Capítulo 5

El inicio de la noche resultó mejor de lo esperado. El conductor del Uber fue amable, no quiso golpearme contra el volante al ver mi silla. De hecho se mostró sorprendido al ser testigo de cómo podía descender del vehículo sin ayuda. Los nervios hicieron que le respondiera que daba clases los domingos, cuando eran los sábados.

No entendí por qué estaba nervioso. Las presentaciones nunca me quitaban el sueño, agradarle a la gente me era indiferente. Tampoco podía hacer mucho. El odio o amor de las personas se gana en base a acciones, no a guiones prescritos. ¿Qué más daban lo que pensaran otros de mí? Sin embargo, tener la respuesta clara no sirvió para que aumentara mi confianza.

Las ruedas se detuvieron frente a la puerta que permaneció cerrada esperando me animara a tocar. Me pregunté cómo creí sería una buena idea. Respiré apartando esas tonterías. Los arrepentimientos no servían, estaba ahí, el taxi costó y, lo más importante, le había prometido a Pao que vendría. 

Me repetí esa promesa deseando haber acabado en el número equivocado, pero por la manera en que me sonrió la mujer supuse Google Maps no me había engañado. Además, como si no fuera suficiente compartían un gran parecido. Definitivamente era su madre. 

—¿Emiliano? —adivinó sin esfuerzos. «Para un delito la repuesta es negativa, en cambio en los préstamos hasta con apellido si es necesario». Claro que me guardé ese pensamiento, quería causar una buena impresión, al menos que no me sacaran en el primer minuto.

—Ese mismo —respondí ofreciéndole mi mano para que imaginara conocía las reglas básicas de educación—. ¿Está Pao en casa? Ella me invitó —aclaré para que no pensara llegué de colado, comprensible con la mala fama que me cargaba.

—No te preocupes, me lo contó —me tranquilizó antes de que sacara mi credencial para identificarme—. Puedes pasar. La llamaré para que baje —me avisó amable.

Asentí agradeciéndole no me empujara. La casa de Pao era tal como la imaginé, de apariencia simple, pero pulcra y con cada cosa colocada en su lugar. Mi cuarto le envidiaría. Su madre me condujo a la antesala que daba a una estrecha escalera.

—¡Pao, tienes visitas! —gritó asomándose, intentando su voz llegara al piso superior. Era posible alcanzaran a escucharla hasta el cielo. Algún ángel pudo quedar sordo—. No tardará, Emiliano —me animó. No correría a ninguna parte, literalmente.

Intenté sonreírle, sin encontrar nada qué decir, no me atreví a hablar por temor a estropearlo. Esa fue mi intención, pero ni siquiera tuve tiempo de procesarlo antes de que algo robara mi atención. Olvidé mis intenciones, incluso mi fuerza de voluntad. Había una diferencia enorme entre que viera a Pao como una hermana y otra que fuera incapaz de reconocer lo bonita que era, en especial esa noche. Me convertí en un autentico tarado ante su sonrisa cuando apareció corriendo por la escalera. Ni siquiera entendía cómo un lazo y un color de vestido podían tener un efecto tan extraño.

—Sí viniste —me saludó con una sonrisa. Sentí valió la pena tomar ese taxi que sonaba como batucada.

—En realidad solo pasaba para decirte que ya me voy —bromeé. Entrecerró sus ojos en respuesta antes de acordarse quien nos acompañaba.

—¿Ya conociste a mi mamá? —cuestionó. Asentí, aunque para mi fortuna dos minutos no eran suficientes para hacerse una imagen completa de una persona. La mujer me regaló otra sonrisa. Ya entendía de dónde enredó tanta amabilidad—. Mamá, te presento a Emiliano. Es el chico del que te había hablado, con el que trabajo —añadió siendo más específica.

—Allá no hago esa clase de bromas —mentí—. Todo el día es trabajo, trabajo, trabajo. No hay ni tiempo de pensar en otras cosas —comenté queriendo dejar claro no era un payaso. Pao mordió su labio para no delatarme.

—Sí, eso imagino —suspiró, aunque tuve la impresión no me creyó. No supe si porque Pao le había contado la verdad o yo tenía la culpa grabado en la fuerza—. Así que aprovecha para hacer otra cosa que trabajar, trabajar, trabajar —repitió alegre mis propias palabras—. Los dejo, debo hacer unas cosas en la cocina —se despidió. Resistí los deseos de respirar aliviado—. Llámame si necesitas cualquier cosa —le dijo a su hija.

Esperé que se marchara antes de agradecerle a mi lengua, en secreto, por quedarse quita.

—Ella sabe...

—Por un momento pensé no vendrías —se adelantó Pao, contenta. Me gustaba verla así.

—¿Por qué? Te di mi palabra. El honor, a falta de ingresos, es lo menos que un jefe explotador puede tener —solté ganándome una risa. Pao dudó un segundo, uno solo.

—¿Te cuento algo? —curioseó ilusionada, sin poder guardárselo. Asentí—. Estoy mudándome de habitación.

—¿Te mandaron al patio?

—Tonto. Me enviarán a la planta baja para estar más cerca de mis mascotas. Además, mi hermano tiene en mente un proyecto y necesita la habitación continua —me contó. Debía ser triste le quitaran su cuarto, pero ella lució bastante optimista—. Quería mostrártelo, pero aún está en planes. Como sé que es difícil el tema de las escaleras decidí bajar en una cajas todas las cosas que quería enseñarte —me platicó entusiasta su idea.

La sorpresa se apoderó de mi cuerpo. Guardé silencio. Fue un gran gesto de su parte. Pao había ocupado su tarde haciendo algo por mí, para facilitarme entrar a su mundo. La gente solía asombrarse por mi independencia, pero pocas veces hacían algo sin rayar la línea de la lástima, que era mucho peor. Sin embargo, en Pao no detecté ninguna mala intención, sino un deseo puro de encontrar las maneras de no dejarme al margen.

Hice lo que me pidió, la seguí hasta la sala. Ni siquiera le di un vistazo alrededor, mis ojos terminaron en la mesita del centro donde había una enorme caja abierta de par en par. Tuve la impresión que Pao me enseñaría el interior, pero alguien cambió sus planes. Un enorme perro oscuro salió detrás de unos de los sofás para ladrarme como si fuera la alarma de alguna tienda departamental. Imaginé a la policía siguiéndome calle abajo, o analizando las condiciones, siendo su cena.

—Ven, bonito —le calmó Pao. Se puso de cuclillas para quedar a su altura, aunque por poco le superaba. Acarició sus orejas—. Emiliano —me presentó con una sonrisa. Dudaba él hablara español, pero por si las dudas asentí—. Es un amigo, debemos ser buenos, ¿está bien?

El animal solo me miró con sus enorme ojos negros. No entendí qué significaba. Necesitaba un manual de comportamiento canino.

—¿Se deja tocar? —pregunté sin saber qué hacer para exponerle mi respeto. ¿Una reverencia?

Pao no contestó. Tomó con suavidad mi mano, asombrándome. A eso no me refería, pero evidentemente no me quejé. No sabía qué planeaba hasta que la colocó justo encima del pelaje de su perro. Bruno se mostró más relajado al contemplar su dueña no me consideraba un enemigo.

—No pienso robarme a mamá.

—Es un buen chico —opinó. Sí, lo de chico era un decir—, solo necesita un poco de paciencia. Cuando lo rescaté estaba muy mal, su antigua familia le golpeaba, por eso desconfía  —explicó con tristeza, aunque pronto la borró intentando ser optimista—, pero ya está seguro. Estoy tan orgullosa de él, está avanzando rápido en su recuperación. Es valiente —opinó acunando su cara entre sus manos. Le hablaba con tanto cariño que algo se removió en mí. Los animales saben identificar a las buenas personas. Bruno tenía una adoración por esa chica. No lo culpaba.

—¿A todas tus mascotas las adoptaste? —pregunté atreviéndome a acariciar el lomo de su compañero.

—Hablas como si tuviera un zoológico... Pero sí. A Mazapán lo adopte luego de que su familia abandonara su casa. Lo dejaron dentro de una jaula pequeña donde apenas podía girarse. Fue espantoso. Estaba cubierto de excremento y presentaba un problema de pododermatitis —me contó dándole un vistazo al pequeñín que mordía una vara de heno en la esquina. Parecía una bufanda tirada, claro que preferí no decirlo—, gracias a los veterinarios del refugio logramos salvar sus patitas —añadió. Sonreí sin evitarlo—. Y a Pancho me lo encontré cruzando una calle, parece que lo soltaron en un parque. Lo traje para que no lo atropellaran.

—Tuvo suerte —mencioné.

—Lo sé. En esa avenida suelen pasar muchos carros. Hubiera sido imposible que lo vieran siendo tan pequeño, además, él no es precisamente Speedy Gonzales...

—De encontrarte —especifiqué.

Pao buscó mi mirada. Ninguno de los dos habló, pero sonreí, diciéndole sin palabra hablaba en serio. Pudo acabar con cualquier persona y venir a terminar justo a su lado era buena suerte. Ella acomodó un mechón antes de ponerse de pie para sentarse en el sofá.

—¿Quieres ver que escondo en esta caja? —cambió de tema, recuperándose.

—Soy chismoso, la respuesta es siempre sí.

Ella rio intentando ordenar el interior, no podía ver de qué se trataba por la altura, aunque supuse de qué iría. Estaba seguro habría un centenar de ejemplares en su estante.

—Este es el primer libro que me leyó mi mamá —me mostró la portada donde se pintaba un conejo—. Lo hizo por muchas noches, hasta me lo aprendí de memoria... —reveló—. Habla sobre la perdida, se lo leí a Nico cuando murió su abuelo. Lo guardo con mucho cariño —mencionó nostálgica acariciándolo. Pao repasó con especial afecto las letras.

—¿Pasa algo? —pregunté cuidadoso al percatarme ese ejemplar guardaba algo importante. Mi voz la despertó, negó despacio antes de dibujar de a poco una sonrisa. Intenté animarla de otra manera, no me gustaba verla triste. Curioseé dentro de la caja hasta que di con algo peculiar—. ¿Qué es esto? —reí sin contenerme.

—No, no, no —se alarmó al verme tomarlo del fondo. Observé el elefante celeste de peluche. Parecía de los que se ganaban en las máquinas—. Eso se coló —quiso arrebatármelo, pero fui más ágil—. Sé que es una niñería.

No lo era. Mamá conservó por años el regalo de papá, aunque posiblemente ahora lo usara para clavar los alfileres.

—¿Te avergüenzas de mí? —pregunté.

Pao hizo un esfuerzo por alcanzarlo, soltó una carcajada cuando le hice cosquillas en el cuello. Me pidió una tregua, pero no la escuché hasta que sin darse cuenta, en medio de la adrenalina, me soltó una patada que dio directo en la silla. Por la fuerza casi me tumbó al piso. Los juegos siempre terminan con una pierna rota, decía mi madre. Ella se alarmó pensando me había lastimado, o asesinado, se cubrió la boca angustiada.

—Perdóname, perdóname...

—Eso fue intento de homicidio, Pao —la acusé divertido.

—No debí hacer eso, pude...

—Por cierto, te traje un regalo —la interrumpí aprovechando que estábamos de buen humor. Pao no lo esperó, me alegró porque el elemento sorpresa era lo que lo hacía especial—. Está en la bolsa de atrás. Le pedí al chófer que me ayudara a guardarlo. Lo encontrarás ahí —indiqué señalando la parte de la espalda—, a menos que se lo volara, no creo, parecía un buen tipo.

Pao dejó su lugar para buscarlo, pero titubeó tímida.

—No pasa nada, Pao. Con confianza. Tú puedes tocarme todo lo que quieras —dije divertido, ganándome su sutil sonrojo. Ella liberó la caja. No sabía quién de los dos estaba más impaciente—. Rómpelo, Pao, costó cinco pesos —le animé al verla luchar por no maltratar el envoltorio—, como si tuvieras diez años.

—Cuando estoy contigo me siento así —opinó aventurándose. La sonrisa se borró cuando halló otra caja. Era una especie de laberinto. Sus dedos retiraron con cuidado las cintas para dar con una libreta pequeña de pasta gruesa.

—Pensé que te serviría para anotar tus ideas —comenté. Leí que eran útiles para escritores—. Escogí una con un perro porque me acordé del tuyo —le comenté los detalles ante el silencio. Pao seguía con la mirada en el cuaderno—. Es pequeño, para que puedas llevarlo a todas partes —añadí sin saber qué más decir—. Y trae calcomanías en...

—Es perfecta, Emiliano. De verdad que sí, me ha encantado —interrumpió mi parloteo. Fue un alivio escucharlo—. La estrenaré hoy misma. De verdad muchísimas...

—Eso no es todo —corté sus anticipados agradecimientos. Le invité a hurgar en el fondo. Faltaba lo mejor. Quise retratar su expresión confundida—. Una caja pequeña, Pao —mentí aplaudiendo. Ni siquiera me oyó, prefirió descubrirla por sí misma.

—Dios...

—Estaba buscando algo más a tu estilo, pero no encontré nada parecido a un conejo leyendo. Tal parece que les falta visión a cierto diseñadores, tuve que escoger algo más convencional —expliqué mi búsqueda mientras ella tomaba entre sus manos el collar. No era costoso, tampoco debía verlo como si lo fuera. Un conejo plateado con una piedra en forma de corazón celeste. Cuando lo vi pensé de inmediato que iría con ella—. Eh... ¿Te gusta? —pregunté. El silencio me estaba consumiendo.

Ella alzó el rostro con una enorme sonrisa. Las respuestas sobraban.

—Es precioso. Muchísimas gracias. Lo amo de verdad —soltó deprisa, emocionada—. Tienen un gran valor para mí. Recordaste todo lo que me gustaba, eso significa que me escuchas. No sé cómo pagártelo...

—Tal vez poniéndotelo —opté con una sonrisa disfrutando de su felicidad. Pao decidió darme el gusto colocándolo sobre su cuello. Fue una tontería, pero me sentí especial al presenciar lo bien que le sentaba —. Sí, se ve mucho mejor que en la página —opiné.

Pao sonrió sin evadir mi mirada. Mi cerebro se distrajo ante sus ojos. Eran peculiares, cargaban una pureza que encontraba peculiar, como si te llamaran. Hubiera permanecido una eternidad atontado en mis pensamientos de no ser porque un sonido me despertó. Agité mi cabeza obligándome a regresar a la mi realidad.

Reconocí que era mi celular el que sonaba. Mis manos lo encontraron en uno de los bolsillos laterales de la silla, no sabía quién podría llamarme. Consideré se trataría de alguien del club que se adelantó. 

Tuve la impresión de reconocer el número, pero no lo tenía registrado. Por fortuna el mensaje resolvió el misterio. Irónicamente las palabras no aclararon mi mente, todo lo contrario. Del susto casi se me escapó de las manos el celular, y el corazón del pecho.

Hola Emiliano.

Estuve pensando mucho en lo que hablamos...

¿Crees que podríamos vernos y charlar un rato?

Laura.

—¿Pasa algo? —curioseó Pao al percatarse de mi desconcierto. Parpadeé intenté procesar esas líneas. ¿Sería mi imaginación? Tal vez Pao sí había volcado la silla, caí, me golpeé la cabeza...

—Es... Es Laura —expliqué entorpecido, en un susurro, aunque sonó como una pregunta. Entendí la familiaridad de la secuencia—. Quería saber si estaba en casa para vernos.

—Oh.

—Le ofrecí mi ayuda ayer —la puse al tanto para que entendiera. Yo no podía—. No pensé que lo consideraría...

—Deberías ir con ella —escupió de pronto.

—¿Qué?

—Deberías ir con ella —repitió con seguridad. Pensé bromeaba, pero no había pizca de gracia—. Quizás quiera decirte algo importante, pedirte ayuda o simplemente charlar contigo —enumeró las posibilidades.

—Pero hoy es la fiesta de tu cumpleaños...

—Ese ha sido tu sueño desde hace años —expuso dando en el punto. Las dudas revolotearon en mi cabeza—. Emiliano, no te preocupes por mí. Que estuvieras aquí ya significó mucho —insistió con una sonrisa comprensiva—. Es una gran oportunidad para que se conozcan —remarcó—. Te aseguro que cuando hable contigo todo mejorará entre los dos —pronosticó en voz baja—. Ella te necesita más ahora.

Dudé sin saber qué hacer. Había esperado tanto para que Laura tan siquiera me saludara. En otra ocasión hubiera saltado por su propuesta, ante la idea confiara en mí, dar ese paso, pero por qué tenía que ser justo esa noche. La curiosidad me consumía, no podía arrancarme de la cabeza que debía existir una fuerte razón para que Laura buscara mi ayuda. 

—Todo saldrá bien —me animó Pao siendo testigo de mi lucha. Yo no estaba convencido—. Cuando uno está donde quiere no hay manera de equivocarse. No te angusties. Te diré algo, en los libro las corazonadas son importantes, siempre ocultan un poco del futuro —mencionó con sabiduría.

—¿Tienes una? —curioseé deseando aclarar mi mente. Pao ladeó su rostro antes de regalarme una dulce sonrisa que en lugar de halar con fuerza el hilo del dilema intentó paciente desenredarlo.

—Que cuando la oportunidades llegan no debemos perder tiempo preguntándonos por qué no aparecieron como creímos. Emiliano, la felicidad es inesperada, no le agradan las dudas. A ella siempre se le abre la puerta. 

¡Hola! ¿Qué pasará? ¿Qué misterio habrá, podrá ser hoy mi gran noche? ¿Qué piensan que hará Emiliano?

La próxima semana publicaré el capítulo 6, decidí dividirlo en dos porque es súper largo. Está lleno de sorpresas. No se imaginan lo que está por venir😱. Les quiero mucho.

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