrarme cuando la presión amenazaba con acabar conmigo—. Podría mirarte toda la vida.
—¿Sabes que te amo? —me preguntó de vuelta para que no lo olvidara. Nunca podría hacerlo.
—Lo sé —reconocí—. Tal vez por eso estoy aquí —admití, reflexionando—. Quiero ser mejor, para ti, para mí. Pero para eso debo empezar a sanar —concluí—, no puedo hacerlo sin antes cerrar ese capítulo.
Era un paso inevitable para seguir adelante y yo ya no quería vivir en el pasado cuando un increíble futuro se abría frente a mí. Pao me dio una leve sonrisa y yo me esforcé por imitarla, pero una pregunta borró cualquier chispa de optimismo.
—¿Puedo sentarme?
Cerré los ojos al reconocer esa voz. La misma de muchas de mis pesadillas. Había llegado la hora. Respiré hondo, repitiéndome debía ser fuerte antes de armarme de valor y encontrarme con aquel familiar rostro que resultó desconocido.
—Como envidio contestar esa pregunta —lancé divertido, codeando a Pao. No se rio—. No es un reproche, solo una broma —aclaré ante el desconcierto del hombre—. Sí puedes sentarte —dije al fin para no asustarlo más.
Papá asintió aletargado al mismo tiempo en que mi dulce Pao dejó su asiento. Planchó su falda con sus manos dándole un sutil vistazo antes de concentrarse en mí.
—Bueno, yo ya debo irme —me avisó. Sonreí para que se marchara tranquila—. Nos vemos —se despidió dándole un asentamiento a papá antes robarme una risa al verla salir corriendo.
—Ella te convenció de venir, ¿verdad? —preguntó apenas nos quedamos solo.
Volví la vista a él, el panorama dejó de parecerme agradable.
—Al menos sabes quién soy —celebré
Eso facilitaba las cosas, dejarnos de máscaras ayudaría a dar más rápido con la verdad.
—Parece una buena muchacha —opinó, acertando.
—Demasiado buena para mí a decir verdad —admití—. Creo que es lo único que tengo que agradecerte —acepté resignado—. Tal vez, si hubiera seguido tus consejos, seguiría siendo un patán y no la hubiera conocido o quizás el accidente me acomodó el cerebro y el corazón —expuse otra opción para no darle muchos créditos, pero aunque en mi tono se dejaba claro era una broma papá me miró sin entender.
—No logro acostumbrarme a tu humor —se sinceró, incómodo.
—No te angusties, no tienes que hacerlo —le recordé, pero el tono áspero me hizo sentir ajeno a mi propio objetivo—. Es algo que desarrollé para sobrevivir —confesé sin ánimos. Una manera para que la gente bajara la guardia y dejara de verme con ese toque de lástima que tanto me exasperaba—. Al final solo digo lo que otros piensan, pero no sé atreven a decir. Quizás por eso les incomoda —deduje, encogiéndome de hombros.
—No todo el mundo te rechazaría, Emiliano —me recordó como un buen ejecutor de la doble moral. ¿Era una broma?, reclamé en mi interior.
—Lo sé, tardé muchos años en darle cuenta, de aceptar la gente podía ver más allá de la silla —comenté al aire—, porque ni siquiera yo podía hacerlo.
Tal vez el problema no estaba fuera, sino dentro de mí. Supongo que al final lo que complicó mi avance es que creía no era merecedor de él. El rumbo cambió cuando conocí personas que me recordaron que todos somos más de lo que vemos en el primer vistazo. Merecía ser feliz, al igual que todos, no me negaría a esa oportunidad por deudas que hace años había pagado.
El único que podía liberarme era yo mismo, había llegado el momento de romper mis cadenas.
—Te perdono —solté de pronto, sorprendiéndonos a ambos.
Y cuando lo escuché de mi propia voz algo se estremeció en mi interior. Eché a la basura el escudo que había mantenido para protegerme, ese que solo me había separado de mi felicidad.
—¿Qué? Pero ni siquiera te lo he explicado —murmuró, parpadeando extrañado.
—Lo sé, no lo hago porque me has convencido —acepté—, ni por lo que hagas en ese momento, sino por mí —aclaré—. Lo haría incluso no estuvieras aquí. Ya no quiero ser preso del pasado —me sinceré mirándolo por primera vez a los ojos, intentando dar con el hombre que alguna vez fue mi héroe. Nada—. Si esto nos hace libre a los dos, no voy a torturarnos más.
No condenaría a otros. Yo no conducía ese automóvil y tal vez no tuve mucha decisión en mi derrumbe, pero sí en mi reconstrucción, no seguiría haciéndome daño.
—Definitivamente te pareces a Tania —susurró con la voz entrecortada.
Ese era el halago más esperanzador que había recibido en mi vida.
—Ojalá —mencioné sonriendo a la nada. Ella me hacía tanto bien—. En realidad, de no ser por su amor, que evidentemente solo puede darlo una madre, pensaría que soy adoptado —bromeé. Sin embargo, mantuve el optimismo, tal vez en el fondo sí logré aprenderle algo.
—Juro por mi vida que si podría regresar el tiempo, lo haría... —escupió atormentado, e incluso aunque obligué a mi mente a desconfiar tuve que aceptar se oía sincero.
—Lo sé. Yo igual no permitiría condujeras —acepté suspirando—. De todos modos, no te puedo culpar por eso, sé que fue un accidente —reconocí siendo objetivo o tal vez aceptando lo que era mejor para los dos—. Hay cosas que hacemos sin darnos cuenta del impacto que tendrán.
Errores que nos arrastran casi de puntillas al fondo de un abismo. No descubrimos el peligro hasta que nos embiste la realidad. Había muchas señales de que algo acabaría mal, ahora era capaz de verlas todas, pero creyéndonos invencibles ninguno les prestó atención, pequeñas sentencias que escribieron mi condena.
—Yo ya no quiero culpar al chófer de ese camión, ni a ti, ni a nadie por lo que pasó —expuse luchando por mantener el nivel de mi respiración—. Ni siquiera en lo que habría hecho para evitarlo, no tiene sentido, porque ya no hay vuelta atrás —declaré, convenciendo a mi propio y caprichoso corazón—. Y eso está bien —concluí con esa débil sonrisa que llega después de la resignación.
Ya no podía cambiarlo, era momento de aceptar cada frase de mi historia, incluso las que dolieron.
—No está bien —contradijo pasando sus dedos por su cabello, desesperado. Presenciar aquel contraste en nuestras expresiones, la paz y el tormento me hizo consciente de que no era nadie para impartir un castigo. Por desgracia, uno recibe lo que siembra—. Te arruiné la vida, Emiliano —escupió con tanto pesar que casi pareció frustrado porque no se lo echara en cara.
—Tal vez te lo reclamaría si ahora lo sintiera —admití, analizándolo—, pero por irónico que parezca ahora tengo una mejor vida a la que algún día aspiré —concluí y quizás fue esa verdad la que me mantuvo cuerdo—. Tengo algo más que un campeonato vacío, un montón de amigos que te abandonan en el peor momento, una nueva chica en tu cama para acabar sintiéndome vacío. No sé —susurré, encogiéndome de hombros con una mueca—, posiblemente hubiera madurado de igual forma, pero me gusta pensar que todo lo que sucedió me llevó a donde estoy —me animé—. Es un poco raro como la vida encuentra la manera de colocarte donde debes estar. Aunque, claro, agradecería que sus métodos no fueran tan drásticos —presenté una queja mirando al cielo, enviando mi consejo al buzón de sugerencias.
—Te escucho y apenas te reconozco —comentó extrañado.
Sonreí sin poder evitarlo.
—Toda la vida me dijiste que había nacido para algo en específico, y te creí —compartí abriendo mi corazón, con los fantasmas que lo custodiaban—. Cuando lo perdí también lo hizo el sentido. No sabía para qué había sobrevivido si ya no podía cumplir la razón por la que vine al mundo —hablé riéndome de mí mismo, empujando el nudo en mi garganta—. Sin embargo, descubrí mi error. Yo no vine al mundo para vivir por mis sueños, sino a cumplir sueños en mi vida. Y sé que nunca obtendré un trofeo y al morir mi nombre lo hará conmigo —asentí—, pero no me importa ser un recuerdo fugaz colectivo, sino marcar el de un par que me amaron. El dolor tiene algo curioso, te ayuda a ver qué personas son parte de tu historia y cuáles van a encaminarte solamente.
—Debes pensar que nunca te quise —concluyó al oírme.
Tampoco es que él e esforzara mucho para demostrar lo contrario.
—Te equivocas, creo que me amaste mucho, lo que nunca entendí fue por qué dejaste de hacerlo —confesé esa duda que me había atormentado por años. Mis ojos escocieron sumergiéndose en el dolor, en ese que amenazó tantas veces con ahogarme, pero no cedieron a las lágrimas—. O tal vez siempre lo supe, pero nunca he deseado aceptarlo. Cuando te fuiste, dejando en claro tu amor no era tan fuerte, quise rendirme, pero no lo hice —me recordé. Y en ese momento estaba listo para que diera el último golpe a sabiendas no sería capaz de quebrarme.
—Emiliano, nunca dejé de quererte —sostuvo. Una punzada me atravesó demoliendo cualquier fortaleza. No hay peor decepción que no creerle esas palabras a una persona que significó tanto para ti—. Solo fui un cobarde que no pudo soportar haberle hecho daño a la persona que más amaba. Yo era el culpable de tu dolor y no podía hacer nada para arreglarlo —maldijo con la voz temblando en sus labios—. Deseé muchas veces morir, pero supongo que eso sería un regalo. El infierno me castigó dejándome vivir para ver lo que había ocasionado. Lo estropeé. Emiliano, si las cosas hubieran sido distintas... —lamentó agobiado—. Si yo no hubiera conducido ese maldito automóvil tú estarías bien, pero tenía que joderte la vida.
—Y lo más inteligente que se te ocurrió fue arruinarla un poco más abandonándome —destaqué sin entenderlo. Él bajó la cabeza—. Genial, envidio tu lógica.
Papá mantuvo sus ojos vidriosos fijos en sus manos. Sin poder evitarlo intenté recordar las veces que lo vi llorar en mi vida, pero no fui capaz de sumar más de dos, ambas después del accidente.
—No, solo intenté huir de esa voz que me repetía todo el tiempo que todo lo que sucedía era mi culpa. Vivir se volvió insostenible, cada que los miraba sentía que me odiaban con justa razón o tal vez solo yo lo hacía... —tuvo que aceptar. Agobiado pasó sus dedos por su cabello—, pero de nuevo me equivoqué. Esa voz me siguió los pasos.
Mis ojos recorrieron sin prisa los surcos de su rostro ensombrecido por la desdicha y aunque algo en cada arruga me gritaba el dolor era real, tan real como alguna vez fue el mío, me costaba conectar con sus sentimientos. Tal vez en su partida se había roto ese hilo que nos lleva a sentir la pena de otro como nuestra.
—Te juro que quiero sentir pena por ti, pero no puedo —confesé un poco culpable. Vamos, sentí un poco de empatía, más no iba más allá de lo que sentiría por cualquier extraño. Mi padre notó no lo hacía con la intención de vengarme, mas eso no evitó que le calara al entenderlo.
—No lo hagas, no he venido aquí para que me perdones, ni siquiera para que me entiendas, solo quería volver a verte —se sinceró. Una amarga risa rozó sus labios—. Ya no te pareces en nada al muchacho que recordaba, supongo que estamos a mano.
—¿Por qué de repente tu interés por saber de mí? —cuestioné sin darle vueltas.
Es decir, no había olvidado el camino de regreso, ¿qué le impulsó a tomarlo?
—En realidad, incluso la noche que me marché, pensé en regresar —mencionó. No me rompí la cabeza reflexionando si hablaría con la verdad. De todos modos, no importaba, no es lo que quisimos, sino lo que hicimos lo que determina el mañana—, pero nunca pude hacerlo. No reuní el valor de verte de nuevo a la cara luego de lo que te hice. Emiliano yo arruinaba todo lo que tocaba. Sé que no merezco me recibas, pero te agradezco lo hicieras...
—¿Estuviste con otra familia todos estos años? —lancé sin darle vueltas.
Supongo que cuando tienes una nueva vida ni siquiera tiene sentido volver a la anterior.
—No. He vivido solo en un pequeño cuarto, al sur de la ciudad —me informó—. Si quieres puedo pasarte la dirección por si algún día quieres ir a verla —propuso, asentí aunque estaba seguro no lo haría—. Está un poco lejos, pero tengo un compañero que es taxista y seguro te lleva sin líos.
—¿Trabajas de taxista tú también? —cambié de tema, pasando por alto lo último para no darle más importancia de la que tenía. Los ciegos de amor encuentran romántico hasta el meteorito que casi acabó con la Tierra.
—No he vuelto a tocar un volante en mi vida —declaró agobiado—. Me prohibí el alcohol y los automóviles. Trabajo de contratista, arreglando cosas, no se gana mucho, pero se aprende —mencionó con sencillez.
—Lo imagino —acepté.
—¿Tú le ayudas a tu mamá en la tienda? —me preguntó.
—Al principio, ahora trabajo reparando celular y computadoras. Me recibí hace algunos años, solo Dios sabe cómo —me burlé de mí mismo.
—Tienes carrera —susurró sorprendido—. Qué bueno, felicidades. Eso te va a ayudar mucho en el futuro —deseó. Asentí, esperando se cumpliera. Sin embargo, pese a sus buenos deseos me sentí incómodo, parecido a cuando ves a un pariente que ni siquiera conocías. El silencio caló entre lo dos. No podía creer cómo pasamos de contarnos todo a no saber ni siquiera saludarnos—. ¿Tienes planes de casarte con la niña que te acompañaba? —pecó de chismoso.
—Primero tendría que decirme que sí —respondí—. Esas cosas nunca pueden darse por hecho.
—Ya veo. Pensé que seguías con Sabrina —comentó dejando claro se quedó en el pasado.
—Ella me mandó al diablo casi al mismo tiempo que tú. En una de esas hasta se pudieron de acuerdo —los acusé. Papá no halló lo divertido—. De todos modos, me lo merecía —reconocí porque contrario a mi madre, al que su amor la volvía poco objetiva, yo sabía perfectamente que la mayor parte de esa ruptura fue mi responsabilidad. En aquel momento no era bueno para nadie—. En ese entonces era un auténtico hijo de... No, mi madre no tiene la culpa —hablé para mí, reconsiderándolo.
—Lamento que rompieran.
—Al contrario, felicítame —le pedí relajado—. Estábamos destinados al fracaso —admití con una triste sonrisa—. Además, la vida me recompensó, sin que lo mereciera. Pao es clase de mujer por el que uno entrega todo. Tú tuviste una, es una pena no supieras valorarla. Por suerte, no pienso cometer el mismo error —me prometí—, voy a cuidarla para que sea tan feliz que no quiera marcharse. Y no me importa que pienses que eso es de idiotas —añadí para que se ahorrara sus clásicos comentarios en contra de sentimentalismos.
—No lo es, idiota es quien pierde lo que ama por miedo a expresarlo —apoyó. Fruncí las cejas. Tuve el impulso de preguntar si tendría fiebre—. Yo lo entendí muy tarde. No lo hice solo, estoy acudiendo a un psicólogo hace unos meses. Una vez la semana —contó. Definitivamente estaba fuera de mi imaginación. Parpadeé incrédulo—. Él me recomendó que debía hablar contigo, me ayudó a ver qué era inevitable... —Yo seguí intentando visualizarlo en mi cabeza. Imposible—. No pienses que estoy loco —aclaró deprisa ante mi desconcierto.
—No, creo que es lo más cuerdo que has hecho —reconocí—. Yo también fui a terapia unos años después del accidente. Lo hice después de... —Callé durante un instante, preguntándome si sería prudente hablar con él sobre ese momento. Al final decidí que ya no podía guardarlo solo para mí, había acudido para hablar con la verdad—. Intenté acabar con todo.
El rostro de mi padre se transformó y el dolor que lo inundó rompió todos sus intentos de mostrarse estable. Se demolió como una torre que amenazaba con caerse desde el primer ladrillo.
—No, Emiliano, no digas eso —me suplicó.
—No estoy confesándote mi plan secreto, te hablo de lo que pasó —mencioné porque me exasperó un poco su preocupación—. Tampoco busco te sientas mal, sino que sepas cómo llegué a este punto... Estaba tan perdido que el final me pareció la única puerta que daba a la luz.
Y tenía tantas ganas de salir, de volver a ser libre. Si no era el Emiliano que alguna vez fui no quería nada. Estaba completamente perdido.
—No lo hagas, yo sé que te hice mal, pero no pienses en eso más —insistió—. Si quieres te paso el número del psicólogo o háblalo con tu mamá —me dio otras opciones, enredado con sus propios atormentados pensamientos—, pero no vayas a hacerte daño —me aconsejó con buena intención, pero demasiado tarde.
Ojalá hubiera estado ahí para decírmelo cuando más lo necesitaba, cuando me sentía tan solo.
—Fue en el pasado, cuando estaba en una etapa confusa. No lo haré, ni he pensado en ello desde hace años —especifiqué sin querer ahondar más en el tema—. No quiero que nadie se sienta responsable de una acción que yo tomé. Estaba equivocado, desesperado, pero ya ha pasado. De todos modos, tal vez sí debería volver a terapia —le di la razón, considerándolo—, siempre hay algo que uno pueda mejorar. En mi caso tengo una lista kilométrica, pero seré positivo, estoy en el camino —me animé. Remonté, no terminaré en el primer puesto, pero en esta vida llegar al final ya es un triunfo.
—Ojalá pudiera regresar el tiempo, porque ahora que te escucho hablar como un hombre, me pregunto dónde quedó el niño que me seguía a todas partes hablando sin parar —rememoró.
Pensé en la respuesta. Pocas veces me detenía a pensar en mí de niño, casi siempre tenía vivos los recuerdos de mi adolescencia y el cambio que dio tras el choque. Tal vez porque en el fondo temía me doliera más dar con esa etapa repleta de inocencia, pero contrario a mis pronósticos cuando me obligué a abrir esa puerta no fue la furia, sino una calma melancolía la que me invadió.
—Sabes, siempre he dicho que ese Emiliano murió el día del accidente —murmuré, hablando conmigo mismo—, pero ahora que lo pienso creo que al hacerlo borro todo lo que me llevó hasta aquí. No, no murió, estoy aquí y no fue fácil. Supongo que tuve suerte.
—No fue suerte, Emiliano.
—Tienes razón —admití. La suerte no es más poderosa que el destino—. Lamento haberte fallado cuando te prometí te daría ese trofeo —solté con el corazón doliendo—, intento hacer valer siempre mi palabra, pero piensa que tú también fallaste al decirme que siempre estarías conmigo. Hay cosas que simplemente uno no puede cumplir.
Y Dios sabe como me dolió no poder hacerlo.
—Lamento haberte herido con mis malas decisiones —repitió sin el valor de mirarme a la cara—. Lamento por no haber estado cuando más me necesitabas. Perdón por ser tan cobarde, por dejarte. Yo no soportaba ver lo que te hice.
—Uno no puede huir del pasado, lo intenté por años —expuse torciendo los labios. Papá siguió con sus ojos opacos clavados en la nada—. Esperé tanto por este momento, el día que en que pudiera verte y decirte a la cara todo lo que me lastimaste, las noches que lloré al extrañarte, todos los miedos que me dejé tu adiós —manifesté incluso sin entenderme—. Juro que pensé que cuando tuviera la oportunidad te devolvería un poco del dolor que padecí, pero hoy siento que estoy frente a un extraño —revelé, hiriéndolo con mi sinceridad sin que ese fuera mi propósito—. Y al final, entiendo lo que significa. Hoy te dejo ir, papá. No podías formar parte de mi presente y eso le da sentido a mi pasado.
—Te arruiné la vida.
—Lo que pasó fue lo que tenía que pasar, tal vez no lo mejor, pero sí el quiebre definitivo. Te quise tanto, papá, más que mi propia vida —le confesé con un nudo al ver atrás a ese niño que tanto sufrió por su adiós—, más de lo que alguien debería amar a otro. Puse toda mi fe en ti y aprendí que no está bien entregar la vida en manos de otro. Me hubiera gustado no haberte perdido para entenderlo.
—No me has perdido —sostuvo enseguida, con un deje de ilusión.
—Tienes razón, tú me pediste a mí —declaré dando justo en el centro de su moribunda esperanza. El dolor que atravesó su mirada me tentó a bajar la mía, pero no lo hice. Estaba haciendo lo correcto porque no era el rencor sino la sinceridad lo que guiaba mis acciones—. Escucha, no busca lastimarte, creo que la única certeza en mi vida es que jamás he querido herir a nadie, pero también soy honesto. Ambos lo merecemos —le hice ver, y a su pesar coincidimos. Nada volvería a ser igual—. No te creas que siempre soy tan racional, más bien estoy aún en shock —admití riéndome porque aunque me mostraba tranquilo, dentro temblaba como una gelatina—, Supongo que es como hablar con un muerto porque cuando dijiste que te irías para siempre pensé era verdad. En el fondo sigo siendo algo ingenuo —reconocí sin orgullo—. Pero está bien, confieso que hay cierta alegría en eso último —admití. Lo había aprendido de Pao, a veces ver el mundo con buenos ojos, sin importar los errores que conlleve, resulta un acierto.
Los ojos de mi padre que apenas habían coincidido un par de veces con los míos, rehuyendo de mi juicio, me estudiaron con un aire melancólico que sin querer me empujó a los viejos tiempos. Siempre supuse que al hablarle algo explotaría, que gritaría, lloraría, pero frente a él sentí que solo éramos dos recuerdos que no terminaban de encajar. No sabía cómo explicarlo, por dentro todo era demasiado caótico, demasiadas emociones para liberarlas. La verdad es que imaginé me sentaría junto a mi padre, ese hombre que amé y después odié con la misma intensidad, sin embargo, nada de eso sucedió porque ni siquiera pude reconocernos. Todo el cariño que algún día vivió en mí se había transformado en mera nostalgia. Dos extraños que un día fueron todo y ahora eran nada.
—Es tan extraño —murmuré—. He mantenido grabada los últimos ocho años la última mirada de pena que me dedicaste antes de irte, con tanta nitidez que de haber tenido algún talento artístico podría replicarla a detalle, preguntándome qué había mal en mí y ahora estás aquí —lo señalé—, viéndome como cuando era más pequeño y pienso: Dios, tal vez no había nada malo. Y he sentido como si ese tornado que me ha arrastrado hubiera cesado —murmuré procesando el impacto de la realidad.
—No hay nada malo en ti.
—Más bien, hay tanto mal en mí como el resto, lo cual es natural. La silla no ha sumado mucho. En realidad, la he culpado de muchas cosas que no le corresponden.
—El único culpable he sido yo, por desgracia, te tocó un mal padre en este juego.
—Y una madre tan maravillosa para quedar en deuda con la vida —remarqué, sonriendo apenas su imagen vino a mi mente. Todo iría bien, ella me ayudó a comprender que lo malo siempre pasa. Con tal ejemplo de fortaleza no podía romperme sin antes luchar—. Estoy aquí, gracias a ella. Fuiste tan cruel abandonándola cuando más te necesitaba, tal vez esa es la razón por la que nunca podré perdonarte del todo, pero al final creo que tu adiós fue lo mejor que pudo pasarle. Uno no puede maldecir al cielo cuando ella está en tu camino.
—Tania es una gran mujer, en verdad siento haberle fallado a ella también...
—Por favor, no vuelvas a buscarla —le pedí sincero, dejando el orgullo, como un favor persona. Si ese amor que juraba tenerme era real no dañaría más a la persona que más amaba—. Sé que esto no me corresponde a mí, pero la conozco para saber que volver a verte la desestabilizaría y ha luchado tanto por conseguir lo que ahora tiene que no merece nadie vuelva a mover su suelo.
—La cuidas —notó.
—Tal como ella lo hizo conmigo —mencioné. Y seguiría haciéndolo tanto como la vida me lo permitiera. De ella había aprendido a intentar proteger a los que amas—. Ayúdame para que la casa quede completamente a su nombre —añadí, sorprendiéndolo. Es decir, no era un acto de caridad, era lo justo. Podía pelear por lo legal, pero quería llevar la fiesta en paz. Lo único que me interesaba es que ella tuviera un lugar seguro donde pudiera estar tranquila.
Papá, que pareció pensar en ello por primera vez, terminó asintiendo.
—Te lo prometo, lo haré —aseguró. No le creí, pero di la oportunidad de dudar—. He pasado cada noche imaginando lo que encontraría al sentarme a la mesa contigo —retomó la charla— Había pensado en tantos escenarios...
—¿En alguno era millonario? —me adelanté. El primer atisbo de sonrisa se asomó junto a una negativa—. Maldición.
—Pero hoy te veo y agradezco al mismo Dios que va a condenarme porque no lo hizo contigo —manifestó con sus ojos cristalizados, que navegando bajo una tormenta al fin hallaban puerto—. Emiliano, sé que no hay forma de regresar el pasado y ahora no sé si lo haría. Sé que no debe importarte, pero estoy orgulloso de que seas la clase de hijo que Tania merece —dijo. Respiré para mantenerme fuerte porque esas palabras eran demasiado para mi valor—. Espero ambos puedan ser felices y superar lo que les hice...
—Lo haremos —confié demostrando estaba creciendo—. Es la esencia de la vida, debes seguir caminando o te aplastará. Y cuando no puedas no queda más que rodar con un pequeño empuje —comenté riéndome a mis adentros de mí mismo—. También deseo que las cosas vayan bien para ti. Que Dios y tu alma puedan perdonarte —deseé de corazón.
Por mi parte ya no quería jugar el papel de quien impone las penas porque en él, sin darte cuenta, siempre te condenas en el juego.
—Déjame verte una vez más —me rogó con tanta súplica que sentí un poco de pena por él—. Sí, eres el mismo Emiliano que no podía quedarse quieto, tienes un poco de locura en la mirada —destacó algo que jamás había logrado arrancarme—, pero apenas una pizca que queda sepultada en la bondad. Perdóname, perdóname por no haberte escuchado...
—Te odié por mucho tiempo pensando me habías robado mi libertad —lo interrumpí—, pero ahora sé que nadie más que yo puede cortar mis sueños —determiné para que entendiera ya lo había perdonado, incluso cuando no pudiera entender lo que pasó y las cosas no volvería a ser igual—. Tengo todo lo que soñé, incluso más, una familia que daría la vida por mí, amigos que me aceptaron tal como soy, una chica que me ama y un montón de planes por cumplir. Pensé que el accidente me había arrebatado lo mejor de mí mismo —reconocí lo que había mermado mi fe—, al fin veo que un par de grietas no le restan valor a una pieza que ha sobrevivido a una catástrofe.
Llegar a ese punto no fue sencillo, fue un largo camino que tuve que atravesar. En cualquier otro momento esto hubiera tenido otro final, pero encontré a mi padre cuando ya me había hallado a mí mismo, cuando me había fortalecido, en el momento correcto. Ese Emiliano del pasado lo hubiera arrollado con su silla, pero el que estaba ahí soportó tantas pruebas que había aprendido a soportar el dolor y a no desmoronarse ante él. Ya no sería preso del pasado.
—Creo que no hay más que decir —comencé la despedida.
—Yo, en cambio, creo que hay tanto por contar. Ojalá me dejaras seguir viéndote —me pidió.
Ni siquiera lo pensé, conocía la respuesta desde que abrió la boca.
—Tal vez un día, cuando la herida que intenté esconder por años y hoy comienza a sanar cicatrice —concluí. No era un paso sencillo, le dejaría al tiempo la decisión.
—Tendré paciencia —aseguró, incluso cuando el sí era incierto.
Yo no sabía si tenerlo en mi vida funcionaría. No era venganza, ni rencor, es solo que no me sentía cómodo. El lazo hace mucho se había roto, todas esas cosas que antes compartíamos, a ambos nos traían más tristezas que alegrías.
—No puedo irme sin antes hacer algo que necesito —escupí sin poder callármelo, dándole voz a mi corazón que rebozaba de emociones intensas, tan positivas como negativas en un terremoto que avecina el quiebre de esa muralla que me mantuvo secuestrado—. Esto es por mí, por nadie más —aclaré antes de cerrar mis ojos. Rencontrándome con aquel chiquillo que rezaba porque regresara, sintiendo había sido su culpa al no ser lo que él esperaba—. Emiliano, ya puedes estar en paz —susurré con la voz quebrándose en mi garganta y las manos temblando ante el último golpe que dio en el punto exacto para romper la cadena. Esa que por años quiso arrastrarme al fondo de un abismo—, el hombre que tanto amaste está aquí. No era tú el que debía cargar con ese adiós, es momento de dejarlo ir.
Eso hice.
Esa tarde abandoné esa cafetería con el alma menos pesada, había dejado en esa mesa todas las culpas del pasado, todos los hubiera que no tenían espacio en mi presente. Había atravesado el infierno descalzo, pero no me consumí. Entre las llamas que amenazaron con matarme aprendí a arder y ahora no había demonio que pudiera condenarme. Por primera vez no tenía miedo porque sabía que era capaz de todo.
Después de ocho años en los que había intentado sonreír, pude hacerlo de forma genuina. Aunque el alma seguía doliendo como si la hubieran atravesado, tuve la certeza de que ya no había nada del pasado que envidiara. Era el Emiliano que debía ser, la mejor versión de mí mismo, la que sobrevivió, la que ahora escribiría el resto de la historia. Y cuando eché la mirada atrás al lugar donde quedó mi héroe de mi infancia y villano de mi adolescencia, me pareció distinguir a ese chico que estuvo al borde de la muerte a causa del dolor de su corazón, diciéndome adiós. Nos había hecho libre a los dos.
Estoy muy orgullosa de Emiliano ❤️. Emiliano es un personaje muy complejo de escribir, con muchos dilemas y luchas internas, verlo poco a poco liberándose de viejas cadenas es una dicha enorme ❤️. Quiero agradecer de corazón a todas las personas que lo están acompañando en su evolución. Sobre eso, tengo tres anuncios importantes:
⭐Con este capítulo empezamos a despedirnos del Club de los rechazados. Sí 😭. Esto no quiere decir que el próximo capítulo es el final, pero sí que entramos en la última etapa (faltan menos de 10 capítulos para el desenlace). Estoy muy triste, pero emocionada por todo lo que viene. Les adelanto que falta el último golpe, así que a partir de aquí TODOS los capítulos tendrán sorpresas ❤️🤫😱😭
⭐Hoy es la final de las batallas para mejor pareja en instagram, así que los invito a votar por su favorita. Entre ellas están: Pao y Emiliano, Alba y Álvaro, Natalia y Carlos. Pueden votar en mis historias hasta mañana (janeprince394_wattpad) ❤️.
⭐Por último, pero no menos importante, quiero agradecer a todas las personas que tuvieron el hermoso detalle de mencionar El club de los cobardes en la publicación donde Netflix pidió recomendaciones de Wattpad. Sé que es imposible, pero de todos modos es una gran ilusión para mí. Si alguien quiere mencionarla en mi perfil está el enlace que los llevan a la publicación :,) Se los agradecería eternamente. Sé que las posibilidad de que sucedan son mínimas, pero desde que llegué a Wattpad la vida me ha sorprendido mucho y quiero ser lo suficientemente valiente para soñarlo. Nunca olviden que los quiero mucho y son muy importantes para mí ❤️.
Preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Cuál era tu juguete favorito de niño?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top