Capítulo 50 💔 + Aviso importante
No llamaría enfado al sentimiento que me invadió. En realidad, no sabía ni qué nombre darle, tal vez el que más se acercó sería confusión. Fue como si le hubieran arrancado una hoja a mi historia y al pasar a la siguiente no lograra entender la continuación. Es decir, tarde anterior Pao se marchó sin hacer ningún comentario referente a mi padre y sin embargo lo había visto. Mi cabeza de quizás que desafilaron frente a mis ojos sin dar respuesta. Sintiéndome perdido me repetí que debía haber una explicación detrás, siempre la había, y cuando la escuchara todo cobraría sentido.
Tal vez el cielo, compadeciéndose de mí, la envió en ese preciso instante para acabar con mi silenciosa tortura. Pao cruzó la puerta con una sonrisa, rompiendo el pesado silencio que las dudas habían compuesto como banda sonora de mi desastre. La estudié sin evitarlo, pero no hallé nada que me hiciera sospechar. Lucía contenta, relajada y con la misma energía de todos los días. Casi me sentí culpable por desconfiar de ella, tal vez Laura se equivocó, Pao nunca rompía una promesa.
—¡Hola Laura! —la saludó amigable al percatarse de su presencia—. ¿Cómo van las cosas? —le preguntó contenta al cruzar al otro lado del mostrador.
Laura bajó la mirada avergonzada, sin saber qué responder. Me pregunté si su agobio se debía a causa de que mintió o a una culpa que no le correspondía, y aunque hubiera dado todo porque se tratara de la primera opción, tuve la corazonada de que esta vez había hablado con la verdad.
—Bien... —respondió desanimada, luchando por mirarla, pero se rindió a mitad de la guerra—. Ahora será mejor que me vaya —improvisó una excusa para salir de ahí.
Pao se extrañó un poco de su repentino cambio, pero asintió preguntándome en silencio qué sucedía. No respondí, ni Laura lo hizo, prefirió marcharse tal como llegó, pero con la tristeza invadiendo su rostro.
—¿Qué fue eso? —preguntó divertida cuando nos quedamos solos. No dije nada, seguía aletargado por mis pensamientos, pero ella no le prestó importancia a mi actitud hasta que se inclinó para darme un beso que no correspondí. El tiempo se detuvo entre los dos. Entonces sí fue imposible ignorarlo algo andaba mal. Pao se apartó despacio, en sus ojos se asomó la confusión—. ¿Pasó algo? —dudó.
No contesté, distraído en su mirada transparente, estudiando esos ojos claros que se defendían como inocente. Pao prometió no interferir. Si no podía confiar en ella, ¿en quién podría hacerlo?
—Mi padre estuvo aquí —contesté al recuperar la voz.
Pao se mostró sorprendida, asintió despacio encontrando el punto lógico que faltaba en su ecuación, culpando a su visita de mi extraño comportamiento. Acomodó un mechón, torció sus labios antes de mirarme con una débil sonrisa.
—Lo siento mucho. ¿Tu cómo estás? —curioseó cuidadosa, conociendo se trataba de un tema delicado.
—Bien —mentí, pero pronto desistí de ese engaños—. No hablamos mucho —especificó. No me escuchó, distraída dio un leve asentimiento y esa muda respuesta me hizo dudar. Parecía que su cabeza estaba en otra parte, temí acertar dónde—, al menos no tanto como seguro sí lo hizo contigo —lancé directo, sin lograr contenerme.
Tal vez no fue la mejor manera de abrir el tema, pero mi corazón no se resistió. Necesitaba la verdad. Deseé con todas mis fuerza no entendiera mis palabras, que su rostro me gritara mi error. Sin embargo, el cambio en sus ojos, que se abrieron de poco asombrada antes de rehuir nerviosa de mi mirada me hizo sencillo dar con la respuesta, lo que no fue fácil fue aceptarla. Un silencio tortuoso se formó entre los dos, pero ella misma se encargó de romperlo con el golpe definitivo.
—Ya lo sabes... —murmuró tensa dando un paso atrás.
—¿Entonces es verdad? —cuestioné aún esperanzado de que lo negara, deseando yo me hubiera equivocado. Ella notó el ruego callado en mi voz, suspiró atormentada, pero no quiso mentir, asintió confirmando la verdad. Arrugué el entrecejo, meditándolo. Pao prometió que... Sí, me había equivocado—. No puedo creerlo —solté para mí.
Ni siquiera era capaz de imaginar de qué podrían hablar ellos dos que no girara en torno a mí. Eso era lo peor. Debí suponer que pasaría, creo que siempre supe llegaríamos a este punto, por eso fue lo primero que le pedí, pero confié ilusamente que un par de vacías palabras servirían.
—Emiliano, si me dejas explicarte...
—¿Para qué? —escupí enfadado. No me interesaba lo que tuviera que inventar, el resultado era el mismo.
—Emiliano, no lo busqué, él lo hizo —aclaró deprisa—. Cuando me habló no tuve más opciones. No sé qué te habrá dicho él, pero si lo hice fue porque me pareció estaba arrepentido de verdad —comentó, sorprendiéndome de mala manera. Era lo único que me faltaba, que Pao abogara por él. Había conseguido lo que buscaba, chantajearme por medio de alguien al que no podía decirle que no.
—No me importa eso ahora, lo que no me entra en la cabeza es por qué hablaste con él—expuse molesto. No pensaba tocar de ese tema ni con ella, ni con nadie. Si papá pensó cedería con esa estrategia, se equivocó. No caería en su juego.
—No pensé que fuera tan malo... —se justificó tímida.
—¿Entonces por qué no me lo dijiste? —la cuestioné.
Si no había nada malo en sus acciones, si antes sus ojos no había nada malo, pudo contármelo, pero no lo hizo, ni pensaba hacerlo de no ser porque me enteré por otro medio. Y ella mejor que nadie sabía que odiaba las mentiras, los secretos. Pao calló un instante. Quiso hallar una razón, pero era inútil, torció sus labios, aceptando la acusación.
—Porque sabía que te enfadarías —soltó al fin.
—¿No sería natural? —mencioné. Evidentemente no haría una fiesta. No se trataba de faltar a un cumpleaños, sino de intervenir en un tema que solo me correspondía a mí, apoyarlo dándome a mí la espalda. Ella, la única persona a la que le había confiado mis sentimientos puso primero a un tipo que acababa de conocer—. ¿Qué pretendía? —la cuestioné sin comprenderlos, porque si ella me conocía un poco podría adelantar que intentar ir en contra de una decisión tomada sería en vano.
—Él solo quiere que lo escuches...
—Yo ya le repetí hasta el cansancio que no —insistí frustrado—. ¿Por qué demonios no puede respetar mi decisión? —le reproché al cielo—. No, claro que no, tenía que buscar a mi novia para que intercediera. Es algo tan bajo —sostuve—. Y de él no me sorprende, pero me prometiste que no interferirías en este asunto, Pao —le refresqué la memoria
—Emiliano...
—Yo te prometí que no hurgaría sobre tus novelas, que nunca cruzaría tu línea porque era algo muy personal. Te lo prometí y cumplí —defendí. Miró sus zapatos, sin encontrar cómo defenderse—. Entendí que hay cosas que simplemente no son asunto mío. Tú aseguraste lo mismo, pero mentiste —mencioné, decepcionado. Decepcionado de haber confiado en ella, solo en ella, para contarle como me agobiaba su partida, esperando me comprendiera. Deseoso de poder hablar de algo que me hería sin juicios, ni presiones. Mostrándome vulnerable esperando lo aceptara, pero no, claro que no, debía intentar cambiarlo.
—Mi intención nunca fue traicionarte —aseguró. Pues eso fue lo que logró—, pero cuando me detuvo parecía que realmente tenía algo importante que decir —repitió—. Pensé que tal vez confesaría la razón por la que apareció.
—¿Lo hizo? —pregunté desconfiado, pero deseoso de dar con el porqué.
Pao acomodó un mechón, lo medité en su interior y ante su duda supuse no me gustaría lo que diría. No me equivoqué, era peor de lo que imaginé.
—Emiliano, creo que en verdad está arrepentido —concluyó—. Deberías escucharlo...
Esa fue la gota que derramó el vaso. Negué, chasqueando la lengua. No podía creer le hubiera comprado ese cuento. Entendía su amor por las buenas intenciones, pero pecaba de ingenua si pensaba que las personas cambian después de hacer tanto daño.
—Por Dios. Te conté algo muy personal, sabes mejor que nadie como afecta el tema de mi papá y parece que lo único que te importa en este momento es la redención de ese hombre —acusé enfadado porque se pusiera de su lado—. ¿Por qué les es tan difícil aceptar que no pueden obligarme a hacer algo que no quiero? —cuestioné harto.
—No quiero forzarte —defendió, pero sus actos se contradecían—, solo que... Pienso que no vas a poder vivir en paz hasta que cierres ese capítulo. La vida te está dando la oportunidad, no te niegues a esa posibilidad por algo que solo te hace daño a ti—me hizo ver. Y aunque tenía razón me chocó escucharlo de su voz.
—¿Cómo se supone que lo cierre? —la cuestioné esperando una respuesta útil, no un simple discurso—. Según tú y mi padre debo estar listo, con los brazos abiertos para recibirlo cuando a se le antojara volver, y dispuesto a perdonarlo —me burlé con amargura—. Yo, como una buena persona, debo perdonarlo, olvidar de la noche a la mañana lo que hizo porque lo mejor es cerrar el capítulo ahora que él quiere pasar página —resumí su idea—. Que sencillo —alegué—. Que Emiliano se lo lleve el diablo porque es lo correcto, que él perdone, que él escuche, que él olvide.
A sus tiempos, a su gusto, porque era tan egoísta que deseaba que todo volviera a la normalidad por el simple hecho de desearlo. El resto solo éramos actores de su obra que debían decir sus líneas.
—No hablo de perdonarlo, simplemente de oírlo para seguir adelante. Sé que no es fácil —admitió—, puedo imaginar que es el paso más costoso, pero tú eres muy fuerte... —me animó queriendo tomar mis manos, pero la rechacé. Pao disimuló le había dolido mi lejanía.
—Claro que no es fácil. No me pidas que deje de ser humano —interrumpí su motivación—. No puedo mentirme a mí mismo, no puedo simplemente olvidar lo que pasó —destaqué—. No es un simple descalabro. Es la persona que más daño me ha hecho en mi vida —mencioné cansado—. ¿Por qué cuesta tanto entender que cada que aparece por esa puerta una parte del Emiliano que me he esforzado por años en reconstruir se quiebra? —solté superado por el dolor acumulado, por toda esa exigencia, por ese constante recordatorio de qué debía hacer, incluso cuando no estuviera listo.
—Emiliano... —susurró, deseando consolarme, pero no se lo permití. No quería su falsa lástima.
—Tú me pides que ceda porque es lo mejor para ambos, pero por qué no le preguntas a él si alguna vez se ha detenido a pensar lo que es mejor para mí —la interrogué al límite de mi dolor—. Si cuando llega dispuesto a ganarse algo que no se merece se detiene un segundo a imaginar si todas esas dudas que me acecharon por años me atormentan. Este es el mundo real —expuse señalándonos, odiando que resolviera mi conflicto en un par de frases—. No una novela donde la gente perdona simplemente porque es lo ideal para la trama. Las personas no nos movemos empujados por lo correcto o no, al menos no esta, sino por lo que está dentro de nosotros —mencioné, golpeando justo donde mi corazón amenazaba con agrietar mi pecho.
Pao cerró los ojos, negó suavemente, hablando consigo misma.
—No, no me lo dijo porque apenas hablamos. Lo sabrías si me dejaras hablar. No nos reunimos en secreto —remarcó—. Un día me lo topé al bajar del camión, estaba esperándome, me pidió hablar, me negué, insistió mucho, así que terminé aceptando —enumeró tan rápido que apenas logré entenderla—. No fueron más de cinco minutos. Me aseguró que en verdad deseaba hablar contigo y me pidió que le diera una mano. ¿Sabes qué le dije? Que no podía intervenir —respondió cerrándome la boca. Eché la mirada a un lado—. Lo vi una segunda vez en las mismas condiciones, hace unos días, y le repetí exactamente lo mismo, que no podía meterme, que si quería ganarse tu perdón tenía que intentarlo por su cuenta —describió—. Y parece que hoy probó suerte.
Quise hablar, pero ella se me adelantó, conociéndome.
—Y antes de que lo digas. Estuvo aquí porque es un adulto con criterio que toma sus propias decisiones —defendió para que no la culpara de esa visita. Sí, en eso tenía razón—. Y no, por si te lo estás preguntando, no lo sabía —añadió—. No es como que seamos mejores amigos y nos reunamos para ir de compras todos los miércoles.
Guardé silencio aceptando que tal vez me había dejado llevar. Juro que mi intención fue disculparme por mi arrebato y pude haberlo hecho de no ser porque Pao, fiel a su honestidad, no pudo mantener lo que guardaba su corazón para sí misma.
—Ahora si me preguntas mi opinión, aunque sé que no interesa —comentó sin mirarme—, pienso que mientras no te des la oportunidad de escucharlo no podrás cambiar de página. Siempre estará esa voz ahí. Emiliano, no pienses en perdonar a tu padre por él, sino por ti.
—No puedo —escupí sin pensarlo.
—Yo sé que puedes. Emiliano, haz un pequeño esfuerzo, mereces ser feliz...
—¿Por qué no puedes entender que no puedes arreglar todo solo deseándolo? —la cuestioné cada vez más irritado por su insistencia. Ninguno quería dar por terminado el tema, aferrado a que el otro aceptara su error y esas historias siempre tienen el mismo final. Pao me miró dolida, pero ella también me estaba lastimando—. Debí suponer que te pondrías de su lado —acepté. Era típico de ella sentir compasión por los desvalidos y mi padre era un experto en conseguir lo que quería, sin importar qué papel debía interpretar.
—No, simplemente te digo lo que pienso —mencionó molesta de que pensara la podían chantajear a su antojo y no estuviera hablando por sí misma—. Deja de ver como tu enemigo a todo aquel que diga su nombre.
—Pues mi amigo claramente no es —sentencié—. Según tú, que pareces saber mucho del tema, qué debería hacer —la encaré porque lo hacía ver como si fuera tan sencillo que tal vez ella tenía la formula para terminar con ese mal.
—Escuchar —concluyó con sabiduría—. Cerrar el capítulo o continuar será tu decisión, pero no puedes ser libre si no sueltas todo lo que está haciéndote prisionero —respondió usando la voz de su corazón, esa a la que es tan difícil llegar cuando uno está dominado por el coraje.
En el fondo sabía que se trataba de un acierto, pero me negué a reconocerlo porque entonces tenía que aceptar hacer un cambio. Estaba tan asustado de enfrentar mi mayor temor que me sentía atrapado contra la pared, con la realidad a punto de alcanzarme, hiriéndome por no haberme preparado para revivir el hecho más doloroso de mi existencia.
El pasado siempre te alcanza y lo peor es que cuando te das cuenta ya es parte del presente.
—No puedo —repetí bloqueado, sintiéndome cada vez más asfixiado por su deberías. También quería hacer lo correcto, pero necesitaba tiempo y paciencia—. Lamento no ser tan perfecto como tú —murmuré. Mis palabras la hirieron, su mirada delataron había hecho un rasguño en su corazón.
—No se necesita ser perfecto.
—Pues no quiero hacerlo —concluí tajante, dando por terminada la conversación sin importar si ella deseaba seguir charlando o no. Estaba hecho—. Ya estoy cansado de que mi vida se resuma en "pequeños esfuerzos" —repetí sus propias palabras molesto. Claro, simples pasos que desde afuera se veían sencillos y a mí casi me destrozaron el corazón—. Pensé que me entenderías —hablé para mí—, pero debí suponer que no podrías, no puedes imaginarte lo que se siente tu papá te deje. ¿Cómo lo harías? Con tu familia perfecta, con unos padres que se desviven por tu felicidad.
—Ni siquiera te reconozco —me acusó decepcionada al verme reaccionar como un animal asustado que la única manera que encuentra de defenderse era mordiendo.
—Entonces quizás no me conoces tan bien —concluí molesto conmigo, con ella, con el mundo—. Esto es lo que soy, Pao. Un egoísta, rencoroso e irracional. Soy muy diferente al tipo perfecto que te gustaría —le mostré rompiendo la imagen que se había creado de mí.
No el príncipe azul que nunca erraba, el alma bondadosa que era capaz de tomar buenas decisiones por el bien de otros, el que no se dejaba guiar por sus impulsos. Era tan pecador como el resto de personas que andaban por las calles.
—Ya lo veo —murmuró perdiendo la paciencia, poniéndose también a la defensiva—. Te faltó un cabezota incapaz de ver más allá de su propia nariz —añadió molesta. Reí por su infantil insulto.
—Pues en eso último te equivocas —comenté—. Tengo muy buena vista, quieres saber qué veo ahora —la cuestioné.
—Por favor, sorpréndeme —me pidió dramatizando con el mismo sarcasmo que utilicé.
—Una chica con buenas intenciones que aún no se ha dado cuenta que no soy otro animal del refugio al que puede salvar —expuse sin filtro.
Pao abrió la boca ofendida, apretó los puños.
—¡Cruzaste la línea, Emiliano! —me advirtió.
—No, tú cruzaste mi línea —defendí—. No debiste meterte en algo que no te correspondí. Te dije que acabaríamos mal, te dije que esto era la única puerta cerrada y prometiste no intentarías cruzarla.
—¿Le llamas cruzar la línea a decir la verdad?
—No sé, respóndeme tú —contrataqué con la misma terquedad.
—¡Dios, dame paciencia, por favor! —Rogó la mirada al cielo, pero se dio cuenta que no serviría porque se necesitaba un milagro—. Sabes qué, Emiliano, mejor hablamos cuando te calmes —escupió recogiendo sus cosas porque ya no me aguantaba. Al fin coincidíamos en algo—, y dejes de comportarme como un... —Apretó los labios para no maldecirme—. Cuenta hasta diez, Pao —se pidió respirando hondo—. El día que seas capaz de escuchar a otros que no sea tu propia voz y no confundas un consejo como un ataque personal —remarcó mi peor defecto.
—Pues entenderás que estando sentando no tengo prisa —asumí fingiendo indiferencia—, así que para demostrarte que no soy únicamente un cabezota, sino también considerado, te libero del compromiso de soportarme —solté, tomándola por sorpresa. Ella me contempló extrañada, sin entender. Evidentemente ninguno de los dos quería estar en el mismo sitio del otro—. Ya no tienes que venir más a la tienda —le informé. Era lo mejor para los dos mantener distancia.
—¿Disculpa? —se burló de mi egocentrismo con una risa ofendida— Por si se te olvidó, Emiliano, el compromiso que tengo aquí es con tu madre —me refrescó la memoria para que me bajara de la nube—. Ella es mi jefa, no tú. Así que si tanto te incomoda verme, simple, el que vas a tener que faltar serás tú —me avisó, encogiéndose de hombros.
—Vivo aquí, no puedo desaparecer —alegué enseguida.
Pao parpadeó, dio la impresión que lo había olvidado. De todos modos, para no dejarse ganar, se irguió y alzó el mentón para mostrar no la había atrapado en curva.
—El lugar es enorme. Está la sala, la cocina, tu cuarto —argumentó. Tuve que hacer un esfuerzo para no reírme de su punto. Pao pintó un mohín al ver no la estaba tomando en serio—. Además, eso debiste pensarlo antes de contratar a tu novia —me culpó del lío a mí, cuando no supo qué más decir.
—A estas alturas ni siquiera sé si somos novios.
Pao entrecerró sus ojos claros. Estoy seguro quiso tumbarme de la silla, pero lo disimuló con toda la diplomacia que pudo mostrar.
—Sí, tienes razón, voy a tener que pensarlo —contratacó sosteniéndose el mentón.
—¿Disculpa? —repetí incrédulo.
—¡No! —concluyó furiosa.
Ni siquiera me dio tiempo de protestar cuando caí en cuenta Pao despareció azotando la puerta, dejándome con las palabras en la boca, la mente en blanco y el corazón a mil por hora. La visita de mi padre, la fuerte discusión con Pao... Fruncí las cejas recordando cada hecho, entrelazados entre sí. Sabía que también era parte de mi culpa, pero en ese momento estaba tan cegado por el enfado que negué repitiéndome ella empezó al romper su promesa, por defender lo indefendible y por todo lo demás. Sí, también estaba en un error, pero no escuché a mi consciencia, la única voz que oí fue la que repetía no quería volver a verla en mucho tiempo.
AVISO IMPORTANTE: Si les llegó la notificación de un capítulo llamado "Segunda Parte", es solo la separación de ambos libros para aclarar donde empieza y termina cada uno ❤. Este vendría siendo el capítulo 18 del segundo.
🔵 Ahora sí, dos cosas importantes:
1. Primero que todo, ¿les gustó el capítulo? Estuvo lleno de drama, ojalá no me condenen a nadie, pero aún así estoy tan entusiasmada por leer sus comentarios, no saben lo mucho que me motivan a publicar. Además, la pregunta de la semana, que esta vez son dos (una que se me ocurrió a mí y la que se le ocurrió a mi hermana). ¿Emiliano? ¿Pao? ¿Por qué? ¿Qué harían en su lugar? Y para disminuir un poco la tensión, ¿cuál es la comida que podrías comer por siempre y no te cansarías?
2. Les confieso que no pensaba publicar porque al ser un capítulo importante estaba esperando más personas leyeran el anterior, pero hoy al leer los comentarios de las personas que siempre comentan y me apoyan sentí que debía hacerlo (no sé si será un error o no). Hoy quería pedirles un favor muy especial. Nunca he condicionado capítulos por una cantidad de votos o comentarios, porque me gusta que el apoyo se de sin forzarlo, pero hoy quería pedirles que si leen los capítulos y les gustan, me regalen un voto ❤. Sé que para ustedes puede ser algo insignificante, pero en verdad me ayuda muchísimo a crecer en esta plataforma ❤. Es un acción de segundos, mas para mí es una gran motivación de que todas esas horas de trabajo fueron valoradas. Y si les nace un pequeño comentario, les estaría súper agradecida. No suelo decirlo, pero a mí me invade el síndrome del impostor casi a diario, y leer sus palabras son el recordatorio que vale la pena seguir intentándolo. Para las personas que siempre votan y comentan, ustedes saben que los quiero muchísimo y que son importantes para mí ❤❤. Gracias de corazón por su apoyo.
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