Capítulo 56

Aviso importante: Antes de que se me olvide, quiero invitarlos a participar a la dinámica que organicé en mi instagram para elegir la mejor pareja y amistad de mis novelas. Todos los días publicaré un duelo y ustedes decidirán su favorito. Pueden votar por su pareja favorita en mis historias en Instagram (JanePrince394_wattpad). Estoy preparando una sorpresa.

Hay cosas que no tienen sentido, o al menos carecen de él hasta que decides hacerlas realidad. Así que si me preguntan qué fue lo que me empujó a estar en medio de esa cafetería, confieso que ni siquiera yo lo sabía. O tal vez sí, dejar de postergar conversaciones importantes. Era bueno en eso último y malo asumiendo las consecuencias, había llegado el momento de cambiar.

Impaciente pasé la mirada por el lugar abarrotado hasta detenerme en la puerta. Nada. Por décima vez volví a disculparme con una sonrisa con la amable mesera, esperando no me echara por ocupar una mesa sin animarme a hacer el pedido. Esperé no tardaran o me adelantaría. Con tanto tiempo libre para repasar el menú ya tenía una lista de opciones que me vendrían bien si me dejaban plantado. Tenía experiencia en el tema.

Por suerte, no hubo necesidad. Sonreí aliviado cuando el cristal dejó a la luz a ese familiar dúo, tan distinta entre sí que cualquiera se preguntaría a qué se debía su complicidad. No había una razón, la buena amistad que formamos los integrantes del club era un enigma.

Apenas me distinguió tras un fugaz vistazo, Miriam me regaló una alegre sonrisa al encaminarse a la mesa, ocupando el asiento frente a mí. Hace unos meses que se había convertido en mamá y, aunque no se reintegraba de lleno a su trabajo, ya vestía ropa más parecida a la que usaba antes de su embarazo. Tacones, faldas de tubo y blusa de colores oscuros. Alba, en cambio, seguía prefiriendo su sencilla ropa de mezclilla. De todos modos, ella no necesitaba hacer mucho para llamar la atención, bastó la forma en que agitó su cabellera rojiza al dejarse caer en el asiento para que las miradas terminaran en nuestra mesa.

—Hola, Emiliano —me saludó contenta Miriam. Por su expresión relajada tuve la impresión que era un respiro tener un momento libre—. Es un gusto verte tan bien —dijo acomodando su bolso con toda la clase que una persona se podía permitir—. Que lindo de tu parte invitarnos a comer —me agradeció.

Quise restarle importancia, decirle que mucho del dinero que ganaba venía de los descalabros de su marido, pero Alba que parecía nunca podía quedarse callada me robó la oportunidad.

—Sí, muy bonito, ¿por qué no nos dices mejor a qué se debe esa inesperada muestra de cortesía? —me cuestionó directa, sin fiarse de mi alma caritativa.

Pude ofenderme, decirle que era digno de una buena amistad tener esa clase de detalles, que yo era un buen amigo, pero reí, aceptándolo. Entre gitanos no nos leemos la mano.

—La verdad es que fue Pao quién me lo aconsejó —admití riéndome de su desconfianza. Ella había organizado la salida, dijo que me haría bien, nos habría acompañado de no ser porque la Universidad le estaba robando todo su tiempo. O al menos esa fue la excusa que me dio.

Alba asintió, reconociendo le parecía más lógico. Los actos nobles e inteligente en nuestra relación tenían el nombre de mi novia, las locuras y tonterías las firmaba yo.

—¿Se puede saber por qué? —curioseó. Me hubiera gustado tener una respuesta.

—No sé, tal vez quiere que reforcemos nuestra amistad —consideré de buen humor—. Armemos nuestro propio club.

—¿Sobre qué? —me preguntó, escondiendo una sonrisa, adelantando mi respuesta—. Más allá de ser unos cobardes no tenemos nada en común —expuso lo que era evidente.

—¿Bromeas? Somos casi hermanos gemelos —alegué divertido.

Alba alzó una ceja, burlándose de mi atrevimiento.

—Ajá —murmuró recargándose en el asiento.

—Empezando porque ambos somos increíblemente atractivos —reconocí fanfarrón acomodándome el cuello de la chaqueta. Alba afiló la mirada ante mi brillante argumento.

—Si esperas que te agradezca por eso te quedarás esperando —me advirtió.

—Segundo, a la vida le encanta jodernos —expuse otro punto. Esta vez sí se dio permiso de analizarlo antes de aceptarlo.

—Bien, en eso tengo que darte la razón —reconoció.

—Y ambos queríamos el apellido de Álvaro —lancé robándole una risa que no pudo contener ante la inesperada mención. La había visto reírse pocas veces, así que me sentí orgulloso. Ya podía dedicarme a la comedia.

—Idiota —me acusó divertida.

—Así que supongo que Pao quiere que hagamos las paces después de que tú se lo ganaras a mi madre —expuse una posibilidad.

—¿Y yo para qué? —cuestionó Miriam que pasó su mirada de uno a otro, sonriendo, sin entender su lugar, pero divirtiéndose de nuestra pequeña riña.

—Tal vez para que me salvaras en caso de que Alba no cediera y me agarrara a golpes —concluí.

—Te conoce bien —aceptó Alba, ladeando la cabeza.

—¿Qué te digo? Pao y yo somos almas gemelas —declaré.

Una media sonrisa se me escapó al recordarla, siempre que su imagen aparecía en mi mente una calidez agradable se concentraba en mi pecho. Su nombre tenía un efecto poderoso en mí. Después de años temiendo no ser suficiente, esperando despedidas, por primera vez era capaz de disfrutar el presente, de sentirme seguro. Su paciencia y dulzura me ayudaron a recuperar mi libertad, y que se mantuviera fiel, a pesar de la tormenta, me habían hecho creer en ella con toda mi fe. Además, desde la tarde que estuvimos juntos cualquier duda desapareció, no podía sacarla de mi cabeza. Pao era la mujer de mi vida, podía sentirlo.

—¿Y esa sonrisa? —me despertó Miriam, atrapándome con la cabeza en las nubes.

—¿Te han dicho que eres muy curiosa, Miriam? —contrataqué divertido porque cuando quería saber algo nunca se mordía la lengua. Ella aceptó la culpa, sonriéndome. Miriam había sido la primera persona que conocí del club, aún recordaba su sorpresa inicial, su confusión ante mi extraño humor, pero sobre todo su honestidad. Era una mujer que se mostraba tal cual era al mundo y sobre todo, siempre ayudaba a todo aquel que lo necesitara.

—Nunca lo he negado —reconoció, riéndose de su propia debilidad.

—Sería un atrevimiento de tu parte —añadió Alba dándole un vistazo con una sonrisa. Ella era la primera víctima del carácter de celestina de su amiga, pero ambos teníamos que agradecerle, su pequeña ayuda cambió nuestra historia.

Miriam levantó el menú para cubrirse el rostro, abochornada. Pudo decirnos que dejaría de armar parejas, de escribir historias de amor, pero no era una mentirosa. Decidió cambiar de charla y ninguno se lo reclamó.

—Atrevimiento es pedir una malteada de chocolate con pastel de tres leches —comentó sin perder el buen humor—, pero lo haré porque no puedo soportar el antojo —nos contó, alzando el mentón para buscar a la chica que atendía entre las mesas.

—¿No estarás embarazada? —dudé, mitad pregunta, mitad broma. Pero por la mirada que me dedicó, regañándome, entendí no le había dado nada de gracia. Alcé las manos. No era una opción.

—Por Dios, no. Mis niñas tienen meses. Nada de bebés por ahora —acotó tajante—. Son preciosos, pero una enorme responsabilidad —nos platicó. Alba, asintió entendiéndolo—. Quiero dedicarle toda mi atención a mis niñas ahora. Eso me recuerda que debo llamar a Arturo para saber cómo van las cosas —murmuró para sí. Su marido estaba bastante presente en su crianza, pero era la primera vez que él llevaría el mando y supongo que temía encontrar la casa hecha un desastre.

—Parece una decisión acertada —mencioné sonriendo por su seguridad—. Piensen un poco en Pao, a la pobre siempre la ponen de niñera en todas las fiestas —bromeé. Ya hasta debería fijar una cuota—. Denle un pequeño descanso de bebés al menos hasta que tenga los suyos, que técnicamente vendrían siendo míos también.

—Vaya, pareces muy seguro del futuro —notó Alba.

—Seguro no —aclaré porque no me gustaba dar por hecho el futuro—, solo lo estoy decretando. A ver, irónicamente, probemos...—murmuré cerrando los ojos, hurgando en mi cabeza sobre un buen escenario. Pensé en todo lo que quería vivir, pero había una que daba pie al resto—. Será mi esposa —solté. Sonreí al escucharlo de mi propia boca. Siempre soñé con tener una familia e imaginarla junto a ella había revivido lo que había dado por perdido.

—Lo tienes claro —comentó sorprendida sin percibir un titubeo. 

—Les confieso que estoy tan enamorado que de no ser porque Pao es demasiado joven y yo aún debo trabajar duro para tener un patrimonio seguro, le pediría matrimonio este año —confesé en un arrebato. Sí, era una locura, pero yo no me caracterizaba por ser cuerdo. Siempre seguía lo que sentía mi corazón. Alba abrió los ojos asombrada. Apostaba fue la misma reacción que le dio a Álvaro cuando se lo preguntó—. A ti no debe sorprenderte —comenté—, al pobre Álvaro lo tuviste tanto tiempo en la friendzone que ni siquiera esperó un año antes de pedirte matrimonio —le recordé. Y según vi se hubiera atrevido a proponérselo mucho antes, solo estaba esperando ella estuviera lista—. El único que se hizo del rogar fue Venado y míralo ahora, tiene su propia manada —los felicité. 

—Oye —protestó Miriam.

—Yo también aspiro tener una —aclaré para que entendiera no era una ofensa. De todos modos, ella negó con una sonrisa—. Aunque conociendo a Pao posiblemente tal vez sean puros perros —reconocí sonriendo para mí. Lila sería la líder a pesar de ser tan pequeña—. A este paso voy a terminar comportándome como un Pastor Alemán —me burlé de mí mismo. Y pensar que hace unos años no sabía nada de mascotas y ahora estaba cerca de suplantar a algún veterinario —. De todos modos, eso es a largo plazo —reconocí, volviendo a usar la cabeza—. Ahora debo arreglar unas cosas de mi pasado—mencioné sin mucho ánimo. Es decir, mi futuro y presente lucían tan esperanzadores, pero cada que echaba la vista atrás todo se derrumbaba. Por eso necesitaba desprenderme de él lo antes posible.

—Pasado...—repitió confundida, invitándome con una mirada a ser más específico.

No fue hasta que pensé en la respuesta que entendí el objetivo de Pao.

—Al final creo que sí tenemos algo en común los tres —comencé, con una débil sonrisa—. Piénsenlo, los padres de Arturo son geniales, están para un reality show —admití porque las pocas veces que los había tratado entendí de quién había heredado el carácter—. Los de Pao la adoran con todo su corazón. Los de Álvaro lamentablemente murieron antes de que pudiéramos criticarlos —argumenté respetando su memoria. Alba ladeó su cabeza, advirtiéndome que con ellos no jugara— y los de Tía Rosy parecían candidatos en campaña, a diario festejando sus derrotas —bromeé—. Así que por decirlo de alguna forma, nosotros tres tenemos una relación conflictiva con nuestros padres —concluí. 

—Inexistente diría yo —resopló Miriam a la par dibujó un mohín incómodo.

—La guerra también es una relación, así que acepto el término —mencionó Alba cuando ambos la miramos para escuchar su opinión.

—Pues yo estoy igual ahora que él regresó —les conté, capturando su interés.  Fue una pena que con tantos deseos de escucharme yo no tuviera muchas ganas de charlar.

—¿Volvió? —preguntó Miriam, intrigada. Percibí la mirada disimulada de Alba que no se atrevió a expresar su curiosidad, pero fue víctima de ella. Nadie en el club, a excepción de Pao, conocían a fondo mi pasado, pero sabían que mi padre se había marchado y asumían era un tema difícil—. ¿Por qué? —preguntó extrañada, sin encontrarle la lógica.

—No lo sé —reconocí tras dejar ir un suspiro—. Tal vez vio el automóvil de Álvaro afuera de mi casa y cree que me volví millonario por andarme codeando con gente de San Pedro —expuse una posibilidad sin dejar que la tristeza se adueñara de mí. Miriam lo entendió porque me dio una débil sonrisa—. ¿Cómo le explicó que alguien, no diré su nombre —añadí mirando fijamente a Alba—, se lo robó a mi mamá? —lancé la indirecta. Ella rodó los ojos, fingiendo fastidio antes de dejar ir una sonrisita.

—Eres un payaso, no sé cómo Pao te aguanta —protestó.

—No solo me aguanta, me ama —la corregí orgulloso—. Pero no te pongas celosa, también te quiero a ti —bromeé ganándome me mostrara su puño para que me dejara de juegos. Confieso que me divertía hacerla enojar.

—Bien, concentrándonos de vuelta —retomó el tema Miriam que era la más pensante, alejando con un ademán las distracciones—. ¿Tú cómo estás? —preguntó preocupada. Ella tal vez sí sabía un poco más porque le había contado sobre el abandono de papá en una plática muy personal que tuvimos una noche de regreso a casa. Nunca le conté que me había dolido, pero supongo que era lo suficientemente empática e inteligente como para adelantarlo.

De todos modos, le sonreí para mostrarme fuerte.

—Tan bien como puedes estar después de ver a alguien que quieres olvidar —reconocí con un mal intento de risa—. Si cuando te encuentras con el cobrador deseas huir, imagina lo que sentí al reencontrarme con el padre que se marchó por los cigarros hace años. De poder hasta hubiera salido corriendo —bromeé. Nadie se rio. Miriam no se fío de mi armadura, su cálida sonrisa me dio permiso de mostrarme más humano—. Pao me dice que es bueno que hablemos, que puedo decirle lo que pienso, pero no sé si seré tan valiente —admití.

Miriam, asintió, entendiéndolo. Enfrentar la realidad nunca es sencillo.

—Yo jamás he reunido el valor —compartió compresiva.

Definitivamente si sus padres fueran los míos tampoco lo haría. Esos tipos parecían sacados de una película de horror.

—Además, piensa, en una de esas si me suelto a decir todo lo que pienso y me tira un puñetazo sin darme tiempo de meter las manos —comenté divertido—. Quién sabe, tal vez ha practicado boxeo —consideré—. Es lo malo de dejar de ver a la gente por un largo tiempo, debes volver a descifrarla.

—Alguna vez nunca vuelves a reconocerlos —habló de pronto Alba. Su mirada pérdida me reveló estaba en otra parte.

—Es tan jodido que la persona que más amas sea la que más te haga daño —me quejé ante el encargado del guión. Pude ser millonario, pero no, me tocó ser Emiliano.

—¿Qué otra podría tener ese alcance? —me hizo ver Miriam para que no me culpara.

Sí, supongo que al final no es el qué, sino quién lo que más duele. Poner toda tu fe en alguien que termina fallándote. 

—Y al final, aunque juramos que nunca volveremos a confiar en alguien, siempre terminamos cayendo —expuso Alba, dejando a la luz una gran verdad. Casi pude ver la lista de nuncas que había roto en los últimos meses.

—Pero en diferentes personas —destacó Miriam optimista—. Eso es bueno. No debemos condenarnos solo por un error —recordó algo que me había costado mucho aprender. Había pasado años de mi vida con el constante miedo a perder a los que amaba, temiendo la historia se repitiera y ahora era capaz de ver que si nos cerramos al futuro por un tropiezo del pasado jamás avanzaremos y cuando nos demos cuento habremos perdido la dicha que da vivir. A este punto asumía el dolor a cambio de la alegría que te da arriesgarte.

Los dos asentimos, dándole la razón. Ninguno pudo protestar contra ese argumento, después de todo éramos la prueba del precio que se paga por el temor a volver a fallar, del miedo a depositar nuestra fe en las personas equivocadas. Aunque echando la mirada a atrás noté que pese a las heridas, habíamos sido más fuertes que el huracán del dolor que en el pasado amenazó con hundirnos.

—Ya entiendo por qué Pao quería que nos reuniéramos —comenté, tras meditarlo—, quería que nos inspiramos para después usar todas estas frases —resolví señalándonos—. No se fíen, Pao parece adorable, pero es una chica astuta —les advertí. Porque detrás de sus facciones dulces y manías tiernas había alguien que siempre lograba salirse con la suya.

—En algo estoy de acuerdo con ella —mencionó Alba, sorprendiéndome. Alcé una ceja—, creo que hablar te hará bien  —me recomendó. 

—Vaya, Alba prefiriendo el diálogo a la confrontación —murmuré asombrado—. No me digas que en un descuido te tomaste algo antes de venir —la acusé divertido sin hallar otra explicación. Tuve la impresión que quiso estampar su puño en mi cara, mas la sorprendió cuando alcé la voz—. Perdón que te moleste —asusté a la pobre mesera que bailando al ritmo de Nuestra canción de Monsieur Perine pegó un respingo que alborotó sus rizos marrones— pero ¿qué clase de licor venden aquí? —le pregunté cuando se acercó a nosotros.

Alba, entendiendo mi chiste, me arrojó una servilleta que me dio directo en el ojo. Dios, qué buena puntería tenía. La chica intentó mantenerse seria, pero se le escapó una carcajada ante la sonrisa victoriosa que pareció gritar no sentía nada de culpa. Dramaticé un lamento de dolor, como si casi me hubiera dejado ciego.

—Discúlpalo, está tarado —se justificó Alba quitándole importancia.

Miriam, que era la mente conciliadora entre los dos, negó rindiéndose.

—Sagrario, no les hagas caso, están locos —comentó restandole importancia—. ¿Podríamos traerme una de esas malteadas que tanto nos gustan? —le preguntó. La chica acomodó sus lentes en el puente de la nariz, anotándolo—. Y sabes qué, deberías probar los crepas de tres quesos, son maravillosas —me recomendó Miriam con ese don de vendedora que tenía en la sangre.

—También tenemos sandwiches de tres capas —añadió ella. Alba pareció ceder a la sugerencia. Lo anotó entrecerrando sus pequeños ojos antes de atrapar su bolígrafo en la banda roja que adornaba su cabello.

—No sé que me parece más sorprendente, la capacidad de hacerte amiga de todo mundo —admiré a Miriam que se encogió de hombros, risueña—, o tal vez pensó que somos trillizos —bromeó.

Otra servilleta amenazó mi vida, por suerte, Miriam intervino. 

—Retomando la conversación...

—Oh, sí, te decía, ¿si no es alcohol no sé que te empujó? —cuestioné. Es decir, Alba no era de las que prefiera sentarse a la mesa a charlar, le bastaba una pequeña provocación para tirarte los dientes. Y ya que mi sonrisa era mi principal atractivo, no pensaba arriesgarme.

Alba tuvo que aceptar mi duda. Torció sus labios, reflexionándolo y cuando creí no me daría una respuesta, porque me dio la impresión no la hallaba, lo hizo.

—La experiencia —susurró clavando su mirada azul en la mesa. Un suspiro escapó antes de sacar un recuerdo oscuro del cajón—. Cuando mi padre murió estábamos enfadados —me contó—. No sabes cómo me gustaría regresar el tiempo para cambiarlo, para hablar con él y abrazarlo —aceptó atormentada—. Yo soy consciente que no fue mi culpa, pero aún duele —admitió para sí, antes de alzar la mirada para encontrarse con la mía. Por primera vez dejó ver una pizca de su fragilidad, no intentó esconderla y ese era un acto valiente—. Cuesta, pero perdonar nos hace libres, aunque en ese momento no lo parezca —comentó.

Analicé su mirada donde se asomaba su pena y entendí que, incluso aunque lo llamáramos una injusticia, al final la culpa la termina cargando también el inocente.

—Lamento mucho tu papá te odiara —solté sincero, pero al escucharlo me di cuenta que había sonado demasiado crudo—. Lo digo en serio, eh, no es un chiste —aclaré porque con mi fama podía prestarse a malinterpretaciones. De todos modos no pareció tener deseos de golpearme, creo que lo entendió—. Honestamente no sé cómo pudo enfadarse contigo.

—¿Es sarcasmo? ¿Quieres la lista larga o el resumen? —se burló de mi ingenuidad.

Sonreí porque a Alba le costaba verse como realmente era.

—No sé, eres la clase de mujer de la que debería estar estar orgulloso —expuse. Alba me miró desconfiada, esperando el chiste que no llegó—. Has trabajado duro para sacar a Nico adelante, sola. Y no me refiero únicamente al dinero, sino a ser su familia. Yo no soy mamá, explicación que sobra —acepté riéndome—, pero la mía se quedó sin mi padre cuando más la necesitaba y fui testigo de cada uno de sus sacrificios. Tienes que ser muy fuerte para enfrentar algo así —reconocí—. Basta con ver a Nico para saber que te adora y que es un buen chico, debe haber una razón —comenté en base a mi experiencia. Las veces que coincidimos percibí la misma clase de adoración que yo manifestaba por la mía. Alba estudió mi rostro—. Y lo digo de corazón, no pienses que te estoy ligando —aclaré divertido para que bajara la guardia.

—Yo opino igual que él —me apoyó Miriam, sonriéndonos—, y tampoco intento ligarte —añadió de buen humor.

Alba disimuló una sonrisita escondiéndose en su melena rojiza.

—Par de tontos —murmuró riendo. Ladeó el rostro, con una sonrisa melancólica—. No sé si soy todo eso que ustedes dicen, pero sí aprendí cosas importantes. Por ejemplo, que no debo dejar que nadie, por más amor que exista, me haga sentir miserable —declaró—, aunque admito que hay cosas que me gustaría haber hecho distintas.

—Eso es bueno —le reconoció Miriam—. Eso significa que estás mejorando.  Creo que también ayuda poner distancia. A veces si la herida se abre todos los días es muy difícil sanarla. El tiempo es un buen amigo —señaló.

—Pero nada vuelve a ser igual —mencioné.

—No —me dio la razón Alba—, pero solo tú sabes lo que necesitas. Escucha —me pidió—, cuando era una niña mis padres me adoraban y los amaba tanto que al distanciarnos siempre sentí como si me hubiera arrebatado una parte de mi corazón. Muchos me llamarán estúpida, quizás lo soy, pero no sabes cuánto deseaba volvieran a mirarme como antes lo hacían —me compartió una vivencia tan personal que fue imposible no verme reflejado en ella—. Si necesitas hablar o un abrazo que no te importe lo que está bien para el resto. Date a ti la oportunidad de reconciliarte contigo mismo —me aconsejó.

—No quiero fallarme a lo que soy —me sinceré. No quería perder mi orgullo por alguien que no lo merecía. Es decir, ¿cómo le dices a alguien que te traicionó que de vez en cuando lo echas de menos?

—Emiliano, lo que somos está ligado a lo que fuimos —me recordó—. No puedes borrar el pasado, nos guste o no —destacó—. Juro que por años intenté hacerlo, pero no funcionó. Él seguirá ahí y lo peor que puedes hacer es ignorarlo —advirtió—,  porque ese condenado se encaprichará y no te dejará ir.

—Aunque duela —dudé.

Contemplando una pizca de compasión en su mirada consideré que en el fondo Alba tal vez sí tenía corazón.

—¿Qué no lo hace en esta vida? —preguntó resignada.

—No lo sé... ¿Comer papas fritas? No he visto a nadie llorando mientras se pide unas en McDonald's —me arriesgué a exponer una opción.

—Excepto cuando tienes gastritis —murmuró Miriam torciendo sus labios.

—Creo que voy entendiendo. Vivir es como comer papas fritas, las traiciones son las heridas que no sanaste y duelen cada que intentas volver a hacerlo —replanteé dándomelas de filósofo. Reí porque ante mi propia tontería—. Dios, soy el maestro de las metáforas —reconocí fanfarrón.

—¿Por qué no tomas nada en serio? —me regañó Alba, pero no estaba enfadada.

Juro que lo intenté, borré la sonrisa y le di la razón mostrándome prudente, pero eso solo duró un minuto. Terminé riéndome a carcajadas.

—No puedo —reconocí—. Piénsalo, es mejor sonreír, tú te ves más guapa cuando lo haces y yo me siento más ligero, como si hubiera menos peso a mi espalda —admití de buen humor—. ¿No te pasa igual?

—No sé, en ambos tengo los mismo deseos de golpearte —concluyó muy a su estilo.

—Por eso está Miriam aquí —les hice ver—, para que me salves de esta mujer —la señalé.

—Alba, no lo golpes —pidió Miriam conciliadora más concentrada en su celular.

—Pero no con tanto convencimiento —me burlé.

—Aunque lo dudes es persuasiva —la acusó Alba, dándole un vistazo.

Miriam escondió una sonrisa, aceptando la culpa mientras dejaba el aparato a un lado para prestarnos su total atención. No me quedaba duda. Nosotros podríamos llamarnos Los amores que Miriam soñó.

—Bueno, tú no te quedas atrás —destaqué en un agradecimiento disimulado. Aunque tardó, al final entendió era mi manera de decirle que sus palabras me habían ayudado mucho—. Ahora dime que debo pagar mis impuestos a tiempo —la animé con un ademán en una broma porque para mi desgracia estaba bastante al corriente.

Alba miró el techo como si pidiera un milagro.

—No creo llegar a ese nivel —reconoció, encogiéndose de hombros. 

—Sí, tienes razón. Esos milagros en mí solo puede lograrlos mi Pao —admití.

—¿Mi Pao? —repitió Miriam, a lo que no se le escapaba un solo detalle.

—Así le digo de cariño —expliqué sintiéndome un poco cohibido porque sí sonaba bastante cursi. De todos modos, pronto la pena murió recordando que a ella le gustaba escucharlo y a mí me nacía de forma espontanea. Sonreí sin evitarlo. Al final más que vergüenza debía darme orgullo que una persona como ella me dejara usar llamarla de ese modo—. Ríanse si quieren —las motivé divertido, sin enfadarme, pero no lo hicieron. Miriam me dedicó una mirada enternecida, sin atreverse a juzgarme. Alba que no era tan romántica solo lo dejó pasar—. En realidad esa es la locura más pequeña que he cometido gracias a esa chica —acepté.

Quién me hubiera dicho que esa pequeña chica que llegó a la tienda con su vestido de girasoles tendría la fuerza para romper todos mis nuncas. Había conseguido lo imposible, que creyera en el amor, que me entregara a él, a confiar en mí, a soñar con un futuro y ahora a tener la fuerza de voluntad para arreglar el pasado. Si quería ser feliz tenía que darle vuelta a la página y tal como decía Alba, a la que se lo agradecí con una sonrisa, me daría permiso de reencontrarme conmigo mismo, con ese chico que había tratado de olvidar sin éxito y ahora me exigía darle un punto final a esa página para seguir escribiendo su historia. Lo tenía claro, mañana mismo hablaría con mi padre y enfrentaría de una vez por todas el pasado que no me dejaba ser feliz.

¡Hola! ❤️ Confieso que siempre quise que mis tres protagonistas del club se reunieran y mi sueño se cumplió en este capítulo. Estoy tan orgullosa de como crecieron. Disfruté mucho de la paz antes de la tormenta ❤️. Se vienen momentos muy importantes en los siguientes capítulos ❤️. Yo sé lo que les digo, no pueden perdérselos ❤️🤫 Ahora sí, las preguntas de la semana:

¿Les gustó el capítulo? ¿Si estuvieran en una cafetería qué pedirían? ❤️ Recuerden que siempre los leo y agradezco de corazón todos sus votos y comentarios ❤️.

No olviden votar por sus pareja favorita en mi instagram ❤️.

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