Capítulo 52
Emiliano
¿Crees que podríamos hablar?
Envié el mensaje apenas terminé de escribirlo, ni siquiera me di permiso de revisarlo para no arrepentirme de último momento. El círculo verde, junto a una fotografía de los dos, reveló Pao estaba conectada, pero eso no significaba lo vería enseguida. Para mi buena (o mala) suerte lo hizo.
Las dos palomitas azules se marcaron en la esquina inferior un segundo después. Jugueteé con mis dedos, esperé una respuesta impaciente, pero nada llegó, tras varios largos minutos entendí el mensaje. Me quedé con el visto clavado. ¡En visto! Solté un resoplido. No había pensando en esa posibilidad, consideré hasta que me mentara la madre, pero no sabía cómo combatir con un silencio.
Una parte de mí me dijo que debía dejar de insistir hasta que pudiera verla, pero el lío estaba en que era testarudo y además necesitaba pedirle un favor. Cerré los ojos, maldiciéndome a mis adentros mi idiotez, a buena hora se me ocurrió ponerme a cometer estupideces. Con el final dictado solo quedaban un par de opciones: mantenía mi orgullo o usaba la cabeza. Decidí ser honesto.
Emiliano
¿Puedes hacerme un favor?
Bien, creo que exageré con la honestidad, dudé reflexionando si sonaría demasiado agresivo. Sí, admití regañándome. ¡Una cosa solamente tienes que hacer y lo estropeas! Debí añadir una explicación o al menos un saludo para que no me creyera era un convenenciero, así que antes de que pudiera verlo intenté arreglarlo a la velocidad de la luz.
Emiliano
Es para mamá.
No supe si se trataba de la mejor aclaración, pero esta vez la respuesta no tardó en llegar.
Mi Pao
¿Ella está bien?
Emiliano
Claro. En realidad, quería saber si podrías, solo si puedes, preguntarle "casualmente" qué lugar siempre ha querido conocer en México. De preferencia que parezca mera curiosidad, no un encargo. En verdad te lo agradecería.
Sin despegar la mirada de la pantalla esperé una respuesta, sintiéndome un primerizo, pero de nuevo solo recibí el aviso de que sí había leído el mensaje. Pensé que me había mandando al diablo al creer se trataba de una tonta excusa o simplemente porque le aburría, lo cual sería razonable, por lo que confieso me sorprendí cuando mi celular sonó. Reconociendo el nombre no lo pensé ni dos veces antes de contestar esa llamada. No sabría decir si mi rápida respuesta fue por la emoción, o por el miedo que se echara para atrás, tal vez una combinación de ambas.
—¿Para qué quieres saber el lugar que siempre ha querido conocer? —repitió mis palabras sin darme oportunidad de saludarla. Me quedé con las palabras en los labios. De todos modos sonreí en la oscuridad de mi habitación al escuchar su voz del otro lado de la línea. Tuve que agitar la cabeza, para despabilarme.
—Quiero hacerle un regalo —le confesé bajando la voz, asegurándome de no arruinarlo aunque me había asegurado de no levantar ninguna sospechas. Eso, en lugar de acabar con sus dudas, aumentó su intriga.
—¿Un regalo?
—Sí, bueno... Estaba pensando, aunque parezca un milagro —aclaré divertido porque era un tema más complejo de lo que parecía—. Que desde hace años mamá no tiene un fin de semana para sí misma. Ya sabes, uno donde pueda ir a donde quiera sin preocuparse por nada —le dije, con eso último me refería a mí—. Así que pensé que sería una buena idea regalarle, una visita a algún lugar sencillo, de acuerdo a mis muy modestas posibilidades —aclaré, como si eso fuera necesario—. Quiero que se despeje y divierta unos días. Ya sabes, que se sienta no tanto como madre, sino más ella misma... No sé ni cómo explicarlo —admití enredándome con mis propias palabras, pasando mis dedos por mi cuello.
Es solo que durante la conversación rememoré, aunque siempre lo tenía presente, todas las horas que dedicaba a otros y las limitadas oportunidades que tomaba para desconectarse del mundo. Yo quería hacer tanto por ella, pero no sabía ni cómo empezar, así que me pensé sería un buen inicio darle un regalo, algo que no olvidara. Cumplir un sueño, por más pequeño que parezca, siempre queda en la memoria. Ella misma me dijo que no necesitaba cosas materiales, entonces le daría una caja llena de buenos recuerdo.
El silencio reinó, tuve el impulso de revisar si me habría colgado, pero no logré separarme del aparato antes de que Pao volviera a hablar.
—Eso es muy lindo, Emiliano —murmuró con un deje de ternura.
—El problema es que si se lo digo comenzará a sospechar —cambié de tema—, porque tuvimos una conversación dramática y...
—¿Tú estás bien? —me interrumpió preocupada. Dibujé una débil sonrisa, fue bueno saber que a pesar de odiarme le importaba un poco.
—Algunas piezas rotas, recuerdos desordenados y heridas no curadas, pero sobreviviré —admití siendo optimista—. ¿Me ayudarás con eso? —le pregunté enfocándome en lo importante.
—Claro que sí, Emiliano —respondí sin pensarlo—. Cuenta con eso. Trataré de ser una buena espía —mencionó divertida—. Creo que es algo muy lindo de tu parte, en lo que pueda ayudarte sabes que estoy aquí —me recordó.
Reconociendo lo bien que me sentía escuchándola descubrí que mis peores defectos, el rencor y el orgullo, era un mal que termina matándote a ti mismo. Te llevan a perder grandes momentos, a grandes personas solo por no tener el valor de decir lo siento o aceptarlos. Aunque esta vez era el mayor responsable del desastre y me bastó oír su cálida voz durante unos minutos para que la realidad me golpeara en la cara. ¿Qué demonios fui lo que hice?, me pregunté cuando la culpa entró sin avisar, burlándose de mí.
—Hey, Pao, también quería decirte... —comencé, decidido a soltarlo de una buena vez, pero aquel titubeante inicio pareció darle pista de mis intenciones.
—Ahora debo irme —soltó de pronto—. Ya es tarde —improvisó dejando claro no quería hablar de ese tema conmigo.
Apreté los labios. Supongo que lo merecía. Claro que lo haces.
—Sí, claro —acepté su decisión, asintiendo despacio—. Descansa.
—Tú igual, Emiliano —me deseó—: Y ya no te preocupes más, verás que todo saldrá bien —me animó. Sabía que ella no tenía esa certeza, pero fue bueno oírlo, me hacía sentir más seguro.
—Claro —repetí, agradeciéndole la motivación—. Ya sabes que si quieres platicar o estás aburrida puedes llamarme —propuse en un arranque. Su tierna risa me hizo sonreír.
—Suena a gran plan —aceptó risueña—, pero es casi media noche.
—Siempre hay sueños filosóficos... —argumenté.
—Ajá —se burló de mi pésima excusa.
Sí, supongo que mi imaginación no estaba en su mejor momento.
—O pesadillas que necesitan consuelo —di otra opción—. Yo estoy libre —declaré haciéndola reír—. Bueno, creo que ya paro —me propuse para no quitarle más el tiempo—, es que se me va la lengua porque tengo saldo ilimitado...
—Emiliano, yo fui quien te llamé —me recordó.
Dios, soy tan patético. Cerré los ojos al caer en cuenta de mi error. Pao pareció contener las ganas de soltar una carcajada ante mi descarado fallo.
—Cierto, ya estoy diciendo tonterías —reconocí burlándome de mí mismo, llevándome una mano a la cabeza—. Será mejor que te dejé descansar... —repetí con firmeza, obligándome a entenderlo.
—Para eso debo colgar —mencionó contenta.
—Sí, eso es lo habitual —le di la razón, divertido. Me regañé por irme de nuevo por las ramas—. Hasta mañana —me despedí al fin, porque si no me detenía podía durar toda la vida al teléfono. Pao también me deseó una buena noche antes de terminar. El silencio caló en mis oídos. Clavé la mirada en el techo aún con el eco de su voz. Cerré los ojos soltando un pesado suspiro. Yo me merecía el premio al idiota del año. Incluso cuando ya no podía escucharme dejé ir lo que mi corazón ya no podía callar, porque era tan grande que me resultaba imposible mantenerlo dentro de mí—: Te quiero, mi Pao —murmuré y en verdad lamenté no haber reunido el valor de decírselo.
Lavé mis manos antes de sentarme a la mesa. Era mi hora libre. Antes acostumbrada comer con Pao, pero ahora tenía que conformarme con la compañía de Lila. No era una queja, de hecho me divertía, de no ser porque no hacía más que intentar trepar a la mesa, para ver que estaba en mi plato, indignada conmigo por no compartirle.
—Lila, te di de comer hace menos de diez minutos, es imposible tengas hambre —argumenté siguiendo la lógica, pero no me escuchó. Siguió luchando con fuerza por alcanzar mi ensalada—. No, no, no —repetí riéndome de su esfuerzo—. Ni siquiera sé si puedes comer queso, Pao me matará si te da diarrea —le advertí, como si le faltaran motivo, para que se compadeciera de mí.
¿Algo mejoró? No. A Lila mi bienestar le valía un comino, ella quería ensalada y no le importaba si era a costa de mi propia vida. En aquel escenario solo me quedó un camino, por más irracional que resultara. Cerré los ojos, pero solté una risa declarándola ganadora, como ya era costumbre.
—Está bien, una vez más solamente —le advertí antes de empujar la silla de vuelta a la cocina.
Lila correteó contenta por su victoria, esquivando los muebles creyendo estaba persiguiéndola, le di el gusto impulsándome un poco más para pisarle los talones en una improvisada carrera. Evidentemente ella se llevó el primer puesto, pero en mi defensa fue porque le di ventaja.
—Ahí está. Eres una glotona —la acusé viéndola devorar sus croquetas como si llevara años sin probar bocado. Negué con una sonrisa. Lila había nacido para hacerme reír y vaciar costales de alimento.
Volví a lavar mis manos, esta vez decidido a comenzar mi hora de almuerzo, pero de nuevo me equivoqué. Mi camino quedó interrumpido a mitad de la sala cuando encontré a Pao frente a la puerta con su blusa crema y su falda miel. Confieso que me sorprendió. No la había escuchado entrar, parecía estar esperándome porque no se atrevió a dar un paso más allá del umbral.
—Hola —me saludó tímida—. Perdón si entré, no te encontraba —se justificó. Negué con una sonrisa demasiado efusiva para que no se angustiara, esa era su casa, ella podía entrar cuando quisiera.
—Hola. Sí, estaba con Lila —le expliqué señalando el punto exacto. Ella asintió dándole un vistazo, lo que halló fue la familiar postal de aquel pequeño ser comiendo—. Tenía hambre por millonésima vez. Te aseguro que le doy justo lo que me dijiste, pero no sé, parece tener planes de convertiste en un hipopótamo en miniatura —conté divertido.
Pao sonrió con ternura escuchándome hablar de puras tontería, me avergoncé un poco porque seguro no había venido a oír mis aventuras. Quise improvisar algo interesante, pero no se me ocurrió nada, así que me limité a mirarla como un imbécil. Supongo que mi mirada fue demasiado intensa porque ella acomodó un mechón detrás de su oreja, sonrojándose. Carraspeé incómodo, intenté retomar la conversación, pero ella se me adelantó.
—Río Verde, San Luis Potosí —soltó de pronto, confundiéndome.
—¿Qué? —pregunté aletargado.
—Tu madre dijo que le gustaría visitar Río Verde, San Luis Potosí —repitió contenta, burlándose de mi tonta expresión. Asentí—. Cuando era pequeña fue con sus padres una vez de vacaciones y le quedó un lindo recuerdo. Siempre quiso volver —me compartió rodeándome para sentarse en el sofá. Yo la seguí con la mirada antes de que ocupara un lugar frente a mí, empujé la silla para mirarla un poco mejor.
—¿Sabes si está lejos? —dudé siendo un desastre en geografía.
—Honestamente no lo sé —admitió. Me alegró no ser el única ignorante. Por suerte gozábamos de tecnología, así que amparándome al buen Google saqué mi celular para investigar. En menos de cinco minutos ya conocía la historia, lugares turísticos, precios de hospedajes, reservaciones y con un poco más de tiempo hasta hubiera conseguido un taxi a la puerta de la casa.
—No parece muy costoso —le agradecí a Dios porque creo que me acomodaría bien. De la felicidad, si fuera posible hasta me hubiera puesto a saltar—. ¿Te molesta si los compro ahora? —le pregunté—. Si lo dejo para después temo olvidarlo —acepté porque tampoco quería perder la oferta.
—Por mí no te preocupes —respondió con una dulce sonrisa.
Sin pensarlo demasiado separé los pases de autobús e hice las reservaciones en un hotel que parecía hogareño. Sin ser experto en turismo (posiblemente hasta me habían estafado) me sentí satisfecho por perder la hora de comida a cambio de tener todo listo para que no se preocupara por nada. Sonreí comprobando todo estaba en orden.
—Listo, ya quedaron dos boletos.
—¿Piensas acompañarla? —curioseó Pao, mirándome de reojo.
—No, se supone que la idea es que descanse de mí —le platiqué. Ella entrecerró la mirada, ladeó su rostro dibujándome una bonita sonrisa—, pero sí me gustaría que la acompañara alguien que ella quisiera, puede ser mi madrina, se llevan muy bien —aseguré. Las dos se entendían—. Ojalá le guste —deseé porque no había nada en el mundo que me diera más ilusión que hacerla feliz, aunque fueran apenas un par de días.
—Estoy segura que sí, Emiliano —me animó notando la sinceridad de mis palabras—. Es un regalo hermoso, sobre todo por la intención que hay detrás. Te apuesto que para ella significará mucho —dijo justo lo que necesitaba escuchar tomando mis manos para calmar mi mente. Fue un contraste de emociones, por un lado tranquilidad ante su voz, que siempre lograba hacerme sentir un poco más confiado, y la electricidad que me recorrió al sentir de nuevo su piel.
Supongo que ella también lo percibió porque borrando su cálida sonrisa me soltó deprisa.
—Bueno, creo que será mejor que me vaya —soltó, levantándose deprisa—, tu madre está sola...
—Espera, Pao, ¿podríamos hablar? —lancé, tomándola de la mano para que no se marchara. Ella me miró, dudando—. Será un minuto, te lo prometo. Solo quiero que sepas que...
—Perdóname —escupió tomándome por sorpresa.
—¿Qué? No, no, no... —me adelanté, era mi turno de hablar.
De todos modos, ella me ignoró, decidida a ser quien tomara la palabra.
—Emiliano, sé que me equivoqué y en verdad me duele —mencionó atormentada, regresando a ocupar su sitio—. Yo no tenía ningún derecho a presionarte para tomar una decisión, por más buena que yo creía fuera, sobre todo cuando hablamos de algo tan difícil para todo...
—Bien, ahora es mi turno de hablar —alegué alzando la mano para pedir una pequeña pausa.
Ella colocó su dedo sobre mis labios, silenciándome. Encontré la suplica en sus pupilas.
—No quiero guardarlo, por favor —me pidió por miedo a perder el valor—. He sido una tonta. Yo... Quería ayudarte de alguna manera —se sinceró, echando la mirada a un lado, liberando la voz de su corazón—, pero no fue el modo. Debí respetar tu tiempo, contarte lo que sucedió tal como tú confiaste en mí para compartirme algo que no le habías dicho a nadie más, aceptar que solo tú podías decidir cuándo abrirías esa puerta. Solo tú sabes lo que eso duele. Habías dicho tantas veces que no era el momento, que no estabas listo y no te escuché. Me pediste que te entendiera y te fallé —declaró culpable, equivocándose.
—Tú nunca me fallas —murmuré sincero, buscando su mirada que rehuía de mí porque no había nada que le impidiera verme. Le di una débil sonrisa—. Yo soy el que debe pedirte perdón. Fui un verdadero imbécil hablándote de esa forma —acepté molesto conmigo mismo—. Te dije cosas horribles y... —Callé, cerré los ojos avergonzado—. En verdad, siento haberte herido, Pao. Estaba cegado por el enfado, por la platica de papá, por el miedo, pero no tenía derecho a desquitarme contigo cuando intentabas ayudarme. En el fondo sabía que tú tenías la razón, solo me negaba a aceptarlo porque no deseaba dar ese paso —reconocí—. Soy consciente que merezco que me mandes al diablo, pero no quiero que lo hagas sin que antes sepas que me arrepiento de haberte hecho daño.
—Yo también te hice daño —murmuró. Negué para que no cargara con mis culpas.
—No. Escucha, es normal que no estemos de acuerdo en todo y entiendo por qué lo hiciste —la tranquilicé para que no le diera más peso del que tenía—. Aunque no lo diga... No creas que no he pensando antes que hablar con papá es lo que necesito para seguir adelante —confesé—, pero... —Apreté los labios, resistiéndome a admitir mi cobardía—. No me es fácil. Tengo miedo, aunque suene un poco ridículo —admití sin orgullo. Miedo de lo que fuera a encontrar, del impacto que tendrían sus palabras, de regresar al pasado.
—No, te entiendo. Esto fue muy difícil, no se arregla únicamente con una "charla" —mencionó, riéndose de sus propias palabras—. He sido tan... Dios, ni siquiera sé qué palabra usar... Una auténtica estúpida —escupió al fin.
—Pao, estás maldiciendo —fingí asombrarme, escondiendo una sonrisa—. Las cosas se están saliendo de control —añadí levantando las manos en señal de paz. Afiló la mirada, reclamando no la tomara en serio, pero terminó soltando una dulce risa—. Hey, no digas eso.. Aquí el que lo estropeó fui yo, pero... Es que soy un verdadero idiota, me esfuerzo por cambiarlo, pero parece que está en mis venas —me quejé.
Pao que me conocía no pudo alegar contra ese punto. ¿Agradecí su sinceridad?
—En ese momento debí ser yo quien usara la cabeza. Acababas de verlo, está claro que seguías alterado —argumentó—. Fue demasiada información para ti —intentó justificarme.
—Oye, ¿cuándo me toca a mí ser el cerebro de la relación? —cuestioné—. Nadie confía en mí limitado intelecto. Está bien que no soy una eminencia, pero tus errores no borra los míos. Sí, quizás no fue el momento adecuado —concedí—, mas no puedo cerrarme a escuchar, sin importar no es lo que deseo oír.
—Pero esto iba más allá. Sé mejor que nadie que esto es lo único que te vuelve vulnerable —mencionó dando en el punto—. Me permitiste tomar un extremo de la cuerda que te mantiene atado y yo la forcé cuando me habías pedido no lo hiciera... —rememoró—. Es lo que único que me habías confiado y estabas tan asustado cuando me lo pediste...
—Bueno, "tan asustado" quizás no —mentí un poco incómodo. Ella sonrió—. Pero ya no importa, escucha, olvida esa promesa —mencioné, tomándola por sorpresa—. No te preocupes por mí, haz lo que tu corazón te diga, si un día te invita a comer pizza con papá, aprovecha, porque nunca pinchaba nada —bromeé. Ella río dándome un juguetón empujón.
—Emiliano, no pienses que no me importa lo que sientas o que pongo a tu padre antes que tú —expuso echando fuera tan solo la idea—. Yo... Solo quería que fueras libre de una vez —soltó al fin soltando un suspiro. Cubrió su rostro con las manos, apoyando los codos en sus rodillas.
Escuchándola librando una batalla con la culpa percibí mi propia frustración al saber había hecho las cosas mal con ella. Respiré hondo, y aunque Pao no deseaba verme, la sorprendió tomándola de las manos para retirarlas con cuidado. Ella alzó la mirada confundida a la par le di una débil sonrisa.
—Lamento cada cosa que dije —mencioné con toda la honestidad que había en mi corazón—, sobre todo cuando te reclamé me trataras como un animal del refugio al que creías debía salvar —repetí mis palabras, que ahora con la cabeza fría dejaban a la luz mi estupidez—. Porque nunca lo has hecho, todo lo contrario, te has dedicado a cambiar mi vida para mejor —admití—, a ayudarme en todo lo que tú puedes. Debería agradecértelo en lugar de comportarme como un tarado. Después de todo nunca has tenido la obligación de hacerlo, podrías haberte marchado desde hace mucho —reconocí, como lo había hecho el resto—, pero has estado conmigo incluso cuando no lo merecía —expuse.
—¿Cuándo no lo has merecido, Emiliano? —me interrogó comprensiva.
Tenía una lista enorme, pero empezaría con el punto más importante.
—¿Cuando me comparé con un animal del refugio? —dicté un ejemplo.
Ella soltó una risa ante la inesperada respuesta. Sonreí había echado de menos ese sonido.
—Pero eres el animal mundo más bonito del mundo —se burló divertida, encogiéndose de hombros. Vaya, era el halago más extraño que había recibido en mi vida, pero no me quejé.
—¿Crees que podrías perdonarme? —me atreví a pedirle, cuidadoso—. Es decir, no tiene que ser ahora, no tengo prisas. El día que tú te sientas lista —remarqué—. Claro que no me quejaría si...
Pao volvió a callar mi parloteo colocando su índice en mis labios. Eso significaba que estaba desvariando.
—No, discúlpame tú a mí.
—Ya no más disculpas —la interrumpí inclinándome para quedar cerca de ella, alejando su cargo de conciencia—. Tú solo quisiste ayudarme, como si lo haces. Te lo agradezco —concluí para no dejarlo pasar. Además, no tenía sentido darle vueltas a algo que dolía—. Ahora solo déjame mirarme —le pedí, acomodando un mechón—. ¿Sabes? Te extrañé —me di el permiso de ser honesto porque ni siquiera entendía cómo lograba . Pao me dio una débil sonrisa que pareció responderme con la misma emoción. Detuvo mi mano cuando quise apartarme, la colocó sobre mi mejilla, cerrando los ojos.
—Quería hablar contigo antes —me contó sin soltarla—. Pero no sé, pensé que no me perdonarías, porque sé es que algo difícil para ti. Y ayer que me llamaste... En realidad, prefería decirte las cosas a la cara —confesó torciendo sus labios, algo muy a su estilo. Asentí, sonriendo—. Aunque no se por qué, si ni siquiera me estás escuchando —me reclamó con un mohín.
—No, honestamente no —acepté divertido. Ella quiso enfadarse, pero me adelanté a su enfado—. Hey ¿qué te parece si nos saltamos toda la parte dramática y vamos directamente a donde nos besamos? —propuse haciéndola reír por mis tonterías.
Ella negó derrotada antes de acunar ni rostro entre sus suaves manos y acortar la distancia entre los dos. Confieso que lo disfruté como si fuera el primer dulce beso que me regaló. Reconocí al contacto lo mucho que había extrañado sus labios. De hecho era tanto mis deseo por ellos que me costó un poco dejarlos ir cuando se apartó. Ella me dio una tierna sonrisa, apoyando su frente en la mía.
—En verdad, lo siento —repitió.
Sonreí ante su angustia, apartándome apenas un poco para mirarla directo a esos ojos miel que adoraba. Me acerqué a su boca, para hablar sobre sus labios sin rozarlos.
—Yo también lo siento —murmuré antes de darle un beso corto que apenas pudo corresponder—. Siento tu cariño —susurré besando su nariz—, tu amor, tu dulzura, tu ternura... —murmuré contra su mejilla. Pao cerró los ojos disfrutando de la caricia de mi cercanía. Estudié su sonrojo cuando acomodé un mechón solo para tocar su mejilla.
—Eres muy dulce, Emiliano.
—Te faltó increíblemente guapo y carismático —bromeé acomodándome la chamarra. Decir tonterías siendo pagadas por su risa era sin duda el mejor trato del mundo.
—Modesto no está en la lista —asumió.
—Pao, con tremendo atractivo sería un desperdicio —alegué, señalándome.
Arrugó su nariz en un gesto que me gustaba mucho antes de besarme con esa dulzura de la que había vuelto adicto. Tras varios días extrañándola deseé quedarme la vida entera besándola, pero por desgracia, duró apenas un instante porque el sonido de la puerta la hizo pegar un salto. Sonrojada y como si tuviera un resorte incluido se apartó de mí, rodeando el sillón en un segundo, planteando distancia entre los dos.
El silencio entre los dos, ella por la vergüenza, yo resistiendo los deseos de reírme por su reacción, fue tal que mi madre pensó que nos había atrapando en el punto catastrófico de una discusión. Pasó la mirada de uno a otro, preguntando en silencio qué sucedía, ninguno contestó, Pao fingió estar ocupada viendo sus zapatos.
—¿Todo bien? —preguntó al fin, cuidadosa.
Ambos nos miramos a los ojos, pero a mí no me duró mucho el papel de hacerme el tonto. Y eso que era mi especialidad.
—Sí —admití tranquilo—, todo bien. Debería darte las gracias —admití. Acertó en todos sus consejos. Mamá lució más relajada al saber que todo había vuelto, de cierta forma, a la normalidad—. Pero en realidad, no hablábamos de nosotros, sino de ti —revelé de pronto, sorprendiéndola.
—¿De mí? —repitió extrañada, dándole un vistazo a Pao que se lo confirmó con una sonrisa—. Espero que cosas buenas —lanzó desconfiada.
—Evidentemente —se adelantó Pao antes de que yo soltara una broma.
Alcé las manos, rindiéndome. Dios, me tenían en un pésimo concepto.
—Hablábamos no de lo que eres, sino de lo que puedes ser. En otras palabras, no del pasado, sino del futuro —respondí, enredándome para salirme por la tangente.
—Vaya, hasta poeta saliste —se burló.
—¿Qué te digo? En una de esas desbanco a Pao y el escritor de la familia resulto ser yo —alardeé orgulloso. Mi madre negó sentándose, le dio un leve golpe al espacio vacío pidiéndole a Pao que la acompañara. Tímida lo pensó, pero terminó aceptando la invitación.
—Bueno, deja tu poeta interno y dime lo que quieres decir —me apuró con un ademán—. No le des tantas vueltas que sabes que la paciencia no es mi fuerte —declaró lo que sabía mejor que nadie.
—Estuve pensando...
—¿Y ese milagro? —me interrumpió extrañada, robándome una sonrisa.
—¿Qué te digo? Cuando lo hago salen cosas maravillosas, por eso me limito, no puedes esperar un mundo lleno de ideas millonarias —expuse con gracia.
—No exigiría tal cosa.
—Sí... —admití reflexionando, estudiando su sonrisa—, tú no exiges nada cuando lo mereces todo. Y sabes qué, estaba preguntándome cómo recompensarte un poco lo mucho que haces por mí, un poco porque soy un ciudadano más, que con todo el dolor de su corazón y cartera debo pagar en impuestos —lamenté—, lo que me obligó a descartar la mayoría de mis opciones y centrarme en la realidad...
—No estoy entendiéndote nada, Emiliano —detuvo mi parloteo, ordenándome fuera directo al punto. Me cortaban la inspiración, me quejé a mis adentros, Pao escondió una sonrisita riéndose de mí.
—Tengo un regalo para ti —solté.
Una sonrisa se pintó en mis labios cuando percibí su sorpresa, definitivamente no lo esperaba. Permanecí callado, ansiando algún comentario de su parte, pero nada, continuó meditándolo para sí. Intentando ser más claro le mostré la página en mi celular donde hablaban del destino. Su mirada permaneció perdida en la pantalla sin darme ninguna pista.
Empecé a preocuparme. En una de esas me confundí en algún clic y compré un viaje al penal con visita a las celdas incluido.
—¿Tu celular? —preguntó al fin, ladeando el rostro con expresión desencajada.
Fruncí las cejas antes de notar la pantalla se había apagado. Genial, la tecnología siempre arruinando mi drama. Pao apretó los labios para no dejar escapar una carcajada ante mi error. Esta vez me aseguré pudiera leerlo sin líos, y a medida sus ojos recorrían las líneas su expresión pasó del desconcierto al completo asombro. Alzó la mirada para preguntarme en silencio qué clase de broma le estaba jugando. Lo más extraño de todo fue no hallar pizca de diversión en mi rostro. Casi pude escucharla decirme que si era un chiste me iría mal, por suerte esta vez mi seguridad no estaba en riesgo.
—Estuve pensando que has pasado ocho años viviendo por mí —comencé con una sonrisa—, ¿qué tal si empezamos a preocuparnos por ti? —le pedí. Ella quiso hablar, pero me adelanté—. Sé que esto no arregla nada —acepté agitando la cabeza—, que los problemas no dejan de estar ahí solo por cerrar los ojos un instante, sin embargo, seamos optimistas, siempre viene bien darnos permiso de tomarnos un descanso, ¿no?
Mi madre pareció tardar un instante en creerlo. No era para menos, con mi historial de egoísta y bromista, uno nunca puede fiarse de una acción de este tipo.
—No sé qué decirte, no lo esperaba —murmuró aún aletargada, pasó su mirada de uno a otro—. ¿Un fin de semana libre? Ya ni siquiera sé con qué podría empezar —confesó riéndose. Qué fácil es olvidarnos de nosotros mismos cuando amamos tanto a otros, pero nunca es tarde para darnos el lugar que nos corresponde.
—Puedes empezar olvidándote de mí por un rato —lancé una opción, contento.
Ella me sonrió de una forma peculiar.
—Yo nunca me olvidaré de ti, Emiliano —aseguró, casi en una promesa.
Sonreí escuchando su seguridad. Eran más que palabras, me lo había demostrado. Me levantó del fango en el que mi depresión me había lanzado y arrancándose un trozo de su propio dolor curó cada una de mis heridas, sin rendirse, paciente y amorosa. Fue la tabla que me mantuvo a flote, el faro que me guio en la tiniebla, el motivo que me impidió rendirme. Y ante un amor tan incondicional, yo deseaba entregar todo por su dicha. El problema estaba en que desconocía el cómo y ante ese panorama solo encontré como una opción válida entregarle parte de mi corazón, ese que ella rescató.
—Lo sé —acepté sonriéndole—. Voy a estar esperándote para seguir dándote problemas —añadí divertido, porque yo sabía que pese a mis intentos por mantenerme entero siempre necesitaría un poco de ella. Y por la manera en que me sonrió entendí le sucedía igual. Tardé años, pero al fin entendí que cuando uno ama no es un sacrificio dar un poco de nosotros. Todo lo contrario, parece nunca ser suficiente.
¡Hola! Ya es sábado del club. Este capítulo puede parecer un poco corto, tal vez esperaban un poco más de tensión, pero los que han leído varias de mis novelas saben que soy una gran defensora del diálogo para solucionar los problemas 😊❤️... O tal vez estoy preparando algo para más adelante 🤔❤️. Sí, esa también puede ser una opción. El siguiente es un poco peculiar, creo que les gustará, pero por si las dudas no se lo pierdan ❤️🤫. Estoy muy, muy emocionada porque lean lo que se viene ❤️. Ahora sí, tres preguntas: ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda en el siguiente? Y la pregunta especial, ¿si tuvieran la oportunidad de visitar cualquier lugar del mundo, cuál sería y por qué? ❤️
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